Discursos 2000 370


AL II FORO INTERNACIONAL


DE PREMIOS NOBEL DE LA PAZ




Lunes 13 de noviembre de 2000


Señoras y señores:
Me alegra mucho dar la bienvenida a esta distinguida asamblea de premios Nobel de la paz al término de vuestro II Foro internacional. Saludo en particular al señor Mijail Gorbachov, presidente de la Fundación internacional de estudios socioeconómicos y políticos, y al señor Francesco Rutelli, alcalde de Roma.

Durante los últimos días habéis reflexionado sobre la situación mundial en el alba de un nuevo milenio. Por doquier los hombres y las mujeres miran al futuro con la esperanza de una paz real y duradera, fundada en una civilización que respete los derechos de todos y defienda el auténtico bien común. Sin embargo, como seguimos viendo, en muchas partes del mundo es preciso afrontar grandes dificultades, conflictos armados y terribles tragedias humanas.

En este significativo momento histórico, es necesario realizar un esfuerzo común para asegurar que las nuevas generaciones rechacen las formas de discriminación, exclusión y conflicto, y emprendan decididamente el camino de la paz, con espíritu de apertura a los valores y a las tradiciones de los demás. A este respecto, en estrecha colaboración con la Organización de las Naciones Unidas, habéis tomado la iniciativa de promover una cultura de la no violencia y de la paz entre los niños del mundo durante el próximo decenio. Asimismo, habéis reconocido que no puede construirse una civilización de la paz sin afrontar el problema de la deuda externa y sin un gran sentido de responsabilidad entre quienes trabajan en el área de las comunicaciones sociales.

Apoyo vuestros esfuerzos por construir un futuro mejor para los pueblos del mundo y asegurar que todos puedan vivir en paz y en armonía, utilizando sus talentos y sus dones para su progreso personal y para el bien de la sociedad. Pido a Dios que os bendiga a vosotros y a vuestras familias, y os guíe mientras seguís consagrándoos a la causa de la paz, la reconciliación y la armonía entre todos los pueblos.






A LA ASAMBLEA PLENARIA


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS


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Lunes 13 de noviembre de 2000

Señor presidente;
ilustres señores y señoras:

1. Con alegría os dirijo mi cordial saludo con ocasión de la sesión plenaria de vuestra Academia, que, por el marco jubilar en el que se celebra, cobra un significado y un valor especiales.
Agradezco, ante todo, a vuestro presidente, profesor Nicola Cabbibo, las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Extiendo mi profundo agradecimiento a todos vosotros por este encuentro y por la competente y apreciada contribución que dais al progreso del saber científico para el bien de la humanidad.

Prosiguiendo y casi completando las reflexiones del año pasado, habéis estudiado durante estos días el estimulante tema: "La ciencia y el futuro de la humanidad". Me alegra constatar que en estos últimos años habéis dedicado, de modo cada vez más explícito, las semanas de estudio y las asambleas plenarias a la profundización de la dimensión de la ciencia que podríamos calificar como antropológica o humanística. También se afrontó este importante aspecto de la investigación científica con ocasión del jubileo de los científicos, celebrado el pasado mes de mayo, y más recientemente durante el jubileo de los profesores universitarios. Espero que la reflexión sobre la relación entre los contenidos antropológicos del saber y el necesario rigor de la investigación científica se desarrolle de manera significativa, ofreciendo indicaciones iluminadoras para el progreso integral del hombre y de la sociedad.

2. Cuando se habla de la dimensión humanística de la ciencia, generalmente se piensa en la responsabilidad ética de la investigación científica, por sus repercusiones sobre el hombre. El problema es real y ha suscitado una preocupación constante en el Magisterio de la Iglesia, especialmente durante la segunda mitad del siglo XX. Pero es evidente que la reflexión sobre la dimensión humanística de la ciencia no se puede reducir a recordar esta preocupación. Eso podría incluso llevar a alguno a temer que se pretenda una especie de "control humanístico de la ciencia", como si, basándose en una tensión dialéctica entre estos dos ámbitos del saber, fuera tarea de las disciplinas humanísticas dirigir y orientar de modo extrínseco las aspiraciones y los resultados de las ciencias naturales, que tienden a proyectar investigaciones siempre nuevas y a ensanchar el horizonte de sus aplicaciones.

