Discursos 2001 196

196 4. En la carta apostólica Novo millennio ineunte, que dirigí a toda la Iglesia al final del gran jubileo del año 2000, expresé mi deseo de que las comunidades católicas actúen con el mismo entusiasmo que tuvieron los cristianos de la primera hora al anunciar el Evangelio de Cristo y al testimoniarlo con su vida. En efecto, urge dar a la evangelización un nuevo impulso. En el período particular que vive vuestro país, es necesario promover una vigorosa pastoral familiar para que "las familias cristianas den un ejemplo convincente de la posibilidad de un matrimonio vivido de manera plenamente conforme al proyecto de Dios y a las verdaderas exigencias de la persona humana: tanto de la de los cónyuges como, sobre todo, de la de los más frágiles, que son los hijos" (n. 47).
La violencia y la dispersión de las familias durante estos últimos años han tenido graves consecuencias para la unidad de la célula familiar y para el respeto de la dignidad humana. Por eso, es preciso que los cristianos sean cada vez más conscientes de su responsabilidad de conservar y desarrollar los valores esenciales de la familia y del matrimonio cristiano. Hay que prestar atención particular a la formación de las conciencias, a fin de que la sociedad entera respete, defienda y promueva la dignidad de toda persona humana, en todos los momentos y en todas las etapas de su vida (cf. Evangelium vitae
EV 81). En efecto, hoy más que nunca, los católicos deben testimoniar con fuerza que toda vida humana desde su origen posee un carácter sagrado e inviolable. Para impulsar a esta toma de conciencia, es esencial llevar a cabo una amplia acción educativa y emprender iniciativas concretas, principalmente entre las generaciones jóvenes, a fin de que todos comprendan y acojan las exigencias evangélicas concernientes al respeto de la vida humana y a su dignidad. A cada uno le servirán de guía y medio valioso para realizarse plenamente en la vida.

5. Las dificultades que experimentan los jóvenes, fundamentalmente debidas a las condiciones de gran pobreza o a las consecuencias de la violencia que a menudo los marca aún profundamente, deben impulsar a los pastores a desarrollar una pastoral juvenil adaptada a sus situaciones y a los problemas que se les plantean. Deseo que la Iglesia les ayude a vencer cualquier tentación de violencia, a fin de que el anhelo que tienen de cambiar la vida se convierta en un compromiso auténtico para construir una sociedad nueva, sin divisiones, sin enfrentamientos y sin discriminaciones, es decir, un compromiso fundado en la fraternidad y la solidaridad. Es preciso que manifiesten con audacia que todos los hombres son hermanos, puesto que tienen un mismo Padre que los ama apasionadamente. Decid a los jóvenes del Congo que el Papa, con el corazón y la oración, está cerca de ellos, comparte sus preocupaciones diarias y los invita a no desesperar jamás de la vida.

La Iglesia, con su compromiso en las escuelas y en general en la educación, contribuye en gran medida a la formación humana, moral y espiritual de los jóvenes. Para cooperar cada vez con mayor eficacia en la búsqueda del bien común de toda la sociedad y en la reducción de las fracturas que muy a menudo la dividen aún, es necesario educar a la juventud en el respeto mutuo entre las personas, entre los grupos humanos y entre las comunidades religiosas, favoreciendo el espíritu de acogida y de diálogo. Deseo que, con su testimonio ardiente de vida cristiana, los educadores transmitan a los jóvenes convicciones muy sólidas, para ayudarles a afrontar con valentía las pruebas y a desempeñar el papel que les corresponde en la vida de la nación y de la Iglesia.

6. Por medio de vosotros, queridos hermanos en el episcopado, quisiera expresar a vuestros sacerdotes toda mi estima y mi cordial apoyo en su compromiso sacerdotal, que realizan con frecuencia en condiciones muy difíciles. Los invito a cultivar un espíritu apostólico que los impulse a responder con generosidad a las necesidades de la misión, particularmente en los lugares más humildes, que exigen de ellos desprendimiento de sí y fidelidad diaria al Señor que los ha llamado para que lo sigan. Deseo vivamente que todos, sin olvidar a los que viven fuera de su país, tengan presentes en su corazón las inmensas necesidades pastorales de sus hermanos y hermanas que, en sus diócesis, esperan que se les anuncie el Evangelio y se les administren los sacramentos de la Iglesia.

