Audiencias 2000 69

69 Dejemos que nuestro anhelo de la vida divina ofrecida en Cristo se exprese con las emotivas palabras de un gran teólogo de la Iglesia armenia, Gregorio de Narek (siglo X): "Tengo siempre nostalgia del Donante, no de sus dones. No aspiro a la gloria; lo que quiero es abrazar al Glorificado (...). No busco el descanso; lo que pido, suplicante, es ver el rostro de Aquel que da el descanso. Lo que ansío no es el banquete nupcial, sino estar con el Esposo" (Oración XII).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes de Valencia que celebran sus bodas de oro de ordenación, así como a los demás grupos venidos de España, México, Honduras, Perú, Chile y Argentina. En este Año jubilar os animo a todos a profundizar la relación con Cristo, siempre presente en la Eucaristía, fuente del compromiso para vivir con su mismo amor todas las actitudes y comportamientos de nuestra existencia.


Me dirijo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, recordando que hoy es la fiesta litúrgica de san Lucas evangelista. Queridos jóvenes, que san Lucas os ayude a meditar diariamente el Evangelio, para llegar a ser auténticos discípulos de Jesús. Que el Evangelista de la misericordia os estimule a vosotros, queridos enfermos, a sufrir con paciencia cualquier enfermedad; y a vosotros, queridos recién casados, que san Lucas os indique siempre como modelo la Sagrada Familia de Nazaret.



Miércoles 25 de octubre 2000

La Eucaristía abre al futuro de Dios

1. "En la liturgia terrena pregustamos y participamos en la liturgia celeste" (Sacrosanctum Concilium SC 8 cf. Gaudium et spes GS 38). Estas palabras tan claras y esenciales del concilio Vaticano II nos presentan una dimensión fundamental de la Eucaristía: es "futurae gloriae pignus", prenda de la gloria futura, según una hermosa expresión de la tradición cristiana (cf. Sacrosanctum Concilium SC 47). "Este sacramento -afirma santo Tomás de Aquino- no nos introduce inmediatamente en la gloria, pero nos da la fuerza para llegar a la gloria y por eso se le llama "viático"" (Summa Theol., III 79,2, ad 1). La comunión con Cristo que vivimos ahora mientras somos peregrinos y caminantes por las sendas de la historia anticipa el encuentro supremo del día en que "seremos semejantes a él, porque lo veremos tal cual es" (1Jn 3,2). Elías, que, caminando por el desierto, se sienta sin fuerzas bajo una retama y es fortalecido por un pan misterioso hasta llegar a la cumbre del encuentro con Dios (cf. 1R 19,1-8) es un símbolo tradicional del itinerario de los fieles, que en el pan eucarístico encuentran la fuerza para caminar hacia la meta luminosa de la ciudad santa.

2. También este es el sentido profundo del maná dado por Dios en las estepas del Sinaí, "pan de los ángeles", que podía brindar todas las delicias y satisfacer todos los gustos, manifestación de la dulzura de Dios para con sus hijos (cf. Sb Sg 16,20-21). Cristo mismo pondrá de relieve este significado espiritual del evento del Éxodo. Es él quien nos hace gustar en la Eucaristía el doble sabor de pan del peregrino y de alimento de la plenitud mesiánica en la eternidad (cf. Is 25,6). Utilizando una expresión dedicada a la liturgia sabática judía, la Eucaristía es "gustar la eternidad en el tiempo" (A. J. Heschel). Como Cristo vivió en la carne permaneciendo en la gloria de Hijo de Dios, así la Eucaristía es presencia divina y trascendente, comunión con lo eterno, signo de la "compenetración de la ciudad terrena y la ciudad celeste" (Gaudium et spes, GS 40). Por su naturaleza, la Eucaristía, memorial de la Pascua de Cristo, introduce lo eterno y lo infinito en la historia humana.

