Discursos 2000 257

257 Sé cuánto se han esmerado los jóvenes de las diversas diócesis italianas para preparar este momento de "intercambio de felicidad". Ojalá que en esta ciudad, que conserva las tumbas y las memorias de quienes dieron testimonio del Salvador del mundo, todos los jóvenes se encuentren durante estos días con Jesús, que conoce el secreto de la verdadera felicidad y la prometió a sus amigos con estas palabras: "Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud" (Jn 15,11).

Queridos jóvenes, en este momento tan esperado y significativo, vuelvo espontáneamente con el pensamiento al primer encuentro mundial de la juventud, que tuvo lugar precisamente aquí, delante de la catedral de Roma. De aquí partimos también hoy para vivir una nueva experiencia a nivel mundial: es el encuentro del comienzo de un nuevo siglo y de un nuevo milenio. Os deseo que el corazón de cada uno de vosotros se encuentre con Cristo, eternamente vivo.

3. Jóvenes y muchachas romanos, hijos de la Iglesia que tiene como obispo al Sucesor de Pedro y que, como escribió san Ignacio de Antioquía, está llamada a "presidir en la caridad" (Ad Romanos, Introd.), sentíos comprometidos también durante estos días a acoger a los demás jóvenes que han venido desde todas las regiones del mundo. Entablad con ellos una amistad cordial. Haced que su estancia en Roma sea feliz, distinguiéndoos por el espíritu de servicio y por la acogida amistosa, según el estilo de los amigos de Jesús —Lázaro, Marta y María—, que a menudo lo hospedaban en su casa. Abrid las puertas de vuestros hogares a los peregrinos de esta Jornada mundial de la juventud, junto con los jóvenes de las doce diócesis confinantes con Roma, convirtiéndola en ciudad acogedora, casa amiga, para que también aquí, hoy, se realice un encuentro entre amigos: entre todos nosotros y nuestro gran amigo, Jesús.

4. Queridos jóvenes peregrinos del tercer milenio, vivid intensamente esta Jornada mundial. A través del contacto con numerosos coetáneos que, como vosotros, quieren seguir a Cristo, atesorad las palabras que os dirigirán los obispos, acogiendo la voz del Señor para fortalecer vuestra fe y testimoniarla sin miedo, conscientes de ser herederos de un gran pasado.

Al inaugurar vuestro jubileo, amadísimos jóvenes y muchachas, deseo repetir las palabras con las que comencé mi ministerio de Obispo de Roma y Pastor de la Iglesia universal; quisiera que estas palabras guiaran vuestros días romanos: "¡No tengáis miedo! ¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!". Abrid vuestro corazón, vuestra vida, vuestras dudas, vuestras dificultades, vuestras alegrías y vuestros afectos a su fuerza salvífica y dejad que él entre en vuestro corazón. "¡No tengáis miedo! Cristo sabe lo que hay dentro del hombre. ¡Sólo él lo sabe!". Lo dije el 22 de octubre de 1978. Lo repito hoy con la misma convicción, con la misma fuerza, viendo resplandecer en vuestros ojos la esperanza de la Iglesia y del mundo. Sí, dejad que Cristo reine en vuestras jóvenes existencias; servidle con amor. ¡Servir a Cristo es libertad!

5. Inauguremos estas jornadas bajo la mirada de María santísima, a quien hoy contemplamos en su Asunción al cielo: que el ejemplo de la joven Virgen de Nazaret os ayude a decir al Señor que llama a vuestra puerta, y desea entrar y permanecer con vosotros.

Poco antes de concluir el discurso, probablemente leyendo un cartel que rezaba: "Il Papa, un giovane come noi", "El Papa, un joven como nosotros" y respondiendo a las aclamaciones de los jóvenes dijo:

El Papa vive desde hace ochenta años y los jóvenes lo quieren siempre joven. ¿Cómo hacerlo? Gracias por esta catequesis vuestra.

Os deseo que os sintáis bien aquí en Roma, que os sintáis siempre cerca de la Virgen Salus populi romani, que sintáis su cercanía maternal. Este es mi último deseo, porque debo trasladarme a San Pedro para dar la bienvenida, también en nombre vuestro, a cuantos han venido a Roma de todas las partes del mundo para celebrar y vivir con vosotros el jubileo de los jóvenes.







XV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


FIESTA DE ACOGIDA DE LOS JÓVENES EN LA PLAZA DE SAN PEDRO



Martes 15 de agosto de 2000


Queridos jóvenes y muchachas de la XV Jornada Mundial de la Juventud, queridos hermanos en el sacerdocio, religiosos, religiosas y educadores que los acompañáis: ¡Bienvenidos a Roma!