La entrega generosa e incondicional de los sacerdotes a la persona de Cristo se manifiesta de manera especial en el celibato que han aceptado libremente. Respetando la obligación canónica, han de vivirlo de manera gozosa y transparente, transformándolo en un testimonio profético del amor sin límites que los une a Cristo. Una vida espiritual intensa, acompañada por una rigurosa formación permanente, les permitirá responder con serenidad y sin reticencia a este requisito evangélico que les exige la Iglesia.

Queridos hermanos en el episcopado, conocéis la importancia de la formación de los futuros sacerdotes para el porvenir de la Iglesia. Os exhorto a atribuir a vuestros seminarios un lugar privilegiado en vuestras prioridades pastorales, para que los jóvenes verifiquen serenamente su vocación y reciban en su país una sólida formación humana, espiritual, moral, intelectual y pastoral. La eficacia de la formación depende, en gran parte, de la calidad del equipo de formadores, que deben distinguirse por su competencia y la ejemplaridad de su vida sacerdotal. Por eso, os invito a hacer los sacrificios necesarios para elegir con esmero a los sacerdotes más aptos para esta tarea.

7. Agradezco a las congregaciones y a los institutos de vida consagrada su compromiso constante y valiente al servicio de la Iglesia en el Congo, particularmente el trabajo generoso de sus miembros en favor de la educación, la formación, la salud u otras ayudas sociales. Invito a los responsables religiosos a dar nuevo impulso a sus estructuras de concertación, tanto diocesanas como nacionales. En efecto, es importante que, en estrecha relación con los obispos y respetando los propios carismas, todos colaboren fraternalmente en la única misión de la Iglesia y contribuyan así a la comunión eclesial.

En una sociedad que ha conocido tantas divisiones e incomprensiones, las personas consagradas tienen la vocación particular de anunciar "con el testimonio de su vida el valor de la fraternidad cristiana y la fuerza transformadora de la buena nueva, que hace reconocer a todos como hijos de Dios e incita al amor oblativo hacia todos, y especialmente hacia los últimos" (Vita consecrata VC 51). Ojalá que todas las comunidades de consagrados, animadas por un ardiente espíritu de oración y apertura a todos, sean verdaderamente lugares de acogida, de comunión y de esperanza.

8. Conozco la presencia activa de la Iglesia, sobre todo con sus organismos caritativos nacionales e internacionales, entre las personas afectadas por graves enfermedades como el sida, entre los refugiados procedentes de países vecinos y, de un modo más general, entre todos los que sufren las consecuencias de la pobreza. Doy las gracias y aliento vivamente a todos los que, con tanta generosidad y desinterés, se ponen al servicio de sus hermanos. Así, en nombre de toda la Iglesia, son testigos de la caridad de Cristo entre los más necesitados y débiles de la sociedad.

A todos los fieles de vuestras diócesis y a todos los congoleños quisiera dirigirles un mensaje particular de paz y esperanza. El único camino para superar las consecuencias de los conflictos, de la violencia y del odio, y llegar a una verdadera reconciliación, es el de la fraternidad y la solidaridad. Quiera Dios que todos sean hombres y mujeres capaces de vivir en la unidad la rica diversidad de sus orígenes, culturas, lenguas, tradiciones y mentalidades. ¡Que nunca más se enfrenten hermanos contra hermanos! Rebosantes de confianza, avanzad con esperanza. Dios es fiel, y nunca abandona a sus hijos.

197 9. Queridos hermanos en el episcopado, al final de este encuentro, encomiendo a cada una de vuestras diócesis a la protección materna de la Virgen María, Reina de África. Que ella os acompañe en vuestra labor de evangelización y os guíe en vuestro camino hacia su Hijo divino. Os exhorto encarecidamente a avanzar sin miedo, con renovado impulso misionero, para que, fortalecidos por la gracia de Cristo y encaminados hacia la meta a la que él nos invita, abráis al pueblo que se os ha confiado un futuro de esperanza y de paz. A cada uno de vosotros y a todos vuestros diocesanos imparto de corazón una afectuosa bendición apostólica.