3. Las palabras que Jesús pronuncia sobre el cáliz del vino en la última Cena (cf. Lc 22,20 1Co 11,25) ilustran este aspecto que abre la Eucaristía al futuro de Dios, aun dejándola anclada en la realidad presente. San Marcos y san Mateo evocan en esas mismas palabras la alianza en la sangre de los sacrificios del Sinaí (cf. Mc 14,24 Mt 26,28 Ex 24,8). San Lucas y san Pablo, por el contrario, revelan el cumplimiento de la "nueva alianza" anunciada por el profeta Jeremías: "He aquí que vienen días -oráculo de Yahveh- en que yo pactaré con la casa de Israel, y con la casa de Judá, una nueva alianza; no como la alianza que pacté con sus padres" (Jr 31,31-32). En efecto, Jesús declara. "Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre". "Nuevo", en lengua bíblico, indica generalmente progreso, perfección definitiva.

Son también san Lucas y san Pablo quienes subrayan que la Eucaristía es anticipación del horizonte de luz gloriosa propia del reino de Dios. Antes de la última Cena, Jesús declara: "Con ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré más hasta que halle su cumplimiento en el reino de Dios. Y, tomando el cáliz, dadas las gracias, dijo: Tomad esto y repartidlo entre vosotros; porque os digo que, a partir de este momento, no beberé del producto de la vid hasta que llegue el reino de Dios" (Lc 22,15-18). También san Pablo recuerda explícitamente que la cena eucarística está orientada hacia la última venida del Señor: "Cada vez que coméis este pan y bebéis este cáliz, anunciáis la muerte del Señor, hasta que venga" (1 Co 11, 26).

4. El cuarto evangelista, san Juan, destaca esta orientación de la Eucaristía hacia la plenitud del reino de Dios dentro del célebre discurso sobre el "pan de vida" que Jesús pronuncia en la sinagoga de Cafarnaúm. El símbolo que utiliza como punto de referencia bíblico es, como ya hemos mencionado, el del maná dado por Dios a Israel peregrino en el desierto. A propósito de la Eucaristía Jesús afirma solemnemente: "Si uno come de este pan, vivirá para siempre (...). El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día (...). Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron vuestros padres, y murieron; el que coma este pan vivirá para siempre" (Jn 6,51 Jn 6,54 Jn 6,58). La "vida eterna", en el lenguaje del cuarto evangelio, es la misma vida divina que rebasa las fronteras del tiempo. La Eucaristía, al ser comunión con Cristo, es también participación en la vida de Dios, que es eterna y vence la muerte. Por eso Jesús declara: "Esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo lo resucite el último día" (Jn 6,39-40).

70 5. Desde esta perspectiva, como decía sugestivamente un teólogo ruso, Sergej Bulgakov, "la liturgia es el cielo en la tierra". Por eso, en la carta apostólica Dies Domini, recogiendo palabras de Pablo VI, exhorté a los cristianos a no abandonar "este encuentro, este banquete que Cristo nos prepara con su amor. ¡Que la participación sea muy digna y festiva a la vez! Cristo, crucificado y glorificado, viene en medio de sus discípulos para conducirlos juntos a la renovación de su resurrección. Es la cumbre, aquí abajo, de la alianza de amor entre Dios y su pueblo: signo y fuente de alegría cristiana, preparación para la fiesta eterna" (n. 58; cf. Gaudete in Domino, conclusión).

Saludos

Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a las Hermanas Misioneras Catequistas de Cristo Rey, de Argentina. Saludo igualmente a los fieles de la diócesis española de Santander, así como a los grupos parroquiales venidos de España, México, República Dominicana y a los peregrinos de otros países latinoamericanos. Que vuestra participación en la Eucaristía sea muy digna y festiva, porque es el anticipo de la resurrección futura. Muchas gracias.

(En eslovaco)
En estos días se nos invita a reflexionar más en el compromiso misionero de la Iglesia y de cada uno de sus miembros. También vosotros estáis llamados a evangelizar en el ambiente en que vivís.

Os saludo ahora afectuosamente a vosotros, queridos jóvenes, queridos enfermos y queridos recién casados.
El sábado próximo, día 28 de octubre, se celebra el 42° aniversario de la elección a la cátedra de Pedro de mi venerado predecesor Juan XXIII, al que recientemente he tenido la alegría de proclamar beato. Ha pasado a la historia como el Papa de la bondad, el "Papa bueno".

