Discursos 2003 246

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL 350° ANIVERSARIO DE LA INSTITUCIÓN


DE LA DIÓCESIS DE PRATO (ITALIA)




247 Al venerado hermano

GASTONE SIMONI

Obispo de Prato

1. El notable incremento de la población y el desarrollo económico y social de la ciudad de Prato, con las consiguientes necesidades espirituales de la comunidad cristiana reunida en torno a la colegiata de San Esteban, a mediados del siglo XVII impulsaron a mi venerado predecesor Inocencio X a acoger las súplicas de los fieles: con la bula Redemptoris nostri, el 22 de septiembre de 1653 instituyó la diócesis de Prato, uniéndola aeque principaliter, in persona episcopi, a la Iglesia de Pistoya.

En el 350° aniversario de ese feliz acontecimiento, me uno de buen grado a esa diócesis para elevar a Dios sentimientos de alabanza y gratitud. Lo saludo cordialmente a usted, venerado hermano, y a su querido predecesor, monseñor Pietro Fiordelli, primer obispo residencial de la Iglesia diocesana de Prato, que el Papa Pío XII, de venerada memoria, con la constitución apostólica Clerus populusque, del 25 de enero de 1954, separó de la de Pistoya. La conmemoración de esas dos etapas importantes de la vida de vuestra diócesis se enriquece, además, con el recuerdo de otro acontecimiento eclesial: el V centenario de la fundación del monasterio de las Dominicas de San Vicente y de Santa Catalina de Ricci. De buen grado me uno a la alegría de todos los habitantes de esa tierra, deseándoles que sigan edificando, con confianza y laboriosidad, una sociedad cada vez más solidaria, sobre la base de las antiguas tradiciones espirituales que constituyen su patrimonio más valioso.

2. El 19 de marzo de 1986, durante mi visita a la ciudad de Prato, puse de relieve que la "ciudad y el templo" en vuestra diócesis han caminado en estrecha sintonía a lo largo de los siglos, en beneficio de todos los ciudadanos. En efecto, gracias a la presencia de una activa comunidad cristiana, la población de Prato, cultivando una sincera devoción a san Esteban protomártir y sobre todo a la santísima Virgen en el culto del Sagrado Cíngulo, ha visto madurar en ella abundantes frutos de santidad.

¡Cómo no recordar, por ejemplo, a santa Catalina de Ricci, gran mística dominica del siglo XVI, que vivió precisamente en el convento que celebra el V centenario de su fundación! Contemplando los misterios de Cristo, el Esposo celestial de cuya pasión llevaba impresos los signos en su cuerpo, trató de vivir plenamente el Evangelio practicando con heroísmo espiritual todas las virtudes cristianas. Que su memoria, junto con las de los demás santos y beatos que han enriquecido la Iglesia de Prato, siga siendo un ejemplo para toda la comunidad diocesana y, al mismo tiempo, un estímulo para cuantos buscan la verdad y también para los que, demasiado preocupados por las cosas del mundo, no saben elevar su mirada al cielo.

3. "La ciudad y el templo crecieron juntos". Lo dije durante mi ya citada visita a Prato, destacando la secular colaboración existente entre las autoridades religiosas y civiles. He sabido con alegría que, con vistas a este especial año jubilar, la colaboración entre las autoridades eclesiales y las civiles se ha consolidado aún más también gracias a la constitución de un comité integrado por la diócesis, el ayuntamiento y la provincia de Prato. Deseo de corazón que ello permita valorar plenamente la conmemoración de los acontecimientos que han marcado el pasado de esa tierra. Que el camino recorrido hasta ahora sea motivo de estímulo, especialmente para las nuevas generaciones que, apoyándose en los valores de la tradición, avanzarán así hacia nuevas metas de concordia y civilización.

