Discursos 2002 173

IOANNES PAULUS II







A UNA PEREGRINACIÓN DE LA ARCHIDIÓCESIS


ITALIANA DE CAPUA


Sábado 8 de junio de 2002



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros a cada uno mi cordial bienvenida. Gracias por esta visita que habéis querido hacerme para recordar mi viaje pastoral realizado hace diez años a la amada archidiócesis de Capua. Conservo aún un vivo recuerdo de los lugares y las personas con las que me encontré en aquella memorable ocasión. ¿Cómo olvidar la calurosa acogida de la antigua y noble ciudad de Capua?

174 Deseo una vez más manifestaros mi gratitud y saludar con afecto a vuestro arzobispo, monseñor Bruno Schettino, al que agradezco las cordiales palabras que ha querido dirigirme en nombre de todos. Saludo, asimismo, al querido monseñor Luigi Diligenza, pastor emérito de la Iglesia de Capua y principal artífice del importante acontecimiento que queréis conmemorar hoy. Saludo a los presbíteros, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos comprometidos al servicio del Evangelio.
Dirijo también un deferente y respetuoso saludo a las autoridades que han querido participar en esta audiencia.

2. Como acaba de recordar el arzobispo, vuestra diócesis ha tenido el privilegio de recibir el anuncio del Evangelio desde los tiempos apostólicos, y ha sido fecundada por la sangre de numerosos mártires. La han guiado pastores insignes por su fe, su cultura y su santidad de vida: me complace recordar la figura y la obra de san Roberto Belarmino, que hace 400 años inició en vuestra diócesis un servicio pastoral breve, pero rico en doctrina y celo apostólico. ¿Cómo no esforzarse por ser dignos de una herencia espiritual tan singular?

La visita pastoral que vuestro arzobispo iniciará el próximo 17 de septiembre, precisamente fiesta de san Roberto Belarmino, ofrecerá a vuestra diócesis esta singular oportunidad. No dejéis de ir al encuentro de Cristo con nuevo ardor, para escuchar su voz, que os llama a una fidelidad evangélica más intensa. Os pide que lo hagáis presente donde el hombre se encuentra solo, marginado o humillado por el dolor y la violencia, y donde las personas, cansadas de palabras humanas, sienten una profunda nostalgia de Dios.

3. Deseo que la visita pastoral suscite un vigoroso impulso misionero, especialmente en las parroquias, donde la comunión eclesial encuentra su expresión más inmediata y visible. Que toda comunidad parroquial sea lugar privilegiado de la escucha y del anuncio del Evangelio; casa de oración reunida en torno a la Eucaristía; y verdadera escuela de comunión, donde el ardor de la caridad prevalezca sobre la tentación de una religiosidad superficial e infructuosa.

La búsqueda de la santidad dará renovado vigor y motivaciones cada vez más fuertes al laudable esfuerzo caritativo en favor de los inmigrantes y los pobres, que ya representa una feliz realidad de vuestra diócesis. Así os acercaréis a quien carece de un hogar y de un puesto de trabajo, y a cuantos están afectados por antiguas y nuevas pobrezas, no sólo para proveer a sus necesidades más urgentes, sino también para construir juntamente con ellos una sociedad acogedora, respetuosa de las diversidades y deseosa de justicia y de solidaridad.

4. "Id (...) y haced discípulos a todas las gentes" (
Mt 28,19). Comentando estas palabras del Resucitado a los Doce, hace diez años, invité a los jóvenes de Capua a responder generosamente a la invitación de Jesús, y les recordé que se puede anunciar el Evangelio de Cristo sin ir lejos. Se puede estar en la propia casa y en el propio ambiente, en la propia escuela, en el propio puesto de trabajo y en la propia familia, y testimoniar de modo eficaz la propia fe.

Hoy deseo extender esta invitación a los jóvenes de diez años después: no perdáis jamás el orgullo de ser cristianos, de entablar amistad con Cristo, de buscar lo que él buscaba y de comportaros como él se comportaba. Jesús debe convertirse en el centro de vuestra vida. Él os ayudará a ser "sal y levadura" de vuestra tierra.

