Discursos 2001 340


A LOS PARTICIPANTES EN LA PLENARIA


DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Viernes 9 de noviembre de 2001



341 Querido cardenal Arinze;
hermanos y hermanas en el Señor:

1. Me complace mucho saludaros a todos vosotros, que participáis en la asamblea plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso: "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, Padre nuestro, y del Señor Jesucristo" (
1Co 1,3).

Vuestra asamblea está reflexionando en el progreso del diálogo interreligioso en un tiempo en que toda la humanidad se siente aún conmovida por los acontecimientos del pasado 11 de septiembre. Se ha dicho que estamos asistiendo a un verdadero conflicto de religiones. Pero, como he referido en numerosas ocasiones, esto sería falsificar la religión misma. Los creyentes saben que, lejos de hacer el mal, están obligados a hacer el bien, a trabajar para aliviar los sufrimientos humanos y construir juntos un mundo justo y armonioso.

2. Aunque es imperativo para la comunidad internacional fomentar buenas relaciones entre los pueblos que pertenecen a diferentes tradiciones étnicas y religiosas, es más urgente aún para los mismos creyentes favorecer relaciones caracterizadas por la apertura y la confianza, e impulsar el interés común por el bienestar de toda la familia humana.

En mi carta apostólica Novo millennio ineunte escribí: "En la situación de un marcado pluralismo cultural y religioso, tal como se va presentando en la sociedad del nuevo milenio, este diálogo (interreligioso) es también importante para proponer una firme base de paz y alejar el espectro funesto de las guerras de religión que han bañado de sangre tantos períodos en la historia de la humanidad. El nombre del único Dios tiene que ser cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55). Sabemos, y lo experimentamos cada día, qué difícil es alcanzar este objetivo. De hecho, nos damos cuenta de que la paz no llegará como resultado de nuestros esfuerzos; no es algo que el mundo puede dar. Es un don del Señor. Y para recibirlo, tenemos que preparar nuestro corazón. Cuando surgen conflictos, la paz sólo puede llegar a través de un proceso de reconciliación, y esto requiere humildad y generosidad.

3. Por parte de la Santa Sede vuestro Consejo -desde su institución por obra de mi predecesor el Papa Pablo VI como Secretariado para los no cristianos- tiene la tarea especial de promover el diálogo interreligioso. A través de los años el Consejo ha contribuido materialmente a favorecer contactos con representantes de las diversas religiones, con creciente espíritu de comprensión y cooperación, espíritu que se manifestó claramente, por ejemplo, durante la asamblea interreligiosa que se celebró aquí, en el Vaticano, en vísperas del gran jubileo. En la ceremonia de clausura de esa asamblea recordé que una tarea vital que tenemos ante nosotros es mostrar cómo las creencias religiosas inspiran la paz, animan la solidaridad, promueven la justicia y sostienen la libertad (cf. Discurso a la Asamblea interreligiosa, en plaza de San Pedro, 28 de octubre de 1999).

4. Hago estas breves observaciones teniendo presente el tema elegido por vuestra asamblea plenaria: La espiritualidad del diálogo. Habéis decidido reflexionar en la inspiración espiritual que debe sostener a los que están comprometidos en el diálogo interreligioso. Cuando los cristianos consideramos la naturaleza de Dios, como fue revelada en las Escrituras y, sobre todo, en Jesucristo, comprendemos que la comunión del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es el perfecto y eminente modelo de diálogo entre los seres humanos. La Revelación nos enseña que Dios ha estado siempre en diálogo con la humanidad, diálogo que anima el Antiguo Testamento y alcanza su punto culminante al llegar la plenitud de los tiempos, cuando Dios habla directamente por medio de su Hijo (cf. Hb He 1,2). Por consiguiente, en el diálogo interreligioso debemos recordar la exhortación de san Pablo: "Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo" (Ph 2,5). El Apóstol subraya a continuación la humildad de Jesús, su kénosis. En la medida en que, como Cristo, nos despojemos de nosotros mismos, seremos verdaderamente capaces de abrir nuestro corazón a los demás y caminar junto con ellos como peregrinos hacia el destino que Dios nos ha preparado.

