Discursos 2003 288

MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


A LOS PARTICIPANTES EN LA VIII SESIÓN PÚBLICA


DE LAS ACADEMIAS PONTIFICIAS






Al venerado hermano
Cardenal PAUL POUPARD
Presidente del Consejo de coordinación entre las Academias pontificias

1. Con viva alegría envío este mensaje a los participantes en la VIII sesión pública de las Academias pontificias. Es un encuentro que pretende promover la obra de estas importantes instituciones culturales y adjudicar, al mismo tiempo, un premio a cuantos trabajan para fomentar un renovado humanismo cristiano.

Lo saludo cordialmente, venerado hermano, y le agradezco la solicitud con que sigue esta iniciativa.
Saludo también a los presidentes de cada una de las Academias y a sus colaboradores, así como a los miembros de la Curia romana que han intervenido. Extiendo mi saludo a las autoridades, a los señores embajadores y a cuantos han querido honrar con su presencia esa manifestación.

2. El tema elegido para la actual sesión pública, "Los mártires y sus memorias monumentales, piedras vivas en la construcción de Europa", quiere ofrecer una singular clave de lectura del cambio histórico que estamos viviendo en Europa. Se trata de descubrir el vínculo profundo entre la historia de ayer y la de hoy, entre el testimonio evangélico dado valientemente en los primeros siglos de la era cristiana por muchísimos hombres y mujeres y el testimonio que, también en nuestros días, numerosos creyentes en Cristo siguen dando al mundo para reafirmar el primado del Evangelio de Cristo y de la caridad.

Si se perdiera la memoria de los cristianos que han sacrificado su vida para afirmar su fe, el tiempo presente, con sus proyectos y sus ideales, perdería un componente valioso, puesto que los grandes valores humanos y religiosos ya no estarían sostenidos por un testimonio concreto, insertado en la historia.

289 3. "Acercándoos a él, piedra viva, desechada por los hombres, pero elegida, preciosa ante Dios, también vosotros, cual piedras vivas, entrad en la construcción de un edificio espiritual" (1P 2,4-5).

Estas palabras del apóstol san Pedro han animado y sostenido a miles de hombres y mujeres al afrontar las persecuciones y el martirio durante dos mil años de cristianismo. Afortunadamente, hoy, en Europa -no sucede lo mismo en otras regiones del mundo-, la persecución ya no es un problema. Sin embargo, los cristianos deben afrontar a menudo formas de hostilidad más o menos abiertas, y esto los obliga a dar un testimonio claro y valiente. Junto con todos los hombres de buena voluntad, están llamados a construir una verdadera "casa común", que no sea sólo edificio político y económico-financiero, sino también "casa" rica en memorias, en valores y en contenidos espirituales. Estos valores han encontrado y encuentran en la cruz un elocuente símbolo que los resume y los expresa.

En la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa destaqué que el continente europeo está viviendo una "época de desconcierto" y que también las Iglesias europeas sufren "la tentación de un oscurecimiento de la esperanza" (n. 7). Entre las señales preocupantes puse de relieve la progresiva pérdida de la herencia cristiana que, como consecuencia, lleva a la cultura europea a una especie de "apostasía silenciosa", en la que el hombre vive como si Dios no existiera.

4. Los discípulos de Cristo están llamados a contemplar e imitar a los numerosos testigos de la fe cristiana que han vivido en el último siglo, tanto en el Este como en el Oeste, los cuales han perseverado en su fidelidad al Evangelio en situaciones de hostilidad y persecución, a menudo hasta la prueba suprema de la sangre. Esos testigos son un signo convincente de esperanza, que se presenta ante todo a las Iglesias de Europa. En efecto, nos atestiguan la vitalidad y la fecundidad del Evangelio también en el mundo actual. Son, en verdad, un faro luminoso para la Iglesia y para la humanidad, porque han hecho resplandecer en las tinieblas la luz de Cristo.