Desde otro punto de vista, el discurso sobre la dimensión antropológica de la ciencia evoca sobre todo una precisa problemática epistemológica; es decir, se quiere subrayar el hecho de que el observador está siempre implicado en el estudio del objeto observado. Esto no sólo vale para las investigaciones acerca de lo extremadamente pequeño, donde ya desde hace mucho tiempo se mostraron y discutieron filosóficamente los límites cognoscitivos debidos a esta estrecha implicación, sino también para las más recientes investigaciones acerca de lo extremadamente grande, donde la particular perspectiva filosófica adoptada por el científico puede influir de modo significativo en la descripción del cosmos, cuando se tocan las cuestiones sobre el todo, sobre el origen y sobre el sentido del universo mismo.

En términos más generales, como nos muestra muy bien la historia de la ciencia, tanto la formulación de una teoría como la intuición que llevó a numerosos descubrimientos estuvieron a menudo condicionadas por concepciones filosóficas, estéticas y, a veces, incluso religiosas o existenciales, ya presentes en el sujeto. Pero también con respecto a esta temática, la reflexión sobre la dimensión antropológica o el valor humanístico de la ciencia no constituiría más que un aspecto peculiar, dentro del problema epistemológico más general de la relación entre sujeto y objeto.

Por último, se habla de "humanismo en la ciencia" o "humanismo científico", para subrayar la importancia de una cultura integrada y completa, capaz de superar la brecha entre las disciplinas humanísticas y las disciplinas científico-experimentales. Aunque esta separación es ciertamente ventajosa en el momento analítico y metodológico de cualquier investigación, se justifica mucho menos y presenta algunos peligros en el momento sintético, cuando el sujeto se interroga sobre las motivaciones más profundas de su "hacer ciencia" y sobre las recaídas "humanas" de los nuevos conocimientos adquiridos, tanto a nivel personal como a nivel colectivo y social.

3. Sin embargo, más allá de estas problemáticas, hablar de la dimensión humanística de la ciencia nos lleva a analizar un aspecto, por decirlo así, "interior" y "existencial", que implica profundamente al investigador y merece particular atención. Como recordé, hablando hace algunos años en la Unesco, la cultura y, por tanto, también la cultura científica, posee en primer lugar un valor "inmanente al sujeto" (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 11). Todo científico, mediante el estudio y la investigación personales, se perfecciona a sí mismo y perfecciona su humanidad. Vosotros sois un buen testimonio de ello. En efecto, cada uno de vosotros, al pensar en su vida y en su experiencia de científico, podría decir que la investigación ha forjado y, en cierto modo, marcado su personalidad. La investigación científica constituye para vosotros, como para muchos otros, el camino para el encuentro personal con la verdad y quizá el lugar privilegiado para el encuentro con Dios, Creador del cielo y de la tierra. Vista desde esta perspectiva, la ciencia resplandece con todo su valor, como un bien capaz de motivar una existencia, como una gran experiencia de libertad para la verdad, y como una obra fundamental de servicio. A través de ella, todo investigador siente que puede crecer él mismo y ayudar a los demás a crecer en humanidad.

