Discursos 2000



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Enero de 2000




A LAS PARTICIPANTES EN EL XVII CAPÍTULO GENERAL


DE LAS HIJAS DE LA MISERICORDIA Y DE LA CRUZ


8 de enero de 2000

: Amadísimas hermanas, Hijas de la Misericordia y de la Cruz:

1. Con gusto os acojo y dirijo a cada una mi más cordial saludo. Os agradezco esta visita, con ocasión del XVII capítulo general de vuestro instituto: quiere ser un testimonio renovado de vuestra fidelidad al Sucesor de Pedro.

Felicito a la madre Romilde Zauner, que ha sido confirmada en su cargo de superiora general. Extiendo mi saludo afectuoso a todas las Hijas de la Misericordia y de la Cruz, que realizan su actividad de evangelización y solidaridad en Italia, Etiopía, México y Rumanía.

La asamblea capitular de vuestra congregación cobra un significado especial por el hecho de que tiene lugar precisamente al comienzo del gran jubileo del año 2000, durante el cual la Iglesia está llamada a contemplar intensamente el misterio de la encarnación del Hijo unigénito del Padre. El ingreso en el nuevo milenio es para todo creyente, y aún más para los consagrados y las consagradas, una invitación a tomar mayor conciencia de las responsabilidades vinculadas al propio bautismo y, en particular, a ensanchar la mirada de fe hacia los horizontes de la nueva evangelización. Pero, precisamente para hacer más concreto este compromiso misionero, es necesario volver con fidelidad consolidada a la enseñanza del concilio Vaticano II, que ha iluminado de un modo nuevo la acción apostólica de la Iglesia frente a los desafíos del mundo actual. La sana tradición de cada instituto y la referencia al magisterio constante de la Iglesia constituyen el cauce seguro en el que deben llevarse a cabo las obras y el apostolado de toda familia religiosa que pretenda lograr la indispensable actualización de sus estructuras, según las exigencias de los tiempos.

2. "En el ayer de la madre Zangara nuestro hoy de mujeres consagradas para ser, juntamente con los laicos, memoria y profecía de la misericordia" es el tema que habéis tratado durante vuestra asamblea capitular. El recuerdo de vuestra fundadora y su presencia espiritual en medio de vosotras constituyen una garantía segura de vuestra fidelidad al carisma originario del instituto, que os exige conformaros a Cristo crucificado mediante el ejercicio de las obras de misericordia espirituales y corporales.

¡Qué importante es reafirmar esta misión vuestra de Hijas de la Misericordia y de la Cruz al inicio del Año santo, durante el cual se ofrece una particular manifestación del amor misericordioso de Dios! En efecto, sólo impregnándose de ese amor se puede ser auténticos profetas y testigos de Dios y de su reino. Sólo imitando y siguiendo a Cristo casto, pobre y obediente, podréis realizaros vosotras mismas en la entrega total a la misericordia divina.

El hombre contemporáneo, aunque esté condicionado por los múltiples atractivos de una sociedad a menudo opulenta e inclinada al egoísmo -y tal vez precisamente por esto-, es más sensible que nunca a los gestos de amor desinteresado. Éste es el desafío que estáis llamadas a afrontar y a traducir en la opción fundamental de caminar y trabajar junto con los laicos, para revelar el sentido profundo de la Pasión redentora y prestar atención a todas las formas de sufrimiento.

En toda obra de misericordia se ha de poder vislumbrar el rostro acogedor de Cristo, para permitir a muchas personas, que aún no lo han encontrado o tienen una idea distorsionada de él, reconocerlo como es verdaderamente: el único Salvador del hombre. Esto implica que vuestra acción apostólica vaya acompañada siempre por la contemplación asidua de Jesús exaltado en la cruz. Desde la cruz, el Verbo, en el silencio y la soledad, "afirma proféticamente la absoluta trascendencia de Dios sobre todos los bienes creados, vence en su carne nuestro pecado y atrae hacia sí a cada hombre y mujer, dando a cada uno la vida nueva de la resurrección" (Vita consecrata VC 23). Cuanto más sepáis estar al pie de la cruz, haciendo vuestra la actitud de maternidad universal de la Virgen María, tanto más creceréis en la experiencia de la verdad de Dios misericordia y podréis transmitirla a cuantos encontréis en vuestro camino diario.

