Discursos 2002 320


A LA FAMILIA ESPIRITUAL DE DON CARLO GNOCCHI


Sábado 30 de noviembre de 2002



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Es para mí motivo de gran alegría acogeros hoy en el marco de las celebraciones por el centenario del nacimiento de don Carlo Gnocchi, y del 50° aniversario de la Fundación nacida de su corazón de insigne "sacerdote educador y empresario de la caridad", como lo definió en 1987 el cardenal Carlo Maria Martini, al incoar su proceso de beatificación. Gracias por vuestra visita, que me brinda la ocasión de manifestaros mi sincero aprecio por el benemérito servicio que prestáis a cuantos se encuentran en dificultades.

Os saludo con afecto a todos: huéspedes, dirigentes, agentes, voluntarios, ex alumnos y amigos de la gran familia espiritual de don Carlo Gnocchi, sin olvidar la Asociación nacional de alpinos, vinculada a la figura y a la obra de este celoso sacerdote. Saludo a los representantes de los institutos religiosos masculinos y femeninos surgidos por obra de don Gnocchi y al presidente de la Fundación, monseñor Angelo Bazzari, al que agradezco los devotos sentimientos que ha querido expresarme en vuestro nombre. Saludo a la joven huésped del centro de Milán que se ha hecho intérprete de todos los huéspedes de la Fundación. Dirijo un saludo deferente al alcalde de Milán y a las demás autoridades civiles y militares que han querido estar presentes en este encuentro.

2. El siervo de Dios don Carlo Gnocchi, "padre de los niños mutilados", fue educador de jóvenes desde el inicio de su ministerio sacerdotal. Conoció los horrores de la segunda guerra mundial como capellán voluntario, primero en el frente greco-albanés y, después, con los alpinos de la división "Tridentina", en la campaña de Rusia. Se prodigó con caridad heroica al servicio de los heridos y los moribundos, y maduró el designio de una gran obra destinada a los pobres, los huérfanos y los menos favorecidos.

321 Nació así la Fundación "Pro Juventute", a través de la cual multiplicó iniciativas sociales y apostólicas en favor de numerosos huérfanos de guerra y niños mutilados a causa del estallido de artefactos bélicos. Su generosidad prosiguió después de su muerte, que se produjo el 28 de febrero de 1956, mediante la donación de sus córneas a dos niños invidentes. Fue un gesto precursor, si se considera que en Italia el trasplante de órganos no estaba regulado aún por disposiciones legislativas.

3. Amadísimos hermanos y hermanas, las celebraciones jubilares durante este año os han permitido profundizar aún más en las razones de vuestro compromiso en la sociedad y en la Iglesia. De la rehabilitación e integración social de los niños mutilados de guerra habéis pasado hoy a organizar diversas actividades en favor de niños, adultos y ancianos no autosuficientes. Además, respondiendo a las nuevas necesidades que van surgiendo en la sociedad, habéis abierto vuestras casas a enfermos de cáncer terminales. Al mismo tiempo, no habéis dejado de invertir en la investigación científica, cuidando la formación profesional de discapacitados a través de escuelas y cursos en varias regiones de Italia.

4. "Restaurar la persona humana" es el principio en el que os seguís inspirando, con fidelidad al espíritu de don Carlo Gnocchi. Estaba convencido de que no basta asistir al enfermo; es preciso "restaurarlo", promoviéndolo mediante terapias adecuadas para que pueda recuperar la confianza en sí mismo. Esto exige una actualización técnica y profesional, pero requiere aún más un constante apoyo humano y, sobre todo, espiritual. "Compartir el sufrimiento -solía repetir este insigne pedagogo social- es el primer paso terapéutico; el resto lo hace el amor".

Y precisamente el amor fue el secreto de toda su vida. En cada persona que sufría veía a Cristo crucificado, especialmente cuando se trataba de personas frágiles, pequeñas e indefensas. Comprendió que la luz capaz de dar sentido al dolor inocente de los niños viene del misterio de la cruz. Cada niño mutilado era para él "una pequeña reliquia de la redención cristiana y un signo que anticipa la gloria pascual".

5. Amadísimos hermanos y hermanas, no dejéis de seguir las huellas de este inolvidable maestro de vida. Como él, sed buenos samaritanos para cuantos llaman a la puerta de vuestras casas. Su mensaje representa hoy una singular profecía de solidaridad y paz. En efecto, sirviendo de modo desinteresado a los últimos y a los pequeños, se contribuye a construir un mundo más acogedor y solidario.

Casi todos vuestros centros de recuperación y rehabilitación están dedicados a la Virgen. Que ella, la Madre de la esperanza, a la que don Gnocchi acudía con devoción filial, os sostenga y guíe hacia nuevas metas de bien.

Os aseguro mi oración, a la vez que os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, y a cuantos componen la gran familia de la "Fundación don Carlo Gnocchi".







MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PATRIARCA ECUMÉNICO BARTOLOMÉ I


CON OCASIÓN DE LA FIESTA DE SAN ANDRÉS




A Su Santidad

BARTOLOMÉ I

Arzobispo de Constantinopla
Patriarca ecuménico

"Gracia y paz abundantes" a vosotros que habéis sido elegidos "según el previo conocimiento de Dios Padre, con la acción santificadora del Espíritu, para obedecer a Jesucristo" (cf. 1P 1,2).