372 La verdad, la libertad y la responsabilidad están unidas en la experiencia del científico. En efecto, al emprender su camino de investigación, comprende que debe recorrerlo no sólo con la imparcialidad exigida por la objetividad de su método, sino también con la honradez intelectual, la responsabilidad y, diría, con una especie de "reverencia", como corresponde al espíritu humano en su búsqueda de la verdad. Para el científico, comprender cada vez mejor la realidad singular del hombre con respecto a los procesos físico-biológicos de la naturaleza, descubrir aspectos siempre nuevos del cosmos, y saber más sobre la ubicación y la distribución de los recursos, sobre las dinámicas sociales y ambientales y sobre las lógicas del progreso y del desarrollo, se traduce en el deber de servir más a la humanidad entera, a la que pertenece. Por tanto, las responsabilidades éticas y morales relacionadas con la investigación científica pueden entenderse como una exigencia interna de la ciencia en cuanto actividad plenamente humana, no como un control o, peor aún, como una imposición externa. El hombre de ciencia sabe perfectamente, desde el punto de vista de sus conocimientos, que la verdad no puede negociarse, ocultarse o abandonarse a libres convenciones o acuerdos entre grupos de poder, sociedades o Estados. Así pues, por su ideal de servicio a la verdad, siente una responsabilidad especial en la promoción de la humanidad, no entendida genérica o idealmente, sino como promoción de todo el hombre y de todo lo que es auténticamente humano.

4. Una ciencia concebida de este modo puede encontrarse sin dificultades con la Iglesia y entablar con ella un diálogo fecundo, porque precisamente el hombre es "el camino primero y fundamental de la Iglesia" (Redemptor hominis
RH 14). Entonces la ciencia puede mirar con interés la Revelación bíblica, que manifiesta el sentido último de la dignidad del hombre, creado a imagen de Dios. Finalmente, sobre todo puede encontrarse con Cristo, el Hijo de Dios, Verbo encarnado, hombre perfecto; siguiéndolo a él, el hombre llega a ser también él más hombre (cf. Gaudium et spes GS 41).
¿No es esta centralidad de Cristo lo que la Iglesia celebra en el gran jubileo del año 2000? Al afirmar la unicidad y la centralidad de Dios hecho hombre, la Iglesia es consciente de que tiene una gran responsabilidad: proponer la Revelación divina que, sin rechazar nada "de lo que es verdadero y santo" en las diversas religiones de la humanidad (cf. Nostra aetate NAE 2), indica a Cristo, "camino, verdad y vida" (Jn 14,6), como misterio en el que todo halla su plenitud y cumplimiento.

En Cristo, centro y cumbre de la historia (cf. Tertio millennio adveniente ), se encuentra también la norma del futuro de la humanidad. En él la Iglesia reconoce las condiciones últimas para que el progreso científico sea también verdadero progreso humano. Las condiciones de la caridad y del servicio aseguran a todos los hombres una vida auténticamente humana, capaz de elevarse hasta el Ser absoluto, no sólo abriéndose a las maravillas de la naturaleza, sino también al misterio de Dios.

5. Ilustres señores y señoras, al entregaros estas reflexiones sobre el contenido antropológico y la dimensión humanística de la actividad científica, deseo de corazón que los coloquios y las profundizaciones de estos días sean útiles para vuestro compromiso académico y científico. Espero que contribuyáis, con sabiduría y amor, al crecimiento cultural y espiritual de los pueblos.

Con este fin, invoco sobre vosotros la luz y la fuerza del Señor Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, en quien se unen el rigor de la verdad y las razones de la vida. Os aseguro de buen grado mi recuerdo en la oración, por vosotros y por vuestro trabajo, e imparto a cada uno la bendición apostólica, que extiendo complacido a todos vuestros seres queridos.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA SOCIEDAD SALESIANA DE SAN JUAN BOSCO




Al reverendísimo señor
Don JUAN EDMUNDO VECCHI
Rector mayor de la Sociedad Salesiana de San Juan Bosco

1. En 1875 partían los primeros salesianos hacia Argentina. Para vuestra familia religiosa era el inicio de una prometedora estación misionera que, con el paso del tiempo, sería cada vez más floreciente. Al recordar este año el 125° aniversario de ese acontecimiento, lo felicito cordialmente a usted y a todo el instituto, manifestando mi gratitud y mi aprecio a todos sus hermanos por el apostolado desarrollado según el espíritu típico de san Juan Bosco.

