Audiencias 2003 33
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Deseo comentar hoy el viaje apostólico que realicé, el sábado y domingo pasados, a España y que tuvo por tema: "Seréis mis testigos".
Doy gracias al Señor que me concedió visitar por quinta vez esa noble y amada nación, y renuevo la expresión de mi cordial agradecimiento al cardenal arzobispo de Madrid, a los pastores y a toda la Iglesia que está en España, a Sus Majestades el Rey y la Reina, así como al jefe del Gobierno y a las demás autoridades, que me acogieron con tanta solicitud y afecto.
Desde mi llegada, expresé la estima del Sucesor de Pedro por esa porción del pueblo de Dios, que desde hace dos mil años peregrina en tierra ibérica y ha desempeñado un papel destacado en la evangelización de Europa y del mundo. Al mismo tiempo, quise manifestar mi aprecio por los progresos sociales del país, invitando a fundarlos siempre en los auténticos y perennes valores que constituyen el valioso patrimonio de todo el continente europeo.
2. Fueron dos los momentos principales de esta peregrinación pastoral: el gran encuentro con los jóvenes, en la tarde del sábado, y la santa misa con la canonización de cinco beatos, el domingo por la mañana.
En la base aérea de Cuatro Vientos, en Madrid, la vigilia de los jóvenes, que tuvo como telón de fondo la oración del Rosario, me permitió volver a proponer en síntesis el mensaje de la carta apostólica Rosarium Virginis Mariae y del Año del Rosario que estamos celebrando. Invité a los jóvenes a ser cada vez más hombres y mujeres de sólida interioridad, contemplando asiduamente, junto con María, a Cristo y sus misterios. Precisamente en esto reside el antídoto más eficaz contra los peligros del consumismo, al que se encuentra expuesto el hombre de hoy. A la sugestión de los valores efímeros del mundo visible, que proponen algunos medios de comunicación, es urgente contraponer los valores duraderos del espíritu, que sólo se pueden alcanzar entrando de nuevo en la propia interioridad mediante la contemplación y la oración.
Asimismo, constaté con alegría que los jóvenes saben ser entre sus coetáneos cada vez más protagonistas de la nueva evangelización, dispuestos a gastar sus energías al servicio de Cristo y de su reino. A la Virgen encomendé a los jóvenes de Madrid y de toda España, que son el futuro y la esperanza de la Iglesia y de la sociedad de esa gran nación.
3. Al día siguiente tuvo lugar la solemne celebración eucarística en la central plaza de Colón. En presencia de la Familia real, del Episcopado y de las autoridades del país, ante una vasta asamblea con representantes de todos los componentes eclesiales, tuve la alegría de proclamar santos a cinco hijos de España: Pedro Poveda Castroverde, sacerdote y mártir; José María Rubio y Peralta, sacerdote; y las religiosas Genoveva Torres Morales, Ángela de la Cruz y María Maravillas de Jesús.
Estos auténticos discípulos de Cristo y testigos de su resurrección son un ejemplo para los cristianos del mundo entero: sacando de la oración la fuerza necesaria, supieron cumplir las tareas que Dios les confió en la vida contemplativa, en el ministerio pastoral, en el campo de la educación, en el apostolado de los ejercicios espirituales y en la caridad con los pobres. En ellos, de manera particular, han de inspirarse los creyentes y las comunidades eclesiales de España, para que también en nuestros días esa tierra bendecida por Dios siga produciendo abundantes frutos de perfección evangélica.
34 Con este fin, exhorté a los cristianos de España a permanecer fieles al Evangelio, a defender y promover la unidad de la familia, a conservar y renovar continuamente la identidad católica que constituye el orgullo de la nación. En virtud de los valores perennes de su tradición será como ese noble país podrá dar su contribución eficaz a la construcción de la nueva Europa.
4. Este quinto viaje apostólico a España ha confirmado en mí una profunda convicción: las antiguas naciones de Europa conservan un alma cristiana, que constituye una sola cosa con el "genio" y la historia de los pueblos respectivos. Por desgracia, el secularismo amenaza los valores fundamentales, pero la Iglesia desea trabajar para mantener siempre viva esta tradición espiritual y cultural.
