Discursos 1980 70


AL CONSEJO DIRECTIVO DE LA FEDERACIÓN NACIONAL


DEL CLERO ITALIANO


Viernes 22 de febrero de 1980



Hijos queridísimos:

Me da alegría dirigiros un saludó cordial al recibiros esta mañana en audiencia particular reservada a vosotros en cuanto miembros del consejo directivo de la Federación nacional del clero italiano. Mi saludo se propone llegar por medio de vuestras personas a todos los sacerdotes de la querida nación italiana, que se entregan al ministerio pastoral con dedicación admirable y en condiciones nada fáciles muchas veces.

Vuestra Asociación benemérita surgió precisamente para afrontar los problemas planteados por las condiciones en que se desarrolla hoy la actividad del clero italiano; y quiero aprovechar esta circunstancia para manifestar el agradecimiento debido a cuanto ha hecho vuestra Federación en estos años a fin de proporcionar ayuda conveniente a los hermanos sacerdotes en sus necesidades, tanto de orden espiritual como económico y social.

71 Deseo animaros a perseverar con nuevo tesón en esta obra fraterna de caridad que hace particularmente delicado y urgente el momento histórico actual. Deben considerarse dignos de gran atención los esfuerzos encaminados a garantizar a cada sacerdote cuanto puede serle necesario para vivir sobriamente, sí, pero también decorosamente, descargándoles de preocupaciones muy menudas que a veces son las que dan más desasosiego, derivadas de vicisitudes inesperadas en la vida, e infundiendo en ellos sentido de desprendimiento sosegado en el ejercicio de su ministerio.

Sin embargo, y más allá de estos cuidados de orden caritativo, vuestra preocupación principal debe seguir siendo la de hacer crecer en el clero los valores espirituales de solidaridad, comprensión mutua y emulación fraterna en la entrega a las exigencias de la propia vocación. Alimentar en los sacerdotes la conciencia de la unión profunda que el sacramento del orden ha establecido entre ellos, y trabajar para que se cree en cada diócesis un auténtico espíritu de familia dentro del presbiterio reunido en torno al obispo propio, es ésta la tarea, es ésta la misión que debe animar y guiar todo vuestro trabajo.

Confío a la Virgen Santa, Madre de Cristo y a título especial Madre de todo sacerdote, estos deseos míos, con la confianza de que Ella os obtendrá luz, generosidad y energía para proseguir, aun en medio de las dificultades que nunca faltan, vuestra obra tan importante y delicada.

Auspicio de estos dones celestes y prenda de mi amor es la bendición que ahora imparto de corazón a vosotros y a todos los sacerdotes que atiende vuestra Asociación.










A LAS REPRESENTANTES DE LOS LABORATORIOS FRINÉ


Sala Clementina

Viernes 22 de febrero de 1980



Me complazco en dar un cordial saludo de bienvenida a esta Audiencia a los numerosos miembros del grupo procedente de España y compuesto por las representantes de los Laboratorios Friné.

Os deseo, queridas hermanas e hijas, que este encuentro con el Papa constituya para vosotras no sólo un momento importante en vuestro viaje, sino el motivo de una reflexión interior. Una reflexión que os ayude a fortalecer esos valores espirituales y religiosos que dan a la propia existencia una orientación decidida hacia la rectitud y el bien, hacia el empeño en favor de los demás, hacia esa meta trascendente que nos aguarda y para la que hemos de vivir siempre.

Agradeciéndoos vuestra visita, pido a Dios que os aliente en vuestra vida cristiana y os doy a vosotras y a vuestros familiares la Bendición Apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN UN CURSO ORGANIZADO


POR EL INSTITUTO ECUMÉNICO DE BOSSEY


Sábado 23 de febrero de 1980



Mis queridos amigos de la escuela graduada del Instituto ecuménico di Bossey:

72 Habéis pasado estos últimos cinco meses en Bossey, cerca de Ginebra, en algo que debe haber sido una experiencia ecuménica profunda. Reflexionando juntos sobre el Reino de Dios y el futuro de la humanidad, os habéis acercado juntos al conocimiento y amor de Nuestro Señor Jesucristo, que constituyen el fundamento de todo intento ecuménico serio.

