Discursos 2004 36


A UN GRUPO DE PEREGRINOS ESLOVACOS


Sábado 14 de febrero de 2004



Venerados hermanos;
ilustres señores;
37 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con alegría os acojo y os doy a todos mi más cordial bienvenida. Saludo y doy las gracias ante todo a los obispos de la Conferencia episcopal eslovaca, que han organizado esta peregrinación nacional. Saludo, en particular, a los señores cardenales Ján Chryzostom Korec y Jozef Tomko, así como a monseñor Frantisek Tondra, al que agradezco las amables palabras con las que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos. Expreso al señor presidente de la República mi profunda gratitud por su presencia y por sus cordiales palabras de saludo.

2. Tres veces, durante mi pontificado, la divina Providencia me ha concedido visitar Eslovaquia: en 1990, poco después de la caída del régimen comunista, en 1995 y el año pasado, con ocasión del décimo aniversario de la proclamación de la República y de la institución de la Conferencia episcopal eslovaca.

Hoy habéis venido vosotros a devolverme sobre todo la visita que realicé hace cinco meses y de la que conservo un profundo recuerdo. Habéis querido que vuestra estancia en Roma coincidiera con la fiesta de san Cirilo y san Metodio, patronos de Eslovaquia y copatronos de Europa. Este feliz marco litúrgico permite poner de relieve los antiguos vínculos de comunión que unen a la Iglesia que está en vuestra tierra con el Obispo de Roma. Al mismo tiempo, el testimonio de estos dos grandes apóstoles de los eslavos constituye una fuerte exhortación a redescubrir las raíces de la identidad europea de vuestro pueblo, raíces que compartís con las demás naciones del continente.

3. Tengo la alegría de acogeros junto a la tumba de san Pedro, ante la que habéis venido a confirmar la profesión de la fe que constituye el patrimonio más rico y sólido de vuestro pueblo.
Os invito a conservar íntegra esta fe y, más aún, a alimentarla con la oración, con una catequesis adecuada y una formación permanente. No hay que esconderla, sino proclamarla y testimoniarla con valentía y celo ecuménico y misionero. Esto es lo que enseñan los hermanos Cirilo y Metodio, fundadores de una legión de santos y santas que han florecido a lo largo de los siglos de vuestra historia. Firmemente arraigados en la cruz de Cristo, han puesto en práctica lo que el divino Maestro enseñó a los discípulos desde los comienzos de su predicación: "Vosotros sois la sal de la tierra... Vosotros sois la luz del mundo" (
Mt 5,13-14).

4. Ser "sal" y "luz" implica para vosotros hacer que la verdad evangélica resplandezca en las opciones personales y comunitarias de cada día. Significa mantener inalterada la herencia espiritual de san Cirilo y san Metodio, contrastando la tendencia generalizada a seguir modelos homologados y estandarizados. La Eslovaquia y la Europa del tercer milenio van enriqueciéndose con múltiples aportaciones culturales, pero no conviene olvidar que el cristianismo ha contribuido de modo decisivo a la formación del continente. Queridos eslovacos, ofreced vuestra significativa aportación a la anhelada construcción de la unidad europea, haciéndoos intérpretes de los valores humanos y espirituales que han dado sentido a vuestra historia. Es indispensable que estos ideales que habéis vivido con coherencia sigan orientando a una Europa libre y solidaria, capaz de armonizar sus diversas tradiciones culturales y religiosas.

Amadísimos hermanos y hermanas, al renovaros la expresión de mi gratitud por vuestra visita, permitidme que, al despedirme de vosotros, os deje como consigna la misma invitación de Cristo a Simón Pedro: "Duc in altum", "rema mar adentro" (Lc 5,4). Es una exhortación que siento resonar constantemente en mi corazón. Esta mañana os la dirijo a vosotros.

5. Pueblo de Dios peregrino en Eslovaquia, rema mar adentro y avanza en el océano de este nuevo milenio, manteniendo fija la mirada en Cristo. María, la Virgen Madre del Redentor, sea la estrella de tu camino. Que te protejan tus venerados patronos san Cirilo y san Metodio, así como los numerosos héroes de la fe, algunos de los cuales pagaron con su sangre su fidelidad al Evangelio.

