Discursos 2000 165

165 4. En el seno de vuestras comunidades, en circunstancias diversas, cada uno de vosotros ha comenzado un camino que lleva a un conocimiento y a un amor cada vez mayores a Cristo. ¡No interrumpáis el camino emprendido! Tened confianza: Cristo completará la obra que él mismo ha comenzado. "¡Aspirad a los carismas superiores!" (1Co 12,31). Buscad siempre a Cristo: buscadlo en los sacramentos, buscadlo en la oración y buscadlo en el testimonio de vuestros hermanos. Sed agradecidos con los sacerdotes que acompañan como pastores a vuestras comunidades: a través de su ministerio, la Iglesia os guía y asiste como madre y maestra. Aprovechad con alegría las ocasiones que se os presentan para profundizar vuestra formación cristiana. Servid a Cristo en las personas que están junto a vosotros, servidle en los pobres, servidle en las exigencias y en las necesidades de la Iglesia. Dejaos guiar verdaderamente por el Espíritu. Amad a la Iglesia: una, santa, católica y apostólica.

Me alegra particularmente saber que en vuestro encuentro participan también representantes de otras Iglesias y comunidades eclesiales, y deseo saludarlos cordialmente. Uniéndoos en la alabanza común, habéis aceptado la invitación que hice en la bula de convocación del gran jubileo: "Acudamos todos, desde las diversas Iglesias y comunidades eclesiales diseminadas por el mundo, a la fiesta que se prepara; llevemos con nosotros lo que ya nos une; y que la mirada puesta sólo en Cristo nos permita crecer en la unidad, que es fruto del Espíritu" (Incarnationis mysterium, 4).
Queridos hermanos y hermanas, al mismo tiempo que pido con vosotros a la Virgen María que cada uno acoja el don del Espíritu para ser testigo de Cristo en el lugar donde vive, os imparto de buen grado a vosotros y a vuestras familias mi afectuosa bendición.

Vaticano, 24 de abril de 2000








A DIVERSOS GRUPOS DE PEREGRINOS


Sábado 29 de abril de 2000




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. En el clima de alegría espiritual típico de esta octava de Pascua, os saludo a cada uno de vosotros, que, procedentes de diversas localidades, habéis venido a la ciudad de Roma para celebrar el jubileo. Vuestra visita subraya, asimismo, la intensa comunión que os une al Sucesor de Pedro. Os agradezco vuestro testimonio; y doy las gracias, en particular, por las amables palabras que me han dirigido en vuestro nombre, a monseñor Antonio Forte, obispo de Avellino; a monseñor Angelo Scola, rector magnífico de la Universidad Lateranense; y a los señores Gianfranco Gambelli y Francesco Cardile, presidentes respectivamente de la Confederación nacional de las "Misericordias" y de la asociación "Fratres" de grupos de donantes de sangre.

Os saludo, en primer lugar, a vosotros, queridos peregrinos de la diócesis de Avellino, acompañados por vuestro pastor. ¡Sed bienvenidos! Al dirigiros mi palabra, pienso en los sacerdotes, en los consagrados y en las consagradas que viven con fidelidad su testimonio y ejercen con generosidad los ministerios en la Iglesia. Pienso en las familias, en los jóvenes, en los trabajadores cristianos que con tenacidad expresan su adhesión a Cristo en los lugares donde la Providencia los ha colocado. Pienso con particular afecto en los que no tienen empleo, en los ancianos, en los enfermos y en los pobres, que esperan de la comunidad comprensión y apoyo. A todos dirijo mi palabra de consuelo, aliento y esperanza: elevad vuestra mirada al Resucitado y perseverad con renovado ardor en la construcción de una sociedad que sea verdaderamente digna del hombre.

Proseguid con fervor en el itinerario del Año santo e intensificad las iniciativas de evangelización y caridad emprendidas por vuestra diócesis. La solidaridad recíproca, colaborando con vistas a la edificación del reino de Dios, ha de ser el signo distintivo de vuestra comunidad eclesial, unida en torno al obispo y a sus sacerdotes.