258 Agradezco al Cardenal James Francis Stafford las amables palabras que me ha dirigido. Con él saludo al Cardenal Camillo Ruini, a los demás Cardenales, Arzobispos y Obispos aquí presentes. Así mismo, doy las gracias a los dos jóvenes que han expresado elocuentemente los sentimientos de todos vosotros, queridos amigos congregados aquí desde tantas partes del mundo.

Os acojo con gozo, después de haber estado delante de la Basílica de San Juan de Letrán, la Catedral de Roma, para saludar a los jóvenes romanos e italianos. Ellos se unen a mí para daros su más fraterna y cordial bienvenida.

Vuestros rostros me recuerdan, y en cierto modo me hacen presente, a las jóvenes generaciones con las que he tenido la gracia de encontrarme en estos años de final de milenio a lo largo de mis viajes apostólicos por el mundo. A cada uno os digo: ¡La paz esté contigo!

La paz esté contigo, joven que vienes de África:
de Argelia,
de Angola,
de Benin,
de Burkina Faso,
de Burundi,
de Camerún,
de Cabo Verde,
del Chad,
del Congo,
de Costa de Marfil,
de Egipto,
de Eritrea,
de Gabón,
de Gambia,
de Ghana,
259 de la República de Guinea,
de Jibuti,
da Guinea Bissau,
de Kenya,
de las Islas Comores,
de las Islas Mauricio,
de Lesotho,
de Liberia,
de Libia,
de Madagascar,
de Malawi,
de Mali,
de Marruecos,
de Mozambique,
de Namibia,
de Nigeria,
260 de la República Centroafricana,
de la República Democrática del Congo,
de Ruanda,
del Senegal,
de las Islas Seychelles,
de Sierra Leona,
de Sudáfrica,
de Sudán,
de Suazilandia,
de Tanzania,
de Togo,
de Uganda,
de Zambia,
de Zimbabue.

261 La paz esté contigo, joven que vienes de América:
de las Antillas,
de Argentina,
de las Bahamas,
de Belice,
de Bolivia,
de Brasil,
de Canadá,
de Chile,
de Colombia,
de Costa Rica,
de Cuba,
del Ecuador,
de El Salvador,
de Guatemala,
de Haití,
de Honduras,
de México,
de Nicaragua,
de Panamá,
del Paraguay,
de Perú,
de Puerto Rico,
262 de la República Dominicana,
de Santa Lucía,
de San Vicente,
de los Estados Unidos,
de Surinam,
del Uruguay,
de Venezuela.

La paz esté contigo, joven que vienes de Asia:
de Arabia Saudita,
de Armenia,
de Bahrein,
de Bangladesh,
de Camboya,
de Corea del Sur,
263 de los Emiratos Árabes Unidos
de Filipinas,
de Georgia,
de Japón,
de Jordania,
de Hong Kong,
de la India,
de Indonesia,
de Irak,
de Israel,
de Kazakistán,
de Kirguizistán,
de Laos,
del Líbano,
de Macao,
de Malasia,
de Mongolia,
de Myanmar,
del Nepal,
de Omán,
de Pakistán,
del Katar,
de Singapur,
de Siria,
de Sri Lanka,
de Taiwán,
264 de los Territorios Palestinos,
de Tailandia,
de Timor Este,
de Turkmenistán,
de Uzbekistán
y de Vietnam.

La paz esté contigo, joven que vienes de Europa:
de Albania,
de Austria,
de Bélgica,
de Bielorrusia,
265 de Bosnia-Herzegovina,
de Bulgaria,
de Chipre,
de Croacia,
de Dinamarca,
de Alemania,
de Inglaterra,
de España,
de Estonia,
de Finlandia,
de Francia,
de Grecia,
de Irlanda,
de Italia,
de Letonia,
de Liechtenstein,
de Lituania,
de Luxemburgo,
de Macedonia,
de Malta,
de Moldavia,
266 de los Países Bajos,
de Noruega,
de Polonia,
de Portugal,
del Principado de Mónaco,
de la República Checa,
de la República de San Marino,
de Rumanía,
de Rusia,
de Escocia,
de Eslovaquia,
de Eslovenia,
de Suiza,
de Suecia,
de Turquía,
de Ucrania,
de Hungría,
de Yugoslavia.

267 La paz esté contigo, joven que vienes de Oceanía:
de Australia,
de Guam,
de Nueva Zelanda,
de Papúa Nueva Guinea.

Saludo con particular afecto al grupo de jóvenes provenientes de los Países donde el odio, la violencia o la guerra todavía siguen marcando con el sufrimiento la vida de poblaciones enteras: gracias a la solidaridad de todos vosotros ha sido posible que ellos estén aquí esta tarde. A ellos les manifiesto, también en vuestro nombre, la cercanía fraterna de nuestra asamblea; con vosotros, pido para ellos y para sus pueblos días de paz en la justicia y la libertad.

