Discursos 1980 63

63 En esta tierra todos somos peregrinos hacia el Absoluto y Eterno, el único que puede salvar y saciar el corazón de la persona humana. Busquemos juntos su voluntad para el bien de toda la humanidad.

Gracias por vuestra visita. Espero que vuestra estancia en Roma sea feliz. Os ruego transmitáis mi saludo cordial y mis bendiciones a vuestras familias y amigos de Japón.







JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Sala Pablo VI

Miércoles 20 de febrero de 1980



(La audiencia general del 20 de febrero se desarrolló en dos fases. La primera tuvo lugar en la Sala de las Bendiciones donde se había congregado los jóvenes)

La primera fiesta de la humanidad según el relato del Génesis

1. El libro del Génesis pone de relieve que el hombre y la mujer han sido creados para el matrimonio: "...Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne" (Gn 2,24). De este modo se abre la gran perspectiva creadora de la existencia humana, que se renueva constantemente mediante la "procreación" que es "autorreproducción". Esta perspectiva está radicada en la conciencia de la humanidad y también en la comprensión particular del significado esponsalicio del cuerpo, con su masculinidad y feminidad. Varón y mujer, en el misterio de la creación, son un don recíproco. La inocencia originaria manifiesta y a la vez determina el ethos perfecto del don.

Hablamos de esto durante el encuentro precedente. A través del ethos del don se delinea en parte el problema de la "subjetividad" del hombre, que es un sujeto hecho a imagen y semejanza de Dios. En el relato de la creación (particularmente en el Gn 2,23-25), "la mujer" ciertamente no es sólo "un objeto" para el varón, aún permaneciendo ambos el uno frente a la otra en toda la plenitud de su objetividad de criaturas, como "hueso de mis huesos y carne de mi carne", como varón y mujer, ambos desnudos. Sólo la desnudez que hace "objeto" a la mujer para el hombre, o viceversa, es fuente de vergüenza. El hecho de que "no sentían vergüenza" quiere decir que la mujer no era un "objeto" para el varón, ni él para ella. La inocencia interior como "pureza de corazón", en cierto modo, hacía imposible que el uno fuese reducido de cualquier modo por el otro al nivel de puro objeto. Si "no sentían vergüenza" quiere decir que estaban unidos por la conciencia del don, tenían recíproca conciencia de sus cuerpos, en lo que se expresa la libertad del don y se manifiesta toda la riqueza interior de la persona como sujeto. Esta recíproca compenetración del "yo" de las personas humanas, del varón y de la mujer, parece excluir subjetivamente cualquiera "reducción a objeto". En esto se revela el perfil subjetivo de ese amor, del que se puede decir, sin embargo, que "es objetivo" hasta el fondo, en cuanto se nutre de la misma recíproca "objetividad" del don.

2. El hombre y la mujer, después del pecado original, perderán la gracia de la inocencia originaria. El descubrimiento del significado esponsalicio del cuerpo dejará de ser para ellos una simple realidad de la revelación y de la gracia. Sin embargo, este significado permanecerá como prenda dada al hombre por el ethos del don, inscrito en lo más profundo del corazón humano, como eco lejano de la inocencia originaria. De ese significado esponsalicio del cuerpo se formará el amor humano en su verdad interior y en su autenticidad subjetiva. Y el hombre —aunque a través del velo de la vergüenza— se descubrirá allí continuamente a sí mismo como custodio del misterio del sujeto, esto es, de la libertad del don, capaz de defenderla de cualquier reducción a posiciones de puro objeto.

3. Sin embargo, por ahora, nos encontramos ante los umbrales de la historia terrena del hombre. El varón y la mujer no los han atravesado todavía hacia la ciencia del bien y del mal. Están inmersos en el misterio mismo de la creación, y la profundidad de este misterio escondido en su corazón es la inocencia, la gracia, el amor y la justicia: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31). El hombre aparece en el mundo visible como la expresión más alta del don divino, porque lleva en sí la dimensión interior del don. Y con ella trae al mundo su particular semejanza con Dios, con la que transciende y domina también su "visibilidad" en el mundo, su corporeidad, su masculinidad o feminidad, su desnudez. Un reflejo de esta semejanza es también la conciencia primordial del significado esponsalicio del cuerpo, penetrada por el misterio de la inocencia originaria.

4. Así, en esta dimensión, se constituye un sacramento primordial, entendido como signo que transmite eficazmente en el mundo visible el misterio invisible escondido en Dios desde la eternidad. Y éste es el misterio de la verdad y del amor, el misterio de la vida divina, de la que el hombre participa realmente. En la historia del hombre, es la inocencia originaria la que inicia esta participación y es también fuente de la felicidad originaria. El sacramento, como signo visible, se constituye con el hombre, en cuanto "cuerpo", mediante su "visible" masculinidad y feminidad. En efecto, el cuerpo, y sólo él, es capaz de hacer visible lo que es invisible: lo espiritual y lo divino. Ha sido creado para transferir a la realidad visible del mundo el misterio escondido desde la eternidad en Dios, y ser así su signo.

