Discursos 2003 329


A LOS SUPERIORES, FORMADORES Y ALUMNOS


DEL SEMINARIO MAYOR DE RADOM (POLONIA)


Martes 9 de diciembre de 2003



Os doy una cordial bienvenida a todos. Me alegra poder acoger al seminario mayor de la diócesis de Radom, en cierto sentido como devolución de mi visita. Ciertamente, aquellos con los que me encontré en Radom ya desde hace tiempo han salido del seminario, y hoy sirven a la Iglesia como sacerdotes con larga experiencia. Sin embargo, una conocida característica de toda comunidad es la continuidad histórica y espiritual, que constituye su riqueza. Por tanto, permitidme expresaros a vosotros y a vuestro obispo la gratitud por la bienvenida que, en el año 1991, me dio vuestro seminario en su nueva sede, que tuve la ocasión de bendecir. Agradezco a monseñor Zygmunt Zimowski las palabras que acaba de dirigirme. Doy la bienvenida a los obispos auxiliares y al obispo emérito. Me alegra que todos los obispos de Radom acompañen paternalmente a los seminaristas en su peregrinación a la Sede apostólica. Saludo también al rector, a los formadores, a los padres espirituales, a los profesores, así como a los laicos colaboradores del seminario y a las demás personas que os acompañan.

He iniciado refiriéndome a la continuidad histórica y espiritual del seminario. Por eso, es preciso, al menos brevemente, abarcar con el pensamiento toda la herencia de la que ha nacido vuestro seminario, y de la que es heredero. Sabéis bien que el origen de vuestro seminario se remonta a la diócesis de Cracovia. A ella pertenecía Sandomierz en 1635, cuando el pbro. Mikolaj Leopoldowicz abrió el nuevo seminario mayor. Fue concebido entonces no sólo como una casa de formación, sino también como un centro científico. Durante decenios, a menudo por iniciativa de los obispos y de los canónigos de Cracovia, se crearon las cátedras de teología escolástica, de derecho canónico, de sagrada Escritura y de historia de la Iglesia. Debían servir para una preparación versátil del clero de la diócesis de Cracovia.

Hablo de este vínculo con Cracovia para mostrar las raíces comunes, es decir, la herencia común que nos une. Ciertamente, contiene el legado de la fe y la valentía de san Estanislao, de la sabiduría y la magnanimidad de Juan de Kety, del celo y la misericordia de Pedro Skarga y de muchos otros grandes sacerdotes de nuestra tierra. Hace falta volver siempre a esta herencia de santidad y entrega sacerdotal a Cristo, a la Iglesia y a los fieles, para que todos los sacerdotes continúen hoy fructuosamente su obra.

A finales del siglo XVIII, después de la supresión de la Compañía de Jesús, vuestro seminario se unió a Kielce, hasta la creación de la diócesis de Sandomierz, en 1818. Dos años después, pudo volver a Sandomierz. En los tiempos modernos se estableció primero una unión parcial con Radom y, por último, tuvo lugar la fundación de un seminario separado para esa diócesis. Expreso mi gratitud a monseñor Edward Materski por el empeño de crear la diócesis, a la que ha asegurado la existencia de una institución tan importante como es el seminario mayor. Me alegra que esta comunidad -nueva, pero con una rica tradición- se consolide y crezca. Creo firmemente que saldrán de él buenos pastores según el modelo de Cristo.

