
Audiencias 2003 53
1. De la última página del libro de Isaías está tomado el himno que acabamos de escuchar, un cántico de alegría en el que destaca la figura materna de Jerusalén (cf. 66, 11) y luego la solicitud amorosa de Dios mismo (cf. v. 13). Los estudiosos de la Biblia creen que esta sección final, abierta a un futuro espléndido y festivo, es el testimonio de una voz posterior, la de un profeta que celebra el renacimiento de Israel tras el paréntesis oscuro del exilio babilónico. Por tanto, nos hallamos en el siglo VI antes de Cristo, dos siglos después de la misión de Isaías, el gran profeta, bajo cuyo nombre está puesta toda la obra inspirada.
Ahora seguiremos el ritmo gozoso de este breve cántico, que comienza con tres imperativos que son precisamente una invitación a la felicidad: "festejad", "gozad" y "alegraos de su alegría" (v. 10). Es un hilo luminoso que recorre a menudo las últimas páginas del libro de Isaías: los afligidos de Sión serán consolados, coronados y ungidos con el "aceite de gozo" (61, 3); el profeta mismo "se goza en el Señor, exulta su alma en Dios" (v. 10); "como se alegra el esposo con la esposa, así se alegrará" Dios con su pueblo (62, 5). En la página anterior a la que ahora es objeto de nuestro canto y de nuestra oración, el Señor mismo participa de la felicidad de Israel, que está a punto de renacer como nación: "Habrá gozo y alegría perpetua por lo que voy a crear. Mirad, voy a transformar a Jerusalén en alegría, y a su pueblo en gozo; me regocijaré por Jerusalén y me alegraré por mi pueblo" (65, 18-19).
2. La fuente y la razón de este júbilo interior se hallan en la vitalidad recobrada de Jerusalén, renacida de las cenizas de la ruina que se había abatido sobre ella cuando el ejército babilonio la destruyó. En efecto, se habla de su "luto" (66, 10), ya pasado.
Como sucede a menudo en diversas culturas, la ciudad se representa con imágenes femeninas, más aún, maternas. Cuando una ciudad está en paz, es semejante a un seno protegido y seguro; más aún, es como una madre que amamanta a sus hijos con abundancia y ternura (cf. v. 11). Desde esta perspectiva, la realidad que la Biblia llama, con una expresión femenina, "la hija de Sión", es decir, Jerusalén, vuelve a ser una ciudad-madre que acoge, sacia y deleita a sus hijos, es decir, a sus habitantes. Sobre esta escena de vida y ternura desciende la palabra del Señor, que tiene el tono de una bendición (cf. vv. 12-14).
3. Dios recurre a otras imágenes vinculadas a la fertilidad. En efecto, habla de ríos y torrentes, es decir, de aguas que simbolizan la vida, la exuberancia de la vegetación, la prosperidad de la tierra y de sus habitantes (cf. v. 12). La prosperidad de Jerusalén, su "paz" (shalom), don generoso de Dios, asegurará a sus niños una existencia rodeada de ternura materna: "Llevarán en brazos a sus criaturas y sobre las rodillas las acariciarán" (v. 12), y esta ternura materna será ternura de Dios mismo: "Como una madre consuela a su niño, así os consolaré yo" (v. 13). De este modo, el Señor utiliza la metáfora materna para describir su amor a sus criaturas.
También antes, en el libro de Isaías, se lee un pasaje que atribuye a Dios una actitud materna: "¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ellas llegasen a olvidar, yo no te olvido" (49, 15). En nuestro cántico, las palabras del Señor dirigidas a Jerusalén terminan por retomar el tema de la vitalidad interior, expresado con otra imagen de fertilidad y energía: la de un prado florecido, imagen aplicada a los huesos, para indicar el vigor del cuerpo y de la existencia (cf. 66, 14).