¿Quién no conoce el alma notablemente misionera de vuestro fundador? Muchos hermanos, numerosas Hijas de María Auxiliadora y multitud de laicos han seguido sus pasos, realizando en el carisma salesiano su vocación misionera. Durante estos 125 años han ido a tierras de misión más de diez mil religiosos. Muchos de ellos, antes de partir, recibieron el crucifijo en la basílica de María Auxiliadora, en Turín.

373 Sé que usted, reverendísimo señor, al recordar los inicios misioneros del instituto, ha querido dirigir un renovado llamamiento misionero a la congregación, al que han respondido 124 religiosos, religiosas y laicos. Estos generosos apóstoles recibirán de sus manos el mandato y el crucifijo que los acompañará en su ministerio apostólico. Proceden de todos los continentes, como signo de la difusión de la obra salesiana en todas las partes del mundo, y son enviados, en nombre de don Bosco y de la madre Mazzarello, a trabajar en todas las regiones de la tierra para realizar una intensa actividad de evangelización y educación de los jóvenes. En los centros abiertos en favor de las nuevas generaciones, en las obras profesionales y de iniciación en el trabajo, en las escuelas, en las parroquias, entre los sectores populares y con los muchachos de la calle, están llamados a formar y preparar para la vida social y religiosa a cuantos la Providencia les encomienda, a fin de que se conviertan a su vez en heraldos y testigos del Evangelio.

Y ¡cómo no recordar también que numerosos salesianos se encuentran en la vanguardia de la evangelización y prestan su servicio entre las poblaciones menos favorecidas y más necesitadas! Queridos hermanos y hermanas, proseguid esta acción apostólica tan útil, que mis venerados predecesores siempre han impulsado y bendecido. Proseguid con el mismo celo misionero de quienes os han precedido.

2. Al primer grupo de salesianos enviados en 1875 a América Latina se le recuerda por su vibrante espíritu misionero y se le señala también hoy como ejemplo para los miembros de la congregación salesiana que solicitan ir a tierras de misión. Su testimonio se considera, en cierto modo, como el paradigma de toda empresa apostólica que concierne a la entera familia salesiana, salida del oratorio de Turín.

Es el estilo de san Juan Bosco, que pedía a sus misioneros que vivieran con pasión el mismo Evangelio predicado por el Salvador y sus Apóstoles. "Debéis amar celosamente -decía-, profesar y predicar exclusivamente este Evangelio" (Memorias biográficas, XI, 387).

La entrega del mandato y del crucifijo, que se realiza en recuerdo de la primera expedición misionera, se inserta en el amplio marco del gran jubileo y quiere dar nuevo impulso no sólo a las misiones de la congregación, sino también a la vida espiritual de la familia salesiana. Los religiosos y las religiosas de la gran comunidad salesiana están comprometidos hoy en un trabajo común, uniendo sus esfuerzos. A ellos se suma la significativa e importante presencia de los laicos. En efecto, el discernimiento y la formación de vocaciones locales constituye una parte necesaria y delicada del ministerio misionero de los nuevos enviados, prosiguiendo cuanto empezó don Bosco.

La presencia de veintitrés laicos, hombres y mujeres, entre los nuevos misioneros, que son enviados en esta circunstancia, pone de relieve lo que están haciendo los hijos y las hijas de don Bosco para la valorización del laicado en la Iglesia. Se trata de jóvenes que han sentido la llamada misionera mientras trabajaban en la pastoral juvenil de la congregación. Ahora quieren dedicar un período de su vida a los hermanos y a las hermanas que viven en tierras lejanas, yendo como testigos de Cristo para cumplir la voluntad del Padre (cf. Hb
He 10,7).

3. Doy gracias de corazón a Dios por la animación misionera que realizan los miembros de esa familia religiosa en el vasto campo de la Iglesia. Al mismo tiempo, espero que este feliz aniversario, enriquecido con el significativo acto de la entrega del mandato misionero y del crucifijo a los nuevos obreros de la mies, sea para las comunidades y para cada salesiano una ocasión de renovado compromiso en el testimonio evangélico y en la actividad misionera.