Las familias están llamadas a ser el templo de la vida y del amor; las parroquias han de convertirse en lugares abiertos y acogedores, donde la oración, el respeto recíproco y la solidaridad constituyan el estilo y el dinamismo de la actividad pastoral. Así la diócesis entera será lugar privilegiado de maduración humana y espiritual para los niños y los adultos, para los jóvenes y los ancianos.

Que la Virgen María, asunta a los cielos, patrona de vuestra catedral, os conserve unidos bajo su manto materno y escuche todos vuestros buenos deseos.

166 2. Os saludo ahora a vosotros, queridos profesores y estudiantes de la Universidad Lateranense, que gozosamente acojo con ocasión de vuestro jubileo, acompañados por vuestro rector magnífico y los miembros de la "Asociación internacional lateranense", encabezados por su presidente, el señor cardenal Edmund Szoka, que han celebrado su Jornada anual coincidiendo con este gesto jubilar. Mi pensamiento va también a vosotros, queridos alumnos y profesores de las sedes académicas vinculadas, de diversas maneras, a la Pontificia Universidad Lateranense y al Instituto pontificio Juan Pablo II para estudios sobre el matrimonio y la familia. En particular, deseo subrayar la presencia, por primera vez, de estudiantes provenientes de San Petersburgo, Alba Julia e Iasi, Györ, así como de Denver y Washington. Saludo asimismo a los responsables de las demás instituciones académicas vinculadas a la Alma Mater Lateranensis.

Con esta audiencia queréis devolver la visita que el 16 de noviembre del año pasado tuve la alegría de realizar a la sede de San Juan de Letrán. Entonces os encomendé la importante misión de ampliar los confines ideales y efectivos de la Universidad que, en este nuevo milenio, está llamada a incrementar su dimensión universal. Sin embargo, el carácter internacional de vuestra institución académica no basta para convertirla en centro de nueva cultura y civilización. Es necesario que busquéis, en todos los centros lateranenses, la unidad de investigación, de enseñanza y de estudio, edificando una comunidad vital entre profesores y alumnos. Asimismo, es importante superar toda falsa oposición entre el compromiso cristiano y el trabajo universitario, mediante una apertura incondicional a la acción del Espíritu de verdad, que es siempre Espíritu de auténtica unidad.
En el cumplimiento diario de vuestra tarea no olvidéis el mensaje del jubileo, que nos invita a una continua conversión al Señor resucitado. María, Madre del Redentor, consolide los vínculos entre todos los que pertenecéis a la gran familia lateranense y os acompañe en el camino emprendido.

3. Os doy ahora una cordial bienvenida a vosotros, queridos miembros de las "Misericordias" de Italia, y a vuestro presidente, así como a los grupos "Fratres" de donantes de sangre, con su presidente. Habéis venido aquí para celebrar vuestro jubileo: os saludo con gran alegría.

Deseo manifestaros mi aprecio por vuestro compromiso y, sobre todo, por vuestra acción discreta y generosa. En estos últimos años os habéis esforzado por conjugar vuestras tareas tradicionales con la de eliminar las causas de la necesidad, a través de la presencia real en los lugares donde se realizan opciones sociales, políticas y asistenciales. En esos ámbitos, habéis tratado de afirmar los valores evangélicos, patrimonio que inspira vuestra actividad y que constituye una garantía del respeto a la dignidad del hombre. Una particular expresión del celo que os impulsa ha sido también vuestra presencia efectiva en Kosovo, el compromiso en favor de la construcción del Centro diocesano misionero de Taiwan, y el grato regalo que hoy me hacéis de dos ambulancias. Con esos signos generosos de solidaridad hacéis sentir la misericordia providente del Señor a quienes sufren. Queridos hermanos, proseguid vuestra luminosa tradición de bien que os lleva a dilatar los confines de vuestra caridad.

4. Dirijo un cordial saludo a los dos grupos procedentes de regiones de lengua alemana presentes en esta audiencia: a los peregrinos de la Österreische Cartellverband y a un grupo de miembros del Bundestag alemán. Aunque provengáis de países diversos y tengáis objetivos diferentes, buscáis un mismo fin: expresar la fe cristiana en la sociedad. Que cruzar la Puerta santa os dé fuerza y valor para actuar como sal y levadura en el mundo. A todos os imparto mi bendición apostólica.