5. María, cuya perpetua virginidad reafirmó el Concilio plenario que se celebró precisamente en Capua hace más de dieciséis siglos, os haga dóciles a la palabra del Señor, os transforme en obreros humildes, creíbles y eficaces del Evangelio, y os sostenga en vuestros buenos propósitos.
A ella y a los santos que han enriquecido el camino de fe de vuestro pueblo os encomiendo a todos vosotros y, en particular, a los pequeños, a los pobres y a los enfermos. Queridos hermanos, sostenidos por esos poderosos intercesores, dirigíos sin temor hacia las metas elevadas de la santidad que el Señor os propone porque os ama.

6. Dirijo ahora un cordial saludo a los participantes en el Congreso sobre la figura de Armida Barelli, que han venido aquí juntamente con monseñor Francesco Lambiasi y con la doctora Paola Bignardi, respectivamente consiliario general y presidenta nacional de la Acción católica.

175 A distancia de medio siglo, resalta con creciente actualidad la figura de la mujer a quien solían llamar "hermana mayor" de la Juventud femenina de la Acción católica. Como infatigable discípula de Cristo, Armida Barelli desplegó una intensa actividad apostólica, caracterizada por una singular intuición de las nuevas exigencias de los tiempos. Respondiendo con genialidad femenina a los deseos y a las directrices de mis predecesores Benedicto XV, Pío XI y Pío XII sobre el laicado, reunió a más de un millón de mujeres jóvenes y muchachas en el Movimiento católico italiano. Dio también una aportación decisiva al nacimiento de la Universidad católica del Sagrado Corazón, así como a la fundación de las Misioneras de la Obra de la Realeza.

El manantial de su multiforme y fecundo apostolado era la oración, y especialmente una ardiente piedad eucarística, cuyo recurso más concreto y eficaz era la devoción al Corazón de Jesús y la adoración del santísimo Sacramento. Queridos hermanos, seguid con fidelidad el camino trazado por esta mujer fuerte e intrépida, imitando su búsqueda de la santidad, su celo misionero, y su compromiso civil y social para fermentar con la levadura del Evangelio los vastos campos de la cultura, la política, la economía y el tiempo libre. Os sostenga el Corazón Inmaculado de María, que conmemoramos hoy.

Con estos deseos, de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA CUMBRE MUNDIAL DE LA FAO


SOBRE LA ALIMENTACIÓN




Señor presidente de la República italiana
y distinguidos jefes de Estado y de Gobierno;
señor secretario general de las Naciones Unidas
y señor director general de la Organización para la agricultura y la alimentación;
señoras y señores:

Me complace dirigir mi deferente y cordial saludo a cada uno de ustedes, representantes de casi todos los países del mundo, reunidos en Roma poco más de cinco años después de la cumbre mundial sobre la alimentación de 1996.

Al no poder estar entre ustedes en esta solemne ocasión, le he pedido al cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado, que les transmita a todos mi estima y aprecio por el arduo trabajo que tienen que realizar para asegurar a todos el pan de cada día.

Dirijo un saludo especial al presidente de la República italiana, y a todos los jefes de Estado y de Gobierno que han venido a Roma para esta cumbre. Durante mis viajes pastorales a diversos países del mundo, así como en los encuentros celebrados en el Vaticano, ya he tenido la oportunidad de conocer personalmente a muchos: a todos expreso mis mejores deseos para ellos y para las naciones que representan.

176 Extiendo mi saludo al secretario general de las Naciones Unidas, así como al director general de la FAO y a los responsables de las demás organizaciones internacionales presentes en esta reunión. La Santa Sede espera mucho de su acción en bien del progreso material y espiritual de la humanidad.

A la actual cumbre mundial sobre la alimentación le deseo el éxito anhelado: lo esperan millones de hombres y mujeres del mundo entero.

La anterior cumbre, celebrada en 1996, ya había constatado que el hambre y la desnutrición no son sólo fenómenos naturales o estructurales de ciertas áreas geográficas; más bien, han de considerarse como la consecuencia de una situación más compleja de subdesarrollo, debida a la inercia y al egoísmo de los hombres.

El hecho de que no se hayan alcanzado los objetivos de la cumbre de 1996 puede atribuirse también a la ausencia de una cultura de la solidaridad y a relaciones internacionales caracterizadas a menudo por un pragmatismo sin fundamento ético-moral. Por otra parte, son preocupantes algunas estadísticas, según las cuales las ayudas otorgadas a los países pobres durante los últimos años han disminuido, en lugar de aumentar.