Sé que durante este año de formación tenéis como lema: "Imita lo que celebrarás", "imitare quod tractabis". Es una invitación que, si Dios quiere, escuchará cada uno de vosotros, seminaristas, durante la liturgia de la ordenación. Por lo general, se refiere a los misterios que se encierran en la Eucaristía y su celebración. En realidad, el contenido más profundo de esta llamada parece derivar directamente de las palabras de Cristo: "Haced esto en memoria mía" (Lc 22,19). Y la "memoria" de Cristo es toda su vida terrena, pero sobre todo su conclusión pascual. ¿Cómo no ver el vínculo entre esta llamada y el gesto humilde y lleno de amor del lavatorio de los pies en el Cenáculo?: "¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? (...). Porque os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros" (Jn 13,12 Jn 13,15). No podemos menos de referirlo a la invitación llena de fuerza: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros", palabras que al día siguiente se cumplieron en el árbol de la cruz. Es la entrega total de sí mismo por amor al Padre y a los hombres. Esta entrega os la pedirán Dios y los hombres, cuando la Iglesia os llame: "Imita lo que celebrarás". Por eso, es necesario que recordéis que en la "memoria de Cristo" se insertan también la Resurrección y Pentecostés. Tened siempre fe en que por los caminos del mundo os acompaña el Resucitado mismo, que os ha revestido de la fuerza del Espíritu Santo. Así, vuestra entrega a Dios y a los hombres no será un peso, sino una participación confiada y gozosa en el sacerdocio eterno de Cristo. Prepararos desde ahora para este acto de consagración, que realizaréis al asumir la responsabilidad de la "memoria de Cristo".
330 "Imita lo que celebrarás". El servicio pastoral de un sacerdote está constituido por diversas acciones, de las cuales la Eucaristía -como dice el Concilio- es fuente y cima (cf. Lumen gentium LG 11). De cualquier género que sean, la invitación a imitar su sentido más profundo es siempre actual y justo. Si un sacerdote celebra el bautismo -el sacramento de la justificación-, ¿no tiene también la tarea de ser testigo de la gracia justificante en cada una de sus acciones? Si prepara a los jóvenes para el sacramento de la confirmación, que capacita para participar en la misión profética de la Iglesia, ¿no debería ser él mismo antes un fiel heraldo del Evangelio? Cuando da la absolución y exhorta a la fidelidad, ¿no debería él mismo pedirla y ser un ejemplo de fidelidad? Y lo mismo cuando enseña, cuando bendice los matrimonios, cuando acompaña a los enfermos y prepara para la muerte, cuando se encuentra con las familias: debería ser siempre el primer testigo de lo que es el contenido de su servicio.

Humanamente no es fácil realizar esta tarea. Precisamente por eso, es necesario buscar la ayuda de aquel que envía los obreros a su mies (cf. Mt Mt 9,38). Que en nuestra vida de hoy, y sobre todo en el sacerdocio, no falte jamás el espacio para la oración. Sí, esforzaos al máximo para prepararos del mejor modo posible a las tareas sacerdotales mediante un sólido estudio de la doctrina -no sólo teológica, sino también de otras disciplinas, que os ayudarán en el contacto con el hombre moderno- o mediante el aprendizaje de una práctica pastoral, pero basad esta preparación en el firme fundamento de la oración. Os dejo esta consigna: sed hombres de oración, y lograréis imitar lo que celebraréis.

Os encomiendo a todos a la patrona de vuestro seminario, la Inmaculada Madre de Dios. Que ella os acompañe y os proteja, y os alcance todas las gracias que necesitáis para una buena preparación al sacerdocio. Os bendigo de corazón a todos: en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.





ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II


A CUATRO NUEVOS EMBAJADORES ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 12 de diciembre de 2003



Excelencias:

1. Me alegra acogeros para la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países respectivos: Dinamarca, Singapur, Qatar y Estonia.

A la vez que os agradezco las corteses palabras de vuestros jefes de Estado que me habéis transmitido, os ruego que les expreséis mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus pueblos. A través de vosotros, saludo a las autoridades civiles y religiosas de vuestros países, y a todos vuestros compatriotas; así mismo, os pido que les transmitáis mis deseos más cordiales y fervientes.

2. El fin del año civil es un tiempo propicio para analizar la situación del mundo y los acontecimientos de los que somos testigos. Como todos los diplomáticos, os dedicáis a establecer vínculos entre las personas y entre los países, favoreciendo la paz, la amistad y la solidaridad entre los pueblos. Lo hacéis en nombre de vuestros gobiernos, que se interesan por una globalización de la fraternidad y de la solidaridad, con la certeza de que lo que une a los hombres es más importante que lo que los separa. El futuro de los pueblos y la esperanza del mundo dependen del respeto de esos valores humanos fundamentales.

3. Para un desarrollo duradero, como para la estabilidad internacional y la credibilidad misma de las instancias de gobierno, nacionales e internacionales, conviene que todos los protagonistas de la vida pública, especialmente en los campos de la política y la economía, tengan un sentido moral cada vez más intenso en la gestión de los asuntos públicos, y persigan como objetivo primordial el bien común, que es más que la suma de los bienes individuales. Exhorto a todas las personas de buena voluntad, llamadas a servir a su país, a esforzarse siempre por poner su competencia al servicio de sus compatriotas y, más en general, de la comunidad internacional.