2 3. La misión de los cristianos al servicio del Evangelio es amplia y exigente. Por eso, es necesario coordinar entre sí las aportaciones de los diversos componentes eclesiales con espíritu de apertura y colaboración. En particular, esto se exige a vuestra congregación en su relación con los laicos del "Movimiento eclesial zangariano". Por tanto, debéis tener una constante solicitud por compartir con ellos la aspiración de llevar a todos los ambientes el anuncio del amor del Señor. Emprended con los laicos nuevos itinerarios de comunión fraterna y de cooperación recíproca, que os permitan una irradiación misionera más eficaz, más allá de las fronteras del instituto mismo. Podréis contar con renovadas energías al servicio de la Iglesia. El ejemplo edificante de personas consagradas animará a los laicos a vivir y testimoniar el espíritu de las bienaventuraranzas evangélicas; además, la participación de los laicos podrá llevar a fecundas y a veces inesperadas profundizaciones de algunos aspectos del carisma, "suscitando una interpretación más espiritual e impulsando a encontrar válidas indicaciones para nuevos dinamismos apostólicos" (ib., 55).

4. Amadísimas Hijas de la Misericordia y de la Cruz, si Cristo debe ocupar el centro de todos vuestros proyectos, no os olvidéis de que lo encontraréis sobre todo sirviendo a los más pobres. Por tanto, siendo fieles a la vocación abrazada, tened vuestra mirada fija, ante todo, en cuantos se encuentran en situación de mayor debilidad y más grave indigencia. Ojalá que los "últimos", como lo fueron un tiempo para vuestra fundadora, la madre Zangara, sean también para vosotros los "primeros". Haced participar a los laicos en esta extraordinaria conversión al amor. Así, vuestro instituto será fiel al carisma originario y glorificará a Dios entre los hombres del milenio que nace.
Ésta es una tarea que de buen grado os confío. Os la entrego simbólicamente a vosotras, queridas capitulares, y, por medio de vosotras, a todas vuestras hermanas. Un pensamiento especial dirijo a las hermanas ancianas y enfermas, que son un insustituible apoyo espiritual para el instituto. Al aceptar su sufrimiento o su inactividad obligada y ofrecerlos al Señor, contribuyen de modo eficaz al apostolado de sus hermanas y les garantizan una ayuda fecunda y valiosa.

El amor a la misericordia divina y a la cruz, que iluminó y transformó la vida de vuestra fundadora, sea para cada una de vosotras la referencia constante en la oración y en la acción, a fin de que vuestro instituto atraiga hacia el Corazón de Cristo a los hombres y mujeres de hoy. Es una importante contribución que podréis dar a la celebración del gran jubileo del año 2000.

Os proteja y acompañe la Virgen de los Dolores, asegurando una especial fecundidad a los trabajos de vuestro capítulo general: con su ternura materna os haga mujeres sabias y vigilantes.

Elevando al Señor mi oración por toda vuestra familia religiosa, bendigo de corazón a la madre general, a vosotras, capitulares, y a todas vuestras hermanas, así como a cuantos colaboran en vuestra misión.












DURANTE LA VISITA AL BELÉN


DE LOS BARRENDEROS DE ROMA


9 de enero, fiesta del Bautismo del Señor



Queridos hermanos:

Doy gracias al Señor, que también este año me ha brindado la oportunidad de visitar el belén que habéis preparado, como siempre, con gran sensibilidad y creatividad. Al expresaros mi gratitud por vuestra cordial acogida, dirijo un deferente saludo al señor alcalde, a las autoridades presentes, al presidente, a los dirigentes y a todo el personal de la Empresa municipal del ambiente (AMA), así como a sus respectivos familiares.

Estamos al comienzo del 2000, el Año jubilar, durante el cual afluirán a la ciudad grandes multitudes de peregrinos y visitantes, como se ha visto en estos primeros días. Esto implicará para vosotros un mayor empeño. En efecto, vuestro trabajo es muy importante para la comunidad: de vuestro servicio depende, en gran parte, el rostro que la ciudad presenta a quienes viven en ella y a cuantos vienen de fuera. Estoy seguro de que realizaréis vuestra tarea con gran sentido de responsabilidad, a fin de que la ciudad esté siempre limpia y ordenada. Aunque esto os cueste un poco de sacrificio, hacedlo de buen grado, conscientes de las ventajas que el movimiento de peregrinos y turistas produce a toda la comunidad ciudadana.