Hoy, más que nunca, hay urgente necesidad de que en las relaciones internacionales la solidaridad se convierta en el criterio fundamental de todas las formas de cooperación, con la convicción de que los recursos que Dios creador nos ha confiado están destinados a todos.

Ciertamente, se espera mucho de los expertos, que han de indicar cuándo y cómo aumentar los recursos agrícolas, cómo distribuir mejor los productos, cómo elaborar los diversos programas de seguridad alimentaria y cómo desarrollar nuevas técnicas para aumentar las cosechas e incrementar la ganadería.

El Preámbulo de la Constitución de la FAO proclamaba ya el compromiso de cada país de aumentar su nivel de nutrición y mejorar las condiciones de la actividad agrícola y de las poblaciones rurales, para incrementar la producción y asegurar una distribución eficaz de los alimentos en todas las partes del mundo.

Sin embargo, estos objetivos implican una continua reconsideración de la relación entre el derecho a ser liberado de la pobreza y el deber de toda la familia humana de dar una ayuda concreta a las personas necesitadas.

Por mi parte, me complace que la actual cumbre mundial sobre la alimentación urja una vez más a los diversos componentes de la comunidad internacional, Gobiernos e instituciones
intergubernamentales, a esforzarse por garantizar el derecho a la alimentación cuando un Estado no pueda hacerlo a causa de su subdesarrollo y su pobreza. Este compromiso resulta muy necesario y legítimo, dado que la pobreza y el hambre pueden poner en peligro, en su raíz, la convivencia pacífica de los pueblos y las naciones, y constituyen una amenaza real para la paz y la seguridad internacional.

En esta perspectiva se sitúa la actual cumbre mundial sobre la alimentación, reafirmando el concepto de seguridad alimentaria y previendo un compromiso de solidaridad que permita reducir a la mitad, para el año 2015, el número de personas desnutridas y privadas de lo necesario para vivir. Se trata de un enorme desafío, en el que también la Iglesia se halla comprometida en primera fila.

177 Por eso, la Iglesia católica, preocupada desde siempre por promover los derechos humanos y el desarrollo integral de los pueblos, seguirá sosteniendo a cuantos trabajan para asegurar a todos el alimento de cada día. Por su íntima vocación, está cerca de los pobres del mundo y espera que todos se comprometan concretamente a resolver pronto este problema, uno de los más graves de la humanidad.

Que Dios todopoderoso, rico en misericordia, derrame su bendición sobre ustedes, sobre el trabajo que realizan bajo el patrocinio de la FAO, y sobre todos los que están comprometidos en favor del auténtico progreso de la familia humana.

Vaticano, 10 de junio de 2002







FIRMA DE LA "DECLARACIÓN DE VENECIA"

PALABRAS DE SALUDO PRONUNCIADAS

POR EL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Santidad, me alegra enviarle mi saludo cordial, que extiendo de buen grado a las personalidades religiosas y civiles, a los congresistas y a todos los que se hallan reunidos en la sala de los Escrutinios del Palacio ducal de Venecia para la sesión conclusiva del IV Simposio ecológico organizado por el Patriarcado ecuménico y dedicado al tema: "El mar Adriático: mar en peligro, unidad de propósitos".


Esta conexión, gracias a la cual podemos firmar conjuntamente la Declaración final del simposio, manifiesta la unidad de propósitos que evoca el tema mismo del acontecimiento.

Nuestro encuentro, aunque sea a distancia, nos permite expresar juntos la voluntad común de salvaguardar la creación, apoyar y sostener cualquier iniciativa que contribuya a embellecer, sanar y proteger esta tierra, que Dios nos ha dado para que la conservemos con sabiduría y amor.

Nuestro encuentro de hoy tiene lugar poco tiempo después del de Asís, donde, en el mes de enero, organicé una Jornada de oración por la paz en el mundo.Su Santidad respondió a la invitación y tuvo la amabilidad de participar en ella. Hoy soy yo quien tengo el placer de unirme a usted en este acto tan significativo. Considero que nuestros intercambios son auténticos dones del Señor, el cual nos indica así que el espíritu de colaboración es capaz de encontrar expresiones nuevas para lograr que el testimonio de comunión que el mundo espera de nosotros sea sólido y concreto.