322 Con estas palabras de saludo el apóstol san Pedro se dirigió a los cristianos del Ponto, de Galacia, de Capadocia, de Asia y de Bitinia. Y con estas mismas palabras de anhelo de paz me dirijo a usted en esta feliz circunstancia de la fiesta del santo patrono del Patriarcado ecuménico.

Hoy, este deseo se transforma en oración. La delegación, guiada por el cardenal Walter Kasper, presidente del Consejo pontificio para la promoción de la unidad de los cristianos, quien, a petición mía, os visita, se une a Vuestra Santidad, al Santo Sínodo y a toda la Iglesia de Constantinopla para elevar a Dios nuestro Padre, con un fervor común, la gran doxología en la que las tradiciones oriental y latina se encuentran en la conmemoración del apóstol san Andrés, el primer llamado, el hermano de Pedro.

La fraternidad de los apóstoles san Pedro y san Andrés, así como la misma y única vocación a la que fueron llamados mientras realizaban su trabajo cotidiano (cf. Mc
Mc 1,16-17), nos invitan a buscar juntos, cada día, la comunión plena, para cumplir nuestra misión común de reconciliación en Dios y de promoción de un auténtico espíritu pacífico y cristiano, en un mundo caracterizado por dramáticas laceraciones y conflictos armados.

La fidelidad a Cristo de los dos santos hermanos, Pedro y Andrés, hasta el último sacrificio, el del martirio, exhorta a nuestras comunidades, nacidas de la predicación de los Apóstoles y situadas en la sucesión apostólica ininterrumpida, a comprometerse para superar las dificultades que impiden aún la concelebración eucarística.

Esta misma fidelidad, arraigada en el sacrificio del martirio, es el modelo al que debemos tender continuamente sin reticencias, y que debe guiar nuestros pasos y disponernos plena y humildemente al sacrificio por la unidad querida por el Señor.

Todos nuestros contactos, nuestras conversaciones y nuestras experiencias de colaboración están orientados hacia un único fin: la unidad, condición esencial indicada por Cristo, que debe caracterizar las relaciones entre sus discípulos. Por su parte, la Iglesia católica se ha comprometido con convicción en este proceso, con la voluntad de hacer progresar cualquier iniciativa que favorezca la búsqueda de la unidad plena entre todos los discípulos de Cristo. Por tanto, estimamos conveniente encontrar formas más frecuentes de comunicación e intercambios regulares y recíprocos entre nosotros, para hacer más armoniosas nuestras relaciones y coordinar de manera más eficaz nuestros esfuerzos comunes. ¿Cómo no evocar en este contexto la preocupación que llevo muy dentro del corazón y que Su Santidad comparte conmigo, a saber, impulsar de nuevo el diálogo teológico con miras a una nueva fase, tras las incertidumbres, las dificultades y las vacilaciones del último decenio?

Estos son los pensamientos que me vienen a la mente y al corazón al celebrar la fiesta de san Andrés, hermano de san Pedro. Pienso también en el icono que Su Santidad Atenágoras I regaló a Su Santidad Pablo VI en recuerdo de su primer y feliz encuentro en Jerusalén. Representa a los apóstoles san Pedro y san Andrés en un abrazo fraterno, y es el símbolo de la realidad a la que debemos tender: el abrazo de nuestras Iglesias en la comunión plena.

Con estos sentimientos y con la esperanza de que nuestras relaciones eclesiales, vivificadas por un impulso siempre renovado, se desarrollen aún más, le aseguro, Santidad, mi afecto fraterno en el Señor.

Vaticano, 25 de noviembre de 2002







                                                                       Diciembre de 2002





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


EN LA PRESENTACIÓN DEL LIBRO "IMÁGENES"


Martes 3 de diciembre de 2002



Señor cardenal;
323 queridos hermanos en el episcopado;
ilustres señores y señoras:

Os doy a cada uno mi cordial bienvenida, y os expreso mi sincera gratitud por esta visita, y por el grato regalo del volumen fotográfico titulado "Imágenes".

Doy las gracias al querido cardenal Andrzej Maria Deskur, al presidente, al secretario, al subsecretario y a los colaboradores del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, que han promovido esta iniciativa editorial para recordar el inicio del 25° año de mi pontificado.
Extiendo mi saludo y mi agradecimiento a los representantes de las sociedades Edindustria y Tosinvest, que han patrocinado la obra, así como a los fotógrafos que generosamente han puesto a disposición elocuentes instantáneas, hábilmente reproducidas por la empresa gráfica "Arc en ciel".

Esta nueva publicación quiere testimoniar, con el lenguaje eficaz de las imágenes, la actividad desarrollada por el Sucesor de Pedro durante estos 24 años, ilustrando sus momentos y acontecimientos más significativos.

Espero de corazón que los encuentros del Papa con los fieles de todo el mundo, que habéis querido documentar ampliamente en esta antología fotográfica, animen a todos a proseguir fielmente por el camino del testimonio evangélico.

Con estos sentimientos, os bendigo de corazón a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LA MARINA MILITAR ITALIANA


EN LA FIESTA DE SU PATRONA


Miércoles 4 de diciembre de 2002

Amadísimos marineros:

Me alegra encontrarme con vosotros el día de la memoria litúrgica de santa Bárbara, vuestra patrona celestial. Os saludo a todos con afecto. Saludo, en particular, a vuestro arzobispo, monseñor Giuseppe Mani, al que agradezco las amables palabras que me ha dirigido, y a vuestros capellanes. Dirijo un saludo deferente al ministro de Defensa, que ha querido estar presente, así como al Estado mayor de vuestra Fuerza armada.

