Discursos 2002 261

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA SUPERIORA GENERAL


DE LAS ESCLAVAS DE LA VISITACIÓN


262 : A la reverenda madre
María Vincenza MINET
Superiora general de la congregación
de las Esclavas de la Visitación

1. Me alegra dirigirle mi cordial saludo a usted y a las religiosas reunidas en la "Villa San Francisco y Santa Cruz" de Acerno (Salerno) con ocasión del IV capítulo general, tiempo de singular gracia para la congregación, que celebra este año el 25° aniversario de su fundación. Algunas de vosotras formáis parte del núcleo originario del instituto y, habiendo vivido las vicisitudes que marcaron sus comienzos, lleváis grabado aún más profundamente en el corazón el "magníficat" por cuanto ha hecho el Señor. Compartís este cántico de alabanza con las religiosas más jóvenes, de modo que toda la congregación, en cada una de sus comunidades y en todas sus actividades, viva y trabaje con el júbilo interior del espíritu que caracteriza el misterio gozoso de la visita de María a su anciana prima Isabel.

Con gran alegría me uno a vuestra acción de gracias al Señor por los beneficios recibidos. Aliento igualmente vuestro deseo de mirar al futuro con valentía profética, para comprender mejor cuáles son los desafíos y las expectativas de la Iglesia y del mundo. Es lo que queréis hacer durante la actual asamblea capitular, que tiene como tema: "Nuestro carisma en un mundo que cambia".

2. Vuestro carisma hunde sus raíces en el admirable misterio de la Visitación de la Virgen a santa Isabel. A esta escena evangélica, muy elocuente en su sencillez, se dirige la atención de cada una de vosotras. Queréis inspiraros siempre en ella, tanto cuando trabajáis entre los niños abandonados y desnutridos, como cuando os ponéis al servicio de los ancianos y los enfermos, en las parroquias o en tierra de misión.

Ciertamente, las riquezas espirituales que brotan de este pasaje del evangelio de san Lucas son inagotables. El ejemplo de la Virgen requiere ser actualizado y adaptado constantemente según las diversas exigencias históricas, geográficas y culturales. En un mundo que cambia, el carisma no se modifica, pero necesita, para trabajar eficazmente y dar frutos abundantes, la "creatividad de la caridad" de la que hablé en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 50).

3. Ser "Esclavas de la Visitación" significa imitar cada día a María santísima, que, habiendo acogido con fe el anuncio del ángel, "se dirigió con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá" (
Lc 1,39), para estar cerca de Isabel, que necesitaba ayuda porque esperaba a Juan el Precursor. Hacerse prójimo de la persona necesitada: este es el mandamiento que Cristo dio a todo discípulo, y que vosotras asumís como ideal y objetivo de vuestra existencia y de vuestra acción comunitaria.

Dios revela a María el prodigioso embarazo de su prima anciana, como signo de que para él nada es imposible. También a vosotras el Señor os ha indicado y seguirá indicándoos a las personas con las que debéis ser solidarias, para que en vosotras y en ellas crezcan la fe y la gratitud hacia su misericordia infinita y omnipotente.

Queridas hermanas, proseguid en esta dirección, conscientes de que en el prójimo necesitado honráis y servís a Cristo mismo. Además, procurad crecer cada día más en el espíritu de comunión fraterna. Una comunidad donde reina la caridad de Cristo trabaja con alegría y armonía, superando más fácilmente obstáculos y dificultades.

263 4. Queridísimas hermanas, sed sobre todo personas de fe y oración incesante. La comunión íntima con Dios, "realizada en nosotros por el Espíritu Santo, nos abre, por Cristo y en Cristo, a la contemplación del rostro del Padre" (Novo millennio ineunte NM 32). ¿Qué sería vuestro instituto sin esta alma? ¿Qué sería el servicio a los hermanos sin el impulso invisible de la oración constante? Todo se reduciría a mera asistencia y actividad social, perdiendo su valor de testimonio profético.
En el misterio de la Visitación, la contemplación y la acción forman una síntesis armoniosa. En el carácter ordinario del servicio de María a Isabel se respira el clima de santidad, el cumplimiento diario de la voluntad divina en cada circunstancia.