Apelando a la grandeza del alma española, formada en sólidos principios humanos y cristianos, dirigí especialmente a los jóvenes las palabras de Cristo: "Seréis mis testigos". Repito hoy esas mismas palabras, asegurando a la Iglesia y al pueblo de España, así como a todos vosotros, aquí presentes, mi oración, avalada por una especial bendición apostólica.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a los fieles de la parroquia del Carmen, de Azua (República Dominicana), así como a los emigrantes de Burdeos y a los alumnos del colegio de los Ángeles de Barcelona. Renovando a todos la invitación a ser testigos de Jesucristo resucitado, reitero a la Iglesia y al pueblo español mi emocionado recuerdo en la oración y os bendigo de corazón.
(A los fieles de Ischia, Italia)
Conservo un grato recuerdo de vuestra cordial acogida y deseo de corazón que mi presencia haya contribuido a convertiros en entusiastas y valientes testigos de Cristo. Que el Señor bendiga los esfuerzos que vuestra comunidad diocesana realiza al servicio del Evangelio.
Me dirijo ahora a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
Mañana se celebra la fiesta de la Virgen de Pompeya. Os invito, queridos jóvenes, a imitar a María y a confiar siempre en su maternal protección. Que ella os ayude a llevar serenidad donde hay tristeza y soledad. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que viváis vuestra condición, con la ayuda de la Virgen santísima, abandonándoos con confianza a la voluntad del Señor. Que la Virgen os sostenga, queridos recién casados, para que vuestra fidelidad recíproca sea fuente de alegría y serenidad.
35 1. El cántico que se acaba de proclamar pertenece al texto griego del libro de Daniel y se presenta como súplica elevada al Señor con fervor y sinceridad. Es la voz de Israel que está sufriendo la dura prueba del exilio y de la diáspora entre los pueblos. En efecto, quien entona el cántico es un judío, Azarías, insertado en el horizonte babilónico en tiempos del exilio de Israel, después de la destrucción de Jerusalén por obra del rey Nabucodonosor.
Azarías, con otros dos fieles judíos, está "en medio del fuego" (Da 3,25), como un mártir dispuesto a afrontar la muerte con tal de no traicionar su conciencia y su fe. Fue condenado a muerte por haberse negado a adorar la estatua imperial.
2. Este cántico considera la persecución como un castigo justo con el que Dios purifica al pueblo pecador: "Con verdad y justicia has provocado todo esto -confiesa Azarías- por nuestros pecados" (v. 28). Por tanto, se trata de una oración penitencial, que no desemboca en el desaliento o en el miedo, sino en la esperanza.
Ciertamente, el punto de partida es amargo, la desolación es grave, la prueba es dura, el juicio divino sobre el pecado es severo: "En este momento no tenemos príncipes ni profetas ni jefes; ni holocausto ni sacrificios ni ofrendas ni incienso; ni un sitio donde ofrecerte primicias, para alcanzar misericordia" (v. 38). El templo de Sión ha sido destruido y parece que el Señor ya no habita en medio de su pueblo.
3. En la trágica situación del presente, la esperanza busca su raíz en el pasado, o sea, en las promesas hechas a los padres. Así, se remonta a Abraham, Isaac y Jacob (cf. v. 35), a los cuales Dios había asegurado bendición y fecundidad, tierra y grandeza, vida y paz. Dios es fiel y no dejará de cumplir sus promesas. Aunque la justicia exige que Israel sea castigado por sus culpas, permanece la certeza de que la misericordia y el perdón constituirán la última palabra. Ya el profeta Ezequiel refería estas palabras del Señor: "¿Acaso me complazco yo en la muerte del malvado (...) y no más bien en que se convierta de su conducta y viva? (...) Yo no me complazco en la muerte de nadie" (Ez 18,23 Ez 18,32). Ciertamente, Israel está en un tiempo de humillación: "Ahora somos los más pequeños de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra a causa de nuestros pecados" (Da 3,37). Sin embargo, lo que espera no es la muerte, sino una nueva vida, después de la purificación.
