Discursos 1979 433
433 Sé bien que la preocupación por lograr un número adecuado de agentes de pastoral ecuatorianos está viva en vuestra solicitud y programas de Pastores. En efecto, vuestro sincero reconocimiento por la valiosa ayuda que recibís de otras comunidades hermanas. no cancela en vosotros la conciencia del vacío existente y de la necesidad de un esfuerzo reforzado por conseguir suficientes vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
Aliento y bendigo con todas mis fuerzas esos propósitos vuestros, así como la solicitud encaminada a lograr una formación idónea para todo el personal apostólico en los Centros que la Iglesia tiene establecidos a diversos niveles. No dejará de dar, y ya los está dando, frutos conspicuos de evangelización la entrega cuidadosa de la Jerarquía a la promoción de esos Centros eclesiales, que tanto pueden contribuir al bien de vuestras diócesis y de la pastoral colectiva.
3. El objetivo que deben proponerse todos los agentes de apostolado es el de lograr una evangelización verdaderamente sólida y profunda, centrada en Cristo, Hijo de Dios, Redentor y esperanza del hombre.
Sé que estáis estudiando con atención el Documento de Puebla, al que deseáis dedicar una asamblea nacional, a fin de aplicar sus directrices a toda la Iglesia en Ecuador. Es una decisión que merece mi aplauso, ya que son muchas las iniciativas concretas que ello os ayudará a tomar en el importante terreno de la evangelización, que constituye la misión esencial de la Iglesia.
En el ejercicio de esa misión, hay que tener bien presentes las circunstancias concretas de los fieles. Vuestro pueblo, en efecto, cuenta con una buena base religiosa, que ha conservado de modo admirable, a pesar de las difíciles experiencias por las que ha pasado en el curso de su historia. La religiosidad de ese pueblo, que se profesa católico en su gran mayoría, se expresa con frecuencia en formas de piedad popular que se orientan sobre todo hacia la devoción a la Eucaristía, al Sagrado Corazón, a la Santísima Virgen y a los Santos.
Teniendo esto presente, habrá que procurar una evangelización cada vez más profunda, valorizando ese sustrato religioso, orientando sus manifestaciones, completándolas, purificándolas en lo que sea necesario.
Así se hará pasar a los fieles hacia una fe adulta, ayudándoles a superar los fenómenos de la secularización en sus vertientes negativas de ignorancia religiosa, indiferentismo, materialismo práctico o doctrinal. Y así podrán también vencer los influjos ajenos que pueden cuestionar su fidelidad a Cristo y a sus convicciones como católicos; influjos – como bien sabéis – a veces no velados y contra los que hay que inmunizar a los fieles, para que sean siempre conscientes de su fe y mantengan la fidelidad prometida.
Hablando de esa tarea evangelizadora quiero dejar una palabra de particular aprecio y aliento para la Iglesia misionera de vuestro País, que está desplegando una encomiable labor. A cuantos a ella se dedican generosamente, aun en medio de dificultades graves de ambiente, de penuria de personal y de medios; a todas las familias religiosas que prestan tan valiosas energías a ese esfuerzo misionero; particularmente a las Religiosas que a veces escriben páginas tan admirables de vida eclesial, vaya el agradecimiento más sentido, hecho también oración, del Papa y de la Iglesia.
4. La labor evangelizadora, que es la función propia y primaria de la Iglesia, no debe sin embargo, prescindir de lo que es su complemento natural: la preocupación por la repercusión social del Evangelio, que va dirigido al ser humano, visto según el plan divino. En efecto, “ la gloria de Dios es que el hombre viva ” (cf. San Ireneo, Adv Haer., IV, 20, 7; ). Y que viva según las exigencias de su dignidad como ser creado y como hijo de Dios.