4. Al llegar a este punto, ante la ciudad-madre, es fácil extender nuestra mirada para contemplar a la Iglesia, virgen y madre fecunda. Concluyamos nuestra meditación sobre la Jerusalén renacida con una reflexión de san Ambrosio, tomada de su obra De virginibus: "La santa Iglesia es inmaculada en su unión marital: fecunda por sus partos, es virgen por su castidad, aunque sea madre por los hijos que engendra. Por tanto, nacemos de una virgen, que no ha concebido por obra de hombre, sino por obra del Espíritu. Así, nacemos de una virgen, que no da a luz en medio de dolores físicos, sino en medio del júbilo de los ángeles. Nos alimenta una virgen, no con la leche del cuerpo, sino con la leche que el Apóstol afirma haber dado al pueblo de Dios porque no podía soportar alimento sólido (cf. 1Co 3,2).
"¿Qué mujer casada tiene más hijos que la santa Iglesia? Es virgen por la santidad que recibe en los sacramentos y es madre de pueblos. La Escritura atestigua también su fecundidad, al decir: "son más los hijos de la abandonada que los de la casada" (Is 54,1 cf. Ga 4,27); nuestra madre no tiene marido, pero tiene esposo, porque tanto la Iglesia en los pueblos como el alma en los individuos -libres de cualquier infidelidad, fecundas en la vida del espíritu-, sin faltar al pudor, se desposan con el Verbo de Dios como con un esposo eterno" (I, 31: SAEMO 14/1, pp. 132-133).
Saludos
54 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a los fieles de Pedro Abad (Córdoba) y a los peregrinos de Jaén, así como a las quinceañeras de México y a los visitantes de Guadalajara. A todos os deseo unas felices vacaciones, tiempo propicio para fortalecer también la vida interior. Muchas gracias por vuestra atención.
(En lengua lituana)
Cada tiempo es un tiempo de gracia para quien confía en Dios. Sed constantes en la oración para ser fuertes manteniendo firme la esperanza en el Señor.
(En eslovaco)
Os agradezco este encuentro, signo de unidad con el Sucesor de san Pedro. De buen grado os imparto la bendición apostólica a vosotros y a vuestros seres queridos.
(En esloveno)
Que la peregrinación a la Sede apostólica de san Pedro afiance y consolide vuestra fe, esperanza y caridad. Que María, nuestra Madre celestial, a la que los eslovenos amáis y honráis tanto, oriente hacia Cristo todo vuestro entusiasmo juvenil. A vosotros, a vuestro párroco y a todos vuestros familiares imparto una bendición apostólica especial.
(En polaco)
Hoy, en la liturgia, se celebra la memoria de Nuestra Señora del Carmen. Esta memoria es muy querida a todos los devotos de la Virgen del Carmen. Yo también, desde mi juventud, llevo al cuello el escapulario de la Virgen y me refugio con confianza bajo el manto de la santísima Virgen María, Madre de Jesús. Os deseo que el escapulario sea para todos, especialmente para los fieles que lo llevan, ayuda y defensa en los peligros, sello de paz y signo de la protección de María.
(En italiano)
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. La memoria litúrgica de Nuestra Señora del Carmen, que celebramos hoy, me brinda la ocasión de presentaros a María santísima como modelo al cual es preciso referirse siempre para encontrar en su ejemplo inspiración y guía segura. Os exhorto a invocarla siempre: será para vosotros motivo de consuelo y esperanza.
55 Ps 146,1-11
1. El salmo que se acaba de cantar es la primera parte de una composición que comprende también el salmo siguiente -el 147- y que en el original hebreo ha conservado su unidad. En la antigua traducción griega y en la latina el canto fue dividido en dos salmos distintos.
El salmo comienza con una invitación a alabar a Dios; luego enumera una larga lista de motivos para la alabanza, todos ellos expresados en presente. Se trata de actividades de Dios consideradas como características y siempre actuales; sin embargo, son de muy diversos tipos: algunas atañen a las intervenciones de Dios en la existencia humana (cf. Ps 146,3 Ps 146,6 Ps 146,11) y en particular en favor de Jerusalén y de Israel (cf. v. 2); otras se refieren a toda la creación (cf. v. 4) y más especialmente a la tierra, con su vegetación, y a los animales (cf. vv. 8-9).