Confío en que al mismo tiempo habréis adquirido conocimiento y respete mayores de la variedad de tradiciones existentes entre los cristianos. Habéis alcanzado una persuasión nueva de la necesidad de esforzarse, con sinceridad y fidelidad a la verdad, por superar las diferencias que todavía impiden a los cristianos expresar plenamente la fe y la comunión que la voluntad del Señor quiere para ellos. Además, habréis llegado en la oración a una visión nueva de cómo precisamente la unidad cristiana perfecta es un don de la gracia de Dios, un don que se debe pedir humilde y perseverantemente en el nombre de Jesús.

Hoy me complazco mucho en acogeros en Roma donde estáis pasando la semana final de vuestro programa en contactos con los organismos, comunidades y facultades de la Iglesia católica aquí. Que estos contactos directos os ayuden a hacer más profunda vuestra comprensión auténtica de las instituciones y vida de la Iglesia católica.

Estad seguros de que mis oraciones os acompañarán cuando volváis a vuestras casas e Iglesias, resueltos a ser siervos más fieles del Señor e instrumentos de su paz y su justicia entre todos aquellos con quienes estéis en contacto en el futuro.

Y que el Espíritu Santo os ayude a crecer "en la gracia y en el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo. A El la gloria así ahora como en el día de la eternidad" (
2P 3 2P 18). Amén.








A LA REUNIÓN PLENARIA DEL CONSEJO


DE LA SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


Sábado 23 de febrero de 1980



Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos amigos:

I. Lleno de alegría me reúno esta mañana con vosotros en esta sala que contempló el desarrollo del primer Sínodo General, y en la que vosotros habéis tenido la amable atención de celebrar la última sesión de vuestro Consejo, lo cual me permite asociarme por un momento a vuestros trabajos.

El próximo Sínodo tiene por tema: “Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo”. Nuestra época requiere, efectivamente, que se ponga en claro, de un modo comprensible y adaptado, el significado permanente de esta institución definida con razón desde hace mucho tiempo como “la Iglesia doméstica”. La Secretaria del Sínodo ha recogido de todas partes las observaciones de las Conferencias Episcopales, la experiencia de los Pastores y el modo cómo el fermento evangélico actúa en situaciones muy diversas. A partir de ello, vosotros elaboráis el documento de trabajo que permitirá a los miembros del Sínodo una labor profunda y fructífera.

Debo, por tanto, en primer lugar agradeceros, miembros del Consejo de la Secretaria general del Sínodo, expertos y miembros de esta Secretaría, los servicios que prestáis a este organismo, que es una expresión privilegiada de la colegialidad episcopal, por medio de la cual los Pastores de las diócesis comparten con el Obispo de Roma la solicitud por todas las Iglesias.

73 II. No quiero referirme ahora a toda la riqueza de vuestras discusiones, ni detenerme a considerar todos los problemas que a vuestro juicio han de ser sometidos al próximo Sínodo.

Dicho Sínodo habrá de hacer, en primer lugar, una descripción de la situación de las familias y de los diversos problemas que ésta plantea. Es necesario, efectivamente, comenzar por un análisis detenido del modo según el cual se viven hoy las realidades familiares, analizando dentro de lo posible las causas y las líneas de evolución, de modo que la evangelización penetre verdaderamente este mundo.

Habrá que dedicar una parte importante a la teología, a la doctrina católica sobre la familia. Este Sínodo debe fortalecer realmente las convicciones de los cristianos. Sin duda se trata no tanto de hacer nuevamente una exposición sistemática de datos bien conocidos y establecidos —como si se partiese de cero, cuando la Iglesia lo vive desde hace 2.000 años—, cuanto de encontrar el lenguaje y las motivaciones profundas que ilustran la doctrina permanente de la Iglesia de modo que afecte, y en lo posible convenza, a los hombres de hoy en sus situaciones concretas; que les permita responder, por ejemplo, a ciertas tendencias que se propagan, como la de establecerse en una unión libre. El Sínodo no será un instrumento para responder a todos los problemas, pero tendrá que poner en claro lo que significa seguir a Cristo en este terreno, tendrá que proclamar los valores sin los cuales la sociedad se encierra ciegamente en una situación que no tiene salida, tendrá que ayudar a los cristianos y a los hombres de buena voluntad a formarse sobre estos puntos una conciencia clara y firme según los principios cristianos.