Conozco vuestra sensibilidad de Pastores en ese campo, atentos como estáis al proceso de transición de una civilización preferentemente agraria a otra urbana e industrial, al éxodo de poblaciones campesinas hacia los grandes centros de desarrollo, sobre todo Quito y Guayaquil, a la distribución de la riqueza nacional que a veces queda de modo palpable en manos de privilegiados. Sé que hiere vuestro espíritu la visión de desigualdades exorbitadas, según las cuales junto a algunos sectores de opulencia se dan tantísimos otros de pobreza extrema, si no de miseria, que aquejan a enteros estratos sociales, entre los que está la gran parte de la población indígena.
Todo ello, en el marco de las nuevas fuentes de riqueza en vuestro País, pone desafíos ante los que habéis de dar una orientación y respuesta desde el Evangelio, siguiendo la tradición de los grandes principios de la enseñanza social de la Iglesia.
434 El documento del Episcopado: “ La justicia social en el Ecuador ” y la deseada opción preferencial por los pobres, han de ir haciéndose realidad vital, dentro del espíritu de comunión eclesial del que antes hablé y manteniendo el insustituible equilibrio entre esa opción y la solicitud pastoral que a nadie excluye, entre evangelización y compromiso por el hombre. Sólo teniendo una clara visión de la Iglesia y de la realidad integral del hombre se podrá avanzar de modo conveniente en ese campo, delicado y exigente a la vez.
5. La juventud ofrece hoy una particular sensibilidad en ese terreno, sin duda alguna con mayor dinámica que en las pasadas generaciones. Hay que estar atentos a muchas intuiciones justas que los jóvenes presentan y a las que esperan una debida correspondencia, así como una obligada respuesta a sus ansias e interrogantes.
El florecimiento, asimismo, de movimientos juveniles en los que se nota la búsqueda de vida espiritual intensa, son otros tantos factores que deben servir de estímulo a la Iglesia en Ecuador para no defraudar nacientes esperanzas.
Ello implica una gran atención a la labor de formación humana de educación en la fe y en el testimonio cristiano de las nuevas generaciones. Todo lo cual, además del ámbito más directamente pastoral, envuelve también el ámbito de la escuela hasta sus grados superiores.
Tratándose de un terreno tan importante, la Jerarquía e Iglesia toda en vuestro País debe empeñarse con todas sus energías en la salvaguardia y renovación de sus propios centros de enseñanza, procurando dar una auténtica educación humana y católica que, superando orientaciones laicistas o materialistas ambientales, forme hombres completos, cristianos cabales, con gran sentido de servicio al bien común. He ahí un fecundo campo de acción pastoral y de meritoria entrega también para laicos conscientes de su responsabilidad dentro de la Iglesia.
6. Mirando a esos grandes objetivos evangelizadores y humanos en Ecuador, he tenido conocimiento de los proyectos existentes en tema de comunicaciones sociales, a fin de potenciar la voz de la Iglesia y darle una mayor difusión.
Os expreso por ello mi más viva complacencia y os aliento a proseguir en esa dirección, usando todos los medios que la técnica nos ofrece para favorecer la irradiación de la verdad salvadora, la educación cultural y humana de las personas más desprovistas de medios de formación, para sostener y defender a la familia y los grandes valores de los que ella es depositaria frente a la sociedad y a la Iglesia.
7. Amadísimos Hermanos: He aquí algunas reflexiones que hace brotar en mí el intenso amor por la Iglesia en Ecuador y por todos y cada uno de sus miembros.
Decidles al regresar a vuestros puestos de trabajo que el Papa aprecia su valentía en la obra de evangelización, su entrega a la Iglesia en el sacrificio, su testimonio en la esperanza, su fidelidad en compartir la caridad. A todos se extiende mi afecto, mi recuerdo en la plegaria, mi cordial Bendición.
1. Os doy la bienvenida a todos, señor cardenal, a vuestros colaboradores permanentes y a los consultores del Pontificio Consejo para los Laicos, y a todos vosotros, consiliarios de numerosas Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales, que os habéis reunido en. Roma por vez primera, secundando una iniciativa del Consejo.