4. El orante se acerca al Señor ofreciéndole el sacrificio más valioso y agradable: el "corazón contrito" y el "espíritu humillado" (v. 39; cf. Ps 50,19). Es precisamente el centro de la existencia, el yo renovado por la prueba, lo que se ofrece a Dios, para que lo acoja como signo de conversión y consagración al bien.
Con esta disposición interior desaparece el miedo, se acaban la confusión y la vergüenza (cf. Dn Da 3,40), y el espíritu se abre a la confianza en un futuro mejor, cuando se cumplan las promesas hechas a los padres.
La frase final de la súplica de Azarías, tal como nos la propone la liturgia, tiene una gran fuerza emotiva y una profunda intensidad espiritual: "Ahora te seguimos de todo corazón, te respetamos y buscamos tu rostro" (v. 41). Es un eco de otro salmo: "Oigo en mi corazón: "Buscad mi rostro". Tu rostro buscaré, Señor" (Ps 26,8).
Ha llegado el momento en que nuestros pasos ya no siguen los caminos perversos del mal, los senderos tortuosos y las sendas torcidas (cf. Pr Pr 2,15). Ahora ya seguimos al Señor, impulsados por el deseo de encontrar su rostro. Y su rostro no está airado, sino lleno de amor, como se ha revelado en el padre misericordioso con respecto al hijo pródigo (cf. Lc 15,11-32).
5. Concluyamos nuestra reflexión sobre el cántico de Azarías con la oración compuesta por san Máximo el Confesor en su Discurso ascético (37-39), donde toma como punto de partida precisamente el texto del profeta Daniel.
"Por tu nombre, Señor, no nos abandones para siempre, no rompas tu alianza y no alejes de nosotros tu misericordia (cf. Dn Da 3,34-35) por tu piedad, oh Padre nuestro que estás en los cielos, por la compasión de tu Hijo unigénito y por la misericordia de tu Santo Espíritu... No desoigas nuestra súplica, oh Señor, y no nos abandones para siempre. No confiamos en nuestras obras de justicia, sino en tu piedad, mediante la cual conservas nuestro linaje... No mires nuestra indignidad; antes bien, ten compasión de nosotros según tu gran piedad, y según la plenitud de tu misericordia borra nuestros pecados, para que sin condena nos presentemos ante tu santa gloria y seamos considerados dignos de la protección de tu Hijo unigénito".
36 San Máximo concluye: "Sí, oh Señor, Dios todopoderoso, escucha nuestra súplica, pues no reconocemos a ningún otro fuera de ti" (Umanità e divinità di Cristo, Roma 1979, pp. 51-52).
Saludos
Doy mi cordial bienvenida a todos los peregrinos de España y de América Latina, particularmente a los venidos de Torrevieja, Juárez y Panamá. Seguid al Señor de todo corazón, buscad su rostro, tal como se ha revelado en el Padre misericordioso al hijo pródigo. Pedidle que no os abandone, ni aleje su misericordia de vosotros. Confiad en él. Por su piedad borra nuestros pecados, y nos hace partícipes de su santa gloria.
(En polaco)
El mes de mayo está dedicado de modo especial a la Madre de Dios. Durante las celebraciones marianas, al recitar las invocaciones de las letanías, nos damos cuenta de la grandeza del papel de María en la historia de la salvación, así como en la vida de la Iglesia y de cada uno de nosotros. Que esta oración vaya acompañada por la confianza y la entrega de las que habla el libro de Daniel. Que la protección de María os acompañe a vosotros, a vuestras familias y a vuestros seres queridos.
(A los fieles de la archidiócesis italiana de Salerno-Campania-Acerno)
Recuerdo con gratitud vuestra cordial acogida con ocasión de mi visita, hace cuatro años, para inaugurar el seminario metropolitano. Queridísimos hermanos, os animo a continuar en el empeño de adhesión a Cristo y a testimoniar valientemente el Evangelio en todos los sectores de la sociedad. Seguid fielmente el ejemplo de la Virgen María, modelo de toda perfección cristiana, a la que veneráis especialmente en el santuario de Santa María en Vico.