Se han esforzado por servir fielmente a Cristo y su "Evangelio de la esperanza", y con su martirio han expresado en grado heroico su fe y su amor, poniéndose generosamente al servicio de sus hermanos. Al hacerlo, han demostrado que la obediencia a la ley evangélica engendra una vida moral y una convivencia social que honran y promueven la dignidad y la libertad de toda persona.

A nosotros, por tanto, nos corresponde recoger esta singular y valiosísima herencia, este patrimonio único y excepcional, como ya hicieron las primeras generaciones cristianas, que construyeron sobre las tumbas de los mártires memorias monumentales, basílicas y lugares de peregrinación, para recordar a todos su sacrificio supremo.

5. Así pues, esa solemne sesión pública quiere ser, ante todo, memoria y acogida interior del testimonio de los mártires. Los cristianos de hoy no deben olvidar las raíces de su experiencia de fe e incluso de su compromiso civil.

Por tanto, me alegra encargarle, señor cardenal, que entregue el premio de las Academias pontificias del año 2003 a la doctora Giuseppina Cipriano por su estudio titulado: "Los mausoleos del Éxodo y de la Paz en la necrópolis de El-Bagawat. Reflexiones sobre los orígenes del cristianismo en Egipto". Le pido, además, que entregue la Medalla del pontificado a la doctora Sara Tamarri por su obra titulada: "La iconografía del león, de la Antigüedad tardía a la Edad media".
Al mismo tiempo, venerado hermano, le ruego que exprese a las ganadoras mi satisfacción por sus respectivos trabajos, que destacan el valor del patrimonio arqueológico, litúrgico e histórico, al que la cultura cristiana debe tanto y del que puede aún tomar elementos de auténtico humanismo.

A la vez que aseguro a todos un particular recuerdo en la oración, de buen grado le imparto a usted, señor cardenal, y a cada uno de los presentes, mi bendición.

Vaticano, 3 de noviembre de 2003








A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE CROACIA


290

Sábado 8 de noviembre de 2003



Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra dirigiros mi cordial saludo a cada uno de vosotros, que habéis venido a Roma para manifestar, una vez más, vuestra profunda devoción a la Sede de Pedro y, al mismo tiempo, para devolver la visita pastoral que tuve la alegría de realizar a vuestro país durante el pasado mes de junio. Os doy a todos mi afectuosa bienvenida.

Saludo ante todo al cardenal Josip Bozanic, y le agradezco las amables palabras que, también en calidad de presidente de la Conferencia episcopal de Croacia, me ha dirigido en nombre de todos los presentes. Dirijo, asimismo, un saludo fraterno a los obispos, que no han querido faltar a esta cita. Mi cordial saludo va, además, a los representantes de las autoridades civiles y militares del país, a las que agradezco el empeño puesto para el éxito de mis visitas pastorales.

Deseo renovaros la expresión de mi más viva gratitud por la acogida siempre tan afectuosa que me habéis brindado cada vez que he visitado vuestra amada patria. Conservo en mi mente y en mi corazón las imágenes de un pueblo animado por una fe viva y llena de entusiasmo, un pueblo acogedor y generoso.

2. Me viene a la memoria mi primer gran encuentro con los croatas, que tuvo lugar en la basílica cercana, junto a la tumba del Príncipe de los Apóstoles, el 30 de abril de 1979. Desde entonces, he tenido la posibilidad de encontrarme varias veces con vuestros compatriotas, tanto aquí, en Roma, como durante mis visitas pastorales a vuestra patria.

La Providencia quiso que mi 100° viaje apostólico fuera de Italia tuviera como meta precisamente Croacia, con etapas en la antigua y espléndida Dubrovnik, para beatificar a la madre María de Jesús Crucificado Petkovic, y después en Osijek, Dakovo, Rijeka y Zadar. De ese modo, como peregrino del Evangelio por los caminos del mundo, llamado a servir a la Iglesia en la Cátedra de Pedro, he podido confirmaros en la fe, de la que habéis dado un hermoso testimonio en medio de numerosas adversidades y sufrimientos. Así, he querido sostener vuestra esperanza, a menudo sometida a dura prueba, y animar vuestra caridad, impulsándoos a perseverar en vuestra adhesión a la Iglesia en el nuevo clima de libertad y democracia restablecido hace trece años.