4. En este tiempo, en el que los hombres de todo el mundo van a intercambiarse deseos de paz y felicidad, expreso desde ahora estos mismos deseos a vosotros, a vuestros gobiernos y a todos los habitantes de vuestros países, así como a toda la humanidad. Ahora que comenzáis vuestra noble misión ante la Santa Sede, os formulo mis votos más fervientes, invocando la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis.







ALOCUCIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A VARIOS GRUPOS DE PEREGRINOS

Sábado 13 de diciembre de 2003



331 Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho encontrarme con vosotros, y os doy a cada uno mi cordial bienvenida.
Saludo, en primer lugar, al presidente, honorable Mario Pescante, y a los miembros de los cuarenta y nueve Comités olímpicos europeos, que participan en la asamblea anual del Comité olímpico internacional. Aprovecho esta ocasión para destacar, una vez más, el valor y la importancia del deporte, especialmente en la formación de la juventud. Europa es la cuna del deporte moderno, que deriva de las competiciones de los antiguos griegos, caracterizadas por el respeto recíproco y la amistad. Que el conocido lema de las Olimpiadas modernas, "Citius, altius, fortius", siga distinguiendo la práctica deportiva de las nuevas generaciones.

2. Saludo, asimismo, al grupo de la Asociación italiana de ópticos y al de la Asociación italiana para la investigación de las enfermedades de los ojos. Que vuestra patrona santa Lucía, cuya fiesta celebramos hoy, os ayude a realizar siempre con gran esmero vuestra actividad en favor de quienes tienen problemas de vista. Se trata de un importante servicio que prestáis a la sociedad.
3. Por último, os dirijo un saludo a vosotros, miembros del grupo "Interdis", y os agradezco esta visita. Os doy las gracias también por el generoso apoyo que dais a las iniciativas de caridad del Papa en favor de los más necesitados.

Queridos hermanos, al acercarse la santa Navidad, os expreso mis mejores deseos a vosotros y a vuestros familiares, y aseguro a cada uno un recuerdo en la oración. Os bendigo de corazón a todos.






A S.E. EL SEÑOR


CARLOS RAFAEL CONRADO MARION-LANDAIS CASTILLO,


EMBAJADOR DE LA REPÚBLICA DOMINICANA


ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 15 de diciembre de 2003



Señor Embajador:

1. Le recibo con mucho gusto en este solemne acto de presentación de las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Dominicana ante la Santa Sede, y le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme.

Le quedo muy reconocido por sus expresiones de felicitación con motivo de la reciente celebración del los XXV años de mi elección a la Cátedra de San Pedro, a la cual el Supremo Pastor quiso llamarme para prestar este servicio a la Iglesia y, por extensión, a la humanidad. Por eso, le agradezco mucho sus oraciones para que Dios me siga confortando con su ayuda en el ejercicio de este ministerio eclesial.

2. Vuestra Excelencia viene a representar a una Nación que, como ha recordado Usted en su discurso, se siente profundamente católica. Sobre el suelo de lo que es hoy la República Dominicana se celebró la primera Misa en los inicios de la Evangelización del continente americano, y más tarde se administraron los primeros bautismos de indígenas. Con estos dos Sacramentos crece y se edifica la Iglesia de Cristo y así se puede decir que fue en la Isla Hispaniola donde nació la Iglesia católica en América. Desde allí partieron luego los evangelizadores hacia la tierra firme americana; aquellos hombres que iban a anunciar a Jesucristo, a defender la dignidad inviolable y los derechos de los pueblos indígenas, a favorecer su promoción integral y la hermandad entre todos los miembros de la gran familia humana.

332 En un período relativamente corto los senderos de la fe atravesaron la geografía dominicana. El Papa Julio II apenas iniciado el siglo XVI erigió en la Isla Hispaniola la Iglesia Metropolitana de Yaguate, con las sufragáneas de Bainoa y Maguá, primeras del Nuevo Mundo. Estas diócesis fueron sin embargo suprimidas tiempo después y el mismo Pontífice el 8 de agosto de 1511 erigiría definitivamente las diócesis de Santo Domingo, Concepción de la Vega y San Juan, como sufragáneas de la Sede Metropolitana de Sevilla. Para celebrar esos quinientos años de existencia el Episcopado dominicano prepara un Plan Nacional de Pastoral de Evangelización, al que deseo desde ahora los mejores frutos.