Mi pensamiento se dirige también a los jóvenes de otras Iglesias y Comunidades eclesiales que están aquí esta tarde junto con algunos de sus Pastores: ¡Que esta Jornada Mundial sea una nueva ocasión de conocimiento recíproco y de súplica común al Espíritu Santo para implorar el don de la plena unidad de todos los cristianos!

Queridos amigos de los cinco Continentes, me alegra iniciar solemnemente con vosotros esta tarde el Jubileo de los Jóvenes. Peregrinos tras las huellas de los Apóstoles, imitadlos en la fe.

¡Jesucristo es el mismo ayer, hoy y siempre!
* * * * *


1. Queridos amigos que habéis recorrido con toda clase de medios tantos y tantos kilómetros para venir aquí, a Roma, a las tumbas de los Apóstoles, dejad que empiece mi encuentro con vosotros planteándoos una pregunta: ¿Qué habéis venido a buscar? Estáis aquí para celebrar vuestro Jubileo, el Jubileo de la Iglesia joven. El vuestro no es un viaje cualquiera: Si os habéis puesto en camino no ha sido sólo por razones de diversión o de cultura. Dejad que os repita la pregunta: ¿Qué habéis venido a buscar?, o mejor, ¿a quién habéis venido a buscar?

268 La respuesta no puede ser más que una: ¡habéis venido a buscar a Jesucristo! A Jesucristo que, sin embargo, primero os busca a vosotros. En efecto, celebrar el Jubileo no tiene otro significado que el de celebrar y encontrar a Jesús, la Palabra que se hizo carne y vino a habitar entre nosotros.

Las palabras del Prólogo de San Juan, que acaban de ser proclamadas, son en cierto modo su "tarjeta de presentación". Nos invitan a fijar la mirada en su misterio. Estas palabras son un mensaje especial dirigido a vosotros, queridos jóvenes: "En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios" (
Jn 1,1-2).

Al hablar de la Palabra consustancial con el Padre, de la Palabra eterna engendrada como Dios de Dios y Luz de Luz, el evangelista nos lleva al corazón de la vida divina, pero también al origen del mundo. En efecto, la Palabra está en el comienzo de toda la creación: "Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe" (Jn 1,3). Todo el mundo creado, antes de ser realidad, fue pensado y querido por Dios con un eterno designio de amor. Por tanto, si observamos el mundo en profundidad, dejándonos sorprender por la sabiduría y la belleza que Dios le ha infundido, podemos ya ver en él un reflejo de la Palabra que la revelación bíblica nos desvela en plenitud en el rostro de Jesús de Nazaret. En cierto modo, la creación es una primera "revelación" de Él.

2. El anuncio del Prólogo continúa así: "En ella estaba la vida y la vida era la luz de los hombres y la luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la vencieron" (Jn 1,4-5). Para el evangelista la vida es la luz, y la muerte - lo opuesto a la vida - son las tinieblas. Por medio de la Palabra surgió toda vida en la tierra y en la Palabra encuentra su cumplimiento definitivo.

Identificando la vida con la luz, Juan tiene también en cuenta esa vida particular que no consiste simplemente en las funciones biológicas del organismo humano, sino que brota de la participación en la vida misma de Cristo. El evangelista dice: "La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo" (Jn 1,9). Esa iluminación le fue concedida a la humanidad en la noche de Belén, cuando la Palabra eterna del Padre asumió un cuerpo de María Virgen, se hizo hombre y nació en este mundo. Desde entonces todo hombre que mediante la fe participa en el misterio de ese acontecimiento experimenta de algún modo esa iluminación.

Cristo mismo, presentándose como luz del mundo, dirá un día: "Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz" (Jn 12,36). Es una exhortación que los discípulos de Cristo se transmiten de generación en generación, buscando aplicarla a la vida de cada día. Refiriéndose a esta exhortación San Pablo escribirá: "Vivid como hijos de la luz; pues el fruto de la luz consiste en toda bondad, justicia y verdad (Ep 5,8-9).

3. El centro del Prólogo de Juan es el anuncio de que "la Palabra se hizo carne y puso su Morada entre nosotros" (Jn 1,14). Poco antes el evangelista había dicho: "Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a todos los que la recibieron, les dio poder de hacerse hijos de Dios" (Jn 1,11-12). Queridos jóvenes, ¿estáis vosotros entre los que han acogido a Cristo? Vuestra presencia aquí ya es una respuesta. Habéis venido a Roma, en este Jubileo de los dos mil años del nacimiento de Cristo, para acoger dentro de vosotros su fuerza de vida. Habéis venido para volver a descubrir la verdad sobre la creación y para asombraros nuevamente por la belleza y la riqueza del mundo creado. Habéis venido para renovar en vosotros la conciencia de la dignidad del hombre, creado a imagen y semejanza de Dios.