3. Vuestra amada tierra posee la fuerza y la capacidad necesarias para afrontar adecuadamente los desafíos del momento actual. Ojalá que siempre se sirva de ellas para construir una sociedad solidaria y dispuesta a apoyar eficazmente a las clases más débiles. Una sociedad fundada en los valores religiosos y humanos, que a lo largo de los siglos han inspirado a las generaciones que os han precedido. Una sociedad que respete el carácter sagrado de la vida y el gran proyecto de Dios sobre la familia. Una sociedad que mantenga unidas las fuerzas sanas, promoviendo el espíritu de comunión y de responsabilidad.

El compromiso en favor del hombre y de su verdadero bien se apoya también en el Evangelio y, por tanto, forma parte de la misión de la Iglesia (cf. Mt Mt 25,34-46 Lc 4,18-19). Nada de lo que es genuinamente humano puede resultar extraño para los discípulos de Cristo.

4. Ruego a Dios que conceda a la noble nación croata la paz, la concordia y la perseverancia en su compromiso en favor del bien común. Encomiendo vuestro pueblo a la intercesión de María santísima, Virgen del Gran Voto Bautismal de Croacia, y de san José, patrono celestial de vuestro país.

A todos vosotros, aquí presentes, a vuestras comunidades diocesanas y parroquiales, y a vuestras familias imparto de corazón la bendición apostólica.

291 ¡Alabados sean Jesús y María!










A UNA DELEGACIÓN DE LA ORGANIZACIÓN


PARA LA LIBERACIÓN DE PALESTINA


Lunes 10 de noviembre de 2003



Distinguidos huéspedes:

Me complace dar la bienvenida a vuestra delegación y os pido que tengáis la amabilidad de transmitir mi saludo y mis mejores deseos al presidente Yaser Arafat y a todo el pueblo palestino. Confío en que esta visita de destacados cristianos palestinos a la Santa Sede lleve a una mejor comprensión de la situación de los cristianos en los territorios palestinos y del importante papel que pueden desempeñar en la promoción de las legítimas aspiraciones del pueblo palestino.

A pesar de los recientes retrocesos en el camino hacia la paz y de los nuevos brotes de violencia e injusticia, debemos seguir afirmando que la paz es posible y que la solución de las diferencias sólo puede lograrse a través del diálogo paciente y del compromiso perseverante de las personas de buena voluntad de ambas partes.

El terrorismo debe condenarse en todas sus formas, no sólo porque es una traición a nuestra humanidad común, sino también porque es absolutamente incapaz de poner los fundamentos políticos, morales y espirituales necesarios para la libertad y la autodeterminación auténtica de un pueblo.

Exhorto, una vez más, a todas las partes a respetar plenamente las resoluciones de las Naciones Unidas y las obligaciones contraídas al aceptar el proceso de paz, con el compromiso de una búsqueda común de la reconciliación, la justicia y la construcción de una coexistencia segura y armoniosa en Tierra Santa.

Asimismo, albergo la esperanza de que la Constitución nacional que se está redactando actualmente exprese las aspiraciones más elevadas y los valores más queridos por todo el pueblo palestino, con el debido reconocimiento de todas las comunidades religiosas y la adecuada protección legal de su libertad de culto y de expresión.

Queridos amigos, a través de vosotros envío un cordial saludo a los cristianos de Tierra Santa, que ocupan un lugar muy especial en mi corazón. Sobre vosotros y sobre todo el pueblo palestino invoco las bendiciones divinas de sabiduría, fortaleza y paz.