A cada una de vosotras deseo que viva y trabaje en su comunidad con este estilo, que crea el clima favorable a la santidad. En Italia, Polonia, Brasil, Filipinas, Kenia y Madagascar, y en cualquier lugar donde la Providencia quiera llamaros, conservad intacto vuestro carisma. Que os guíe y asista María, la Virgen de la Visitación: con ella elevad cada día vuestro "magníficat" a Dios, rico en misericordia. Por mi parte, no dejaré de recordaros en la oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotras, los trabajos del capítulo y a toda vuestra familia religiosa.

Vaticano, 8 de septiembre de 2002








A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO


EN LA CANONIZACIÓN



Lunes 7 de octubre de 2002




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con alegría os dirijo mi cordial saludo, al día siguiente de la canonización del beato Josemaría Escrivá de Balaguer. Agradezco a monseñor Javier Echevarría, prelado del Opus Dei, las palabras con que se ha hecho intérprete de todos los presentes. Saludo con afecto a los numerosos cardenales, obispos y sacerdotes que han querido participar en esta celebración.

Para este encuentro festivo se ha reunido una gran multitud de fieles, procedentes de numerosos países y pertenecientes a los ambientes sociales y culturales más diversos: sacerdotes y laicos, hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, intelectuales y artesanos. Es un signo del celo apostólico que ardía en el alma de san Josemaría.

2. En el fundador del Opus Dei destaca el amor a la voluntad de Dios. Existe un criterio seguro de santidad: la fidelidad en el cumplimiento de la voluntad divina hasta las últimas consecuencias. El Señor tiene un proyecto para cada uno de nosotros; a cada uno confía una misión en la tierra. El santo no logra ni siquiera concebirse a sí mismo fuera del designio de Dios: vive sólo para realizarlo.

San Josemaría fue elegido por el Señor para anunciar la llamada universal a la santidad y para indicar que la vida de todos los días, las actividades comunes, son camino de santificación. Se podría decir que fue el santo de lo ordinario. En efecto, estaba convencido de que, para quien vive en una perspectiva de fe, todo ofrece ocasión de un encuentro con Dios, todo se convierte en estímulo para la oración. La vida diaria, vista así, revela una grandeza insospechada. La santidad está realmente al alcance de todos.

3. Escrivá de Balaguer fue un santo de gran humanidad. Todos los que lo trataron, de cualquier cultura o condición social, lo sintieron como un padre, entregado totalmente al servicio de los demás, porque estaba convencido de que cada alma es un tesoro maravilloso; en efecto, cada hombre vale toda la sangre de Cristo. Esta actitud de servicio es patente en su entrega al ministerio sacerdotal y en la magnanimidad con la cual impulsó tantas obras de evangelización y de promoción humana en favor de los más pobres.

El Señor le hizo entender profundamente el don de nuestra filiación divina. Él enseñó a contemplar el rostro tierno de un Padre en el Dios que nos habla a través de las más diversas vicisitudes de la vida. Un Padre que nos ama, que nos sigue paso a paso y nos protege, nos comprende y espera de cada uno de nosotros la respuesta del amor. La consideración de esta presencia paterna, que lo acompaña a todas partes, le da al cristiano una confianza inquebrantable; en todo momento debe confiar en el Padre celestial. Nunca se siente solo ni tiene miedo. En la cruz -cuando se presenta- no ve un castigo sino una misión confiada por el mismo Señor. El cristiano es necesariamente optimista, porque sabe que es hijo de Dios en Cristo.

264 4. San Josemaría estaba profundamente convencido de que la vida cristiana entraña una misión y un apostolado: estamos en el mundo para salvarlo con Cristo. Amó apasionadamente el mundo, con un "amor redentor" (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 604). Precisamente por eso, sus enseñanzas han ayudado a tantos fieles a descubrir la fuerza redentora de la fe, su capacidad de transformar la tierra.

