Suma Teológica II-II Qu.163 a.2

ARTíCULO 2 ¿Consistió la soberbia del primer hombre en desear ser semejante a Dios?

Objeciones por las que parece que la soberbia del primer hombre no consistió en desear ser semejante a Dios.
Objeciones: 1. Nadie peca deseando lo que es conforme con su naturaleza. Pero la semejanza con Dios es connatural al hombre, pues en Gn 1,26 se dice: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. Luego no pecó buscando ser semejante a Dios.
2. Parece que el primer hombre buscaba la semejanza con Dios para poseer la ciencia del bien y del mal, porque esto fue lo que le sugirió la serpiente (Gn 3,5): Seréis como dioses, conocedores del bien y del mal. Pero el deseo de ciencia es natural al hombre, según dice el Filósofo en Metaphys.: Todos los hombres, por naturaleza, buscan saber. Luego no pecó por querer ser semejante a Dios.
3. Ningún sabio elige lo imposible. Ahora bien: el primer hombre estaba dotado de sabiduría, según aparece en Si 17,5: Los llenó de inteligencia.
Siendo cierto que todo pecado consiste en un deseo deliberado, que es la elección, parece que el primer hombre no pecó deseando algo imposible. Pero es imposible que el hombre sea semejante a Dios, según se dice en Ex 15,11: ¿Quién es semejante a ti, oh Dios, entre los dioses? Luego el primer hombre no pecó buscando la semejanza con Dios.
Contra esto: está el comentario que hace San Agustín sobre el Ps 68,5, y tengo que pagar lo que nunca tomé: Adán y Eva quisieron robar la divinidad y perdieron la felicidad.
Respondo: Existen dos formas de semejanza. Una es de igualdad absoluta, y esta semejanza con Dios no pudieron buscarla los primeros padres, porque a nadie se le ocurre pensar en ella, y menos a los sabios. Otra es la semejanza de imitación, que es posible en la criatura respecto de Dios, en cuanto que participa, en alguna medida, de la semejanza con El. A este propósito dice Dionisio en el IX De Div. Nom.: Una misma cosa es semejante a Dios y desemejante. Semejante por la imitación del ser divino; desemejante por la inferioridad del ser causado respecto de su causa. Ahora bien: todo bien que existe en las criaturas es una semejanza participada del primer bien. Por eso, al apetecer el hombre algún bien espiritual que lo supere, como ya dijimos (a. 1), desea la semejanza con Dios de un modo desordenado.
Pero hay que tener en cuenta que el apetito se dirige principalmente a algo que no se posee. Y el bien espiritual, en cuanto que la criatura racional participa de la semejanza divina, puede considerarse bajo tres aspectos. En primer lugar, en el ser y en la naturaleza, y tal semejanza fue impresa por Dios en el hombre, conforme a Gn 1,26-27: Hizo Dios al hombre a su imagen y semejanza, y en el ángel, del que se dice en Ez 28,12: Tú, sello de la semejanza. La segunda es la semejanza por el conocimiento. Esta la recibió también el ángel al ser creado.
Por eso, en el texto anterior, después de decir: Tú, sello de la semejanza, añade: lleno de sabiduría. La tercera es la semejanza en cuanto a la potencia operativa. Esta no la poseían ni el ángel ni el hombre, en acto, al principio de su creación, porque ambos tenían que hacer algo para llegar a la bienaventuranza.
Por eso, dado que ambos, el diablo y el primer hombre, desearon de un modo desordenado la semejanza con Dios, ninguno de ellos pecó al desear una semejanza de naturaleza. Pero el primer hombre pecó sobre todo al desear la semejanza con Dios en cuanto al conocimiento del bien y del mal, como la serpiente le sugirió, es decir, el poder determinar, con su propia naturaleza, lo que era bueno o malo que fuera a sucederles. En segundo lugar pecó deseando la semejanza con Dios en cuanto al mismo poder operativo, es decir, el poder según su propia naturaleza, obrar de modo que consiguiera la bienaventuranza.
Por eso dice San Agustín en XI Super Gen. Ad liti.: Entró en la mente de la mujer el deseo del poder propio. Pero el diablo pecó buscando la semejanza con Dios en cuanto a poder. A propósito de ello dice San Agustín, en De Vera Relig.: Prefirió disfrutar de su poder antes que del de Dios. Sin embargo, ambos quisieron equipararse a Dios en algo: ambos quisieron confiar en sus propias fuerzas despreciando el orden de la norma divina.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La objeción parte de la semejanza en naturaleza, con cuyo deseo el hombre no pecó, según dijimos (In corp.).
2. No es pecado apetecer la semejanza con Dios absolutamente hablando en cuanto a la ciencia. Pero sí lo es el desearla de un modo desordenado, es decir, por encima de lo conveniente. Por eso, al comentar el Ps 70,19, Oh Dios, ¿quién hay semejante a ti?, dice San Agustín: El que quiere ser Dios mediante sus propias fuerzas quiere ser semejante a Dios de un modo malo, como el diablo, que no quiso estar sometido a El, y el hombre, que no quiso obedecer sus mandatos.
3. La objeción parte de la semejanza como igualdad absoluta.