Cuando explica, al final, en quiénes se complace el Señor, el salmo nos invita a una actitud doble: de temor religioso y de confianza (cf. v. 11). No estamos abandonados a nosotros mismos o a las energías cósmicas, sino que nos encontramos siempre en las manos del Señor para su proyecto de salvación.
2. Después de la festiva invitación a la alabanza (cf. v. 1), el salmo se desarrolla en dos movimientos poéticos y espirituales. En el primero (cf. vv. 2-6) se introduce ante todo la acción histórica de Dios, con la imagen de un constructor que está reconstruyendo Jerusalén, la cual ha recuperado la vida tras el destierro de Babilonia (cf. v. 2). Pero este gran artífice, que es el Señor, se muestra también como un padre que desea sanar las heridas interiores y físicas presentes en su pueblo humillado y oprimido (cf. v. 3).
Demos la palabra a san Agustín, el cual, en la Exposición sobre el salmo 146, que pronunció en Cartago en el año 412, comentando la frase: "El Señor sana los corazones destrozados", explicaba: "El que no destroza el corazón no es sanado... ¿Quiénes son los que destrozan el corazón? Los humildes. ¿Y los que no lo destrozan? Los soberbios. En cualquier caso, el corazón destrozado es sanado, y el corazón hinchado de orgullo es humillado. Más aún, probablemente, si es humillado es precisamente para que, una vez destrozado, pueda ser enderezado y así pueda ser curado. (...) "Él sana los corazones destrozados, venda sus heridas". (...) En otras palabras, sana a los humildes de corazón, a los que confiesan sus culpas, a los que hacen penitencia, a los que se juzgan con severidad para poder experimentar su misericordia. Es a esos a quienes sana. Con todo, la salud perfecta sólo se logrará al final del actual estado mortal, cuando nuestro ser corruptible se haya revestido de incorruptibilidad y nuestro ser mortal se haya revestido de inmortalidad" (5-8: Esposizioni sui Salmi, IV, Roma 1977, pp. 772-779).
3. Ahora bien, la obra de Dios no se manifiesta solamente sanando a su pueblo de sus sufrimientos. Él, que rodea de ternura y solicitud a los pobres, se presenta como juez severo con respecto a los malvados (cf. v. 6). El Señor de la historia no es indiferente ante el atropello de los prepotentes, que se creen los únicos árbitros de las vicisitudes humanas: Dios humilla hasta el polvo a los que desafían al cielo con su soberbia (cf. 1S 2,7-8 Lc 1,51-53).
Con todo, la acción de Dios no se agota en su señorío sobre la historia; él es igualmente el rey de la creación; el universo entero responde a su llamada de Creador. Él no sólo puede contar el inmenso número de las estrellas; también es capaz de dar a cada una de ellas un nombre, definiendo así su naturaleza y sus características (cf. Ps 146,4).
Ya el profeta Isaías cantaba: "Alzad a lo alto los ojos y ved: ¿quién ha creado los astros? El que hace salir por orden al ejército celeste, y a cada estrella la llama por su nombre" (Is 40,26). Así pues, los "ejércitos" del Señor son las estrellas. El profeta Baruc proseguía así: "Brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría; los llama él y dicen: "¡Aquí estamos!", y brillan alegres para su Hacedor" (Ba 3,34-35).
56 4. Después de una nueva invitación, gozosa, a la alabanza (cf. Ps 146,7), comienza el segundo movimiento del salmo 146 (cf. vv. 7-11). Se refiere también a la acción creadora de Dios en el cosmos. En un paisaje a menudo árido como el oriental, el primer signo de amor divino es la lluvia, que fecunda la tierra (cf. v. 8). De este modo el Creador prepara una mesa para los animales. Más aún, se preocupa de dar alimento también a los pequeños seres vivos, como las crías de cuervo que graznan de hambre (cf. v. 9). Jesús nos invitará a mirar "las aves del cielo: no siembran ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta" (Mt 6,26 cf. también Lc 12, 24, que alude explícitamente los "cuervos").