Que su recuerdo os ayude a vosotros, queridos jóvenes, a ser testigos valientes de Cristo en la vida diaria; os sostenga a vosotros, queridos enfermos, en la confiada aceptación de la voluntad de Dios; y sea para vosotros, queridos recién casados, estímulo constante a construir una familia acogedora, abierta al don de la vida.



Noviembre 2000

Miércoles 8 de noviembre 2000

La Eucaristía, sacramento de unidad

71 1. "¡Sacramento de piedad, signo de unidad y vínculo de caridad!". Esta exclamación de san Agustín en su comentario al evangelio de san Juan (In Johannis Evangelium 26, 13) de alguna manera recoge y sintetiza las palabras que san Pablo dirigió a los Corintios y que acabamos de escuchar: "Porque el pan es uno, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan" (1Co 10,17). La Eucaristía es el sacramento y la fuente de la unidad eclesial. Es lo que ha afirmado desde el inicio la tradición cristiana, basándose precisamente en el signo del pan y del vino. Así, la Didaché, una obra escrita en los albores del cristianismo, afirma: "Como este fragmento estaba disperso por los montes y, reunido, se hizo uno, así sea reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino" (9, 4).

2. San Cipriano, obispo de Cartago, en el siglo III haciéndose eco de estas palabras, dice: "Los mismos sacrificios del Señor ponen de relieve la unidad de los cristianos fundada en la sólida e indivisible caridad. Dado que el Señor, cuando llama cuerpo suyo al pan compuesto por la unión de muchos granos de trigo, indica a nuestro pueblo reunido, que él sustenta; y cuando llama sangre suya al vino exprimido de muchos racimos y granos de uva reunidos, indica del mismo modo a nuestra comunidad compuesta por una multitud unida" (ep. adMagnum 6). Este simbolismo eucarístico aplicado a la unidad de la Iglesia aparece frecuentemente en los santos Padres y en los teólogos escolásticos. "El concilio de Trento, al resumir su doctrina, enseña que nuestro Salvador dejó en su Iglesia la Eucaristía "como un símbolo (...) de su unidad y de la caridad con la que quiso estuvieran íntimamente unidos entre sí todos los cristianos" y, por lo tanto, "símbolo de aquel único cuerpo del cual él es la cabeza"" (Pablo VI, Mysterium fidei, MF 23, Ench. Vat., 2, 424; cf. concilio de Trento, Decr. de SS. Eucharistia, proemio y c. 2). El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza con eficacia: "Los que reciben la Eucaristía se unen más íntimamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo cuerpo: la Iglesia" (CEC 1396).

3. Esta doctrina tradicional se halla sólidamente arraigada en la Escritura. San Pablo, en el pasaje ya citado de la primera carta a los Corintios, la desarrolla partiendo de un tema fundamental: el de la koinon|a, es decir, de la comunión que se instaura entre el fiel y Cristo en la Eucaristía. "El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión (koinon|a) con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es la comunión (koinon|a) con el cuerpo de Cristo?" (1Co 10,16). El evangelio de san Juan describe más precisamente esta comunión como una relación extraordinaria de "interioridad recíproca": "él en mí y yo en él". En efecto, Jesús declara en la sinagoga de Cafarnaúm: "El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él" (Jn 6,56).
Es un tema que Jesús subraya también en los discursos de la última Cena mediante el símbolo de la vid: el sarmiento sólo tiene vida y da fruto si está injertado en el tronco de la vid, de la que recibe la savia y la vitalidad (cf. Jn 15,1-7). De lo contrario, solamente es una rama seca, destinada al fuego: aut vitis aut ignis, "o la vid o el fuego", comenta de modo lapidario san Agustín (In Johannis Evangelium 81, 3). Aquí se describe una unidad, una comunión, que se realiza entre el fiel y Cristo presente en la Eucaristía, sobre la base de aquel principio que san Pablo formula así: "Los que comen de las víctimas participan del altar" (1Co 10,18).