435 Espero que estos pocos días de un encuentro que ha tenido feliz éxito, produzcan frutos excelentes para cada uno de vosotros y las Organizaciones a que dedicáis lo mejor de vuestros talentos y entrega sacerdotal.
2. Os recordaré primero un pensamiento de la Carta que os dirigí el Jueves Santo de este año 1979, pensamiento que debe proporcionaros constantemente gozo, esperanza y consuelo espiritual.
Cuando un sacerdote se detiene un momento a lo largo de su vida y echa una mirada a su sacerdocio, no puede menos de maravillarse ante la magnitud de la gracia que se le ha dado con el sacramento del orden. Los sacerdotes que se prodigan en la tarea a ellos confiada, cualquiera que fuere: ministerio parroquial, enseñanza, formación, y todos, si conservan la conciencia de su vocación de sacerdotes y se esfuerzan por actuar en todo y en todas partes como tales, llegan a constatar, dentro de la variedad inmensa de sus campos de acción, la fecundidad sobrenatural de la gracia sacerdotal que pasa por ellos.
3. En cuanto a vosotros, queridos hermanos, por el momento el Señor os llama a ejercer vuestro ministerio de sacerdotes a tiempo pleno o con dedicación parcial, en el campo muy especial de la asesoría eclesiástica de Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales.
No necesito manifestaros la estima sincera de la Iglesia hacia las OIC. Estas Organizaciones, muy diversas y unidas desde hace más de 50 años en una Conferencia, revisten un doble aspecto que constituye su riqueza; por una parte, y gracias a sus objetivos apostólico, espiritual y caritativo, posibilitan el que la Iglesia cumpla su misión salvífica en el mundo; por otra parte, y gracias al estatuto de que disfrutan varias de ellas, garantizan una forma particular de presencia de la Iglesia allí donde se juega de modo decisivo la baza compleja, delicada e importante de la vida internacional en su diferentes niveles.
Estas Organizaciones y las otras Asociaciones que aportan idéntico testimonio, están formadas la mayoría por laicos que deben encontrar en ellas la posibilidad de crecer en la fe y en el compromiso apostólico, y también la manera de participar en la vida y misión de la Iglesia.
4. He aquí, queridos amigos, un campo en el que la gracia de vuestro sacerdocio puede desplegarse admirablemente si os mostráis capaces de vivir vuestra vocación de ministros de Jesucristo con autenticidad e intensidad.
Autenticidad quiere decir aceptar vuestra condición de sacerdotes para siempre y sin reservas, una condición con la que habéis soñado cuando erais jóvenes, a la que os habéis preparado con amor y habéis abrazado con entusiasmo el día en que el obispo y el presbyterium os impusieron las manos. Esta condición de sacerdotes os da una identidad clara y precisa en el seno de la Iglesia y en medio del Pueblo de Dios; no hay que diluir esta identidad, ni difuminarla, ni cambiarla con otras identidades. Por el contrario, hay que iluminarla y presentarla a los ojos de todos. En las Organizaciones y Asociaciones en que prestáis servicio —¡no os equivoquéis!—, la Iglesia os quiere sacerdotes, y los laicos con quienes alternáis os quieren sacerdotes y nada más que sacerdotes. La confusión de carismas empobrece a la Iglesia: no la enriquece en nada. Sacerdotes: Sed, pues, artífices de comunión en el seno de estas agrupaciones; sed educadores en la fe, testimonios del Absoluto de Dios, auténticos apóstoles de Jesucristo, ministros de la vida sacramental, especialmente de la Eucaristía, los animadores espirituales que necesitan los laicos, sea para su formación y también para iluminados en su compromiso, con frecuencia muy difícil e incluso arriesgado.