324 Todos los años la Marina militar se reúne para celebrar, con especial devoción, la fiesta de santa Bárbara, la cual constituye un modelo de vida y de servicio también para los marineros. Esta joven mártir dio un testimonio intrépido de su fe: no temió afrontar la muerte con tal de no faltar a su compromiso de fidelidad a Cristo y al Evangelio.

También vosotros, queridos marineros, estáis llamados a dar prueba de fidelidad a Dios y a los hermanos, trabajando generosamente como ministros de la seguridad y de la libertad de vuestro pueblo, contribuyendo así de modo eficaz a la estabilidad y a la paz internacional (cf. Gaudium et spes
GS 79). Vuestro servicio, no exento de sacrificios, os lleva a encontraros con personas y pueblos de diferentes culturas en todo el mundo. Como cristianos, se os pide testimoniar la fe de modo coherente. Queridos militares, para ser instrumentos eficaces de paz en todos los ambientes, mantened un contacto ininterrumpido con Cristo en la oración. Así, seréis capaces de indicar también a los demás el sendero que conduce al Señor, camino, verdad y vida.

Que santa Bárbara os proteja y acompañe en la vida de todos los días. El Papa os bendice y os sigue con afecto, asegurándoos a cada uno de vosotros y a vuestras familias un recuerdo diario en la oración.








A LA CONFERENCIA INTERNACIONAL


SOBRE GLOBALIZACIÓN Y EDUCACIÓN


CATÓLICA SUPERIOR


Jueves 5 de diciembre de 2002

: Señores cardenales;
señor presidente de la Federación internacional de universidades católicas;
queridos rectores y profesores de universidades católicas;
queridos amigos:

1. Me alegra saludaros cordialmente y manifestaros mi aprecio por el compromiso cultural y evangelizador de las universidades católicas de todo el mundo. Vuestra presencia me brinda la oportunidad de dirigirme al Cuerpo académico, al personal y a los alumnos de vuestras instituciones, que constituyen la comunidad universitaria. La cita de hoy me recuerda con emoción el tiempo en que yo también me dedicaba a la enseñanza superior.

Agradezco al señor cardenal Zenon Grocholewski las palabras con las que ha interpretado los sentimientos de todos vosotros, ilustrando al mismo tiempo las motivaciones y las perspectivas que animan la actividad de investigación y de enseñanza que se realiza en vuestros ateneos.

2. Organizado conjuntamente por la Congregación para la educación católica y la Federación internacional de universidades católicas, vuestro congreso sobre el tema "La globalización y la universidad católica" es particularmente oportuno. Pone de relieve que la universidad católica ha de tener siempre presentes en su reflexión los cambios de la sociedad, para proponer nuevas consideraciones.

325 La institución universitaria nació en el seno de la Iglesia en las grandes ciudades europeas como París, Bolonia, Salamanca, Padua, Oxford, Coimbra, Roma, Cracovia, Praga, poniendo de relieve el papel de la Iglesia en el ámbito de la enseñanza y la investigación. Ha sido alrededor de hombres que eran a la vez teólogos y humanistas como se organizó la enseñanza superior no sólo en teología y en filosofía, sino también en la mayoría de las materias profanas. Las universidades católicas continúan jugando hoy un papel importante en el panorama científico internacional y están llamadas a tomar parte activa en la investigación y desarrollo del saber, para la promoción de las personas y el bien de la humanidad.

3. Las nuevas cuestiones científicas requieren gran prudencia y estudios serios y rigurosos; estas plantean numerosos desafíos, tanto a la comunidad científica como a las personas que deben tomar decisiones, especialmente en el ámbito político y jurídico. Os animo, pues, a permanecer vigilantes, para percibir en los avances científicos y técnicos, y también en el fenómeno de la globalización, lo que es prometedor para el hombre y la humanidad, pero también los peligros que entrañan para el futuro. Entre los temas que en la actualidad revisten un interés particular quisiera citar los que atañen directamente a la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales, y con los cuales están íntimamente relacionados los grandes interrogantes de la bioética, como son el estatuto del embrión humano y las células estaminales, hoy objeto de experimentos y manipulaciones inquietantes, no siempre ni moral ni científicamente justificados.

4. La globalización es, con mucha frecuencia, resultado de factores económicos, que hoy más que nunca determinan las decisiones políticas, legales y bioéticas, a menudo en detrimento de los intereses humanos y sociales. El mundo universitario debe esforzarse por analizar los factores que subyacen a estas decisiones y, a la vez, debe contribuir a convertirlos en actos verdaderamente morales, actos dignos de la persona humana. Esto implica destacar con fuerza la centralidad de la dignidad inalienable de la persona humana en la investigación científica y en las políticas sociales.
Con sus actividades, los profesores y alumnos de vuestras instituciones están llamados a dar un testimonio claro de su fe ante la comunidad científica, mostrando su compromiso con la verdad y su respeto por la persona humana. En efecto, los cristianos deben llevar a cabo la investigación a la luz de la fe arraigada en la oración, en la escucha de la Palabra de Dios, en la Tradición y en la enseñanza del Magisterio.