5. Esta referencia a la kénosis del Hijo de Dios sirve para recordarnos que el diálogo no siempre es fácil, ni está exento de sufrimiento. Incomprensiones y prejuicios pueden surgir en el camino hacia el acuerdo común, y puede rechazarse la mano tendida en signo de amistad. Una verdadera espiritualidad del diálogo debe tener en cuenta estas situaciones y proporcionar la motivación para perseverar, incluso frente a la oposición o cuando los resultados parecen ser escasos. Se necesitará siempre una gran paciencia para que lleguen los frutos, pero a su debido tiempo (cf. Sal Ps 1,3); cuando los que siembran con lágrimas, cosechen entre cantares (cf. Sal Ps 126,5).

Al mismo tiempo, los contactos con los seguidores de las otras religiones es a menudo fuente de gran alegría y aliento. Nos llevan a descubrir cómo Dios está actuando en la mente y en el corazón de los hombres y, en realidad, en sus ritos y costumbres. Lo que Dios ha sembrado a lo largo de este camino puede purificarse y perfeccionarse a través del diálogo (cf. Lumen gentium LG 17). Por tanto, la espiritualidad del diálogo buscará atentamente discernir las obras del Espíritu Santo y dará gracias por los frutos de amor, alegría y paz que produce el Espíritu.

6. Que María, Madre de Jesús y Madre de la Iglesia interceda por todos vosotros y que nuestro Padre celestial os colme de su sabiduría y fuerza para proseguir, y animar a otros a proseguir, por este auténtico camino de diálogo. Con gratitud, os imparto de corazón mi bendición apostólica.








A LOS OBISPOS DE MALASIA, SINGAPUR Y BRUNEI


EN VISITA "AD LIMINA"


342

Sábado 10 de noviembre de 2001



Queridos hermanos en el episcopado:

1. "Al tener noticia de vuestra fe en el Señor Jesús y de vuestra caridad para con todos los santos, no ceso de dar gracias por vosotros recordándoos en mis oraciones" (Ep 1,15-16). En el vínculo de esta fe, os saludo, obispos de Malasia, Singapur y Brunei, que habéis venido para vuestra visita ad limina Apostolorum. Orando ante las tumbas de los apóstoles san Pedro y san Pablo reafirmáis el vínculo de comunión con el Sucesor de Pedro y con el Colegio episcopal en todo el mundo, y compartís de nuevo la "preocupación por todas las Iglesias" (2Co 11,28), que es el centro del ministerio apostólico. Seguís dando el testimonio al que los obispos están llamados como sucesores de los Apóstoles, un testimonio de Cristo resucitado que disipa todas las tinieblas con el poder de su luz gloriosa. Con la Iglesia, a lo largo de la historia, repetís el cántico de Pascua que se ha oído durante mucho tiempo en este lugar: Christus vincit, Christus regnat, Christus imperat! Estas palabras, al dirigir vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor Jesús, el único a quien se deben "alabanza, honor, gloria y potencia por los siglos de los siglos" (Ap 5,13), os recuerdan que el obispo es administrador, y no dueño, de los misterios. Sois servidores del Evangelio del único Salvador, Jesucristo: la fuente, el centro y la meta de todo vuestro ministerio episcopal.

Venís de lejos, "pero no hay distancia entre quienes están unidos por la única comunión, la comunión que cada día se nutre de la mesa del Pan eucarístico y de la Palabra de vida" (Novo millennio ineunte NM 58). Las Iglesias particulares confiadas a vuestra solicitud pastoral son una parte preciosa de esa gran fraternidad de fe que es la Iglesia universal. En este momento de comunión, queridos hermanos en el episcopado, juntos demos gracias por lo que la Iglesia universal es para vuestras Iglesias particulares y por los dones maravillosos que los fieles de Malasia, Singapur y Brunei aportan a la Iglesia, una, santa, católica y apostólica.