PALABRAS DEL PATRIARCA




Saludo muy fraternal y cordialmente a Su Santidad Juan Pablo II, nuestro hermano mayor, y le doy las gracias por haber firmado, juntamente conmigo, el texto sobre la ética ambiental.

Estas iniciativas comunes sobre materias específicas que atañen a toda la humanidad no sólo tienen un significado práctico, sino también simbólico, pues demuestran el deseo de nuestras Iglesias y de nuestras comunidades de proseguir en el santo compromiso en favor de la paz en todo el mundo y de la unidad de todos.

Su Santidad, lo abrazo muy fraternalmente en nuestro común Señor resucitado.¡Gracias, Santidad!







FIRMA DE LA "DECLARACIÓN DE VENECIA"

DECLARACIÓN CONJUNTA

DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


Y SU SANTIDAD BARTOLOMÉ I




Nos encontramos hoy reunidos aquí en espíritu de paz para el bien de todos los seres humanos y para la tutela de la creación. En este momento de la historia, al inicio del tercer milenio, nos entristece ver el sufrimiento diario de gran número de personas a causa de la violencia, el hambre, la pobreza y la enfermedad. También nos preocupan las consecuencias negativas para la humanidad y para toda la creación que derivan de la degradación de algunos recursos naturales fundamentales como el agua, el aire y la tierra, causada por un progreso económico y técnico que no reconoce y no considera sus límites.

178 Dios todopoderoso planeó un mundo de belleza y armonía, y lo creó haciendo de cada una de sus partes una expresión de su libertad, su sabiduría y su amor (cf. Gn Gn 1,1-25).

En el centro de toda la creación nos puso a los seres humanos, con nuestra dignidad humana inalienable. Aunque compartimos muchas características con los demás seres vivos, Dios todopoderoso hizo mucho más por nosotros y nos dio un alma inmortal, fuente de auto-conciencia y libertad, dones que nos configuran a su imagen y semejanza (cf. Gn Gn 1,26-31 Gn 2,7). Marcados por esta semejanza, Dios nos puso en el mundo para que cooperáramos con él en la realización cada vez más plena de la finalidad divina de la creación.

Al inicio de la historia, el hombre y la mujer pecaron, desobedeciendo a Dios y rechazando su designio sobre la creación. Una de las consecuencias de este primer pecado fue la destrucción de la armonía original de la creación. Si examinamos atentamente la crisis social y ambiental que afronta la comunidad mundial, debemos concluir que aún estamos traicionando el mandato que Dios nos dio: ser administradores, llamados a colaborar con Dios en la vigilancia sobre la creación, en santidad y sabiduría.

Dios no ha abandonado el mundo. Quiere que su designio y nuestra esperanza para el mundo se realicen mediante nuestra cooperación para devolverle su armonía original. En nuestro tiempo asistimos al desarrollo de una conciencia ecológica, que es preciso estimular para que pueda llevar a iniciativas y programas concretos. La conciencia de la relación entre Dios y la humanidad da un sentido más pleno de la importancia de la relación entre los seres humanos y el ambiente natural, que es creación de Dios y que Dios nos ha encomendado para que lo conservemos con sabiduría y amor (cf. Gn Gn 1,28).

El respeto a la creación deriva del respeto a la vida y a la dignidad humana. Si reconocemos que el mundo ha sido creado por Dios, podemos discernir un orden moral objetivo, en el cual es posible articular un código de ética ambiental. Desde esta perspectiva, los cristianos y todos los demás creyentes tienen una función específica que desempeñar proclamando valores morales y educando a las personas a tener conciencia ecológica, que no es más que responsabilidad con respecto a sí mismos, con respecto a los demás y con respecto a la creación.

Hace falta un acto de arrepentimiento por nuestra parte y un nuevo intento de mirarnos a nosotros mismos, a los demás y al mundo que nos rodea desde la perspectiva del designio divino de la creación. El problema no es solamente económico y técnico, sino también moral y espiritual. Una solución a nivel económico y técnico sólo es posible si realizamos, del modo más radical, un cambio interior de corazón, que lleve a un cambio del estilo de vida y de los modelos insostenibles de consumo y producción. Una conversión auténtica en Cristo nos permitirá cambiar nuestro modo de pensar y actuar.