5. Las universidades tienen como finalidad formar hombres y mujeres en las diferentes disciplinas, tratando de mostrar el profundo vínculo estructural entre la fe y la razón, "las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad" (Fides et ratio
FR 1). No hay que olvidar que una educación auténtica debe presentar una visión completa y trascendente de la persona humana y educar la conciencia de las personas. Conozco los esfuerzos que realizáis, al enseñar las disciplinas profanas, por transmitir a vuestros alumnos un humanismo cristiano y presentarles en su currículo universitario los elementos básicos de la filosofía, la bioética y la teología. Esto confirmará su fe y formará su conciencia (cf. Ex corde Ecclesiae, 15).

6. La universidad católica debe cumplir su misión tratando de conservar su identidad cristiana y participando en la vida de la Iglesia local. Aunque disfruta de autonomía científica, tiene la tarea de vivir la enseñanza del Magisterio en los diferentes campos de la investigación en los que está implicada. La constitución apostólica Ex corde Ecclesiae subraya esta doble misión: en cuanto universidad, "es una comunidad académica, que, de modo riguroso y crítico, contribuye a la tutela y desarrollo de la dignidad humana y de la herencia cultural mediante la investigación, la enseñanza y los diversos servicios ofrecidos" (n. 12). En cuanto católica, manifiesta su identidad fundada en la fe católica, con fidelidad a las enseñanzas y a las orientaciones que ha dado la Iglesia, asegurando "una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura" (n. 13). En efecto, a cada profesor o investigador, pero también a la comunidad universitaria en su totalidad y a la institución misma, corresponde vivir este compromiso como un servicio al Evangelio, a la Iglesia y al hombre.

Por lo que les concierne, las autoridades universitarias tienen el deber de velar por la rectitud y la conservación de los principios católicos en la enseñanza y en la investigación dentro de sus instituciones. Es evidente que los centros universitarios que no respeten las leyes de la Iglesia y la enseñanza del Magisterio, sobre todo en materia de bioética, no pueden invocar la condición de universidad católica. Por tanto, invito a las personas y a las universidades a reflexionar en su modo de vivir con fidelidad a los principios característicos de la identidad católica y, en consecuencia, a tomar las decisiones que se imponen.

7. Al concluir nuestro encuentro, quisiera expresaros mi confianza y mi aliento. Las universidades católicas son valiosas para la Iglesia. Cumplen una misión al servicio de la inteligencia de la fe y del desarrollo del saber, y crean sin cesar puentes entre los científicos de todas las disciplinas. Están llamadas a ser cada vez más lugares de diálogo con todo el mundo universitario, para que la formación cultural y la investigación estén al servicio del bien común y del hombre, el cual no se puede considerar un mero objeto de investigación.

Encomendándoos a la intercesión de la Virgen María, de santo Tomás de Aquino y de todos los doctores de la Iglesia, os imparto a vosotros, así como a las personas y a las instituciones que representáis, la bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A UN GRUPO DE PERIODISTAS CATÓLICOS


Viernes 6 de diciembre de 2002



Queridos amigos en Cristo:

326 Me complace tener esta oportunidad de encontrarme con vosotros, miembros de la Unión católica internacional de la prensa, al celebrar vuestra organización su 75° aniversario. En esta feliz ocasión, os expreso a todos mi más cordial saludo y mis mejores deseos, y agradezco al arzobispo John Foley, presidente del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales, las amables palabras que me ha dirigido en vuestro nombre.

Desde su fundación, la Unión ha tenido un crecimiento y desarrollo notables. Lo pone de manifiesto el hecho de que vuestro primer congreso mundial, celebrado en 1930, reunió a 230 periodistas católicos de 33 países diferentes, mientras que el último, que tuvo lugar el año pasado, convocó a 1080 periodistas católicos procedentes de 106 países de todo el mundo. Ciertamente, este incremento numérico ha ido acompañado por una conciencia cada vez más profunda de la importancia de vuestra identidad católica en el ámbito del periodismo, especialmente en el contexto de nuestro mundo, en rápida transformación.

Podemos preguntarnos: ¿qué significa ser periodista católico profesional? Significa simplemente ser una persona íntegra, un hombre cuya vida personal y profesional refleja las enseñanzas de Jesús y del Evangelio. Significa luchar por los más altos ideales de excelencia profesional, siendo hombres o mujeres de oración que tratan de dar siempre lo mejor que tienen. Significa tener la valentía de buscar y comunicar la verdad, incluso cuando la verdad es molesta o no se la considera "políticamente correcta". Significa ser sensible a los aspectos morales, religiosos y espirituales de la vida humana, aspectos que a menudo se tergiversan o ignoran deliberadamente. Significa informar no sólo sobre los delitos y las tragedias que ocurren, sino también sobre las acciones positivas y edificantes realizadas en favor de las personas necesitadas: los pobres, los enfermos, los discapacitados, los ancianos y los que, de cualquier modo, se ven olvidados por la sociedad.
Significa ofrecer ejemplos de esperanza y heroísmo a un mundo que los necesita desesperadamente.

Queridos amigos, estos son algunos de los aspectos que deben caracterizar vuestra vida profesional de periodistas católicos. Y este es el espíritu que la Unión católica internacional de la prensa debe esforzarse siempre por encarnar en sus miembros y en sus actividades. Con mi cordial felicitación por el 75° aniversario de vuestro distinguido servicio a estos ideales, pido a Dios que vuestra organización siga siendo fuente de fraternidad y apoyo para los católicos que trabajan en el mundo del periodismo. Que os ayude a fortalecer vuestro compromiso con Cristo en vuestra profesión y a través de ella. Con afecto en el Señor, os imparto cordialmente a vosotros y a vuestras familias mi bendición apostólica.







ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A LA INMACULADA EN LA PLAZA DE ESPAÑA


Domingo 8 de diciembre de 2002



1. Ave Maria, gratia plena!
Virgen Inmaculada, heme aquí una vez más
a tus pies con gran emoción y gratitud.
Vuelvo a esta histórica plaza de España
en el día solemne de tu fiesta
327 a orar por la amada ciudad de Roma,
por la Iglesia y por el mundo entero.

En ti, "más humilde y excelsa
que cualquier otra criatura", la gracia divina
obtuvo una victoria plena sobre el mal.

Tú, preservada de toda mancha de culpa,
eres para nosotros,
peregrinos por los caminos del mundo,
modelo luminoso de coherencia evangélica
y prenda validísima de esperanza segura.

2. Virgen Madre, Salus Populi Romani, vela,
328 te lo suplico, sobre la querida diócesis de Roma:
sobre los pastores y los fieles,
sobre las parroquias y las comunidades religiosas.

Vela especialmente sobre las familias:
que entre los esposos reine siempre el amor,
confirmado por el Sacramento;
que los hijos caminen por las sendas
del bien y de la auténtica libertad;
que los ancianos se vean envueltos
de atenciones y afecto.

María, suscita en muchos corazones jóvenes
329 respuestas radicales a la "llamada a la misión",
tema sobre el que la diócesis
está reflexionando en estos años.

Que en Roma,
gracias a una intensa pastoral vocacional,
surjan nuevas fuerzas juveniles,
que se entreguen con entusiasmo al anuncio
del Evangelio en la ciudad y en el mundo.

3. Virgen santísima, Reina de los Apóstoles,
ayuda a los que, con el estudio y la oración,
se preparan para trabajar
330 en las múltiples fronteras
de la nueva evangelización.

Hoy te encomiendo, de modo especial,
a la comunidad del Pontificio Colegio Urbano,
cuya sede histórica se encuentra
precisamente frente a esta columna.

Que esa benemérita institución,
fundada hace 375 años por el Papa Urbano VIII
para la formación de misioneros,
continúe eficazmente su servicio eclesial.

Que cuantos sean acogidos en ella, seminaristas,
331 sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos,
estén dispuestos a poner sus energías
a disposición de Cristo al servicio del Evangelio
hasta los últimos confines de la tierra.

4. Sancta Maria, Mater Dei, ora pro nobis!
Ruega, Madre, por todos nosotros.
Ruega por la humanidad que sufre
miseria e injusticia, violencia y odio,
terror y guerras.

Ayúdanos a contemplar con el santo rosario
los misterios de Cristo, que "es nuestra paz",
332 para que todos nos sintamos implicados
en un compromiso preciso al servicio de la paz.

Dirige tu mirada de manera particular
a la tierra en la que diste a luz a Jesús,
tierra que juntos habéis amado
y que también hoy sufre una gran prueba.

Ruega por nosotros, Madre de la esperanza.
"Danos días de paz, vela sobre nuestro camino.
Haz que veamos a tu Hijo
colmados de alegría en el cielo".

Amén.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


AL PONTIFICIO COLEGIO BEDA


333

Lunes 9 de diciembre de 2002



Queridos hermanos en Cristo:

Me alegra saludaros y expresaros mis mejores deseos con ocasión del 150° aniversario del Pontificio Colegio Beda. Me uno a vosotros en la alabanza a Dios por las numerosas gracias que ha concedido a la Iglesia a través de la obra del Colegio desde su fundación.

En un tiempo de gran turbulencia el santo Papa Pío IX instituyó lo que luego se convertiría en el Colegio Pío. La sociedad estaba en agitación, y la Iglesia se vio afectada por los problemas de la época. En Inglaterra, algunos anglicanos habían decidido recibir la ordenación en la Iglesia católica, y esto impulsó al Papa a instituir el Colegio. A fines del siglo XIX, de nuevo en un período agitado, el Colegio recibió nueva vida, y en el año 1897 se convirtió en el Pontificio Colegio Beda, en honor del gran santo y erudito inglés, a quien el Papa León XIII estaba a punto de proclamar doctor de la Iglesia.

Otro paso importante se dio en 1960, cuando el Colegio se trasladó a su sede actual, a la sombra de la basílica de San Pablo. Mientras tanto, el Colegio había abierto sus puertas a estudiantes de numerosos países. Los obispos de Inglaterra y Gales prestan con él un gran servicio a toda la Iglesia, y yo deseo agradecerles su generosidad.

Encomiendo con fervor el Colegio y su comunidad a la protección de María, Madre de la Iglesia, y a la intercesión de vuestro patrono, san Beda el Venerable. Dios os bendiga a todos.










AL DÉCIMO GRUPO DE OBISPOS DE BRASIL


EN VISITA "AD LIMINA"


Martes 10 de diciembre de 2002



Venerados hermanos en el episcopado:

1. Es para mí motivo de gran alegría acogeros hoy, al concluir el encuentro personal que he tenido con vosotros. Os saludo a todos con cordialidad fraterna y doy gracias al Señor por la comunión plena que os une a vuestras Iglesias locales y al Sucesor de Pedro.