5. Intensidad no es otra cosa sino el fervor espiritual con que debéis vivir vuestra vocación ante aquellos y aquellas de quienes sois Pastores al ser consiliarios eclesiásticos de importantes Organizaciones y Asociaciones Católicas Internacionales. Es necesario recordároslo: la vitalidad y dinamismo apostólicos, la capacidad de entrega, y la eficacia de acción de estas comunidades y agrupaciones, dependen en definitiva en gran parte del valor humano y evangélico de que dé testimonio vuestra vida sacerdotal.
6. No estáis solos. Sabed que el Papa sigue vuestras actividades que resultan tan cercanas a los afanes, proyectos y acción de la Santa Serle, en cuanto que ella es una expresión más amplia de la catolicidad de la Iglesia. Permaneced unidos a vuestros obispos, a vuestros superiores mayores y, a través de éstos, a vuestra familia espiritual. Procurad interesar en vuestro trabajo a los otros sacerdotes con quienes os encontréis; compartid con ellos vuestros afanes y realizaciones; sabed encontrar en los laicos con quienes trabajáis, una renovación de energía espiritual para vuestro sacerdocio y para vuestra vida. Y añado: enriqueced todo esto tratando de reuniros siempre que os sea posible, a fin de iluminaros mutuamente sobre vuestras tareas, ayudaos a crecer en vuestra espiritualidad y en vuestro fervor misionero, y alentaros unos a otros. Estos encuentros pueden ser determinantes para la autenticidad e intensidad de vuestro sacerdocio. Estoy seguro de que el Pontificio Consejo para los Laicos no rehusará ayudaros a celebrar estas reuniones.
Que Cristo Sacerdote, de quien mana la gracia inmensa de nuestro sacerdocio, esté siempre con vosotros y os sostenga en vuestro ministerio. El os bendiga. En prenda de abundantes gracias divinas, en su nombre os doy la bendición apostólica.
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Señores cardenales,
amadísimos hermanos en el Episcopado,
superiores y alumnos:
Permitidme que ante todo exprese mi más sincero aprecio y agradecimiento a los Señores Cardenales Miguel Darío Miranda y Ernesto Corripio Ahumada, así como a los hermanos obispos aquí presentes, por el especial rasgo de delicadeza que han querido tener al venir expresamente desde México para asistir a este encuentro.
Siento particular alegría al tener hoy la oportunidad de entretenerme, aunque sea durante breve tiempo, con la nutrida comunidad del Pontificio Colegio Mexicano de Roma, en el que veo como una prolongación espiritual de aquellas tierras, lejanas geográficamente, pero a mí siempre tan cercanas, y que tuve el placer de visitar en mi primer viaje apostólico fuera de Italia.
He querido venir a este Colegio precisamente para recordar aquella visita que, hace ya casi un año, hice a la querida Nación mexicana. Fueron días imborrables, durante los cuales el pueblo mexicano, reunido en grandes multitudes, dio una prueba tan elocuente de cordial y afectuosa cercanía al Vicario de Cristo, de gozo por la primera visita de un Papa, de comunión en torno a los valores religiosos y espirituales que su presencia significaba.
Todas aquellas manifestaciones de afecto y tantas otras posteriores, que se han repetido a lo largo del año, han renovado en mi ánimo sentimientos de vivo aprecio y gratitud. Son sentimientos que muy gustoso hago patentes en este lugar tan significativo de la presencia cualificada de la Iglesia de México en Roma.
En esta ciudad, sede del Papa y centro de la catolicidad, os encontráis vosotros, queridos sacerdotes y seminaristas, para completar vuestra formación eclesial y poneros luego al servicio de vuestros hermanos, con una más rica experiencia y preparación científica.