2. Hoy deseo animaros a orientar cada vez más vuestro ministerio y vuestra programación pastoral a la formación cristiana permanente, que es el eje de una sólida vida cristiana, una formación que comienza con el bautismo, se desarrolla por la gracia en cada etapa del camino de la vida, y sólo terminará cuando nuestros ojos estén totalmente abiertos en la visión beatífica del cielo. Esta formación cristiana permanente nos permite escuchar la voz de Cristo, nuestro Maestro (cf. Mt Mt 23,10), y adherirnos con el corazón y la mente a la causa de su Reino. La enseñanza del Señor llega a la comunidad cristiana por muchos caminos, entre los cuales figuran en primer lugar las tres grandes áreas en las que se despliega la vida de la mayor parte de los fieles: la familia, la escuela y la parroquia. No se trata de instituciones convencionales que en cierto momento podrían considerarse pasadas de moda; son instituciones duraderas y valiosas, a través de las cuales se comunica la gracia de Cristo a los que están implicados en ellas. Necesitan vuestro cuidado pastoral continuo y sensible, para que la comunidad que presidís se fortalezca como cuerpo social visible.

3. En vuestros países, como en todas partes, la familia está bajo presión. El divorcio ha llegado a ser más común, y su difusión puede llevar a perder el aprecio de la gracia y el compromiso especiales que entraña el matrimonio cristiano. El problema se da de modo particular entre las parejas de diferentes confesiones religiosas, puesto que falta el vínculo común de la fe. También la vida familiar se ha vuelto más difícil donde los medios de comunicación presentan valores contrarios al Evangelio y se convierten en instrumentos de una visión de la vida reducida a lo efímero y a lo insustancial. En esta situación, "la Iglesia (...) siente de manera más viva y acuciante su misión de proclamar a todos el designio de Dios sobre el matrimonio y la familia" (Familiaris consortio FC 3). En efecto, prestaréis un excelente servicio a toda la sociedad proclamando que el matrimonio entre el hombre y la mujer fue "querido por Dios con la misma creación" (ib.) y que es un lugar primario de la incesante creatividad de Dios, con el que los esposos cooperan mediante su servicio de vida y amor. Esto significa que el matrimonio y la familia no son instituciones que pueden cambiar siguiendo tendencias pasajeras o según las decisiones de la mayoría. Es preciso hacer todo lo posible para que se reconozca a la familia como el edificio primordial de una nación verdaderamente sana y espiritualmente vigorosa (cf. Carta a las familias, 2 de febrero de 1994, n. 17).

Cristo mismo habita sacramentalmente en el vínculo del matrimonio cristiano, haciendo participar a los esposos y a los hijos cada vez más profundamente en su amor inagotable, mostrando la gloria de su don, y revelando al mundo la verdad según la cual el hombre es creado por amor y para el amor (cf. ib., 11). Quiero recordar las palabras de Tertuliano: "¡Qué maravilloso es el vínculo entre dos creyentes, con una única esperanza, un único deseo, una única observancia, un único servicio! Son hermanos y servidores; no hay separación entre ellos, en espíritu o en carne; de hecho, son verdaderamente dos en una sola carne, y donde la carne es una, es uno el espíritu" (A su esposa, II, VIII, 7-8). A causa de esta vocación muy especial, es esencial que los esposos cristianos no sólo reciban una preparación profunda para el sacramento del matrimonio, sino también un apoyo constante y una formación permanente, para que comprendan la dignidad y los deberes de su estado.

4. En ese proceso de formación permanente, las escuelas católicas están unidas íntimamente a los padres en la tarea de enseñar a los hijos a conocer y amar tanto a Dios como al hombre. Por lo general, en vuestras Iglesias particulares se ha realizado una obra magnífica en el campo de la educación católica, especialmente a cargo de religiosos y religiosas, y les habéis ofrecido generosamente vuestro apoyo y aliento. La presencia de religiosos en las escuelas está menos garantizada hoy que en el pasado, y los profesores laicos comprometidos están asumiendo cada vez mayores responsabilidades. Esto significa que hay que prestar una atención especial a su formación, para que consideren su trabajo profesional como una auténtica vocación; de igual modo, hay que evitar que se ponga en peligro lo que más distingue a las escuelas católicas.