A LOS PARTICIPANTES EN UN ENCUENTRO ORGANIZADO


POR LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS


Lunes 10 de noviembre de 2003



Queridos miembros de la Academia pontificia de ciencias:

292 Me complace mucho saludaros hoy a vosotros mientras celebramos el IV centenario de la Academia pontificia de ciencias. Agradezco al presidente de la Academia, profesor Nicola Cabibbo, los amables sentimientos que ha expresado en vuestro nombre, y os agradezco el cordial gesto con el que habéis deseado conmemorar el vigésimo quinto aniversario de mi pontificado.
La Academia de los Linceos fue fundada en Roma en 1603 por Federico Cesi, con el patrocinio del Papa Clemente VIII. En 1847 fue restaurada por Pío IX, y en 1936 restablecida por Pío XI. Su historia está vinculada a la de muchas otras academias científicas en todo el mundo. Me alegra dar la bienvenida a los presidentes y a los representantes de esas instituciones, que tan amablemente se han unido a nosotros hoy, en particular al presidente de la Academia de los Linceos.

Recuerdo con gratitud los numerosos encuentros que hemos mantenido durante los últimos veinticinco años. Me han permitido manifestar mi gran estima por quienes trabajan en los diversos campos científicos. Os he escuchado atentamente, he compartido vuestras preocupaciones y he tomado en cuenta vuestras sugerencias. A la vez que he alentado vuestro trabajo, he destacado la dimensión espiritual siempre presente en la investigación de la verdad. He afirmado, asimismo, que la investigación científica debe orientarse al bien común de la sociedad y al desarrollo integral de cada uno de sus miembros.

Nuestras reuniones también me han permitido aclarar algunos aspectos importantes de la doctrina y de la vida de la Iglesia relacionados con la investigación científica. Tenemos el deseo común de superar malentendidos y, más aún, de dejarnos iluminar por la única Verdad que gobierna el mundo y guía la vida de todos los hombres y mujeres. Estoy cada vez más convencido de que la verdad científica, que es en sí misma participación en la Verdad divina, puede ayudar a la filosofía y a la teología a comprender cada vez más plenamente la persona humana y la revelación de Dios sobre el hombre, una revelación completada y perfeccionada en Jesucristo. Estoy profundamente agradecido, junto con toda la Iglesia, por este importante enriquecimiento mutuo en la búsqueda de la verdad y del bien de la humanidad.

Los dos temas que habéis elegido para vuestro encuentro conciernen a las ciencias de la vida y, en particular, a la naturaleza misma de la vida humana. El primero, "mente, cerebro y educación", centra nuestra atención en la complejidad de la vida humana y en su preeminencia sobre las demás formas de vida. La neurociencia y la neurofisiología, a través del estudio de los procesos químicos y biológicos del cerebro, contribuyen en gran medida a la comprensión de su funcionamiento. Pero el estudio de la mente humana abarca más que los meros datos observables, propios de las ciencias neurológicas. El conocimiento de la persona humana no deriva sólo del nivel de observación y del análisis científico, sino también de la interconexión entre el estudio empírico y la comprensión reflexiva.

Los científicos mismos perciben en el estudio de la mente humana el misterio de una dimensión espiritual que trasciende la fisiología cerebral y parece dirigir todas nuestras actividades como seres libres y autónomos, capaces de actuar con responsabilidad y amor, y dotados de dignidad. Lo demuestra el hecho de que habéis decidido ampliar vuestra investigación para incluir aspectos del aprendizaje y la educación, que son actividades específicamente humanas. Por eso, vuestras consideraciones no sólo se centran en la vida biológica común a todas las criaturas vivas, sino que también incluyen la tarea de interpretación y evaluación de la mente humana.

Los científicos sienten hoy, a menudo, la necesidad de mantener la distinción entre la mente y el cerebro, o entre la persona que actúa con libre albedrío y los factores biológicos que sostienen su intelecto y su capacidad de aprender. En esta distinción, que no debe implicar una separación, podemos ver el fundamento de la dimensión espiritual propia de la persona humana, que la revelación bíblica indica como una relación especial con Dios Creador (cf. Gn
Gn 2,7), a cuya imagen y semejanza es creado todo hombre y toda mujer (cf. Gn Gn 1,26-27).

