Discursos 2002 138

ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


PARA EL SEGUNDO CONGRESO AMERICANO MISIONERO (CAM 2)


139

Solemnidad de Pentecostés

Domingo 19 de mayo de 2002




Padre bueno y misericordioso,
te alabamos por el gran don de la vida,
que tú concedes generosamente
y proteges desde su inicio hasta su ocaso natural.

Te damos gracias por tu Hijo Jesucristo,
que se hizo uno de nosotros
y dio su vida como buen Pastor,
para congregarnos en la Iglesia, tu gran familia,
y salvar a los hombres y mujeres de todos los tiempos.

140 Envíanos la luz y la fuerza de tu Espíritu
para que, confirmados en la fe y robustecidos en el amor,
vivamos en santidad de vida y con alegre esperanza
el compromiso cristiano y misionero de nuestro bautismo.

Padre bueno y misericordioso,
rejuvenece a tu Iglesia en América
con el impulso apostólico de las comunidades
y grupos cristianos, para anunciar dentro y fuera
del continente el Evangelio de Jesús,
luz y esperanza de los pueblos.

Bendice la preparación del
141 Segundo Congreso americano misionero
y haz que, con nuestra vida de fe
y el testimonio personal proclamemos
con nuevo ardor a Cristo, camino, verdad y vida,
en los diferentes ambientes de la sociedad actual.

Padre bueno y misericordioso,
concédenos en este Año misionero
los dones de tu Espíritu como en un nuevo Pentecostés.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre nuestra,
y de los santos y santas de nuestro continente.

Amén.








A LA CONFERENCIA EPISCOPAL ECUATORIANA


EN VISITA "AD LIMINA"


142
Lunes 20 de mayo de 2002




Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Me complace recibiros hoy, Pastores y guías de las Iglesias particulares del Ecuador, durante la visita ad limina que realizáis para renovar los vínculos de unidad con el Sucesor de Pedro, "principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión" (Lumen gentium
LG 18). Ante los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo habéis tenido ocasión de profundizar en lo más íntimo de vuestra misión apostólica: ser testigos de Cristo y anunciadores incansables de su mensaje al Pueblo de Dios y a todos los hombres. Además, el contacto con los diversos Dicasterios de la Curia Romana no solamente os ha brindado la oportunidad de tratar los asuntos que interesan directamente a las comunidades cristianas que presidís, sino también tomar conciencia más clara de la dimensión universal que atañe a todos los sucesores de los Apóstoles, dando así nuevo impulso a la solicitud por "las actividades comunes a toda la Iglesia, sobre todo para que la fe se extienda y brille para todos la luz de la verdad plena" (Lumen gentium LG 23).

Agradezco de corazón las palabras que me ha dirigido en nombre de los demás Mons. Vicente Cisneros, Arzobispo de Cuenca y Presidente de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana, con las que ha expresado vuestros sentimientos de cercanía y adhesión, a la vez que me ha hecho partícipe de tantos anhelos pastorales que os animan.

Ante los desafíos que os preocupan, deseo reiteraros mi aliento con las palabras que pronuncié en mi inolvidable visita a vuestro País: iluminados por tantos ejemplos de historia gloriosa y fortalecidos por el Espíritu Santo, "continuad vuestra labor pastoral, y tratad de buscar respuesta a las necesidades y problemas que la Iglesia experimenta hoy en el Ecuador" (Alocución en la Catedral metropolitana, Quito, 29 enero 1985, n. 2).

2. Constato con satisfacción cómo los Pastores en el Ecuador habéis acogido aquella invitación, que recientemente he reiterado a toda la Iglesia, al proponer que se hagan indicaciones programáticas concretas para cumplir con la exigencia de que "el anuncio de Cristo llegue a las personas, modele las comunidades e incida profundamente mediante el testimonio de los valores evangélicos en la sociedad y en la cultura", como exhorté al término del gran acontecimiento espiritual y eclesial del Gran Jubileo (Novo millennio ineunte NM 29). En sintonía con este criterio se ha elaborado el "Plan global pastoral de la Iglesia en el Ecuador 2001-2010", el cual ha de poner en marcha actividades efectivas, continuadas y coordinadas que dinamicen la pastoral ordinaria en este primer decenio del nuevo milenio.