En el actual contexto sociocultural, la afluencia de bienes materiales, el cuidado exagerado de sí y las necesidades suscitadas por una sociedad consumista corren a veces el riesgo de ofuscar la voz interior de Dios, que constantemente invita a mantener firme la alianza personal con él. Hoy existe el peligro de reducir la fe a un sentimiento religioso vivido sólo en la esfera íntima, olvidando que ser cristianos significa asumir el compromiso de ser apóstoles de Cristo en el mundo. La acogida de su Evangelio en nuestra existencia abre de par en par la vida a los hermanos e impulsa a estar "siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza" (1P 3,15).

4. Quiera Dios que el camino jubilar, que comienza hoy, 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María, y concluirá el 26 de diciembre de 2004, fiesta de San Esteban, patrono de la ciudad y de la diócesis, con una resonancia prolongada hasta el otoño de 2005, sea para todos un tiempo de conversión, de revitalización de la fe, de impulso apostólico y de renovada comunión eclesial. Ojalá que este aniversario sea una ocasión providencial para comprender mejor que la vocación a la santidad se extiende a todos y es preciso proponerla con valentía y paciencia también a las nuevas generaciones.

Que el Señor ayude a la población de Prato a proseguir por la senda del auténtico progreso moral, civil y espiritual, y que la Virgen María, venerada desde hace más de seis siglos en la capilla a ella dedicada en la iglesia catedral, vele con ternura materna sobre todos sus habitantes.

Con estos sentimientos, aseguro mi recuerdo en la oración y le imparto a usted, querido hermano, a su venerado predecesor, a los sacerdotes, a los consagrados y a las consagradas, así como a cuantos de diferentes formas participen en las celebraciones jubilares, una afectuosa bendición apostólica, prenda de abundantes favores celestiales.

248 Castelgandolfo, 8 de septiembre de 2003, fiesta de la Natividad de la Santísima Virgen María.








AL PRIMER GRUPO DE OBISPOS DE FILIPINAS


EN "VISITA AD LIMINA"


Jueves 25 de septiembre de 2003



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con inmensa alegría os saludo, obispos de Filipinas de las provincias de Cagayan de Oro, Cotabato, Davao, Lipa, Ozamis y Zamboanga, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Sois el primero de los tres grupos de obispos filipinos que, durante los próximos dos meses, vendrán a Roma para "ver a Cefas" (cf. Ga Ga 1,18) y para compartir con él "el gozo y la esperanza, la tristeza y la angustia" (Gaudium et spes GS 1) de vuestras comunidades locales. Estos días son un tiempo de gracia para vosotros, al rezar ante las tumbas de los Apóstoles y tratar de fortaleceros con el fin de anunciar "las inescrutables riquezas de Cristo", dando a conocer "el misterio escondido desde siglos en Dios" (Ep 3,8-9).

Las palabras que os dirijo a vosotros hoy, y las que dirigiré a vuestros hermanos en el episcopado cuando vengan los dos próximos grupos, están destinadas a todos los obispos de Filipinas, que tenéis la misión de apacentar "la grey de Dios que os está encomendada" (1P 5,2).

2. Al inicio de este nuevo milenio, poco después de la clausura del gran jubileo del año 2000, los obispos de Filipinas convocaron la Consulta pastoral nacional sobre la renovación eclesial, para estudiar una vez más el tema que, diez años antes, había inspirado uno de los acontecimientos más significativos de la vida eclesial de vuestra Iglesia local: el segundo Concilio plenario de Filipinas. De hecho, la Consulta nacional centró su atención precisamente en los resultados del Concilio, mirando con esmero y realismo a la aplicación continua de los decretos emanados por él.

Al compartir mis pensamientos con vosotros, quisiera también situar mis reflexiones en el marco de ese Concilio y de las recomendaciones que surgieron de él. Tres prioridades pastorales estableció el Concilio plenario: la necesidad de ser una Iglesia de los pobres, el reto de llegar a ser una auténtica comunidad de discípulos del Señor, y el compromiso de dedicarse a una evangelización integral renovada. Dado que los obispos filipinos harán su visita ad limina a Roma en tres grupos, tomaré cada uno de estos tres aspectos como punto de partida para mis comentarios a cada grupo. Al hablaros a vosotros, comenzaré con la primera prioridad: la Iglesia de los pobres.