Quiero alentaros a aprovechar bien el tiempo que ahora se os concede, para responder a la confianza de vuestros respectivos Ordinarios que os han enviado aquí, para consolidaros en esa permanente docilidad a las enseñanzas del Magisterio que en este ambiente resuena con particular intensidad, para adecuaros cada vez más a esa figura de sacerdote que sabe inserirse en el mundo de hoy, plenamente consciente de las exigencias del momento actual y con una verdadera robustez interior que orienta y determina todas las actuaciones del propio servicio eclesial.
A este propósito, deseo repetiros lo que dije a vuestros hermanos sacerdotes en la basílica de Guadalupe: “ Este servicio alto y exigente no podrá ser prestado sin una clara y arraigada convicción acerca de vuestra identidad como sacerdotes de Cristo, depositarios y administradores de los misterios de Dios, instrumentos de salvación para los hombres, testigos de un reino que se inicia en este mundo, pero que se completa en el más allá ” (Discurso a los sacerdotes, 3; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de febrero de 1979, pág. 4).
437 Con esa percepción inequívoca acerca de vosotros mismos y de vuestra misión, alimentad en la oración y en la práctica de los Sacramentos la visión de fe que ha de renovaros incesantemente en la generosa entrega por la Iglesia y por el hombre hermano.
No podemos tampoco olvidar que este nuestro encuentro tiene lugar en la proximidad inmediata de la fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe, a la que cada mexicano profesa una ardiente devoción. Sea, pues, Ella la que os guíe y enseñe el camino de la alegre y pronta donación por la Iglesia y por los demás.
A Ella, ante cuya imagen tuve la dicha de orar en la nueva basílica, en ese “ santuario del pueblo de México ”, os encomiendo en una repetida plegaria, para que sepáis conformaros siempre a la imagen de Cristo sacerdote.
Con estos votos y esperanza, imparto con gran afecto a vosotros a vuestros Superiores, a las Religiosas que se prodigan por vosotros y a todos los miembros de la comunidad mexicana de Roma una especial Bendición.
Hermanos e hijos queridísimos:
Agradezco de corazón a vuestro prior general las palabras fervientes que acaba de dirigirme, saludo a todos con afecto paterno y os doy la bienvenida. Me alegra encontrarme con vosotros, dignos representantes de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, más conocida con el nombre de “Fatebenefratelli”, que se ha ganado en su existencia plurisecular no pocos méritos tanto en el plano del testimonio específico evangélico y eclesial, como en el plano de su contribución valiosa a hacer más humana la calidad de la vida.
Estáis concluyendo estos días un capitulo general extraordinario convocado para estudiar y precisar el carisma específico de vuestra familia religiosa, los grandes principios en que se inspira y los problemas actuales relacionados con el ejercicio de vuestro ministerio. Sé que habéis constatado en relación con la Orden no pocas dificultades internas y externas, y que habéis elaborado proyectos claros de dedicación religiosa y caritativa. Pues bien, me complazco en prometeros el apoyo a vuestros encomiables esfuerzos con mi aprobación y oración al Señor.
Sobre todo, no puedo dejar de manifestaros abiertamente mi complacencia sincera y aprecio por cuanto constituye el contenido diario de vuestras tareas tanto religiosas como profesionales que, por otra parte, nunca van desvinculadas puesto que unas se llevan a cabo mediante las otras. A una cosa os aliento porque es urgente y actual, y sin duda está presente en vuestra conciencia y en vuestro sentido de responsabilidad. En un tiempo en que la vida del hombre está contaminada por varios factores de deshumanización, sed promotores y garantes de niveles de humanidad mejores y más altos. Esto es particularmente válido en el sector específico de los enfermos y de los que sufren en general, a quienes dedicáis por consagración e institución lo mejor de vosotros mismos. Yo diría que en cierto sentido no hay nada más humano que el dolor, el cual revela la profunda dimensión de la existencia terrena creada y brinda ocasión privilegiada para inclinarse con condescendencia amorosa hacia las necesidades de nuestros hermanos menesterosos. Pues su situación nunca ha de considerarse un hecho indiferente o que se pueda descuidar; mucho menos aún ha de considerarse incómoda para nuestro vivir tranquilo o superior a nuestras posibilidades de asistencia solícita. El principio bíblico que invita a gozar con el que goza y sufrir con el que sufre (cf. Sir 7, 34; Rm 12,15) más que nada es estímulo a comportarnos de modo altamente humano con participación natural y espontánea en las experiencias de los demás, siendo así signos de una comunión tan enriquecedora para quien la recibe como para quien la brinda.