En este sentido, os recuerdo que cualquier plan pastoral ha de tener como meta última e irrenunciable la santidad de todo cristiano, el cual no puede "contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial" (ibíd., 31). Por eso, no han de escatimarse esfuerzos para promover aquellos recursos más fundamentales de la acción evangelizadora, sin los cuales se comprometería seriamente el éxito de cualquier programación. Entre ellos se ha de incluir sin duda una pastoral vocacional capilar y organizada, que tenga en cuenta los ambientes del mundo indígena con sus peculiaridades, pero sin crear separaciones ni, tanto menos, discriminaciones. En efecto, quien es llamado a ser apóstol de Cristo, ha de proclamar y dar a todos sin distinción testimonio del Evangelio.

Se ha de poner gran esmero también en la formación permanente de los sacerdotes, que contemple, además de la debida actualización teológica, un constante impulso a su vida espiritual, que contribuya a afianzar la fidelidad a los compromisos adquiridos con la ordenación y dinamice desde la propia vivencia de fe en Cristo toda su labor pastoral.

Una particular atención se ha de prestar a la formación de los laicos y a su papel y misión en la Iglesia. En muchos casos, su colaboración en las tareas más directamente eclesiales, como la catequesis, las actividades caritativas o la animación de grupos y comunidades, es una preciosa aportación a la acción de la Iglesia y, precisamente por ello, se ha de evitar cualquier forma de actuación que no se integre plenamente en la vida parroquial o en los programas diocesanos.

Los fieles laicos tienen, además, un propio cometido específico, como es el testimonio de una vida intachable en el mundo, la búsqueda de la santidad en la familia, en el trabajo y en la vida social, así como el compromiso de impregnar "con espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive" (Apostolicam actuositatem AA 13). Por eso, se ha de pedir a todos los bautizados que no sólo manifiesten su identidad cristiana, sino que sean artífices efectivos, dentro de su ámbito de competencias, de un orden social inspirado cada vez más en la justicia y menos condicionado por la corrupción, por el antagonismo desleal o la falta de solidaridad. Sería un contrasentido invocar los principios éticos, denunciando algunas situaciones moralmente deplorables, y no exigir a quienes se mueven en el ámbito de la economía, la política o la administración pública que pongan en práctica la valores proclamados con tanta insistencia por la Iglesia y sus Pastores.

3. La Iglesia comienza el nuevo milenio con la firme convicción de que "la propuesta de Cristo se ha de hacer a todos con confianza" (Novo millennio ineunte NM 40), fiel al mandato del Señor de hacer "discípulos a todas las gentes" (Mt 18,19). Esta exigencia incluye también a los niños y los jóvenes en las diversas fases de su educación, en las que el desarrollo integral de la persona requiere la dimensión trascendente y religiosa. Por ello, la misión de la Iglesia en dicho campo se corresponde con el derecho fundamental de las familias a educar a sus hijos según su propia fe.

143 Los Pastores no pueden permanecer impasibles ante el hecho de que una parte de las nuevas generaciones, sobre todo las menos dotadas de medios económicos, se vea privada de la apertura a un sentido de la vida y de una formación religiosa que será crucial en toda su existencia. Es de esperar que, con la colaboración franca entre cuantos tienen responsabilidades en este campo, se encuentren las fórmulas adecuadas para que el derecho a la libertad de educación sea pronto una realidad más plena y efectiva para todos.

También se ha de proponer el mensaje de Cristo con confianza a los diversos grupos culturales y étnicos, de los cuales el Ecuador, por naturaleza e historia, es particularmente rico. En esta tarea apasionante son iluminadoras las palabras de San Pablo que, por un lado, se hace "todo a todos para salvar a algunos" (
1Co 9,22) y, por otro, insiste en que, con la revelación definitiva de Dios en Cristo, "ya no hay judío ni griego; [...] ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús" (Ga 3,28), por más que para unos pueda ser escándalo y para otros necedad (cf. 1Co 1,23).

En efecto, la Iglesia, arraigada firmemente en la fe en Cristo, único salvador de todo el género humano, considera una gran riqueza la multiplicidad de formas, provenientes de sensibilidades y tradiciones diversas, en que se puede expresar el único mensaje evangélico y eclesial. Se destaca así el respeto por cada cultura y, al mismo tiempo, su capacidad de ser transformada y purificada para llegar a ser una forma entrañable en que cualquier persona o grupo puede encontrarse con el único Dios, plena y definitivamente revelado en Cristo. Precisamente esta convergencia fundamental en una misma fe servirá de fermento para que las diversas lenguas y sensibilidades encuentren fórmulas de expresión religiosa y litúrgica que destaquen la íntima comunión con la Iglesia universal y eviten cuidadosamente que, en las comunidades cristianas, haya "extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ep 2,19).