64 5. Por lo tanto, en el hombre creado a imagen de Dios se ha revelado, en cierto sentido, la sacramentalidad misma de la creación, la sacramentalidad del mundo. Efectivamente, el hombre, mediante su corporeidad, su masculinidad y feminidad, se convierte en signo visible de la economía de la verdad y del amor, que tiene su fuente en Dios mismo y que ya fue revelada en el misterio de la creación. En este amplio telón de fondo comprendemos plenamente las palabras que constituyen el sacramento del matrimonio, en el Génesis 2, 24 ("Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre; y se adherirá a su mujer; y vendrán a ser los dos una sola carne"). En este amplio telón de fondo comprendemos además, que las palabras del Génesis 2, 25 ("Estaban ambos desnudos, el hombre y su mujer, sin avergonzarse de ello"), a través de toda la profundidad de su significado antropológico, expresan el hecho de que juntamente con el hombre entró la santidad en el mundo visible, creado para él. El sacramento del mundo, y el sacramento del hombre en el mundo, proviene de la fuente divina de la santidad y simultáneamente está instituido para la santidad. La inocencia originaria, unida a la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo, es la misma santidad que permite al hombre expresarse profundamente con el propio cuerpo, y esto precisamente mediante el "don sincero" de sí mismo. La conciencia del don condiciona, en este caso, "el sacramento del cuerpo": el hombre se siente, en su cuerpo de varón o de mujer, sujeto de santidad.

6. Con esta conciencia del significado del propio cuerpo, el hombre, como varón y mujer, entra en el mundo como sujeto de verdad y de amor. Se puede decir que el Génesis 2, 23-25 relata como la primera fiesta de la humanidad en toda la plenitud originaria de la experiencia del significado esponsalicio del cuerpo: y es una fiesta de la humanidad, que trae origen de las fuentes divinas de la verdad y del amor en el misterio mismo de la creación. Y aunque, muy pronto, sobre esta fiesta originaria se extienda el horizonte del pecado y de la muerte (cf. Gén
Gn 3), sin embargo, ya desde el misterio de la creación sacamos una primera esperanza: es decir, que el fruto de la economía divina de la verdad y del amor, que fue revelada desde "el principio", no es la muerte, sino la vida, y no es tanto la destrucción del cuerpo del hombre creado "a imagen de Dios", cuanto más bien la "llamada a la gloria" (cf. Rom Rm 8,30).

Saludos

A la "Coral Fischer" y a la orquesta, sinfónica de Stuttgart les renuevo con. agrado mi cordial saludo de bienvenida a la Ciudad Eterna y al Vaticano. Doy las gracias al director y a todos los cantores Por el programa musical con el que habéis querido honrarme a mí y a todos los participantes en la audiencia. Vosotros concebís, no sólo este viaje a Roma, sino toda la múltiple y artística actividad de vuestro coro, dentro y fuera de vuestro país, como una contribución a la comprensión de los pueblos y a la paz en el mundo. La música y el canto coral son especialmente idóneos para unir a los hombres y hacer surgir una comunidad, aun por encima de diferencias lingüísticas y étnicas. Deseo de corazón un gran éxito a vuestro laudable esfuerzo y por ello pido para vosotros la protección y la bendición de Dios.


En nombre de todos los presentes saludo también muy cordialmente a los grupos de jóvenes enfermos de Insbruck; junto con quienes están a su cuidado. Vuestra presencia me resulta especialmente grata, ya que vosotros, con la cruz de vuestro sufrimiento, estáis unidos a Cristo de un modo singular. Mientras que vosotros aceptéis y soportéis vuestra enfermedad a ejemplo y con la fuerza de Cristo sufriente, la enfermedad será para vosotros mismos y para la Iglesia una preciosa fuente de consuelo, de purificación y de fortaleza en lo más profundo del ser humano. Que sea esto lo que Dios os conceda con su gracia y por medio de mi bendición apostólica.


Un saludo especial deseo reservar al grupo de voluntarios italianos y europeos del Movimiento de Focolarinos que han venido a la audiencia desde el Centro Mariápolis de Rocca di Papa, donde se han reunido para su congreso anual en el que han meditado sobre el tema "La caridad como ideal".

Queridísimos: Estoy contento de veros tan numerosos y entusiastas, y os deseo que llevéis a todas partes el fuego y el ideal de la caridad con alegría santa y serena. El mismo Jesús hizo de la caridad el imperativo categórico de todo cristiano: "Un precepto nuevo os doy: que os améis los unos a los otros; como yo os he amado, así también amaos mutuamente" (Jn 13,34).

La caridad debe ser de verdad el ideal del cristiano siempre, pero especialmente en nuestra sociedad moderna tan necesitada de bondad, comprensión, misericordia, paciencia, perdón, entrega. Vivid, pues, con gran alegría el ideal de la caridad. Os ayude también mi bendición especial.


Doy ahora mi bienvenida al curso-base para matrimonios animadores de la Pastoral familiar, organizado por la Acción Católica Italiana sobre el tema: “Novios y esposos en la comunidad”.

Queridísimos: Me complazco vivamente en vuestra voluntad de profundizar que sólo Jesucristo auténticamente conocido, amado, seguido testimoniado, es la salvación también de la familia y especialmente de los jóvenes que se preparan al matrimonio. Y os exhortó a colaborar generosamente con vuestros obispos y párrocos en la puesta en práctica de sus directrices y programas de actividades en los distintos campos de apostolado. Y os acompañe siempre mi bendición agradecida y afectuosa.