4. Esta comunión-koinon|a, de tipo "vertical" porque se une al misterio divino engendra, al mismo tiempo, una comunión-koinon|a, que podríamos llamar "horizontal", o sea, eclesial, fraterna, capaz de unir con un vínculo de amor a todos los que participan en la misma mesa. "Porque el pan es uno -nos recuerda san Pablo-, somos un solo cuerpo, aun siendo muchos, pues todos participamos de ese único pan" (1Co 10,17). El discurso de la Eucaristía anticipa la gran reflexión eclesial que el Apóstol desarrollará en el capítulo 12 de esa misma carta, cuando hablará del cuerpo de Cristo en su unidad y multiplicidad. También la célebre descripción de la Iglesia de Jerusalén que hace san Lucas en los Hechos de los Apóstoles delinea esta unidad fraterna o koinon|a, relacionándola con la fracción del pan, es decir, con la celebración eucarística (cf. Ac 2,42). Es una comunión que se realiza de forma concreta en la historia: "Perseveraban en oír la enseñanza de los Apóstoles y en la comunión fraterna (koinon|a), en la fracción del pan y en la oración (...). Todos los que creían vivían unidos, teniendo todos sus bienes en común" (Ac 2,42-44).

5. Por eso, reniegan del significado profundo de la Eucaristía quienes la celebran sin tener en cuenta las exigencias de la caridad y de la comunión. San Pablo es severo con los Corintios porque su asamblea "no es comer la cena del Señor" (1Co 11,20) a causa de las divisiones, las injusticias y los egoísmos. En ese caso, la Eucaristía ya no es ágape, es decir, expresión y fuente de amor. Y quien participa indignamente, sin hacer que desemboque en la caridad fraterna, "come y bebe su propia condenación" (1Co 11,29). "Si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el santísimo Sacramento, llamado generalmente sacramento del amor" (Dominicae coenae, 5). La Eucaristía recuerda, hace presente y engendra esta caridad.

Así pues, acojamos la invitación del obispo y mártir san Ignacio, que exhortaba a los fieles de Filadelfia, en Asia menor, a la unidad: "Una sola es la carne de nuestro Señor Jesucristo y un solo cáliz para unirnos con su sangre; un solo altar, así como no hay más que un solo obispo" (ep. adPhiladelphenses, 4). Y con la liturgia, oremos a Dios Padre: "Que, fortalecidos con el cuerpo y la sangre de tu Hijo, y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu" (Plegaria eucarística III).

Saludos

Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos procedentes de España, México, Puerto Rico, Guatemala, Argentina y otros países latinoamericanos. Os invito a todos a renovar la fe y recibir con gozo la misericordia de Dios en esta visita jubilar a Roma. Haced partícipes a vuestras familias y comunidades parroquiales de la experiencia jubilar, llevándoles también el afectuoso saludo y la bendición del Papa. Muchas gracias.

(A los peregrinos de la República Checa)
Espero cordialmente que la peregrinación jubilar fortifique vuestra fe y aumente en vosotros el amor a Dios y a vuestros conciudadanos, en especial a los no creyentes, para que, a la luz del amor, encuentren a Cristo, su único Salvador.

(En eslovaco)
72 Y no solamente son santos los que han sido canonizados, sino también muchos hombres y mujeres que han permanecido desconocidos. Su vida atestigua que la perfección es posible para todos. De buen grado bendigo vuestro empeño por alcanzar esa perfección.

(A los fieles croatas)
Se trata [la esperanza] de una virtud que hunde sus raíces en Dios mismo, el cual ama infinitamente al hombre y a la mujer creados por él y los salva, sin abandonarlos jamás.

(En italiano)
Por último, saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

El mes de noviembre, dedicado a la memoria y a la oración por los difuntos, nos brinda la oportunidad de ahondar más en el significado de la existencia terrena y en el valor de la vida eterna.

Que estos días sean para vosotros, queridos jóvenes, un estímulo a comprender que la vida tiene valor si se dedica a amar a Dios y al prójimo; que para vosotros, queridos enfermos, sean una invitación a unir de manera cada vez más profunda vuestras penas al misterio pascual del Señor; y que para vosotros, queridos recién casados, constituyan una ocasión propicia para recoger de quienes os han precedido la valiosa herencia de la fe cristiana.