A LA COMISIÓN PONTIFICIA DE ARQUEOLOGÍA SACRA


Sábado 9 de junio de 2001



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Deseo dar mi cordial bienvenida a cada uno de vosotros, que participáis en la asamblea plenaria de la Comisión pontificia de arqueología sacra. Me visitáis hoy al término de dos intensas jornadas dedicadas a un profundo examen de la actividad que realizasteis durante el gran jubileo del Año santo 2000.

Saludo con afecto a monseñor Francesco Marchisano, vuestro presidente, y le agradezco las amables palabras que ha querido dirigirme en vuestro nombre. Le doy las gracias, además, por haberme ilustrado el tema de vuestro encuentro: Las catacumbas cristianas de Italia y el Año santo: balance de una peregrinación.

En efecto, fue grande la contribución que disteis al éxito del Año jubilar, que tanto eco suscitó en el mundo. Gracias por vuestro servicio; gracias por el amor y la competencia con que seguís trabajando por convertir las catacumbas cristianas de Roma y de Italia en lugares de nueva evangelización, de oración y de promoción cultural para los peregrinos del todo el mundo.

2. Fieles a las finalidades institucionales de vuestra Comisión, con ocasión del Año santo os propusisteis facilitar la peregrinación de los devotos y hacer más acogedoras las catacumbas abiertas al público.

Estos dos objetivos se tuvieron presentes al crear itinerarios alternativos dentro de las catacumbas romanas de San Calixto, San Sebastián, Domitila, Priscila y Santa Inés, y al llevar a cabo los trabajos de iluminación y restauración realizados en Roma y en otras catacumbas situadas en el territorio italiano. Particular importancia revistió, casi al final del Año santo, el restablecimiento de la cubierta de la espléndida basílica de San Nereo y San Aquiles en las catacumbas de Domitila, en las que se puede revivir el clima espiritual que se respiraba en los primeros siglos de la era cristiana.

Ese acontecimiento enriquece ulteriormente el patrimonio monumental que representa el testimonio más concreto y tangible del mundo de las catacumbas, donde los primeros cristianos idearon un sistema funerario nuevo, enterrando a los fieles en tumbas semejantes, sencillas y sobrias, para expresar la igualdad y la comunión.

3. En efecto, el peregrino, al visitar las catacumbas, puede evocar con la mente los gestos de los primeros cristianos, que organizaron una especie de "ataúd común" para asegurar una sepultura digna a todos los hermanos, incluidas las viudas, los huérfanos y los indigentes. Su elección se fundaba en el valor de la solidaridad y en un valor mayor aún: la caridad.
La estructura misma de las catacumbas subraya el profundo arraigo de esos valores en la vida de nuestros primeros hermanos en la fe: como se deduce de su mismo nombre -coemeteria-, se presentan como grandes dormitorios comunitarios, donde todos, independientemente de su categoría y de su profesión, descansan en un abrazo ideal, en espera de la resurrección final.

198 En la penumbra de las catacumbas, lo que atrae la atención de los visitantes son unas tumbas sencillas, todas iguales, cerradas con fragmentos de mármol o piedra, sobre los que sólo aparecen los nombres de los difuntos. En muchos casos, ni siquiera tienen ese simple elemento de identificación, como si con el anonimato se quisiera subrayar la igualdad de hospites. Otras veces, esa igualdad se destaca con algunos símbolos: el ancla, que remite al concepto de la seguridad de la fe; el pez, que alude a Cristo Salvador; y la paloma, que evoca la sencillez y el candor del alma, expresiones de la fe común.

4. Junto a las tumbas de simples fieles, en las catacumbas se colocaron, como es sabido, muchas tumbas de mártires de las persecuciones de Decio, Valeriano y Diocleciano, que en seguida los primeros cristianos veneraron con gran devoción. Sobre sus tumbas, como en las de los Papas y santos de los primeros siglos, incluso los peregrinos procedentes de lejanas regiones del Mediterráneo o del norte de Europa dejaron sus nombres. Esos grafitos, muy valiosos para los estudiosos del culto antiguo, certifican una veneración ininterrumpida hasta ahora.