A los enfermos aquí presentes deseo dedicar un saludo muy particular. Queridísimos: Sabed que el Papa os está cercano. Sed fuertes en la fe y tened siempre ante los ojos a Jesús crucificado, conformándoos con El no sólo al soportar pacientemente el sufrimiento, sino también para comprender todo lo fecundo que éste puede ser para vosotros y los demás. Os deseo que podáis repetir también vosotros con San Pablo: "Ahora me alegro de mis padecimientos por vosotros y suplo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo por su cuerpo, que es la Iglesia" (Col 1,24).

65 Y mi bendición cordial sea prenda de la fortificante gracia divina sobre vosotros y vuestros seres queridos.

Dirijo finalmente un saludo afectuoso a los recién casados. Queridos míos: Como sabéis, el matrimonio que habéis contraído es algo tan grande que los antiguos Profetas y luego San Pablo han llegado hasta ver en él un signo de la unión entre Dios y su Pueblo. Os deseo, y lo pido al Señor, que estéis siempre a la altura de esta nobleza por medio de un amor indefectible, que se exprese como un don constante y recíproco en una total comunión de personas y sea fecundo de vida. Sólo a esta luz podréis también afrontar y superar las dificultades que nunca faltan, las cuales, lejos de atenuar vuestra entrega mutua, la afirmarán cada vez más, como dice el texto del Cantar de los Cantares: "No pueden aguas copiosas extinguir el amor, ni arrastrarlo los ríos" (
Ct 8,7). Así sea con la ayuda de la gracia de Dios que invoco abundantemente sobre vosotros; a la vez que os concedo mi bendición.

A los jóvenes


1. Queridísimos muchachos y jóvenes: Mi encuentro con vosotros tan deseado siempre, coincide con un día de gran recogimiento, con una llamada precisa a la necesidad de convertirnos, de mejorar, de subir hacia lo alto.

Con el rito austero de la imposición de la ceniza en nuestra cabeza de hombres mortales, hoy pronuncia la Iglesia palabras que levantan resonancias íntimas en el alma. Su voz majestuosa y amonestadora es la voz del mismo Dios: "Eres polvo y en polvo te convertirás". De hecho, esta ceniza es símbolo del valor relativo de todo lo terreno, de la precariedad extrema y fragilidad de la vida presente por sus límites, condicionamientos, contradicciones y dificultades. De aquí la exhortación maternal de la Iglesia a liberar el espíritu de toda forma de apego desordenado a las realidades de la tierra para poder mirar con confianza a la resurrección.

Sin embargo, vosotros sabéis bien, queridísimos muchachos y jóvenes, que el encuentro con Cristo resucitado debe prepararse con voluntad de crecimiento personal a lo largo de esta existencia nuestra en el tiempo, y también mediante la dedicación a una obra constructiva de elevación humana y animación cristiana del ambiente que nos rodea. Esta visión valiente y "comprometida" de la vida, que tanto se adecua a vuestra audacia generosa, incluye por tanto los conceptos de penitencia, notificación y renuncia que brotan del deseo firme de justicia y del amor intenso a Dios.

2. Penitencia es sinónimo de conversión y conversión quiere decir superación de cuanto contrasta con la dignidad de hijos de Dios, especialmente de las pasiones desenfrenadas que el Apóstol y Evangelista San Juan llama "concupiscencia de la carne, concupiscencia de los ojos y orgullo de la vida" (1Jn 2,16), fuerzas del mal siempre insidiosas y siempre al acecho, si bien se presentan a veces con aspecto lisonjero. Contra ellas se necesita la lucha permanente a que nos invita de modo particular el tiempo de Cuaresma que comienza hoy y tiene por finalidad el retorno sincero al Padre celestial infinitamente bueno y misericordioso.

3. Este retorno, fruto de un acto de amor, será tanto más expresivo y grato a El, cuanto más acompañado vaya del sacrificio de algo necesario y, sobre todo, de las cosas superfluas. A vuestra iniciativa se ofrece una gama vastísima de acciones, que van desde el cumplimiento asiduo y generoso de vuestro deber diario, a la aceptación humilde y gozosa de los contratiempos molestos que puedan presentarse a lo largo del día y a la renuncia de algo que sea muy agradable a fin de poder socorrer a quien está necesitado; pero sobre todo es agradabilísima al Señor la caridad del buen ejemplo exigido por el hecho de que pertenecemos a una familia de fe cuyos miembros son interdependientes y cada uno está necesitado de la ayuda y apoyó de todos los otros. El buen ejemplo no sólo actúa fuera, sino que va a lo hondo y construye en el otro el bien más precioso y efectivo que es el de la coherencia con la propia vocación cristiana.

4. Todas estas cosas son difíciles de ponerse en práctica; para nuestras fuerzas débiles se necesita un suplemento' de energía. ¿Dónde podremos encontrarlo? Recordemos las palabras del Divino Salvador: "Sin mí no podéis hacer nada" (Jn 15,5). Y a El debemos recurrir, pero ya sabéis que a Cristo se le encuentra en el diálogo personal de la oración y de modo particular en la realidad de los sacramentos. La Cuaresma es el tiempo más propicio para acudir a estas fuentes divinas de la vida sobrenatural; con el sacramento de la penitencia nos reconciliamos con Dios y con los hermanos; con la Eucaristía recibimos a Cristo que sostiene nuestra voluntad flaca y titubeante.