Me dirijo, finalmente, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, exhortando a todos a profundizar la piadosa práctica del santo rosario, especialmente en este mes de mayo, dedicado a la Madre de Dios. Os invito a vosotros, queridos jóvenes, a valorar esta tradicional plegaria evangélica, que ayuda a comprender mejor los momentos centrales de la salvación realizada por Cristo. A vosotros, queridos enfermos, os exhorto a dirigiros con confianza a la Virgen mediante esta práctica de piedad, encomendándole todas vuestras necesidades. A vosotros, queridos recién casados, os deseo que hagáis del rosario rezado juntos un momento de intensa vida familiar bajo la mirada materna de la Virgen María.
1. Acabamos de escuchar la primera parte del salmo 143. Tiene las características de un himno real, entretejido con otros textos bíblicos, para dar vida a una nueva composición de oración (cf. Ps 8,5 Ps 17,8-15 Ps 32,2-3 Ps 38,6-7). Quien habla, en primera persona, es el mismo rey davídico, que reconoce el origen divino de sus éxitos.
37 El Señor es presentado con imágenes marciales, según la antigua tradición simbólica. En efecto, aparece como un instructor militar (cf. Ps 143,1), un alcázar inexpugnable, un escudo protector, un triunfador (cf. v. 2). De esta forma, se quiere exaltar la personalidad de Dios, que se compromete contra el mal de la historia: no es un poder oscuro o una especie de hado, ni un soberano impasible e indiferente respecto de las vicisitudes humanas. Las citas y el tono de esta celebración divina guardan relación con el himno de David que se conserva en el salmo 17 y en el capítulo 22 del segundo libro de Samuel.
2. Frente al poder divino, el rey judío se reconoce frágil y débil, como lo son todas las criaturas humanas. Para expresar esta sensación, el orante real recurre a dos frases presentes en los salmos 8 y 38, y las une, confiriéndoles una eficacia nueva y más intensa: "Señor, ¿qué es el hombre para que te fijes en él?, ¿qué los hijos de Adán para que pienses en ellos? El hombre es igual que un soplo; sus días, una sombra que pasa" (vv. 3-4). Aquí resalta la firme convicción de que nosotros somos inconsistentes, semejantes a un soplo de viento, si no nos conserva en la vida el Creador, el cual, como dice Job, "tiene en su mano el alma de todo ser viviente y el soplo de toda carne de hombre" (Jb 12,10).
Sólo con el apoyo de Dios podemos superar los peligros y las dificultades que encontramos diariamente en nuestra vida. Sólo contando con la ayuda del cielo podremos esforzarnos por caminar, como el antiguo rey de Israel, hacia la liberación de toda opresión.
3. La intervención divina se describe con las tradicionales imágenes cósmicas e históricas, con el fin de ilustrar el señorío divino sobre el universo y sobre las vicisitudes humanas: los montes, que echan humo en repentinas erupciones volcánicas (cf. Ps 143,5); los rayos, que parecen saetas lanzadas por el Señor y dispuestas a destruir el mal (cf. v. 6); y, por último, las "aguas caudalosas", que, en el lenguaje bíblico, son símbolo del caos, del mal y de la nada, en una palabra, de las presencias negativas dentro de la historia (cf. v. 7). A estas imágenes cósmicas se añaden otras de índole histórica: son "los enemigos" (cf. v. 6), los "extranjeros" (cf. v. 7), los que dicen falsedades y los que juran en falso, es decir, los idólatras (cf. v. 8).
Se trata de un modo muy concreto, típicamente oriental, de representar la maldad, las perversiones, la opresión y la injusticia: realidades tremendas de las que el Señor nos libra, mientras vivimos en el mundo.
4. El salmo 143, que la Liturgia de las Horas nos propone, concluye con un breve himno de acción de gracias (cf. vv. 9-10). Brota de la certeza de que Dios no nos abandonará en la lucha contra el mal. Por eso, el orante entona una melodía acompañándola con su arpa de diez cuerdas, seguro de que el Señor "da la victoria a los reyes y salva a David, su siervo" (cf. vv. 9-10).
La palabra "consagrado" en hebreo es "Mesías". Por eso, nos hallamos en presencia de un salmo real, que se transforma, ya en el uso litúrgico del antiguo Israel, en un canto mesiánico. Los cristianos lo repetimos teniendo la mirada fija en Cristo, que nos libra de todo mal y nos sostiene en la lucha contra las fuerzas ocultas del mal. En efecto, "nuestra lucha no es contra la carne y la sangre, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal que están en las alturas" (Ep 6,12).