Las presiones culturales, políticas y económicas hacen difícil a veces mantener la independencia requerida por las escuelas católicas. En una situación como la vuestra, las escuelas de la Iglesia están abiertas a estudiantes de todos los sectores de la sociedad. Sin embargo, es esencial preservar y cultivar el sentido de la providencia del Creador, de la inviolabilidad de la dignidad humana, de la unicidad de Jesucristo, y de la Iglesia como comunidad de santidad y misión, que permite a las escuelas católicas dar su contribución específica no sólo a los niños que allí se educan, sino también a la sociedad a la que sirven.

5. Las escuelas, así como no pueden separarse de la educación que se imparte dentro de la familia, también deben estar íntimamente unidas a la formación ofrecida en la parroquia. Esto se verifica especialmente en situaciones donde la fe no puede transmitirse en las escuelas, sino que debe llevarse a cabo en la parroquia. Como sabéis por experiencia diaria, los catequistas desempeñan un papel fundamental en la enseñanza de la fe en vuestras comunidades locales. No sólo necesitan una especial formación formal e informal, que les permita transmitir la riqueza de la doctrina católica en toda su plenitud, sino también el apoyo y el aliento de la comunidad y de su pastor.

Esto es aún más importante en el caso de los sacerdotes, puesto que son ellos quienes, como maestros de la fe, mantienen el contacto diario con la gente. No sólo deben enseñar, sino también ayudar a los padres, a los profesores y a los catequistas a asumir plenamente sus responsabilidades. Por eso vuestros sacerdotes, además de una excelente preparación en el seminario, necesitan también la formación permanente mencionada en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis, que se refiere a esta formación ulterior como "exigencia de la fidelidad del sacerdote a su ministerio, es más, a su propio ser" (n. 70). Estad especialmente cercanos a vuestros sacerdotes, ayudándoles constantemente a guardar en su corazón el tesoro de su vocación sacerdotal. Animadlos a acrecentar el amor y el celo que aseguren a sus comunidades todo lo necesario para el culto a Dios y el servicio a sus hermanos.

343 Lo que vale para los sacerdotes vale también, a fortiori, para los obispos. Durante la reciente X Asamblea general ordinaria del Sínodo de los obispos se dijeron muchas cosas hermosas e importantes sobre la figura del pastor como hombre de Dios, maestro de la fe que ha sido transmitida, santificador del pueblo de Dios, y guía de la peregrinación de la comunidad. Debido a las numerosas ocupaciones de vuestro ministerio, es siempre difícil encontrar tiempo para el estudio y la reflexión. Pero es muy necesario, porque de lo contrario resultará más difícil para vosotros, obispos, perseverar con verdad y humildad en la misión de ser administradores fieles de los misterios. Por consiguiente, queridos hermanos en el episcopado, os exhorto a que "reavivéis el carisma de Dios que está en vosotros" (2Tm 1,6). Y haced todo lo posible para ayudar a vuestros sacerdotes a obrar de ese modo, a fin de que en las parroquias de vuestras diócesis el rebaño de Cristo, buen pastor, oiga siempre su voz.

6. La familia, la escuela y la parroquia católicas, cada una en su ámbito, deben convertirse cada vez más en escuela de fe y santidad, santuario donde se adore a Dios y servicio a un mundo herido. Al obrar así, mostrarán "la auténtica pedagogía de la santidad" (Novo millennio ineunte NM 31), que es especialmente útil ahora, para que la nueva evangelización dé los frutos tan necesarios. Sobre este punto debemos ser claros: la santidad de vida es el objetivo de toda la formación cristiana, como lo es de la programación pastoral en la que estamos comprometidos al comienzo del nuevo milenio. La santidad cristiana brota de la contemplación del rostro de Cristo, crece a través de un proceso de formación permanente, lleva a un seguimiento de Jesús cada vez más perfecto y llega a la madurez cuando testimoniamos fielmente a Cristo y proclamamos su verdad al mundo.