Este mensaje tiene numerosas implicaciones fecundas para la misión evangelizadora de la Iglesia. Fomenta la cristianización del mundo "desde dentro", mostrando que no puede haber conflicto entre la ley divina y las exigencias del auténtico progreso humano. Este sacerdote santo enseñó que Cristo debe ser la cumbre de toda actividad humana (cf. Jn Jn 12,32). Su mensaje impulsa al cristiano a actuar en lugares donde se está forjando el futuro de la sociedad. De la presencia activa de los laicos en todas las profesiones y en las fronteras más avanzadas del desarrollo sólo puede derivar una contribución positiva para el fortalecimiento de la armonía entre fe y cultura, que es una de las mayores necesidades de nuestro tiempo.

5. San Josemaría Escrivá dedicó su vida al servicio de la Iglesia. En sus escritos, los sacerdotes, los laicos que siguen los caminos más diversos, los religiosos y las religiosas encuentran una fuente estimulante de inspiración. Queridos hermanos y hermanas, al imitarlo con una apertura de mente y de corazón, dispuestos a servir a las Iglesias locales, contribuís a fortalecer la "espiritualidad de comunión" que la carta apostólica Novo millennio ineunte indica como uno de los objetivos más importantes para nuestro tiempo (cf. nn. 42-45).

Me complace concluir refiriéndome a la fiesta litúrgica de hoy, Nuestra Señora del Rosario. San Josemaría escribió un hermoso opúsculo titulado "Santo rosario", que se inspira en la infancia espiritual, disposición del alma propia de quienes quieren llegar a un abandono total a la voluntad divina. De todo corazón os encomiendo a la protección materna de María a todos vosotros, así como a vuestras familias y vuestro apostolado, agradeciéndoos vuestra presencia.

6. Doy las gracias una vez más a todos los presentes, especialmente a los que han venido de lejos. Queridos hermanos y hermanas, os invito a dar por doquier un testimonio luminoso de fe, según el ejemplo y la enseñanza de vuestro santo fundador. Os acompaño con mi oración y os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras familias y vuestras actividades.







VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,

PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA

PALABRAS DE BIENVENIDA

DEL PAPA JUAN PABLO II



Lunes 7 de octubre de 2002



Tengo la alegría de dar la bienvenida al Patriarca ortodoxo de Rumanía, Su Beatitud Teoctist, y a los ilustres componentes de su delegación, que lo acompañan a Roma para una visita que inicia hoy. Su Beatitud el Patriarca acaba de llegar, y he querido que su visita comenzara en el marco de esta audiencia general, en presencia de tantos fieles, que han venido de todas las partes del mundo.
Beatitud y querido hermano, usted realiza esta visita animado por mis mismos sentimientos y mis mismas expectativas. Encontrarnos de nuevo ante la tumba de los apóstoles san Pedro y san Pablo es signo de nuestra voluntad común de superar los obstáculos que impiden aún el restablecimiento de la comunión plena entre nosotros.

También la visita actual es un acto purificador de nuestras memorias de división, de confrontación a menudo encendida, de acciones y palabras que han llevado a dolorosas separaciones. Sin embargo, el futuro no es un túnel oscuro y desconocido. Ya está iluminado por la gracia de Dios; la luz vivificante del Espíritu proyecta ya un reflejo consolador sobre él. Esta certeza no sólo prevalece sobre todo desaliento humano, sobre el cansancio que a veces frena nuestros pasos; sobre todo, nos convence de que nada es imposible para Dios, y de que, por tanto, si somos dignos, nos concederá también el don de la unidad plena.

Queridos fieles aquí presentes, encomiendo a vuestras oraciones la visita a Roma de Su Beatitud Teoctist, y deseo de corazón que encuentre en todos los que lo reciban en mi nombre los mismos sentimientos con los que yo lo acojo hoy. Ojalá que estos días alimenten nuestro diálogo, fortalezcan nuestras esperanzas y nos hagan más conscientes de lo que nos une, de las raíces comunes de nuestra fe, de nuestro patrimonio litúrgico, de los santos y de los testigos que tenemos en común. Que el Señor nos haga experimentar una vez más cuán hermoso y dulce es invocarlo juntos.


Después del saludo del Patriarca Teoctist, el Santo Padre respondió con las siguientes palabras:

265 Damos las gracias a Su Beatitud el Patriarca, cuya visita comienza hoy y le deseamos una feliz semana en Roma. Queremos ofrecer a Vuestra Beatitud una gran hospitalidad entre nosotros. Las personas que participan en este primer encuentro son los miembros del Opus Dei. Han venido para dar gracias por la canonización de su fundador, Escrivá de Balaguer. Creo que están muy contentos. Al final de la audiencia, quieren encontrarse una vez más con Vuestra Beatitud. Muchas gracias; muchas gracias.