Con estos sentimientos, os imparto de corazón a vosotros, a vuestros seres queridos y a todo el pueblo eslovaco una especial bendición apostólica.










A UNA DELEGACIÓN DE LA UNIVERSIDAD DE OPOLE (POLONIA)


Martes 17 de febrero de 2004

. Excelencia;
38 señor rector magnífico;
ilustres señores y señoras:

Agradezco mucho la benevolencia que me manifestáis con vuestra visita al Vaticano y también con la concesión del título de doctor honoris causa de vuestra universidad. Este acto tiene para mí una elocuencia muy particular, dado que coincide con el décimo aniversario de fundación de la Universidad de Opole. El próximo día 10 de marzo se cumplirán diez años de la histórica unificación de la Escuela superior de pedagogía y del Instituto teológico pastoral, que dio inicio a la Universidad de Opole con la facultad de teología. Cuando acepté la institución de esa facultad y su inserción en las estructuras de una universidad estatal, era consciente de que el nacimiento de ese ateneo era muy importante para la ciudad de Opole. Me alegra que en el arco de este decenio la Universidad se haya desarrollado y convertido en un centro de investigación dinámico, donde miles de jóvenes pueden adquirir la ciencia y la sabiduría.

Doy gracias a Dios porque la Universidad -como ha dicho el arzobispo- coopera con la Iglesia en la obra de integración de la sociedad de Opole. Sé que lo está haciendo del modo que le corresponde. Si la Iglesia estimula los procesos de unificación basados en la fe común, en los valores espirituales y morales comunes, en la misma esperanza y en la misma caridad, que sabe perdonar, la Universidad, por su parte, posee para este fin medios propios, de particular valor, que, aun creciendo en el mismo fundamento, tienen una índole diversa; se podría incluso decir que tienen una índole más universal. Dado que esos medios se fundan en la profundización del patrimonio de la cultura, del tesoro del saber nacional y universal, y en el desarrollo de diversas ramas de la ciencia, no sólo son accesibles a quienes comparten la misma fe, sino también a quienes tienen convicciones diferentes. Eso tiene gran importancia. En efecto, no podemos concebir la integración de la sociedad en el sentido de una anulación de las diferencias, de una unificación del modo de pensar, del olvido de la historia -a menudo marcada por acontecimientos que creaban divisiones-, sino como una búsqueda perseverante de los valores que son comunes a los hombres, que tienen raíces diversas, una historia diferente y, en consecuencia, una visión particular del mundo y referencias a la sociedad en la que les ha tocado vivir.

La Universidad, al crear las posibilidades para el desarrollo de las ciencias humanísticas, puede ayudar a una purificación de la memoria que no olvide los errores y las culpas, sino que permita perdonar y pedir perdón, y también abrir la mente y el corazón a la verdad, al bien y a la belleza, valores que constituyen la riqueza común y que hay que cultivar y desarrollar conjuntamente. También las ciencias pueden ser útiles para la obra de la unión. Parece incluso que, por estar libres de las premisas filosóficas, y especialmente de las ideológicas, pueden realizar esta tarea de modo más directo. Sí, puede haber diferencias con respecto a la valoración ética de las investigaciones, y no se las puede ignorar. Con todo, si los investigadores reconocen los principios de la verdad y del bien común, no se negarán a colaborar para conocer el mundo basándose en las mismas fuentes, en métodos semejantes y en el fin común, que consiste en someter la tierra, según la recomendación del Creador (cf. Gn
Gn 1,28).

Hoy se habla mucho de las raíces cristianas de Europa. Si sus signos son las catedrales, las obras de arte, la música y la literatura, en cierto sentido hablan en silencio. Las universidades, en cambio, pueden hablar de ellas en voz alta. Pueden hablar con el lenguaje contemporáneo, comprensible a todos. Sí, las personas que se hallan aturdidas por la ideología del laicismo de nuestro continente pueden permanecer insensibles a esta voz, pero esto no exime a los hombres de ciencia, fieles a la verdad histórica, de la tarea de dar testimonio con una sólida profundización de los secretos de la ciencia y de la sabiduría, que se han desarrollado en la tierra fértil del cristianismo.