Saludo con afecto a los fieles de la parroquia de San Francisco de Borja, de Madrid. Al agradeceros vuestra visita, os deseo que el Señor os colme abundantemente de sus dones en este Año jubilar en el que habéis tenido el gozo de atravesar la Puerta santa.

5. Saludo, por último, a los demás grupos y peregrinos aquí presentes. En especial, a los fieles de la parroquia de San Juan Bautista, en Albegno de Treviolo (Bérgamo); a los de la comunidad parroquial de la Santísima Virgen Mediadora de todas las gracias, en Favara (Agrigento); a los miembros del Instituto italiano de los Castelli, sección de Pulla; a los religiosos y seminaristas del instituto San Carlos de Buccinigo d'Erba (Como) de la Obra de Don Orión. A todos os encomiendo a María, Madre de Cristo resucitado, en este sábado, particularmente dedicado a ella, mientras os imparto a vosotros y a vuestras familias una bendición apostólica especial.








A LOS CAPITULARES DE LOS HERMANOS


DE LA INSTRUCCIÓN CRISTIANA DE SAN GABRIEL



Sábado 29 de abril de 2000



Queridos Hermanos de la Instrucción cristiana de San Gabriel:

Me alegra acogeros mientras estáis reunidos en Roma con ocasión de vuestro capítulo general.
167 Saludo, en particular, al hermano René Delorme, nuevo superior general, así como a todos los miembros del consejo, que acaban de ser elegidos para su primer mandato. Les expreso mi más vivo aliento para su nuevo servicio en el instituto y en la Iglesia. Vuestras asambleas capitulares constituyen un acontecimiento central para vosotros; fortalecen vuestra misión, reavivando vuestro deseo de acudir a la fuente de vuestro carisma fundacional, con humilde y audaz fidelidad a san Luis María Grignion de Montfort, a Gabriel Deshayes y a todos vuestros predecesores.

La Iglesia se alegra de ver la renovada vitalidad de vuestro instituto, como lo demuestra el importante número de nuevos miembros jóvenes en los diferentes continentes, sobre todo en los países donde la evangelización se ha desarrollado recientemente. Ella tiene necesidad del signo profético de vuestra consagración, "para construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con él los pies a los pobres y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo" (Vita consecrata
VC 110). A los ojos del mundo, testimoniáis que el amor y el perdón son más fuertes que el odio y el rencor, y así invitáis a nuestros contemporáneos a fundar su vida personal, familiar y social en el valor primordial de la caridad, para que todos busquen la paz, la justicia y la solidaridad creando vínculos humanos en el seno de la sociedad. Mediante vuestra vida comunitaria, según el estatuto original de vuestro instituto religioso de hermanos, estatuto por el que la Iglesia siente gran estima, como recordé, acogiendo las sugerencias de los padres sinodales, en la exhortación apostólica Vita consecrata (cf. n. 60), testimoniáis con fidelidad y entusiasmo el Evangelio, así como la caridad que une profundamente a los discípulos de Cristo. Cuanto más intenso sea el amor fraterno en vuestras comunidades, tanto mayor será la credibilidad del mensaje anunciado y tanto más perceptible será el corazón de la Iglesia, sacramento de la unión de los hombres con Dios y de los hombres entre sí (cf. Discurso a la asamblea plenaria de la Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, 20 de noviembre de 1992).

El tema principal de vuestras reflexiones, "Misión, fuente de vida. Tras las huellas de Montfort, todos comprometidos en favor de un mundo justo y fraterno", guarda relación con el acontecimiento del gran jubileo, que introduce a "la Iglesia entera en un nuevo período de gracia y de misión" (Incarnationis mysterium, 3). También para vuestro instituto comienza una nueva página de historia, que os permitirá poner en práctica las decisiones de vuestro capítulo general. En 1997, con ocasión del 50° aniversario de la canonización de san Luis María Grignion de Montfort, os exhorté a hacer fructificar la herencia que habéis recibido de vuestro fundador, "que es necesario abrir a tantos jóvenes que buscan el sentido de su vida y el arte de vivir" (Carta a la familia montfortiana, 21 de junio de 1997, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de julio de 1997, p. 4). Vuestro instituto está totalmente orientado a la educación de la juventud. Hoy, más que nunca, se trata de una tarea esencial para la Iglesia y para el mundo del mañana.