"Y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad" (Jn 1,14). Un filósofo contemporáneo ha subrayado la importancia de la muerte en la vida humana, llegando a calificar al hombre como "un ser-para-la-muerte". El Evangelio, por el contrario, pone de relieve que el hombre es un ser para la vida. El hombre es llamado por Dios a participar de la vida divina. El hombre es un ser llamado a la gloria.

Estos días, que pasaréis juntos en Roma en el ámbito de la Jornada Mundial de los Jóvenes, os tienen que ayudar, a cada uno de vosotros, a ver más claramente la gloria que es propia del Hijo de Dios y a la cual hemos sido llamados en Él por el Padre. Por eso es necesario que crezca y se consolide vuestra fe en Cristo.

4. Esta fe es la que deseo profesar ante vosotros, amigos jóvenes, ante la tumba del Apóstol Pedro, al cual el Señor ha querido que sucediera como Obispo de Roma. Hoy yo en deseo deciros, el primero, que creo firmemente en Jesucristo Nuestro Señor. Sí, yo creo y hago mías las palabras del Apóstol Pablo: "La vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí" (Ga 2,20).

Recuerdo cómo desde niño, en mi familia, aprendí a rezar y a fiarme de Dios. Recuerdo el ambiente de la parroquia, San Estanislao de Kostka, que yo frecuentaba en Debniki, Cracovia, dirigida por los padres Salesianos, de los cuales recibí la formación fundamental para la vida cristiana. Tampoco puedo olvidar la experiencia de la guerra y los años de trabajo en una fábrica. La maduración definitiva de mi vocación sacerdotal surgió en el período de la segunda guerra mundial, durante la ocupación de Polonia. La tragedia de la guerra dio al proceso de maduración de mi opción de vida un matiz particular. En ese contexto se me manifestaba una luz cada vez más clara: el Señor quiere que yo sea sacerdote. Recuerdo conmovido ese momento de mi vida cuando, en la mañana del uno de noviembre de 1946, recibí la ordenación sacerdotal.

269 Mi Credo continúa con mi actual servicio a la Iglesia. Cuando, el 16 de octubre de 1978, después de ser elegido para la Sede de Pedro, se me dirigió la pregunta: "¿Aceptas?", respondí: "Obedeciendo en la fe a Cristo, mi Señor, confiando en la Madre de Cristo y de la Iglesia, a pesar de las grandes dificultades, acepto" (Redemptor hominis RH 2). Desde entonces trato de desempañar mi misión encontrando cada día la luz y fuerza en la fe que me une a Cristo.

Pero mi fe, como la de Pedro y como la de cada uno de vosotros, no es sólo obra mía, adhesión mía a la verdad de Cristo y de la Iglesia. La fe es esencialmente y ante todo obra del Espíritu Santo, don de su gracia. El Señor me concede, como también hace con vosotros, su Espíritu que nos hace decir "Creo", sirviéndose también de nosotros para dar testimonio de Él por todos los lugares de la tierra.

5. Queridos amigos, ¿por qué al comenzar vuestro Jubileo he querido ofreceros este testimonio personal? Lo he hecho para aclarar que el camino de la fe pasa a través de todo lo que vivimos. Dios actúa en las circunstancias concretas y personales de cada uno de nosotros: a través de ellas, a veces de manera verdaderamente misteriosa, se presenta a nosotros la Palabra "hecha carne", que vino a habitar entre nosotros.

Queridos jóvenes, no permitáis que el tiempo que el Señor os concede transcurra como si todo fuese casualidad. San Juan nos ha dicho que todo ha sido hecho en Cristo. Por tanto, creed intensamente en Él. Él guía la historia de cada persona y la de la humanidad. Ciertamente Cristo respeta nuestra libertad, pero en todas las circunstancias gozosas o amargas de la vida, no cesa de pedirnos que creamos en Él, en su Palabra, en la realidad de la Iglesia, en la vida eterna.

Así pues, no penséis nunca que sois desconocidos a sus ojos, como simples números de una masa anónima. Cada uno de vosotros es precioso para Cristo, Él os conoce personalmente y os ama tiernamente, incluso cuando uno no se da cuenta de ello.

6. Queridos amigos, proyectados con todo el ardor de vuestra juventud hacia el tercer milenio, vivid intensamente la oportunidad que os ofrece la Jornada Mundial de la Juventud en esta Iglesia de Roma, que hoy más que nunca es vuestra Iglesia. Dejaos modelar por el Espíritu Santo. Haced la experiencia de la oración, dejando que el Espíritu hable a vuestro corazón. Orar significa dedicar un poco del propio tiempo a Cristo, confiarse a Él, permanecer en silenciosa escucha de su Palabra y hacerla resonar en el corazón.