En efecto, una actitud que se ocupara exclusivamente de mantener intactos todos los componentes tradicionales de un grupo humano, no solamente comprometería el anuncio auténtico de la Buena Nueva del Evangelio, que es también fermento en las diversas culturas y promotora de nuevas civilizaciones, sino que, paradójicamente, favorecería su aislamiento respecto a otras comunidades y, sobre todo, respecto a la gran familia del Pueblo de Dios extendido por todo el orbe.

4. En vuestro País, especialmente en algunos territorios, es muy relevante la labor evangelizadora que llevan a cabo numerosos misioneros, sacerdotes, religiosos y religiosas, tantas veces lejos de su patria de origen, a los que se ha agradecer de corazón su entrega generosa. Con entrega desinteresada nos recuerdan que la evangelización no conoce fronteras y que también las comunidades eclesiales ecuatorianas han de poner su atención pastoral más allá de los propios confines. A este respecto, es alentador que el crecimiento de vocaciones a la vida contemplativa haya permitido en los últimos años acudir en ayuda de Monasterios en otros países. Es un signo del impulso misionero que nunca debe faltar en toda comunidad cristiana, y es de esperar que se siga promoviendo con decisión y amplitud de miras.

Hay también otros muchos ecuatorianos que, especialmente en los últimos años, han dejado su tierra en busca de mejores condiciones de vida, afrontando frecuentemente enormes dificultades de carácter material y espiritual. Con la actitud del Buen Pastor, os invito ardientemente a interesaros eficazmente por esta parte de la grey, planteando una pastoral de la emigración que ayude a las familias disgregadas a no perder el contacto con quienes están fuera y que establezca los cauces necesarios con las diócesis de destino para asegurarles la asistencia religiosa necesaria, de modo que no se ofusquen sus raíces y tradiciones cristianas. Aunque muchos de ellos no podrán volver, al menos a corto plazo, ha de hacerse todo lo posible para que los núcleos familiares se puedan recomponer y para que, en todos aquellos que ya sufrieron por tener que abandonar su tierra patria, no sientan también el abandono de sus Pastores y de la comunidad eclesial que les hizo nacer a la fe.

5. Soy consciente, queridos Hermanos, de las muchas preocupaciones que acompañan vuestro ministerio pastoral, como son la inestabilidad de numerosas familias, la desorientación en buena parte de la juventud, la influencia de mentalidades laicistas en la sociedad, una cierta superficialidad en la práctica religiosa o la acechanza de las sectas y grupos pseudoreligiosos. También sufrís con vuestros fieles la zozobra de una situación social y económica llena de incertidumbres.

Ante todas estas realidades, que harían pensar en un horizonte sombrío para vuestras comunidades cristianas, deseo alentaros a no desfallecer e invitaros "a tener el mismo entusiasmo de los cristianos de los primeros tiempos" (Novo millennio ineunte NM 58). La magnífica experiencia eclesial del Gran Jubileo del 2000 sigue siendo aleccionadora, pues ha puesto de relieve la inagotable capacidad del mensaje de Cristo para llegar al corazón de los hombres de hoy y la inconmensurable fuerza transformadora del Espíritu, fuente de una esperanza "que no defrauda" (Rm 5,5). También hoy hemos de escuchar las palabras que Jesús dirigió a sus discípulos amedrentados: "Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tendréis tribulación. Pero ¡ánimo!: yo he vencido al mundo" (Jn 16,33).

6. Pido a nuestra madre del Cielo, a la que invocáis como Nuestra Señora de la Presentación del Quinche, que os guíe en el ministerio pastoral que se os ha confiado y que proteja a todos los queridos hijos e hijas ecuatorianos. Os ruego que les llevéis un afectuoso saludo del Papa, siempre muy cercano a todos sus anhelos y preocupaciones. Haced presente también el sincero agradecimiento de la Iglesia a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos comprometidos, por su generosa entrega a la causa del Evangelio. Tengo a todos muy presentes en mis oraciones y les imparto de corazón, como a vosotros ahora, la Bendición Apostólica.