Finalmente y ante todo, el Sínodo se planteará de forma realista el modo de lograr que las familias recuperen o mantengan estos valores, los vivan y los irradien en torno suyo cada vez con más fuerza. Esta será la parte directamente pastoral del Sínodo.

III. Me contento con subrayar algunos aspectos que me parecen particularmente importantes.

1. Las consideraciones acerca de la familia cristiana no pueden estar separadas del matrimonio, pues la pareja constituye la primera forma de familia y conserva su valor, incluso cuando no hay hijos. Y aquí hay que llegar hasta el sentido profundo del matrimonio, que es la alianza y el amor; alianza y amor entre dos personas: hombre y mujer, signo de la alianza entre Cristo y su Iglesia, amor enraizado en la vida trinitaria. Por tanto las características de esta unión deben aparecer con toda claridad: la unidad del hogar, la fidelidad de la alianza y la permanencia del vínculo conyugal.

2. La familia ha de ser mirada como institución, no sólo en el sentido de que tiene su lugar y sus funciones en la sociedad y en la Iglesia, o de que debe gozar de garantías jurídicas para el cumplimiento de sus deberes, para poseer la estabilidad y el brillo que se espera de ella; sino también en el sentido de que en sí trasciende la voluntad de los individuos, los proyectos espontáneos de las parejas, y las decisiones de los organismos sociales y gubernamentales: el matrimonia es “una sabia institución del Creador para realizar en la humanidad su designio de amor” (Encíclica Humanae vitae, núm. 8). Será conveniente profundizar en este aspecto institucional, que lejos de ser una traba para el amor, es su culminación.

3. Será necesario prestar una particular atención a la preparación para el amor y el matrimonio, que es también necesariamente una preparación a la vida en familia y a las responsabilidades familiares. ¿Cómo asegurar hay esta preparación? Es éste un punta capital de la pastoral.

4. Las sacerdotes, por su parte, han de estar preparados y formados para el apostolado familiar, pues una parte primordial de su cometido consiste en sostener a los laicos en sus propias responsabilidades personales y sociales, ciertamente, pero sin olvidar las familiares. ¿Aprecian los sacerdotes, suficientemente este apostolado familiar? ¿Están al corriente de sus complejos problemas? Como Pastares, nosotros no tenemos que solucionar todos los problemas de los hogares, pero hemos de estar muy presentes en sus dificultades y sus alegrías, y estar en disposición de ayudarlos, como el Señor quiere.

5. Los laicos, evidentemente, han de tener también la posibilidad de hallar las condiciones para su formación doctrinal, espiritual y pedagógica para la vida conyugal, así como para sus responsabilidades como padres y madres de familia en lo que se refiere a todos los problemas de la educación de sus hijos adecuadamente a lo largo de su crecimiento. Es más, hay que poner en claro su relación de cara a todos los miembros de la familia, en un sentido amplio, entre los que debe existir una real solidaridad; de un modo especial para con los enfermos, los impedidos y los ancianos, los cuales esperan recibir un afecto y un apoyo particulares, a la vez que ellos aportan también una importante contribución gracias a su experiencia y a su amor.

La formación de los laicos es doblemente importante, pues les inicia en las verdaderos valores cristianos, y les permite dar testimonió de ellos, ya que en las actuales condiciones, la evangelización de las familias se llevará a cabo, sobre todo, a través de otras familias.

74 6. Finalmente no hemos de olvidar la solicitud pastoral que requieren los casos difíciles: el de los hogares que conocen la separación; el de los divorciados y vueltos a casar civilmente, que, aunque no pueden acceder plenamente a la vida sacramental, deben ser acompañados en sus necesidades espirituales y el apostolado que les es posible; el caso de los viudos y viudas; el caso de personas solas que tienen a su cargo niños, etc.