En estos días, como si fuera una gran semana de Ejercicios Espirituales, buscad momentos de silencio, de oración, de recogimiento. Pedid al Espíritu Santo que ilumine vuestra mente, suplicadle el don de una fe viva que dé para siempre un sentido a vuestra vida, centrándola en Jesús, la Palabra hecha carne.

Que María Santísima, que engendró a Cristo por obra del Espíritu Santo, María Salus Populi Romani y Madre de todos los pueblos; que los santos Pedro y Pablo y todos los demás Santos y Mártires de esta Iglesia y de vuestras Iglesias os acompañen en vuestro camino.






A UN GRUPO DE PEREGRINOS JUBILARES


Castelgandolfo, viernes 18 de agosto de 2000



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con gran alegría os acojo en este encuentro especial, que tiene lugar durante las celebraciones de la XV Jornada mundial de la juventud. El clima de fe y de espiritualidad que se respira en estos días ofrece a todos los peregrinos la oportunidad de profundizar el conocimiento de Cristo y verificar la propia fidelidad a él.

270 Os deseo de corazón que así sea también para cada uno de vosotros, que procedéis de diversas naciones y continentes, a la vez que os saludo con gran cordialidad.

2. Me alegra acogeros, queridos amigos del patriarcado copto católico, mientras realizáis vuestra peregrinación jubilar. Saludo muy cordialmente al patriarca Stéphanos II Ghattas y a los obispos presentes. Para mí es una feliz ocasión para recordar mi reciente viaje jubilar a Egipto y expresar una vez más mi gratitud a todas las personas que contribuyeron a su éxito.

Habéis respondido a la llamada de la Iglesia, que invita a cada fiel ante todo a volver al Señor, a convertirse y dar un testimonio mayor de fraternidad, solidaridad y caridad en favor de los más pobres de la sociedad. En efecto, desde la perspectiva bíblica, el jubileo es a la vez una ocasión privilegiada para dar gracias a Dios, alabarlo y pedirle su fuerza a fin de ser testigos auténticos del Evangelio, con palabras y obras. En vuestro país también es importante que desarrolléis los vínculos con todos vuestros compatriotas, particularmente con los fieles de las demás confesiones cristianas, para que caminemos juntos hacia la unidad plena, así como con los creyentes de las diferentes religiones, respetando a las personas y la libertad de conciencia.

A la vez que os encomiendo a la intercesión materna de la Virgen María, os deseo a cada uno de vosotros, y a todos los fieles de la Iglesia copta católica, que recibáis durante este Año jubilar las gracias necesarias. Que este evento eclesial fortalezca también el testimonio evangélico de todos los miembros del patriarcado, mediante el crecimiento de la vida litúrgica y espiritual, con fidelidad a la hermosa herencia recibida de la tradición, y mediante el desarrollo de la vida pastoral y misionera, sobre todo entre los jóvenes, para que conozcan a Cristo y la enseñanza de la Iglesia. Gracias. Quisiera que transmitierais mi saludo fraterno al Papa Shenouda.

3. Me dirijo ahora a vosotros, queridos sacerdotes de la Iglesia ortodoxa serbia, procedentes de la eparquía de Sabac-Valjevo. Os saludo con afecto a vosotros, a vuestro obispo, monseñor Lavrentije Trifunovic, y al arzobispo católico coadjutor de Belgrado, monseñor Stanislav Hocevar.
Por medio de vosotros, quisiera enviar mi saludo deferente y fraterno a vuestro patriarca, Su Beatitud Pavle.

Mi pensamiento va en este momento a toda la nación serbia, que durante estos años ha sufrido pruebas tan duras. Ojalá que vuestro querido pueblo permanezca fiel a sus tradiciones cristianas, también gracias a vuestro servicio pastoral. Con este fin, invoco la abundancia de las bendiciones de Dios sobre vosotros y sobre las comunidades de fieles en las que vivís y trabajáis, sirviendo a la causa del Evangelio. Que el Señor corone de frutos vuestro compromiso apostólico en favor del reino de Dios.

Os deseo de corazón que vuestra patria, Serbia, logre superar pronto los problemas que la afligen, de modo que pueda mirar con serenidad hacia un futuro de paz y desarrollo, en un clima de colaboración y respeto recíproco con los países vecinos.

4. Me es muy grato saludar ahora a ustedes, queridos jóvenes cubanos, acompañados por el señor cardenal Jaime Lucas Ortega y Alamino, arzobispo de La Habana, y por monseñor Carlos J. Baladrón Valdés, obispo de Guantánamo-Baracoa, venidos a Roma representando a tantos coetáneos suyos en la Jornada mundial de la juventud en este año del gran jubileo. Esta es una ocasión privilegiada de evangelización, de comunión eclesial y de renovación interior mediante el encuentro personal con Cristo, junto con numerosísimos jóvenes de todo el mundo, peregrinos a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo.