Invoco para ello la asistencia materna de María Auxiliadora de los cristianos y la intercesión de san Juan Bosco y de los numerosos santos y beatos salesianos. Que la protección divina acompañe siempre a vuestra familia espiritual y de modo especial a los misioneros y misioneras, a sus padres y a sus familiares.

Con estos sentimientos, le imparto de corazón a usted, reverendísimo rector mayor, a los hermanos, a las Hijas de María Auxiliadora y a los laicos que cooperan en cada sector de vuestra actividad salesiana, la bendición apostólica, que extiendo complacido a cuantos participen en las solemnes celebraciones jubilares.

Vaticano, 9 de noviembre de 2000





AUDIENCIA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PROFESORES Y ALUMNOS


DEL INSTITUTO ECUMÉNICO DE BOSSEY


Jueves 16 de noviembre de 2000

374 Queridos amigos en Cristo:

Me alegra especialmente encontrarme con vosotros durante vuestra visita a Roma; doy las gracias al Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos por la organización de vuestro programa, que quiere ayudaros a comprender más profundamente a la Iglesia católica.
En este año del gran jubileo, venís de muchos países como peregrinos a esta ciudad donde san Pedro sufrió el martirio al final de su itinerario como discípulo y apóstol de Cristo. Del mismo modo, san Pablo predicó aquí el Evangelio, no sólo con palabras sino también con el supremo testimonio de Cristo, que dio con su muerte. Venís, pues, a un lugar venerado no sólo por su historia y su arte, sino también por la herencia de la sangre de los mártires que se ha convertido en una semilla muy fecunda de vida cristiana en todo el mundo.

Durante los últimos meses los profesores de vuestro instituto han contribuido a prepararos a vosotros, estudiantes, para que os dispongáis mejor a servir a la causa de la unidad de los cristianos en vuestros respectivos países. En esta importante tarea, encontraréis en la Iglesia católica un interlocutor digno de confianza. Debemos proseguir nuestro compromiso común de trabajar por la unidad plena y visible de todos los seguidores de Cristo.

Pido al Señor que conservéis en vuestro corazón y en vuestra mente el recuerdo de vuestra visita como una promesa segura del futuro al que Cristo mismo nos llama. Dios, que es amor (cf.
1Jn 4,8), os bendiga abundantemente, ahora y en el porvenir, en Jesucristo, "el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8).






A LOS PARTICIPANTES EN LA XV CONFERENCIA INTERNACIONAL SOBRE "SALUD Y SOCIEDAD"


ORGANIZADA POR EL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PASTORAL DE LA SALUD



Viernes 17 de noviembre de 2000


Venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
ilustres señores; amables señoras:

1. Me alegro de este encuentro, que me permite saludaros con ocasión del XV Congreso internacional organizado por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud. Dirijo un saludo particular al presidente del Consejo pontificio, monseñor Javier Lozano Barragán, a quien agradezco los sentimientos que me ha expresado en nombre de todos los presentes. Expreso mi viva complacencia a los organizadores y también a los ilustres estudiosos, científicos, investigadores y expertos, que han querido honrar con su presencia y su contribución profesional esta conferencia.
Las jornadas del Congreso, que este año afronta un tema importante y complejo como "Sanidad y sociedad", os ayudan a profundizar las nuevas tecnologías biomédicas y los difíciles interrogantes que plantean al mundo de la sanidad los actuales profundos cambios sociales. Vuestro encuentro ha favorecido un diálogo provechoso y un intercambio cultural y religioso entre agentes cualificados en el ámbito de la salud.