A LOS PEREGRINOS QUE PARTICIPARON


EN LA CANONIZACIÓN



Lunes 20 de mayo de 2002




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. La luz y la alegría de Pentecostés, que ayer caracterizaron la solemne proclamación de cinco nuevos santos, se prolonga y, en cierto sentido, se profundiza en este encuentro festivo, en el que reflexionamos sobre la acción del Espíritu en su existencia, para aprender a estar, también nosotros, abiertos a la gracia del Señor.

144 En verdad, la santidad es fruto del Espíritu Santo, que actúa en el hombre, transformándolo en una nueva criatura y comunicándole la vida misma de Dios. A todos renuevo mi cordial bienvenida.

2. Saludo, ante todo, a los peregrinos provenientes de Piamonte, que, junto con los queridos capuchinos, se alegran por la canonización de Ignacio de Santhià. El amor a Cristo, el deseo de perfección y la voluntad de servir a los hermanos impulsó a este paisano vuestro a dejar un ministerio eclesial ya bien encaminado para abrazar la pobreza y la austeridad de la Orden capuchina.

Las crónicas lo recuerdan siempre diligente y disponible para acoger a las numerosas personas que se dirigían a él. Escuchaba sus problemas y dificultades, y para ellas se hacía diariamente ministro del perdón de Dios, hasta el punto de que fue llamado "padre de los pecadores y de los desesperados".

3. Me alegra también saludaros a vosotros, queridos religiosos de la Orden franciscana de Frailes Menores y al grupo de fieles que aquí representan la noble tierra de Calabria. Estáis de fiesta por la canonización de fray Humilde de Bisignano. La acción del Espíritu Santo reveló gradualmente a fray Humilde la fascinación de la opción de vida evangélica según el estilo de san Francisco de Asís, configurándolo cada vez más, a través de un incesante camino de purificación y de ascesis, con Cristo casto, pobre y obediente.

Humilde de nombre y de hecho, se presenta a todos los creyentes como modelo de fidelidad heroica al Amor, vivida en la humildad de una vida escondida y en el abandono a la voluntad santísima de Dios.

4. Saludo ahora con afecto a los peregrinos españoles venidos para la solemne canonización de Alonso de Orozco, fraile agustino, manchego universal. Las ricas cualidades que lo distinguen nos hacen destacar en él la figura de un hombre de letras y piedad, de servicio y caridad, de cultura y abnegación.

Entre los elogios que se le han dedicado quisiera evidenciar el de "imagen viva del Evangelio", porque este es el objetivo al que los cristianos están llamados: ser imitadores de Jesús, siguiéndole cada uno desde su vocación particular. Y san Alonso de Orozco lo hizo como religioso agustino. Que la vida y las enseñanzas de este nuevo santo sean para todos de ayuda y estímulo para seguir a Jesucristo.

5. Saludo con afecto a los peregrinos brasileños que han venido a Roma para participar en la solemne ceremonia de canonización de santa Paulina del Corazón Agonizante de Jesús, fundadora de la congregación de las Hermanitas de la Inmaculada Concepción. Su testimonio cristiano, impulsándola a realizar gestos heroicos de renuncia y de abnegación por el bien de las almas, sobre todo por los pobres y los enfermos, fue como una pequeña semilla plantada por el Sembrador divino que hoy, como árbol frondoso, se extiende por la tierra generosa de Brasil.

Este fue el carisma que legó la madre Paulina a su Congregación, hecho de disponibilidad a servir, en la Iglesia, a los más necesitados y a los que están en situación de mayor injusticia, con sencillez, humildad y vida interior. De ahí nace su ejemplo de fe, para buscar y aceptar siempre la voluntad de Dios en todo; y de caridad, hilo conductor que unió todas las etapas de la existencia de la madre Paulina, con la entrega total de sí misma a los hermanos, especialmente a los más necesitados.

6. Saludo ahora a los peregrinos que han venido a Roma, especialmente de Liguria, para la canonización de Benedicta Cambiagio Frassinello, y en particular a las Religiosas Benedictinas de la Providencia, fundadas por ella. La nueva santa se esforzó durante toda su vida por cumplir fielmente la voluntad de Dios, mirando siempre a Cristo crucificado, ejemplo de obediencia perfecta al Padre celestial.

En la dura escuela de la cruz, tanto en la experiencia matrimonial como en la vida religiosa, Benedicta testimonió la Providencia amorosa de Dios, que provee a las necesidades de sus hijos. A vosotras, queridas Religiosas Benedictinas de la Providencia, y a cuantos como vosotras se inspiran en la espiritualidad y en el ejemplo de la nueva santa, deseo que caminéis generosamente siguiendo sus huellas. Así, podréis testimoniar a las generaciones jóvenes la belleza de la vida consagrada totalmente al Señor y a los hermanos.