Hoy deseo recordar las palabras que les dirigí a ustedes durante mi inolvidable viaje a Cuba. Sigan poniendo la mirada en Jesús. Él quiere ofrecerles de nuevo su amistad; sus ojos, llenos de ternura, se siguen fijando en la juventud cubana, esperanza viva de la Iglesia y de Cuba. "No tengan miedo de abrir sus corazones a Cristo". No se cierren a su amor. Sean sus testigos ante los demás jóvenes, asumiendo compromisos concretos para difundir la civilización del amor en todos los ámbitos: familia, comunidades eclesiales y trabajo. Para ello pido al Señor que, en este Año jubilar, el Espíritu les colme de sus dones y bendiciones. Al mismo tiempo, antes de regresar a sus lugares de origen les repito, para que ustedes las hagan suyas, las palabras con que me recibieron en Camagüey: "¡Benditos los pies del mensajero que anuncia la paz!".

5. Os renuevo, una vez más, la expresión de mi afecto a cada uno de vosotros, aquí presentes y, al mismo tiempo que invoco la protección materna de María elevada al cielo, os imparto complacido la bendición apostólica, extendiéndola a todos vuestros seres queridos.





XV JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD


VIGILIA DE ORACIÓN EN TOR VERGATA



271

Sábado 19 de agosto de 2000


1. “Y vosotros ¿quién decís que soy yo?” (Mt 16,15).

Queridos jóvenes, con gran alegría me reúno de nuevo con vosotros, con ocasión de esta vigilia de oración, durante la cual queremos ponernos juntos a la escucha de Cristo, que sentimos presente entre nosotros. Es Él quien nos habla.

“Y vosotros ¿quién decís que soy yo?”. Jesús plantea esta pregunta a sus discípulos en la región de Cesarea de Filipo. Simón Pedro contesta: “Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16,16). A su vez el Maestro les dirige estas sorprendentes palabras: “Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

¿Cuál es el significado de este diálogo? ¿Por qué Jesús quiere escuchar lo que los hombres piensan de Él? ¿Por qué quiere saber lo que piensan sus discípulos de Él?

Jesús quiere que los discípulos se den cuenta de lo que está escondido en sus mentes y en sus corazones y que expresen su convicción. Al mismo tiempo, sin embargo, sabe que el juicio que harán no será sólo el de ellos, porque en el mismo se revelará lo que Dios ha derramado en sus corazones por la gracia de la fe.

Este acontecimiento en la región de Cesarea de Filipo nos introduce, en cierto modo, en el “laboratorio de la fe”. Ahí se desvela el misterio del inicio y de la maduración de la fe.En primer lugar está la gracia de la revelación: un íntimo e inexpresable darse de Dios al hombre; después sigue la llamada a dar una respuesta y, finalmente, está la respuesta del hombre, respuesta que desde ese momento en adelante tendrá que dar sentido y forma a toda su vida.

Aquí tenemos lo que es la fe. Es la respuesta a la palabra del Dios vivo por parte del hombre racional y libre. Las cuestiones que Cristo plantea, las respuestas de los Apóstoles y la de Simón Pedro, son como una prueba de la madurez de la fe de los que están más cerca de Cristo.

2. El diálogo en Cesarea de Filipo tuvo lugar en el tiempo prepascual, es decir, antes de la pasión y resurrección de Cristo. Convendría recordar también otro acontecimiento durante el cual Cristo, ya resucitado, probó la madurez de la fe de sus Apóstoles. Se trata del encuentro con Tomás Apóstol. Era el único ausente cuando, después de la resurrección, Cristo fue por primera vez al Cenáculo. Cuando los otros discípulos le dijeron que habían visto al Señor él no quiso creer. Decía: “Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré” (Jn 20,25). Ocho días después, estaban otra vez reunidos los discípulos y Tomás estaba con ellos. Entró Jesús estando la puerta cerrada, saludó a los Apóstoles con estas palabras: “La paz con vosotros” (Jn 20,26) y acto seguido se dirigió a Tomás: “Acerca aquí tu dedo y mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y nos seas incrédulo sino creyente” (Jn 20,27). Tomás le contestó: “Señor mío y Dios mío” (Jn 20,28).

También el Cenáculo de Jerusalén fue para los Apóstoles una especie de “laboratorio de la fe”. Lo que allí sucedió con Tomás va, en cierto sentido más allá de lo que ocurrió en la región de Cesarea de Filipo. En el Cenáculo nos encontramos ante una dialéctica de la fe y de la incredulidad más radical y, al mismo tiempo, ante una confesión aún más profunda de la verdad sobre Cristo. Verdaderamente no era fácil creer que estuviese vivo Aquél que tres días antes había sido depositado en el sepulcro.