Todo esto dará resultados positivos también para afrontar otra estimulante tarea de la Iglesia del tercer milenio cristiano: el deber de comprometerse en un diálogo interreligioso fecundo y trabajar eficazmente con los seguidores de todas las religiones para fortalecer la comprensión mutua y la paz en el mundo. Esta empresa es de particular importancia para vuestras Iglesias locales. Como escribí en la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Asia, sólo los cristianos dotados de una fe madura y convencida, profundamente sumergidos en el misterio de Cristo y felices en su comunidad de fe, pueden promover eficazmente un auténtico diálogo interreligioso (cf. n. 31). Este diálogo incluye intercambios culturales y acciones comunes en favor del desarrollo humano integral y la defensa de los valores humanos y religiosos. La misión de la Iglesia en el nuevo milenio le exige "seguir esforzándose por preservar y promover en todos los niveles este espíritu de encuentro y colaboración con las demás religiones" (ib.); esto, a su vez, sostendrá los valores sobre los que se puede construir una sociedad justa y pacífica.

Oro con fervor por vosotros, queridos hermanos en el episcopado, para que seáis siempre hombres de Dios, hombres de oración y de intenso amor pastoral, a fin de que ayudéis a vuestro pueblo a vivir con auténtica esperanza cristiana: "Porque nuestra salvación es en esperanza" (Rm 8,24). Que en este período de incertidumbre en la situación mundial vuestro corazón rebose cada vez más de la compasión y la misericordia del Corazón de Jesús. Sed profetas de su amor para todas las personas necesitadas.

Os encomiendo a vosotros, a vuestros sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los fieles laicos de Malasia, Singapur y Brunei, a la protección constante de María, Madre del Redentor, y os imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de gracia y paz en su Hijo divino.








A LOS VOLUNTARIOS DE LA DIÓCESIS DE ROMA


Sábado 10 de noviembre de 2001



Amadísimos voluntarios:

1. Os saludo con afecto al final de la celebración eucarística con la que habéis querido comenzar este encuentro organizado con ocasión del Año internacional del voluntariado, que la Asamblea general de las Naciones Unidas ha establecido en el 2001.

Saludo cordialmente al cardenal vicario, a quien agradezco las palabras que me ha dirigido, haciéndose intérprete de los sentimientos comunes. Saludo asimismo a monseñor Armando Brambilla, obispo delegado para la asistencia religiosa en los hospitales de Roma, las cofradías y las asociaciones pías. Recuerdo también con gratitud a los responsables de Cáritas y de la oficina de Emigrantes de esta Iglesia de Roma, así como a los participantes en el congreso organizado por la Universidad católica del Sagrado Corazón y el policlínico Agostino Gemelli de Roma. Os saludo a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, deseosos de servir a los hermanos siguiendo el ejemplo de Jesús, que en la víspera de su pasión, después de lavar los pies a sus discípulos, les dijo: "Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,15).

¿De qué ejemplo nos habla? La respuesta parece evidente en el contexto en que se pronuncian esas palabras. Realizando con sus Apóstoles un gesto reservado habitualmente a los esclavos, anuncia su muerte, mediante la cual al día siguiente se entregaría a sí mismo en el Calvario. Por tanto, Jesús habla de un amor total e incondicional, en el que desea que sus discípulos aprendan a inspirar su comportamiento.