En estos cinco siglos la Iglesia ha acompañado el caminar del pueblo dominicano, anunciándole los principios cristianos, que son fuente de sólida esperanza e infunden un renovado dinamismo a la sociedad, y llevando a cabo su obra de evangelización y promoción humana, acciones que no se contraponen sino que están íntimamente vinculadas, pues "la promoción humana ha de ser la consecuencia lógica de la evangelización, la cual tiende a la liberación integral de la persona" (Discurso en Santo Domingo, 12.X.1992, 13).

3. La Santa Sede se complace por las buenas relaciones entre la Iglesia y el Estado, y formula fervientes votos para que continúen incrementándose en el futuro. Existe un amplio campo en el que confluyen y se interrelacionan las propias competencias y acciones, tal como recoge el Concilio Vaticano II.

Es justo reconocer la acción llevada a cabo en su País a través de las diócesis, las parroquias, las comunidades religiosas y los movimientos de apostolado. Deseo, al respecto, mencionar la acción eclesial en favor de los discapacitados, los enfermos de sida, las minorías étnicas, los emigrantes y refugiados. También es motivo de gozo la presencia de la Iglesia en el campo educativo, a través de una Universidad Pontificia en Santiago con un recinto también en la Ciudad Capital, cuatro Universidades Católicas, varios Institutos Técnicos, Institutos Politécnicos Femeninos y casi trescientos Centros educativos y escuelas parroquiales. Además otras instituciones de la Iglesia católica ofrecen una aportación significativa en el esfuerzo común por fomentar una sociedad más justa y atenta a las necesidades de sus miembros más débiles.

4. Aunque en su servicio a la sociedad no le incumbe a la Iglesia proponer soluciones de orden político y técnico, sin embargo debe y quiere señalar las motivaciones y orientaciones que provienen del Evangelio para iluminar la búsqueda de respuestas y soluciones. En la raíz de los males sociales, económicos y políticos de los pueblos suele estar el repudio u olvido de los genuinos valores éticos, espirituales y transcendentes. Es misión de la Iglesia recordarlos, defenderlos y consolidarlos, particularmente en el momento actual, en el que causas internas y externas han producido en su país un grave deterioro y un cierto descenso de la calidad de vida de los dominicanos. En la solución de esos problemas no debe olvidarse que el bien común es el objetivo a conseguir, para lo cual, la Iglesia, sin pretender competencias ajenas a su misión, presta su colaboración al gobierno y a la sociedad.

En el mundo de hoy no basta limitarse a la ley del mercado y su globalización; hay que fomentar la solidaridad, evitando los males que se derivan de un capitalismo que pone el lucro por encima de la persona y la hace víctima de tantas injusticias. Un modelo de desarrollo que no tuviera presente y no afrontara con decisión esas desigualdades no podría prosperar de ningún modo.

Los que más sufren en las crisis son siempre los pobres. Por eso, deben ser el objetivo especial de los desvelos y atención del Estado. La lucha contra la pobreza no debe reducirse a mejorar simplemente sus condiciones de vida, sino a sacarlos de esa situación creando fuentes de empleo y asumiendo su causa como propia. Es importante incidir en la importancia de la educación y la formación como elementos en la lucha contra la pobreza, así como en el respeto de los derechos fundamentales, que no pueden ser sacrificados en aras de otros objetivos, pues eso atentaría contra la verdadera dignidad del ser humano.

5. Antes de concluir este encuentro deseo expresarle, Señor Embajador, mi cercanía a todos los afectados por el terremoto del pasado mes de septiembre y las recientes inundaciones. Deseo alabar la solidaridad efectiva de las otras regiones de la misma República Dominicana y de otros Países del Caribe. Pido al Señor que conceda a los damnificados fortaleza y capacidad de entrega generosa para hacer frente a las devastaciones sufridas y que no les falte, con prontitud, la ayuda necesaria para poder continuar la vida ordinaria.

6. Finalmente me complace formularle mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en copiosos frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República y las demás las Autoridades de su País, mientras invoco la bendición de Dios, por intercesión de la Virgen de Altagracia, que venerada desde 1541 acompaña con su presencia amorosa a los fieles de esa noble Nación, sobre Usted, sobre su distinguida familia y colaboradores, y sobre los amadísimos hijos dominicanos.