ARTíCULO 3 ¿Fue el pecado de los primeros padres más grave que los demás?

Objeciones por las que parece que el pecado de los primeros padres fue más grave que los demás.
Objeciones: 1. Dice San Agustín en XIV De Civ. Dei: Hubo gran iniquidad en el pecado, donde hubo tanta facilidad para no pecar. Ahora bien: los primeros padres tuvieron la máxima facilidad para no pecar porque no había dentro de ellos nada que los empujara al pecado. Luego su pecado fue más grave que los demás.
2. La pena es proporcionada a la culpa. Pero el pecado de los primeros padres fue castigado con la máxima gravedad, puesto que por él entró la muerte en este mundo, como dice el Apóstol en Rm 5,2. Por tanto, aquel pecado fue más grave que los demás.

3. Lo que es primero en cada género parece que es también lo más grande, como se dice en II Metaphys.. Ahora bien: el pecado de los primeros padres fue el primero de entre los pecados de los hombres. Luego fue el más grave.
Contra esto: está el testimonio de Orígenes: No creo que nadie que esté en el más alto grado de perfección caiga de él repentinamente, sino que debe descender de él de un modo paulatino. Pero los primeros padres estaban en un grado de perfección sumo. Luego su pecado no fue el mayor de todos.
Respondo: Podemos distinguir en el pecado una doble gravedad. Una por parte de la especie del pecado mismo; así decimos que el adulterio es un pecado más grave que la fornicación simple. Otra es la gravedad del pecado teniendo en cuenta las circunstancias de lugar, persona o tiempo. La primera es más esencial al pecado y hace que el pecado sea más grave que los otros.
Debemos decir, pues, que el pecado del primer hombre no fue más grave que todos los demás pecados humanos según la especie de pecado porque, si bien la soberbia destaca, de algún modo, sobre los demás, es mayor la soberbia por la que uno niega o blasfema de Dios que aquella por la que se desea de un modo desordenado la semejanza con El, cual fue la que cometieron los primeros padres, como queda dicho (a. 2). Pero según la condición de las personas que lo cometieron, aquel pecado revistió máxima gravedad, dada la perfección de su estado. Por eso debe decirse que aquel pecado fue gravísimo por las circunstancias, pero no absolutamente hablando.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La objeción parte de la gravedad del pecado por parte de la circunstancia del que lo comete.
2. La magnitud de la pena que siguió a ese primer pecado no corresponde a él según la cantidad de la propia especie, sino en cuanto que fue el primero, puesto que por él quedó interrumpida la inocencia del primer estado y la naturaleza humana quedó ya desordenada.
3. En las cosas ordenadas es preciso que la primera sea también la mayor. Pero este orden no se tiene en cuenta en los pecados; antes bien, uno sucede a otro de un modo accidental. Por eso no se sigue que el primer pecado sea el más grande.

ARTíCULO 4 ¿Fue el pecado de Adán más grave que el de Eva?