La división, aún reciente, de la provincia eclesiástica de Salvador, con la constitución de las dos nuevas provincias de Feira de Santana y Vitória de Conquista, está destinada a facilitar el trabajo organizativo y de acompañamiento de ese territorio que, al igual que la provincia eclesiástica de Aracajú, interpela y representa un desafío para la creatividad y la capacidad evangelizadora de toda la Iglesia.

Tenéis ante vosotros, como un libro abierto, esa gran región, con toda su realidad histórica, social y religiosa. La fe del pueblo brasileño tuvo su origen principalmente en esas localidades. En 1676 se constituyó la provincia eclesiástica de Brasil, con la sede metropolitana en Bahía, en torno a la cual se agruparon después, como sufragáneas, las diócesis de Río de Janeiro, Pernambuco, Maranhão y, en el siglo siguiente, las del Gran Pará, São Paulo y Mariana, con las prelaturas de Cuiabá y Goiás. El tiempo no puede borrar el recuerdo de tantos pastores originarios de allí y de muchos llegados del exterior, que se han dedicado generosamente a plantar las semillas del Verbo.

334 Doy las gracias a monseñor Ricardo José Weberberger, obispo de Barreiras y presidente de vuestra Conferencia regional, por haberse hecho intérprete de vuestros sentimientos, ilustrando las esperanzas y las dificultades, los proyectos y las expectativas de las diócesis que se os han confiado. Quiero aprovechar esta circunstancia para enviar mi afectuoso recuerdo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todo el pueblo cristiano de vuestras comunidades diocesanas, en las que pienso con estima y aprecio.

2. En el corazón del Papa, y estoy seguro de que también en el corazón de todos vosotros, amados obispos, hay un lugar especial reservado a los consagrados en la Iglesia. El carisma de cada uno es un signo elocuente de participación en la multiforme riqueza de Cristo, cuya "anchura, longitud, altura y profundidad" (cf. Ef
Ep 3,18) supera siempre todo cuanto podamos captar de su plenitud. Y la Iglesia, que es el rostro visible de Cristo en el tiempo, acoge y alimenta en su seno congregaciones e institutos con estilos muy diferentes, porque todos contribuyen a revelar la presencia variada y el dinamismo polivalente del Verbo de Dios encarnado y de la comunidad de los que creen en él.

En un tiempo en que se palpa el riesgo de construir al hombre con una sola dimensión, que inevitablemente acaba por ser historicista e inmanentista, los consagrados están llamados a mantener el valor y el sentido de la oración contemplativa, no separada sino unida al compromiso vivo de un generoso servicio prestado a los hombres, que precisamente de ahí recibe impulso y eficacia: oración y trabajo, acción y contemplación son binomios que en Cristo nunca degeneran en contraposiciones antitéticas; antes bien, maduran en una mutua complementariedad y en una fecunda integración.

La sociedad actual necesita ver en los hombres y en las mujeres consagrados que existe armonía entre lo humano y lo divino, entre las cosas visibles y las invisibles (cf. 2Co 4,18), y que las segundas superan a las primeras, sin trivializarlas ni humillarlas jamás, sino vivificándolas y elevándolas al nivel del plan eterno de salvación. Ese es el testimonio que deben dar hoy al mundo: mostrar la bondad y el amor que entraña el misterio de Cristo (cf. Tt 3,4) y, simultáneamente, manifestar que en el compromiso entre los hombres se requiere lo trascendente y sobrenatural.

3. Deseo destacar de nuevo el mérito de tantas congregaciones religiosas que han enviado las mejores vocaciones para formar y educar a ese pueblo con tanto amor y entrega. ¿Podemos olvidar a los franciscanos, los dominicos, los agustinos, los benedictinos, los jesuitas, los salesianos, los lazaristas, los combonianos y los presbíteros fidei donum? Lo que hoy vemos en todo el territorio nacional es fruto del trabajo oculto, silencioso y benemérito de muchos laicos y laicas y de tantos religiosos y religiosas que han contribuido y contribuyen a la edificación del alma cristiana del brasileño. Reconozcámoslo y demos gracias a Dios porque, en el silencio y en la entrega desinteresada, la ciudad de Dios ha crecido, y el árbol frondoso de la Iglesia ha dado sus frutos de bien y de gracia.

Las numerosas comunidades religiosas, tanto de vida activa como contemplativa, constituyen sin duda una gran riqueza para las Iglesias que presidís. Cada una de ellas es un don para la diócesis, que contribuye a edificar, ofreciendo la experiencia del Espíritu propia de su carisma y la actividad evangelizadora característica de su misión. Precisamente por ser un don inestimable para toda la Iglesia, se recomienda al obispo "sustentar y prestar ayuda a las personas consagradas, a fin de que, en comunión con la Iglesia y fieles a la inspiración fundacional, se abran a perspectivas espirituales y pastorales en armonía con las exigencias de nuestro tiempo" (Vita consecrata VC 49).
En esta importante tarea, el diálogo respetuoso y fraterno será el camino privilegiado para aunar esfuerzos y asegurar la coherencia pastoral indispensable en cada diócesis, bajo la guía de su pastor.