En primer lugar, debemos volver a una actitud de humildad, reconociendo los límites de nuestros poderes y, sobre todo, los límites de nuestro conocimiento y de nuestro juicio. Hemos tomado decisiones, hemos realizado acciones y hemos establecido valores que nos conducen lejos del mundo como debería ser, lejos del designio de Dios sobre la creación, lejos de lo que es esencial para un planeta sano y para una sana comunidad de personas. Hacen falta un nuevo enfoque y una nueva cultura, fundados en el carácter central de la persona humana dentro de la creación e inspirados en un comportamiento basado en una ética ambiental derivada de nuestra triple relación: con Dios, con nosotros mismos y con la creación. Esta ética favorece la interdependencia y subraya los principios de solidaridad universal, justicia social y responsabilidad, con el fin de promover una auténtica cultura de la vida.

En segundo lugar, debemos admitir francamente que la humanidad tiene derecho a algo mejor que lo que vemos en nuestro entorno. Nosotros, y más aún nuestros niños y las futuras generaciones, tenemos derecho a un mundo mejor, un mundo sin degradación, sin violencia y sin derramamiento de sangre, un mundo de generosidad y amor.

En tercer lugar, conscientes del valor de la oración, debemos suplicar a Dios creador que ilumine a todas las personas acerca de su deber de respetar y conservar con esmero la creación.
Por esto, invitamos a todos los hombres y mujeres de buena voluntad a ponderar la importancia de los siguientes objetivos éticos:

1. Pensar en los niños del mundo cuando elaboramos y evaluamos nuestras opciones operativas.

179 2. Estar dispuestos a estudiar los valores auténticos, basados en la ley natural, que sostienen toda cultura humana.

3. Utilizar la ciencia y la técnica de modo pleno y constructivo, reconociendo que los resultados de la ciencia deben valorarse siempre a la luz del carácter central de la persona humana, del bien común y de la finalidad de la creación. La ciencia puede ayudarnos a corregir los errores del pasado para mejorar el bienestar espiritual y material de las generaciones presentes y futuras. El amor a nuestros niños nos mostrará el camino que conviene seguir en el futuro.

4. Ser humildes con respecto a la idea de propiedad y estar abiertos a las exigencias de la solidaridad. Nuestra condición mortal y nuestra debilidad de juicio nos impulsan a no emprender acciones irreversibles por lo que atañe a lo que hemos decidido considerar propiedad nuestra durante nuestra breve existencia terrena. No se nos ha concedido un poder ilimitado sobre la creación. Sólo somos administradores del patrimonio común.

5. Reconocer la diversidad de las situaciones y las responsabilidades en la tarea de mejorar el ambiente mundial. No podemos esperar que toda persona y toda institución asuman la misma carga. Cada uno tiene un papel que desempeñar, pero para que se respeten las exigencias de la justicia y la caridad, las sociedades más ricas deben soportar la carga más pesada: se les pide un sacrificio mayor que el que pueden ofrecer los países pobres. Religiones, gobiernos e instituciones afrontan muchas situaciones diversas, pero a la luz del principio de subsidiariedad todos pueden realizar algunas tareas, una parte del compromiso común.

6. Promover un enfoque pacífico de las divergencias de opinión sobre el modo de vivir en la tierra, de compartirla y de usar de ella, así como sobre lo que es preciso cambiar y lo que conviene dejar sin cambiar. No pretendemos eludir la controversia sobre el ambiente, porque confiamos en la capacidad de la razón humana y en el camino del diálogo para lograr un entendimiento. Nos comprometemos a respetar las opiniones de quienes no están de acuerdo con nosotros, buscando soluciones mediante un intercambio abierto, sin recurrir a la opresión y al atropello.

No es demasiado tarde. El mundo creado por Dios posee poderes increíbles de curación. En el arco de una sola generación podemos dirigir la tierra hacia el futuro de nuestros niños. Que esa generación comience ahora, con la ayuda y la bendición de Dios.

Roma-Venecia, 10 de junio de 2002










A LOS OBISPOS DE VENEZUELA


EN VISITA "AD LIMINA"


: Martes 11 de junio de 2002

Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Al término de mi primer viaje a vuestra Patria, me despedía con la esperanza de que "la Iglesia en Venezuela dará verdadero testimonio de la presencia de Jesucristo y podrá afrontar con valentía los desafíos del milenio que se aproxima" (Discurso de despedida, 29-1-1985). Ahora, cuando el nuevo milenio ha comenzado y no se han hecho esperar los desafíos, a veces arduos e inesperados, os recibo con afecto en esta visita ad limina para continuar alentando vuestro ministerio de pastores, guías y maestros del Pueblo de Dios que peregrina en esa querida Nación.