Objeciones por las que parece que el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
Objeciones: 1. En 1Tm 2,14 se dice que Adán no fue seducido, mientras que la mujer sí fue seducida a pecar. Conforme a eso, parece que el pecado de la mujer fue de ignorancia, mientras que el del varón fue de conocimiento. Pero este pecado es más grave, según se dice en Lc 12,47-48: El criado que conoce la voluntad de su amo y no la cumple será azotado más gravemente; el que no la conoce y deja de cumplirla será azotado menos. Por consiguiente, el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
2. Dice San Agustín, en De Decem Chordis: Si el varón es la cabeza, debe comportarse mejor y preceder a la esposa en todas las obras buenas, para que ella lo imite. Luego el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
3. El pecado contra el Espíritu Santo. parece ser gravísimo. Adán debió de pecar contra El, pues pecó pensando en la divina misericordia, es decir, con presunción. Luego el pecado de Adán fue más grave que el de Eva.
Contra esto: está el hecho de que la pena corresponde a la culpa. Pero la mujer fue castigada más duramente, como puede verse en Gn 3,16ss. Luego pecó más gravemente que el hombre.
Respondo: Como ya hicimos ver antes (a. 3), la gravedad del pecado se mide por la misma especie de pecado más que por la circunstancia de quien lo comete. Hay que decir, por tanto, que, si consideramos la condición de ambas personas, hombre y mujer, es más grave el pecado del varón porque era más perfecto que la mujer.
En cuanto al género de pecado, fueron iguales, porque ambos cometieron pecado de soberbia. Por eso dice San Agustín, en XI Super Gen. Ad litt., que la mujer pecó en sexo más débil, pero con un orgullo igual.
En cuanto a la especie de soberbia, en cambio, pecó más gravemente la mujer, por una triple razón. En primer lugar, porque su engreimiento fue mayor al creer que era cierto lo que le sugirió la serpiente, a saber: que Dios les había prohibido comer del árbol por miedo a que llegaran a ser como El. Por ello, al querer hacerse semejante a Dios comiendo del árbol prohibido, su soberbia fue tan grande que quiso obtener algo contra la voluntad de Dios. El varón, en cambio, no creyó que fuera verdad, por eso no pretendió conseguir la semejanza divina en contra de la voluntad de Dios, aunque cometió pecado de soberbia al querer conseguirla por sí mismo. En segundo lugar, porque la mujer no sólo pecó, sino que indujo a pecar al varón, con lo cual pecó contra Dios y contra el prójimo. En tercer lugar, porque el pecado del hombre fue menor porque consintió en él por benevolencia de amistad, que casi siempre hace que se ofenda a Dios para evitar que el hombre se convierta de amigo en enemigo, aunque no por eso carece de maldad, según declara manifiestamente la sentencia de Dios, como dice San Agustín en XI Super Gen. Ad litt.. Queda claro, pues, que el pecado de la mujer fue más grave que el del hombre.
A las objeciones:
Soluciones: 1. La seducción de la mujer siguió a su soberbia. Por tanto, tal ignorancia no la excusa, sino que agrava el pecado, en cuanto que, con la ignorancia, aumentó su soberbia.
2. La objeción parte de la circunstancia de la persona, por razón de la cual fue mayor el pecado del hombre.
3. El hombre no pensó en la misericordia divina, hasta el punto de despreciar la justicia divina, como hacen los pecados contra el Espíritu Santo, sino que, como dice San Agustín en XI Super Gen. Ad litt., sin conocer la severidad de Dios creyó que aquel pecado era venial, es decir, fácilmente perdonable.


CUESTIÓN 164 La pena del primer pecado

Nos toca ahora tratar de la pena del primer pecado. Sobre este punto se plantean dos problemas: 1. De la muerte, que es la pena común. 2. De otras penas particulares que se narran en el Génesis.

ARTíCULO 1 ¿Es la muerte la pena del pecado de los primeros padres?