Amadísimos hermanos y hermanas, el riquísimo patrimonio de fe, arte y cultura que constituyen las catacumbas, tiene en vuestra Comisión pontificia de arqueología sacra un custodio competente, respetuoso de las finalidades de piedad y celoso de favorecer su conocimiento y su acceso provechoso. A este respecto, deseo manifestar mi satisfacción por el esfuerzo que habéis realizado para abrir otras catacumbas, como las de San Lorenzo en el Verano, y, a pesar de las dificultades y la complejidad de las situaciones, las de San Pancracio y las de San Marcelino y San Pedro. A la vez que apoyo vuestro valioso y generoso trabajo, espero que este esfuerzo se vea coronado pronto por el éxito. Además de restituir, para su deleite, al historiador o al aficionado a los monumentos antiguos una huella significativa de los primeros siglos cristianos, presta un servicio muy útil a la nueva evangelización. En efecto, el peregrino moderno, a menudo desorientado e indeciso, al recorrer los itinerarios seguidos por los primeros cristianos y al repetir sus gestos de devoción, puede redescubrir más fácilmente su identidad religiosa y decidirse con renovado entusiasmo a seguir a Cristo, como hicieron muchos mártires de los primeros siglos del cristianismo.

Por tanto, gracias por vuestra colaboración en el anuncio de Cristo a los hombres de nuestro tiempo. Que el Señor colme vuestro corazón del ardor de los santos y los mártires, que contribuís a dar a conocer y a honrar.

Al mismo tiempo que os encomiendo a cada uno y a vuestros seres queridos a la protección celestial de la Madre de Dios, os imparto a todos una especial bendición apostólica.










A LOS PEREGRINOS QUE VINIERON A LA CANONIZACIÓN


Lunes 11 de junio de 2001



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Ayer celebramos la primera ceremonia de canonización después del gran jubileo del año 2000. A todos vosotros, que habéis venido para ese feliz acontecimiento, me alegra renovaros hoy mi saludo, en el clima más familiar de este encuentro, en el que tenemos también la oportunidad de meditar en las figuras de los nuevos santos.

2. Al pensar en san Luis Scrosoppi, saludo con afecto a los sacerdotes y a los fieles de la diócesis de Údine, aquí presentes con su obispo, monseñor Pietro Brollo. Saludo en particular a las "Religiosas de la Providencia de San Cayetano de Thiene", fundadas por él en 1837. Queridas hermanas, habéis nacido de un grupo de mujeres llenas de fe y generosidad apostólica, que colaboraban con el padre Luis en el cuidado amoroso de las muchachas solas y abandonadas de Údine y sus alrededores. La canonización de vuestro fundador demuestra que el designio de la Providencia, en la que él confió totalmente, sigue realizándose en la Iglesia y en el mundo. También hoy hacen falta corazones y manos dispuestas a servir a las personas que atraviesan dificultades, para manifestarles la amplitud de la misericordia divina.

199 Pero la herencia de san Luis Scrosoppi, conservada celosamente por sus hijas espirituales, es rica y valiosa para todo el pueblo de Dios, especialmente para los sacerdotes. En efecto, san Luis es modelo de vida presbiteral vivida en una constante búsqueda de Dios. San Francisco de Asís y san Felipe Neri fueron los guías que siguió con entusiasmo, para conformarse en todo a Cristo Salvador. Humildad, pobreza y sencillez; oración, contemplación y unión íntima con Cristo: estas fueron las fuentes inagotables de su caridad. Que su ejemplo luminoso atraiga no sólo a sus hijas espirituales y a los devotos, sino también a todos los que entran en contacto con la obra iniciada por él.

3. Con afecto me dirijo ahora a vosotros, queridos peregrinos que habéis venido de diversas regiones para participar en la canonización de san Agustín Roscelli, fundador de las "Religiosas de la Inmaculada". Saludo al arzobispo de Génova, cardenal Dionigi Tettamanzi, al cardenal Giovanni Canestri y al obispo de Chiávari. Saludo al clero, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles. El nuevo santo vivió con gran entrega su sacerdocio, desempeñando un apostolado fecundo. Siguió el modelo de una vida evangélica austera, en la que se distinguió por su amor a Dios y a los hombres. Este amor indivisible a Dios y a sus hermanos constituye la línea fundamental y característica de su espiritualidad, en la que se funden en unidad la contemplación y la acción. Solía repetir: "La oración ayuda a hacer bien la acción, y la acción, hecha como se debe, ayuda a hacer bien la oración".