2. El tema del Congreso pone de relieve una realidad de gran alcance y en continua transformación, que es necesario analizar atentamente. En particular, os habéis planteado, por una parte, el problema de las relaciones entre sociedad e instituciones, y, por otra, el de los gestores de los medios de la asistencia sanitaria. Son profundos los cambios que están afectando a las estructuras tradicionales de una sociedad cada vez más globalizada, a la que le resulta difícil prestar atención a cada persona, y a una medicina comprometida en el desarrollo de medios diagnósticos y terapéuticos cada vez más complicados y eficaces, pero que a menudo sólo están a disposición de grupos limitados de personas. Además, hoy es muy conocido el papel de la causalidad ambiental en la aparición de algunas enfermedades, debido a la presión de la sociedad y al fuerte impacto tecnológico sobre las personas. Por tanto, es preciso recuperar algunos criterios de discernimiento ético y antropológico, que permitan valorar si las opciones de la medicina y de la sanidad son verdaderamente a la medida del hombre al que deben servir.

3. Pero antes la medicina debe responder a la cuestión de la naturaleza misma de su misión. Conviene preguntarse si el acto médico-sanitario encuentra su razón de ser en la prevención de la enfermedad, y, cuando ya existe, en su curación, o si se debe aceptar cualquier petición de intervención en el cuerpo con tal que sea técnicamente posible. El interrogante es más amplio aún, si se considera el mismo concepto de salud. Por lo general, hoy se reconoce la insuficiencia de una noción de salud limitada exclusivamente al bienestar fisiológico y a la ausencia de sufrimiento. Como escribí en el Mensaje para la Jornada mundial del enfermo de este Año jubilar, "la salud, (...) lejos de identificarse con la simple ausencia de enfermedades, se presenta como aspiración a una armonía más plena y a un sano equilibrio físico, psíquico, espiritual y social. Desde esta perspectiva, la persona misma está llamada a movilizar todas las energías disponibles para realizar su propia vocación y el bien de los demás" (n. 13: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de agosto de 1999, p. 5). Se trata de un complejo concepto de salud, más acorde con la sensibilidad actual, que tiene en cuenta el equilibrio y la armonía de la persona en su globalidad: hacéis bien en dedicarle vuestra atención.

375 El interrogante que acabo de plantear es importante, porque de él deriva el perfil de los agentes sanitarios que hay que formar, así como el estilo de los centros de salud que se pretende realizar e incluso el modelo de medicina que se quiere adoptar: una medicina al servicio del bienestar integral de la persona o, por el contrario, una medicina que busca únicamente la eficiencia técnica y organizativa. Vosotros sois conscientes de que una ciencia médica desviada no sólo pondría efectivamente en peligro la vida de las personas, sino también la misma convivencia social. Una medicina que buscara principalmente acumular conocimientos con vistas a su eficiencia tecnológica, traicionaría su ethos originario, abriendo la puerta a un desarrollo perjudicial. Sólo sirviendo al bienestar integral del hombre, la medicina contribuye a su progreso y a su felicidad, y no se transforma en instrumento de manipulación y de muerte.

4. Vosotros, ilustres cultivadores de las ciencias biomédicas, sabéis respetar muy bien en vuestras actividades las leyes metodológicas y hermenéuticas propias de la investigación científica. Estáis convencidos de que no son una carga arbitraria, sino más bien una ayuda indispensable que garantiza la fiabilidad y la comunicabilidad de los resultados obtenidos. Sabed reconocer siempre con igual esmero las normas éticas, en cuyo centro está el ser humano con su dignidad de persona: el respeto de su derecho a nacer, a vivir y a morir de modo digno constituye el imperativo de fondo en el que debe inspirarse siempre la práctica de la medicina. Haced todo lo que esté a vuestro alcance para sensibilizar a la comunidad social, a los sistemas sanitarios nacionales y a sus responsables, a fin de que los considerables recursos destinados a las investigaciones y a las aplicaciones técnicas tengan siempre como finalidad el servicio integral a la vida.

Sí, el centro de la atención y de los cuidados tanto del sistema sanitario como de la sociedad debe ser siempre la persona, a la que se ha de considerar concretamente insertada en una familia, en un trabajo, en un ambiente social y en un área geográfica. Así pues, salir al encuentro del enfermo quiere decir salir al encuentro de la persona que sufre, y no simplemente tratar un cuerpo enfermo. Por eso a los profesionales de la salud se les exige un compromiso que tiene las características de una vocación. La experiencia os enseña que la petición de los enfermos va más allá de una simple solicitud de curación de sus patologías orgánicas. Esperan del médico el apoyo para afrontar el inquietante misterio del sufrimiento y de la muerte. Vuestra misión consiste en dar a los enfermos y a sus familiares razones de esperanza ante los apremiantes interrogantes que los agobian. La Iglesia está cerca de vosotros y comparte este apasionante servicio a la vida.