Gracias a vuestro servicio, Roma podrá estar, también en esta ocasión, a la altura de las tradiciones que la califican como ciudad acogedora y hospitalaria. De este modo, con vuestra cooperación, que ciertamente requiere una disponibilidad generosa, daréis una contribución significativa al éxito del jubileo, y por eso, ya desde ahora, os lo agradezco de corazón.

3 La Virgen os acompañe siempre y os proteja. A ella os encomiendo en la oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros y vuestro trabajo, así como a vuestros familiares y seres queridos.
¡Feliz año nuevo y feliz jubileo!








AL CUERPO DIPLOMÁTICO


ACREDITADO ANTE LA SANTA SEDE






Excelencias,
Señoras y Señores:

1. Ante todo deseo expresar mi profunda gratitud a su Decano, el Señor Embajador Giovanni Galassi, quien, en nombre de todos, me ha presentado amablemente sus buenos deseos y ha evocado algunos acontecimientos significativos de la vida de nuestros contemporáneos, sus esperanzas, sus pruebas y sus temores. Ha querido subrayar oportunamente la aportación específica de la Iglesia católica en favor de la concordia entre los pueblos y de su elevación espiritual. ¡Muchas gracias!

2. En estos momentos en que acabamos de cruzar el umbral de un nuevo año, el Vicario de Cristo siente la necesidad de dirigir a todos los pueblos, que Ustedes representan, sus mejores votos para este año 2000 que muchos han acogido como "jubilar". Los cristianos han entrado en el gran Jubileo conmemorando la venida de Cristo en el tiempo y en la historia de los hombres: "Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo", leemos en la Carta a los Hebreos (1,1-2).

A Dios, que ha querido establecer una alianza con el mundo que no cesa de crear, de amar y de iluminar, confío con todo el corazón las aspiraciones y realizaciones más nobles de cada uno, sin olvidar las pruebas y los fracasos que muy a menudo entorpecen el camino hacia el bien. Con nuestros contemporáneos, alabo a Dios por todas las cosas hermosas y buenas e invoco también el perdón divino por los atentados a la vida y a la dignidad del hombre, a la fraternidad y a la solidaridad. Que el Altísimo nos ayude a vencer en nosotros y a nuestro alrededor todas las resistencias para que llegue o vuelva a venir el tiempo de los hombres de buena voluntad, que la reciente fiesta de Navidad nos ha propuesto con la naturalidad de los primeros tiempos. Estos son los deseos que manifiesto en mi oración por todos los hombres y mujeres de este tiempo, de todos los países y de todas las generaciones.

3. El siglo que se acaba habrá estado marcado por unos singulares progresos científicos que han mejorado considerablemente la vida y la salud de los hombres. Han contribuido también al dominio de la naturaleza y han favorecido un acceso más fácil a la cultura. Las tecnologías de la información han abolido las distancias y nos han hecho más cercanos los unos de los otros. Nunca hemos estado con tanta rapidez al corriente de los hechos que han ido marcando la vida cotidiana de nuestros hermanos los hombres. Pero es preciso preguntarse: ¿habrá sido este siglo el de "la fraternidad"? No se puede dar ciertamente una respuesta sin matizar.

A la hora del balance, el recuerdo de guerras asesinas que han exterminado a millones de personas y provocado éxodos masivos, y de genocidios vergonzosos que asedian nuestra memoria, así como la carrera de armamentos que ha mantenido la desconfianza y el miedo, el terrorismo o los conflictos étnicos que han aniquilado pueblos que vivían sobre el mismo suelo, hacen que debamos ser modestos y que tengamos a menudo un espíritu de arrepentimiento.

Las ciencias de la vida y las biotecnologías siguen teniendo nuevos campos de aplicación, pero al mismo tiempo suscitan el problema de los límites que no se deben sobrepasar si se quiere salvaguardar la dignidad, la responsabilidad y la seguridad de las personas.