Me complace recordar aquí las palabras con las que mi venerado predecesor Juan Pablo I, cuando era obispo de Vittorio Véneto, describió el aspecto ascético de san Agustín Roscelli: "Supo unir magníficamente la laboriosidad de los tiempos modernos y una profunda vida interior" (cf. Cart. Post., p. 16, n. 14). La talla espiritual de este "pobre sacerdote", como solía definirse, tiene una fuerza profética capaz de conmover y fascinar aún hoy. Vuelve a proponer, de modo sencillo, valores evangélicos que al comienzo del tercer milenio es preciso redescubrir y revivir con convicción: el valor de la humildad y de la sobriedad, del silencio y del sentido de la presencia de Dios que anima la historia, de la oración y de una caridad que no dice jamás "basta", porque es inmensa como Dios, de quien nace.

Ojalá que san Agustín Roscelli recuerde a sus hijas espirituales y a todos los creyentes que los resultados de la acción pastoral no dependen principalmente de nuestras fuerzas, sino sobre todo de la ayuda de Dios, al que debemos recurrir incesantemente con la oración.

4. Saludo ahora a los que han venido a Roma para la canonización de Bernardo de Corleone, humilde fraile capuchino en el que brilla con todo su fulgor la fuerza del carisma franciscano, es decir, la austeridad, la esencialidad y la "itinerancia" caritativa. Saludo en particular al cardenal Salvatore De Giorgi, arzobispo de Palermo, a los obispos y a los fieles de Sicilia, tierra donde nació este nuevo santo. A pesar de ser analfabeto, supo escribir páginas brillantes de historia con su vida, impregnada de amor a Cristo crucificado, de servicio humilde y silencioso, y de solidaridad con el pueblo.

Fray Bernardo, aunque es un hombre del siglo XVII, por su auténtica configuración con el divino Maestro participa en la actualidad perenne del Evangelio. El modelo de santidad que propone es siempre actual. Más aún, con su historia personal, caracterizada por grandes pasiones civiles y religiosas, con un notable sentido de la justicia y de la verdad en medio de numerosas situaciones de sufrimiento y miseria, encarna, en cierto sentido, la imagen del santo contemporáneo, o sea, la de un hombre que se abre al fuego del amor sobrenatural y se deja inflamar por él, transmitiendo su calor a las almas de los hermanos. Como mostró a sus contemporáneos, también nos indica hoy a nosotros que la santidad, don de Dios, produce una transformación tan profunda de la persona, que la convierte en testimonio vivo de la presencia confortadora de Dios en el mundo.

5. Otro ejemplo elocuente de santidad para nuestro tiempo es Teresa Eustochio Verzeri, mujer de destacada personalidad, que nació en Bérgamo a inicios del siglo XIX. Saludo al clero, a los religiosos, a las religiosas y a los fieles de esa diócesis, con su pastor, monseñor Roberto Amadei. Santa Teresa Verzeri, formada en una piedad ardiente y sólida, después de una larga y ardua búsqueda, fundó, junto con el canónigo Giuseppe Benaglio, su director espiritual y figura prestigiosa del clero bergamasco, el instituto de las "Hijas del Sagrado Corazón de Jesús" para la educación y la asistencia de las muchachas pobres. Trasladada su obra a Brescia, desarrolló una actividad febril, que la llevó a la muerte cuando apenas tenía 51 años de edad.

En su camino espiritual se sintió particularmente atraída por el Sagrado Corazón de Jesús, que propuso con insistencia a la devoción de sus hermanas, exhortándolas a una vida religiosa obediente, dócil y generosa. El alma que quiere seguir a Jesús -solía repetir- debe imitarlo en todo, especialmente participando en su pasión redentora, a ejemplo de María santísima. A una hija espiritual suya escribió: "Tú quisieras estar siempre con Cristo en el Tabor; pero mira a la Virgen santísima: no está en el Tabor, sino sólo al pie de la cruz. Créeme, querida: la mayor gracia que Dios te da es padecer con él y por su amor" (Cartas, vol. VII, parte IV, n. 49).