A LOS MIEMBROS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE SUDÁN


EN VISITA "AD LIMINA"


Lunes 15 de diciembre de 2003



Amados hermanos en el episcopado:

333 1. "El Señor de la paz os conceda la paz siempre y en todos los órdenes" (2 Ts 3, 16). En este momento decisivo para vuestro país, mientras dos décadas de violentos conflictos y derramamiento de sangre parecen estar a punto de dar paso a la reconciliación y a la pacificación, os saludo a vosotros, miembros de la Conferencia de obispos católicos de Sudán, con estas palabras del apóstol san Pablo, palabras consoladoras y tranquilizadoras, palabras fundadas en la Palabra, que es "la vida y la luz de los hombres" (cf. Jn Jn 1,4), Jesucristo, nuestra esperanza y nuestra paz.

Estos días de vuestra visita ad limina Apostolorum son momentos privilegiados de gracia, durante los cuales fortalecemos los vínculos de comunión fraterna y solidaridad que nos unen en la tarea de dar testimonio de la buena nueva de la salvación. Al reflexionar juntos sobre esta misión recibida del Señor y sobre sus implicaciones particulares para vosotros y para vuestras comunidades locales, deseo recordar a dos intrépidos testigos de la fe, dos personas santas, cuyas vidas estuvieron íntimamente unidas a vuestra tierra: santa Josefina Bakhita y san Daniel Comboni. Estoy convencido de que el ejemplo de firme compromiso y caridad cristiana que dieron estos dos devotos siervos del Señor puede arrojar mucha luz sobre las realidades que afronta actualmente la Iglesia en vuestro país.

2. Desde su más tierna infancia, santa Josefina Bakhita experimentó la crueldad y la brutalidad con las que el hombre puede tratar a su prójimo. Secuestrada y vendida como esclava cuando era niña, conoció y soportó en carne propia el sufrimiento y el dolor que afligen aún a innumerables hombres y mujeres en su tierra, en toda África y en el mundo. Su vida inspira la firme determinación de trabajar eficazmente para liberar a los pueblos de la opresión y la violencia, asegurando que se respete su dignidad humana en el pleno ejercicio de sus derechos. Esta misma determinación debe impulsar a la Iglesia en Sudán hoy, cuando la nación realiza la transición de la hostilidad y del conflicto a la paz y a la concordia. Santa Bakhita es una abogada luminosa de la auténtica emancipación. Su vida muestra claramente que el tribalismo y las formas de discriminación basadas en el origen étnico, en la lengua y en la cultura no corresponden a una sociedad civilizada y no tienen absolutamente lugar en la comunidad de los creyentes.

La Iglesia en vuestro país es plenamente consciente de las privaciones y del dolor que afligen a quienes huyen de la guerra y la violencia, especialmente a las mujeres y los niños, y no sólo utiliza sus recursos para ayudarles a afrontar sus necesidades, sino que también apela a la generosidad de voluntarios y bienhechores externos. Particularmente digna de mención, a este respecto, es la labor de Sudanaid, agencia de asistencia nacional supervisada por el Departamento de ayuda y desarrollo de vuestra Conferencia episcopal, que justamente goza de gran estima por los diversos proyectos caritativos en los que está comprometida. Hermanos, desearía sugerir que una base sólida para lograr que la Iglesia esté representada en el actual proceso de normalización puede ser precisamente la asistencia, tan necesaria, que brinda a los numerosos refugiados y prófugos que se han visto obligados a abandonar sus hogares y su tierra natal.

Además, las numerosas contribuciones que la Iglesia hace a la vida social y cultural de vuestro país puede ayudaros a entablar relaciones más estrechas y positivas con las instituciones nacionales. Ya ahora, la presencia de cristianos en el Gobierno actual y la reactivación de la Comisión para el diálogo interreligioso permiten constatar una cauta apertura por parte de las autoridades civiles. Debéis hacer todo lo posible para impulsarla, insistiendo al mismo tiempo en que es necesario que se respete el pluralismo religioso, tal como lo garantiza la Constitución de Sudán.

A este respecto, un importante corolario es vuestro deber de afrontar algunos problemas importantes que afectan a la vida social, económica, política y cultural de vuestro país (cf. Ecclesia in Africa ). Como sabéis bien, corresponde a la Iglesia hablar claro, sin ambigüedades, en nombre de aquellos que no tienen voz, y ser levadura de paz y solidaridad, especialmente donde esos ideales son más frágiles y están más amenazados. Como obispos, vuestras palabras y vuestras obras jamás han de ser la expresión de preferencias políticas individuales, sino que deben reflejar siempre la actitud de Cristo, el buen Pastor.