5. En una sociedad globalizada como la actual, con mayores potencialidades técnicas, pero también con nuevas dificultades, en los trabajos del congreso muy oportunamente habéis dedicado especial atención a las nuevas enfermedades del siglo XXI. Habéis analizado las condiciones en que se encuentra la sanidad en algunas regiones del mundo, donde no hay políticas de apoyo ni siquiera para los cuidados primarios. A este propósito, he recordado muchas veces la responsabilidad de los gobiernos y de las organizaciones internacionales. Por desgracia, a pesar de notables esfuerzos, en los últimos decenios se han acentuado mucho las desigualdades entre los pueblos. Hago un nuevo llamamiento a quienes dirigen el destino de las naciones, a fin de que hagan todo lo posible por favorecer condiciones adecuadas para resolver esas situaciones tan dramáticas de injusticia y marginación.

6. A pesar de las sombras que aún se ciernen sobre numerosos países, los cristianos miran con esperanza al vasto y variado mundo de la sanidad. Saben que están llamados a evangelizarlo con el vigor de su testimonio diario, convencidos de que el Espíritu renueva continuamente la faz de la tierra e impulsa siempre con sus dones a las personas de buena voluntad a abrirse a la invitación al amor. Quizá haya que recorrer nuevos caminos para favorecer respuestas adecuadas a las expectativas de tantas personas probadas. Confío en que a cuantos buscan con corazón sincero el bien integral de la persona no les falte la luz de Dios necesaria para emprender oportunas iniciativas al respecto.

Que la Virgen, Sede de la sabiduría y Salud de los enfermos, invocada en la tradición como nueva Eva, guíe vuestro camino, amadísimos hermanos y hermanas. Estáis comprometidos en una de las causas más nobles: la defensa de la vida y la promoción de la salud. El Señor os sostenga en la investigación y os dé siempre nuevo impulso en el servicio nobilísimo que prestáis en bien de vuestros semejantes.

Con este deseo, que se convierte en oración, os imparto a todos mi bendición.






A UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE


«BLONDEL ENTRE "L'ACTION"Y LA TRILOGÍA»


Sábado 18 de noviembre de 2000



Me alegra saludar a los participantes en el Congreso internacional organizado en la Universidad Gregoriana, bajo la presidencia del señor cardenal Paul Poupard, sobre "Blondel entre L'Action y la Trilogía".

Vuestro congreso es particularmente importante si se lo relaciona con una serie de exigencias, cuya urgencia recordé en la encíclica Fides et ratio. Así insistí en la necesidad del estudio de la filosofía como praeparatio fidei (cf. n. 61) y en las relaciones de la teología, ciencia de la fe, con la razón filosófica (cf. nn. 64-69).

En la base de la filosofía de Maurice Blondel está la percepción aguda del drama de la separación entre la fe y la razón (cf. nn. 45-48), y la voluntad intrépida de superar esta separación contraria a la naturaleza de las cosas. El filósofo de Aix es un eminente representante de la filosofía cristiana, entendida como especulación racional, en unión vital con la fe (cf. n. 76), con una doble fidelidad: a las exigencias de la investigación intelectual y al Magisterio.

376 En un mensaje enviado el 19 de febrero de 1993 a monseñor Bernard Panafieu, entonces arzobispo de Aix, para el Congreso internacional con motivo del centenario de L'Action, subrayé que "Blondel prosiguió su obra clarificando incansable y obstinadamente su pensamiento, sin renegar de su inspiración". Y añadí: "los filósofos y los teólogos actuales que estudian la obra de Blondel deben aprender de este gran maestro precisamente su valentía de pensador, unida a una fidelidad y a un amor indefectible a la Iglesia" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de marzo de 1993, p. 7). Quiera Dios que todos los que están comprometidos en la investigación intelectual acepten valientemente, como Blondel, reconocer los límites de todo pensamiento humano y se dejen guiar hasta el umbral del misterio divino, que conocemos por la fe.

