Discursos 2004 106


AL CONSEJO ESPECIAL PARA EUROPA


DE LA SECRETARÍA GENERAL DEL SÍNODO DE LOS OBISPOS


Viernes 14 de mayo de 2004



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Os dirijo a todos mi saludo particularmente gozoso en este tiempo pascual, mientras os encontráis en Roma para la cuarta reunión del Consejo especial para Europa de la Secretaría general del Sínodo de los obispos.

Os expreso mi gratitud por el trabajo que realizáis en favor de la colegialidad episcopal, ofreciendo al Sucesor de Pedro el apoyo de vuestro prudente consejo y de vuestra caridad pastoral.
Junto con vosotros, hoy, tengo la alegría de saludar a monseñor Nikola Eterovic, a quien he llamado recientemente a prestar, como secretario general del Sínodo de los obispos, este especial servicio al ministerio petrino y a la colegialidad de los pastores de la Iglesia.

2. Es la primera vez que os reunís después de la promulgación de la exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Europa, fruto de la II Asamblea especial para Europa del Sínodo de los obispos. Vuestro objetivo es reflexionar sobre su recepción y promover una difusión, un conocimiento y una aplicación mejores, como deseamos, de este importante documento, nacido en el clima sinodal de la Iglesia que peregrina en nuestra Europa.

Vuestra reunión se celebra en un momento particular, caracterizado por la reciente ampliación de la Unión europea. La Iglesia católica espera que este proceso continúe hasta alcanzar los confines geográficos del continente, abrazando a todos sus pueblos. En efecto, esos pueblos, además de tener fuertes vínculos históricos, comparten los mismos valores culturales y religiosos.

3. Una Europa de los pueblos, unida en el respeto de la legítima pluralidad que enriquece a todas las naciones, tanto a las pequeñas como a las grandes, en un proceso abierto de intercambio de dones. Una Europa en la que se respete la dignidad trascendente de la persona humana, el valor de la razón, de la libertad, de la democracia, del Estado de derecho y de la distinción entre política y religión (cf. Ecclesia in Europa, 109). Esta Europa, fundada en el derecho, decidida a respetar los valores humanos y cristianos y orientada a la solidaridad en favor de todos sus miembros, sobre todo de los más necesitados, se convertirá en un continente próspero y pacífico, cuyo ejemplo será estimulante para los demás pueblos y naciones.

La Iglesia católica, con la fuerza del mensaje de paz y de esperanza que le ofrece el Señor resucitado, no se cansará de volver a proponer este ideal a los pueblos europeos en este importante momento de su historia, comprometiéndose, en lo que le compete, en favor de la puesta en práctica de este noble proyecto, a fin de que se transforme en manantial de un futuro mejor para todos sus habitantes y para la humanidad entera.

4. Encomiendo el cumplimiento de estos generosos propósitos a la intercesión de la santísima Virgen María, Madre de la esperanza, a fin de que Europa, reencontrándose a sí misma, sea capaz de construir un futuro mejor para todos sus ciudadanos, en el respeto de los derechos de Dios y del hombre, y se convierta cada vez más en un continente próspero y pacífico.

107 Como signo de comunión colegial y de gratitud por vuestro valioso servicio, también en vuestra calidad de miembros del Consejo especial para Europa de la Secretaría general del Sínodo de los obispos, os imparto de buen grado la bendición apostólica.







AUDIENCIA DEL PAPA JUAN PABLO II


AL SEÑOR ÉMILE LAHOUD


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE LÍBANO


Sábado 15 de mayo de 2004


Señor presidente:

Acojo a su excelencia con alegría y le doy una cordial bienvenida a usted y a toda la delegación que lo acompaña.

Conservando un feliz recuerdo de mi visita apostólica a su querido país, expreso mis mejores deseos para su persona y para todos sus compatriotas. Pido a Dios que ayude a todos los libaneses a consolidar la unidad de su nación, en la concordia y el respeto de todos los que la componen, y deseo que la canonización de un hijo de su tierra, el padre Nimatullah Al-Hardini, sea para sus compatriotas un ejemplo de vida fraterna. Ruego a Dios que sostenga también los esfuerzos de todos los hombres de buena voluntad en favor de la paz, especialmente en la región de Oriente Medio, tan probada por violencias inaceptables.

Sobre su excelencia, sobre su familia, sobre el querido pueblo libanés y sobre sus dirigentes invoco la abundancia de las bendiciones divinas.