5. Concluyamos, entonces, con una consideración que nos sugiere san Juan Casiano, monje de los siglos IV-V, que vivió en la Galia. En su obra La encarnación del Señor, tomando como punto de partida el versículo 5 de nuestro salmo -"Señor, inclina tu cielo y desciende"-, ve en estas palabras la espera del ingreso de Cristo en el mundo.
Y prosigue así: "El salmista suplicaba que (...) el Señor se manifestara en la carne, que apareciera visiblemente en el mundo, que fuera elevado visiblemente a la gloria (cf. 1Tm 3,16) y, finalmente, que los santos pudieran ver, con los ojos del cuerpo, todo lo que habían previsto en el espíritu" (L'Incarnazione del Signore, V, 13, Roma 1991, pp. 208-209). Precisamente esto es lo que todo bautizado testimonia con la alegría de la fe.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a los peregrinos de Riobamba, Ecuador, con su obispo, mons. Víctor Corral Mantilla; saludo igualmente a los diversos peregrinos de España y de otros países latinoamericanos. Os exhorto a todos a renovar vuestra confianza plena en el Señor. Muchas gracias.
38 (A los fieles de la República Checa)
El viernes pasado celebramos la fiesta del santo mártir Juan Nepomuceno. Que su ejemplo de fidelidad a Dios suscite la magnanimidad de todos los pastores y fieles, para que actúen siempre con prontitud según la exhortación de san Pedro: "Es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres" (cf. Ac 5,29). Os bendigo a todos de corazón".
(A los fieles lituanos)
La fe de la Iglesia tiene su fundamento en la resurrección del Hijo de Dios. El Espíritu de Cristo resucitado haga crecer en vosotros al hombre espiritual, que nos ayuda a vivir en plenitud la alegría y la gloria del Señor. Dios os bendiga a todos y os sostenga en vuestro camino.
Por último, saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. En este Año dedicado al rosario, el mes de mayo constituye una ocasión de encuentro más intenso con la Virgen. María, que en el Cenáculo esperó con los Apóstoles la venida del Espíritu Santo, os ayude, queridos jóvenes, a realizar con prontitud la misión que Dios os confía. Os sostenga a vosotros, queridos enfermos, a aceptar vuestros sufrimientos en unión con Cristo. Interceda por vosotros, queridos recién casados, para que vuestra familia sea una auténtica iglesia doméstica, animada por la luz de la fe, la esperanza y la caridad.
1. El salmo 107, que se nos ha propuesto ahora, forma parte de la secuencia de los salmos de la Liturgia de Laudes, objeto de nuestras catequesis. Presenta una característica, a primera vista, sorprendente. La composición no es más que la fusión de dos fragmentos de salmos anteriores: uno está tomado del salmo 56 (vv. 8-12) y el otro, del salmo 59 (vv. 7-14). El primer fragmento tiene forma de himno; el segundo, es una súplica, pero con un oráculo divino que infunde en el orante serenidad y confianza.
Esta fusión da origen a una nueva plegaria y este hecho resulta ejemplar para nosotros. En realidad, también la liturgia cristiana, a menudo, funde pasajes bíblicos diferentes, transformándolos en un texto nuevo, destinado a iluminar situaciones inéditas. Con todo, permanece el vínculo con la base originaria. En la práctica, el salmo 107 -aunque no es el único; basta ver, por citar otro testimonio, el salmo 143- muestra que ya Israel en el Antiguo Testamento utilizaba de nuevo y actualizaba la palabra de Dios revelada.
2. El salmo que resulta de esa combinación es, por tanto, algo más que la simple suma o yuxtaposición de los dos pasajes anteriores. En vez de comenzar con una humilde súplica, como el salmo 56, "Misericordia, Dios mío, misericordia" (v. 2), el nuevo salmo comienza con un decidido anuncio de alabanza a Dios: "Dios mío, mi corazón está firme; para ti cantaré y tocaré" (Ps 107,2). Esta alabanza ocupa el lugar de la lamentación que formaba el inicio del otro salmo (cf. Ps 59,1-6), y se convierte así en la base del oráculo divino sucesivo (cf. Ps 59,8-10 = Ps 107,8-10) y de la súplica que lo rodea (cf. Ps 59,7 Ps 59,11-14 Ps 107,7 Ps 107,11-14).