El segundo tema de vuestro encuentro concierne a "la tecnología de las células madre y otras terapias innovadoras". Naturalmente, la importancia de la investigación en este campo ha aumentado en los últimos años a causa de la esperanza que ofrece para la curación de enfermedades que afectan a muchas personas. En otras ocasiones he afirmado que las células madre para experimentación o tratamiento no pueden proceder del tejido de un embrión humano. En cambio, he estimulado la investigación sobre el tejido humano adulto o el tejido superfluo para el desarrollo normal del feto. Todo tratamiento que pretenda salvar vidas humanas, pero que se base en la destrucción de la vida humana en su estado embrionario, es contradictorio desde el punto de vista lógico y moral, como lo es cualquier producción de embriones humanos con la intención directa o indirecta de experimentación o de su eventual destrucción.

Distinguidos amigos, a la vez que os reitero mi agradecimiento por vuestra valiosa asistencia, invoco sobre vosotros y sobre vuestras familias abundantes bendiciones de Dios. Ojalá que vuestro trabajo científico dé muchos frutos y las actividades de la Academia pontificia de ciencias sigan promoviendo el conocimiento de la verdad y contribuyendo al desarrollo de todos los pueblos.








A UN GRUPO DE MIEMBROS


DEL SINDICATO POLACO "SOLIDARIDAD"


Martes 11 de noviembre de 2003



Doy mi cordial bienvenida a todos los presentes. De modo particular, saludo al señor ex presidente Lech Walesa y al actual presidente del Sindicato. Saludo a monseñor Tadeusz Goclowski, responsable de la comisión episcopal para la pastoral del mundo del trabajo. Me alegra poder acoger nuevamente en el Vaticano a los representantes de Solidaridad.

293 No es la primera vez que nos encontramos un 11 de noviembre, día especial para Polonia. Recuerdo que esa audiencia tuvo lugar también en 1996. Dije entonces: "Llevo profundamente en mi corazón y todos los días encomiendo a Dios en mi oración vuestros problemas, vuestras aspiraciones, preocupaciones y alegrías, y vuestro cansancio por el trabajo" (Discurso a los trabajadores del sindicato Solidaridad, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 22 de noviembre de 1996, p. 4). Hoy lo repito, una vez más, para aseguraros que me interesa constantemente la situación de los trabajadores en Polonia.

Al recordar la fecha del 11 de noviembre, no puedo por menos de referirme a la libertad nacional restituida aquel día a la República de Polonia, después de años de luchas que costaron a nuestra nación tantas renuncias y tantos sacrificios. Esa libertad exterior no duró mucho, pero siempre hemos podido apelar a ella en la lucha por conservar la libertad interior, la libertad de espíritu. Sé cuán importante era ese día para todos los que, en el tiempo del comunismo, trataban de oponerse a la supresión programada de la libertad del hombre, a la humillación de su dignidad y a la negación de sus derechos fundamentales. Más tarde, de aquella oposición nació el movimiento del que vosotros sois artífices y continuadores. También este movimiento se remitía al 11 de noviembre, a aquella libertad que en 1918 encontró su expresión exterior, política, y que nació de la libertad interior de cada uno de los ciudadanos de la República polaca dividida y de la libertad espiritual de toda la nación.

Esta libertad de espíritu, aunque estaba reprimida desde el final de la segunda guerra mundial y desde los Acuerdos de Yalta, ha sobrevivido, y se ha convertido en el fundamento de las transformaciones pacíficas que se produjeron en nuestro país, y a continuación en toda Europa, logradas también gracias al sindicato Solidaridad. Doy gracias a Dios por el año 1979, durante el cual el sentido de unidad en el bien y el anhelo común de prosperidad de la nación oprimida derrotó al odio y al deseo de venganza, y se convirtió en el inicio de la construcción de un Estado democrático. Sí, ha habido intentos de destruir esta obra. Todos recordamos el 13 de diciembre de 1981. Se logró sobrevivir a esas pruebas. Doy gracias a Dios porque el 19 de abril de 1989 pude pronunciar las siguientes palabras: María, "encomiendo a tu solicitud materna a Solidaridad, que hoy, después de la nueva legalización del 17 de abril, puede volver a actuar. Te encomiendo el proceso unido a este acontecimiento, encaminado a plasmar la vida de la nación según las leyes de la sociedad soberana. Te ruego, Señora de Jasna Góra, a fin de que en el camino de este proceso todos continúen demostrando el coraje, la sabiduría y la ponderación indispensables para servir al bien común" (Plegaria del Papa a la Virgen de Jasna Góra, 19 de abril de 1989: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 23 de abril de 1989, p. 4).