"Ut ager quamvis fertilis sine cultura fructuosus esse non potest, sic sine doctrina animus", "Del mismo modo que la tierra, aunque sea fértil, no puede dar frutos sin cultivo, tampoco el alma sin cultura" (Cicerón, Tusculanae disputationes, II, 4). Cito estas palabras de Cicerón para expresar mi gratitud por el "cultivo del espíritu" que la Universidad de Opole está llevando a cabo desde hace diez años. Deseo que esta gran obra prosiga en beneficio de Opole, de Polonia y de Europa. Ojalá que la colaboración de todas las facultades de vuestro ateneo, incluida la facultad de teología, sirva a todos los que deseen desarrollar su humanidad basándose en los valores espirituales más nobles.

Para este esfuerzo, os bendigo de corazón a vosotros, aquí presentes, y a todos los profesores y alumnos de la Universidad de Opole.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS AMIGOS


DEL MOVIMIENTO DE LOS FOCOLARES


. Venerados hermanos en el episcopado:

Me alegra enviaros mi cordial saludo con ocasión del encuentro anual de obispos amigos del movimiento de los Focolares, que constituye un momento propicio para profundizar juntos en la espiritualidad de la Obra de María.

He apreciado mucho que, para este encuentro, os hayáis propuesto reflexionar y confrontaros sobre el tema de la santidad, como exigencia primaria que hay que proponer a todos los miembros del pueblo de Dios. El concilio ecuménico Vaticano II recordó que la santidad es la vocación de todo bautizado. Quise poner de relieve esta misma verdad en la carta apostólica Novo millennio ineunte, al final del gran jubileo del año 2000. En efecto, sólo una comunidad cristiana que brille por su santidad puede cumplir eficazmente la misión que Cristo le ha confiado, es decir, difundir el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra.

39 "Para una santidad de pueblo": esta especificación pone de relieve precisamente el carácter universal de la vocación a la santidad en la Iglesia, verdad que representa uno de los pilares de la constitución conciliar Lumen gentium. Conviene destacar oportunamente dos aspectos generales.
Ante todo, el hecho de que la Iglesia es íntimamente santa y está llamada a vivir y manifestar esta santidad en cada uno de sus miembros. En segundo lugar, la expresión "santidad de pueblo" hace pensar en lo ordinario, es decir, en la exigencia de que los bautizados vivan con coherencia el Evangelio en la vida diaria: en la familia, en el trabajo, en toda relación y ocupación. Precisamente en lo ordinario se debe vivir lo extraordinario, de modo que la "medida" de la vida tienda a lo "alto", o sea, a la "madurez de la plenitud de Cristo", como enseña el apóstol san Pablo (cf. Ef
Ep 4,13).

La santísima Virgen María, de quien sé que sois filialmente devotos, sea el modelo sublime en el que os inspiréis siempre: en ella se compendia la santidad del pueblo de Dios, porque en ella resplandece con la máxima humildad la perfección de la vocación cristiana. A su protección materna os encomiendo a cada uno de vosotros, queridos y venerados hermanos, a la vez que expreso mis mejores deseos para vuestro encuentro, y de corazón os imparto a todos una bendición apostólica.

Vaticano, 18 de febrero de 2004










AL OCTAVO GRUPO DE OBISPOS DE FRANCIA


EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 20 de febrero de 2004





Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros a vosotros, pastores de la provincia de París, así como al Ordinario militar, con ocasión de vuestra visita ad limina. Agradezco al señor cardenal Jean-Marie Lustiger las amables palabras que acaba de dirigirme. Deseo ardientemente que vuestra visita, que os permite encontraros con el Sucesor de Pedro, os confirme en vuestra misión al servicio de la evangelización. Anunciar el Evangelio es, de un modo muy especial, la misión del obispo, «manifestación preeminente de su paternidad» de pastor que «debe ser consciente de los desafíos que el momento actual lleva consigo y tener la valentía de afrontarlos» (Pastores gregis ). No podemos olvidar la frase del Apóstol de los gentiles: «¡Ay de mí si no predicara el Evangelio!» (1Co 9,16). El Concilio recordó ya la urgencia de la evangelización para «iluminar a todos los hombres con la luz de Cristo, que resplandece sobre el rostro de la Iglesia» (Lumen gentium LG 1).