Estas pocas palabras, venerados hermanos y queridos amigos, os dejan entrever todo el interés que el Papa lleva a este Sínodo, y las grandes esperanzas que pone en él para la Iglesia. Dirijo mi más expresivas palabras de ánimo a aquellos a quienes toca ahora la tarea de realizar la última preparación. Pienso también en todas los futuras participantes que se preparan a la asamblea sinodal con la reflexión, y la ayuda de su pueblo cristiano. Todos hemos de rogar al Señor que ilumine los espíritus y que disponga los corazones, para que la experiencia del Sínodo traiga consigo un aumento de convicciones, de resoluciones y de ánimos encaminados a la santidad las familias. Confiamos esta obra a la intercesión de la Madre de Cristos, que es Madre de la Iglesia.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL CONSEJO GENERAL DE UNITALSI


Domingo 24 de febrero de 1980



Queridísimos hermanos y hermana

Deseo expresaros mi alegría y mi satisfacción por este encuentro con vosotros, miembros del consejo general de UNITALSI, reunidos estos días en Roma para examinar juntos los varios problemas de carácter espiritual, formativo, organizativo de vuestra benemérita Obra, que ha celebrado, el año pasado, el 75 aniversario de su fundación.

1. Este coloquio, tan esperado y deseado por vosotros, me da la feliz ocasión de expresaros a vosotros y a toda la gran familia de vuestra institución —a los enfermos, médicos, responsables, damas, camilleros, al personal de asistencia y a cuantos prestan su colaboración preciosa— toda mi admiración por el bien que habéis hecho en estos años.

Arraigados en la caridad evangélica, que llega a descubrir en cada uno de los hermanos enfermos o necesitados la imagen de Cristo paciente, los miembros de UNITALSI, con creciente y ferviente dinamismo, han continuado dedicando los propios cuidados y atenciones para asistir espiritual y materialmente a los enfermos, dándoles la posibilidad de ir a los más célebres santuarios, lugares sagrados de la piedad cristiana, para recibir allí los sacramentos, ofrecer los propios sufrimientos a Dios para bien de la Iglesia y de la humanidad y formar como un inmenso coro de plegaria intensa, hecha más pura y meritoria en el crisol del dolor, unidos y solidarios con la pasión de Jesucristo.

Precisamente para que los hermanos enfermos puedan tener la experiencia consoladora de estos momentos de alegría interior, deseo que los miembros de UNITALSI sepan dar continuamente, con generosidad y desinterés creciente, su tiempo, sus sacrificios, su paciencia, manifestando y buscando siempre la caridad (cf. 1Co 14,1).

2. ¿Quién podría, en este momento valorar o expresar sólo en cifras cuanto ha hecho en estos 75 años vuestra institución? Estoy seguro de que el contacto con el dolor humano, contemplado en una perspectiva cristiana de la vida, ha enriquecido ciertamente a los miembros de vuestra organización, abriéndoles nuevos horizontes de espiritualidad y de solidaridad cristiana con todos los hijos de Dios.

Por esto deseo que en UNITALSI estén presentes y operantes, de manera constante y generosa, los jóvenes, capaces de grandes ideales, de gran entrega, de grandes sacrificios.

Que los años futuros sean todavía más fecundos de bienes, de iniciativas adecuadas y adaptadas a las cambiantes condiciones sociales y, especialmente, sean todavía más intensos en disponibilidad para responder generosamente a las palabras de Jesús: "estaba enfermo y me visitasteis" (cf. Mt Mt 25,36), esto es, me habéis dado vuestro tiempo, vuestra alegría, vuestra bondad, vuestra sonrisa, vuestra comprensión.

75 Sobre vosotros aquí presentes, sobre todos los miembros de UNITALSI y sus familiares invoco, por la materna intercesión de la Virgen Inmaculada, la efusión de los favores celestes e imparto de corazón mi bendición apostólica.