Al animaros a esta tarea de purificación y renovación, invoco sobre vuestros propósitos la ayuda del Espíritu Divino y de todo corazón imparto a vosotros y vuestras familias respectivas la bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS FIELES DE BRASIL CON OCASIÓN


DE LA CAMPAÑA DE FRATERNIDAD 1980




Queridísimos hermanos y hermanas de Brasil:

Os saludo cordialmente en Cristo Señor al inaugurarse otra Campaña de la Fraternidad en vuestro país. Enmarcada en el tema de la emigración e inspirada en el lema-pregunta "¿A dónde vas?", sobrentiende esta respuesta dolorosa que es un grito del alma: "No tenernos sitio".

66 Me viene a la mente el episodio del hombre paralítico junto a la piscina de Jerusalén. Jesús pasó, y al verlo le preguntó si quería ser curado; y aquél respondió: "No tengo a nadie", o no tengo un "hombre" que me ayude. Y Jesús le ayudó curándolo (cf. Jn ).

Cada año, al principio de la Cuaresma, el Papa acostumbra a enviar un mensaje a toda la Iglesia, como lo hace también hoy, exhortándola a preparar y vivir la Pascua como auténtica liberación. Y ello a través del desprendimiento del corazón "de las cosas materiales, del poder sobre los otros y de las sutilezas egoístas del dominio" (Mensaje a la Iglesia universal, Cuaresma de 1980), para atender y ayudar más a los hermanos que sufren y desean un "hombre" que les ayude a liberarse de los males que les .paralizan en la vida.

Sí, hay muchos hermanos nuestros "paralizados" en las orillas de la vida, que desean poder caminar como hombres por el camino de toda la humanidad que Dios deseó constituyera una sola familia; y como "rescatados por el Señor", por el camino de la Iglesia, comunidad de salvación. Como cristianos, al verlos y conocer su drama, debemos pensar si somos el hombre que les puede ayudar, o si tenemos medios para prestarles la ayuda que necesitan. Pero no basta ayudar dándoles lo superfluo e incluso lo que nos es necesario; hay que hacerlo con conversión del espíritu.

Convertirse es procurar estar dispuesto al encuentro con Dios y con los corazones en el amor al prójimo, a compartir bienes con los menos favorecidos, de nuestras sociedades, con aquellos que por motivos diversos no pueden seguir viviendo en su tierra y deben marcharse sin saber muchas veces a dónde:

Nosotros, hermanos y discípulos de Cristo, no podemos quedarnos indiferentes sin intentar ayudarles a encontrar "donde" se lleguen a sentir hermanos de todos los hombres, hijos de Dios y libres, con esa especial libertad para la que Cristo nos ha liberado (cf. Gál
Ga 5,1) y que es tan incompatible con el desamor.

Es muy acertado, por tanto, establecer relación entre la fraternidad a que se aspira en el mundo de la emigración y la Santísima Eucaristía, con vistas al X Congreso Eucarístico Nacional de Brasil. Pues la Eucaristía, en cuanto "Sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad" (cf. Sacrosanctum Concilium SC 47), es el centro propulsor del espíritu comunitario cristiano que suscitará distintas obras de amor fraterno, ayuda mutua, testimonio cristiano y acción evangelizadora.

A todos exhorto, pues, a responder generosamente a los llamamientos de la Campaña de la Fraternidad en esta Cuaresma; llamamiento a la conversión, a compartir los bienes, a ver en los otros hermanos y hermanas; a hijos como nosotros y "herederos de Dios y coherederos de Cristo" (cf. Rom Rm 8,17), Redentor del hombre, de todos los hombres con los que debemos construir la "civilización del amor". Y os bendigo de todo corazón en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.









ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON EL CLERO DE ROMA


Aula magna de la Pontificia Universidad Lateranense

Jueves 21 de febrero de 1980



Tras escuchar algunas intervenciones espontáneas de los sacerdotes presentes el Papa introdujo su discurso diciendo:

Yo he preparado y quiero leer un texto, pero después de haber escuchado todo lo que he escuchado, sobre todo estas tres últimas intervenciones no preestablecidas, no preparadas, diría que me siento en la posición justa: es decir, en la posición de quien quería aprender y que sobre todo quiere aprender. El discurso es siempre una forma diversa, la forma de quien habla y enseña. Es una forma debida al Pastor, al obispo y tal vez también fructuosa para los que escuchan. Ciertamente me doy cuenta que el tiempo nos apremia a cerrar las intervenciones, pero creo que tal vez sería más interesante que el diálogo continuase: podría aprender todavía más sobre esta realidad que se llama la Iglesia en Roma.

67 Siendo obispo desde hace más de veinte años estoy habituado a encontrarme a menudo con mis sacerdotes, a trabajar con ellos, a presidir también sus reuniones. Ha sido siempre mi estilo pastoral y ha sido siempre para mí una fuente inextinguible de experiencia y de una cierta seguridad en mi comportamiento de obispo. Deseo continuar aquí en Roma por este camino. Por ello espero que reuniones semejantes a la de hoy, y tal vez siempre mejores, se repitan en el futuro para llegar a un conocimiento más completo, a una colaboración mejor en el espíritu de la solidaridad y de la unidad tan necesarias a nuestro ministerio.

A continuación, Juan Pablo II leyó su discurso.