2. Las relaciones quinquenales reflejan la secularización de la sociedad francesa, entendida a menudo como un rechazo, en la vida social, de los valores antropológicos, religiosos y morales que la han marcado profundamente. También se siente la necesidad de un anuncio renovado del Evangelio, incluso para las personas ya bautizadas, hasta el punto de constatar que, con mucha frecuencia, un primer anuncio del Evangelio es necesario casi por doquier (cf. Ecclesia in Europa, 46-47). Asimismo, evocáis la disminución del número de niños catequizados, pero al mismo tiempo os alegráis por el número creciente de catecúmenos entre los jóvenes y los adultos, así como por el redescubrimiento del sacramento de la confirmación. Son signos que indican que la transmisión de la fe puede desarrollarse a pesar de las condiciones difíciles. Ojalá que las peticiones de los hombres que quieren «ver a Jesús» (Jn 12,21) y llaman a la puerta de la Iglesia os ayuden a suscitar una nueva primavera de la evangelización y de la catequesis. Sigo con interés las reflexiones realizadas por vuestra Conferencia para proponer la fe en la sociedad actual e invitar a las comunidades diocesanas a una audacia renovada en este campo, audacia que da el amor a Cristo y a su Iglesia, y que brota de la vida sacramental y de la oración.

3. Por lo que concierne a la catequesis para niños y jóvenes, es importante ofrecerles una educación religiosa y moral de calidad, presentando los elementos claros y sólidos de la fe, que llevan a una intensa vida espiritual —puesto que también el niño es capax Dei, como decían los Padres de la Iglesia—, a una práctica sacramental y a una vida humana digna y hermosa. Para constituir el núcleo sólido de la existencia, la formación catequística debe ir acompañada por una práctica religiosa regular. ¿Cómo puede la propuesta hecha a los niños arraigar verdaderamente en ellos, y cómo puede Cristo transformar desde dentro su ser y su obrar, sino se encuentran regularmente con él? (cf. Dies Domini, 36; Ecclesia de Eucharistia EE 31). Es importante también que las autoridades competentes, respetando la legislación en vigor, den espacio a la catequesis y a la actividad religiosa personal y comunitaria de los fieles, recordando que esta dimensión de la existencia tiene una influencia positiva en los vínculos sociales y en la vida de las personas. Quiero dar vivamente las gracias a los servicios diocesanos de catequesis y a todos los catequistas que se dedican a la educación religiosa de la juventud. Los animo a proseguir su hermosa y noble misión, tan importante en el mundo actual, esmerándose siempre por transmitir fielmente el tesoro que la Iglesia ha recibido de los Apóstoles (cf. Hch Ac 16,2), para que el pueblo cristiano crezca y se realice verdaderamente la comunión eclesial. Quizá no vean siempre inmediatamente los frutos de su acción, pero han de saber que lo que siembran en los corazones, Dios lo hará crecer, dado que es él quien da el crecimiento (cf. 1Co 3,7). Recuerden que está en juego el futuro de la transmisión de la fe y su realización. De ello depende también, en gran parte, la visibilidad de la Iglesia del futuro.