En efecto, tenéis por vocación acompañar a los jóvenes en su formación espiritual, moral, humana, intelectual y profesional, y prepararlos para que se conviertan en adultos que asuman la responsabilidad que les compete en todos los ámbitos de su vida futura. Esto les infunde desde ahora la esperanza de que se abre un futuro ante ellos. Con esta misión, participáis activamente en el anuncio del Evangelio y en la construcción de una sociedad justa y fraterna, puesto que la formación se realiza más a fondo en el seno de comunidades educativas donde se acoge, respeta y ama a cada joven tal como es. Estos lugares de vida tienen un valor educativo incomparable: contribuyen a la maduración de su personalidad, dan a cada uno confianza en sí mismo y favorecen su inserción en la sociedad. En nombre de la Iglesia, os agradezco en especial la labor que realizáis en favor de la educación de los jóvenes más pobres de la sociedad o de los niños que son frecuentemente abandonados, los sordos, los ciegos y los niños de las chabolas y de la calle.
También estáis llamados a procurar la alfabetización y la formación de numerosas personas, en especial de las mujeres, que no tienen acceso a las redes de la educación. Queridos hermanos, al hacerlo, desarrolláis, con paciencia y tenacidad, vuestro carisma educativo en la línea de vuestros fundadores. Aprecio los esfuerzos que realizáis en favor de la promoción de las personas y vuestra preocupación por llevar a cabo nuevas fundaciones, particularmente en África y en el sudeste de Asia.

En vuestras instituciones actualmente os beneficiáis de la ayuda, la competencia y la experiencia de numerosos laicos, a quienes, a través de vosotros, saludo cordialmente. Tratáis de encontrar, con paciencia y discernimiento, los medios más adecuados para asociarlos cada vez más eficazmente a vuestra vida y a vuestra misión, comunicándoles vuestra pasión por la educación de la juventud y la especificidad de vuestro carisma montfortiano. Respetando la vocación bautismal de cada uno, dais, juntamente con los laicos, un ejemplo especial de comunión eclesial, que fortalece las energías apostólicas para la evangelización del mundo (cf. Congregación para los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica, Vida fraterna en comunidad, 70).

Que la alegría del jubileo os impulse a vivir diariamente en el seguimiento de Cristo, según el ejemplo de san Luis María Grignion de Montfort. Él os dará la audacia para ser misioneros infatigables del Evangelio en el mundo de la educación. Que la Virgen María, tan querida por vuestro fundador y por toda vuestra familia religiosa, os sostenga a diario. Os imparto de todo corazón una afectuosa bendición apostólica, que extiendo a todos los Hermanos de la Instrucción cristiana de San Gabriel, a sus colaboradores laicos, a los jóvenes que se benefician de su ayuda y a sus familias, así como a los ex alumnos.







                                                                               Mayo de 2000




CON OCASIÓN DEL JUBILEO DE LOS TRABAJADORES


Tor Vergata (Roma), 1 de mayo de 2000


1. Al término de este encuentro jubilar, quisiera una vez más dirigiros a todos mi más cordial saludo. Gracias a cuantos han organizado esta importante manifestación en este lugar, en el que se celebrarán otros encuentros durante el jubileo, sobre todo con ocasión de la Jornada mundial de la juventud.

Agradezco de modo especial al señor Juan Somavia, director general de la Organización internacional del trabajo, y a la doctora Paola Bignardi, presidenta nacional de la Acción católica italiana, las amables palabras que me han dirigido en nombre de todos. Saludo a todas las autoridades presentes, entre las cuales se encuentra el presidente del Gobierno italiano, profesor Giuliano Amato.