3. En la declaración sobre el enfoque de la misión de la Iglesia en Filipinas, leemos esta afirmación sencilla e incisiva: "Siguiendo el ejemplo de nuestro Señor, optamos por ser una Iglesia de los pobres". El Concilio plenario explicó ampliamente lo que significa ser una Iglesia de los pobres (cf. Actas y decretos del segundo Concilio plenario de Filipinas, 122-136). Dio una descripción sucinta de la Iglesia de los pobres como comunidad de fe que "abraza y practica el espíritu evangélico de pobreza y conjuga el desprendimiento de los bienes con una profunda confianza en el Señor como única fuente de salvación" (ib., 125). Se trata de un eco de la primera bienaventuranza: "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos" (Mt 5,3).

Notemos bien que esta preferencia por los pobres no es exclusiva, pues abarca a todas las personas, prescindiendo de su nivel económico o su condición social. Sin embargo, es una Iglesia que presta atención preferencial a los pobres, intentando compartir tiempo y recursos para aliviar los sufrimientos. Es una Iglesia que trabaja con todos los sectores de la sociedad, incluyendo a los pobres, en busca de soluciones para los problemas de la pobreza, a fin de liberar a las personas de una vida de miseria y privaciones. Es una Iglesia, además, que aprovecha los talentos y los dones de los pobres, confiando en ellos para la misión de evangelización. La Iglesia de los pobres es una Iglesia en la que se acoge a los pobres, se los escucha e implica activamente.

4. Así, de una manera muy realista, la auténtica Iglesia de los pobres contribuye en gran medida a la necesaria transformación de la sociedad, a la renovación social basada en la visión y en los valores del Evangelio. Esta renovación es un compromiso cuyos agentes principales y fundamentales son los fieles laicos. Por eso, es preciso proporcionar a los laicos los instrumentos necesarios para que desempeñen con éxito ese papel. Esto supone una formación completa en la doctrina social de la Iglesia, y un diálogo constante con el clero y los religiosos sobre las cuestiones sociales y culturales. Como pastores y guías espirituales, vuestra atención esmerada a esas tareas contribuirá en gran medida al cumplimiento de la misión "ad gentes" de la Iglesia, porque "en virtud de la gracia y de la llamada del bautismo y de la confirmación, todos los laicos son misioneros; y el campo de su trabajo misionero es el mundo vasto y complejo de la política, de la economía, de la industria, de la educación, de los medios de comunicación, de la ciencia, de la tecnología, de las artes y del deporte" (Ecclesia in Asia ).

5. Naturalmente, no debemos perder de vista que el ámbito inmediato, y quizá más importante, del testimonio de los laicos por lo que respecta a la fe cristiana es el matrimonio y la familia. Cuando la vida familiar es sana y floreciente, hay también un fuerte sentido de comunidad y solidaridad, elementos esenciales para la Iglesia de los pobres. La familia no sólo es objeto de la solicitud pastoral de la Iglesia; también es uno de los agentes más eficaces de evangelización. De hecho, "las familias cristianas están llamadas a testimoniar el Evangelio en tiempos y circunstancias difíciles, cuando la familia misma se halla amenazada por un conjunto de fuerzas" (ib., 46). Por consiguiente, vosotros y vuestros sacerdotes debéis estar dispuestos a ayudar a los matrimonios a relacionar su vida familiar de una forma concreta con la vida y la misión de la Iglesia (cf. Familiaris consortio FC 49), alimentando la vida espiritual de los padres y los hijos con la oración, la palabra de Dios, los sacramentos y los ejemplos de santidad de vida y caridad.