Además de esto, os animo a cultivar un testimonio cristiano transparente y fecundo siempre, en especial en los ambientes de vuestro apostolado específico, La relación meramente humana, incluso con los enfermos corre el riesgo de hacerse estéril por falta de raíces y motivaciones profundas. También vuestra profesionalidad es un factor sumamente importante y deberá ser lo más seria y actualizada posible. Pero si vuestro amor no está penetrado de fe, correrá siempre el riesgo de materializarse y perder hasta las cualidades humanas de que he hablado anteriormente. Vosotros sabéis muy bien y lo debéis tener presente siempre, que según el Evangelio, quien sirve al enfermo entra en contacto con el mismo Jesús (cf. Mt Mt 25,36 Mt Mt 25,40), cuyo "poder llega al colmo en la flaqueza", según la expresión del Apóstol San Pablo (2Co 12,9). En efecto, precisamente mediante sus padecimientos hemos obtenido todos por gracia la salvación (cf. Heb He 2 Heb He 10 Heb He 18). Pues bien ¿qué mejor ocasión de evangelizar se os puede ofrecer que la de hacer ver a quien sufre el profundo valor de su situación, que adquiere sentido, valor y fecundidad cabalmente en su conformidad alegre y bendita con la cruz de Cristo? (cf. Flp Ph 3,10-11 Rm 8,17 2Co 1,5). Y de este modo vuestro trabajo puede transformarse en auténtico apostolado a la vez que sigue siendo cualificado profesionalmente.
Por mi parte, invoco de corazón copiosas gracias celestiales sobre vosotros. Sea el Señor quien lleve a maduración plena cuanto habéis sembrado en vuestro capítulo, para que produzca frutos abundantes y dignos tanto del Evangelio que los inspira cuanto del hombre a quien servís.
438 De estos auspicios cordiales es prenda la bendición apostólica particular que imparto con sumo gusto a vosotros y a todos los beneméritos religiosos de la Orden de “Fatebenefratelli”
Queridísimos hijos:
1. Con gran alegría os recibo hoy a todos, jueces y demás oficiales de los tribunales, junto con los profesores y otros maestros de este VII curso de renovación, a quienes saludo paternalmente, correspondiendo con agrado a vuestro deseo de "ver a Pedro", para conversar familiarmente con vosotros.
2. Siempre he tenido en gran estima la función de la justicia en la Iglesia de Dios, cuya importancia e influjo crece de día en día. Por lo cual, siguiendo el ejemplo de mi venerable predecesor Pablo VI, que tantas veces dirigió la palabra a este curso de renovación, quiero confirmar esto, en primer lugar, con sus últimas palabras. Con él "confesamos al mismo tiempo nuestra alegría cuando os vemos dedicados al estudio del derecho canónico, vosotros que procedentes de diversas partes de la tierra, habéis participado con tanto interés y seria preocupación en este curso. Queremos manifestar abiertamente la confianza que depositamos en vuestro instituto, que acertadamente se fundó en nuestra Universidad Gregoriana, y al que vemos, con paternal consuelo, crecer en eficacia" (Pablo VI, Alocución a los participantes en el III curso de renovación canónica para jueces y otros oficiales de los tribunales, 14 de diciembre de 1973: AAS 66, 1974. 10; .L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 23 de diciembre 1973).