3. Teniendo presente la imagen del buen Pastor, vuelvo ahora a la figura de san Daniel Comboni, el cual, como sacerdote y obispo misionero, trabajó incansablemente por dar a conocer a Cristo y hacer que fuera acogido en África central, incluyendo Sudán. San Daniel se preocupó profundamente de que los africanos desempeñaran un papel clave en la evangelización del continente, y sintió la inspiración de redactar un proyecto misionero para la región, un "plan para el renacimiento de África", que preveía la ayuda de los mismos pueblos indígenas. Durante su actividad misionera, no permitió que el gran sufrimiento y las numerosas dificultades que soportó -privaciones, agotamiento, enfermedades y desconfianza- lo apartaran de la tarea de anunciar la buena nueva de Jesucristo.

Monseñor Comboni fue, además, un gran defensor de la inculturación de la fe. Se esmeró mucho por familiarizarse con las culturas y las lenguas de las poblaciones locales a las que servía. De ese modo, logró presentar el Evangelio de una manera acorde con las costumbres que sus oyentes comprendían fácilmente. De un modo muy real, para nosotros, hoy, su vida es un ejemplo, que demuestra claramente que "la evangelización de la cultura y la inculturación del Evangelio forman parte de la nueva evangelización y, por tanto, son un cometido propio de la función episcopal" (Pastores gregis ).

Hermanos, este mismo fervor apostólico, este celo misionero y esta profunda solicitud por la salvación de las almas debe ser un sello distintivo de vuestro ministerio como obispos. Considerad como vuestro deber primero y principal cuidar de la grey que se os ha encomendado, velando por su bienestar espiritual y físico, dedicando tiempo a los fieles, en particular a vuestros sacerdotes y a los religiosos de vuestras diócesis. De hecho, el ministerio pastoral del obispo, "se expresa en un "ser para" los otros fieles, lo cual no lo separa de "ser con" ellos" (ib., 10).

En todo esto, vuestra invitación a la conversión del corazón y de la mente debe ser respetuosa pero insistente. La fe alcanza la madurez cuando los discípulos de Cristo son educados y formados en un conocimiento profundo y sistemático de su persona y de su mensaje (cf. Catechesi tradendae CTR 19). Por tanto, la formación permanente de los laicos es una prioridad en vuestra misión como predicadores y maestros. La formación espiritual y doctrinal debe orientarse a ayudar a los fieles laicos a desempeñar su papel profético en una sociedad que no siempre reconoce o acepta la verdad y los valores del Evangelio. Este es, en particular, el caso de vuestros catequistas: estos servidores de la Palabra, comprometidos, necesitan una formación adecuada, tanto espiritual como intelectual, así como apoyo moral y material (cf. Ecclesia in Africa ).

También sería útil preparar y poner a disposición un catecismo sencillo con el lenguaje del pueblo. Del mismo modo, podrían prepararse y distribuirse textos idóneos en las lenguas locales, como medios para presentar a Jesús a quienes no conocen el mensaje cristiano y como instrumentos para el diálogo interreligioso. Esto podría resultar especialmente útil en las zonas que no se rigen por la ley de la sharia, especialmente en la capital federal, Jartum. A este respecto, deseo estimularos también a intensificar vuestros esfuerzos por instituir una universidad católica en Jartum. Una institución de este tipo podría permitir que la valiosa contribución que la Iglesia da en el ámbito de la educación primaria y secundaria diera frutos también en el de la educación superior. Además, una universidad católica os podría ayudar en gran medida a cumplir vuestro deber de asegurar que haya maestros formados adecuadamente para impartir la instrucción cristiana en las escuelas públicas.

334 4. Con respecto a los que os ayudan más estrechamente en vuestro ministerio pastoral, os exhorto a cuidar siempre de vuestros sacerdotes con un amor especial y a considerarlos como valiosos colaboradores y amigos (cf. Christus Dominus CD 16). Su formación los debe impulsar a estar dispuestos a renunciar a toda ambición terrena, a fin de actuar en la persona de Cristo. Están llamados a desprenderse de las cosas materiales y a entregarse a sí mismos al servicio de los demás mediante el don total de sí en el celibato. El comportamiento escandaloso siempre se debe investigar, afrontar y corregir. Con vuestra amistad y apoyo fraterno, así como con el de sus hermanos en el sacerdocio, será más fácil para vuestros presbíteros entregarse totalmente, en castidad y sencillez, a su ministerio de servicio.