Conviene, por tanto, estar atentos a la formación de los padres y de los catequistas, para que puedan llegar al núcleo de la fe que tienen que comunicar. El camino cristiano no puede apoyarse sobre una simple actitud sociológica, ni sobre el conocimiento de algunos rudimentos del mensaje cristiano, que no llevarían a una participación en la vida de la Iglesia. Esto sería signo de que la fe permanece totalmente exterior a las personas. Los pastores y los catequistas deben recordar, asimismo, que los niños y los jóvenes son particularmente sensibles a la coherencia entre la palabra de las personas y su existencia concreta. En efecto, ¿cómo podrían los jóvenes tomar conciencia de la necesidad de la participación en la Eucaristía dominical o de la práctica del sacramento de la penitencia, si sus padres o sus educadores no viven la vida religiosa y eclesial? Cuanto más esté en armonía el testimonio de fe y de vida moral con la profesión de fe, tanto más los jóvenes comprenderán que la vida cristiana ilumina toda la existencia y le da su fuerza y su profundidad. El testimonio diario constituye el sello de autenticidad de la enseñanza impartida.
40 Os invito a seguir cuidando la formación de los jóvenes, buscando formas de enseñanza que, teniendo en cuenta su deseo de hacer una intensa experiencia humana, les propongan conocer a Cristo y encontrarse con él en un itinerario de oración personal y comunitaria fuerte y edificante. A este propósito, sé que estáis comprometidos en la renovación constante de los instrumentos catequísticos y pedagógicos útiles para los servicios de catequesis, de acuerdo con el Catecismo de la Iglesia católica y el Directorio general de catequesis, que ofrecen los fundamentos teológicos y los puntos clave de la enseñanza catequística para todas las categorías de personas.

4. Desde esta perspectiva, la vocación y la misión de los bautizados en la comunidad eclesial y en el mundo sólo se comprenden a la luz del misterio de la Iglesia, «signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (Lumen gentium
LG 1). Con este espíritu, es importante que se proponga a los fieles un itinerario de inteligencia de la fe, que les permita armonizar mejor sus conocimientos religiosos con su saber humano, para que puedan realizar una síntesis cada vez más sólida entre sus conocimientos científicos y técnicos y la experiencia religiosa.
Me alegra la propuesta hecha para promover escuelas de la fe en el seno de las instituciones universitarias, o fuera de ellas pero con su apoyo, ya que están particularmente habilitadas para impartir una enseñanza de calidad, fiel al Magisterio, no sólo desde una perspectiva intelectual, sino también con el deseo de desarrollar la vida espiritual y litúrgica del pueblo cristiano, y de ayudarle a descubrir las exigencias morales vinculadas a la vida según el Evangelio. Quisiera expresar mi aprecio por la actividad de la escuela de la catedral de París, de la que se benefician numerosas personas de vuestra provincia, y que invita a cada uno a profundizar incansablemente en el misterio de la fe, para transmitirlo, después de haberlo comprendido y asimilado mejor, con un lenguaje adecuado, sin modificar su esencia. Me parece que esta armonización de una comprensión racional del dato revelado con una transmisión inculturada es uno de los desafíos del mundo actual. También quiero manifestar mi satisfacción y estimular la experiencia iniciada por los pastores de algunas capitales europeas, que se han asociado para dar nuevo impulso a la evangelización en las grandes ciudades del continente, contribuyendo a reavivar el alma cristiana de Europa y a recordar a los europeos los elementos de la fe de sus padres, que han participado en la edificación de los pueblos y en las relaciones entre las naciones.

5. También deseo atraer vuestra atención hacia la función catequística y evangelizadora de la liturgia, que se debe entender como un camino de santidad, la fuerza interior del dinamismo apostólico y del carácter misionero de la Iglesia (cf. carta apostólica Spiritus et Sponsa en el XL aniversario de la constitución conciliar Sacrosanctum Concilium sobre la sagrada liturgia, n. 6). En efecto, la finalidad de la catequesis es proclamar como Iglesia la fe en el Dios único: Padre, Hijo y Espíritu Santo, y renunciar «a servir a cualquier otro absoluto humano», formando así el ser y el obrar del hombre (cf. Directorio general de catequesis, nn. 82-83). Por eso, es importante que los pastores se esmeren por cuidar cada vez más, con la colaboración de los laicos, la preparación de la liturgia dominical, prestando atención particular al rito y a la belleza de la celebración. En efecto, toda la liturgia habla del misterio divino. En la línea de la Jornada mundial de la juventud de París, vuestra Conferencia trabaja con entusiasmo en la renovación de la catequesis, para que el anuncio de la fe se centre sin cesar en la experiencia de la Vigilia pascual, corazón del misterio cristiano, que proclama la muerte y la resurrección del Salvador, hasta su regreso en la gloria. En sus homilías, los sacerdotes han de enseñar a los fieles los fundamentos doctrinales y escriturísticos de la fe. Exhorto, una vez más, con fuerza a todos los fieles a enraizar su experiencia espiritual y su misión en la Eucaristía, en torno al obispo, ministro y garante de la comunión en la Iglesia diocesana, puesto que «donde está el obispo, allí está la Iglesia» (cf. san Ignacio de Antioquía, Carta a los esmirniotas, VIII, 2).