El divino Maestro había anunciado varias veces que iba a resucitar de entre los muertos y ya había dado también pruebas de ser el Señor de la vida. Sin embargo, la experiencia de su muerte había sido tan fuerte que todos tenían necesidad de un encuentro directo con Él para creer en su resurrección: los Apóstoles en el Cenáculo, los discípulos en el camino a Emaús, las piadosas mujeres junto al sepulcro... También Tomás lo necesitaba. Cuando su incredulidad se encontró con la experiencia directa de la presencia de Cristo, el Apóstol que había dudado pronunció esas palabras con las que se expresa el núcleo más íntimo de la fe: Si es así, si Tú verdaderamente estás vivo aunque te mataron, quiere decir que eres “mi Señor y mi Dios”.

272 Con el caso de Tomás el “laboratorio de la fe” se ha enriquecido con un nuevo elemento. La revelación divina, la pregunta de Cristo y la respuesta del hombre se han completado con el encuentro personal del discípulo con Cristo vivo, con el Resucitado. Ese encuentro pasa a ser el inicio de una nueva relación entre el hombre y Cristo, una relación en la que el hombre reconoce existencialmente que Cristo es Señor y Dios; no sólo Señor y Dios del mundo y de la humanidad, sino Señor y Dios de esta existencia humana mía concreta. Un día San Pablo escribirá: “Cerca de ti está la palabra: en tu boca y en tu corazón, es decir, la palabra de la fe que nosotros proclamamos. Porque, si confiesas con tu boca que Jesús es Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo” (Rm 10,8-9).

3. En las lecturas de la Liturgia de hoy están descritos los elementos de los que se compone ese “laboratorio de la fe”, del cual los Apóstoles salen como hombres plenamente conscientes de la verdad que Dios había revelado en Jesucristo, verdad que habría modelado su vida personal y la de la Iglesia en el curso de la historia. Este encuentro romano, queridos jóvenes, es también una especie de “laboratorio de la fe” para vosotros, discípulos de hoy, para quienes confiesan a Cristo en los umbrales del tercer milenio.

Cada uno de vosotros puede encontrar en sí mismo la dialéctica de preguntas y respuestas que hemos señalado anteriormente. Cada uno puede analizar sus propias dificultades para creer e incluso sentir la tentación de la incredulidad. Al mismo tiempo, sin embargo, puede también experimentar una progresiva maduración de la convicción consciente de la propia adhesión de fe. En efecto, siempre en este admirable laboratorio del espíritu humano, el laboratorio de la fe, se encuentran mutuamente Dios y el hombre. Cristo resucitado entra en el cenáculo de nuestra vida y permite a cada uno experimentar su presencia y confesar: Tú, Cristo, eres “mi Señor y mi Dios”.

Cristo dijo a Tomás: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído” (Jn 20,29). Todo ser humano tiene en su interior algo del Apóstol Tomás. Es tentado por la incredulidad y se plantea las preguntas fundamentales: ¿Es verdad que Dios existe? ¿Es verdad que el mundo ha sido creado por Él? ¿Es verdad que el Hijo de Dios se ha hecho hombre, ha muerto y ha resucitado? La respuesta surge junto con la experiencia que la persona hace de su divina presencia. Es necesario abrir los ojos y el corazón a la luz del Espíritu Santo. Entonces a cada uno le hablarán las heridas abiertas de Cristo resucitado: “Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído”.

4. Queridos amigos, también hoy creer en Jesús, seguir a Jesús siguiendo las huellas de Pedro, de Tomás, de los primeros Apóstoles y testigos, conlleva una opción por Él y, no pocas veces, es como un nuevo martirio: el martirio de quien, hoy como ayer, es llamado a ir contra corriente para seguir al divino Maestro, para seguir “al Cordero a dondequiera que vaya” (Ap 14,4). No por casualidad, queridos jóvenes, he querido que durante el Año Santo fueran recordados en el Coliseo los testigos de la fe del siglo XX.

Quizás a vosotros no se os pedirá la sangre, pero sí ciertamente la fidelidad a Cristo. Una fidelidad que se ha de vivir en las situaciones de cada día. Estoy pensando en los novios y su dificultad de vivir, en el mundo de hoy, la pureza antes del matrimonio. Pienso también en los matrimonios jóvenes y en las pruebas a las que se expone su compromiso de mutua fidelidad. Pienso, asimismo, en las relaciones entre amigos y en la tentación de deslealtad que puede darse entre ellos.

Estoy pensando también en el que ha empezado un camino de especial consagración y en las dificultades que a veces tiene que afrontar para perseverar en su entrega a Dios y a los hermanos. Me refiero igualmente al que quiere vivir unas relaciones de solidaridad y de amor en un mundo donde únicamente parece valer la lógica del provecho y del interés personal o de grupo.