Aprender del Corazón de Jesús, dejarse orientar por los sentimientos de ese Corazón y vivirlos en el servicio a los hermanos, es el mensaje que Teresa nos transmite también a nosotros en el alba del nuevo milenio, invitándonos a cada uno a cooperar activamente en la acción evangelizadora de la Iglesia.

6. Saludo a Su Beatitud el cardenal Sfeir, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, sobre todo a los miembros de la Orden Libanesa Maronita, y a los representantes de las autoridades, así como a todos los fieles del Líbano que han venido para participar en la canonización de la hermana Rebeca, motivo de profunda alegría para la Iglesia, especialmente para todos los cristianos libaneses. En Oriente Próximo, asolado por tantos conflictos sangrientos y por tantos sufrimientos injustos, el testimonio de esta religiosa libanesa es una fuente de confianza para los que soportan pruebas. Dado que siempre vivió en íntima unión con Jesús y como él nunca perdió la esperanza en el hombre, es el signo discreto pero eficaz de que el misterio pascual de Cristo sigue transformando el mundo, para hacer que germine en él la esperanza de la vida nueva ofrecida a todos los hombres de buena voluntad. Aceptando el sufrimiento como un medio para amar más a Cristo y a sus hermanos, vivió de manera eminente la dimensión misionera de su vida consagrada, encontrando en la Trinidad la fuerza para entregar su vida por el mundo y completando en su carne lo que "falta a las tribulaciones de Cristo" (
Col 1,24). Ojalá que los enfermos, los afligidos, los prófugos de guerra y todas las víctimas del odio de ayer y de hoy encuentren en santa Rebeca una compañera de camino, para que, por su intercesión, sigan buscando en la noche razones para esperar aún y construir la paz.

7. Amadísimos hermanos y hermanas, estimulados por estos luminosos testigos del Evangelio y sostenidos por su intercesión celestial, prosigamos con perseverancia por el camino de la santidad, teniendo fijos los ojos en Cristo (cf. Hb He 12,1-2).

200 Cada uno de los nuevos santos confirma, de modo diverso, lo que recordé en la carta apostólica Novo millennio ineunte, a saber, que la contemplación del rostro de Cristo inspira y hace eficaz el compromiso concreto del creyente.

Por tanto, también nosotros, en nuestro respectivo estado de vida y en las diferentes situaciones en las que la Providencia nos ha puesto, estamos llamados a ser contemplativos en la acción. Que nos ayuden en este arduo camino los santos Luis Scrosoppi, Agustín Roscelli, Bernardo de Corleone, Teresa Eustochio Verzeri y Rebeca Petra Choboq Ar-Rayès.

Que nos ayude especialmente la santísima Virgen, discípula perfecta de su Hijo. Por mi parte, con gran afecto os imparto una especial bendición a vosotros aquí presentes y a todos vuestros seres queridos.










AL CAPÍTULO GENERAL DE LA ORDEN


DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD (PADRE TRINITARIOS)


Viernes 15 de junio de 2001

Amadísimos hermanos de la Orden de la Santísima Trinidad:

1. Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión del capítulo general de vuestro instituto. Se trata de un acontecimiento de gracia que constituye una fuerte llamada a volver a las raíces y a profundizar en vuestro carisma específico, procurando discernir los modos más idóneos para vivirlo en la actual situación sociocultural.

Saludo al ministro general, padre José Hernández Sánchez, que ha sido confirmado en el cargo, y a su consejo, así como a los delegados para la asamblea capitular. Extiendo mi saludo cordial a todos los Trinitarios, que realizan su generoso apostolado en diversas naciones. Durante estos días de intensos trabajos en la asamblea estáis reflexionando sobre el tema: "Vivir lo que somos". Fieles al carisma trinitario-redentor, queréis mantener viva y operante la enseñanza de vuestra Regla, de cuya aprobación recordasteis hace tres años el VIII centenario. En aquella circunstancia también yo quise unirme a vuestra alegría común, enviándoos un mensaje en el que, entre otras cosas, recordaba que vuestro carisma es "extraordinariamente actual en el marco social multicultural de hoy, marcado por tensiones y desafíos a veces incluso dramáticos. Compromete a los Trinitarios a descubrir, con valentía y audacia misionera, caminos siempre nuevos de evangelización y de promoción humana" (Mensaje a los miembros de la Orden de la Santísima Trinidad con ocasión del VIII centenario de la aprobación de su Regla, 7 de junio de 1998, n. 2: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de junio de 1998, p. 10).