La globalización, que ha transformado profundamente los sistemas económicos creando posibilidades de crecimiento inesperadas, ha hecho también que muchos se hayan quedado al borde del camino: el desempleo en los países más desarrollados y la miseria en una gran parte de los países del hemisferio sur siguen manteniendo a millones de mujeres y hombres al margen del progreso y del bienestar.

4 4. Por esto me parece que el siglo que comienza deberá ser el de la solidaridad.

Hoy lo sabemos mejor que ayer: no estaremos nunca felices y en paz los unos sin los otros, y aún menos, los unos contra los otros. Las operaciones humanitarias con ocasión de conflictos o de catástrofes naturales recientes han suscitado loables iniciativas de voluntariado que revelan un fuerte sentido de altruismo, especialmente en las jóvenes generaciones.

El fenómeno de la globalización hace que el papel de los Estados haya cambiado un poco: el ciudadano se ha hecho cada vez más activo y el principio de subsidiariedad ha contribuido, sin duda, a equilibrar las fuerzas vivas de la sociedad civil; el ciudadano ha pasado a ser en gran parte "socio" del proyecto común.

Esto quiere decir, me parece, que el hombre del siglo XXI estará llamado a desarrollar el sentido de su responsabilidad. En primer lugar su responsabilidad personal, cultivando el sentido del deber y del trabajo realizado honestamente: la corrupción, el crimen organizado o la pasividad nunca pueden conducir a una verdadera y sana democracia. Pero a esto se debe añadir igualmente el sentido de la responsabilidad hacia el otro: saber preocuparse por el más pobre, participar en las estructuras de ayuda tanto en el trabajo como en el sector social, ser respetuoso con la naturaleza y el medio ambiente, son también imperativos necesarios con vistas a un mundo donde se pueda convivir mejor. ¡Nunca más unos separados de los otros! ¡Nunca más unos contra los otros! ¡Todos juntos solidarios bajo la mirada de Dios!

Esto supone también que renunciemos a los ídolos que son la felicidad a cualquier precio, la riqueza material como único valor, la ciencia como la única explicación de la realidad. Esto supone que el derecho sea aplicado y respetado por todos y en todas partes para que las libertades individuales sean garantizadas eficazmente y que la igualdad de oportunidades sea una realidad para todos. Y esto también supone que Dios tenga en la vida de los hombres el lugar que le corresponde: el primero.

En un mundo que más que nunca va en busca de sentido, los cristianos se sienten llamados, al principio del siglo, a proclamar con renovado fervor que Jesús es el Redentor del hombre, y la Iglesia a manifestarse como "signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana" (Concilio Vaticano II, Gaudium et spes
GS 76).