: Marzo de 1980




AL FINAL DE LOS EJERCICIOS ESPIRITUALES EN EL VATICANO


Sábado 1 de marzo de 1980



Todos, queridísimos hermanos, sentirnos en este momento una necesidad: la de dar gracias sobre todo a nuestro Señor, que nos ha concedido la posibilidad de entrar en el silencio, en la soledad, aun cuando relativa, en la apertura hacia los dones del Espíritu Santo, y de entrar así, en comunión con El mismo y con nosotros. Por todo esto debemos dar gracias desde lo íntimo de nuestros corazones y lo queremos hacer ahora con las palabras de la oración, pero sobre todo con la voz interior, más elocuente que las palabras y los cantos, sobre todo en un momento como éste, cuando el espíritu está lleno. Esta es, pues, la necesidad que sentimos: dar gracias a Dios, el Señor, y también a la Virgen, puesto que nuestros ejercicios espirituales llegan a su fin en sábado, día dedicado siempre a Ella.

Queremos dar gracias por el ministerio de la palabra, que nos ha ofrecido nuestro hermano “don Lucas”; lo llamo así, para ser fiel no sólo a su vocación episcopal y curial, sino también a su vocación religiosa. Debemos retornar, como nos enseña el Concilio Vaticano II, al espíritu de los fundadores. Y Santo Domingo fundó una “Orden de Predicadores”; por esto la elección ha sido ciertamente providencial. Hemos tenido un predicador de los ejercicios, que es hermano nuestro y a la vez un predicador religioso de la Orden de Predicadores. Queremos dar gracias al Señor por este servicio de la palabra, que nos ha hecho nuestro predicador cuaresmal. Y, al dar gracias al Señor, también le damos las gracias a él, porque nos ha dado mucho, con su preparación y sus conferencias, cuatro veces al día.

Querernos darle las gracias, queridísimo don Lucas, sobre todo por la elección del tema principal de nuestros ejercicios. Una elección tan sencilla y a la vez tan actual y tan preciosa para cada uno de nosotros, porque todos los aquí presentes somos sacerdotes de Cristo y no podríamos encontrar tema más importante, tanto en sentido esencial corno existencial, que la palabra y el tema que usted ha elegido: “El sacerdocio”. Hay además otro motivo, ya que el tema del sacerdocio es tan importante para todos nosotros. Efectivamente, nosotros representamos aquí a la Curia Romana, es decir, a una comunidad de grandísima responsabilidad para la Iglesia universal. El futuro de la Iglesia está estrechamente unido con el sacerdocio, y el verdadero debate actual en el que está empeñada la Iglesia, especialmente en los países occidentales, es el del sacerdocio y su verdadero sentido.

Además, el futuro de la Iglesia depende de las vocaciones al sacerdocio. Por doquier, en todas partes del mundo, en cada país, en cada una de las Iglesias locales quizá el signo de la prueba, sin duda prueba providencial, que atraviesa la Iglesia en estos tiempos post-conciliares, es la prueba de las vocaciones. Usted ha terminado hablando de la alegría; pues bien, nos proporciona una gran alegría toda noticia que llega sobre el incremento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, sobre el despertar del Espíritu entre los jóvenes en algunos países y continentes; y así la Iglesia de la prueba divina, providencial, no cesa de ser también la Iglesia de la esperanza. Así, pues, le estamos agradecidos por la elección del tema de estos ejercicios. Le estamos agradecidos también por el método seguido para profundizar en el tema desde el punto de vista de los ejercicios, de acuerdo con las necesidades espirituales de los participantes. Usted nos ha mostrado sobre todo las dimensiones del sacerdocio: primero, esa dimensión divina de la relación entre Dios y el hombre; luego, la cristológica o cristocéntrica, el segundo día; después la dimensión eclesiológica, el tercer día, con la inolvidable conferencia sobre el sacerdocio de la Iglesia, y también la dimensión eclesiológica-humana —si se puede decir así— sobre la relación entre el sacerdote, los hombres y el Pueblo de Dios; y finalmente la dimensión interior, poniendo el acento hermosamente en la espiritualidad mariana del sacerdote. Y, al seguir estas dimensiones que son realmente aspectos esenciales y existenciales del sacerdocio de cada uno de nosotros, usted ha tratado de profundizar en los diversos temas, siguiendo siempre los criterios establecidos al comienzo, ya desde la primera conferencia introductoria; precisamente son éstos los criterios bíblicos y teológicos centrados siempre en la doctrina, en los textos del Concilio Vaticano II, que usted ha enriquecido siempre con el conocimiento de las fuentes, de la Biblia, de los Padres, de la teología, de Santo Tomás, pero también de la literatura contemporánea y no sólo de la literatura teológica, sino también, diría, de la laica y religiosa al mismo tiempo.