A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO


Sábado 15 de mayo de 2004



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Os dirijo mi saludo cordial a todos vosotros, que habéis venido de diversas regiones del mundo para participar en la asamblea plenaria del Consejo pontificio para el diálogo interreligioso.

108 Saludo al presidente, monseñor Michael Louis Fitzgerald, y le agradezco las palabras que amablemente me ha dirigido en vuestro nombre. Saludo al secretario y a los demás colaboradores del Consejo pontificio y a cuantos han preparado este importante encuentro, con el cual se quiere celebrar el 40° aniversario de la erección del dicasterio, que tuvo lugar el 19 de mayo de 1964.

La decisión de mi venerado predecesor el siervo de Dios Pablo VI nació, como él mismo afirmó, "del clima de unión y de expectativas que ha caracterizado claramente el concilio Vaticano II" (Discurso al Colegio cardenalicio, 23 de junio de 1964). Y del Concilio mismo, sobre todo de la declaración Nostra aetate, este nuevo organismo recibió las líneas directrices para su actividad orientada a promover las relaciones con personas de otras religiones.

2. Durante los cuarenta años transcurridos, el Dicasterio ha prestado con celoso empeño su servicio eclesial, encontrando respuestas positivas y convergencias fructuosas en numerosas diócesis, así como en Iglesias y comunidades cristianas de diferentes denominaciones.

Además, la importancia del trabajo que lleváis a cabo ha sido apreciada por muchas organizaciones de otras religiones, que han tenido en el pasado y siguen teniendo aún provechosos contactos con vuestro Consejo pontificio, y comparten con vosotros diversas iniciativas de diálogo. Es preciso intensificar esta fructuosa cooperación, orientando la atención hacia temas de interés común.

3. En los próximos años la Iglesia se esforzará aún más por responder al gran desafío del diálogo interreligioso. En la carta apostólica Novo millennio ineunte afirmé que el milenio recién iniciado se sitúa en la perspectiva de un "marcado pluralismo cultural y religioso" (n. 55). Por tanto, el diálogo es importante y debe continuar, pues "forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia", en "íntima vinculación" con el anuncio de Cristo y, al mismo tiempo, distinto de él, sin confusión ni instrumentalización (cf. Redemptoris missio
RMi 55). Sin embargo, al promover este diálogo con los seguidores de otras religiones, debe evitarse todo relativismo e indiferentismo religioso, esforzándose por ofrecer a todos con respeto el gozoso testimonio de "nuestra esperanza" (cf. 1P 3,15).

4. Como expliqué en la Novo millennio ineunte, el diálogo interreligioso también es importante para "proponer una firme base de paz" y hacer que "el nombre del único Dios" llegue a ser "cada vez más, como ya es de por sí, un nombre de paz y un imperativo de paz" (n. 55). Los cristianos, en virtud del "ministerio de la reconciliación" que Dios les ha confiado (cf. 2Co 5,18), saben que pueden contribuir a la edificación de la paz en el mundo, dejándose animar por el amor a todos los hombres y a todo hombre, buscando con valentía la verdad y cultivando una sed profética de justicia y de libertad. Este esfuerzo va acompañado siempre por una perseverante, humilde y confiada oración a Dios. En efecto, la paz es ante todo don divino, que se ha de implorar incansablemente.

La Virgen María acompañe el trabajo de vuestro Consejo pontificio y haga fructuosos todos vuestros proyectos. Por mi parte, os aseguro un recuerdo en la oración, y de corazón imparto a todos una especial bendición apostólica.







ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


EN EL ENCUENTRO CON LA FAMILIA RELIGIOSA


DE DON LUIS ORIONE


Sábado 15 de mayo de 2004



1. Con gran alegría me encuentro esta tarde con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas, que representáis a toda la familia del beato Luis Orione.

Saludo a los señores cardenales, a los obispos, a las autoridades y a cuantos han querido estar presentes en esta fiesta. Dirijo un saludo en particular al director general del Instituto, don Roberto Simionato, que se ha hecho intérprete de los sentimientos de cada uno de vosotros.

Saludo también a los diversos miembros de la familia orionina: Hijos de la Divina Providencia, Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad, laicos consagrados y asociados en el Movimiento Laical Orionino, devotos y peregrinos procedentes de Europa, África, Asia y América.