249 El testimonio que se da al ser una Iglesia de los pobres será también de inestimable valor para la familia en su vocación cristiana y social. En efecto, sin ignorar los efectos nocivos del secularismo o de una legislación que corrompe el significado de la familia, del matrimonio e incluso de la vida humana misma, podemos notar que la pobreza es ciertamente uno de los principales factores que exponen a las familias filipinas al riesgo de inestabilidad y fragmentación. ¡Cuántos niños se han visto obligados a vivir sin madre o sin padre porque uno o ambos han tenido que buscar trabajo en el extranjero! Además, los numerosos y diferentes tipos de explotación que pueden minar la vida familiar -trabajo infantil, pornografía, prostitución- a menudo están vinculados a condiciones económicas graves. Una Iglesia de los pobres puede hacer mucho para fortalecer la familia y combatir la explotación humana.

Antes de concluir el tema de la familia, debo añadir unas palabras de elogio para los obispos filipinos y para todos los que han colaborado con vosotros en la organización del IV Encuentro mundial de las familias, que se celebró en Manila al inicio de este año, con gran éxito.

6. Queridos hermanos, los pensamientos que quería compartir con vosotros quedarían incompletos si no mencionara la presencia desestabilizadora de la actividad terrorista en Filipinas y los graves episodios de violencia que se han producido allí. Ciertamente, son causa de profunda aprensión, y deseo que sepáis que comparto vuestra preocupación y que estoy cerca de vosotros y de vuestro pueblo en estas dolorosas y difíciles circunstancias. Como vosotros, no puedo menos de condenar con mucha firmeza esos actos. Exhorto a las partes implicadas a deponer las armas de muerte y destrucción, rechazando la desesperación y el odio que ocasionan, y a tomar las armas de la comprensión mutua, del compromiso y de la esperanza. Estas son las bases seguras para construir un futuro de paz y justicia auténticas para todos.

En la campaña contra el terrorismo y la violencia, los líderes religiosos deben desempeñar un papel fundamental. "Las confesiones cristianas y las grandes religiones de la humanidad han de colaborar entre sí para eliminar las causas sociales y culturales del terrorismo, enseñando la grandeza y la dignidad de la persona y difundiendo una mayor conciencia de la unidad del género humano" (Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2002, n. 12: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 14 de diciembre de 2001, p. 8). Esta, queridos hermanos, es una llamada explícita al diálogo ecuménico e interreligioso y a la cooperación, que son a su vez otros componentes de una auténtica Iglesia de los pobres. Estimulo vuestros esfuerzos a este respecto, y os exhorto a aumentar las oportunidades, para vosotros y para vuestras comunidades, de comprometeros en provechosos intercambios con los demás creyentes en Cristo y con vuestros hermanos y hermanas musulmanes.

De modo especial, recomiendo que el Foro de obispos y ulemas ponga de relieve a nivel local el "Compromiso por la paz", presentado durante la Jornada de oración por la paz, que se celebró en Asís el 24 de enero de 2002. Doscientos líderes religiosos se unieron a mí en aquella circunstancia para condenar el terrorismo, y juntos nos comprometimos a "proclamar nuestra firme convicción de que la violencia y el terrorismo se oponen al auténtico espíritu religioso, y (...) a hacer todo lo posible para erradicar las causas del terrorismo" (Compromiso, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 1 de febrero de 2002, p. 7). Este debe ser, queridos hermanos, el claro compromiso de los líderes religiosos en Mindanao y en toda Filipinas.

7. Estas son, por consiguiente, algunas de las reflexiones que deseo compartir con vosotros. Con mi pleno apoyo a vuestro especial compromiso actual en favor de los pobres, os encomiendo a vosotros y a vuestros sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos a María, la humilde y obediente esclava del Señor. Como prenda de gracia y fuerza en su Hijo, os imparto cordialmente mi bendición apostólica.









MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN SIMPOSIO


SOBRE LA ENCÍCLICA "VERITATIS SPLENDOR"






Al venerado hermano
Cardenal JOSEPH RATZINGER
Prefecto de la Congregación
para la doctrina de la fe

1. Me ha complacido saber que esa Congregación ha organizado un simposio sobre "la antropología de la teología moral según la encíclica Veritatis splendor". Diez años después de su publicación, el valor doctrinal de la encíclica Veritatis splendor resulta más actual que nunca. En efecto, es luminoso el destino de los que, llamados a la salvación mediante la fe en Jesucristo, "luz verdadera que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9), acogen y viven la verdad que él comunica o, más exactamente, la verdad que él es, convirtiéndose también ellos en "sal de la tierra" y "luz del mundo" (cf. Mt Mt 5,13 Mt Mt 5,14).