Miércoles 15 de noviembre 2000

La Palabra, la Eucaristía y los cristianos desunidos

1. En el programa de este Año jubilar no podía faltar la dimensión del diálogo ecuménico y del interreligioso, como ya señalé en la carta apostólica Tertio millennio adveniente (cf. nn. 53 y 55). La línea trinitaria y eucarística que hemos desarrollado en las anteriores catequesis nos lleva ahora a reflexionar en este otro aspecto, tomando en consideración ante todo el problema del restablecimiento de la unidad entre los cristianos. Lo hacemos a la luz de la narración evangélica sobre los discípulos de Emaús (cf. Lc 24,13-35), observando el modo como los dos discípulos, que se alejaban de la comunidad, fueron impulsados a hacer el camino inverso y a volver a ella.

2. Los dos discípulos abandonaban el lugar en donde Jesús había sido crucificado, porque ese acontecimiento era para ellos una cruel desilusión. Por ese mismo hecho, se alejaban de los demás discípulos y volvían, por decirlo así, al individualismo. "Conversaban entre sí sobre todo lo que había pasado" (Lc 24,14), sin comprender su sentido. No entendían que Jesús había muerto "para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos" (Jn 11,52). Sólo veían el aspecto tremendamente negativo de la cruz, que arruinaba sus esperanzas: "Nosotros esperábamos que sería él el que iba a librar a Israel" (Lc 24,21). Jesús resucitado se les acerca y camina con ellos, "pero sus ojos no podían reconocerlo" (Lc 24,16), porque desde el punto de vista espiritual se encontraban en las tinieblas más oscuras. Entonces Jesús, mediante una larga catequesis bíblica, les ayuda, con una paciencia admirable, a volver a la luz de la fe: "Empezando por Moisés y continuando por todos los profetas, les explicó lo que había sobre él en todas las Escrituras" (Lc 24,27). Su corazón comenzó a arder (cf. Lc 24,32). Pidieron a su misterioso compañero que se quedara con ellos. "Cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron, pero él desapareció de su lado" (Lc 24,30-31). Gracias a la explicación luminosa de las Escrituras, habían pasado de las tinieblas de la incomprensión a la luz de la fe y se habían hecho capaces de reconocer a Cristo resucitado "al partir el pan" (Lc 24,35).

73 El efecto de este cambio profundo fue un impulso a ponerse nuevamente en camino, sin dilación, para volver a Jerusalén y unirse a "los Once y a los que estaban con ellos" (Lc 24,33). El camino de fe había hecho posible la unión fraterna.

3. El nexo entre la interpretación de la palabra de Dios y la Eucaristía aparece también en otros pasajes del Nuevo Testamento. San Juan, en su evangelio, relaciona esta palabra con la Eucaristía cuando, en el discurso de Cafarnaúm, nos presenta a Jesús que evoca el don del maná en el desierto reinterpretándolo en clave eucarística (cf. Jn 6,32-58). En la Iglesia de Jerusalén, la asiduidad en la escucha de la didaché, es decir, de la enseñanza de los Apóstoles basada en la palabra de Dios, precedía a la participación en la "fracción del pan" (Ac 2,42).

En Tróade, cuando los cristianos se congregaron en torno a san Pablo para "la fracción del pan", san Lucas refiere que la reunión comenzó con largos discursos del Apóstol (cf. Ac 20,7), ciertamente para alimentar la fe, la esperanza y la caridad. De todo esto se deduce con claridad que la unión en la fe es la condición previa para la participación común en la Eucaristía.

Con la liturgia de la Palabra y la Eucaristía, como nos recuerda el concilio Vaticano II citando a san Juan Crisóstomo (In Joh. hom. 46), "los fieles unidos al obispo, al tener acceso a Dios Padre por medio de su Hijo, el Verbo encarnado, que padeció y fue glorificado, en la efusión del Espíritu Santo, consiguen la comunión con la santísima Trinidad, hechos "partícipes de la naturaleza divina" (2P 1,4). Consiguientemente, por la celebración de la Eucaristía del Señor en cada una de estas Iglesias, se edifica y crece la Iglesia de Dios, y mediante la concelebración se manifiesta la comunión entre ellas" (Unitatis redintegratio, UR 15). Por tanto, este nexo con el misterio de la unidad divina engendra un vínculo de comunión y amor entre los que participan en la única mesa de la Palabra y la Eucaristía. La única mesa es signo y manifestación de la unidad. "Por consiguiente, la comunión eucarística está inseparablemente unida a la plena comunión eclesial y a su expresión visible" (La búsqueda de la unidad Directorio ecuménico, 1993, n. 129).