5. Tal solidaridad supone compromisos muy concretos. Algunos son prioritarios:

3. El compartir la tecnología y la prosperidad. Sin una actitud de comprensión y disponibilidad difícilmente se podrá eliminar la frustración de ciertos países que se ven condenados a hundirse en una precariedad cada vez más grave y a la vez a confrontarse con otros países. He tenido ocasión de expresarme varias veces, por ejemplo, sobre la cuestión de la deuda de los países pobres.
4. El respeto de los derechos del hombre. Las legítimas aspiraciones de las personas más débiles, las reivindicaciones de las minorías étnicas, los sufrimientos de todos cuyas creencias o culturas son despreciadas de un modo u otro, no son sino simples opciones para favorecer al nivel de las circunstancias intereses políticos o económicos. No respetar estos derechos equivale claramente a burlar la dignidad de las personas y poner en peligro la estabilidad del mundo.
5. La prevención de los conflictos evitaría situaciones difíciles de resolver y ahorraría muchos sufrimientos. No faltan instancias internacionales adecuadas; es suficiente utilizarlas distinguiendo evidentemente, sin oponer ni separar la política, el derecho y la moral.
6. El diálogo sereno entre las civilizaciones y las religiones, en fin, podría favorecer un nuevo modo de pensar y de vivir. A través de la diversidad de mentalidades y creencias, las mujeres y los hombres de este milenio, teniendo presentes los errores del pasado han de encontrar nuevas formas de vivir juntos y respetarse. La educación, la ciencia y la información de calidad son los mejores medios para desarrollar en cada uno de nosotros el respeto hacia el otro, sus riquezas y sus creencias, así como un sentido de la universalidad, digno de su vocación espiritual. Este diálogo evitará que en el futuro se llegue a una situación absurda: excluir o matar en nombre de Dios. Esto será, sin duda, una contribución decisiva a la paz.
5 6. Se ha hablado mucho en estos últimos años de un "nuevo orden mundial". Numerosas y meritorias iniciativas se han de atribuir a la acción perseverante de diplomáticos hábiles, y en particular a la diplomacia multilateral para hacer surgir una verdadera "comunidad de naciones". Actualmente, por ejemplo, se persigue un proceso de paz en Oriente Medio; los chinos se hablan; las dos Coreas dialogan; algunos países africanos intentan que se vuelvan a relacionar facciones rivales; el Gobierno y los grupos armados en Colombia intentan mantener el contacto. Todo esto muestra una cierta voluntad de edificar un mundo fundado en la fraternidad, para establecer, proteger y extender la paz a nuestro alrededor. Sin embargo, también nos vemos obligados a decir que vemos repetirse con demasiada frecuencia los errores del pasado: pienso en las reacciones basadas en la propia identidad, en las persecuciones infligidas por motivos religiosos, en los recursos frecuentes, y a veces precipitados, a la guerra, en las desigualdades sociales, en el abismo entre países ricos y pobres, con la confianza puesta únicamente en criterios de rendimiento económico, por no citar más que algunos rasgos característicos del siglo han apenas finalizado. En este comienzo del año 2000, ¿qué vemos?

Africa, atenazada por conflictos étnicos que tienen como rehenes a pueblos enteros, impidiendo su progreso económico y social, y condenándolos a menudo a una mera supervivencia.

Medio Oriente, siempre entre guerra y paz, aun cuando se sabe que solamente el derecho y la justicia permiten a los pueblos de la región, sin distinción alguna, vivir juntos al amparo de riesgos endémicos.

Asia, continente con inmensas posibilidades humanas y materiales, agrupa en un equilibrio precario pueblos y culturas prestigiosas, muy desarrolladas económicamente, y otros que se vuelven cada vez más pobres. Recientemente visité aquel continente, donde entregué la Exhortación apostólica Ecclesia in Asia, fruto de una reciente Asamblea sinodal, que constituye así una carta para todos los católicos. Me asocio a los Padres sinodales para lanzar una nueva invitación a todos los católicos de Asia y a los hombres de buena voluntad para que unan sus esfuerzos en la construcción de una sociedad cada vez más solidaria.

América, inmenso continente en el que tuve la alegría de promulgar, hace un año, la Exhortación apostólica Ecclesia in America, invitando a los pueblos de aquellas tierras a una conversión personal y comunitaria continuamente renovada, en el respeto de la dignidad de las personas y en el amor por lo marginados, de cara a promover una cultura de la vida.

América del Norte, donde los criterios económicos y políticos a menudo son considerados como norma, tiene numerosos pobres a pesar de sus múltiples riquezas.

América Latina, que ha visto, no obstante algunas excepciones, unos progresos democráticos prometedores, permanece peligrosamente debilitada por escandalosas desigualdades sociales, por el comercio de la droga, la corrupción y a veces también por movimientos de lucha armada.

Europa, finalmente, después del derrumbamiento de las ideologías, camina hacia su unidad, se esfuerza en alcanzar la doble meta de la reconciliación y de la integración democrática de antiguos enemigos. No está exenta de terribles violencias, como lo ha demostrado le reciente crisis de los Balcanes y los enfrentamientos de estas últimas semanas en el Cáucaso. Los Obispos del continente se han reunido últimamente en Asamblea sinodal; han testimoniado los signos de esperanza, la apertura entre los pueblos, la reconciliación entre naciones, la intensificación de colaboraciones e intercambios, invitando a todos los hombres a una mayor conciencia europea.