Objeciones por las que parece que la muerte no es la pena del pecado de los primeros padres.
Objeciones: 1. Lo que es natural al hombre no puede decirse que sea pena de pecado, ya que éste no perfecciona la naturaleza, sino que la vicia. Ahora bien: la muerte es natural al hombre, puesto que su cuerpo se compone de elementos contrarios y, además, mortal es uno de los términos con que se define al hombre. Luego la muerte no es pena del pecado de los primeros padres.
2. La muerte, como otros defectos, se da tanto en el hombre como en los demás animales, según se dice en Qo 3,19: Una misma es la muerte del hombre y de los animales, y una misma la condición. Ahora bien: la muerte en los animales no es pena de pecado. Por tanto, tampoco lo es en los hombres.
3. El pecado de los primeros padres fue el de unas personas concretas. Sin embargo, la muerte acompaña a toda la naturaleza humana. Luego no parece que sea castigo por el pecado de los primeros padres.
4. Y además: todos, por igual, proceden de los primeros padres. Luego si la muerte fuera pena de su primer pecado, se seguiría que todos los hombres deberían padecer la muerte en iguales circunstancias, lo cual es claramente falso, ya que unos mueren antes que otros y unos con más dolor que otros. Por tanto, la muerte no es la pena del primer pecado.
5. El mal de pena procede de Dios, como ya vimos (I 19,1 ad 3; I 48,6). Pero la muerte no parece venir de Dios, pues se dice en Sg 1,13 que Dios no hizo la muerte. Luego ésta no es pena al primer pecado.
6. Más incluso: parece que las penas no son meritorias, ya que el mérito pertenece al género de bondad, mientras que la pena es mala. Ahora bien: la muerte es a veces meritoria, como aparece claramente en la muerte de los mártires. Por consiguiente, parece que la muerte no es una pena.