4. A esta luz se comprende cómo las divisiones doctrinales existentes entre los discípulos de Cristo congregados en las diversas Iglesias y comunidades eclesiales limitan la plena comunión sacramental. Sin embargo, el bautismo es la raíz profunda de una unidad fundamental que vincula a los cristianos a pesar de sus divisiones. Por eso, aunque los cristianos aún divididos no pueden participar en la misma Eucaristía, es posible introducir en la celebración eucarística, en casos específicos previstos por el Directorio ecuménico, algunos signos de participación que expresan la unidad ya existente y van en la dirección de la comunión plena de las Iglesias en torno a la mesa de la Palabra y del Cuerpo y Sangre del Señor. Así, "en ocasiones excepcionales y por causa justa, el obispo diocesano puede permitir que un miembro de otra Iglesia o comunidad eclesial desempeñe la función de lector durante la celebración eucarística de la Iglesia católica" CEC 133). Asimismo, "cuando una necesidad lo exija o lo aconseje una verdadera utilidad espiritual, con tal de que se evite el peligro de error o de indiferentismo", entre católicos y cristianos orientales es lícita cierta reciprocidad para los sacramentos de la penitencia, la Eucaristía y la unción de los enfermos (cf. CEC 123-131).

5. Con todo, el árbol de la unidad debe crecer hasta su plena expansión, como Cristo suplicó en la gran oración del Cenáculo, que hemos proclamado al inicio (cf. Jn 17,20-26 Unitatis redintegratio, UR 22). Los límites en la intercomunión ante la mesa de la Palabra y de la Eucaristía deben transformarse en una llamada a la purificación, al diálogo y al camino ecuménico de las Iglesias. Son límites que nos hacen sentir con más intensidad, precisamente en la celebración eucarística, el peso de nuestras laceraciones y contradicciones. Así la eucaristía es un desafío y una provocación puesta en el corazón mismo de la Iglesia para recordarnos el extremo e intenso deseo de Cristo: "Que sean uno" (Jn 17,11 Jn 17,21).

La Iglesia no debe ser un cuerpo de miembros divididos y doloridos, sino un organismo vivo y fuerte que avanza sostenido por el pan divino, como lo prefigura el camino de Elías (cf. 1R 19,1-8), hasta la cima del encuentro definitivo con Dios. Allí, finalmente, se llevará a cabo la visión del Apocalipsis: "Vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo" (Ap 21,2).

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a los sacerdotes latinoamericanos del Centro internacional de animación misionera, a las religiosas de la Consolación y a las Mercedarias de la Caridad, así como a los cadetes de la Escuela de aviación de Córdoba (Argentina) y a los demás grupos de España y América Latina. En este Año jubilar os invito a tener muy presente el compromiso ecuménico, porque la Iglesia debe ser un organismo vivo y fuerte, sostenido por el pan divino en su camino hacia el encuentro definitivo con Dios.

(En italiano)
Me dirijo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.

74 Celebramos hoy la memoria de san Alberto Magno, obispo y doctor de la Iglesia, gran teólogo, que supo unir de modo ejemplar una intensa vida de oración y un estudio apasionado de las verdades de la fe.

Queridos jóvenes, no os canséis nunca de conocer, amar y seguir al Señor. Sólo él tiene palabras de vida eterna, capaces de dar pleno sentido a la existencia. Vosotros, queridos enfermos, que experimentáis el peso del sufrimiento, sentid la presencia consoladora de Cristo, que os invita a participar con fe en la fuerza salvífica de su cruz. Finalmente, vosotros, queridos recién casados, fieles a vuestra vocación, sed en el mundo imagen luminosa del amor de Dios, a través de la fidelidad, la unidad y la fecundidad de vuestro amor.