Esperanza y temor se funden y se transforman en el contenido de la nueva oración, totalmente orientada a infundir confianza también en el tiempo de la prueba que vive toda la comunidad.
39 3. El salmo comienza, por consiguiente, con un himno gozoso de alabanza. Es un canto matutino acompañado por el arpa y la cítara (cf. Ps 107,3). El mensaje es muy claro y se centra en la "bondad" y la "verdad" divinas (cf. v. 5): en hebreo, hésed y 'emèt, son los términos típicos para definir la fidelidad amorosa del Señor a la alianza con su pueblo. Sobre la base de esta fidelidad, el pueblo está seguro de que no se verá abandonado por Dios en el abismo de la nada y de la desesperación.
La relectura cristiana interpreta este salmo de un modo particularmente sugestivo. En el versículo 6, el salmista celebra la gloria trascendente de Dios: "Elévate -es decir, sé exaltado- sobre el cielo, Dios mío". Comentando este salmo, Orígenes, el célebre escritor cristiano del siglo III, remite a la frase de Jesús: "Cuando seré exaltado de la tierra, atraeré a todos a mí" (Jn 12,32), que se refiere a su crucifixión. Tiene como resultado lo que afirma el versículo sucesivo: "Para que se salven tus predilectos" (Ps 107,7). Por eso, concluye Orígenes: "¡Qué admirable significado! El motivo por el cual el Señor es crucificado y exaltado es que sus predilectos se salven. (...) Se ha realizado lo que hemos pedido: él ha sido exaltado y nosotros hemos sido salvados" (Origene-Girolamo, 74 omelie sul libro dei Salmi, Milano 1993, p. 367).
4. Pasemos ahora a la segunda parte del salmo 107, cita parcial del salmo 59, como hemos dicho. En la angustia de Israel, que siente a Dios ausente y distante ("Tú, oh Dios, nos has rechazado": v. 12), se eleva la voz del oráculo del Señor, que resuena en el templo (cf. vv. 8-10). En esta revelación, Dios se presenta como árbitro y señor de toda la Tierra Santa, desde la ciudad de Siquén hasta el valle de Sucot, en Transjordania, desde las regiones orientales de Galaad y Manasés hasta las centro-meridionales de Efraín y Judá, llegando incluso a los territorios vasallos pero extranjeros de Moab, Edom y Filistea.
Con imágenes coloridas de ámbito militar o de tipo jurídico se proclama el señorío divino sobre la Tierra prometida. Si el Señor reina, no tenemos nada que temer: no estamos a merced de las fuerzas oscuras del hado o del caos. Siempre, incluso en los momentos tenebrosos, hay un proyecto superior que gobierna la historia.
5. Esta fe enciende la llama de la esperanza. De cualquier modo, Dios señalará un camino de salida, es decir, una "plaza fuerte" puesta en la región de Idumea. Eso significa que, a pesar de la prueba y del silencio, Dios volverá a revelarse, a sostener y guiar a su pueblo. Sólo de él puede venir la ayuda decisiva y no de las alianzas militares externas, es decir, de la fuerza de las armas (cf. v. 13). Y sólo con él se conseguirá la libertad y se harán "proezas" (cf. v. 14).
Con san Jerónimo, recordemos la última lección del salmista, interpretada en clave cristiana: "Nadie debe desesperarse en esta vida. ¿Tienes a Cristo y tienes miedo? Él será nuestra fuerza, él será nuestro pan, él será nuestro guía" (Breviarium in Psalmos, Ps. CVII: PL 26, 1224).