Queridos hermanos en el sacerdocio:

"A todos los amados de Dios, llamados santos, que estáis en Roma, la gracia y la paz con vosotros de parte de Dios, nuestro Padre y del Señor Jesucristo" (
Rm 1,7).

Con estas palabras de San Pablo os presento mi afectuoso y cordial saludo en el Señor al comienzo de este coloquio fraterno.

1. He deseado mucho este encuentro de hoy con vosotros. Pues empalmamos así con la tradición de encuentros análogos al comenzar la Cuaresma, tanto con los predicadores de los ejercicios espirituales, como con el clero romano; pero, al mismo tiempo, buscamos, además, una dimensión y un contexto un poco diverso de esas reuniones precedentes. Por esto, el lugar escogido es éste, el del Laterano, donde se encuentra la sede del Obispo de la diócesis de Roma y el obispado romano. Aquí está el centro de la diócesis, es decir, de la Iglesia particular que está en Roma.

Deseo, de manera especial, poner de relieve esta realidad. La Iglesia tiene su dimensión universal y simultáneamente local. "La diócesis —ha afirmado el Concilio Vaticano II— es una porción del Pueblo de Dios que se confía al obispo para ser apacentada con la cooperación de sus sacerdotes, de suerte que, adherida a su Pastor y reunida por él en el Espíritu Santo por medio del Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia particular, en la que se encuentra y opera verdaderamente la Iglesia de Cristo, que es una, santa, católica y apostólica" (Christus Dominus CD 11).

La Iglesia de Roma, precisamente porque es la Sede de San Pedro, tiene una importancia fundamental para la universalidad de la Iglesia, pero es, ante todo, la Iglesia de un "lugar": la Iglesia que está en Roma. Así la ha querido Cristo. Así la comenzó aquí San Pedro y así la han recibido en herencia todos sus Sucesores.

2. En realidad, no es la primera vez que subrayo, el hecho de sentirme sobre todo el Obispo de Roma y de estimar, por lo tanto, como mi primera obligación y deber el servicio a esta Iglesia. Puedo cumplir este deber —que en sí es muy amplio— gracias a la continua e incansable colaboración del cardenal Vicario, del arzobispo vicegerente, de los obispos auxiliares, todos los cuales trabajan conmigo en el servicio episcopal y comparten conmigo sistemáticamente el trabajo pastoral. Es sabido que la máxima parte de esta tarea grava sobre sus hombros, y por esto quiero expresarles hoy mi satisfacción sincera y mi vivo agradecimiento.

A un sector, sin embargo, trato, en cuanto es posible, de dar mi aportación personal: en las visitas a las parroquias. Pero también para esto los obispos de cada una de las zonas realizan una parte notable del trabajo: se puede afirmar que toda la preparación, larga y metódica, de la visita está confiada a su celo y esfuerzo. A mí me queda, en cierto modo, el acto final, la conclusión, que al mismo tiempo, es siempre una "síntesis". Dentro de los límites de mis diversas tareas, he tratado y trato de realizar visitas a las parroquias lo más frecuentemente posible. Gracias a ellas he adquirido una cierta orientación en este campo, antes casi totalmente desconocido para mí. Estoy aprendiendo a conocer Roma como la diócesis del Papa, como mi Iglesia; y en estos encuentros dominicales con las distintas comunidades del Pueblo de Dios y de la sociedad romana estoy palpando muy profundamente sus necesidades, sus ansias, sus esperanzas. En el primer año, esto es, hasta el final del mes de diciembre pasado, he visitado 18 parroquias, recuerdo las visitas a la Garbatella y al Testaccio; a San Basilio y a San Lucas; a San Clemente "ai Prati Fiscali", y a la Dolorosa en Villa Gordiani; a Spinaceto, a la Rústica, al Trullo, a la Virgen del Divino Amor, a los Doce Apóstoles. Este año he visitado ya la parroquia de la Inmaculada en el Tiburtino, la de la Virgen de Guadalupe, la de la Ascensión en el Quarticciolo, la de San Timoteo en Casalpalocco, y finalmente la de San Martín "ai Monti".

En estas visitas me he encontrado con los párrocos, con los sacerdotes que les ayudan en el ministerio, con los fieles: padres y madres, jóvenes, niños, enfermos, diversos grupos comprometidos, catequistas. Cada una de estas visitas me da siempre, en particular, una nueva ocasión para la colaboración directa con vosotros, sacerdotes de esta Iglesia "que está en Roma". Y sobre estas experiencias personales deseo basar nuestro encuentro de hoy, que no quiere ser una audiencia, sino un coloquio.