Recuerdo esos acontecimientos, porque tienen un significado particular en la historia de nuestra nación. Y parece ser que se están borrando de la memoria. Las generaciones más jóvenes ya no los conocen por experiencia propia. Por tanto, cabe preguntarse si aprecian como se debe la libertad que poseen, si se dan cuenta del precio pagado por ella. Solidaridad no puede desentenderse de esta historia, tan cercana y, al mismo tiempo, ya lejana. No se puede por menos de recordar la historia posbélica de la reconquista de la libertad. Es el patrimonio al que conviene remitirse constantemente, para que la libertad no degenere en anarquía, sino para que asuma la forma de responsabilidad común por el destino de Polonia y de cada uno de sus ciudadanos.

El 15 de enero de 1981 dije a los representantes de Solidaridad: "Pienso, queridos señores y señoras, que sois plenamente conscientes de los deberes que se os presentan (...). Son deberes de enorme importancia. Se refieren a la necesidad de que queden plenamente garantizadas la dignidad y la eficiencia del trabajo humano a través del respeto de todos los derechos personales, familiares y sociales de cada hombre, el cual es agente de trabajo. En este sentido, dichos deberes tienen un significado fundamental para la vida de toda la sociedad, de la nación entera, para su bien común. Pues el bien común de la sociedad se reduce a estas preguntas: ¿Qué es la sociedad?, ¿qué es el hombre?, ¿cómo vive?, ¿cómo trabaja? Por ello, vuestra actividad autónoma hace y debe hacer siempre referencia clara a la moralidad social en su totalidad. Primeramente, a la moralidad en el campo del trabajo, a las relaciones entre el obrero y el que le proporciona el trabajo" (n. 5: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de enero de 1981, p. 11).

Al parecer, esta exhortación a garantizar la dignidad y la eficacia del trabajo humano no ha perdido hoy su importancia. Sé que en la actualidad están en peligro estas dos características del trabajo. Juntamente con el desarrollo de la economía de mercado surgen nuevos problemas que afectan dolorosamente a los trabajadores. En diversas ocasiones, últimamente, he hablado del problema del desempleo, que en muchas regiones de Polonia alcanza dimensiones peligrosas. Aparentemente, los sindicatos no influyen en esto. Pero conviene preguntarse si no influyen en el modo de contratar a los trabajadores, dado que cada vez con mayor frecuencia los contratos son temporales, o en el modo de hacerse los despidos, que se realizan sin ninguna preocupación por su situación y la de sus familias. Sí, Solidaridad demuestra una actividad mayor en las grandes empresas, especialmente en las que pertenecen al Estado. Sin embargo, se podría preguntar si el sindicato se interesa suficientemente de la situación de los empleados en las empresas pequeñas, privadas, en los supermercados, en las escuelas, en los hospitales o en otros ámbitos de la economía de mercado, que no disponen de la fuerza que tienen las minas y las acererías. Es necesario que vuestro sindicato defienda abiertamente a los obreros a quienes los empresarios niegan el derecho de expresión, el derecho de oponerse a los fenómenos que violan los derechos fundamentales del trabajador.

Sé que en nuestro país a los trabajadores no se les pagan sus salarios. Hace poco tiempo, refiriéndome a la carta que a este propósito publicaron los obispos polacos, dije que el bloqueo del pago debido por el trabajo es un pecado que clama venganza al cielo. "Mata a su prójimo quien le arrebata su sustento, vierte sangre quien quita el jornal al jornalero" (
Si 34,22). Este abuso es la causa de la dramática situación de muchos trabajadores y de sus familias. El sindicato Solidaridad no puede permanecer indiferente ante este fenómeno angustioso.