168 Por medio de vosotros, aquí presentes, quisiera enviar mi cordial saludo a todo el mundo del trabajo.

2. La fiesta del trabajo trae a la memoria la laboriosidad de los hombres que, cumpliendo el mandato del Señor de la vida, quieren ser constructores de un futuro de esperanza, justicia y solidaridad para la humanidad entera. En este camino de civilización, gracias a las nuevas tecnologías y a la telemática, se abren hoy posibilidades inéditas de progreso. Sin embargo, surgen nuevos problemas, que se añaden a los anteriores y suscitan una legítima preocupación. En efecto, perduran, y a veces se agravan en algunas partes de la tierra, fenómenos como el desempleo, la explotación de menores y la insuficiencia de los salarios. Es necesario reconocer que la organización del trabajo no siempre respeta la dignidad de la persona humana, y que no se tiene debidamente en cuenta el destino universal de los recursos.

El compromiso de resolver, en cada región del mundo, estos problemas, implica a todos: a vosotros, empresarios y dirigentes; a vosotros, financieros; y a vosotros, artesanos, comerciantes y trabajadores dependientes. Todos debemos colaborar para que el sistema económico, en el que vivimos, no altere el orden fundamental de la prioridad del trabajo sobre el capital, del bien común sobre el privado. Como acaba de recordar el señor Juan Somavia, es muy necesario constituir en el mundo una coalición en favor del "trabajo digno".

La globalización es hoy un fenómeno presente en todos los ámbitos de la vida humana, pero es un fenómeno que hay que gestionar con sabiduría. Es preciso globalizar la solidaridad.

3. El jubileo ofrece una ocasión propicia para abrir los ojos a la pobreza y la marginación, no sólo de las personas individualmente sino también de los grupos y los pueblos. En la bula de convocación del jubileo recordé que "muchas naciones, especialmente las más pobres, se encuentran oprimidas por una deuda que ha adquirido unas proporciones que hacen prácticamente imposible su pago" (Incarnationis mysterium, 12). Sería de desear que se realizara un gesto jubilar de reducir o incluso condonar esta deuda.

Este llamamiento se dirige a las naciones ricas y desarrolladas; se dirige, asimismo, a quienes poseen grandes capitales, y a cuantos tienen la capacidad de suscitar solidaridad entre los pueblos.
Que resuene en este histórico encuentro, en el que se hallan unidos en un mismo empeño trabajadores creyentes y organizaciones laborales no confesionales.

Queridos trabajadores, empresarios, cooperadores, agentes financieros y comerciantes, unid vuestros brazos, vuestra mente y vuestro corazón para contribuir a construir una sociedad que respete al hombre y su trabajo. El hombre vale más por lo que es que por lo que tiene. Cuanto se realiza al servicio de una justicia mayor, de una fraternidad más vasta y de un orden más humano en las relaciones sociales, cuenta más que cualquier tipo de progreso en el campo técnico.

Amadísimos hermanos y hermanas, el Papa tiene muy presentes vuestros problemas, vuestras preocupaciones, vuestras expectativas y esperanzas. Aprecia vuestro esfuerzo, vuestro apego a la familia y vuestra conciencia profesional. Está cercano a vosotros en vuestro compromiso en favor de una sociedad más justa y solidaria, os anima y os bendice de corazón.

Al concluir, quisiera saludar a los organizadores de esta celebración. Doy las gracias a la universidad de Tor Vergata, al Ayuntamiento de Roma, al Vicariato de Roma y al Gobierno italiano por la preparación de esta vastísima área, que ya desde ahora veo llena de jóvenes de todo el mundo en agosto. Sobre todo os doy las gracias a vosotros, aquí reunidos. Doy las gracias al señor presidente del Gobierno, al señor alcalde y a todas las autoridades. He sabido que muchos de vosotros habéis tenido que hacer un largo camino para llegar hasta este lugar. Lo siento, pero esperamos que en el futuro también se resuelvan estas dificultades para el bien de todos, especialmente de los peregrinos. Estoy seguro de que Roma seguirá siendo hospitalaria y acogedora para todos, en particular para los peregrinos del gran jubileo del año 2000.

Saludos

(En inglés)
169 Saludo a los peregrinos de lengua inglesa que han participado en la celebración del jubileo de los trabajadores. Por intercesión de san José, a través de cuyas palabras y ejemplo Jesús aprendió el valor del trabajo honrado, pido a Dios todopoderoso que bendiga y fecunde el trabajo de vuestras manos: que todos contribuyáis a la promoción de la dignidad humana de los trabajadores y de sus familias. Sobre todos invoco la gracia y la paz de nuestro Señor Jesucristo.