250 El misterio de la encarnación del Hijo de Dios, "centro del cosmos y de la historia" (Redemptor hominis RH 1), constituye el verdadero horizonte del ser y del actuar del hombre. Jesucristo no sólo da una respuesta sabia a los interrogantes religiosos y morales de la humanidad, sino que él en persona se presenta como respuesta decisiva, porque en su misterio de Verbo encarnado encuentra verdadera luz el misterio de la persona humana (cf. Gaudium et spes GS 22). A semejanza del joven del evangelio (cf. Mt Mt 19,16), también el hombre del tercer milenio se dirige a Jesús, Maestro bueno, para obtener de él la luz de la verdad sobre lo que es bien y sobre lo que es mal.

2. Recomenzar desde Cristo, contemplar su rostro y perseverar en su seguimiento: estas son las enseñanzas que la Veritatis splendor sigue proponiéndonos. Más allá de todos los cambios culturales efímeros, hay realidades esenciales que no cambian, sino que encuentran su fundamento último en Cristo, que es el mismo ayer, hoy y siempre: "Él es el "Principio" que, habiendo asumido la naturaleza humana, la ilumina definitivamente en sus elementos constitutivos y en su dinamismo de caridad hacia Dios y el prójimo" (n. 53).

Por tanto, la referencia fontal de la moral cristiana no es la cultura del hombre, sino el proyecto de Dios en la creación y en la redención. En efecto, en el misterio pascual y en el misterio de nuestra adopción filial se manifiesta en todo su esplendor la dignidad originaria de la humanidad.

3. Ciertamente, hoy resulta cada vez más arduo para los pastores de la Iglesia, para los estudiosos y para los maestros de moral cristiana acompañar a los fieles en la formulación de juicios conformes a la verdad, en un clima de contestación de la verdad salvífica y de relativismo generalizado ante la ley moral. Por consiguiente, exhorto a todos los participantes en el simposio a profundizar en el vínculo esencial que existe entre la verdad, el bien y la libertad. Esta relación, además de en la naturaleza del ser humano, tiene su fundamento ontológico en la Encarnación, y se encuentra renovada e iluminada en el acontecimiento histórico-salvífico de la cruz de nuestro Redentor.

Por tanto, el secreto formativo de la Iglesia está en tener la mirada fija en Cristo crucificado y en anunciar su sacrificio redentor: "La contemplación de Jesús crucificado es el camino real por el que la Iglesia debe avanzar cada día si quiere comprender el pleno significado de la libertad: el don de uno mismo en el servicio a Dios y a los hermanos. La comunión con el Señor crucificado y resucitado es la fuente inagotable de la que la Iglesia se alimenta incesantemente para vivir en la libertad, darse y servir" (ib., 87).

La verdad de la moral cristiana, confirmada por la cruz de Jesús, en el Espíritu Santo se ha convertido en la ley nueva del pueblo de Dios. Por eso, la respuesta que da a la pregunta del hombre contemporáneo sobre la felicidad tiene la fuerza y la sabiduría de Cristo crucificado, Verdad que se entrega por amor.

4. En conclusión, a todos los que participáis en ese importante simposio deseo expresaros mi agradecimiento y un deseo. Mi agradecimiento va, ante todo, a vosotros por la colaboración fiel y leal que prestáis al magisterio de la Iglesia con vuestro trabajo de investigación y profundización de la doctrina católica en el campo moral. Esta obediencia a la verdad es el mejor camino para su comprensión y explicitación.

Mi deseo es que el trabajo llevado a cabo en ese simposio, vuestras reflexiones y vuestras sabias intuiciones iluminen cada vez más a los pastores y a todos los fieles, para mantener en la Iglesia la communio caritatis que se funda en la communio veritatis.