6. Al final de nuestro encuentro, os pido que transmitáis mi saludo afectuoso a vuestras comunidades. Dad las gracias a los sacerdotes y a las comunidades religiosas de vuestras diócesis, que se dedican con generosidad a anunciar el reino de Dios. Mi pensamiento va hoy a todas las personas que trabajan generosamente en la pastoral de la juventud, en la catequesis parroquial, en las instituciones y en los movimientos donde se imparte catequesis; la Iglesia les agradece su trabajo para que Cristo sea mejor conocido y más amado. Transmitid la gratitud del Papa a las personas que, en nombre del Evangelio, se dedican a las obras de caridad. ¿No son ellas, en cierta manera, catequesis vivas, que contribuyen a que otros descubran el amor de Cristo? La tierra de Francia ha producido numerosos santos que han sabido conjugar enseñanza catequística y obras de caridad, como san Vicente de Paúl o san Marcelino Champagnat, excelente educador, a quien tuve la alegría de canonizar.

Encomiendo a vuestras diócesis a la protección de la santísima Virgen María, que me complace invocar con vosotros bajo la advocación de Estrella del mar; ella guía al pueblo cristiano en la fidelidad a su bautismo, cualesquiera que sean los escollos del tiempo, para que avance gozoso al encuentro con Cristo Salvador. A vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos, a las personas consagradas y a todos los fieles imparto una afectuosa bendición apostólica.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON OCASIÓN DEL DÉCIMO ANIVERSARIO DE FUNDACIÓN


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA




Venerados hermanos;
ilustres señores y amables señoras:

1. Me complace enviaros este mensaje con ocasión de la jornada conmemorativa del X aniversario de fundación de la Academia pontificia para la vida. Os renuevo a cada uno la expresión de mi gratitud por el cualificado servicio que la Academia presta a la difusión del "evangelio de la vida". Saludo de modo especial al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, así como al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, y a todo el consejo directivo.

Juntamente con vosotros, doy gracias ante todo al Señor por vuestra próvida institución, que hace diez años se sumó a otras creadas después del Concilio. Los organismos doctrinales y pastorales de la Sede apostólica son los primeros en beneficiarse de vuestra colaboración por lo que respecta a los conocimientos y los datos necesarios para las decisiones que conviene tomar en el ámbito de la norma moral concerniente a la vida. Así sucede con los Consejos pontificios para la familia y para la pastoral de la salud, así como en respuesta a peticiones de la sección de la Secretaría de Estado para las Relaciones con los Estados, y de la Congregación para la doctrina de la fe. Y esto puede ampliarse también a otros dicasterios y oficinas.

2. Con el paso de los años resulta cada vez más evidente la importancia de la Academia pontificia para la vida. En efecto, los progresos de las ciencias biomédicas, a la vez que permiten vislumbrar prospectivas prometedoras para el bien de la humanidad y para el tratamiento de enfermedades graves y aflictivas, a menudo plantean serios problemas en lo que atañe al respeto a la vida humana y a la dignidad de la persona.

41 El dominio creciente de la tecnología médica sobre los procesos de la procreación humana, los descubrimientos en el campo de la genética y de la biología molecular y los cambios que se han producido en la gestión terapéutica de los pacientes graves, junto con la difusión de corrientes de pensamiento de inspiración utilitarista y hedonista, son factores que pueden llevar a conductas aberrantes, así como a la formulación de leyes injustas en relación con la dignidad de la persona y el respeto que exige la inviolabilidad de la vida inocente.