A LA COMISIÓN PONTIFICIA


PARA LOS BIENES CULTURALES DE LA IGLESIA



Sábado 9 de octubre de 2002




Venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra acogeros al término de los trabajos de la IV congregación plenaria de la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia. Os dirijo a cada uno un saludo cordial, acompañado de sentimientos de profunda gratitud por el servicio que habéis realizado hasta ahora.

Mi saludo va, ante todo, a monseñor Francesco Marchisano, presidente de la Comisión, al que agradezco los sentimientos expresados en nombre de todos y la síntesis eficaz de la actividad llevada a cabo. Mi agradecimiento se extiende a los miembros, a los oficiales y a los diferentes expertos, que prestan generosamente su intensa y eficaz colaboración. Deseo confirmar a todos mi aprecio por cuanto está realizando esta Comisión, no sólo para tutelar y valorizar la rica herencia artística, monumental y cultural acumulada por la comunidad cristiana durante dos milenios, sino también para hacer que se comprenda mejor la fuente espiritual de la que ha brotado.

La Iglesia ha considerado siempre que, a través del arte en sus diversas expresiones, se refleja, en cierto modo, la infinita belleza de Dios, y la mente humana se orienta casi naturalmente hacia él. También gracias a esta contribución, como recuerda el concilio Vaticano II, "se manifiesta mejor el conocimiento de Dios y la predicación evangélica se hace más transparente a la inteligencia humana" (Gaudium et spes GS 62).

2. La plenaria que acaba de concluir ha dedicado su atención al tema: "Los bienes culturales para la identidad territorial y para el diálogo artístico-cultural entre los pueblos". En nuestros días, una sensibilidad más acentuada con respecto a la conservación y el "goce" de los recursos artísticos y culturales está caracterizando las políticas de las administraciones públicas y las múltiples iniciativas de instituciones privadas.

En efecto, nuestro tiempo se caracteriza por la convicción de que el arte, la arquitectura, los archivos, las bibliotecas, los museos, la música y el teatro sagrado no sólo constituyen un depósito de obras histórico-artísticas, sino también un conjunto de bienes de los que puede disfrutar toda la comunidad. Por tanto, con razón vuestra Comisión ha extendido progresivamente sus intervenciones a escala mundial, consciente de que los bienes culturales eclesiásticos constituyen un terreno favorable para una fecunda confrontación intercultural. A la luz de esto, es muy importante que se garantice la tutela jurídica de ese patrimonio con orientaciones y disposiciones oportunas, que tengan en cuenta las exigencias religiosas, sociales y culturales de las poblaciones locales.

3. Quisiera recordar aquí, con sentimientos de profunda gratitud, la contribución de las cartas circulares y de las orientaciones ofrecidas al término de las congregaciones plenarias periódicas de vuestra Comisión. Con el tiempo, se constata cuán indispensable es colaborar activamente con las administraciones y las instituciones civiles, para crear juntos, cada uno según su competencia, eficaces sinergias operativas en defensa y salvaguardia del patrimonio artístico universal. La Iglesia se interesa mucho por la valorización pastoral de su tesoro artístico, pues sabe bien que para transmitir todos los aspectos del mensaje que le ha confiado Cristo, la mediación del arte le es muy útil (cf. Carta a los artistas, 12).

La naturaleza orgánica de los bienes culturales de la Iglesia no permite separar su goce estético de la finalidad religiosa que persigue la acción pastoral. Por ejemplo, el edificio sagrado alcanza su perfección "estética" precisamente durante la celebración de los misterios divinos, dado que precisamente en ese momento resplandece en su significado más auténtico. Los elementos de la arquitectura, la pintura, la escultura, la música, el canto y las luces forman parte del único complejo que acoge para sus celebraciones litúrgicas a la comunidad de los fieles, constituida por "piedras vivas" que forman un "edificio espiritual" (cf. 1P 2,5).