Ante este mundo de contrastes, a la vez magnífico y precario, viene a mi mente un compromiso hecho al salir de la terrible II guerra mundial, cuando todos querían que fuera la última. Me refiero a la Nota introductoria de la Carta de las Naciones Unidas adoptada en San Francisco, el 26 de junio de 1945:

"Nosotros, los pueblos de las Naciones Unidas, resueltos

7. a preservar a las generaciones venideras del flagelo de la guerra que dos veces durante nuestra vida ha infligido a la Humanidad sufrimientos indecibles;
6 8. a reafirmar la fe en los derechos fundamentales del hombre, en la dignidad y el valor de la persona humana, en la igualdad de derechos de hombres y mujeres y de las naciones, grandes y pequeñas, [...]
hemos decidido aunar nuestros esfuerzos para realizar estos designios".

Este texto y este compromiso solemnes no han perdido su fuerza y actualidad. En un mundo organizado por Estados soberanos, pero de hecho desiguales, es indispensable -si se desea la estabilidad, el acuerdo y la cooperación entre los pueblos-, que las relaciones internacionales estén cada vez más inspiradas por el derecho y modeladas por él. Lo que hace falta no son ciertamente nuevos textos o instrumentos jurídicos, sino simplemente la voluntad política de aplicar sin discriminación los que ya existen.

7. Quien les habla, Excelencias, Señoras y Señores, ha sido compañero de camino de muchas generaciones de este último siglo. Ha compartido las duras pruebas de su pueblo de origen como las horas más sombrías vividas por Europa. Después de más de veintiún años, siendo Sucesor del apóstol Pedro, se siente como revestido de una paternidad universal que abarca a todos los hombres y mujeres de este tiempo, sin ninguna distinción. Hoy, por medio de Ustedes, que representan aquí a casi todos los pueblos de la tierra, quisiera hacer llegar al corazón de cada uno una confidencia: al abrirse las puertas del nuevo milenio, el Papa piensa que los hombres podrían finalmente aprender a sacar las lecciones del pasado. Sí, pido a todos, en nombre de Dios, preservar a la humanidad de nuevas guerras, respetar la vida humana y la familia, colmar el abismo entre ricos y pobres, comprender que todos somos responsables de todos. Es Dios quien lo pide y jamás nos pide nada por encima de nuestras fuerzas. Él mismo nos da la fuerza para cumplir lo que espera de nosotros.

Me vienen a la mente las palabras que el Deuteronomio pone en boca de Dios mismo: "Mira, yo pongo ante ti vida y felicidad, muerte y desgracia. [...] Escoge la vida, para que vivas, tú y tu descendencia" (
Dt 30,15 Dt 30,19).

La vida toma cuerpo en nuestras opciones cotidianas. Y los responsables políticos, ya que tienen el deber de administrar "la cosa pública", pueden por medio de sus opciones personales y de sus programas de actuación orientar a sociedades enteras hacia la vida o hacia la muerte. Por esto los creyentes, y los fieles de la Iglesia católica en particular, consideran un deber propio participar activamente en la vida pública de las sociedades a las que pertenecen. Su fe, su esperanza y su caridad son unas energías complementarias e irremplazables para que no sólo no falten jamás la preocupación por el otro, el sentido de responsabilidad y la defensa de las libertades fundamentales, sino también para hacer percibir que en el mundo y en nuestra historia personal y colectiva hay una Presencia. Reivindico, pues, para los creyentes un lugar en la vida pública, porque estoy convencido de que su fe y su testimonio pueden tranquilizar a nuestros contemporáneos preocupados a menudo y sin puntos de referencia, y que, a pesar de los fracasos, la violencia o el miedo, ni el mal ni la muerte tendrán la última palabra.

8. Ha llegado el momento de intercambiar personalmente nuestras felicitaciones. Les saludo cordialmente y les ruego que tengan la bondad de transmitir mis mejores votos a los responsables de los Países que representan. Las puertas del gran Jubileo están abiertas para los cristianos y las de un nuevo milenio para toda la humanidad. Ahora lo que importa es cruzar el umbral para ponernos en camino. Un camino en el que Dios va por delante y en el que nos indica el modo para llegar a Él. Nada, ningún prejuicio ni ninguna ambición, nos debe tener encadenados. Un nueva historia comienza para nosotros. Los pueblos que Ustedes representan quieren escribirla en su vida personal y colectiva. Hay una historia en la que, hoy como ayer y como mañana, la humanidad tiene una cita con Dios. Por eso les digo a todos: "¡buen camino"!