Pero, una vez más, la atención se desplaza de la creación a la existencia humana. Así, el salmo concluye mostrando al Señor que se inclina sobre los justos y humildes (cf. Ps 146,10-11), como ya se había declarado en la primera parte del himno (cf. v. 6). Mediante dos símbolos de poder, el caballo y los jarretes del hombre, se delinea la actitud divina que no se deja conquistar o atemorizar por la fuerza. Una vez más, la lógica del Señor ignora el orgullo y la arrogancia del poder, y se pone de parte de sus fieles, de los que "confían en su misericordia" (v. 11), o sea, de los que abandonan en manos de Dios sus obras y sus pensamientos, sus proyectos y su misma vida diaria.
Entre estos debe situarse también el orante, fundando su esperanza en la misericordia del Señor, con la certeza de que se verá envuelto por el manto del amor divino: "Los ojos del Señor están puestos en sus fieles, en los que esperan en su misericordia, para librar su vida de la muerte y reanimarlos en tiempo de hambre. (...) Con él se alegra nuestro corazón; confiamos en su santo nombre" (Ps 32,18-19 Ps 32,21).
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial a los miembros de la Obra misionera Ekumene en el 50° aniversario de su fundación, así como a los participantes en el campus universitario promovido por la archidiócesis de Valencia, a los fieles de México venidos con la imagen del Inmaculado Corazón de María en este Año del Rosario, y también a los miembros del Regnum Christi. A todos os invito a hacer de vuestra vida una alabanza a Dios. Muchas gracias por vuestra atención.
(En polaco)
Encomiendo a María, Madre de Dios, el tiempo de vuestras vacaciones. En este tiempo de descanso, recuperad fuerzas para el trabajo que os espera. A todos los que no pueden salir de vacaciones les deseo serenidad y alegría entre sus amigos y en sus familias. También en el tiempo de descanso debemos acordarnos de Dios.
(En italiano)
Amadísimos hermanos, os agradezco el testimonio y el servicio que vuestra Orden da a la Iglesia y a la sociedad. Encomiendo los frutos de la asamblea capitular a la intercesión de María santísima y de san José de Calasanz, vuestro fundador.
Luego añadió:
Mi pensamiento se dirige, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
57 Queridos hermanos, aprovechad el tiempo de verano para intensificar vuestra relación personal con Cristo. Que para vosotros, jóvenes, él sea vuestro guía; para vosotros, enfermos, consuelo; y para vosotros, recién casados, vínculo de amor.
La audiencia se concluyó con el canto del paternóster y la bendición apostólica, impartida colegialmente por el Papa y los obispos presentes.
Ps 50
1. Esta es la cuarta vez que, durante nuestras reflexiones sobre la liturgia de Laudes, escuchamos la proclamación del salmo 50, el célebre Miserere, pues se propone todos los viernes, para que se convierta en un oasis de meditación, donde se pueda descubrir el mal que anida en la conciencia e implorar del Señor la purificación y el perdón. En efecto, como confiesa el salmista en otra súplica, "ningún hombre vivo es inocente frente a ti" (Ps 142,2). En el libro de Job se lee: "¿Cómo un hombre será justo ante Dios?, ¿cómo será puro el nacido de mujer? Si ni la luna misma tiene brillo, ni las estrellas son puras a sus ojos, ¡cuánto menos un hombre, esa gusanera, un hijo de hombre, ese gusano!" (Jb 25,4-6).
Frases fuertes y dramáticas, que quieren mostrar con toda su seriedad y gravedad el límite y la fragilidad de la criatura humana, su capacidad perversa de sembrar mal y violencia, impureza y mentira. Sin embargo, el mensaje de esperanza del Miserere, que el Salterio pone en labios de David, pecador convertido, es este: Dios puede "borrar, lavar y limpiar" la culpa confesada con corazón contrito (cf. Ps 50,2-3). Dice el Señor por boca de Isaías: "Aunque fueren vuestros pecados como la grana, como la nieve blanquearán. Y aunque fueren rojos como la púrpura, como la lana quedarán" (Is 1,18).