145 7. Amadísimos hermanos y hermanas, juntamente con toda la Iglesia, demos gracias al Señor por estos cinco nuevos santos. Son nuestros amigos y protectores, intercesores y modelos de vida. Invoquémoslos con la oración, profundicemos su conocimiento e imitemos las virtudes que los convirtieron en maestros de humanidad y de ascesis evangélica.

La Virgen María, a la que en este mes de mayo suplicamos con amor y devoción más intensos, os asista y proteja siempre. Os acompañe también mi bendición, que con afecto imparto a cada uno de vosotros, aquí presentes, y extiendo de buen grado a todos vuestros seres queridos.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SUPERIOR GENERAL DE LA CONGREGACIÓN


DE LOS RELIGIOSOS DE SAN VICENTE DE PAÚL




Al reverendo padre

YVON LAROCHE

Superior general de la
Congregación de los Religiosos de San Vicente de Paúl

1. Con ocasión del capítulo general de vuestra congregación, deseo aseguraros mi oración para vuestro nuevo mandato al servicio del dinamismo y de la comunión de vuestra familia religiosa, y expresaros mi gratitud por el trabajo misionero de vuestro instituto en el mundo obrero y entre la juventud. Deseo que la asamblea capitular que está a punto de concluir refuerce cada vez más los vínculos de vuestra unidad para que, en la caridad fraterna y apostólica, el instituto trate de realizar cada vez más su acción pastoral con fidelidad a su carisma fundacional y a la Iglesia, sin eludir los nuevos desafíos de la evangelización, puesto que el Espíritu Santo os llama a remar mar adentro.
Sostenidos por la audacia apostólica y por el testimonio de caridad que animaba a san Vicente de Paúl y a vuestro fundador, Jean-Léon Le Prévost, abrid nuevos caminos para comunicar la ternura de Cristo a los niños, a los jóvenes, a los obreros, a los heridos por la vida y a todos los que necesitan su amor para recomenzar con esperanza.

2. Con motivo del 150° aniversario de vuestra fundación, habéis tenido la ocasión de dar gracias por la obra realizada y de releer vuestra historia, para descubrir en ella las llamadas de Dios y valorar la pertinencia de las respuestas que vuestra congregación ha querido dar durante los dos siglos pasados. La experiencia de vuestro fundador y de sus compañeros, que descubrieron, en el seno de las Conferencias de San Vicente de Paúl del beato Federico Ozanam, la miseria de las familias obreras privadas de dignidad y excluidas de la vida social, constituye el inicio de vuestra aventura misionera. La contemplación del rostro de Cristo en el rostro de los pobres de su tiempo suscitó en ellos el deseo de abandonarlo todo para convertirse en semillas del Evangelio en el mundo, marcado entonces por la revolución industrial, por todo tipo de precariedad, así como por el rechazo de Dios y de la Iglesia, especialmente en el mundo de los aprendices y de los jóvenes obreros. Vuestros precursores demostraron que la caridad de las obras da una fuerza incomparable a la caridad de las palabras, participando así en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, formulada en la encíclica Rerum novarum del Papa León XIII.

Hoy, desde Francia hasta Brasil y desde Canadá hasta África, ese mismo dinamismo de la misión, impulsado por la caridad de Cristo, debe seguir animando vuestro camino de religiosos y sacerdotes. Las alteraciones de la economía, la disgregación de las solidaridades humanas y la fragmentación de la familia siguen suscitando nuevas formas de precariedad entre las jóvenes generaciones, llevándolas frecuentemente a ceder a la tentación de la desesperación o a hacer la experiencia trágica de la miseria, la droga y la violencia. Os animo a encontrar respuestas adecuadas a las profundas expectativas de los jóvenes de hoy. En efecto, es esencial que puedan ver en vosotros a verdaderos educadores que, con paciencia, les permitan adquirir y vivir los valores humanos, morales y espirituales necesarios para su desarrollo integral. Habitados por la caridad de Cristo que todo lo espera, ayudadles a descubrir que el Señor resucitado es el secreto de vuestra vida y que quiere ser también la sal de su existencia y la luz que ilumina su futuro, puesto que él es el único que puede responder plenamente a su sed de amor, de dignidad y de verdad. Así podrán comprometerse con alegría en la construcción de un mundo más fraterno y solidario.