Vaticano, 10 de enero de 2000










A LOS ADMINISTRADORES DE LA REGIÓN DEL LACIO,


DEL AYUNTAMIENTO Y DE LA PROVINCIA DE ROMA



jueves\B\b, 13 de enero de 2000


Señor presidente de la región del Lacio;
señor alcalde de Roma;
7 señor presidente de la provincia de Roma;
ilustres señoras y señores:

1. Este año tengo la alegría de recibiros juntos para el tradicional intercambio de felicitaciones que, al comienzo de cada año, refuerza los profundos vínculos que unen a la Sede de Pedro con la ciudad de Roma, con su provincia y con la región del Lacio.

Dirijo mi cordial saludo al presidente de la región del Lacio, honorable Piero Badaloni; al alcalde de Roma, honorable Francesco Rutelli; y al presidente de la provincia de Roma, honorable Silvano Moffa. Les agradezco de corazón las amables palabras que han querido dirigirme en nombre de las Administraciones que dirigen. Saludo, asimismo, a los presidentes de los respectivos consejos y a todos los aquí presentes.

Este encuentro tiene un carácter especial, puesto que el 2000, Año jubilar, es para Roma, para su provincia y para el Lacio un año extraordinario, que requiere aún mayor empeño y colaboración entre las diversas instituciones civiles, y mayor entendimiento entre vuestras administraciones y las comunidades eclesiales con vistas a la acción.

Esta comunión de intereses y la urgencia de una cooperación cada vez mayor se reflejan también en la modalidad de este encuentro, que une por primera vez, en el cordial homenaje al Sucesor de Pedro, a los miembros de las juntas y de los consejos municipales, provinciales y regionales. Todos y cada uno se sienten llamados a trabajar con las mismas finalidades, al servicio de los ciudadanos y del bien común, armonizando las diferentes competencias y los legítimos y diversos puntos de vista.

2. El gran Año santo del 2000 ha comenzado felizmente. Con ocasión de la apertura de la Puerta santa y de las otras primeras citas jubilares, recién celebradas, han acudido a Roma multitud de peregrinos que, junto con un gran número de romanos, han vivido en esta ciudad, única en el mundo, la alegría de celebrar el bimilenario del nacimiento de Jesucristo.

Al elevar al Señor mi ferviente acción de gracias por este prometedor comienzo, deseo expresar mi profunda gratitud a todas las instituciones que representáis y a cuantos han contribuido eficazmente a devolver a la ciudad eterna, a su provincia y a toda la región del Lacio belleza y funcionalidad, haciéndolas más idóneas para acoger a los peregrinos procedentes de todas las partes del mundo.
Además de expresaros mi aprecio por los esfuerzos realizados, deseo impulsaros a proseguir esa labor, para que Roma, su provincia y la región logren una mejor calidad de vida, prestando cada vez mayor atención a los numerosos y prestigiosos signos de fe y cultura que conservan.

3. El gran jubileo se celebra simultáneamente en Tierra Santa y en todas las diócesis del mundo, pero tiene como sede privilegiada la ciudad en la que se custodian las gloriosas memorias de los apóstoles san Pedro y san Pablo y de otros innumerables santos y mártires. Roma posee una vocación histórica y universal única, con respecto a la cual los administradores y las poblaciones de la ciudad y del territorio circunstante tienen una responsabilidad singular.

Por tanto, deseo saludar y dar las gracias, en particular, a los romanos por la generosa disponibilidad con que han aceptado sacrificios y molestias, relacionados con la preparación inmediata del jubileo. Espero que, conscientes del privilegio secular que los une a la misión del Sucesor de Pedro, vean en el acontecimiento jubilar una magnífica ocasión de gracia y de desarrollo civil, social y económico. Espero, asimismo, que pongan sus tradicionales cualidades de acogida al servicio de los peregrinos y de cuantos estén presentes en la ciudad eterna y en el área circunstante durante todo el Año santo.