Miércoles 22 de noviembre 2000

Fe, esperanza y caridad en la perspectiva ecuménica

1. La fe, la esperanza y la caridad son como tres estrellas que brillan en el cielo de nuestra vida espiritual para guiarnos hacia Dios. Son, por excelencia, las virtudes "teologales": nos ponen en comunión con Dios y nos llevan a él. Forman un tríptico que tiene su vértice en la caridad, el agape, que canta de forma excelsa san Pablo en un himno de la primera carta a los Corintios. Ese himno concluye con la siguiente declaración: "Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza y la caridad, pero la más excelente de ellas es la caridad" (1Co 13,13).

Las tres virtudes teologales, en la medida en que animan a los discípulos de Cristo, los impulsan a la unidad, según la indicación de las palabras paulinas que escuchamos al inicio: "Un solo cuerpo (...), una sola esperanza (...), un solo Señor, una sola fe (...), un solo Dios y Padre" (Ep 4,4-6). Continuando nuestra reflexión de la catequesis anterior sobre la perspectiva ecuménica, hoy queremos profundizar en el papel que desempeñan las virtudes teologales en el camino que lleva a la plena comunión con Dios-Trinidad y con los hermanos.

2. En el pasaje de la carta a los Efesios antes mencionado el Apóstol exalta ante todo la unidad de la fe. Esa unidad tiene su manantial en la palabra de Dios, que todas las Iglesias y comunidades eclesiales consideran como lámpara para sus pasos en el camino de su historia (cf. Ps 119,105).
Las Iglesias y comunidades eclesiales profesan la misma fe en "un solo Señor", Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, y en "un solo Dios y Padre de todos" (Ep 4,5 Ep 4,6). Esta unidad fundamental, así como la que brota del único bautismo, se manifiesta claramente en los múltiples documentos del diálogo ecuménico, aunque sobre algunos aspectos quedan aún motivos de reserva. Por ejemplo, en un documento del Consejo ecuménico de las Iglesias se lee: "Los cristianos creen que el "único verdadero Dios", que se dio a conocer a Israel, se reveló de modo supremo en "su enviado", Jesucristo (cf. Jn 17,3); que en Cristo Dios reconcilió consigo al mundo (cf. 2Co 5,19); y que, mediante su Santo Espíritu, Dios da nueva vida, vida eterna, a todos los que por medio de Cristo se entregan a él" (Confesar una sola fe, 1992, n. 6).

Todas las Iglesias y comunidades eclesiales se refieren a los antiguos símbolos de la fe y a las definiciones de los primeros concilios ecuménicos. Sin embargo, existen aún algunas divergencias doctrinales, que es preciso superar para que el camino de la unidad de la fe llegue a la plenitud señalada por la promesa de Cristo: "Escucharán mi voz; y habrá un solo rebaño y un solo pastor" (Jn 10,16).

3. San Pablo, en el texto de la carta a los Efesios que hemos puesto como emblema de nuestro encuentro, habla también de una sola esperanza, a la que estamos llamados (cf. Ep 4,4). Es una esperanza que se manifiesta en el compromiso común, a través de la oración y la activa coherencia de vida, con vistas al establecimiento del reino de Dios. Dentro de este vasto horizonte, el movimiento ecuménico se ha orientado hacia metas fundamentales que se entrelazan, como objetivos de una única esperanza: la unidad de la Iglesia, la evangelización del mundo, la liberación y la paz en la comunidad humana. El camino ecuménico se ha beneficiado también del diálogo con las esperanzas terrenas y humanísticas de nuestro tiempo, incluso con la esperanza oculta, aparentemente derrotada, de los "sin esperanza". Frente a estas múltiples expresiones de la esperanza en nuestro tiempo, los cristianos, aunque estén en tensión entre sí y probados por la desunión, han sido impulsados a descubrir y testimoniar "una razón común de esperanza" (Consejo ecuménico de las Iglesias, "Faith and Order" Sharing in One Hope, Bangalore 1978), reconociendo en Cristo su fundamento indestructible. Un poeta francés escribió: "Esperar es lo más difícil (...). Lo fácil, la gran tentación, es desesperarse" (Charles Peguy, El pórtico del misterio de la segunda virtud, ed. Pléyade, p. 538). Pero para nosotros, los cristianos, sigue siendo válida la exhortación de san Pedro a dar razón de nuestra esperanza (cf. 1P 3,15).