3. Vuestra aportación es, además, valiosa para los intelectuales, especialmente para los católicos, "llamados a estar presentes activamente en los círculos privilegiados de elaboración cultural, en el mundo de la escuela y de la universidad, en los ambientes de investigación científica y técnica" (Evangelium vitae
EV 98). Precisamente con esta perspectiva se instituyó la Academia pontificia para la vida, con la misión de "estudiar, informar y formar en lo que atañe a las principales cuestiones de biomedicina y derecho, relativas a la promoción y a la defensa de la vida, sobre todo en las que guardan mayor relación con la moral cristiana y las directrices del Magisterio de la Iglesia" (motu proprio Vitae mysterium: AAS 86 [1994] 386-387; L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 4 de marzo de 1994, p. 5).

En una palabra, la compleja materia hoy denominada "bioética" forma parte de vuestra tarea de alta responsabilidad. Os agradezco el esmero con que examináis cuestiones específicas de gran interés, y también vuestro empeño por favorecer el diálogo entre la investigación científica y la reflexión filosófica y teológica guiada por el Magisterio. Es necesario sensibilizar cada vez más a los investigadores, especialmente a los del ámbito biomédico, con respecto al enriquecimiento benéfico que se puede conseguir conjugando el rigor científico con las instancias de la antropología y de la ética cristianas.

4. Amadísimos hermanos y hermanas, ojalá que vuestro servicio ya decenal prosiga cada vez más apreciado y apoyado, dando los frutos esperados en el campo de la humanización de la ciencia biomédica y del encuentro entre la investigación científica y la fe.

Con este fin, invoco sobre la Academia para la vida, por intercesión de la Virgen María, la continua asistencia divina y, a la vez que os aseguro a cada uno mi recuerdo en la oración, os imparto a todos una especial bendición apostólica, que extiendo de buen grado a vuestros colaboradores y a vuestros seres queridos.

Vaticano, 17 de febrero de 2004








A LOS PARTICIPANTES EN LA X ASAMBLEA GENERAL


DE LA ACADEMIA PONTIFICIA PARA LA VIDA



Sábado 21 de febrero de 2004




Amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra mucho poder encontrarme personalmente con todos vosotros, miembros de la Academia pontificia para la vida, en esta circunstancia especial en la que habéis celebrado el X aniversario de fundación de la Academia, recordando a cuantos han contribuido a su nacimiento y, en especial, al ilustre y benemérito profesor Jérôme Lejeune, vuestro primer presidente, de quien conservo un grato y entrañable recuerdo.

Agradezco al presidente, profesor Juan de Dios Vial Correa, las amables palabras que me ha dirigido y saludo también al vicepresidente, monseñor Elio Sgreccia, y a los miembros del consejo directivo, expresando a todos mi profundo aprecio por la intensa dedicación con que sostienen la actividad de la Academia.

2. Estáis realizando dos "jornadas de estudio" dedicadas al tema de la procreación artificial. Ese tema encierra graves problemas e implicaciones, que merecen un atento examen. Están en juego valores esenciales no sólo para el fiel cristiano, sino también para el ser humano en cuanto tal. Emerge cada vez más el vínculo imprescindible de la procreación de una nueva criatura con la unión esponsal, por la cual el esposo se convierte en padre a través de la unión conyugal con la esposa y la esposa se convierte en madre a través de la unión conyugal con el esposo. Este plan del Creador está inscrito en la misma naturaleza física y espiritual del hombre y de la mujer y, como tal, tiene valor universal.

El acto con el que el esposo y la esposa se convierten en padre y en madre a través de la entrega recíproca total los hace cooperadores del Creador al traer al mundo un nuevo ser humano, llamado a la vida para la eternidad. Un gesto tan rico, que trasciende la misma vida de los padres, no puede ser sustituido por una mera intervención tecnológica, de escaso valor humano y sometida a los determinismos de la actividad técnica e instrumental.