También es preciso promover una pastoral dinámica de las vocaciones, que permita a todos los jóvenes que deseen seguir más radicalmente a Cristo, en el sacerdocio o en la vida consagrada, encontrar en personas debidamente formadas el acompañamiento humano y espiritual con vistas a un buen discernimiento. Para ello, la ayuda de otros centros de formación, en las diócesis o en las congregaciones religiosas, puede resultar útil y necesario, dando a vuestros futuros religiosos la posibilidad de encontrarse con otros jóvenes que se preparan para comprometerse en la Iglesia.

3. La formación de los colaboradores laicos que participan en la espiritualidad y en la misión de vuestro instituto debe ser también objeto de vuestra atención permanente. Es importante que la generosidad de los fieles se alimente con una vida de intimidad con Cristo y con la conciencia iluminada de trabajar por la construcción del reino de Dios, como Iglesia, en una colaboración confiada con los obispos y las comunidades católicas locales. Que el ejemplo de vuestra vida comunitaria y los medios de educación que utilizáis sean para todos auténticos ámbitos de santificación y testimonio, que os dispongan a escuchar juntos la voluntad del Padre, para responder a las llamadas que realiza a partir del mundo de los humildes y de los pobres. Fieles a vuestro lema: Omni modo Christus annuncietur, y viviendo entre vosotros el amor de Cristo, participaréis con audacia en esta nueva "creatividad de la caridad", que deseé ardientemente al comienzo del nuevo milenio (cf. Novo millennio ineunte NM 50).

146 4. En este mes de mayo os encomiendo a la solicitud materna de la Virgen María, Estrella de la nueva evangelización, y os imparto de corazón una particular bendición apostólica, que extiendo a todos los religiosos de San Vicente de Paúl, a sus colaboradores, a los jóvenes y a las familias que se benefician de su servicio educativo.

Vaticano, 17 de mayo de 2002







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DE LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA


DE TIMOR ORIENTAL




A mis hermanos en el episcopado
los administradores apostólicos
de Dili y de Baucau
A las honorables autoridades
Al amado pueblo timorés


Con una solemne celebración eucarística habéis querido dar gracias a Dios por el don de la libertad y de la independencia de vuestro país, en presencia del arzobispo Renato Martino, mi enviado extraordinario.

En este momento tan significativo de vuestra historia, mientras os disponéis a entrar en el concierto de las naciones libres de la tierra, me uno espiritualmente a todos vosotros para compartir vuestro sentimiento de júbilo y para impulsaros a construir una sociedad justa, libre, solidaria y pacífica.

¡Ha llegado la hora de la libertad! ¡Ha llegado el tiempo de la reconstrucción! Para vosotros, amadísimos timoreses, resuenan las palabras del apóstol san Pablo: "Para ser libres nos libertó Cristo. Manteneos, pues, firmes y no os dejéis oprimir nuevamente bajo el yugo de la esclavitud" (Ga 5,1). En efecto, es preciso defender y preservar siempre la libertad, tanto de lo que podría limitarla como de las falsificaciones que pueden desnaturalizar su autenticidad, en detrimento de la persona humana y de su dignidad. Por tanto, sigue siendo válida la exhortación del Apóstol: "Obrad como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad, sino como siervos de Dios" (1P 2,16).

Esta patria, que Dios pone en vuestras manos diligentes, deberá fundarse en valores sin los cuales no existe una verdadera democracia: respeto de la vida y de toda persona; solidaridad efectiva entre los miembros de la misma comunidad; apertura a la contribución positiva de cada una de sus categorías y de todos sus miembros, respetando las diferentes competencias; atención a las necesidades reales de las familias, y especialmente de los jóvenes, que son la promesa del futuro del país recién nacido. En todo esto los cristianos deben servir de ejemplo, sobre todo porque, como enseña la liturgia de este domingo de Pentecostés, han recibido la fuerza del Espíritu Santo para renovarse a sí mismos y renovar el mundo.

147 Por tanto, a todo el querido pueblo timorés le expreso mi más ferviente deseo de todo bien; en particular, a su excelencia el señor Kay Rala Xanana Gusmão, presidente electo de la República, y a los que ejercen cargos institucionales, tanto a nivel nacional como local. En efecto, a ellos les compete más directamente la responsabilidad de velar por la correcta puesta en marcha de todas las estructuras políticas y administrativas, consolidando su operatividad y funcionalidad con vistas a una sociedad en la que todos puedan ser artífices de un mismo proyecto.