4. En el vértice de las tres virtudes teologales está el amor, que san Pablo compara casi con un lazo de oro que une en armonía perfecta a toda la comunidad cristiana: "Y por encima de todo esto, revestíos del amor, que es el vínculo de la perfección" (Col 3,14). Cristo, en la solemne oración por la unidad de los discípulos, revela su substrato teológico profundo: "el amor con que tú (oh Padre) me has amado esté en ellos y yo en ellos" (Jn 17,26). Precisamente este amor, acogido y acrecentado, constituye en un solo cuerpo a la Iglesia, como nos señala san Pablo: "Siendo sinceros en el amor, crezcamos en todo hasta aquel que es la cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo recibe trabazón y cohesión por medio de toda clase de junturas que llevan la nutrición según la actividad propia de cada una de las partes, realizando así el crecimiento del cuerpo para su edificación en el amor" (Ep 4,15-16).

75 5. La meta eclesial de la caridad, y al mismo tiempo su fuente inagotable, es la Eucaristía, comunión con el cuerpo y la sangre del Señor, anticipación de la intimidad perfecta con Dios. Por desgracia, como recordé en la catequesis anterior, en las relaciones entre los cristianos desunidos, "a causa de las divergencias relativas a la fe, no es posible todavía concelebrar la misma liturgia eucarística. Y sin embargo, tenemos el ardiente deseo de celebrar juntos la única Eucaristía del Señor, y este deseo es ya una alabanza común, una misma imploración. Juntos nos dirigimos al Padre y lo hacemos cada vez más "con un mismo corazón"" (Ut unum sint UUS 45). El Concilio nos recordó que "este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la una y única Iglesia de Cristo excede las fuerzas y la capacidad humanas". Por ello debemos poner nuestra esperanza "en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros y en el poder del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, UR 24).

Saludos


Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, especialmente a las Franciscanas de la Inmaculada Concepción, de México, así como a los demás grupos venidos de España, Panamá, Chile, Uruguay y Argentina. Que vuestra peregrinación jubilar en este Año santo os ayude a vivir bajo el influjo de las virtudes teologales. Muchas gracias por vuestra atención.


(En eslovaco)
Sus reliquias [de San Clemente, papa y mártir] fueron traídas a Roma por los santos hermanos Cirilo y Metodio. También vosotros habéis seguido sus huellas. Que la visita a Roma afiance vuestra devoción al Sucesor de Pedro.

(A los croatas)
La santísima Madre de Dios, a la que invocamos como Madre de la esperanza, acompañe vuestros pasos y los oriente hacia los caminos de la salvación. Ella os sostenga para vivir y testimoniar cada día la esperanza cristiana que el gran jubileo quiere poner particularmente de relieve.

(En italiano)
A los miembros de la Consulta nacional italiana de las fundaciones contra la usura los exhortó a seguir combatiendo con empeño "esa despiadada explotación de las necesidades de los demás. La usura es una difundida plaga social y resulta muy necesario salir al encuentro de cuantos se hallan envueltos en esa red de injusticia y de graves sufrimientos. Deseo de corazón que, en el marco del Año jubilar, con la contribución de todos, se puedan dar pasos concretos para eliminar este gran azote social".

Dirijo ahora, como de costumbre, mi afectuoso saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, pensando en la memoria liturgia de santa Cecilia, que celebramos hoy.

Queridos jóvenes, os exhorto a perseverar en vuestro generoso compromiso de testimonio cristiano en la escuela y en la sociedad. Que el ejemplo de santa Cecilia, patrona de los músicos, os ayude a convertir vuestra vida en un canto de alabanza y gratitud al Señor.

76 Esta santa mártir romana os proteja a vosotros, queridos enfermos, y os ayude a comprender el sentido profundo del sufrimiento, como participación en el sacrificio redentor de Cristo. La intercesión de esta santa, famosa por su amor al canto y a la música, sostenga vuestro camino familiar, queridos recién casados, y lo haga siempre alegre, generoso y abierto al servicio de la vida.




Audiencias 2000 69