7. Más todavía: parece que la pena es aflictiva. Pero parece que la muerte no puede serlo, porque, cuando llega, el hombre no la siente, y cuando no llega, no se puede sentir. Luego no es pena de pecado.
8. Si la muerte fuera pena de pecado, hubiera tenido lugar inmediatamente después de éste. Pero eso no es cierto, porque los primeros padres vivieron mucho tiempo después del pecado, como se dice en Gn 4,25 Gn 5,4-5. Por tanto, no parece que la muerte sea pena de pecado.
Contra esto: está lo que dice el Apóstol en Rm 5,12: Por un hombre entró el pecado en este mundo y, con el pecado, la muerte.
Respondo: Si alguien, por su culpa, se ve privado de algún favor que se le ha hecho, la carencia de ese beneficio es una pena a su culpa. Ahora bien: como dijimos en la Primera Parte (I 95,1 I 97,1), al hombre, en su estado primitivo, se le concedió, por parte de Dios, el privilegio según el cual, mientras su mente estuviera sujeta a Dios, las potencias inferiores de su alma estarían sujetas a su mente racional y el cuerpo al alma. Pero, una vez que la mente humana, por el pecado, se apartó de la sujeción a Dios, la consecuencia fue que ni las fuerzas inferiores se sometieron totalmente a la razón, de lo cual se derivó una rebelión carnal tan grande del apetito contra la razón, ni tampoco el cuerpo quedó totalmente sujeto al alma, de donde se derivan la muerte y otros defectos corporales. En efecto, la vida y la integridad del cuerpo consiste en que esté sujeto al alma, como lo perfectible a la perfección. De ahí que, por el contrario, la muerte, la enfermedad y todos los otros defectos del cuerpo estén relacionados con la falta de sujeción del cuerpo al alma. Por eso es claro que, así como la rebelión del apetito carnal es un castigo al pecado de los primeros padres, también lo son la muerte y todos los males corporales.
A las objeciones:
Soluciones: 1. Es natural lo que está causado por los principios de la naturaleza. Y los principios naturales esenciales son la forma y la materia. La forma del hombre es el alma racional, la cual es esencialmente inmortal. Por tanto, la muerte no es natural al hombre por razón de su forma. En cuanto a la materia del hombre, es su cuerpo, que está compuesto de elementos contrarios entre sí, de lo cual se sigue el que sea naturalmente corruptible. Bajo este aspecto, la muerte es natural al hombre. Pero esta condición del cuerpo del hombre se sigue necesariamente de la materia, ya que era necesario que el cuerpo humano fuera un órgano del tacto y, por consiguiente, medio entre los elementos táctiles, lo cual no era posible a no ser que el cuerpo se compusiera de elementos opuestos, como dice claramente el Filósofo en II De Anima. No es, en cambio, condición para que el cuerpo se adapte al alma, porque, si fuera posible, dado que la forma era incorruptible, sería más conveniente que fuera también materia. Del mismo modo, hace falta que la sierra sea de hierro, por razón de su forma y acción, para que su dureza la haga apta para cortar. Pero el que sea oxidable se sigue necesariamente de esa materia, y no depende de la elección del agente: si el fabricante pudiera, haría la sierra de una materia inoxidable. De modo semejante, Dios, creador de los hombres, es omnipotente, y por su benevolencia anuló en el hombre, en el estado primitivo, la necesidad de morir, que era consecuencia de esa materia. Este privilegio, sin embargo, fue suprimido como consecuencia del pecado de los primeros padres. Así, pues, la muerte es natural por el estado de la materia y es un castigo por la pérdida del favor divino que preservaba de la muerte.
2. La semejanza entre el hombre y los demás animales se considera en cuanto a la condición de la materia, es decir, en cuanto que el cuerpo está compuesto de elementos opuestos, no por la forma, puesto que el alma humana es inmortal, mientras que no lo es la de los animales.
3. Los primeros padres fueron designados por Dios no sólo como personas particulares, sino como principios de toda la naturaleza humana, que debía transmitirse a sus descendientes con el privilegio divino de exención de la muerte. Por eso, a causa de su pecado, toda la naturaleza humana pasó a los descendientes sin ese privilegio y sujeta a la muerte.
4. Un defecto puede ser consecuencia del pecado de dos modos. En primer lugar, como pena señalada por el juez, en cuyo caso tal defecto ha de ser igual en todos aquellos en quienes el pecado es el mismo. Hay otro defecto que se sigue accidentalmente de la pena al mismo, como el que alguien, que se ha quedado ciego por su culpa, se caiga en el camino. Tal defecto no es proporcionado a la culpa ni es tenido en cuenta por el juez, porque no puede juzgar sobre acontecimientos casuales.
Así, pues, la pena impuesta por el primer pecado, proporcional a él, fue el retirar el favor divino por el cual se conservaban la rectitud y la integridad de la naturaleza humana. Y defectos que acompañaron a la desaparición de ese privilegio son la muerte y otras penalidades de la vida presente. Por ello no es necesario que estas penas sean iguales en aquellos a los que incluye por igual el primer pecado.
Pero, puesto que Dios conoce los acontecimientos futuros, por voluntad de la divina Providencia las penalidades se dan de diversos modos en las distintas personas: no por méritos anteriores a esta vida, como dijo Orígenes, pues esto va contra lo que se dice en Rm 9,11, sin haber hecho todavía nada bueno ni malo, y va también contra lo que dijimos en la Primera Parte (I 90,4 I 118,3), que el alma fue creada antes que el cuerpo, sino como castigo a los padres posteriores, en cuanto que el hijo es algo del padre, por lo cual los padres son frecuentemente castigados en sus hijos, o también para la salvación de aquel que está sujeto a tales penalidades, es decir, para que se aparte del pecado o para que no se ensoberbezca de las virtudes y sea coronado por la paciencia.
5. Podemos considerar la muerte bajo un doble aspecto. Primeramente, en cuanto que es un mal de la naturaleza humana. En este sentido no proviene de Dios, sino que es un defecto procedente de la culpa del hombre. En segundo lugar, podemos considerarla en cuanto que tiene algo de bueno, es decir, en cuanto que es una pena justa. En este sentido, sí procede de Dios. Por eso dice San Agustín, en sus Retract., que Dios no es autor de la muerte sino en cuanto que ésta es un castigo.
6. Como afirma San Agustín en XIII De Civ. Dei, del mismo modo que los injustos hacen mal uso no sólo de las cosas malas, sino también de las buenas, así los justos hacen buen uso no sólo de las buenas, sino también de las malas.