Las palabras del Señor en la última Cena deben constituir para vosotros un programa de vida. En efecto, vuestra misión consiste precisamente en reproducir los gestos de Aquel que, aun siendo de naturaleza divina, tomó por amor la condición de siervo (cf. Flp Ph 2,6-7).
344 Irradiar el Evangelio en el nuevo milenio

2. En la carta apostólica Novo millennio ineunte invité a toda la Iglesia a "remar mar adentro", para irradiar con fuerza y renovado entusiasmo el Evangelio en el nuevo milenio. Esta exhortación resuena hoy con particular vigor para vosotros, llamados a colaborar de modo singular en la obra de la nueva evangelización.

¡Gracias por el testimonio generoso que dais en una sociedad dominada a menudo por el afán de tener y poseer! Como fieles discípulos e imitadores de Cristo, os sentís impulsados a ir contra corriente, realizando la opción evangélica de servir a los hermanos no sólo porque tenéis el deseo de conseguir objetivos legítimos de justicia social, sino también, y sobre todo, porque estáis animados por la fuerza irresistible de la caridad divina.

El campo de acción que se abre diariamente ante vuestros ojos es enorme. En efecto, son numerosos y graves los problemas que afligen a nuestra sociedad. Al observar la realidad de nuestra ciudad, no podemos menos de reconocer que, por desgracia, existen aún carencias en los servicios sociales y lagunas en los servicios básicos de diversas zonas periféricas, así como graves formas de desigualdad en la renta y en el disfrute de bienes primarios como la escuela, la casa y la asistencia sanitaria. Y ¿qué decir de la marginación en la que viven mendigos, nómadas, tóxicodependientes y enfermos de sida? Por no hablar de la disgregación familiar, que perjudica a las personas más débiles, ni de las formas de violencia física o psicológica contra mujeres y niños.
¿Cómo no recordar, asimismo, los problemas relativos a la inmigración y al aumento del número de ancianos solos, de enfermos y de pobres?

Este preocupante cuadro social, al que se unen con frecuencia una lamentable falta de respeto por la vida y la persona humana y un desconcertante vacío de valores morales y religiosos, interpela ante todo a las instituciones, pero estimula en particular a la comunidad cristiana, que desde siempre ve en la caridad el camino real de la evangelización y la promoción humana.

3. El voluntariado, tan difundido en Italia, constituye un auténtico "signo de los tiempos" y muestra una viva toma de conciencia de la solidaridad que une recíprocamente a los seres humanos. Al permitir a los ciudadanos participar activamente en la gestión de los servicios destinados a ellos y en las diversas estructuras e instituciones, el voluntariado contribuye a aportar el "suplemento de alma" que las hace más humanas y respetuosas de la persona.

Para poder desempañar su papel profético, la acción del voluntariado debe mantenerse fiel a algunos rasgos esenciales típicos: ante todo, la búsqueda de una auténtica promoción de las personas y del bien común, que vaya más allá de la asistencia, por lo demás necesaria; en segundo lugar, el estilo de genuina gratuidad, que debe caracterizar siempre, a ejemplo del Señor Jesús, la acción de los creyentes. Hay que conservar celosamente este estilo propio de los voluntarios, que testimonian el Evangelio, incluso cuando se beneficien de las formas de apoyo económico previstas por las leyes para la realización de las tareas de voluntariado.

Queridos hermanos, que cada habitante de nuestra ciudad, independientemente de su raza o religión, encuentre en vosotros a hermanos generosos y conscientes de ejercer la caridad no como pura filantropía, sino en nombre de Cristo. Para manteneros fieles a esta vocación, perseverad en la oración y en la escucha de la palabra de Dios, así como en la participación en la Eucaristía. De este modo seréis capaces de ver en los hermanos que sufren el rostro del Señor, contemplado en la oración y en la celebración de los misterios divinos. Además, contribuiréis a la obra de misión permanente a la que tantas veces he invitado en estos años a la comunidad diocesana de Roma.

Con estos deseos, os encomiendo a la protección materna de la Salus populi romani y de corazón os imparto a cada uno la bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestros familiares y a cuantos se benefician de vuestro servicio continuo.