42 3. La tarea del científico consiste más bien en investigar las causas de la infertilidad masculina y femenina, para poder prevenir esta situación de sufrimiento de los esposos deseosos de encontrar "en el hijo la confirmación y el completamiento de su donación recíproca" (Donum vitae II, 2). Precisamente por esto, deseo estimular las investigaciones científicas destinadas a la superación natural de la esterilidad de los cónyuges, y quiero exhortar a los especialistas a poner a punto las intervenciones que puedan resultar útiles para este fin. Lo que se desea es que, en el camino de la verdadera prevención y de la auténtica terapia, la comunidad científica -la llamada se dirige en particular a los científicos creyentes- obtenga progresos esperanzadores.

4. La Academia pontificia para la vida ha de hacer todo lo que esté a su alcance para promover cualquier iniciativa válida encaminada a evitar las peligrosas manipulaciones que acompañan los procesos de procreación artificial.

Ojalá que toda la comunidad de los fieles se comprometa a sostener los itinerarios auténticos de la investigación, resistiendo en los momentos de decisión a las sugestiones de una tecnología sustitutiva de la paternidad y la maternidad verdaderas, que por eso mismo ofende la dignidad tanto de los padres como de los hijos.

Para confirmar estos deseos, os imparto de corazón a todos vosotros mi bendición, que de buen grado extiendo a vuestros seres queridos.







DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ALUMNOS DEL SEMINARIO ROMANO MAYOR

Sábado 21 de febrero de 2004




Queridos hermanos:

1. La fiesta de la Virgen de la Confianza, patrona celestial del Seminario romano mayor, ya se ha convertido en una cita esperada y deseada. En esta circunstancia, me alegra encontrarme con vosotros, alumnos del Seminario romano mayor, así como con vosotros, queridos alumnos de los seminarios Capránica, Redemptoris Mater y Amor divino.

Con gran alegría os acojo y os saludo a todos con afecto. Saludo al cardenal vicario, Camillo Ruini, a los obispos auxiliares, a los rectores y a los superiores. Saludo, asimismo, a los numerosos jóvenes que, como todos los años, se unen a vosotros en esta circunstancia tan entrañable. Expreso mi gratitud en particular a monseñor Marco Frisina, al coro y a la orquesta de la diócesis de Roma por la admirable ejecución que nos han brindado del oratorio inspirado en el Tríptico romano.

2. Cada vez que me encuentro con los seminaristas de Roma es para mí motivo de renovada alegría y de consuelo. Desde que era obispo de Cracovia he querido mantener con los seminaristas un diálogo privilegiado, y se comprende fácilmente el porqué: son, de un modo muy especial, el futuro y la esperanza de la Iglesia; su presencia en el seminario atestigua la fuerza de atracción que Cristo ejerce sobre el corazón de los jóvenes. Una fuerza que no menoscaba para nada la libertad, sino que más bien le permite realizarse plenamente, eligiendo el bien más grande: Dios, a cuyo servicio exclusivo se consagran para siempre.

¡Para siempre! En estos tiempos se tiene la impresión de que la juventud, en cierto modo, es refractaria a los compromisos definitivos y totales. Es como si se tuviera miedo de tomar decisiones que duren toda la vida. Gracias a Dios, en la diócesis de Roma son numerosos los jóvenes dispuestos a consagrar su vida a Dios y a los hermanos en el ministerio sacerdotal. Sin embargo, debemos pedir incesantemente al Dueño de la mies que mande cada vez más obreros a su mies y los sostenga en el compromiso de adhesión coherente a las exigencias del Evangelio.

3. Desde esta perspectiva, la humildad y la confianza son virtudes particularmente preciosas. La Virgen santísima es ejemplo sublime de ellas. Sin el humilde abandono a la voluntad de Dios, que hizo florecer el más hermoso "sí" en el corazón de María, ¿quién podría asumir la responsabilidad del sacerdocio? Esto vale también para vosotros, queridos jóvenes, que os preparáis para el matrimonio cristiano, pues son demasiados los motivos de temor que podéis encontrar en vosotros mismos y en el mundo. Pero si mantenéis fija vuestra mirada en María, sentiréis en vuestro corazón el eco de su respuesta al ángel: "Heme aquí (...) hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38).


Discursos 2004 36