De aquí que los malos hagan mal uso de la ley, aunque ésta es una cosa buena, y los buenos mueran bien, aunque la muerte es un mal. Por tanto, la muerte es meritoria para los justos porque mueren bien.
7. Puede considerarse la muerte bajo un doble aspecto. En primer lugar, como privación de la vida. Tomada así, no se puede sentir, puesto que es privación de los sentidos y de la vida. Por ello no es pena de sentido, sino de daño.
En segundo lugar puede considerarse la muerte en cuanto que designa la corrupción que termina en la privación ya dicha. Y de la corrupción, al igual que de la generación, podemos hablar en un doble sentido. Primeramente, como término de alteración, y así, en el mismo instante en que el hombre es privado de la vida, decimos que viene la muerte. También, en este sentido, es la muerte pena de sentido. En segundo lugar, puede considerarse la corrupción como equivalente a la alteración que la precede, del mismo modo que hablamos de generación cuando ésta ya se aproxima. En este sentido, la muerte puede ser aflictiva.
8. Como afirma San Agustín en su obra Super Gen. Ad litt., aunque los primeros padres vivieron, empezaron a morir el mismo día en que recibieron la ley de la muerte, con la que envejecieron.

ARTíCULO 2 ¿Están bien determinadas en la Sagrada Escritura las penas de los primeros padres?

Objeciones por las que parece que no están bien señaladas en la Sagrada Escritura las penas particulares de los primeros padres.
Objeciones: 1. No debe señalarse como pena de pecado algo que existiría también sin él.
Pero el dolor al dar a luz parece que se daría igualmente sin el pecado, puesto que la disposición del sexo femenino requiere que la prole no pueda nacer sin el dolor de la madre. Del mismo modo, la sujeción de la mujer al marido se sigue de la perfección del sexo viril y la imperfección del sexo femenino. En cuanto al nacimiento de espinas y abrojos, es algo natural a la tierra, que también se hubiera dado sin el pecado. Por tanto, estos inconvenientes no son castigo al primer pecado.
2. No parece que sea castigo de uno lo que pertenece a su dignidad. Ahora bien: la multiplicación de la maternidad es algo inherente a la dignidad de la mujer. Luego no debe considerarse como castigo contra la mujer.
3. La pena del pecado de los primeros padres se deriva a todos, como dijimos de la muerte (a. 1 ad 3). Pero no se multiplica la maternidad de todas las mujeres ni todos los hombres comen con el sudor de su frente. Luego no parece que estas cosas sean castigo al primer pecado.
4. El lugar del paraíso había sido hecho para el hombre. Pero en el orden natural no debe haber nada sin finalidad. Luego no parece que fuera un castigo adecuado el ser echado del paraíso.