(En francés)
Saludo cordialmente a los trabajadores de lengua francesa que han venido para celebrar la fiesta del trabajo. Que Dios bendiga vuestro trabajo y vuestros esfuerzos. En este día toda la Iglesia se une a vuestra oración, rindiendo homenaje a vuestro trabajo en lo que tiene de noble y meritorio. La Iglesia cree que la actividad humana, tanto individual como colectiva, se inscribe en el plan de Dios, prolongando la obra del Creador. En nombre de Cristo, trabajador divino, os imparto la bendición apostólica.

(En español)
En el día de san José obrero os saludo a todos los peregrinos de lengua española que estáis participando en este encuentro jubilar. Que vuestro trabajo cotidiano, tantas veces duro y costoso, sea medio de realización personal, participación en el proyecto de Dios, que creó al hombre para que continuase su obra, y camino de santificación para vuestra vida. Muchas gracias.

(En alemán)
Doy una cordial bienvenida a los peregrinos de lengua alemana. Cada día cruzáis varias puertas en vuestros lugares de trabajo: en las fábricas y en las oficinas, en las empresas y en los negocios. La Puerta santa, que este año permanece abierta, es una puerta particular: representa a Cristo, que es la puerta de la vida. Os deseo la vida en abundancia, que Cristo nos ha traído.

(En polaco)
Saludo cordialmente a los trabajadores que han venido de Polonia para este encuentro jubilar en Roma. Dirijo un saludo particular a los miembros y responsables de "Solidaridad" con el presidente dr. Marian Krzaklewski. Os agradezco vuestra participación en esta reunión, tan numerosa. Saludo, asimismo, a los diversos grupos de profesionales, trabajadores y empresarios. Me complace vuestra presencia y quisiera deciros que estáis cerca de mí de un modo particular. Deseo fervientemente que en nuestra patria todos tengan trabajo, que puedan ganarse el pan con el esfuerzo de sus manos y gocen de condiciones de empleo dignas. Que vuestro trabajo esté al servicio del bien común, del bien de la persona y de la sociedad; que una y no separe; que sea fuente de alegría y de bendición. Llevad mi saludo a todos los trabajadores que se encuentran en la patria.






A EMPRESARIOS Y SINDICATOS DE TRABAJADORES


martes 2 de mayo de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

170 1. Me alegra encontrarme nuevamente con vosotros al día siguiente del jubileo mundial de los trabajadores, que celebramos juntos ayer en Tor Vergata.

Gracias por vuestra presencia. Os saludo a todos cordialmente. En particular saludo a monseñor Fernando Charrier y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre. El jubileo de los trabajadores, con motivo del cual se reunieron en Roma representantes y agentes del vasto campo del trabajo procedentes de todo el mundo, nos brindó la oportunidad de repasar las complejas realidades relacionadas con el empleo, tanto en su dimensión mundial como en sus diversos sectores. Nos dimos cuenta de cuán grande es aún la necesidad de intervenir de modo eficaz para lograr que el trabajo humano ocupe en la cultura, en la economía y en la política, el lugar que le corresponde, respetando plenamente la persona del trabajador y su familia, sin perjudicar a ninguna de las dos.

La Iglesia sigue con gran atención estos problemas, sobre todo a través de la labor del Consejo pontificio Justicia y paz, que se mantiene en contacto con las organizaciones internacionales de los trabajadores, de los empresarios y del mundo de las finanzas. Espero que esta fecunda colaboración prosiga para que favorezca una presencia cada vez más eficaz de la Iglesia en el mundo del trabajo.

2. Hablando con vosotros, queridos hermanos y hermanas, quisiera poner de relieve un aspecto característico del trabajo, que de ordinario se indica con el término "calidad total". Fundamentalmente, se trata de la condición del hombre en el proceso productivo: sólo su participación efectiva en ese proceso puede hacer que la empresa sea una auténtica "comunidad de personas" (cf. Centesimus annus
CA 35). Es un desafío que acompaña el gran progreso de las nuevas tecnologías, a las que se ha de reconocer el mérito de haber aliviado, al menos en parte, el elemento de fatiga humana en el trabajo. Ese desafío se ha de afrontar de modo que el "dador de trabajo indirecto", es decir, todas las "fuerzas" que determinan el entero sistema socio-económico o que resultan de él (cf. ib., 17), estén al servicio del hombre y de la sociedad.