3. Además, con este motivo, me complazco en aprobar y alabar la nueva institución de esta facultad de derecho canónico que ha establecido recientemente un título especial de jurisprudencia para favorecer mejor la praxis de la justicia. Es justo alabar este esfuerzo y desear de corazón que llegue a feliz éxito esta escuela especial y palestra de jurisprudencia.
4. Finalmente, séame permitido inculcar en vuestro espíritu este santo principio: que vuestra función y ministerio de justicia es realmente sacerdotal y pastoral, como afirmó también el Papa Pablo VI, de venerada memoria. Vosotros sois "sacerdotes de la justicia", pues en vuestro noble ministerio brilla la luz de Dios, que es la justicia absoluta, y vuestra función como jueces eclesiásticos sirve y ayuda a los miembros del Pueblo de Dios que están necesitados (Alocución a la S. R. Rota, 17 de febrero de 1979: AAS 71, 1979, 422-427: cf. pág. 423 citando a Pablo VI y AAS 57, 1967, 234; Alocución a la S. R. Rota, 8 de febrero de 1975 en AAS 65, 1975, 101).
5. Esto no tendrá verdadera eficacia, a no ser que el derecho canónico se contemple situado en el misterio de la Iglesia (cf. Con. Vat. II Decret. Optatam totius OT 16), de manera que se cultive como elemento de la vida eclesial, se aplique en servicio del hombre redimido, se proponga para aumentar el sentido de. la dignidad humana y se admita de acuerdo con su propia naturaleza. Porque el derecho eclesiástico no es sólo cierto signo de la justicia, sino también señal de una comunión de vida más profunda en Cristo, de modo que toda la justicia canónica brille por la caridad, así como la misma equidad canónica es fruto de benignidad y caridad.
6. Esta caridad divina, regeneradora del hombre, revela e ilumina la verdadera imagen del hombre. Pues el hombre, creado por Dios, se eleva a Dios para reconocerse a sí mismo en Dios y expresar su imagen en el amor de la Trinidad. Es necesario que todas estas cosas, ilustradas por la fe viva, brillen en la vida de la Iglesia y también en vuestro ministerio. ¿Qué sería el derecho eclesial sin caridad, qué sería la justicia sin la tutela de los derechos, y acaso no sería vana una tutela de los derechos que no fuese la aplicación sincera y eficaz de los mismos? ¿Qué se puede desear hoy más, después de las solemnes, declaraciones de los derechos fundamentales, sino su pleno reconocimiento? ¿Qué se puede desear hoy más que su real y sincera aplicación?
7. Hay que estimar mucho esta tutela de los derechos y especialmente en nuestro tiempo, cuando parece que la Iglesia es la única defensora del hombre redimido. "Cristo Redentor revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es —si se puede expresar así— la dimensión humana del misterio de la redención" (Enc. Redemptor hominis RH 10, AAS 71, 1979, 274).
8. Esta verdad del hombre redimido hay que cuidarla y protegerla especialmente en el matrimonio cristiano y en la familia cristiana. Vosotros sois ante todo los defensores de este matrimonio sagrado, ya que no permitís se rompa el vínculo de amor indisoluble, tratáis de que se conserve el consentimiento del amor, defendéis los matrimonios válidos, honráis los matrimonios fecundos, sostenéis a los cónyuges en la fidelidad para no ver a sus hijos dispersos y abandonados.
439 9. Sea éste vuestro servicio a la justicia, que es espejo de la caridad divina. Pues en el matrimonio Dios ha depositado estas relaciones de amor, por medio, de las cuales el amor mutuo vea y exprese la naturaleza trinitaria en el fruto mismo de su amor. Dios creó al hombre a su imagen, varón y mujer (cf. Gén Gn 27), a quienes dijo "creced y multiplicaos" (Gn 1,28). Nadie destruya esta unidad de amor, porque lo que Dios ha unido, no lo separe el hombre (cf. Mt Mt 19,6), y nadie deje privados de sus padres a quienes engendró el amor mutuo. Grande es este sacramento que es revelación de la vida divina. por el que el hombre se hace a imagen de Dios (cf. Gén Gn 1,26).