Renovándoos mi aliento, os imparto de buen grado la bendición apostólica.






A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS JUBILARES


Sábado 18 de noviembre de 2000

Amadísimos hermanos y hermanas:

1. El deseo de realizar un fructuoso camino jubilar os ha impulsado a cruzar la Puerta santa y a orar ante las tumbas de los Apóstoles. Durante este itinerario habéis querido manifestar al Papa vuestro afecto y vuestra cercanía espiritual. Os agradezco este gesto y os doy una cordial bienvenida. Provenís de diversas diócesis y realidades eclesiales: el hecho de encontraros juntos constituye para vosotros una gran ocasión de comunión eclesial.

El tiempo jubilar brinda a cada uno la oportunidad de confrontarse con las exigentes palabras de Cristo y experimentar la misericordia de Dios, sobreabundante en este Año jubilar. En efecto, es un tiempo de conversión y de alegría, que fortalece a los creyentes en su itinerario de renovación interior, para que se consolide cada vez más en su corazón y en sus comunidades una mentalidad nueva, capaz de discernir los acontecimientos del mundo a la luz del Evangelio.

2. Saludo ahora, en particular, a los peregrinos de Piacenza-Bobbio, acompañados por su obispo, y por los cardenales Opilio Rossi y Luigi Poggi, así como por monseñor Bertagna. Agradezco a monseñor Luciano Monari las devotas palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.
Amadísimos hermanos y hermanas, esta etapa forma parte de un largo itinerario de preparación, durante el cual vuestra Iglesia ha reflexionado sobre su responsabilidad misionera y su capacidad de implicar a cuantos, aun declarándose cristianos, por desgracia no participan activamente en la vida comunitaria. Con oportunas iniciativas, queréis manifestar el interés fraterno que tenéis por ellos, invitándolos a compartir concretamente con vosotros la gran aventura de la fe. Os felicito por vuestro compromiso y os animo cordialmente a seguir profundizando la certeza humilde y gozosa de vuestra identidad cristiana. No sólo es un don que os hace Dios, sino también una misión que os confía. Si sabéis confiar en la fuerza del Espíritu que obra en vosotros, jamás os dominará el desaliento y podréis realizar plenamente lo que se os pide.

Tened siempre un estilo auténticamente evangélico, marcado por la caridad y la amistad fraterna. Si entre el obispo y los sacerdotes, y en el seno del presbiterio se fortalece el espíritu de comunión; y si, además, los sacerdotes saben entablar con los laicos un diálogo provechoso y fomentar en ellos una actitud constante de sincera y cordial colaboración, el camino eclesial también será un ejemplo para la sociedad civil.

3. Os saludo ahora a vosotros, queridos fieles de Carpi, presentes aquí junto con vuestro nuevo pastor, monseñor Elio Tinti, a quien agradezco profundamente las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos. El jubileo recuerda a cada cristiano el deber de perseverar en su vocación, para ser fermento y levadura que haga crecer toda la masa (cf. 1Co 5,6). Si permanecéis unidos en torno a vuestro obispo y a vuestros sacerdotes, podréis anunciar de modo más eficaz a vuestros paisanos el Evangelio, fuente de esperanza y de vida nueva.

Un individualismo exagerado, un bienestar económico cuyo fin es él mismo, y la indiferencia religiosa que se insinúa a veces en el corazón de la gente, os han de estimular a vivir con más coherencia lo que sois: hijos de Dios, llamados a ser herederos del Reino. Que no disminuyan el entusiasmo y la vitalidad que, aunque seáis una pequeña grey, os anima, y con confianza seguid "anunciando el Evangelio para servir al hombre".


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