4. Amadísimos hermanos y hermanas, la Comisión pontificia para los bienes culturales de la Iglesia presta desde hace 12 años un valioso servicio a la Iglesia. Os aliento a proseguir en vuestro compromiso, implicando cada vez más a cuantos trabajan por vitalizar nuestro patrimonio histórico-artístico. Ojalá que a través de vuestra acción se intensifique un fecundo diálogo con los artistas contemporáneos, favoreciendo con todos los medios posibles el encuentro y el abrazo entre la Iglesia y el arte. A este propósito, en la Carta a los artistas recordé que "en contacto con las obras de arte, la humanidad de todos los tiempos, también la de hoy, espera ser iluminada sobre su rumbo y su destino" (n. 14).

266 La Iglesia quiere ofrecer un germen de esperanza que supere el pesimismo y el extravío también a través de los bienes culturales, que pueden constituir el fermento de un nuevo humanismo en el que se inserte más eficazmente la nueva evangelización.

Con estos sentimientos, invocando la intercesión materna de María, la Tota pulchra, os imparto de corazón a vosotros y a vuestros seres queridos mi bendición.






A LOS PARTICIPANTES


EN EL CONGRESO CATEQUÍSTICO INTERNACIONAL


Viernes 11 de octubre de 2002

1. Me alegra particularmente intervenir en este Congreso catequístico internacional, convocado para celebrar el X aniversario de la publicación de la edición original del Catecismo de la Iglesia católica y el V aniversario de la promulgación de su edición típica latina.


Al mismo tiempo, en este importante encuentro, se quiere recordar también otros acontecimientos que han caracterizado, durante estos últimos decenios, la vida catequística eclesial: el XXV aniversario de la celebración, en 1977, de la IV Asamblea general del Sínodo de los obispos dedicada a la catequesis, y el V aniversario de la publicación, realizada en 1997, de la nueva edición del Directorio general para la catequesis. Pero, sobre todo, me complace subrayar que hace exactamente cuarenta años, el beato Juan XXIII inauguraba solemnemente el concilio ecuménico Vaticano II: a él hace constantemente referencia el Catecismo, hasta el punto de que podría llamarse con razón el Catecismo del Vaticano II. Los textos conciliares constituyen una "brújula" segura para los creyentes del tercer milenio.

2. Agradezco de todo corazón al señor cardenal Joseph Ratzinger, prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe, las palabras con que ha introducido nuestro encuentro y ha presentado vuestro trabajo, y al señor cardenal Darío Castrillón Hoyos, prefecto de la Congregación para el clero, por haber organizado y presidido de común acuerdo este congreso. Os dirijo asimismo un cordial y agradecido saludo a vosotros, venerados hermanos en el episcopado, y a todos vosotros, representantes de las diversas Iglesias locales, comprometidos, de diferentes modos pero con el mismo entusiasmo y empeño, en los diversos organismos internacionales y nacionales, instituidos para la promoción de la catequesis.

3. En estos días habéis orado, reflexionado y dialogado juntos sobre cómo realizar, en la situación actual, el anhelo perenne y siempre nuevo de la Iglesia católica: anunciar a todos la buena nueva que Cristo nos ha encomendado. El lema elegido para este congreso lo expresa muy bien: "Alimentarnos de la Palabra para ser "servidores de la Palabra" en la tarea de la evangelización: euntes in mundum universum".

Durante estas intensas jornadas de trabajo, habéis tratado de realizar lo que escribí en la carta apostólica Novo millennio ineunte: "Abrir el corazón a la acción de la gracia y permitir a la palabra de Cristo que pase a través de nosotros con toda su fuerza: Duc in altum!" (n. 38).

Acoger nosotros y compartir con los demás el anuncio de Cristo, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (He 13,8): esta es la preocupación que debe caracterizar la vida de todo cristiano y de toda comunidad eclesial.

4. Para este tercer milenio, recién iniciado, el Señor nos ha regalado un instrumento particular para el anuncio de su palabra: el Catecismo de la Iglesia católica, que aprobé hace diez años.
Conserva aún hoy su realidad de don privilegiado, puesto a disposición de toda la Iglesia católica, y también ofrecido "a todo hombre que nos pida razón de la esperanza que hay en nosotros y que quiera conocer lo que cree la Iglesia católica", como escribí en la constitución apostólica Fidei depositum, con ocasión de la publicación de la edición original del Catecismo.