4. Las comunidades religiosas que se insertan en la vida de la propia diócesis merecen todo apoyo y estímulo. Dan una contribución valiosa, porque, a pesar de la "diversidad de carismas, el Espíritu es el mismo" (1Co 12,4). En este sentido, el concilio Vaticano II afirmó: "Los religiosos han de procurar con empeño que la Iglesia, por medio de ellos, muestre cada vez mejor a Cristo a creyentes y no creyentes: Cristo en oración en el monte, o anunciando a las gentes el reino de Dios, curando a los enfermos y lisiados, convirtiendo a los pecadores" (Lumen gentium LG 46).

La Iglesia no puede menos de manifestar alegría y aprecio por todo lo que realizan los religiosos mediante las universidades, las escuelas, los hospitales y otras obras e instituciones. Este vasto servicio en favor del pueblo de Dios se ve fortalecido por todas las comunidades religiosas que han respondido de modo adecuado a la exhortación del Concilio, mediante la fidelidad al carisma fundacional y el compromiso renovado por lo que se refiere a los elementos esenciales de la vida religiosa (cf. Perfectae caritatis PC 2). Pido a Dios que recompense abundantemente a todas las comunidades religiosas por la colaboración que prestan en la pastoral diocesana, tanto en la vida oculta y silenciosa de un monasterio como en el compromiso de atender y formar en la fe a todos los sectores de la sociedad, incluyendo las poblaciones indígenas.

Que las actividades pastorales estén orientadas por un dinamismo sano, para difundir en todos los ambientes la fe revelada; ahí están también, por ejemplo, los medios de comunicación social, a los que hay que interpelar con vistas a una correcta difusión de la verdad. Los religiosos en el mundo entero, y Brasil no es una excepción, hacen de los medios de comunicación social escritos y hablados un gran instrumento de difusión de la buena nueva. De ahí la importancia de una buena orientación, para que no se dejen arrastrar por ideologías contrarias al magisterio de la Iglesia, y se comprometan a mantener la unidad con la Sede de Pedro.

En su gran diversidad, la vida consagrada constituye una riqueza de la Iglesia en vuestro país. Las cualidades espirituales de sus miembros, que benefician a los fieles y son también una valiosa ayuda para los sacerdotes, hacen cada vez más presente en la conciencia del pueblo de Dios "la exigencia de responder con la santidad de la vida al amor de Dios derramado en los corazones por el Espíritu Santo, reflejando en la conducta la consagración sacramental obrada por Dios en el bautismo, la confirmación o el orden" (Vita consecrata VC 33).

335 Las comunidades religiosas, en fidelidad al carisma que les es propio, en comunión y en diálogo con los demás miembros de la Iglesia, en primer lugar con los obispos, deben responder con generosidad a las inspiraciones del Espíritu y esforzarse por buscar caminos nuevos para la misión, a fin de anunciar a Cristo a todas las culturas, hasta las regiones más lejanas.

5. En un ambiente profundamente secularizado es decisiva la proclamación del reino de Dios con el testimonio de los religiosos y las religiosas. Por eso, deseo invitaros a prestar mayor atención a la promoción y al cuidado de la vida consagrada en vuestro país. La práctica de los consejos evangélicos atestigua "la vida nueva y eterna adquirida por la redención de Cristo y anuncia ya la resurrección futura y la gloria del reino de los cielos" (Lumen gentium
LG 44). La función distintiva del mensaje evangélico justifica plenamente el aumento de las iniciativas, tanto en el ámbito diocesano como a través de la Conferencia episcopal, para estimular aún más a los jóvenes a responder con generosidad a la llamada a los institutos de vida consagrada y las sociedades de vida apostólica.

Si tenemos en cuenta que, en menos de dos décadas, las vocaciones de sacerdotes diocesanos en Brasil han superado a las de los religiosos, comprenderemos el peso del esfuerzo que debería realizarse también entre estos últimos para promover nuevos obreros para la mies del Señor.
Se trata de un problema de gran importancia para la vida de la Iglesia en todo el mundo. Es "urgente organizar una pastoral de las vocaciones amplia y capilar, que llegue a las parroquias, a los centros educativos y a las familias, suscitando una reflexión atenta sobre los valores esenciales de la vida, los cuales se resumen claramente en la respuesta que cada uno está invitado a dar a la llamada de Dios, especialmente cuando pide la entrega total de sí y de las propias fuerzas para la causa del Reino" (Novo millennio ineunte NM 46).

Animo a los responsables de las congregaciones e institutos presentes en vuestras diócesis a ofrecer a los novicios y novicias una formación humana, intelectual y espiritual, que permita una conversión de todo su ser a Cristo, para que la consagración configure cada vez más su oblación al Padre.

Las actividades y los programas de la Conferencia nacional de religiosos deben, ante todo, "distinguirse por el reverente acatamiento y por la especial obediencia al Sucesor de Pedro y a sus directrices" emanadas por esta Sede apostólica. Más aún, vuelvo a recordar aquí que "todas las iniciativas (...), tanto las que promueve la Conferencia nacional como las demás emprendidas por las otras estructuras de coordinación regional o local, deben someterse a la supervisión y la responsabilidad concreta de los superiores mayores y del obispo diocesano. (...) Ellos tienen una responsabilidad objetiva y deben poder realizar un control y un acompañamiento efectivo" (Discurso, 11 de julio de 1995, n. 6: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 21 de julio de 1995, p. 12).