A todos, mi bendición.

Castelgandolfo, 24 de septiembre de 2003







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN UN CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE EL HUMANISMO CRISTIANO A LA LUZ DE SANTO TOMÁS




Amadísimos hermanos y hermanas:

251 1. Con alegría os dirijo este mensaje, ilustres teólogos, filósofos y expertos, participantes en el Congreso internacional tomista, que se celebra durante estos días en Roma. Doy las gracias a la Academia pontificia de Santo Tomás y a la Sociedad internacional Tomás de Aquino, instituciones tomistas muy conocidas en el mundo científico, por haber organizado este encuentro, así como por el servicio que prestan a la Iglesia promoviendo la profundización de la doctrina del doctor Angélico.

Saludo cordialmente a todos los presentes y, en particular, al cardenal Paul Poupard, presidente del Consejo pontificio para la cultura, al padre Abelardo Lobato, presidente tanto de la Academia como de la Sociedad internacional Tomás de Aquino, y al secretario, el obispo Marcelo Sánchez Sorondo. A todos y a cada uno, mi más cordial bienvenida.

2. El tema del congreso -"El humanismo cristiano en el tercer milenio"- recoge el filón de investigación sobre el hombre, iniciado en vuestros dos congresos precedentes. Según la perspectiva de santo Tomás, el gran teólogo calificado también como Doctor humanitatis, la naturaleza humana es en sí misma abierta y buena. El hombre es naturalmente capax Dei (Summa Theologiae, I. II, 113, 10; san Agustín, De Trinit. XIV, 8: PL 42, 1044), creado para vivir en comunión con su Creador; es individuo inteligente y libre, insertado en la comunidad con deberes y derechos propios; es lazo de unión entre los dos grandes sectores de la realidad, el de la materia y el del espíritu, perteneciendo con pleno derecho tanto al uno como al otro. El alma es la forma que da unidad a su ser y lo constituye como persona. En el hombre, observa santo Tomás, la gracia no destruye la naturaleza, sino que lleva a plenitud sus potencialidades: "gratia non tollit naturam, sed perficit" (Summa Theologiae, I,
I 1,8 Summa Theologiae, I, 1, 8 ad 2).

3. El concilio Vaticano II recogió en sus documentos el humanismo cristiano, partiendo del principio fundamental, según el cual, "uno en cuerpo y alma, el hombre, por su misma condición corporal, reúne en sí los elementos del mundo material, de tal modo que, por medio de él, estos alcanzan su cima y elevan la voz para la libre alabanza del Creador" (Gaudium et spes GS 14). También es del Vaticano II esta otra brillante intuición: "El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (ib., 22).

Con gran anticipación, el Aquinate ya se había situado en esta perspectiva: desde el inicio de la Summa Theologiae, cuyo centro es la relación entre el hombre y Dios, sintetiza en una densa y límpida fórmula el plan de la futura exposición: "primo tractabimus de Deo; secundo, de motu rationalis creaturae in Deum; tertio, de Christo, qui secundum quod homo, via est nobis tendendi in Deum" (Summa Theologiae, I, I 2,0, prol.).

El doctor Angélico escruta la realidad desde el punto de vista de Dios, principio y fin de todas las cosas (cf. Summa Theologiae, I, I 1,7). Se trata de una perspectiva singularmente interesante, porque permite penetrar en la profundidad del ser humano, para captar sus dimensiones esenciales. Aquí reside la nota distintiva del humanismo tomista que, a juicio de no pocos estudiosos, asegura su justo enfoque y la consiguiente posibilidad de lograr siempre nuevos desarrollos. En efecto, la concepción del Aquinate integra y conjuga las tres dimensiones del problema: la antropológica, la ontológica y la teológica.