Por supuesto, las actitudes y las disposiciones de un verdadero pastor deben alimentarse en el corazón de los futuros sacerdotes mucho tiempo antes de su ordenación. Este es el objetivo de la formación humana, espiritual, intelectual y pastoral que se imparte en el seminario. Las directrices contenidas en mi exhortación apostólica Pastores dabo vobis serán muy útiles para evaluar a los candidatos y mejorar su formación. Al mismo tiempo, es preciso tomar medidas para asegurar que la adecuada formación sacerdotal continúe después de la ordenación, especialmente durante los primeros años del ministerio.

En la vida de fe de vuestras comunidades, los institutos religiosos y misioneros siguen desempeñando un papel decisivo. El obispo, respetando la legítima autonomía interna establecida para las comunidades religiosas, debe ayudarles a cumplir, en el seno de la Iglesia local, su obligación de dar testimonio del amor de Dios a su pueblo. Como pastores de la grey de Cristo, debéis insistir en un esmerado discernimiento de la aptitud de los candidatos a la vida religiosa y ayudar a los superiores a proporcionarles una sólida formación espiritual e intelectual, tanto antes como después de la profesión.

5. En el cumplimiento de vuestros numerosos deberes, vosotros y vuestros sacerdotes siempre debéis estar atentos a las necesidades humanas y espirituales de vuestro pueblo. No se debe gastar nunca tiempo y recursos en estructuras diocesanas o parroquiales, o en proyectos de desarrollo, a expensas de la gente; además, esas estructuras y proyectos no deben impedir el contacto personal con aquellos a quienes Dios nos ha llamado a servir. La equidad y la transparencia deben ser los rasgos indispensables que caractericen todos los asuntos financieros, haciendo todo lo posible por asegurar que los donativos se usen de verdad para los fines a los que están destinados. La misión pastoral de la Iglesia y la obligación de sus ministros de "no ser servidos, sino servir" (cf. Mt Mt 20,28) debe ser siempre la preocupación principal.

Los conceptos de servicio y solidaridad también pueden ser muy útiles para fomentar una mayor cooperación ecuménica e interreligiosa. Una iniciativa específica que podría ayudar a estimular el progreso en este ámbito es la creación de una agencia para la coordinación de los diversos programas destinados a brindar asistencia y ayuda humanitaria en todas las regiones del país. Indudablemente, esa coordinación serviría para incrementar la eficacia de dichos programas e incluso podría resultar provechosa para entablar contactos a fin de obtener los permisos gubernativos necesarios para viajar a ciertas regiones. La Conferencia de obispos católicos de Sudán podría patrocinar y promover activamente esa agencia de coordinación. Según el modelo de acuerdo que ya está en vigor en el sur de Sudán con los miembros de la Comunión anglicana, la agencia podría estar abierta a los representantes de otras denominaciones cristianas y de otras religiones, incluso del islam, fomentando así un clima de confianza mutua a través de la cooperación común en las áreas de asistencia educativa y humanitaria.

6. Queridos hermanos en el episcopado, las palabras que os dirijo hoy quieren brindaros aliento en el Señor. Soy consciente de vuestros esfuerzos diarios y del gran dolor y sufrimiento que vuestro pueblo soporta aún: una vez más os aseguro a vosotros y a ellos mis oraciones y mi solidaridad. Juntamente con todos vosotros, suplico al Dios de la paz os conceda que el actual proceso de diálogo y negociaciones tenga éxito, para que la verdad, la justicia y la reconciliación reinen nuevamente en Sudán. Os encomiendo a vosotros y vuestras diócesis a la protección amorosa de María, Reina de los Apóstoles, y a la intercesión celestial de santa Josefina Bakhita y san Daniel Comboni. Que durante este período de Adviento, mientras nos preparamos para celebrar el nacimiento de nuestro Salvador, vosotros, así como los sacerdotes, los religiosos y los fieles laicos de vuestras Iglesias locales, os renovéis en la esperanza que brota de la "buena nueva de una gran alegría" proclamada en Belén. A todos os imparto cordialmente mi bendición apostólica.









Discursos 2003 329