Por otro lado, se oye hablar, a veces, de refundación de congregaciones, olvidando, sin embargo, que -además de la inseguridad y del trastorno causado en muchas personas de buena fe-, se trata sobre todo de recomenzar íntegramente de Cristo y de examinar con humildad y generosidad el sentire cum Ecclesia.Asimismo, es urgente que, con la reorganización, no se busque sólo la competencia humana, sino también la explícita formación cristiana y católica. Una vida religiosa que no exprese la alegría de pertenecer a la Iglesia, y con ella a Jesucristo, ha perdido ya la primera y fundamental oportunidad de una pastoral vocacional.

6. Como Conferencia, y también individualmente como pastores, examinaréis sin duda, con objetividad y respeto, la creciente escasez de vocaciones que se está verificando en muchos institutos, mientras otros florecen continuamente.

Es parte constitutiva de vuestro ministerio apoyar y orientar la observancia de los consejos evangélicos, mediante los cuales los religiosos se consagran a Dios, en Jesucristo, para pertenecerle de modo exclusivo.

El cuidado de la vida religiosa es particularmente urgente cuando se discute acerca de la identidad vocacional. Con espíritu de profunda humildad, y teniendo como punto de referencia a Aquel "que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros" (Ep 3,20), los religiosos y las religiosas han de interrogarse sobre la renovación propuesta por el concilio Vaticano II: ¿procuran seguirla fielmente y se han producido los frutos de santidad y de celo apostólico que se esperaban? Algunos documentos publicados en años posteriores, con mi aprobación, sobre la formación en los institutos religiosos y sobre la vida contemplativa (por ejemplo, la instrucción Verbi sponsa, de 1999), ¿se han puesto en práctica?

La renovación de la vida religiosa dependerá del crecimiento en el amor a Dios, teniendo siempre presente que "la contemplación de las cosas divinas y la unión asidua con Dios en la oración debe ser el primer y principal deber de todos los religiosos" (Código de derecho canónico CIC 663,1). El único modo efectivo de descubrir cada vez más la propia identidad es el camino arduo pero consolador de la conversión sincera y personal, con un reconocimiento humilde de las imperfecciones y los pecados propios; y la confianza en la fuerza de la resurrección de Cristo (cf. Flp Ph 3,10) ayudará a superar toda aridez y flaqueza, a eliminar el sentido de desilusión experimentado en ciertas ocasiones.

336 7. El hombre y la mujer consagrados a Dios en la castidad perfecta afrontan a veces el abandono o la indiferencia de los que los rodean y, en consecuencia, la soledad en el sentido amargo y duro de la palabra. En esos momentos, el deseo de apoyo y consuelo humanos puede llevar a recordar lo que ha sido la vida pasada: el anhelo natural de perpetuación a través de los hijos, el deseo del afecto de alguien y el consuelo del calor familiar. Son aspiraciones humanamente comprensibles, pero, desde la perspectiva de la fe, es posible trascenderlas con vistas al reino de Dios.

A quien ha dado el paso decisivo a la consagración, la promesa de Cristo le ha asegurado que "nadie que haya dejado casa, mujer, hermanos, padres o hijos por el reino de Dios, quedará sin recibir mucho más al presente y, en el mundo venidero, vida eterna" (
Lc 18,29-30). En los momentos de prueba es necesario imitar a Jesús, que, en la noche de su pasión, se abandonó sin reservas a la voluntad del Padre, dando así ejemplo de una verdadera obediencia, que no es servil ni limita la propia autonomía, sino que es un camino de libertad auténtica de los hijos de Dios. Por eso, es preciso reafirmar la serena convicción de que Aquel que ha iniciado en los consagrados esta obra, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús (cf. Flp Ph 1,6).

La historia enseña que ciertos casos de disminución del fervor y de la vitalidad de la vida religiosa guardan relación con una correspondiente disminución de la comprensión y de la práctica de la pobreza evangélica, a pesar de que el incumplimiento de los demás consejos evangélicos influye ciertamente, en mayor o menor grado, en la fidelidad a la vida consagrada. Al imitar a Cristo, que "se hizo pobre" por nuestra salvación (cf. 2Co 8,9), los religiosos están llamados a "hacer una sincera revisión de la propia vida en el sentido de la solidaridad con los pobres" (Redemptoris missio RMi 60). En caso contrario, caerán en la tentación de ser predicadores de una pobreza que no encuentra modelo en la propia vida cuando reivindica la pobreza ajena y no la propia. Es fácil caer en las redes de ideologías materialistas cuando el testimonio personal no sirve de modelo de conducta para los demás.

Por último, mediante la entrega libre y total de sí mismos a Cristo y a la Iglesia, las religiosas y los religiosos pueden testimoniar de modo sorprendente que el espíritu de las Bienaventuranzas es el camino por excelencia para la transformación del mundo y para la restauración de todas las cosas en Cristo (cf. Lumen gentium LG 31).

8. Venerados hermanos, al concluir mi coloquio fraterno con vosotros, quiero reafirmar todo el afecto y la estima que siento por cada uno. Al escucharos, me he dado cuenta de la dedicación con que guiáis vuestras diócesis y he apreciado la comunión que os une unos a otros. Que María, sublime modelo de consagración, sostenga vuestro compromiso y vuestra unidad, que confirmo de todo corazón con una amplia bendición apostólica, extensiva a los sacerdotes, a los seminaristas, a los consagrados, a los novicios y las novicias, y a los demás miembros de vuestras comunidades cristianas.








Discursos 2002 320