4. Ahora os preguntáis -este es el objeto de vuestro congreso, ilustres participantes- qué contribución específica puede dar santo Tomás, al inicio del nuevo milenio, a la comprensión y a la realización del humanismo cristiano. Aunque es verdad que la primera parte de su gran obra, la Summa Theologiae, está totalmente centrada en Dios, también es verdad que la segunda parte, más innovadora y amplia, se ocupa directamente del largo itinerario del hombre hacia Dios. En ella, la persona humana se considera como protagonista de un designio divino preciso, para cuya realización ha sido dotada de abundantes recursos, no sólo naturales, sino tmbién sobrenaturales.
Gracias a ellos, puede corresponder a la exaltante vocación que se le ha reservado en Jesucristo, verdadero hombre y verdadero Dios. En la tercera parte, santo Tomás recuerda que el Verbo encarnado, precisamente por ser verdadero hombre, revela en sí mismo la dignidad de toda criatura humana, y constituye el camino de vuelta de todo el cosmos a su principio, que es Dios.

Cristo es, por consiguiente, el verdadero camino del hombre. En el prólogo al libro III de las Sentencias, santo Tomás, resumiento el itinerario de la humanidad en los tres momentos -originario, histórico y escatológico- señala que todas las cosas vienen de las manos de Dios, de las cuales manan ríos de bondad. Todo se concentra en el hombre, y en primer lugar en el hombre-Dios, que es Cristo; todo debe volver a Dios mediante Cristo y los cristianos (cf. In III Sent. Prol.)

5. Por tanto, el humanismo de santo Tomás gira en torno a esta intuición esencial: el hombre viene de Dios y a él debe volver. El tiempo es el ámbito en el que puede llevar a cabo su noble misión, aprovechando las oportunidades que se le ofrecen tanto en el plano de la naturaleza como en el de la gracia.

Ciertamente, sólo Dios es el Creador, pero ha querido encomendar a sus criaturas, racionales y libres, la tarea de completar su obra con el trabajo. Cuando el hombre coopera activamente con la gracia, llega a ser "un hombre nuevo", que se apoya en la vocación sobrenatural para corresponder mejor al proyecto de Dios (cf. Gn Gn 1,26). Por tanto, santo Tomás sostiene con razón que la verdad de la naturaleza humana encuentra su realización plena mediante la gracia santificante, en cuanto que ella es "perfectio naturae rationalis creatae" (Quodlib., 4, 6).

252 6. ¡Cuán iluminadora es esta verdad para el hombre del tercer milenio, en continúa búsqueda de su autorrealización! En la encíclica Fides et ratio analicé los factores que constituyen obstáculos en el camino del humanismo. Entre los más recurrentes se debe mencionar la pérdida de confianza en la razón y en su capacidad de alcanzar la verdad, el rechazo de la trascendencia, el nihilismo, el relativismo, el olvido del ser, la negación del alma, el predominio de lo irracional o del sentimiento, el miedo al futuro y la angustia existencial. Para responder a este gravísimo desafío, que afecta al futuro del humanismo mismo, he indicado cómo el pensamiento de santo Tomás, con su firme confianza en la razón y su clara explicación de la articulación de la naturaleza y de la gracia, puede proporcionarnos los elementos básicos para una respuesta válida. El humanismo cristiano, como lo ilustró santo Tomás, tiene la capacidad de salvar el sentido del hombre y de su dignidad. Esta es la exaltante tarea encomendada hoy a sus discípulos.

El cristiano sabe que el futuro del hombre y del mundo está en manos de la divina Providencia, y esto constituye para él un motivo constante de esperanza y de paz interior. Pero el cristiano sabe también que Dios, movido por el amor que siente hacia el hombre, pide su colaboración para mejorar el mundo y gobernar los acontecimientos de la historia. En este difícil inicio del tercer milenio muchos advierten, con una claridad que raya en el sufrimiento, la necesidad de maestros y testigos capaces de señalar caminos válidos hacia un mundo más digno del hombre. Corresponde a los creyentes la tarea histórica de mostrar que Cristo es "el camino" por el cual es preciso avanzar hacia la humanidad nueva que está en el proyecto de Dios. Por eso, está claro que una prioridad de la nueva evangelización consiste precisamente en ayudar al hombre de nuestro tiempo a encontrarse personalmente con Cristo, y a vivir con él y para él.