PALABRAS DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA DELEGACIÓN DEL CUERPO DE BOMBEROS


DE NUEVA YORK


Sábado 10 de noviembre de 2001


345 Doy una cariñosa bienvenida a la delegación del Cuerpo de bomberos de Nueva York, muchos de cuyos miembros perdieron la vida en los ataques terroristas del 11 de septiembre. Dios todopoderoso conceda consuelo y paz a las familias afectadas, e infunda en vosotros y en vuestros compañeros bomberos fuerza y valentía para seguir prestando ese gran servicio a vuestra ciudad.
Con la promesa de mis continuas oraciones, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias abundantes bendiciones de Dios.







PALABRAS DE SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS MIEMBROS DE LA FAMILIA ESPIRITUAL "LA OBRA"


Sábado 10 de noviembre de 2001


Queridos hermanos y hermanas de la familia espiritual "La Obra":

Con gran alegría os doy la bienvenida en esta audiencia, y me alegro de celebrar este encuentro con la nueva familia de vida consagrada. Al comienzo de un nuevo siglo tenéis ante vosotros un gran desafío: actualmente las personas buscan hombres y mujeres que les muestren a Jesucristo. Ojalá que con vuestro elevado ideal y vuestro entusiasmo juvenil lleguéis a ser para Jesús, por decirlo así, el "dedo índice". Por esto merecéis mi estima.

Precisamente vuestra joven comunidad puede ser muy útil para el viejo continente europeo, porque nuestros contemporáneos escuchan a cristianos convencidos, que se dejan conquistar y enviar por Dios. Con este propósito, la madre Julia, fundadora de vuestra familia espiritual, os lega unas hermosas palabras: "Desde que Jesucristo fundó su santa Iglesia, todo está fundado. Sólo se necesitan hombres que vivan radicalmente esta fundación".

A fin de que cumpláis con esmero vuestra misión para gloria de Dios y salvación de los hombres, os imparto de buen grado la bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA FAMILIA ESPIRITUAL "LA OBRA"


CON MOTIVO DE SU APROBACIÓN


Queridos hermanos y hermanas de la familia espiritual "La Obra":

1. En la comunión gozosa de Dios uno y trino, del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, os saludo cordialmente y os doy la bienvenida. La alegría por el reconocimiento de vuestra familia espiritual os impulsa a testimoniar de nuevo al Sucesor de Pedro vuestra devoción y vuestra disponibilidad para servir. De buen grado me uno a vosotros para dar gracias a Cristo, Señor de la Iglesia, por vuestro carisma y ruego para que produzca abundantes frutos.

2. Según el espíritu de vuestra fundadora, estáis decididos a afrontar los desafíos de nuestro tiempo con la fuerza de la fe católica. Debéis servir con alegría a la Iglesia y al hombre como una comunidad contemplativa y al mismo tiempo apostólica, que quiere actuar en el mundo como levadura.

Habéis seguido con generosidad la invitación del Señor a poneros a "la obra" por su reino. Si permanecéis siempre disponibles al plan de Dios y ponéis vuestros talentos al servicio de la misión salvífica de la Iglesia, vuestra familia espiritual puede llegar a ser un medio eficaz para la nueva evangelización, de modo particular en Europa. Vuestra entrega total a Dios es la mejor respuesta a los apremiantes interrogantes del hombre y a las necesidades de nuestro tiempo.

346 3. Jesucristo, dialogando con el Padre, resume así su misión salvífica: "Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste realizar" (Jn 17,4). A lo largo del tiempo, la Iglesia realiza, con la fuerza del Espíritu Santo, la obra de Cristo, que es la glorificación de Dios y la redención del hombre. Vuestra familia espiritual ha nacido de la Iglesia. Como miembros de "La Obra", estáis dispuestos a hacer vuestra la misión de la Iglesia de Cristo.