68 5. Deseo ante todo asegurar que, aunque estos fragmentos de tiempo que, con ocasión de las visitas a las parroquias romanas puedo dedicar a la colaboración inmediata con vosotros, sean objetiva y relativamente modestos, en proporción a las otras ocupaciones que tengo; sin embargo los considero totalmente esenciales y fundamentales para mi misión apostólica. La misión del obispo es la de presidir su Iglesia, ser su Pastor, con la ayuda de los sacerdotes como colaboradores directos de su ministerio. "Los obispos rigen, como vicarios y legados de Cristo, las Iglesias particulares que les han sido encomendadas" (Lumen gentium LG 27), ha proclamado el Concilio. Esta es la visión teológica del ministerio pastoral del obispo en la Iglesia. Los sacerdotes son el cumplimiento y los que completan ese sacerdocio que él posee en la plenitud pastoral —sólo Jesucristo lo posee en la plenitud ontológica— en relación a su Iglesia. Los sacerdotes son sus hijos en cuanto, mediante el sacramento del orden, él los engendra, en cierto sentido, a la vida del sacerdocio; son, después, sus hermanos en este sacerdocio. "Vobis sum episcopus, vobiscum sum sacerdos", os recordé, adaptando las palabras de San Agustín (cf. Sermo 340, 1: PL 38, 1483) en la Carta que dirigí a todos los sacerdotes de la Iglesia con ocasión del Jueves Santo del año pasado. Y cada visita, que realizo a una parroquia de la diócesis, me hace nuevamente consciente de esta verdad apostólica de la vida de la Iglesia y me une a vosotros cada vez más estrechamente en esta unidad del ministerio jerárquico, que constituimos en nuestra Iglesia, que está en Roma. Y cada visita me hace meditar aún más profundamente en las palabras del mismo San Agustín: "Neque enim episcopi propter nos sumus, sed propter eos quibus verbum et sacramentum dominicum ministramus", y también: "non propter nos, sed propter alios sumus" (Contra Cresconium Donatistam, II, 11: PL 43, 474).

4. El clero de Roma —como se ha hecho notar en varias relaciones— es muy diverso y está vinculado a distintos campos de trabajo apostólico. Sólo una parte se dedica a la pastoral parroquial, y en porcentaje pequeño. Los sacerdotes, seculares y religiosos, que residen actualmente en Roma son cerca de 5.280. Pero de éstos sólo hay 1.153 dedicados a la cura de almas en las parroquias. Habría que añadir a estos últimos los sacerdotes estudiantes que, además de frecuentar los Ateneos Pontificios, prestan cierta aportación a la pastoral parroquial. Por otra parte, la diócesis de Roma está estructurada en parroquias que, según la terminología adoptada por el prof, J. Majka en su libro titulado "Sociología de la parroquia", se llaman "parroquias gigantes": en Roma hay de éstas 47 que tienen de 15.000 a 20.000 fieles; 31 de 20.000 a 30.000 fieles; 14 de 30.000 a 40.000 fieles; 5 de más de 40.000 fieles.

No podemos olvidar, en esta breve pero necesaria panorámica sobre la situación diocesana, que hay 70 parroquias con locales impropios dedicados al culto, y cuyos fieles participan en la celebración de la Santa Misa y de los sacramentos en salas, almacenes, etc. Quince barrios romanos de nueva formación no tienen todavía lugar para el culto.

De estas pocas estadísticas aproximativas se deduce la gravedad de los problemas religiosos y pastorales de la diócesis. De hecho hay una objetiva desproporción entre la cantidad de los fieles y el número de los sacerdotes que se dedican al ministerio. Es precaria y deficiente no sólo la pastoral fundamental, sino también la especializada, a pesar de la disponibilidad ocasional de otros sacerdotes, la ayuda ofrecida por las religiosas y por los mismos laicos comprometidos. Al llegar aquí, quisiera dirigirme a los queridos hermanos sacerdotes religiosos, residentes en Roma. Son hoy casi 3.644. La diócesis espera mucho de ellos, de su generosidad, de su sentido eclesial, del ardor apostólico que los anima.

Se ha recordado hace poco, que en los primeros días del pasado mes de enero se ha celebrado, por iniciativa del Vicariato, el primer encuentro de los religiosos y religiosas de Roma sobre su presencia y su misión en la Urbe. Este congreso ha sido fecundo en indicaciones y propósitos. Deseo que los religiosos y religiosas de Roma, dentro del pleno respeto al carisma específico de los propios institutos, sepan insertarse en la pastoral de conjunto de esta diócesis, hacia la que se dirigen las miradas del mundo.

5. Al hablaros hoy, de corazón a corazón, sacerdotes de Roma, juzgo obligado expresaros mi más sincera gratitud y la más profunda admiración por el testimonio sacerdotal de generosidad, de compromiso, de pobreza, que os distingue. Vosotros debéis proclamar, vivir y hacer vivir el mensaje evangélico en una ciudad que tiene a sus espaldas, mejor aún, en su propia sangre, nada menos que 2.700 años de historia, entre las más complejas y prestigiosas; una ciudad, en la que se ha realizado de modo ejemplar el choque y el encuentro entre mundo clásico y cristianismo; una ciudad, que hoy es una auténtica megápolis, que en 1881, esto es, hace 100 años, tenía unos 274.000 habitantes, y hoy cuenta con diez veces más, esto es 2.900.000; una ciudad, en la que cada vez se manifiestan más agudas y explotan las tensiones y las contradicciones de la sociedad contemporánea, los problemas de la urbanización, de la inmigración, de la falta de casas suficientes, de la ocupación, del trabajo, de la violencia, del terrorismo armado.