2. Vuestra espiritualidad, que obtiene su vigor del misterio de la Trinidad y de la Redención, no ha dejado de impulsaros al servicio de los prisioneros y de los pobres, en vuestra larga historia, jalonada por numerosos ejemplos de santidad. Entre los miembros de vuestra Orden hay valientes testigos de Cristo, algunos de los cuales confirmaron su fidelidad al Evangelio con el martirio. Vuestra espiritualidad os sitúa en el centro mismo del mensaje cristiano: el amor de Dios Padre que abraza a todos los hombres mediante la redención de Cristo, en el don permanente del Espíritu Santo.

Amadísimos hermanos, aprovechad este incalculable patrimonio espiritual. Que resuenen en vuestro corazón las palabras de Cristo: "Duc in altum" (Lc 5,4). Quise recordarlas en la reciente carta apostólica Novo millennio ineunte, para que sirvieran de exhortación e invitación a todos los bautizados, en el alba del tercer milenio. Sí, remad mar adentro; echad las redes en el nombre de Cristo. "Vivid" con pasión lo que "sois", abriéndoos con confianza al futuro. En una época marcada por una preocupante "cultura del vacío" y por existencias "sin sentido", estáis llamados a anunciar sin componendas al Dios trino, al Dios que escucha el grito de los oprimidos y de los afligidos. Ojalá que en el centro y en la raíz de vuestro compromiso apostólico esté siempre la santísima Trinidad. Que la comunión trinitaria sea para todos y cada uno fuente, modelo y fin de toda acción pastoral.

3. La Iglesia cuenta con vosotros. Trabajad en unión con Cristo, "revelador del nombre del verdadero Dios, glorificador del Padre y Redentor del hombre" (Constituciones de la Orden Trinitaria, 2). Él es el Redentor; en él podéis ser "trinitarios" y "redentores", participando de la caridad redentora que brota de su Corazón misericordioso. Vivir lo que sois os lleva a reafirmar la fidelidad al patrimonio espiritual de vuestro fundador, san Juan de Mata. Meditad a menudo en su ejemplo y su enseñanza. Estáis llamados a proseguir su misión, válida hoy, como entonces, porque tiende a anunciar y testimoniar a Cristo, muerto y resucitado por la salvación de todos los hombres.

Se abre ante vosotros una importante perspectiva misionera. No tengáis miedo de orientar todas vuestras energías hacia Cristo, al que debéis "conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia" (Novo millennio ineunte NM 29). La santidad es una tarea esencial de vuestra familia religiosa y de cada uno de sus miembros. Sólo si sois santos prestaréis el servicio que la Iglesia y el Papa esperan de vosotros. De modo especial, sed modelos de intensa vida trinitaria, como os lo exige vuestra identidad vocacional, pues estáis especialmente
201 consagrados a la santísima Trinidad para la redención de los hombres; esa identidad se expresa en el antiguo lema: Gloria tibi Trinitas et captivis libertas. Esa es vuestra misión; esa es la mejor aportación que podéis dar a la nueva evangelización, con un servicio apostólico en favor de las personas más necesitadas.

4. Se abren ante vosotros perspectivas fecundas, aunque no falten las dificultades y los obstáculos. Tened confianza en el Señor y no dudéis en aceptar los desafíos del momento histórico que estamos viviendo. Os recuerdo que todas vuestras comunidades han de esforzarse principalmente por ser un cenáculo de alabanza al Dios uno y trino y un crisol de entrega gratuita a los hermanos (cf. Mensaje a los miembros de la Orden de la Santísima Trinidad, n. 3). Al repetiros esta exhortación que os dirigí hace tres años, os invito a abrazar en la caridad a todos los hombres, sin distinción, y a buscar audazmente, con libertad profética y sabio discernimiento, caminos nuevos, para que seáis presencia viva en la Iglesia, en comunión con el Papa y en colaboración con los obispos.