5. Se dice que el lugar del paraíso terrenal era inaccesible. Luego fue inútil poner otros obstáculos para impedir que el hombre volviera a él: querubines, espadas de fuego… (Gn 3,24).
6. Más incluso: el hombre sintió la necesidad de morir inmediatamente después de pecar, siendo imposible su restauración ni siquiera por el árbol de la vida.
Por ello parece inútil el prohibirles el uso del mismo, como aparece en Gn 3,22: Cuidado, no vaya a comer del árbol de la vida y viva eternamente.
7.. Más todavía: insultar a un pobre parece poco acorde con la misericordia y la clemencia, que se atribuye a Dios de un modo especial en la Escritura, según aparece en el Ps 144,9: Su misericordia supera a todas sus obras. Luego parece inapropiado decir que Dios insultó a los primeros padres, ya reducidos a la miseria por el pecado, cuando dice (Gn 3,22): Mirad a Adán como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal.
8. El vestido y el alimento son necesarios al hombre, según aparece en 1Tm 6,8: En teniendo con qué alimentarnos y con qué cubrirnos, estemos con esto contentos. Luego, al igual que se dio alimento a los primeros padres antes del pecado, debió dárseles también ropa. Por tanto, no parece correcto el hecho de que, después del pecado, Dios les fabricó túnicas de pieles (Gn 3,21).
9. La pena que se impone a uno por el pecado ha de ser mayor que la ventaja que ha obtenido del pecado; de lo contrario, nadie se arredraría ante el pecado.
Pero los primeros padres, por el pecado, consiguieron que se abrieran sus ojos, como se dice en Gn 3,7, un bien superior a todos los males que les fueron impuestos. Luego no están bien determinadas las penas que siguieron al pecado de los primeros padres.
Contra esto: está el hecho de que tales penas fueron impuestas por Dios, el cual hace todas las cosas bien en número, peso y medida, como se dice en Sg 11,21.
Respondo: Como ya quedó expuesto antes (a. 1), los primeros padres, por el pecado, quedaron privados del favor divino por el que se conservaba en ellos la integridad de la naturaleza humana, y que, una vez retirado, dio lugar a que la naturaleza humana quedara sujeta a diversos efectos penales. En primer lugar, la privación de todo lo inherente al primitivo estado de integridad, es decir, del paraíso terrenal, lo cual se indica en Gn 3,23: Dios los echó del paraíso del placer. Y puesto que no podría volver por sí mismo a aquel estado de inocencia primitiva, le opuso los impedimentos adecuados para que no volviera a las cosas que acompañaban a dicho estado. Por parte del alimento, para que no comieran del árbol de la vida; por parte del lugar, puso Dios delante del paraíso un querubín con una espada de fuego.
En segundo lugar, fueron castigados también con el hecho de aplicarles todas las características propias de la naturaleza privada de tan gran don divino, relativas tanto al cuerpo como al alma. En cuanto al cuerpo, al cual pertenece la diferencia de sexo, se le impuso un castigo a la mujer y otro al varón. A la mujer se le impuso la pena en dos aspectos que la unen al varón: generación de los hijos y los cuidados de la vida doméstica. En la generación de los hijos fue castigada de un doble modo. En primer lugar, en cuanto a las fatigas que tiene que soportar llevando la prole concebida (Gn 3,16): Multiplicaré tus amarguras y concepciones, y en cuanto al dolor que sufre al dar a luz: darás a luz con dolor. En la vida doméstica fue castigada mediante la sujeción al marido: estarás sometida al varón. Y del mismo modo que es propio de la mujer el someterse al marido en lo que se refiere a la vida doméstica, también el varón tiene que procurar lo necesario para la vida. En esto es castigado de tres modos. Primeramente, con la esterilidad de la tierra, al decírsele (Gn 3,17): Maldita sea la tierra en la que trabajas. En segundo lugar, mediante la intensidad del trabajo, sin el cual no saca fruto de la tierra (Gn 3,17): Comerás de tu trabajo todos los días de tu vida. Y en tercer lugar, en los obstáculos que encontrarán los que cultiven la tierra (Gn 3,18): Te dará espinas y abrojos.
También se señala su castigo por parte del alma. Primero con la confusión procedente de la rebelión de la carne contra el espíritu. Por eso dice (Gn 3,19): Se abrieron los ojos de ambos y vieron que estaban desnudos. En segundo lugar, con el remordimiento de la propia culpa (Gn 3,21): He aquí a Adán como uno de nosotros. Y en tercer lugar con la aprehensión de la muerte futura: Eres polvo y volverás al polvo. A lo cual se añade: Dios les hizo unas túnicas de piel, como signo de su mortalidad.
A las objeciones:
Soluciones: 1. En el estado de inocencia el parto hubiera tenido lugar sin dolor, pues dice San Agustín en XIV De Civ: Dei: Al acercarse los días de dar a luz no aparecería el dolor, sino que, movidas por el feto, las visceras maternales se dilatarían, así como habían llegado a la concepción no por fuerza de la pasión, sino por un acuerdo voluntario.