Debo decir que de este modo el conjunto de sus temas y predicaciones nos ha dado una visión muy rica, muy esmerada: hemos encontrado en sus conferencias un enriquecimiento personal, muchas luces para cada uno de nosotros, muchos acercamientos; era clara, muy clara la estructura de sus, conferencias, muy sencilla y muy profunda, y por esto debemos dar las gracias al Señor, debemos dar las gracias a su Espíritu, a su Madre, y también a usted, que ha sido un instrumento bien preparado, que ha hecho un buen trabajo espiritual; profundizando en el tema, ha podido salir al encuentro de nuestros espíritus, trabajar nuestras almas y se ha manifestado, en cada una de las Conferencias, como un Pastor y nos ha inculcado qué nuestra vocación es la de ser sacerdotes y Pastores aquí en la Curia. Así, si se puede resumir en pocas palabras el conjunto de sus conferencias, diría que nos ha hecho un verdadero bien. Estamos agradecidos. Estamos agradecidos a usted por el espíritu con que hablaba; pero nuestro agradecimiento, que se dirige en este momento al predicador, vuelve a nosotros mismos, a cada uno de nosotros; durante los ejercicios, durante esta semana, hemos sido predicadores silenciosos, una comunidad silenciosa; pero se trataba de un silencio lleno de contenidos. Esta plenitud la nota solamente el Espíritu Santo y cada uno de nosotros; era una plenitud de experiencia: experiencia de Cristo, experiencia de su sacerdocio y del nuestro, experiencia de los ejercicios espirituales. Esta experiencia debe permanecer para cada uno de nosotros como una fuente para todos los días, semanas y meses de nuestra vida, de nuestro ministerio, de nuestro servicio aquí en la Curia Romana. Debemos darnos las gracias mutuamente por el hecho de haber compuesto, de haber vivido la unidad orante en este silencio y debemos darnos las gracias mutuamente por las oraciones; el tiempo de los ejercicios espirituales es siempre tiempo de oración más intensa; hemos orado, ciertamente, hemos orado más abundantemente, más intensamente; hemos orado también los unos por los otros, porque en esta comunidad nos hemos hecho más hermanos.

Debemos permanecer así porque ésta es la palabra de nuestro Señor; debemos permanecer hermanos, más hermanos, en esa fraternidad que El nos ha enseñado, que ha enseñado a sus apóstoles, a sus discípulos; ha enseñado a todas las generaciones. Nuestra generación, pues, de discípulos, de sucesores de los Apóstoles, debe permanecer fraternalmente unida en torno a Cristo, a su Madre, a su Esposa mística que es la Iglesia, unida siempre esperando esa misión del Espíritu Santo que, manifestada una vez el día de Pentecostés, se renueva siempre en cada una de las épocas, en cada una de las generaciones. También nosotros debemos estar unidos, esperando ese soplo del Espíritu para manifestar su luz y su fuerza a la Iglesia, al mundo y a nuestra difícil, pero prometedora época de la historia. Acoged estas palabras, que he pronunciado ahora en nombre de todos nosotros, de esta comunidad silenciosa. Recordamos una frase que dijo, un hermano nuestro, el cardenal Ratzinger: “La Iglesia silenciosa debe recobrar su voz”. Y así, al final, queridísimo predicador nuestro don Lucas, la Iglesia silenciosa de la Curia Romana ha recobrado, ha vuelto a tomar la voz para darte las gracias y para dar las gracias, al mismo tiempo que a ti, a Dios omnipotente, a nuestro Señor Jesucristo, al Espíritu Santo, a la Virgen y a la Iglesia: para dar gracias de todo corazón. Amén.