10. Esta dignidad del matrimonio se os confía a vosotros, ministros de la justicia divina, en virtud de vuestro peculiar ministerio, para que se conserve incontaminada, para que en este sacramento tan grande vea siempre la Iglesia una figura de su misma vida, por cuanto Cristo desposó a la Iglesia (cf. Ef Ep 5,25-33). •
Hijos queridísimos, he querido deciros todo esto con efusión de amor y con brevedad para daros aliento, para que se robustezca vuestro servicio eclesial, para honor mayor de vuestro ministerio. Lo confirmo todo con mi bendición apostólica y lo pongo confiadamente en las manos de Dios omnipotente.
Señor Embajador:
Acojo con gratitud vuestro propósito de contribuir a consolidar y ampliar las relaciones ya entabladas entre la Santa Sede y la República de Argelia, en el momento en que comenzáis aquí vuestro cargo de Embajador. Agradezco particularmente a Vuestra Excelencia, las palabras llenas de consideración hacia la obra de la Santa Sede en favor de la paz y las relaciones de igualdad entre las naciones y los derechos que garantizan al hombre su dignidad.
Habéis mencionado también la gloria del pueblo argelino, las pruebas por las que ha pasado, su valentía, los esfuerzos que está haciendo actualmente por asegurar lo más posible a todos sus miembros y particularmente a su numerosa juventud, buenas condiciones de vida material y cultural; y habéis evocado sus esperanzas y solidaridad con otros pueblos a fin de que progresen la justicia y la paz también entre ellos.
Tales esfuerzos e ideales reciben, Vos lo sabéis, la estima de la Santa Sede en la medida en que se trate cabalmente de desarrollar con solidaridad lo que engrandece al hombre y de superar las diversas formas de injusticia, sea a nivel de enriquecimiento desmedido de unos ante la penuria dramática de los otros, o a nivel de violación de derechos humanos fundamentales, de la libertad civil y política del espíritu y la conciencia. Los caminos de la justicia se abren cuando las partes en juego aceptan el tener en cuenta las necesidades y derechos de los demás, a la vez que defienden los suyos; cuando procuran la negociación razonable en lugar de recurrir a la violencia, y cuando se dejan guiar por la verdad. El respeto de la verdad, la búsqueda de la verdad, en cualquier situación, son, según el tema de la Jornada mundial de la Paz del primero de enero próximo, el fundamento —estoy convencido— de la auténtica justicia y, por ello, de la paz verdadera, de la paz estable.
Estos diferentes puntos —ayuda mutua, equidad, verdad— figuran de hecho entre las declaraciones oficiales de la Santa Sede, de la Iglesia; constituyen también el programa de la actividad diaria desinteresada y muy humilde con frecuencia, de los mismos cristianos en el seno de sus patrias respectivas. ¿Acaso no es esto lo que podemos decir actualmente de los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos católicos que trabajan en Argelia y de las pequeñas comunidades agrupadas en torno a sus obispos? Sacando de su fe —y de los medios que la sustentan— el dinamismo de la caridad, entienden contribuir en todos los sectores al desarrollo del país al que están vinculados con todo el corazón; y sus compañeros musulmanes, con quienes viven y dialogan con pleno respeto, pueden desarrollar en unión con ellos los valores morales que aseguran el porvenir de una nación y constituyen su grandeza. ¿Cómo no desear el avance de esta colaboración?
Con este espíritu hago votos a Vuestra Excelencia para una misión fructífera ante la Santa Sede. Y complacido renuevo los deseos cordiales que formulé en las fiestas nacionales recientes para el pueblo argelino y para la tarea de sus dirigentes invocando la asistencia del Altísimo.
Señor Embajador:
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