Queridos empresarios, agentes de finanzas, sindicatos de trabajadores y todos los que con la cooperación y el comercio os ponéis al servicio de un desarrollo digno del hombre, os compete realizar una tarea sumamente ardua, pero de gran trascendencia. Sin duda, el rescate del hombre frente al trabajo depende, en gran medida, de las orientaciones de las finanzas y de la economía, las cuales deben captar cada vez más su elemento distintivo, es decir, el peculiar "servicio" que están llamadas a dar al desarrollo. Ciertamente, el grave fenómeno del desempleo, que afecta a hombres, mujeres y jóvenes, y al que de muchas maneras se trata de encontrar solución, tendría éxito si la economía, las finanzas y la misma organización nacional y mundial del trabajo no perdieran nunca de vista el bien del hombre como su meta última.

3. La así llamada "globalización" contribuye hoy a hacer aún más complejo el mundo del trabajo. Se trata de un fenómeno nuevo, que es preciso conocer y valorar con un análisis atento y puntual, pues se presenta con una marcada nota de "ambivalencia". Puede ser un bien para el hombre y para la sociedad, pero podría constituir también un daño de notables consecuencias. Todo depende de algunas opciones de fondo, es decir: si la "globalización" se pone al servicio del hombre, y de todo hombre, o si exclusivamente contribuye a un desarrollo desvinculado de los principios de solidaridad y participación, y fuera de una subsidiariedad responsable.

Al respecto, es importante tener presente que cuanto más global sea el mercado, tanto más debe ser equilibrado por una cultura global de la solidaridad, atenta a las necesidades de los más débiles. Además, es preciso salvaguardar la democracia, incluso económica, y a la vez una recta concepción de la persona y de la sociedad.

El hombre tiene derecho a un desarrollo que abarque todas las dimensiones de su vida. La economía, incluso cuando está globalizada, se debe integrar en el entramado de las relaciones sociales, de las que constituye un elemento importante, pero no exclusivo.

También para la globalización es necesaria una nueva cultura, nuevas reglas y nuevas instituciones a nivel mundial. En este campo, la política y la economía deben colaborar para determinar proyectos, a corto, medio o largo plazo, que tengan como objetivo la condonación, o al menos la disminución, de la deuda externa de los países pobres del mundo. En este sentido, ya se ha emprendido un loable camino de corresponsabilidad, que es necesario reforzar y, este sí, globalizar para que todos los países se sientan implicados. Se trata de un camino arduo que, precisamente por eso, exalta la responsabilidad de cada uno y de todos.

4. He aquí, amadísimos hermanos y hermanas, el vasto campo que se abre ante vosotros; he aquí la contribución que debe dar cada uno de vosotros y, junto con vosotros, las instituciones que representáis.

La Iglesia aprecia vuestra labor y os acompaña en vuestro esfuerzo por crear, en un mundo marcado por complejas relaciones de interdependencia, relaciones de colaboración solidaria y efectiva.

171 A cada uno de vosotros aseguro mi recuerdo en la oración y encomiendo todos vuestros propósitos a María y a José, cooperadores fieles de la obra de la salvación, mientras de corazón os bendigo a vosotros, así como a vuestros colaboradores y a vuestras familias.






A LOS MIEMBROS DE LA FUNDACIÓN PAPAL


martes 2 de mayo de 2000



«La religión que brota del misterio de la encarnación redentora es la religión del "permanecer en la intimidad de Dios", del participar en su misma vida» (Tertio millennio adveniente TMA 8). Y el corazón de Dios, la vida que nos comunica a través de la encarnación, muerte y resurrección de su amado Hijo, no es más que la amorosa bondad y misericordia del Padre, que desea reunir a todos sus hijos dispersos en la comunión del único Cuerpo de Cristo, la Iglesia. El jubileo del año 2000 es un "año de gracia del Señor", en el que toda la Iglesia debe tratar de dar un testimonio cada vez más auténtico del amor y la solidaridad cristianos.