2. Esta vez reflexionaremos brevemente en el final del salmo 50, un final lleno de esperanza, porque el orante es consciente de que ha sido perdonado por Dios (cf. vv. 17-21). Sus labios ya están a punto de proclamar al mundo la alabanza del Señor, atestiguando de este modo la alegría que experimenta el alma purificada del mal y, por eso, liberada del remordimiento (cf. v. 17).
El orante testimonia de modo claro otra convicción, remitiéndose a la enseñanza constante de los profetas (cf. Is 1,10-17 Am 5,21-25 Os 6,6): el sacrificio más agradable que sube al Señor como perfume y suave fragancia (cf. Gn 8,21) no es el holocausto de novillos y corderos, sino, más bien, el "corazón quebrantado y humillado" (Ps 50,19).
La Imitación de Cristo, libro tan apreciado por la tradición espiritual cristiana, repite la misma afirmación del salmista: "La humilde contrición de los pecados es para ti el sacrificio agradable, un perfume mucho más suave que el humo del incienso... Allí se purifica y se lava toda iniquidad" (III 52,4).
3. El salmo concluye de modo inesperado con una perspectiva completamente diversa, que parece incluso contradictoria (cf. vv. 20-21). De la última súplica de un pecador, se pasa a una oración por la reconstrucción de toda la ciudad de Jerusalén, lo cual nos hace remontarnos de la época de David a la de la destrucción de la ciudad, varios siglos después. Por otra parte, tras expresar en el versículo 18 que a Dios no le complacen las inmolaciones de animales, el salmo anuncia en el versículo 21 que el Señor aceptará esas inmolaciones.
Es evidente que este pasaje final es una añadidura posterior, hecha en el tiempo del exilio, que, de alguna manera, quiere corregir o al menos completar la perspectiva del salmo davídico. Y lo hace en dos puntos: por una parte, no se quería que todo el salmo se limitara a una oración individual; era necesario pensar también en la triste situación de toda la ciudad. Por otra, se quería matizar el valor del rechazo divino de los sacrificios rituales; ese rechazo no podía ser ni completo ni definitivo, porque se trataba de un culto prescrito por Dios mismo en la Torah. Quien completó el salmo tuvo una intuición acertada: comprendió la necesidad en que se encuentran los pecadores, la necesidad de una mediación sacrificial. Los pecadores no pueden purificarse por sí mismos; no bastan los buenos sentimientos. Hace falta una mediación externa eficaz. El Nuevo Testamento revelará el sentido pleno de esa intuición, mostrando que, con la ofrenda de su vida, Cristo llevó a cabo una mediación sacrificial perfecta.
58 4. En sus Homilías sobre Ezequiel, san Gregorio Magno captó muy bien la diferencia de perspectiva que existe entre los versículos 19 y 21 del Miserere. Propone una interpretación que también nosotros podemos aceptar, concluyendo así nuestra reflexión. San Gregorio aplica el versículo 19, que habla de espíritu contrito, a la existencia terrena de la Iglesia, y el versículo 21, que habla de holocausto, a la Iglesia en el cielo.
He aquí las palabras de ese gran Pontífice: "La santa Iglesia tiene dos vidas: una que vive en el tiempo y la otra que recibe en la eternidad; una en la que sufre en la tierra y la otra que recibe como recompensa en el cielo; una con la que hace méritos y la otra en la que ya goza de los méritos obtenidos. Y en ambas vidas ofrece el sacrificio: aquí, el sacrificio de la compunción, y en el cielo, el sacrificio de alabanza. Del primer sacrificio se dice: "Mi sacrificio es un espíritu quebrantado" (Ps 50,19); del segundo está escrito: "Entonces aceptarás los sacrificios rituales, ofrendas y holocaustos" (Ps 50,21). (...) En ambos se ofrece carne, porque aquí la oblación de la carne es la mortificación del cuerpo, mientras que en el cielo la oblación de la carne es la gloria de la resurrección en la alabanza a Dios. En el cielo se ofrecerá la carne como en holocausto, cuando, transformada en la incorruptibilidad eterna, ya no habrá ningún conflicto y nada mortal, porque perdurará íntegra, encendida de amor a él, en la alabanza sin fin" (Omelie su Ezechiele 2, Roma 1993, p. 271).