8 4. Con su mirada dirigida al misterio de la encarnación del Verbo, la Iglesia, recordando el camino de gracia, santidad y civilización que ha recorrido la humanidad durante estos dos mil años, ofrece a los creyentes el jubileo como un tiempo de conversión, de renovada fidelidad al don recibido, y como prometedora oportunidad para entrar en el tercer milenio conscientes de los errores del pasado y más disponibles al proyecto divino.

La Iglesia propone a todos los hombres de buena voluntad este extraordinario compromiso de purificación de la memoria y revalorización de los dones recibidos. Los invita a recuperar los valores del hombre y a restablecer en la sociedad civil las exigencias de la verdad, de la justicia y de la solidaridad, las únicas que garantizan la paz y el bienestar entre los pueblos.

En sus intervenciones, el alcalde de Roma y los presidentes de la provincia y de la región han aludido a cuanto, en sintonía con dichas celebraciones jubilares, están promoviendo en sus respectivos ámbitos de competencia. Al expresaros mi gran satisfacción por cuanto se ha realizado, deseo recordaros algunos aspectos que pueden enriquecer y dar nuevas perspectivas a los objetivos ya conseguidos.

En primer lugar, os invito a prestar una atención constante a la familia, que la misma Constitución de la República italiana califica como "sociedad natural fundada en el matrimonio" (art. 29), confiando a los poderes públicos la tarea de "favorecer su formación con medidas económicas y otros procedimientos" (art. 31).

Conozco las múltiples dificultades, atribuibles en parte a causas de orden espiritual y cultural, que, también en Roma y en el Lacio, amenazan la institución familiar. A menudo dependen igualmente de situaciones sociales y económicas concretas, que constituyen su marco humano. Precisamente para tutelar a la familia, célula fundamental de la sociedad, pido a los responsables que eviten toda iniciativa que pueda favorecer o apoyar la equiparación entre la familia y otras formas de convivencia. Les pido, asimismo, que trabajen en armonía y con determinación para eliminar los obstáculos, como la carencia de viviendas a precios accesibles o la insuficiencia de instituciones de acogida para los niños más pequeños, que hacen difícil, y a veces casi imposible, la formación de nuevos núcleos familiares y su apertura al don de la vida.

5. Además del esfuerzo en favor de la familia, me permito pediros, ilustres señoras y señores, opciones valientes en el sector de la escuela y la educación, para valorar las múltiples energías e iniciativas presentes en Roma y en el territorio del Lacio. Del mismo modo, es importante conjugar en el ámbito de la sanidad el progreso técnico y la limitación de los costes con la atención al enfermo, que es lo principal. Y ¿qué decir de la multitud de ancianos necesitados de mayor estima y aprecio, así como de una asistencia más eficaz y cordial?

En este año 2000, que nos invita a mirar con mayor responsabilidad y confianza al futuro, siento el deber de hacerme intérprete, una vez más, de los numerosísimos jóvenes y de los desempleados para pediros un esfuerzo suplementario, encaminado a la creación de nuevas posibilidades de trabajo y empleo. Ojalá que el gran jubileo favorezca un cambio moral y civil, capaz de desarrollar una cultura de la solidaridad, de la acogida y de la participación. Que en la ciudad de Roma, en su provincia y en toda la región cada uno se sienta como en su casa y se inserte de manera positiva en la sociedad, compartiendo sus derechos y deberes.

6. El gran jubileo pone ante vosotros, honorables representantes de las Administraciones regional, municipal y provincial, una buena serie de tareas y compromisos, pero, al mismo tiempo, os impulsa eficazmente a afrontarlas con entusiasmo. Un punto de referencia y de unificación para vosotros ha de ser el bien de las poblaciones, que se identifica de modo significativo con la historia, los valores y la promesa de futuro que el jubileo mismo entraña y propone.

Asegurándoos la contribución sincera y desinteresada de las comunidades cristianas de Roma y del Lacio al crecimiento de la ciudad, de la provincia y de la región, encomiendo al Señor en la oración todos vuestros proyectos y buenos propósitos. María, Madre del Redentor, os proteja y acompañe con su constante ayuda desde el cielo.

Con estos sentimientos, os imparto a cada uno de vosotros, a vuestras familias y a las personas que viven en Roma, en la provincia y en el Lacio, una especial bendición apostólica.












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