A LOS ALUMNOS DE LAS ESCUELAS DE ROMA Y DEL LACIO


Sábado 1 de marzo de 1980



Queridísimos estudiantes:

76 Es para mí una verdadera alegría encontrarme hoy con vosotros, que me traéis el entusiasmo y la devoción de los estudiantes de las escuelas de Roma. En vosotros, que pertenecéis a las escuelas elementales y medias, inferiores y superiores, veo presentes también a los demás niños, muchachos y adolescentes, que frecuentan todos los institutos de esta ciudad y del Lacio. Vosotros sois hoy como los representantes de este gran mundo, y por esto os saludo con especial cordialidad. Mi saludo afectuoso se dirige a cada uno de vosotros y a cada uno de vuestros institutos, cuyo elenco acaba de ser leído; en particular quiero mencionar al más numeroso, al del Sagrado Corazón de María-Marymount, que celebra este año el 50 aniversario de su fundación.

Además me es grato expresar mi bienvenida a Alfredo Bataglia, el muchacho que ha sufrido por el reciente secuestro. Al asegurarle que he estado muy cerca de él con ansiedad, como cerca de todas las víctimas de secuestros, estoy contento de que ahora se encuentre entre nosotros.

Y a todos os doy las gracias por haber querido ofrecerme esta maravillosa prueba de afecto y veneración.

Pero también quiero dirigiros una palabra, exclusiva para vosotros, referente a vuestra condición de jóvenes estudiantes y cristianos.

Vuestra edad es la estación de la vida más propicia para sembrar y disponer el terreno en orden a futuras cosechas. Es un tiempo de preparación, de modo que cuanto más serio sea el empeño que pongáis en cumplir vuestros deberes, tanto más seguro y fecundo será mañana el ejercicio de las misiones que os estarán reservadas. Y hoy podéis ejercitar la seriedad de vuestro deber a varios niveles.

Ante todo en la escuela. Aplicaos, pues, al estudio con mucha intensidad; efectivamente, él favorece vuestra maduración personal. El contacto asiduo con las materias de vuestros programas escolares no puede menos de ser constructivo: no sólo porque os entrena en la disciplina de la inteligencia y de la voluntad, sino también porque os abre horizontes siempre nuevos sobre la amplitud del saber humano en sus múltiples manifestaciones, históricas, lingüísticas, matemáticas, filosóficas, técnicas, artísticas, etc. Recordad que, incluso entre los adultos, es grande el hombre que está siempre dispuesto a aprender, mientras que quien cree saber ya todo, en realidad sólo está lleno de sí, y por lo tanto vacío de los grandes valores que enriquecen de verdad la vida. Estudiad, pues, con el deseo de conocer siempre cosas nuevas, pero también con mucha humildad, porque sólo ésta puede manteneros continuamente abiertos y disponibles para adquisiciones siempre nuevas... En realidad sólo llega a nuevas metas quien sabe que todavía no ha llegado a conquistar lo que anhela y por esto emplea todas sus propias fuerzas en tender a la meta.

En segundo lugar, sé que dedicáis mucho tiempo a jugar. Pues bien, es preciso saber que el juego no es sólo un hecho de diversión y distracción, sino que, aun cuando no os dais cuenta de ello, es una ocasión importante de formación y de virtud. Efectivamente, también el día de mañana deberéis colaborar y aun mezclaros con otras personas, frente a problemas, situaciones, proyectos, que precisamente hacen la vida tan semejante a una partida que hay que jugar honestamente; concurren a ella el empleo sabio de las propias energías, un claro conocimiento del contexto general en que se está, insertos, la capacidad de adecuarse al ritmo de los otros, y un leal y generoso sentido de competición. He aquí por qué entre la escuela y el juego no puede haber solución de continuidad: ambos contribuyen a edificar vuestra personalidad, porque ambos tienen mucho que enseñar y juntos son expresión de una juventud que no es sólo exterior, sino también interior.

Pero hay todavía una tercera cosa que tiene mucho valor en vuestra edad: el apego a la familia, especialmente a los padres. Deseo que todos vosotros halléis en vuestras casas un ambiente de amor auténtico. Pero también deseo invitaros a establecer y mantener siempre con los padres una relación de grande y auténtico afecto; ellos son vuestros primeros amigos. En gran parte, vuestra vida de mañana depende de la armonía en que viváis hoy y del respeto que tengáis hacia quienes os han engendrado y educado. Ciertamente, podrá llegar el momento de la separación, y también por esto debéis entrenaros en un crecimiento personal responsable; pero no cortéis jamás vuestras raíces humanas y familiares, so pena de perder la lozanía o la sensibilidad.