En cuanto a la sujeción de la mujer al marido, ha de entenderse que le fue impuesta como pena, no en cuanto al gobierno, porque también sin pecado el varón hubiera sido cabeza de la mujer, sino en cuanto que ésta tiene que obedecer al varón en contra de su voluntad.
También la tierra hubiera dado espinas y abrojos si el hombre no hubiera pecado; pero como alimento para los animales y no como castigo para el hombre, porque del nacimiento de ellos no se hubiera originado ningún trabajo ni dolor para el hombre que la trabajara, como dice San Agustín en Super Gen. Ad litt.. Alcuino dice que, antes del pecado, la tierra no daba espinas y abrojos. Pero es más aceptable la opinión de San Agustín.
2. La multiplicación de los hijos se toma como castigo para la mujer, no en cuanto a la misma procreación de los hijos, que hubiera existido también sin el pecado, sino por el cúmulo de aflicciones que se siguen, para la mujer, del hecho de llevar al feto concebido. Por eso se añade: Multiplicaré tus amarguras e hijos.
3. Esas penas se dan, en alguna medida, en todos, puesto que toda mujer que concibe debe padecer aflicciones y dar a luz con color, excepto la Bienaventurada Virgen, que concibió sin corrupción y parió sin dolor, dado que su concepción no siguió las leyes de la naturaleza derivada de los primeros padres. Y si alguna no concibe y pare, padece el defecto de la esterilidad, que es más aflictivo que las penas anteriores.
Es necesario, de igual modo, que todo el que trabaja la tierra coma el pan con el sudor de su frente. Y los que no se dedican al cultivo de la tierra, se ocupan en otros trabajos, puesto que el hombre nace para trabajar, según se dice en Jb 5,7, y así comen el pan elaborado con el sudor de la frente de otros.
4. El lugar del paraíso terrenal, aunque no sirva al hombre para hacer uso de él, le sirve de enseñanza, al saber que fue privado de tal lugar por el pecado, y mediante las cosas que hay en él aprende lo que puede haber en el paraíso celestial, cuya entrada es preparada al hombre por Cristo.
5. Sin prejuzgar de los misterios de carácter espiritual, parece que ese lugar era inaccesible sobre todo por el ardor del sol en los lugares intermedios, dada la cercanía de éste. Ello se simboliza por la espada de fuego, que es giratoria para producir tal intensidad de calor. Y puesto que el movimiento de las criaturas está regido por los ángeles, como dice San Agustín en III De Trin., se añade a dicha espada un querubín, que vigilara el camino hacia el árbol de la vida. Por eso dice San Agustín en XI Super Gen. Ad litt.: Hay que creer que esto se hizo por medio de las potestades celestes también en el paraíso visible, para que ejercieran una guardia permanente en orden a defender el paraíso con espadas de fuego.
6. Aunque el hombre hubiera comido del árbol de la vida después del pecado, no habría recuperado la inmortalidad; pero podría haber prolongado más su vida con aquel alimento. Por eso, en la expresión viva eternamente hay que entender eterno como duradero. Pero no convenía al hombre estar más tiempo en la miseria de esta vida.
7. Como afirma San Agustín en XI Super Gen. Ad litt., las palabras de Dios significan no tanto un insulto contra los primeros padres como un toque de alerta contra nuestra soberbia, para que nos demos cuenta de que Adán no sólo no consiguió lo que buscaba, sino que perdió lo que poseía.
8. El vestido es necesario al hombre para la vida presente por dos motivos. Primeramente, para defenderse de los agentes externos, como son el calor y el frío. En segundo lugar, para cubrir la torpeza de los miembros en los que se manifiesta principalmente la rebelión de la carne contra el espíritu. Estos dos elementos no existían en el estado primitivo. En él, el cuerpo humano no podría sufrir lesión de ningún agente externo, como dijimos en la Primera Parte (I 97,2), ni tampoco había en el cuerpo humano ninguna torpeza corporal que le produjera rubor. Por eso se dice en Gn 2,25: Estaban desnudos Adán y su mujer y no sentían pudor.
En cuanto a la necesidad de alimento, es de otra naturaleza, porque éste es necesario para conservar el calor natural y para favorecer el aumento del cuerpo.
9. Como dice San Agustín en XI Super Gen. Ad litt., no parece creíble que los primeros padres fueran creados con los ojos cerrados, sobre todo teniendo en cuenta que de la mujer se dice que vio el árbol, que parecía bello y bueno para comer. Por eso se abrieron los ojos de ambos para intuir y pensar sobre algo que no habían advertido antes, es decir, para sentir la mutua concupiscencia, que antes no habían experimentado.


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