Saludos
Saludo cordialmente a los peregrinos de España y de América Latina, especialmente a los seminaristas del seminario menor de Santiago de Compostela, a la Asociación de pensionistas de La Coruña, a la Asociación médica de Ciudad Satélite de Naucalpan, a los peregrinos de Arandas, México, y al grupo de la Academia militar de Ecuador. No obstante las pruebas y el silencio, mantened siempre viva la llama de la esperanza. Sólo de Dios viene la ayuda decisiva. Solamente con él, y no con la fuerza de las armas, se obtendrá la libertad. ¡Que Dios os bendiga!
(En lituano)
Después de la Pascua, los Apóstoles perseveraban en la oración, con un mismo espíritu, en compañía de la Madre de Jesús. Perseverad también vosotros en la plegaria del rosario, por la familia y por la paz en el mundo.
(En eslovaco)
40 Mañana se celebra la fiesta de la Ascensión del Señor. Él nos ha preparado a cada uno un lugar y nos espera. Que nuestros pensamientos y obras estén dirigidas hacia la patria celestial.
(En italiano)
Me dirijo, finalmente, a vosotros, queridos jóvenes, enfermos y recién casados. Se está concluyendo este mes de mayo, y el pensamiento va espontáneamente a María santísima, Estrella luminosa de nuestro camino cristiano. Hagamos referencia constante a ella y hallaremos en su intercesión materna y en su luminoso ejemplo de fidelidad a la voluntad de Dios inspiración y apoyo en la peregrinación hacia la patria eterna.
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hace cuarenta años moría el amado y venerado Papa Juan XXIII, al que tuve la alegría de proclamar beato, juntamente con el Papa Pío IX, el 3 de septiembre del año 2000.
El pensamiento vuelve espontáneamente al lunes 3 de junio de 1963: aquella tarde, cuando miles de fieles de Roma y peregrinos acudieron a la plaza de San Pedro para estar lo más cerca posible de su amado Padre y Pastor, el cual, después de una larga y dolorosa enfermedad, dejaba este mundo.
A las siete de la tarde, en el atrio de la basílica vaticana, el cardenal Luigi Traglia, provicario de Roma, iniciaba la santa misa, mientras él, en su lecho convertido en altar, consumaba su sacrificio espiritual, el sacrificio de toda su vida.
Desde la plaza de San Pedro, abarrotada de gente, se elevaba unánime hacia el cielo la oración de la Iglesia. Nos parece revivir aquellos momentos de intensa emoción: las miradas de la humanidad entera se dirigían hacia la ventana del tercer piso del palacio apostólico. El final de aquella misa coincidió con la muerte del Papa bueno.
41 2. "Este lecho es un altar; el altar exige una víctima: ¡heme aquí! Ofrezco mi vida por la Iglesia, por la continuación del Concilio ecuménico, por la paz del mundo y por la unión de los cristianos" (Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, V, p. 618).
"Ecce adsum!", ¡Heme aquí! El pensamiento sereno de la muerte había acompañado durante toda su vida al Papa Juan, el cual, en la hora del adiós, proyectaba su mirada al futuro y a las expectativas del pueblo de Dios y del mundo. Con tono emocionado, afirmaba que el secreto de su sacerdocio radicaba en el Crucifijo, siempre conservado celosamente frente a su lecho. "En las largas y frecuentes conversaciones nocturnas -afirmaba- el pensamiento de la redención del mundo me ha parecido más urgente que nunca". "Esos brazos abiertos -añadía- dicen que ha muerto por todos, por todos; nadie queda excluido de su amor, de su perdón" (ib.).
No es difícil captar en estas breves palabras el sentido de su ministerio sacerdotal, totalmente dedicado a hacer que se conociera y amara "lo que más vale en la vida: Jesucristo bendito, su santa Iglesia, su Evangelio" (ib., 612). Hasta el final latió en él este anhelo. "Mi jornada terrena -concluía el beato Juan XXIII- se acaba; pero Cristo vive y la Iglesia continúa su misión; las almas, las almas: ut unum sint, ut unum sint..." (ib., 619),
3. Menos de dos meses antes, el 11 de abril, Juan XXIII había publicado el documento más célebre de su magisterio: la encíclica Pacem in terris, que he recordado varias veces durante este año. Toda la vida de este inolvidable Pontífice fue un testimonio de paz. Su pontificado fue una altísima profecía de paz, que encontró en la Pacem in terris su plena manifestación, casi un testamento público y universal.