267 En cuanto exposición completa e íntegra de la verdad católica, de la doctrina tam de fide quam de moribus válida siempre y para todos, con sus contenidos esenciales y fundamentales permite conocer y profundizar, de modo positivo y sereno, lo que la Iglesia católica cree, celebra, vive y ora.

El Catecismo, al presentar la doctrina católica de modo auténtico y sistemático, a pesar de su carácter sintético (non omnia sed totum), remite todo el contenido de la catequesis a su centro vital, que es la persona de nuestro Señor Jesucristo. El amplio espacio que da a la Biblia, a la Tradición occidental y oriental de la Iglesia, a los santos Padres, al Magisterio y a la hagiografía; la centralidad que asegura al rico contenido de la fe cristiana; la interconexión de las cuatro partes, que constituyen, de modo complementario, la estructura del texto y ponen de relieve el vínculo estrecho que existe entre lex credendi, lex celebrandi, lex agendi y lex operandi son sólo algunas de las cualidades de este Catecismo, que nos permite una vez más maravillarnos ante la belleza y la riqueza del mensaje de Cristo.

5. No conviene olvidar tampoco su índole de texto magisterial colegial.En efecto, el texto, sugerido por el Sínodo episcopal de 1985, redactado por obispos como fruto de la consulta a todo el Episcopado, aprobado por mí en la versión original de 1992 y promulgado en la edición típica latina de 1997, destinado ante todo a los obispos como maestros autorizados de la fe católica y primeros responsables de la catequesis y de la evangelización, está destinado a convertirse cada vez más en un instrumento válido y legítimo al servicio de la comunión eclesial, con el grado de autoridad, autenticidad y veracidad propio del Magisterio ordinario pontificio.

Por otra parte, la buena acogida y la amplia difusión que ha tenido durante este decenio en las diversas partes del mundo, incluso en ámbito no católico, son un testimonio positivo de su validez y continua actualidad.

Todo esto no debe hacer que disminuya, sino más bien que se intensifique nuestro renovado esfuerzo con vistas a su mayor difusión, a una acogida más cordial y a una mejor utilización en la Iglesia y en el mundo, como se ha deseado ampliamente y se ha indicado concretamente durante los trabajos de este congreso.

6. El Catecismo está llamado a desempeñar un papel particular en la elaboración de los catecismos locales, para los cuales se propone como "punto de referencia" seguro y auténtico en la delicada misión de mediación en el ámbito local del único y perenne depósito de la fe. En efecto, es necesario conjugar, con la ayuda del Espíritu Santo, la admirable unidad del misterio cristiano con la multiplicidad de las exigencias y de las situaciones de los destinatarios del anuncio.

Para realizar este objetivo, desde hace cinco años también está a disposición la edición renovada del Directorio general para la catequesis. El nuevo texto, en cuanto revisión del Directorio de 1971 solicitado por el concilio Vaticano II, constituye un documento importante para orientar y estimular la renovación catequética, siempre indispensable para toda la Iglesia.

Como bien se indica en el prólogo, al asumir los contenidos de la fe propuestos por el Catecismo de la Iglesia católica, ofrece, en particular, normas y criterios para su presentación, así como los principios de fondo para la elaboración de los Catecismos para las Iglesias particulares y locales, formulando además las líneas esenciales y las coordenadas fundamentales de una sana y rica pedagogía de la fe, inspirada en la pedagogía divina y atenta a las múltiples y complejas situaciones de los destinatarios del anuncio catequístico, inmersos en un ámbito cultural variado.

7. Deseo que vuestros trabajos contribuyan a dar ulterior relieve a la prioridad pastoral que es una catequesis clara y motivada, íntegra y sistemática y, cuando sea necesario, también apologética. Una catequesis que pueda grabarse en la mente y en el corazón, para que alimente la oración, imprima un estilo a la vida y oriente la conducta de los fieles.