Un problema aparte consiste en que con frecuencia se trata a los trabajadores exclusivamente como mano de obra. Sucede que los empresarios en Polonia no reconocen a sus dependientes el derecho al descanso, a la asistencia médica e, incluso, a la maternidad. ¿No significa esto limitar la libertad, por la que luchó Solidaridad? Bajo este aspecto, queda mucho por hacer. Este deber corresponde a las autoridades del Estado y a las instituciones jurídicas, pero también a Solidaridad, en el que el mundo del trabajo ha depositado tantas esperanzas. No se le puede defraudar.

En el año 1981, mientras perduraba aún el estado de excepción, dije a los representantes de Solidaridad: "La actividad de los sindicatos no tiene carácter político, no debe ser instrumentalizado por nadie, por ningún partido político, con objeto de que se centre exclusivamente y de manera plenamente autónoma en el gran bien social del trabajo humano y de los trabajadores" (Discurso del 15 de enero de 1981, n. 6). Al parecer, precisamente la politización del sindicato -probablemente por la necesidad histórica- ha llevado a su debilitamiento. Como escribí en la encíclica Laborem exercens, quien ejerce el poder en el Estado es un empresario indirecto, cuyos intereses, por lo general, no van de acuerdo con las necesidades del trabajador. Según parece, Solidaridad, al entrar en una cierta etapa de la historia directamente en el mundo de la política y al asumir la responsabilidad del gobierno del país, tuvo que renunciar necesariamente a la defensa de los intereses de los trabajadores en muchos sectores de la vida económica y pública.
Permitidme decir hoy que si Solidaridad quiere servir de verdad a la nación, debería volver a sus raíces, a los ideales que la iluminaban como sindicato. El poder pasa de mano en mano, y los obreros, los agricultores, los profesores, los agentes sanitarios y todos los demás trabajadores, independientemente de quien ejerce el poder en el país, esperan que se les ayude a defender sus justos derechos. En esto Solidaridad no puede defraudarlos.

Es una tarea difícil y exigente. Por eso, cada día apoyo con mi oración todos vuestros esfuerzos. Al defender los derechos de los trabajadores, estáis actuando por una causa justa; por eso, podéis contar con la ayuda de la Iglesia. Creo que este trabajo será eficaz y mejorará la situación de los trabajadores en nuestro país. Con la ayuda de Dios, seguid realizando la obra que habéis iniciado juntos hace años. Llevad mi saludo a todo el sindicato Solidaridad.

294 Llevad mi saludo al mundo del trabajo.

Llevad mi saludo a vuestras familias.

Que Dios os bendiga a todos.








A LA XVIII CONFERENCIA INTERNACIONAL


DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA PASTORAL DE LA SALUD



Viernes14 de noviembre de 2003






Queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos amigos:

1. Me alegra encontrarme con vosotros, con ocasión de la Conferencia internacional organizada por el Consejo pontificio para la pastoral de la salud sobre el tema de "la depresión". Agradezco al cardenal Javier Lozano Barragán las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes.

Saludo a los ilustres especialistas, que han venido a ofrecer el fruto de sus investigaciones sobre esta patología, con el fin de favorecer un conocimiento exhaustivo de ella, para lograr mejores tratamientos y una asistencia más idónea tanto para los interesados como para sus familias.
Asimismo, pienso con aprecio en cuantos se dedican al servicio de los enfermos de depresión, ayudándoles a tener confianza en la vida. El pensamiento naturalmente se extiende también a las familias que acompañan con afecto y delicadeza a sus seres queridos.

2. Vuestros trabajos, queridos congresistas, han mostrado los diferentes aspectos de la depresión en su complejidad: van desde la enfermedad profunda, más o menos duradera, hasta un estado pasajero asociado a acontecimientos difíciles -conflictos conyugales y familiares, graves problemas laborales, estados de soledad...-, que conllevan un resquebrajamiento o, incluso, la ruptura de las relaciones sociales, profesionales y familiares. A menudo, la enfermedad va unida a una crisis existencial y espiritual, que lleva a no percibir ya el sentido de la vida.