Saludos
Saludo a los peregrinos de lengua española, en particular a los feligreses de la parroquia de Santa Marina de Aguas Santas. Deseo a todos que esta peregrinación a Roma afiance vuestra fe mediante la conversión del corazón. Llevad también el saludo del Papa a vuestras familias y comunidades. Gracias por vuestra atención.
(En portugués)
Invitó a los peregrinos de lengua portuguesa a realizar buenas obras y a elevar diariamente oraciones al Padre por la santificación y la unidad de la gran familia humana en Jesucristo.
(En alemán)
A los peregrinos y visitantes procedentes de Alemania les recordó que el Señor es la fuente de la vida y del amor, y les deseó unas vacaciones que fortalezcan su cuerpo y su espíritu.
(En francés)
Animó a los peregrinos franceses a considerar las vacaciones y el descanso como un momento favorable para experimentar la dulzura y la fuerza del perdón recibido del Señor.
(En lengua croata)
59 A un grupo de profesores y alumnos de un instituto de Banja Luka (Croacia) les dijo que conservaba en su corazón los hermosos recuerdos de su reciente visita pastoral a esa ciudad, durante la cual proclamó beato al laico Iván Merz, que había estudiado en ese mismo centro. Los encomendó a su intercesión, a fin de que los asista en la elección de los auténticos valores humanos y religiosos para construir una sociedad fundada en la verdad, en la justicia y en el respeto de la dignidad de todo ser humano.
(En lengua lituana)
Dio la bienvenida a sus compatriotas y pidió a Dios que conceda a todos el verdadero arrepentimiento y la confesión sincera de los pecados acercándose al sacramento de la penitencia.
A los peregrinos procedentes de Lituania los invitó a escuchar con confianza la palabra de Dios, que inspira y fortalece su fe, y a ser siempre discípulos dóciles de Cristo.
(En italiano)
En italiano saludo en particular a tres grupos de religiosos, con ocasión del capítulo general de sus institutos: los Oblatos de la Virgen María, las Religiosas de Santa Marta y las Religiosas Reparadoras del Sagrado Corazón, y les aseguró un recuerdo especial en la oración.
Luego añadió:
Saludo, por último, a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados. Saludo al "Regnum Christi". Os invito, queridos jóvenes, a dedicar parte de las vacaciones de verano a experiencias significativas de solidaridad. A vosotros, queridos enfermos, os deseo que aprovechéis este tiempo de descanso. Y a vosotros, queridos recién casados, que experimentéis en las vacaciones la serenidad de vuestra unión.
60 1. Hace cien años, el 4 de agosto de 1903, era elegido mi predecesor san Pío X. Nacido en Riese, pequeño centro de los Alpes vénetos, en una tierra profundamente cristiana, Giuseppe Sarto pasó toda su vida, hasta su elección como Papa, en el Véneto. Saludo con afecto al numeroso grupo de peregrinos provenientes de Treviso, que, acompañados por su obispo, han venido para rendir homenaje a la memoria de su ilustre paisano.
Vuestra presencia, amadísimos hermanos y hermanas, me brinda la oportunidad de poner de relieve el importante papel que este Sucesor de Pedro desempeñó en la historia de la Iglesia y de la humanidad al inicio del siglo XX. Al elevarlo al honor de los altares, el 29 de mayo de 1954, Año mariano, Pío XII lo definió «campeón invicto de la Iglesia y santo providencial de nuestro tiempo», cuya obra tuvo «el aspecto de una lucha librada por un gigante en defensa de un tesoro inestimable: la unidad interior de la Iglesia en su fundamento íntimo: la fe» (Acta Apostolicae Sedis XLVI [1954] 308). Que siga velando sobre la Iglesia este santo Pontífice, que nos dejó un ejemplo de fidelidad total a Cristo y de amor apasionado a su Iglesia.
2. Quisiera recordar también a otro gran Papa. En efecto, hoy se cumplen 25 años desde aquel 6 de agosto de 1978, cuando, en esta residencia de Castelgandolfo, moría el siervo de Dios Papa Pablo VI. Era la tarde del día en que la Iglesia celebra el misterio de la Transfiguración de Cristo, «sol sin ocaso» (Himno litúrgico). Era domingo, Pascua semanal, día del Señor y del don del Espíritu (cf. Dies Domini, 19).