El clero de Roma, llamado a afrontar pastoral y evangélicamente la enorme masa de problemas humanos y sociales, en gran parte no es homogéneo, ya que proviene de casi todas las regiones de Italia. Este fenómeno, que se manifiesta en la Urbe en grado quizá superior al de cualquier otra diócesis urbana del mundo, tiene ciertamente sus aspectos positivos: cada sacerdote lleva consigo la diversidad de las tradiciones, de las experiencias, de las escuelas de vida espiritual, de la pastoral. Todo esto no se puede negar; más aún, especialmente en Roma, semejante fenómeno es bueno. Pero comporta, al mismo tiempo, exigencias mayores por lo que respecta a la construcción y salvaguardia de la unidad, tan indispensable en la pastoral de esta ciudad. Es necesario emprender, con valentía y constancia, esfuerzos adecuados que lleven a esta unidad de orientación en la pastoral global; es necesario, en este campo, que se hace cada vez más delicado y problemático, estudiar juntos, reflexionar juntos, examinar juntos, trabajar juntos.

Uno de estos esfuerzos quiere ser precisamente este encuentro de hoy.

Esta unidad debe ser ante todo la respuesta concreta, personal de cada uno de nosotros a la oración de Jesús al Padre: "Ut unum sint" (cf. Jn Jn 17,11 Jn Jn 17,21 Jn Jn 17,22). Debe ser una respuesta, madurada en el amor mutuo, en relación a los diferentes problemas que se refieren al clero de Roma: problemas de carácter espiritual, cultural, pastoral, humano, económico. Debe ser una respuesta que haga superar ciertas tentaciones individualistas y nos abra en plena disponibilidad a los planes orgánicos indicados o preparados por el centro, y no nos ponga en una continua actitud de crítica o de polémica en relación con las orientaciones, que se dan indudablemente después de una meditada y larga reflexión.

Hermanos queridísimos: Conservad, en torno al obispo, la unidad del presbiterio, tanto más necesaria en una diócesis como la de Roma, llevada, por sus mismas estructuras sociológicas y culturales, a un tipo de pluralismo, a veces ambiguo.

"Qui autem deseruerit unitatem, violat caritatem: et quisquis violat caritatem, quodlibet magnum habeat, ipse nihil est", nos advierte San Agustín, el cual, citando el himno de San Pablo a la caridad (cf. 1Co 13,13 ss.), continúa: "Universa inutiliter habet, qui unum illud, quo universis utatur, non habet" (Sermo 88, 18, 21: PL 38; 550).

69 En medio de los profundos y continuos cambios en todos los campos, el clero siente necesidad de llevar el paso al ritmo vertiginoso de este tiempo: siente la necesidad de ponerse al día continuamente a fin de estar dispuesto y vigilante para saber interpretar los acontecimientos a la luz de la Palabra de Dios, esto es, en perspectiva cristiana.

Cada vez se siente más la urgencia, la necesidad, de una "formación permanente" espiritual y cultural del clero como también del laicado comprometido apostólicamente. Y debemos reconocer que Roma, con las riquezas culturales de sus Universidades y Ateneos Pontificios, podría plantear iniciativas realmente adecuadas. También en este campo será necesaria una cordial, mutua disponibilidad y colaboración.

6. Entre los deberes prioritarios que incumben al obispo, al presbiterio, a toda la Iglesia de Roma, está el de las vocaciones sacerdotales y religiosas. En la relación específica se ha subrayado mi preocupación constante por este problema, y lo agradezco. En el primer encuentro con el clero romano os abrí, con mucha sinceridad y franqueza, mi corazón y os pedí con invitación instante que os hicierais partícipes de esta solicitud mía. He vuelto frecuentemente sobre este tema, hasta hace sólo algunos días, hablando a los miembros del consejo y a los secretarios regionales reunidos en Roma para meditar juntos sobre los problemas concernientes a la "promoción vocacional", a cargo de la Conferencia Italiana de los Superiores Mayores. En esta ocasión me he dirigido idealmente a todos los sacerdotes y religiosos, que "viven serenamente, días tras día, por su vocación, fieles a los compromisos asumidos, humildes y ocultos constructores del Reino de Dios, que irradian en sus palabras, en su comportamiento, en su vida la alegría luminosa de la opción hecha. Estos religiosos y sacerdotes son precisamente los que, mediante su ejemplo, estimularán a mucho a acoger en su corazón el carisma de la vocación" (cf. L'Osservatore Romano, 17 de febrero de 1980, pág. 2).

La diócesis tiene dos seminarios: el romano mayor, que alberga al presente 85 alumnos, de los cuales 22 son romanos; y el romano menor, que alberga 13 alumnos internos, que constituyen la comunidad estable: además, 70 muchachos de las escuelas medias, inferiores y superiores, forman la comunidad vocacional: éstos se encuentran frecuentemente en el seminario. En torno a éstos hay otros 200 muchachos de las escuelas medias, con los cuales los miembros del seminario se encuentran en las parroquias o en el mismo seminario, para ayudarles a profundizar con seriedad en el estudio de su vocación.

De estos datos estadísticos surge la necesidad urgente de un "despertar de las vocaciones", de un esfuerzo consciente, constante, meditado, organizado, para que también —y especialmente—en este campo la diócesis de Roma sea fecunda y fértil; para que los seminarios diocesanos, ricos de gloriosas tradiciones de formación cultural y espiritual, se conviertan cada vez más en el reverbero de la vitalidad de nuestra Iglesia particular. La vitalidad y la madurez de una diócesis están en proporción con el número y la calidad de sus vocaciones sacerdotales y religiosas. En los últimos 15 años los sacerdotes diocesanos que han salido de los seminarios romanos han sido 122.