Al mirar los vastos horizontes de la nueva evangelización, destaca con fuerza la urgencia de proclamar y testimoniar el mensaje evangélico a todos, indistintamente. ¡Cuántas personas esperan aún conocer a Jesús y su Evangelio! ¡Cuántas situaciones de injusticia y de malestar moral y material se producen en muchas partes del mundo! Es urgente la misión e indispensable la aportación de cada uno. Esa aportación requiere el apoyo de una oración incesante y fervorosa. Sólo así se puede ser capaz de indicar a los demás el camino para encontrar a Cristo y seguirlo fielmente. Así hicieron vuestro fundador, san Juan de Mata, y vuestro reformador, san Juan Bautista de la Concepción, tras cuyas huellas queréis caminar con fidelidad. Este es el testimonio que han dado numerosos hermanos vuestros, los cuales sirvieron a la Iglesia en los campos más diversos, a menudo en situaciones difíciles. Como ellos, sed también vosotros discípulos fieles de Cristo y obreros generosos del Evangelio, con constante confianza y renovado impulso apostólico.
La Virgen santísima, a la que en vuestra Orden veneráis con el hermoso título de Nuestra Señora de los Remedios, os proteja y os guíe por el camino que lleva a la santidad, realizando todos vuestros proyectos de bien.

Con estos deseos, os bendigo con afecto, al mismo tiempo que os aseguro mi recuerdo en la oración por cada uno de vosotros y por cuantos encontréis en vuestro ministerio apostólico diario.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE BENIN


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 16 de junio de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Es para mí una gran alegría acogeros durante estos días en que realizáis vuestra visita ad limina. Mediante vuestros encuentros con el Sucesor de Pedro y con sus colaboradores manifestáis la comunión de las diócesis de Benin con la Iglesia universal. Deseo que estas jornadas de peregrinación y de reflexión sean para cada uno de vosotros una fuente de renovación espiritual y de dinamismo apostólico para el desempeño de vuestro ministerio episcopal.

Con sus amables palabras, monseñor Néstor Assogba, arzobispo de Cotonú y presidente de vuestra Conferencia episcopal, se ha hecho vuestro intérprete para manifestarme vuestras esperanzas y vuestras preocupaciones al comienzo de este nuevo milenio. Le doy cordialmente las gracias por ello. Saludo en particular a los obispos que han venido por primera vez a realizar esta visita. Los aliento vivamente en su tarea de pastores, al servicio de la misión de la Iglesia. Llevad mi afectuoso saludo a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas, catequistas, y a todos los fieles de vuestras diócesis. Que el Señor haga fructificar en ellos las gracias del Año jubilar. A todo el pueblo de Benin, que he tenido la alegría de visitar dos veces, le deseo que viva en paz y con prosperidad, y pido a Dios que le ayude en sus esfuerzos por construir una sociedad cada vez más fraterna y solidaria.

2. Los desafíos que debe afrontar la Iglesia al principio del nuevo milenio son un estímulo apremiante a renovar nuestro compromiso de anunciar el Evangelio a todos los hombres. Hoy, más que nunca, resulta evidente la urgencia de la misión. Los obispos, sucesores de los Apóstoles, que experimentaron personalmente la presencia del Verbo de la vida, han recibido la misión de orientar la mirada de los hombres hacia el misterio de Cristo. En esta nueva etapa de la evangelización que se abre ante nosotros, sólo el encuentro íntimo con el Señor puede infundirnos la audacia de un compromiso auténtico y decidido al servicio del Evangelio. El Sucesor de Pedro invita a vuestras comunidades y a sus pastores a hacer un profundo acto de fe en la palabra de Cristo, que nos exhorta con fuerza a remar mar adentro. Que este acto de fe se exprese ante todo mediante un compromiso renovado de oración y de diálogo confiado con Dios.

Así pues, la tarea misionera debe consistir en primer lugar en ayudar a los fieles a fortalecer su fe en Cristo Salvador, para que, frente a las múltiples tentaciones que se les presentan, no se dejen arrastrar por cualquier viento de doctrina, sino que, viviendo en la verdad y en el amor, crezcan en Cristo para elevarse en todo hasta él (cf. Ef Ep 4,14-15). Que todos encuentren en su adhesión a la persona de Jesús y en el apoyo de su comunidad la fuerza para avanzar por los caminos del Evangelio y de sus exigencias, recordando que "nadie que ponga la mano en el arado y mire hacia atrás es apto para el reino de Dios" (Lc 9,62).


Discursos 2001 196