Dirijo un fraterno y afectuoso saludo a los excelentísimos monseñores Carlos Filipe Ximenes Belo y Basílio do Nascimento, administradores apostólicos de Dili y Baucau, y los exhorto a que, con su palabra iluminada por la fe, su ejemplo de vida y su constante testimonio de fidelidad al Evangelio y de generoso servicio pastoral, sigan siendo puntos seguros de referencia y orientación. Mi pensamiento se dirige también a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas, que trabajan incansablemente en las parroquias, en las escuelas y en los dispensarios médicos, para que prosigan su valioso apostolado de evangelización y promoción, tanto en el seno de las comunidades católicas como en beneficio de la entera población timoresa.

Al impartiros de corazón la bendición apostólica a todos vosotros, invoco sobre las autoridades de la República democrática de Timor oriental y sobre todos los que trabajarán por un próspero y sereno futuro, la asistencia divina y la intercesión de María Inmaculada, a la que con tanto cariño invocáis con el título de "Virgen de Aitara".

Vaticano, 6 de mayo de 2002





MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LA XLIX ASAMBLEA GENERAL


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA




Amadísimos obispos italianos:

1. Con gran alegría os expreso a todos vosotros, reunidos para vuestra XLIX asamblea general, mi afecto y mi más viva felicitación en la gozosa celebración del quincuagésimo aniversario de la constitución de la Conferencia episcopal italiana.

Doy gracias con vosotros al Señor, fuente de todo bien, por estos cincuenta años de fiel, generoso y clarividente servicio colegial a las Iglesias que están en Italia y a la amada nación italiana.
Recuerdo con viva gratitud a todos los prelados que han contribuido a la construcción y a la prosperidad de vuestra Conferencia, y que el Señor ya ha acogido en su morada de luz y de paz.

2. Con la primera reunión de los presidentes de las Conferencias episcopales regionales -activas en Italia desde los últimos decenios del siglo XIX-, reunión que se celebró en Florencia el 10 de enero de 1952, comenzó de hecho la vida y la actividad de la Conferencia episcopal italiana y se emprendió así un renovado camino de comunión afectiva y efectiva entre los obispos de Italia, que ha resultado muy provechosa para la Iglesia y para el país, y que se ha desarrollado constantemente con particular unión y en plena sintonía con el Sucesor de Pedro, Obispo de Roma y Primado de Italia.

Insertándose en la gran herencia y en la tradición viva de fe, de santidad y de cultura cristiana suscitadas en Italia por la predicación apostólica desde los primeros años de la era cristiana (cf. Carta a los obispos italianos, 6 de enero de 1994, n. 1), vuestra Conferencia episcopal ha contribuido en gran medida a conservar y renovar, en las actuales circunstancias históricas, esta herencia y esta tradición, con referencia particular y decisiva a ese fundamental acontecimiento eclesial que fue el concilio Vaticano II, que hoy nos indica los caminos que hay que recorrer para el anuncio y el testimonio del Evangelio en el siglo recién iniciado.

¿Cómo no recordar, entre las múltiples enseñanzas e iniciativas de la Conferencia episcopal italiana, la publicación de los nuevos catecismos para la vida cristiana, dirigidos a personas de diferente edad como instrumentos eficaces de la renovación conciliar, así como la institución de la Cáritas italiana, para favorecer y promover en todos los niveles la aplicación del mandato evangélico de la caridad? También han sido muy importantes los programas u orientaciones pastorales decenales, con los que vuestra Conferencia, desde la década de 1970, ha planteado y propuesto, en la línea del concilio Vaticano II, la evangelización como significativa prioridad pastoral de nuestro tiempo, incluso en un país de antigua y arraigada tradición cristiana como Italia.
148 A través de las asambleas eclesiales nacionales de los últimos tres decenios, los representantes de todo el pueblo de Dios han sido llamados a asumir una responsabilidad cada vez mayor, para reavivar y adecuar la presencia cristiana en Italia a las nuevas circunstancias. Durante estos últimos años, con la formulación y el inicio de la realización del Proyecto cultural orientado en sentido cristiano, vuestra Conferencia ha sabido definir una línea de respuesta al desafío decisivo que plantea la evangelización de la cultura de nuestro tiempo.