Ya hablé de la figura de Pablo VI durante una reciente audiencia general, con ocasión del cuadragésimo aniversario de su elección como Obispo de Roma. Hoy, en el mismo lugar donde concluyó su jornada terrena, deseo idealmente volver a escuchar junto con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, su testamento espiritual, la palabra última y suprema que fue precisamente su muerte.
En la última audiencia general, cuatro días antes de su muerte, el miércoles 2 de agosto, había hablado a los peregrinos de la fe, como fuerza y luz de la Iglesia (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 6 de agosto de 1978, p. 3). Y en el texto preparado para el Ángelus del 6 de agosto, que no pudo pronunciar, dirigiendo su mirada a Cristo transfigurado, había escrito: «La luz que le inunda es y será también nuestra parte de herencia y de esplendor. Estamos llamados a compartir tan gran gloria, porque somos “partícipes de la divina naturaleza” (2P 1,4)» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 13 de agosto de 1978, p. 3).
3. Pablo VI advertía la importancia de medir los gestos y las opciones de cada día con vistas al «gran paso» para el que se iba preparando poco a poco. Prueba de ello es lo que escribió, por ejemplo, en la Meditación ante la muerte. Leemos en ella, entre otras cosas, una expresión que nos hace pensar precisamente en la fiesta de hoy, la Transfiguración: «Me gustaría —escribió—, al acabar, encontrarme en la luz. (...) En esta última mirada me doy cuenta de que esta escena fascinante y misteriosa [del mundo] es un reverbero, es un reflejo de la primera y única Luz; (...) es una invitación a la visión del Sol invisible, quem nemo vidit umquam (cf. Jn 1,18): unigenitus Filius, qui est in sinu Patris, Ipse enarravit: el Hijo unigénito que está en el seno del Padre, ese le ha dado a conocer. Así sea, así sea» (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de agosto de 1979, p. 1).
Para los creyentes, la muerte es como el «amén» final de su existencia terrena. Ciertamente, así fue para el siervo de Dios Pablo VI, que en el «gran paso» hizo su más alta profesión de fe. Él, que en la clausura del Año de la fe, había proclamado con solemnidad el Credo del pueblo de Dios, lo selló con un último y personalísimo «amén», como coronamiento de un compromiso por Cristo que había dado sentido a toda su vida.
4. «La luz de la fe no tiene ocaso». Así cantamos en un himno litúrgico. Hoy damos gracias a Dios porque estas palabras se han cumplido en este amado predecesor mío. A veinticinco años de distancia de su muerte, brilla cada vez más ante nosotros su figura de maestro y defensor de la fe en una hora dramática de la historia de la Iglesia y del mundo. Al pensar en lo que él mismo escribió a propósito de nuestra época, es decir, que en ella gozan de mayor crédito los testigos que los maestros (cf. Evangelii nuntiandi EN 41), con devota gratitud queremos recordarlo como auténtico testigo de nuestro Señor Jesucristo, enamorado de la Iglesia y siempre atento a escrutar los signos de los tiempos en la cultura contemporánea.
Ojalá que todos los miembros del pueblo de Dios, y —añadiría— todos los hombres y mujeres de buena voluntad, honren su venerada memoria con el compromiso de una sincera y constante búsqueda de la verdad: la verdad que resplandece plenamente en el rostro de Cristo y que la Virgen María, como solía recordar Pablo VI, nos ayuda a comprender mejor y a vivir con su materna y solícita intercesión.
Saludos
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En especial al grupo de «Jóvenes por el Reino de Cristo», que celebran el 25° aniversario de su fundación. A vosotros y a todos los demás os animo a progresar en la fe, contemplando el rostro de Jesús y caminando unidos a los pastores. Buenas vacaciones a todos. Muchas gracias por vuestra atención.