4. La Iglesia es la gran obra de Dios. Aunque hoy se cuestiona a veces su origen divino, "La Obra" lleva a comprender y vivir a fondo el misterio de la Iglesia. Que vuestra comunidad siga siendo siempre fiel a su finalidad: sois un reflejo de la Iglesia para alabanza de Dios uno y trino y salvación del hombre. Testimoniad la belleza de la Iglesia como pueblo de Dios, Esposa de Cristo y templo del Espíritu Santo. Permaneced siempre arraigados en la santa Eucaristía, fuente de la unidad con Dios y entre vosotros.

5. Vuestra comunidad está animada por el espíritu de adoración. Dios está en el centro. En torno a él giran vuestro pensamiento y vuestra acción. De este modo, "La Obra" puede ser un medio eficaz contra la resignación, que a veces se apodera también de los servidores de la Iglesia. Que vuestras oraciones y vuestras acciones den fruto en la gran obra de Dios para la salvación del hombre. El Señor de la historia guíe el camino de vuestra familia espiritual en el futuro. De corazón os imparto la bendición apostólica.

Vaticano, 10 de noviembre de 2001








A LA COMISIÓN CATÓLICA INTERNACIONAL


PARA LAS MIGRACIONES


Lunes 12 de noviembre de 2001



Queridos amigos en Cristo:

1. Me alegra daros la bienvenida, miembros del consejo de la Comisión católica internacional para las migraciones, con ocasión de vuestra asamblea. Vuestra presencia aquí es particularmente significativa, después de que los trágicos hechos del 11 de septiembre obligaron a la suspensión de vuestro encuentro en Nueva York, y muestra vuestra decisión de proseguir vuestro trabajo vital a pesar de cualquier contratiempo. Agradezco al profesor Zamagni sus amables palabras y dirijo un saludo especial a los representantes de Migrantes, vuestros compañeros en la Conferencia episcopal italiana. Saludo también a los bienhechores de la Comisión, cuya contribución es particularmente importante en este momento en que estáis tratando de reducir vuestra dependencia de los fondos públicos, para que la Comisión pueda trabajar siempre como una organización católica independiente.

2. Este año celebráis vuestro 50° aniversario, y esto es motivo de acción de gracias. En la inauguración de la Comisión, el futuro Papa Pablo VI declaró que su causa era la causa de Cristo mismo. Durante estas décadas, la Comisión no ha dejado de mostrar a los emigrantes el rostro del Hijo del hombre, que no tenía "donde reclinar la cabeza" (Lc 9,58).

Desde vuestra fundación, los modelos de migración humana han cambiado, pero el fenómeno no es menos dramático, y vuestra labor es cada vez más urgente, porque el problema de los refugiados resulta cada vez más grave. En efecto, ahora es el momento de desarrollar formas aún más generosas y eficaces de servicio en el campo de la migración humana, ayudando a evitar que las personas ya marginadas sean perjudicadas ulteriormente porque no participan en el proceso de globalización económica. Por eso, hoy deseo invitaros a tomar mayor conciencia de vuestra misión: ver a Cristo en cada uno de los hermanos y hermanas necesitados, proclamar y defender la dignidad de todo emigrante, de toda persona desplazada y de todo refugiado. De este modo, la asistencia brindada no se considerará una limosna de la bondad de nuestro corazón, sino un acto de justicia que se les debe.

3. Vivimos en un mundo en que los pueblos y las culturas son impulsados hacia una interacción cada más estrecha y compleja. Pero, paradójicamente, existen grandes tensiones étnicas, culturales y religiosas, que afectan duramente a los emigrantes y refugiados, especialmente vulnerables al prejuicio y a la injusticia que a menudo acompañan a estas tensiones. Por eso el apoyo de la Comisión a los Gobiernos y a las organizaciones internacionales y su promoción de leyes y políticas para proteger a las personas indefensas son aspectos particularmente importantes de su misión.
También por esta razón es necesario seguir desarrollando programas de formación destinados a vuestro personal, para ayudarle a comprender cada vez mejor las realidades de la migración forzada y las posibilidades de asistir a las familias desarraigadas y promover el respeto mutuo entre personas de diferentes culturas.


Discursos 2001 340