Como veis, cuanto os he dicho hasta ahora se refiere a vuestra educación humana, que es cosa muy importante.

Pero hay otro componente decisivo de vuestra vida, y es el específicamente cristiano, que se injerta en vuestra humanidad y la hace florecer. Un auténtico cristiano, esto es, un santo, es siempre un hombre perfectamente realizado. Podría deciros muchos nombres, pero todos toman su grandeza de un nombre solo, que es el de Jesús de Nazaret, Hijo de Dios desde siempre, y que se ha convertido en nuestro Señor mediante su muerte y resurrección. Su vida, como bien sabéis, se gastó toda hasta el final en favor de los demás. Pues bien, a El debéis mirar, tenerle presente en vuestros pensamientos y afectos, seguirle cada día, porque sólo de El puede decir con plena verdad cada uno de vosotros junto con San Pablo: "Me amó y se entregó por mí" (
Ga 2,20). He aquí de donde sacar vuestra alegría más profunda, tal, que se convierta también en vuestra fuerza y, por lo tanto, en vuestro apoyo. Si, por desgracia, hubieseis de encontrar amarguras, padecer sufrimientos, experimentar incomprensiones e incluso caer en el pecado, enseguida vuestro pensamiento de fe se dirija a Aquel que os ama siempre y que, precisamente con su amor infinito como el de Dios, nos hace superar toda prueba, llena todos nuestros vacíos, borra todos nuestros pecados, y nos impulsa con entusiasmo hacia un camino nuevamente seguro y alegre. La vida en esta tierra a ningún hombre exceptúa de experiencias de este genero. Vuestras pequeñas penas de hoy pueden ser sólo una señal de mayores dificultades futuras. Pero la presencia de Jesús con nosotros, "siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20), es la garantía más exaltante y a la vez más realista de que no estamos solos, sino que Alguien camina con nosotros como aquel día con los dos discípulos de Emaús (cf. Lc Lc 24,13 ss.).

Tened vivo en vosotros y conservad siempre este sentido del joven del Evangelio, del que tienen tanta necesidad los hombres de hoy, y testimoniadlo en vuestro ambiente. Quisiera deciros que para no envejecer debemos agarrarnos tenazmente a Jesús y a su anuncio. Efectivamente, sólo el amor, que es el alma del Evangelio, nos permite ser siempre jóvenes. Vosotros conocéis los episodios de violencia de nuestros días; ¡cuántas muertes causan y cuántas lágrimas! Pues bien, quien produce la muerte no sólo es viejo, sino que ya está muerto por dentro. En efecto, la vida sólo nace del amor y por lo tanto de otra vida, o sea de una muerte afrontada amorosamente, como la de Jesús. Por esto, cultivad el amor más genuino hacia todos, siempre dispuestos a ayudar a quien está en necesidad, a perdonar a quien os ofende, y también a corregir o, al menos, a tener compasión de quien ejerce la violencia.

77 Sean éstos, queridos estudiantes, los compromisos esenciales de vuestra vida. Y puesto que, como sabéis, estamos viviendo el tiempo de Cuaresma, tratad de ponerlos en práctica desde ahora como preparación a la próxima Pascua. Vuestra alegría será tanto más auténtica, cuanto más haya pasado a través de la prueba, del sacrificio, del dominio de sí.

Por tanto, os deseo que sea así toda vuestra vida: esto es, un canto de alegría sabiendo que Jesús ha muerto por nuestro amor, y un canto de alegría por la belleza de nuestra inquebrantable comunión con El, que experimentamos también en los momentos más difíciles.

Y sabed siempre que el Papa os quiere. Por esto, os saludo una vez más, a todos vosotros y a vuestros profesores y padres. El Señor os acompañe siempre con su gracia, que invoco abundantemente sobre vosotros, mientras de corazón concedo a todos mi especial bendición apostólica.






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