3. Amadísimos obispos italianos, en la bula de convocación del gran jubileo Incarnationis mysterium afirmé que "el paso de los creyentes hacia el tercer milenio no se resiente absolutamente del cansancio que el peso de dos mil años de historia podría llevar consigo" (n. 2). Estas palabras se pueden aplicar de modo especial a Italia, como lo testimonian la intensidad de la vida espiritual y la extraordinaria capacidad de presencia y de servicio que caracterizan a gran número de vuestras comunidades.

Por eso, incluso ante las innegables y graves dificultades que minan, tanto en Italia como en muchos otros países, la fe cristiana y los fundamentos mismos de la civilización humana, no nos desanimemos; por el contrario, renovemos y fortalezcamos nuestra confianza en el Señor, cuya fuerza se manifiesta en nuestra flaqueza (cf.
2Co 12,9), y cuya misericordia puede vencer siempre el mal con el bien.

4. Por tanto, amadísimos hermanos, en esta circunstancia tan significativa del 50° aniversario de vuestra Conferencia deseo confirmaros mi afecto, mi apoyo y mi cercanía espiritual. Perseverad con gran caridad y con serena firmeza en el ejercicio de vuestras responsabilidades pastorales. En particular, seguid dedicando especial atención a la familia y a la acogida y defensa de la vida, promoviendo la pastoral familiar y sosteniendo los derechos de la familia fundada en el matrimonio.
Tened siempre gran confianza en los muchachos y en los jóvenes, y no escatiméis esfuerzos para favorecer su educación auténtica, ante todo en la familia, en la escuela y en las mismas comunidades eclesiales. La cita de la XVII Jornada mundial de la juventud, que nos espera el próximo mes de julio en Toronto, da nuevo impulso a este compromiso común.

Considerando el futuro de la Iglesia y su capacidad de presencia misionera, dedicaos con empeño a promover auténticas vocaciones cristianas, y en particular las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada. En efecto, también hoy el Señor regala a la Iglesia todas las vocaciones que necesita, pero nos corresponde a nosotros, con la oración, el testimonio de vida y la solicitud pastoral, hacer que no se pierdan estas vocaciones.

Seguid siendo testigos creíbles de solidaridad y generosos constructores de paz. En efecto, nuestro mundo, cada vez más interdependiente, y que sin embargo sufre profundas y constantes divisiones, tiene gran necesidad de auténtica paz. La amada nación italiana también tiene necesidad de concordia social y de búsqueda sincera del bien común, para reforzarse interior y socialmente y para dar toda su contribución a la construcción de relaciones internacionales más justas y solidarias.

5. En la carta que os escribí a vosotros, obispos italianos, hace ocho años, el 6 de enero de 1994, subrayé que "Italia como nación tiene muchísimo que ofrecer a toda Europa" (n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de enero de 1994, p. 8). Reafirmo ahora esta convicción, precisamente cuando el proceso de construcción de la "casa común" europea ha entrado en una fase particularmente importante, con vistas a la definición de sus perfiles institucionales y de su ampliación a las naciones de Europa central y oriental.

Amadísimos hermanos en el episcopado, Italia, en virtud de su historia, de su cultura y de su actual vitalidad cristiana, verdaderamente puede desempeñar un gran papel para que la Europa que se está construyendo no pierda sus raíces espirituales, sino que, por el contrario, encuentre en la fe vivida de los cristianos inspiración y estímulo en su camino hacia la unidad. Dedicaros a esta finalidad forma parte de vuestra misión de obispos italianos.

6. Os dirijo a todos, y en particular al cardenal Camillo Ruini, vuestro presidente, a los tres vicepresidentes y a monseñor Giuseppe Betori, el secretario general, mi fraterno y afectuoso saludo. Que esta asamblea general, en la que os ocuparéis especialmente del tema más importante y fundamental, que es el anuncio de Jesucristo, único Salvador y Redentor, en el marco del actual pluralismo cultural y religioso, sea para cada uno de vosotros una intensa y gozosa experiencia de comunión, de la que reciba un nuevo impulso para el compromiso diario de nuestro ministerio.

Me uno a vuestra oración y, juntamente con vosotros, recuerdo ante el Señor a cada una de vuestras Iglesias, a vuestros amados sacerdotes, a los diáconos y a los seminaristas, a los religiosos y las religiosas, a los fieles laicos y a sus familias, a las autoridades y a todo el pueblo italiano.

149 Como prenda de mi afecto, imparto a todos la bendición apostólica, propiciadora de la continua asistencia divina.


Vaticano, 20 de mayo de 2002







Discursos 2002 138