Sobre los participantes en el congreso y sobre vuestros trabajos invoco la protección de la Virgen María, la perfecta "servidora de la Palabra", que camina siempre delante de nosotros para indicarnos el Camino, para tener nuestra mirada fija en la Verdad y para obtenernos toda gracia de Vida, que brota únicamente de Jesucristo, su Hijo y nuestro Señor.

Con mi bendición.





VISITA DE SU BEATITUD TEOCTIST,

PATRIARCA DE LA IGLESIA ORTODOXA RUMANA


268
Sábado 12 de octubre de 2002




Beatitud y querido hermano:

1. Lo acojo con gran alegría en este encuentro que nos permite de nuevo saludarnos el uno al otro con el beso fraterno (cf.
1P 5,14), antes de reunirnos ante el Señor, mañana, durante la liturgia eucarística en la basílica de San Pedro. Este encuentro nos brinda la ocasión de un intercambio más directo y más personal, y da forma concreta a una promesa: continuar juntos, como lo hemos hecho en los días pasados, apacentando la grey que Dios nos ha encomendado, siendo modelos de la grey (cf. 1P 5,2-3), para que nos siga con docilidad por el camino difícil, pero rico en alegría, de la unidad y de la comunión (cf. Ut unum sint UUS 2).

En esta feliz circunstancia, mi pensamiento se dirige con gratitud al tiempo del concilio Vaticano II, en el que participé como pastor de Cracovia. En los debates de las sesiones conciliares sobre el misterio de la Iglesia, fue inevitable constatar con dolor la división que perduraba desde hacía casi un milenio entre las venerables Iglesias orientales y Roma, y quedó claro que los numerosos siglos de incomprensiones y malentendidos por ambas partes habían provocado injusticias y falta de amor. El Papa Juan XXIII, ya cuando era delegado apostólico en Sofía y Constantinopla, había puesto las bases de una comprensión más profunda y de un mayor respeto mutuo.

2. El Concilio redescubrió que la rica tradición espiritual, litúrgica, disciplinaria y teológica de las Iglesias de Oriente pertenece al patrimonio común de la Iglesia una, santa, católica y apostólica (cf. Unitatis redintegratio UR 16); asimismo, señaló la necesidad de mantener con esas Iglesias las relaciones fraternas que deben existir entre las Iglesias locales, como entre Iglesias hermanas (cf. ib., 14).

Al término de los trabajos del Concilio, con un gesto muy significativo, realizado simultáneamente en Roma, en la basílica de San Pedro, y en Constantinopla, se borraron de la memoria de la Iglesia las condenas recíprocas de 1054. Entre mi predecesor el Papa Pablo VI y el Patriarca ecuménico Atenágoras ya había tenido lugar, en aquella época, un encuentro memorable, y se había entablado entre ambos un importante intercambio epistolar, que lleva con razón el nombre de Tomos Agapis.

Desde entonces nuestra comunión, y creo poder decir nuestra amistad, se ha profundizado gracias a un intercambio recíproco de visitas y mensajes. Recuerdo con alegría la primera visita que Su Beatitud realizó a Roma en 1989, y mi viaje a Bucarest en 1999. Con el paso del tiempo, el fecundo intercambio entre nuestras Iglesias se ha realizado también en otros niveles; entre obispos, teólogos, sacerdotes, religiosos y estudiantes. En 1980 comenzaron los trabajos de una Comisión mixta internacional para el diálogo teológico entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto, que ha elaborado y publicado varios documentos. Se trata de textos en los que se manifiesta toda la amplitud de nuestra comunión de fe en el misterio de la Eucaristía, de los sacramentos, del sacerdocio y del ministerio episcopal en la sucesión apostólica. Teniendo en cuenta la función tan importante que desempeña, sería de desear que la Comisión reanude cuanto antes sus trabajos.

3. Expresamos nuestra profunda gratitud al Señor por lo que hemos podido realizar juntos, pero no podemos negar que han surgido algunas dificultades en nuestro camino común. En los años 1989-1990, después de cuarenta años de dictadura comunista, la Europa del este pudo gozar nuevamente de libertad. Las Iglesias orientales en plena comunión con la Sede de Pedro, que habían sido perseguidas duramente y reprimidas brutalmente, también han recuperado su lugar en la vida pública.