La difusión de los estados depresivos ha llegado a ser preocupante. En esos estados se revelan fragilidades humanas, psicológicas y espirituales que, al menos en parte, son inducidas por la sociedad. Es importante tomar conciencia de las repercusiones que tienen en las personas los mensajes transmitidos por los medios de comunicación social, que exaltan el consumismo, la satisfacción inmediata de los deseos y la carrera hacia un bienestar material cada vez mayor. Es necesario proponer nuevos caminos, para que cada uno pueda construir su personalidad cultivando la vida espiritual, fundamento de una existencia madura. La participación entusiasta en las Jornadas mundiales de la juventud muestra que las nuevas generaciones buscan a Alguien que ilumine su camino diario, dándoles razones para vivir y ayudándoles a afrontar las dificultades.

3. Como habéis puesto de relieve, la depresión es siempre una prueba espiritual. El papel de los que cuidan de la persona deprimida, y no tienen una tarea terapéutica específica, consiste sobre todo en ayudarle a recuperar la estima de sí misma, la confianza en sus capacidades, el interés por el futuro y el deseo de vivir. Por eso, es importante tender la mano a los enfermos, ayudarles a percibir la ternura de Dios, integrarlos en una comunidad de fe y de vida donde puedan sentirse acogidos, comprendidos, sostenidos, en una palabra, dignos de amar y de ser amados. Para ellos, como para cualquier otro, contemplar a Cristo y dejarse "mirar" por él es una experiencia que los abre a la esperanza y los impulsa a elegir la vida (cf. Dt Dt 30,19).

295 En este itinerario espiritual pueden ser de gran ayuda la lectura y la meditación de los salmos, en los que el autor sagrado expresa en la oración sus alegrías y sus angustias. El rezo del rosario permite encontrar en María una Madre amorosa que enseña a vivir en Cristo. La participación en la Eucaristía es fuente de paz interior, tanto por la eficacia de la Palabra y del Pan de vida como por la inserción en la comunidad eclesial. Consciente de cuánto esfuerzo cuesta a la persona deprimida lo que a los demás resulta sencillo y espontáneo, es necesario ayudarle con paciencia y delicadeza, recordando la advertencia de santa Teresa del Niño Jesús: "Los niños dan pasitos".

En su amor infinito, Dios está siempre cerca de los que sufren. La enfermedad depresiva puede ser un camino para descubrir otros aspectos de sí mismos y nuevas formas de encuentro con Dios. Cristo escucha el grito de aquellos cuya barca está a merced de la tormenta (cf. Mc
Mc 4,35-41). Está presente a su lado para ayudarles en la travesía y guiarlos al puerto de la serenidad recobrada.

4. El fenómeno de la depresión recuerda a la Iglesia y a toda la sociedad cuán importante es proponer a las personas, y especialmente a los jóvenes, ejemplos y experiencias que les ayuden a crecer en el plano humano, psicológico, moral y espiritual. En efecto, la ausencia de puntos de referencia no puede por menos de contribuir a hacer que las personalidades sean más frágiles, induciéndolas a considerar que todos los comportamientos son equivalentes. Desde este punto de vista, el papel de la familia, de la escuela, de los movimientos juveniles y de las asociaciones parroquiales es muy importante por el influjo que esas realidades tienen en la formación de la persona.

El papel de las instituciones públicas también es significativo para asegurar condiciones de vida dignas, en especial a las personas abandonadas, enfermas y ancianas. Igualmente necesarias son las políticas para la juventud, encaminadas a dar a las nuevas generaciones motivos de esperanza, preservándolas del vacío y de las peligrosas formas de colmarlo.

5. Queridos amigos, a la vez que os aliento a un renovado compromiso en un trabajo tan importante junto a los hermanos y hermanas afectados por la depresión, os encomiendo a la intercesión de María santísima, Salus infirmorum. Que cada persona y cada familia sientan su solicitud materna en los momentos de dificultad.

A todos vosotros, a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos imparto de corazón la bendición apostólica.








Discursos 2003 288