"Es sobremanera necesario -escribió- que en la sociedad contemporánea todos los cristianos sin excepción sean como centellas de luz, viveros de amor y levadura para toda la masa. Efecto que será tanto mayor cuanto más estrecha sea la unión de cada alma con Dios. Porque la paz no puede darse en la sociedad humana si primero no se da en el interior de cada hombre" (Parte V: AAS 55 [1963] 302).
Para ser centellas de luz es preciso vivir en contacto permanente con Dios. Este venerado predecesor mío, que dejó su impronta en la historia, recuerda también a los hombres del tercer milenio que el secreto de la paz y de la alegría está en la profunda y constante comunión con Dios. El Corazón del Redentor es el manantial del amor y de la paz, de la esperanza y de la alegría.
Nuestro recuerdo del amado Papa Juan se transforma así en oración: Que interceda desde el cielo para que también nosotros, como él, podamos confesar al final de nuestra existencia que únicamente hemos buscado a Cristo y su Evangelio.
María -a la que solía invocar con la hermosa jaculatoria Mater mea, fiducia mea!- nos ayude a perseverar con la palabra y con el ejemplo en el compromiso de testimoniar la paz para contribuir a la edificación de la civilización del amor.
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular al grupo de Hermanas de la Compañía de la Cruz, a cuya fundadora, sor Ángela de la Cruz, he tenido el gozo de canonizar recientemente en Madrid. Invito a todos a imitar a los santos y santas, modelos de unión íntima con Cristo, de total fidelidad a su amor y de servicio incondicional a la Iglesia. Gracias por vuestra atención.
(A los fieles lituanos)
42 Recordamos el 40° aniversario de la muerte del beato Papa Juan XXIII. Que su ejemplo nos anime a todos a vivir una fe profunda, una esperanza sólida y una caridad ardiente.
(En checo)
La piedad de los católicos dedica el mes de junio a la devoción al Sagrado Corazón de Jesús. El amor del Padre se ha manifestado a los hombres en el Corazón de su Hijo Jesús. Dirijámonos a él así: "Jesús, manso y humilde de corazón, transforma nuestros corazones; enséñanos a amar a Dios y al prójimo".
(En croata)
Como bien sabéis, mañana iré a vuestra tierra. Al manifestaros mi alegría por este viaje apostólico, en el que me encontraré con la población croata, me encomiendo a vuestra oración y de corazón imparto a todos la bendición apostólica. Nos veremos en Croacia. ¡Alabados sean Jesús y María!
(En italiano)
Amadísimos hermanos, gracias por vuestra participación; os deseo de corazón que este encuentro constituya para todos una ocasión providencial para reafirmar vuestra ferviente adhesión a Cristo y a su Evangelio.
Mi pensamiento se dirige ahora a los jóvenes, a los enfermos, y a los recién casados. Mientras nos preparamos a la solemnidad de Pentecostés, os exhorto a vosotros, queridos jóvenes, a ser siempre dóciles a la acción del Espíritu; os animo a vosotros, queridos enfermos, a invocar su luz y apoyo en el sufrimiento y en la prueba; y a vosotros, queridos recién casados, os deseo que crezcáis en el amor que el Espíritu de Dios derrama en los corazones.
Me dispongo a comenzar mañana con gran esperanza mi tercer viaje a Croacia, tierra marcada por el testimonio de intrépidos discípulos del Evangelio. Este viaje tiene como finalidad confirmar en la fe a los hermanos y hermanas de la comunidad católica, que en el tiempo de la persecución religiosa han permanecido fieles a Cristo, y no temen afrontar los desafíos del momento presente, para seguir anunciándolo con valentía.
En estos trece años, desde que reconquistaron la independencia, han consolidado las estructuras eclesiales y ahora se dedican cada vez más a una penetrante acción evangelizadora.
Amadísimos hermanos y hermanas, os invito a acompañarme con la oración. Encomiendo este mi centésimo viaje apostólico a la Virgen santísima, tan venerada en Croacia, para que sea ella quien guíe mis pasos y obtenga para el pueblo croata una nueva primavera de fe y de progreso civil.
Audiencias 2003 33