(En italiano)
61 Os saludo, por último, a vosotros, jóvenes, enfermos y recién casados, y os deseo que la luz de Cristo transfigurado, que contemplamos hoy, ilumine vuestra existencia y os llene el corazón de la alegría que se funda en la esperanza cristiana.
1. La Liturgia de Laudes ha acogido entre sus cánticos un fragmento de un himno, que corona la historia narrada por el libro bíblico de Tobías; acabamos de escucharlo. El himno, más bien amplio y solemne, es una típica expresión de la oración y la espiritualidad judía que se inspira en otros textos ya presentes en la Biblia.
El cántico se desarrolla a través de una doble invocación. Aparece, ante todo, una invitación repetida a alabar a Dios (cf. vv. 3. 4. 7) por la purificación que está realizando por medio del exilio. Se exhorta a los "hijos de Israel" a acoger esta purificación con una conversión sincera (cf. vv. 6. 8). Si la conversión florece en el corazón, el Señor hará surgir en el horizonte la aurora de la liberación. Precisamente en este clima espiritual se sitúa el comienzo del cántico que la Liturgia ha recortado dentro del himno más amplio del capítulo 13 de Tobías.
2. La segunda parte del texto, entonada por el anciano Tobit, protagonista con su hijo Tobías de todo el libro, es una verdadera celebración de Sión. Refleja la apasionada nostalgia y el amor ardiente que el judío de la diáspora siente por la ciudad santa (cf. vv. 9-18). También este aspecto destaca dentro del pasaje que se ha elegido como oración matutina de la Liturgia de Laudes. Meditemos en estos dos temas, o sea, en la purificación del pecado a través de la prueba y en la espera del encuentro con el Señor en la luz de Sión y de su templo santo.
3. Tobit dirige un llamamiento apremiante a los pecadores para que se conviertan y practiquen la justicia: este es el camino que se debe recorrer para reencontrar el amor divino que da serenidad y esperanza (cf. v. 8).
La misma historia de Jerusalén es una parábola que enseña a todos la elección que se tiene que realizar. Dios ha castigado la ciudad porque no podía permanecer indiferente ante el mal realizado por sus hijos. Pero ahora, al ver que muchos se han convertido y se han transformado en hijos justos y fieles, manifestará aún su amor misericordioso (cf. v. 10).
A lo largo de todo el cántico del capítulo 13 de Tobías se repite a menudo esta convicción: el Señor "castiga y tiene compasión... os ha castigado por vuestras injusticias, mas tiene compasión de todos vosotros... te castigó por las obras de tus hijos, pero volverá a apiadarse del pueblo justo" (vv. 2. 5. 10). Dios recurre al castigo como medio para llamar al recto camino a los pecadores sordos a otras llamadas. Sin embargo, la última palabra del Dios justo sigue siendo la del amor y el perdón; su deseo profundo es poder abrazar de nuevo a los hijos rebeldes que vuelven a él con corazón arrepentido.
4. Ante el pueblo elegido, la misericordia divina se manifestará con la reconstrucción del templo de Jerusalén, realizada por Dios mismo: "Reconstruirá con júbilo su templo" (v. 11). Así, aparece el segundo tema, es decir, el de Sión, como lugar espiritual en el que no sólo debe confluir el retorno de los hebreos, sino también la peregrinación de los pueblos que buscan a Dios. De este modo, se abre un horizonte universal: el templo de Jerusalén reconstruido, signo de la palabra y la presencia divina, resplandecerá con una luz planetaria que disipará las tinieblas, de modo que puedan ponerse en camino "muchos pueblos y los habitantes del confín de la tierra" (cf. v. 13), llevando sus ofrendas y cantando su alegría por participar de la salvación que el Señor derrama en Israel.
Así pues, los israelitas y todos los pueblos caminan juntos hacia una única meta de fe y de verdad. Sobre ellos el cantor de este himno hace descender una bendición repetida, diciendo a Jerusalén: "Dichosos los que te aman, dichosos los que te desean la paz" (v. 15). La felicidad es auténtica cuando se reencuentra la luz que brilla en el cielo de todos los que buscan al Señor con el corazón purificado y con el deseo de la verdad.
Audiencias 2003 53