Así mismo, pienso en el que trabaja por la paz y ve nacer y estallar nuevos focos de guerra en diversas partes del mundo; también en quien actúa en favor de la libertad del hombre y lo ve aún esclavo de sí mismo y de los demás; pienso en el que lucha por el amor y el respeto a la vida humana y ha de asistir frecuentemente a atentados contra la misma y contra el respeto que se le debe.

5. Queridos jóvenes, ¿es difícil creer en un mundo así? En el año 2000, ¿es difícil creer? Sí, es difícil. No hay que ocultarlo. Es difícil, pero con la ayuda de la gracia es posible, como Jesús dijo a Pedro: “No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos” (Mt 16,17).

Esta tarde os entregaré el Evangelio. Es el regalo que el Papa os deja en esta vigilia inolvidable. La palabra que contiene es la palabra de Jesús. Si la escucháis en silencio, en oración, dejándoos ayudar por el sabio consejo de vuestros sacerdotes y educadores con el fin de comprenderla para vuestra vida, entonces encontraréis a Cristo y lo seguiréis, entregando día a día la vida por Él.

En realidad, es a Jesús a quien buscáis cuando soñáis la felicidad; es Él quien os espera cuando no os satisface nada de lo que encontráis; es Él la belleza que tanto os atrae; es Él quien os provoca con esa sed de radicalidad que no os permite dejaros llevar del conformismo; es Él quien os empuja a dejar las máscaras que falsean la vida; es Él quien os lee en el corazón las decisiones más auténticas que otros querrían sofocar. Es Jesús el que suscita en vosotros el deseo de hacer de vuestra vida algo grande, la voluntad de seguir un ideal, el rechazo a dejaros atrapar por la mediocridad, la valentía de comprometeros con humildad y perseverancia para mejoraros a vosotros mismos y a la sociedad, haciéndola más humana y fraterna.

273 Queridos jóvenes, para estos nobles objetivos no estáis solos. Con vosotros tenéis a vuestras familias, a vuestras comunidades, a vuestros sacerdotes y educadores y a tantos de vosotros que, en lo oculto, no se cansan de amar a Cristo y de creer en Él. En la lucha contra el pecado no estáis solos: ¡muchos como vosotros luchan y con la gracia del Señor vencen!

6. Queridos amigos, en vosotros veo a los “centinelas de la mañana” (cf. Is
Is 21,11-12) en este amanecer del tercer milenio. A lo largo del siglo que termina, jóvenes como vosotros eran convocados en reuniones masivas para aprender a odiar, eran enviados para combatir los unos contra los otros. Los diversos mesianismos secularizados, que han intentado sustituir la esperanza cristiana, se han revelado después como verdaderos y propios infiernos. Hoy estáis reunidos aquí para afirmar que en el nuevo siglo no os prestaréis a ser instrumentos de violencia y destrucción; defenderéis la paz, incluso a costa de vuestra vida si fuera necesario. No os conformaréis con un mundo en el que otros seres humanos mueren de hambre, son analfabetos, están sin trabajo. Defenderéis la vida en cada momento de su desarrollo terreno; os esforzaréis con todas vuestras energías en hacer que esta tierra sea cada vez más habitable para todos.

Queridos jóvenes del siglo que comienza, diciendo “sí” a Cristo decís “sí” a todos vuestros ideales más nobles. Le pido que reine en vuestros corazones y en la humanidad del nuevo siglo y milenio. No tengáis miedo de entregaros a Él. Él os guiará, os dará la fuerza para seguirlo todos los días y en cada situación.

Que María Santísima, la Virgen que dijo “sí” a Dios durante toda su vida, que los Santos Apóstoles Pedro y Pablo y todos los Santos y Santas que han marcado el camino de la Iglesia a través de los siglos, os conserven siempre en este santo propósito.

A todos y a cada uno de vosotros os imparto con afecto mi Bendición.

Quisiera terminar mi discurso, este mensaje, diciéndoos que esperaba desde hace tiempo encontrarme con vosotros, veros, primero por la noche, y luego por el día. Os doy las gracias por este diálogo, enriquecido con aclamaciones y aplausos. Gracias por este diálogo. En virtud de vuestra iniciativa, de vuestra inteligencia, no ha sido un monólogo, ha sido un verdadero diálogo.

Al final de la celebración, el Papa dijo:

Hay un proverbio polaco que dice: «Si vives con los jóvenes, también tú deberás ser joven» Así, regreso rejuvenecido. Una vez más os saludo a todos vosotros, especialmente a los que están más al fondo, en la sombra, y no ven nada. Pero si no han podido ver, ciertamente han podido escuchar este bullicio. Este bullicio ha impresionado a Roma y Roma no lo olvidará jamás.

Discursos 2000 257