Agradezco cordialmente las amables palabras que me ha dirigido Mons. Baltazar Porras, Arzobispo de Mérida y Presidente de la Conferencia Episcopal, con las cuales ha expresado vuestra firme voluntad de plena comunión con el Sucesor de Pedro, quien recibió la misión de confirmar en la fe a sus hermanos (cf. Lc Lc 22,32) y es "principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de la fe y de la comunión" (Lumen gentium LG 18). Tengo muy presentes los anhelos y preocupaciones de vuestro ministerio apostólico, que habéis expuesto en las Relaciones quinquenales y de las que habéis tenido oportunidad de dialogar en los diversos encuentros con los responsables de los Dicasterios de la Curia Romana. Sabéis que en el misterio de la Iglesia "si sufre un miembro, todos los demás sufren con él. Si un miembro es honrado, todos los demás toman parte en su gozo" (1Co 12,26) y, por eso, en vuestro generoso esfuerzo, podréis sentir la fuerza que nace de la comunión con toda la Iglesia, así como la cercanía y solicitud de quien apacienta el Pueblo de Dios como un amoris officium (cf. S. Agustín, In Io. Ev. EV 123,5).

180 2. Me complace saber que está en curso la celebración del I Concilio Plenario de Venezuela, convocado con el fin de unir "fuerzas y voluntades para promover el bien común del conjunto de las Iglesias y de cada una de ellas" (Christus Dominus CD 36), impulsando así una acción evangelizadora de largo alcance, que sea al mismo tiempo expresión de un esfuerzo unánime "para que la fe se extienda y brille para todos la luz de la verdad plena" (Lumen gentium LG 23).

A este respecto, tras la espléndida experiencia del Gran Jubileo, he indicado que uno de los retos decisivos del nuevo milenio es precisamente hacer de la Iglesia "la casa y la escuela de la comunión", mediante un camino espiritual profundo, sin el cual "de poco servirían los instrumentos externos de comunión. Se convertirían en medios sin alma" (Novo millennio inenunte, 43). Por eso, un Concilio particular, acontecimiento de tanta raigambre eclesial, ha de ser vivido y llevado a cabo como una auténtica experiencia especial del Espíritu, que guía a su Iglesia y la mantiene en la unidad de la fe y de la caridad. Su primer fruto es la comunión entre los Pastores que, a su vez, son principio de unidad en las Iglesias particulares que presiden.

Os invito, pues, a fomentar en todas las etapas de ese Concilio el espíritu de diálogo, concordia fraterna y colaboración sincera, evitando cualquier tipo de disensiones que pudieran provocar desorientación en los fieles o ser pretexto para insidias por parte de quienes buscan otros intereses ajenos al bien de la Iglesia.

3. Por la cercanía a vuestro pueblo y la cotidiana labor pastoral que desempeñáis, sois muy concientes de las profundas y rápidas transformaciones sociales que condicionan la gran tarea de la evangelización y que exigen hoy "afrontar con valentía una situación que cada vez es más variada y comprometida" (ibíd., 40). En este contexto cobra una importancia particular la renovación de la catequesis, mediante la cual la Iglesia cumple con el deber de "mostrar serenamente la fuerza y la belleza de la doctrina de la fe" (Const. ap. Fidei depositum, 1). En efecto la cultura laicista, el clima de indiferencia religiosa o la fragilidad de ciertas instituciones tradicionalmente sólidas, como la familia misma, los centros educativos e incluso algunas instituciones eclesiales, pueden hacer mella en los cauces a través de los cuales se transmite la fe y se promueve la educación cristiana de las nuevas generaciones.

En esta situación, conviene recordar que "en la causa del Reino no hay tiempo para mirar atrás, y menos para dejarse llevar por la pereza" (Novo millennio inenunte, 15). Por el contrario, es necesario infundir nuevo ardor en los pastores y catequistas para que, con el propio testimonio y la creatividad que tantas veces les caracteriza, encuentren las fórmulas más adecuadas de hacer llegar la luz de Cristo al corazón de cada venezolano, suscitando siempre la sorpresa gozosa de su mensaje y su presencia. A este respecto, el Catecismo de la Iglesia Católica servirá de guía e inspiración para una catequesis renovada y adecuada a los diversos sectores de vuestros fieles.