7. Santo Tomás, aunque estaba bien arraigado en su tiempo y en la cultura medieval, desarrolló una enseñanza que supera los condicionamientos de su época y puede proporcionar aún hoy orientaciones fundamentales para la reflexión contemporánea. Su doctrina y su ejemplo constituyen una próvida llamada a las verdades inmutables y perennes que son indispensables para promover una existencia verdaderamente digna del hombre.

Al desearos un provechoso intercambio de ideas durante las sesiones del congreso, os exhorto a cada uno de los que participáis en él a perseverar en la reflexión sobre las riquezas de la enseñanza tomista, sacando de ella, como el "escriba" evangélico, "lo nuevo y lo viejo" (
Mt 13,52).

A la Virgen María, Sedes Sapientiae, que dio al mundo a Cristo, "el hombre nuevo", le encomiendo los frutos de vuestras investigaciones y, en particular, de vuestro congreso internacional, a la vez que envío de corazón a todos mi bendición.

Castelgandolfo, 20 de septiembre de 2003








A LOS CAPITULARES DE LA ORDEN DE LOS CANÓNIGOS


REGULARES PREMONSTRATENSES


Lunes 29 de septiembre\i de 2003



Con afecto en el Señor, me alegra mucho saludaros a vosotros, Canónigos Regulares Premonstratenses, con ocasión de vuestro capítulo general. Agradezco al abad general emérito Hermenegildus Jozef Noyens sus palabras de afecto y devoción, y os aseguro a todos mi cercanía espiritual mientras os disponéis a elegir a vuestro nuevo abad general.

Los Canónigos Regulares Premonstratenses, en su larga e ilustre historia, han contribuido significativamente al crecimiento y a la vida de la Iglesia, de modo especial en Europa, y me uno a vosotros hoy en la acción de gracias a Dios por todas las bendiciones que ha derramado sobre vosotros durante los numerosos siglos de vuestra existencia. La vida consagrada y su testimonio del mensaje salvífico de Jesucristo han desempeñado un papel fundamental en la evangelización de Europa y en la formación de su identidad cristiana. Del mismo modo que la llamada del Papa Gregorio VII a la renovación fue acogida por san Norberto, así también la Iglesia hoy cuenta con sus hijos espirituales para contribuir con entusiasmo a responder a los desafíos planteados por el anuncio del Evangelio en el alba del tercer milenio. "Europa necesita siempre la santidad, la profecía, la actividad evangelizadora y de servicio de las personas consagradas" (Ecclesia in Europa, 37).

En los últimos años vuestra Orden ha extendido su presencia en varias partes del mundo y ha tratado de servir a la Iglesia con nuevas formas de apostolado, las cuales exigirán siempre un esfuerzo auténtico por imitar, según el espíritu de vuestro fundador, el ejemplo de la Iglesia primitiva, viviendo y promoviendo el ideal del "cor unum et anima una" (cf. Hch Ac 4,32). Este testimonio de "koinonía" será un signo fuerte y una fuente de esperanza para un mundo que debe afrontar formas exageradas de individualismo y fragmentación social. A esta luz, os exhorto a seguir fomentando un espíritu de caridad fraterna, vivida en nombre de Jesús y en su amor.

Como muchos otros institutos religiosos, también la familia premonstratense está experimentando algunas dificultades para atraer vocaciones. A este respecto, os animo a perseverar en vuestros esfuerzos por dar a conocer al mundo, especialmente a los jóvenes, la belleza y la alegría de la vocación religiosa. Que el compromiso que asumís en vuestra profesión -offerens trado me ipsum Ecclesiae- sea una expresión viva y elocuente de vuestra "entrega radical por amor al Señor Jesús y, en él, a cada miembro de la familia humana" (Vita consecrata VC 3).


Discursos 2003 246