En este marco, me alegra vuestra presencia aquí, durante el Año jubilar. La Fundación Papal, desde sus inicios, ha permitido al Sucesor de Pedro responder a algunas de las más apremiantes peticiones de intervención caritativa, especialmente en los países en vías de desarrollo. Vuestro deseo de compartir mi "solicitud por todas las Iglesias" me consuela y me sostiene en el ministerio que el Señor me ha confiado. Por eso, os expreso mi agradecimiento y deseo hacerlo con oraciones fervientes por vosotros y por vuestros seres queridos.

En este año especial de gracia que abre al tercer milenio cristiano, encomiendo a los miembros de la Fundación Papal al amor de la santísima Trinidad. Quiera Dios que, inundados por el esplendor de la Resurrección, vuestro corazón se llene de gozo sereno, dado que "la luz del Rey eterno ha disipado las tinieblas del mundo" (Pregón pascual).

Sobre todos vosotros invoco de corazón la intercesión de María, Madre del Redentor, y os imparto de buen grado mi bendición apostólica.






A LOS PARTICIPANTES EN EL XXIX CAPÍTULO GENERAL


DE LOS MISIONEROS DE NUESTRA SEÑORA DE LA SALETTE



Jueves 4 de mayo




Queridos Misioneros de Nuestra Señora de La Salette:

Me alegra acogeros en este momento en que estáis celebrando vuestro XXIX capítulo general. Junto con vuestro superior general y su consejo, a los que saludo cordialmente, representáis a todos vuestros hermanos esparcidos en numerosos países del mundo. En nombre de la Iglesia, os agradezco profundamente los esfuerzos que habéis realizado durante estos últimos años para extender vuestro campo de apostolado, sobre todo en la India y en los países del Este europeo, pensando también en estableceros próximamente en Indonesia y en Birmania. ¡Que el Señor bendiga con abundancia vuestros generosos compromisos apostólicos y os conceda perseverar con la audacia y el entusiasmo de las generaciones de misioneros que os han precedido!

Habéis elegido como tema de vuestras reuniones capitulares: "Juntos construimos el futuro". Deseáis construir juntos el futuro de vuestro instituto con la ayuda de Dios, dando nuevo vigor al carisma saletino que os une, mediante una fidelidad creativa a vuestra vocación, y subrayando, en particular, el lugar esencial de la misión, de la vida comunitaria y de la interdependencia en la comunión.

A la luz del mensaje de Nuestra Señora de La Salette, atribuís un lugar importante al ministerio de la reconciliación. Este Año jubilar es una ocasión privilegiada para redescubrir la plenitud de la misericordia de Dios, que quiere reconciliar al hombre con él y con sus hermanos. En efecto, "por ser una comunidad reconciliada y reconciliadora, la Iglesia no puede olvidar que en el origen mismo de su don y de su misión reconciliadora se halla la iniciativa llena de amor compasivo y misericordioso del Dios que es amor y que por amor ha creado a los hombres; los ha creado para que vivan en amistad con él y en mutua comunión" (Reconciliatio et paenitentia, RP 10). Con este espíritu, deseo vivamente que vuestro capítulo estimule a los miembros de vuestro instituto a adquirir una conciencia renovada de su participación en la misión reconciliadora de la Iglesia, que es el corazón de su vocación misionera, ayudando sin cesar a los fieles a acoger el perdón divino, para ser sus testigos en todas las naciones.

Como escribí con ocasión del 150° aniversario de la aparición de la Virgen, "La Salette es un mensaje de esperanza, puesto que nuestra esperanza se apoya en la intercesión de la Madre de los hombres" (Carta a monseñor Louis Dufaux, obispo de Grenoble, 6 de mayo de 1996: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 7 de junio de 1996, p. 10). ¡Que el anuncio de esta esperanza esté siempre en el centro de vuestro encuentro con los hombres y las mujeres de hoy! Gracias a ella, nuestros contemporáneos pueden estar seguros de que las rupturas no son irremediables, y que es siempre posible convertirse de sus infidelidades a fin de construir una humanidad reconciliada y seguir al Señor, puesto que ninguno está demasiado lejos para Dios.


Discursos 2000 165