¿Será la diócesis de Roma tan generosa para dar todavía numerosos y santos sacerdotes para la construcción del Reino de Dios?

7. Las distintas visitas a las parroquias me han suministrado la posibilidad de comprobar cómo en estas comunidades trabajan grupos de laicos, comprometidos en el apostolado.

Los laicos descubren de nuevo la parroquia. Esta es una realidad consoladora, porque muestra cómo los fieles sienten la necesidad de un punto de referencia estable. Nada menos que 70 Asociaciones de carácter nacional están presentes, con variación de número, en las diversas parroquias; mientras resulta que existen cerca de 100 grupos locales comprometidos en el apostolado. A estos grupos que, en el ámbito de la fe cristiana, quieren dar un testimonio particular, o con la oración comunitaria, o mediante la escucha religiosa de la Palabra de Dios, o con el compromiso de caridad hacia los hermanos necesitados, va mi estímulo. Pero quisiera que en ninguna parroquia faltase el "grupo de los catequistas", compuesto por adultos —madres y padres de familia— y por jóvenes, seriamente preparados y generosamente disponibles para transmitir a los niños y a los muchachos la catequesis. "La comunidad parroquial debe seguir siendo la animadora de la catequesis y su lugar privilegiado... Quiérase o no, la parroquia sigue siendo una referencia importante para el pueblo cristiano, incluso para los no practicantes": esto he escrito en mi reciente Exhortación Apostólica sobre la catequesis en nuestro tiempo (Catechesi tradendae
CTR 67). En nuestras parroquias existen los elementos fundamentales de esas estructuras que hacen de ella una unidad misionera de evangelización y de catequesis. Aunque las estadísticas indiquen cómo el grado de penetración de la "masa" de ese amplio conjunto de los feligreses sea inferior a cuanto se podría desear, sin embargo es necesario no desanimarse y dedicar un gran esfuerzo al problema de la catequesis.

8. Y en este momento pienso, de modo particular, en los jóvenes, destinatarios privilegiados de mi solicitud apostólica de sacerdote, de Obispo y de Pastor de la Iglesia universal. Como habeis oído por la relación, en Roma, de los 2.900.000 habitantes, 500.000 son jóvenes de 15 a 30 años. Y de éstos, nada menos que 200.000 están esperando ocupación. Sus problemas humanos son graves. Más graves aún los espirituales. Se trata de su educación y maduración en la fe cristiana, de su preparación al matrimonio, de su inserción en la sociedad de los adultos, que a veces les ha desilusionado fuertemente. ¿Qué hará la Iglesia de Roma, que harán los sacerdotes de Roma para salir al paso, de manera adecuada y moderna, a los ideales, a las esperanzas religiosas, culturales, sociales de éstos jóvenes, en buena parte desilusionados de las ideologías y tentados de cambiar a la sociedad a cualquier precio y con cualquier medio, incluso con la 'violencia?

Me dirijo a los sacerdotes jóvenes de Roma para que consagren sus mejores energías al apostolado entre los jóvenes con generosidad, con entusiasmo, con constancia, sin dejarse desalentar por los ineludibles fracasos humanos. ¡Amad a los jóvenes! ¡Sabed escucharlos! ¡Sabed comprenderlos! Tienen tesoros ocultos e inagotables de generosidad y de entusiasmo! ¡Presentadles a Cristo, hombre-Dios, nuestro hermano! ¡Proclamadles el mensaje evangélico con todo el vigor y con todo el rigor de sus exigencias!

9. Queridos hermanos en el sacerdocio:

70 He escuchado con gran interés y atención cuanto vuestros representantes, en nombre vuestro, me han expuesto acerca de la situación del clero romano, de las parroquias, el programa diocesano orgánico, las vocaciones sacerdotales en Roma, la presencia de los religiosos y religiosas en la Urbe, la condición juvenil.

Por mi parte, he tratado de hacerme voz de vuestra misma voz, de vuestros pensamientos, de vuestros deseos, de vuestras esperanzas, pero en particular de vuestro compromiso de ser auténticos sacerdotes de Cristo en ésta Iglesia, que está en Roma.

Continuemos juntos nuestro camino de fe, de compromiso pastoral, fuertes con la potencia de Cristo, que se ha manifestado en su debilidad humana.

Hoy la Iglesia celebra la memoria de San Pedro Damián, el austero eremita de Fonte Avellana, llamado por Dios para insertarse en las dramáticas vicisitudes eclesiales del año 1000, en un período histórico difícil y peligroso. Escuchemos y hagamos nuestra su invitación a amar a la Iglesia unida por el vínculo de la caridad recíproca: "Ecclesia siquidem, Christi tanta caritatis invicem inter se compage connectitur, ut in pluribus una, et in singulis sit per mysterium tota... In omnibus sit una, et in singulis tota: nimirum in pluribus per fidei unitatem simplex, et in singulis per caritatis glutinem, diversaque dona carismatum multiplex; quia enim ex uno omnes" (Liber qui appellatur "Dominus vobiscum", 5: PL 145, 235)..

En la Iglesia de Dios, que está en Roma la diversidad de los carismas esté siempre cimentada en la caridad.

Nos proteja desde el cielo la Virgen, "Salus Populi Romani" y Madre de la Confianza.

Con mi bendición apostólica.








Discursos 1980 63