4. Con el espíritu del Buen Pastor, comprobáis a menudo que "la mies es mucha y los obreros pocos" (Mt 9,37), y es consolador que el Señor haya bendecido vuestro País con un cierto aumento de nuevas vocaciones, a lo que se une la presencia generosa de personas venidas de otras latitudes, tantas veces ejemplo de espíritu de servicio abnegado al Evangelio y de cercanía a la sensibilidad y las necesidades de las gentes. Sabéis bien la importancia que tiene para todos ellos el aliento y la estima de sus Pastores, que no han de escatimar esfuerzos para fomentar un clima de fraternidad entre sus principales colaboradores, los sacerdotes, y de autenticidad en los diversos carismas que enriquecen cada una de las Iglesias particulares.

Además de las oportunas directrices que, como guías, os corresponde establecer, nunca dejéis de alentar la vida espiritual y el auténtico anhelo de santidad en cuantos colaboran en vuestra misión apostólica, que es la fuente más profunda de la que mana el compromiso pastoral, desarrollado en los más diversos campos. Precisamente porque tantas veces han de realizar su misión en condiciones difíciles, han de fundar el gozo de su entrega, más que en éxitos efímeros, en la aspiración de que sus "nombres estén escritos en los cielos" (Lc 10,20), anunciando a los demás lo que ellos mismos han visto y oído del Señor (cf. Hch Ac 4,20 Ac 22,15).

5. Vuestro País, que cuenta con abundantes recursos naturales y humanos, ha experimentado especialmente en los últimos años un lacerante crecimiento de la pobreza, a veces extrema, de numerosas personas y familias. El rostro de Cristo sufriente se hace concreto en tantos campesinos, indígenas, marginados urbanos, niños abandonados, ancianos desatendidos, mujeres maltratadas o jóvenes desocupados. Sé que todo esto interpela apremiantemente vuestra solicitud pastoral, pues no se puede pasar de largo ante el prójimo desventurado (cf. Lc Lc 10,33-35), que tantas veces requiere una atención inmediata, antes incluso de analizar las causas de su desgracia.

La Iglesia, tanto mediante la abnegada entrega de muchas personas como de la acción constante de tantas instituciones, siempre ha dado y continua dando testimonio de la misericordia divina con su dedicación generosa e incondicional a los más necesitados, que ha de convertirse cada vez más en actitud generalizada de toda comunidad cristiana, con la colaboración activa de sus miembros y la promoción incansable del espíritu de solidaridad en el conjunto del pueblo venezolano.

Junto a estas urgencias que no admiten demoras, sentís también la necesidad de contribuir a la construcción de un orden social más justo, pacífico y provechoso para todos. En efecto, sin entrar en concurrencia con todo aquello que compete a las autoridades públicas, la Iglesia se sentirá llamada unas veces a dar voz a los que nadie parece escuchar, otras a "discernir en los acontecimientos, exigencias y deseos que comparte con sus contemporáneos, cuáles son los signos verdaderos de la presencia o del designio de Dios" (Gaudium et spes GS 11), y otras, en fin, a buscar formas de colaboración leal en aquellas iniciativas que persiguen el bien integral de la persona y que, por ello, atañen tanto a la misión propia de la Iglesia como a la finalidad específica de las organizaciones sociales. Éstas, en efecto, no pueden desentenderse, ni menos aún ignorar, la considerable aportación de la Iglesia a muchos aspectos que pertenecen al bien común.

Sé muy bien que esta faceta de vuestro ministerio no siempre es fácil, y que no faltan malentendidos, intentos de tergiversación o propósitos más o menos declaradamente partidistas. Pero no es éste el terreno en que se mueve la Iglesia, la cual desea promover precisamente un clima de diálogo abierto y constructivo, paciente y desinteresado, entre todos aquellos que tienen en sus manos responsabilidades públicas, con el fin de hacer valer la dignidad y los derechos inalienables de la persona en cualquier proyecto de sociedad, de manera que "nuestra tierra sea más fraterna y más solidaria, para que se pueda vivir bien en ella y que la indiferencia, la injusticia y el odio no tengan jamás la última palabra" (Al Cuerpo diplomático, 10-1-2002, 2).