Esto ha creado tensiones, que esperamos se superen con espíritu de justicia y amor. La paz de la Iglesia es un bien tan grande, que cada uno debe estar dispuesto a hacer sacrificios para lograrlo. Confiamos plenamente en que usted, Beatitud, defienda la causa de la paz con inteligencia, sabiduría y amor. A lo largo de este camino vendrán en nuestra ayuda y nos acompañarán numerosos testigos que dieron en tiempos y lugares diferentes un ejemplo luminoso.

4. Mientras con sentimientos de profunda gratitud dirijo la mirada al camino por el que el Espíritu de Dios nos ha guiado durante estos últimos decenios, siento también que surge en mí un interrogante: ¿cómo proseguir? ¿Cuáles podrán ser nuestros próximos pasos para llegar finalmente a la comunión plena? Ciertamente, deberemos continuar en el futuro por el camino común del diálogo de la verdad y del amor.

Proseguir el diálogo de la verdad significa tratar de aclarar y superar las diferencias que subsisten aún, multiplicando los intercambios y las reflexiones en el ámbito teológico. El objetivo es llegar, a la luz del sublime modelo de la santísima Trinidad, a una unidad que no implique ni absorción ni fusión (cf. Slavorum apostoli, 27), sino que respete la diferencia legítima entre las diversas tradiciones, que forman parte integrante de la riqueza de la Iglesia.

269 Tenemos principios de comportamiento, que han sido formulados en textos comunes y que, para la Iglesia católica, siguen siendo válidos. También nos preocupa el proselitismo de nuevas comunidades o movimientos religiosos sin raíces históricas que invaden países y regiones donde están presentes las Iglesias tradicionales y donde desde hace siglos se proclama el anuncio del Evangelio. La Iglesia católica también vive esta triste experiencia en diversas partes del mundo.
Por su parte, la Iglesia católica reconoce la misión que las Iglesias ortodoxas están llamadas a cumplir en los países donde están arraigadas desde hace siglos. Lo único que desea es ayudar y colaborar en esta misión, así como realizar su tarea pastoral destinada a sus fieles y a los que se dirigen libremente a ella. Para corroborar esta actitud, la Iglesia católica ha procurado sostener y ayudar a la misión de las Iglesias ortodoxas en sus países de origen, así como la actividad pastoral de numerosas comunidades que viven en la diáspora, junto a las comunidades católicas. Sin embargo, donde surjan problemas o incomprensiones, es necesario afrontarlos con un diálogo fraterno y franco, buscando soluciones que comprometan recíprocamente a ambas partes. La Iglesia católica está siempre abierta a este diálogo, para dar juntos un testimonio cristiano cada vez más creíble.

Proseguir el diálogo del amor significa continuar promoviendo los intercambios y los encuentros personales entre obispos, sacerdotes y laicos, entre centros monásticos y estudiantes de teología. Sí, pienso que debemos estimular, sobre todo, el encuentro entre los jóvenes, puesto que tienen siempre interés por conocer mundos diferentes del suyo y abrirse a una dimensión más amplia. Por tanto, nuestro deber consiste en extirpar los viejos prejuicios y preparar un futuro nuevo, fundado en una paz ofrecida mutuamente.

5. Me parece interesante otro aspecto. Me pregunto si nuestras relaciones han llegado a ser suficientemente profundas y maduras como para permitirnos, con la gracia de Dios, darles una sólida estructura institucional, de manera que encontremos también formas estables de comunicación y de intercambio regular y recíproco de informaciones con cada una de las Iglesias ortodoxas, y entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa en su conjunto. Me agradaría que esta cuestión fuera objeto de una seria reflexión durante los diálogos futuros, y que se sugirieran soluciones constructivas en este sentido.

Somos conscientes de ser sólo humildes instrumentos en las manos de Dios. Únicamente el Espíritu de Dios puede darnos la comunión plena. Por eso es importante invocarlo cada vez con mayor intensidad, para que nos conceda paz y unidad. Con María y los Apóstoles, unámonos e imploremos la venida del Espíritu de amor y de unidad. Continuemos nuestra peregrinación común hacia la unidad visible, con la certeza de que Dios guía nuestros pasos.
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Discurso de Su Beatitud Teoctist






Discursos 2002 261