181 6. Confío vuestro ministerio pastoral a la Santísima Virgen María, tan querida en vuestra patria bajo la advocación de Nuestra Señora de Coromoto. Ante ella me postré en mi último viaje a Venezuela para implorar su protección sobre el pueblo venezolano, y hoy le sigo pidiendo que los católicos de ese querido País sean "sal y luz para los demás, como auténticos testigos de Cristo" (Homilía en el Santuario de la Virgen de Coromoto, 10-2-1996, 6).

Mientras os ruego que transmitáis a vuestros fieles el saludo del Papa, que no les olvida, su especial gratitud a los sacerdotes, comunidades religiosas y cuantos colaboran más directamente en la apasionante tarea de la evangelización, os reitero mi exhortación a trabajar en comunión mutua y con la Sede de Pedro en favor de la causa del Evangelio, a la vez que os imparto de corazón la Bendición Apostólica.










AL XVII CAPÍTULO GENERAL DEL INSTITUTO


HIJAS DE SAN CAMILO


Sábado 15 de junio de 2002



Amadísimas hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a cada una de vosotras, religiosas del instituto Hijas de San Camilo, que os habéis reunido en Roma para el capítulo general. Gracias por este encuentro, con el que habéis querido testimoniar devoción y afecto al Vicario de Cristo, confirmando vuestra fidelidad a su magisterio de Pastor universal de la Iglesia. Saludo a vuestra nueva superiora general, sor Laura Biondo, a la que agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de las presentes y de toda vuestra congregación. Sobre ella y sobre el consejo general imploro del Señor copiosos dones de luz y de gracia para que cumplan su nueva tarea en conformidad con la voluntad de Dios.

2. Conservo aún vivo el recuerdo de las beatificaciones de vuestros fundadores Josefina Vannini y Luis Tezza, a quienes tuve la alegría de elevar al honor de los altares respectivamente en 1994 y en 2001. Fueron ocasiones singulares de gracia, que siguen constituyendo una invitación constante a crecer en el fervor espiritual y en el celo apostólico.

Enriquecidas y estimuladas por esos dones, habéis elegido orientar los trabajos del capítulo general hacia una profundización de la herencia espiritual recibida de los nuevos beatos, para proseguir con conciencia y entusiasmo por el camino de la santidad. Se trata de una elección que os permite confirmar el camino emprendido y adecuar vuestro carisma a las nuevas condiciones de los tiempos, para ser testigos cada vez más creíbles del amor misericordioso del buen Samaritano.

Conozco el generoso empeño que ponéis en el servicio a los pobres y a los enfermos, así como el impulso que vuestra familia religiosa, ya presente en cuatro continentes, ha dado recientemente a la actividad misionera en América del sur, en Oriente y en Europa del este. Os aliento a continuar por este camino, animadas y sostenidas por el ejemplo del beato Luis Tezza, auténtico peregrino por la misión.

3. Esforzaos por hacer presente a Cristo misericordioso en todos vuestros contactos con el prójimo, comenzando por los que se realizan dentro de la Congregación. Que reine entre vosotras el espíritu de caridad fraterna, de modo que cada religiosa se sienta comprendida y valorada en sus capacidades, y ninguna deba quejarse por injusticias o abusos.

Estáis llamadas a ser signos concretos de la ternura de Cristo, sobre todo donde el sufrimiento oprime al ser humano en el cuerpo y en el espíritu. En esta tarea os favorece vuestra condición de mujeres consagradas que, mirando a la Virgen Inmaculada, tienen una sensibilidad especial por todo lo que es esencialmente humano, también en ambientes de dolor y marginación (cf. Mulieris dignitatem MD 30). Esta es una aportación específica que podéis dar a la vasta acción de la nueva evangelización, en la que participa todo el pueblo de Dios.

Siguiendo el ejemplo de san Camilo y de vuestros beatos fundadores, no dudéis en proclamar con las palabras, pero sobre todo con las obras, la alegría de sacrificar vuestra existencia por los hermanos necesitados. Y en esta singular misión no tengáis miedo de tender con ardor a las cumbres de la caridad heroica.


Discursos 2002 173