109 Un saludo especial a los jóvenes y a los numerosos discapacitados presentes, que me brindan la ocasión de abrazar idealmente a todos los huéspedes de vuestras casas, a los cuales don Orione consideraba sus "tesoros" y "perlas" preciosas. Un saludo agradecido va también a la RAI, que ofrece a numerosos italianos esparcidos por el mundo la posibilidad de unirse a esta manifestación.

2. Una sorpresa muy grata ha sido escuchar, hace unos momentos, la voz de don Orione. ¡A cuántos corazones consoló esta voz, a cuántas personas aconsejó! A todos indicó el camino del bien.

Humilde y audaz, durante toda su vida estuvo siempre dispuesto y atento a las necesidades de los pobres, hasta el punto de que fue honrado con el título de "ayudante de la Divina Providencia".
Su testimonio sigue siendo muy actual. El mundo, muy a menudo dominado por la indiferencia y la violencia, necesita personas que, como él, "colmen de amor los surcos de la tierra, llenos de egoísmo y odio" (Escritos, 62, 99). Hacen falta buenos samaritanos dispuestos a responder al "grito angustioso de numerosos hermanos nuestros que sufren y desean a Cristo" (ib., 80, 170).

3. Queridos hermanos y hermanas, don Orione intuyó con claridad que la primera obra de justicia es dar a Cristo a los pueblos, porque "la caridad es lo que edifica a todos, lo que unifica a todos en Cristo y en su Iglesia" (ib., 61, 153).

Aquí reside el secreto de la santidad, pero también de la paz que deseamos ardientemente para las familias y para los pueblos. Que don Orione interceda, en particular, por la paz en Tierra Santa, en Irak y en las demás regiones del mundo, turbadas por guerras y conflictos sangrientos.
Nos dirigimos ahora a la Virgen, de quien vuestro fundador fue siempre muy devoto, para que siga protegiendo la Pequeña Obra de la Divina Providencia, llamada a anunciar y testimoniar el Evangelio a los hombres del tercer milenio.

A todos mi bendición.

Quisiera recordar a un hijo espiritual de don Orione que conocí en Polonia: monseñor Bronislaw Dabrowski, secretario general del Episcopado polaco. Lo recuerdo siempre con gran simpatía y gratitud, porque en aquellos tiempos difíciles nos enseñó que es preciso ser valientes, humildes y fuertes. Que su alma goce de paz. Doy las gracias a todos una vez más.

ACTO DE CONSAGRACIÓN A LA VIRGEN




1. María, Madre de Cristo y de la Iglesia,
mientras contemplamos a tu lado
110 en la gloria a Luis Orione, padre de los pobres
y bienhechor de la humanidad
dolorida y abandonada,
te consagramos la Pequeña Obra
de la Divina Providencia,
que es obra tuya desde el inicio.

A tus pequeños hijos e hijas dales, oh Madre,
la inagotable capacidad de amar
que brota del Corazón traspasado del Crucificado.
Dales hambre y sed de caridad apostólica,
a ejemplo del fundador,
111 que suspiraba: ¡Almas, almas!

2. Acuérdate, Virgen santísima,
de la humilde familia religiosa que,
después de una intensa y prolongada oración
ante tu venerada imagen,
don Orione regaló a la Iglesia.

Tú has querido valerte de la Pequeña Obra,
llamando a sus hijos e hijas al altísimo privilegio
de servir a Cristo en los pobres.

Has querido que estén animados
por una caridad ardiente
112 y que confíen en tu Divina Providencia.

Que jamás se extinga en ellos el fuego sagrado
del amor a Dios y al prójimo.

3. Dales amor devoto al Sucesor de Pedro,
obediencia diligente a los obispos
y generosa disponibilidad
al servicio de la comunidad cristiana.

Hazlos sensibles a las necesidades del prójimo,
atentos y solícitos
hacia los hermanos más pobres y abandonados,
hacia los marginados
113 y hacia cuantos son considerados
como desechos de la sociedad.

Haz que las hijas y los hijos de don Orione,
sostenidos por un amor sin límites a Cristo,
acojan con misericordia inagotable
cualquier forma de miseria humana,
manifestando amor y compasión a todos.

4. Da, oh María, a la familia orionina
un corazón grande y magnánimo,
que llegue a todos los sufrimientos
y enjugue todas las lágrimas.

114 Derrama en abundancia tus gracias
sobre los que con confianza
recurren a ti en todas las necesidades.
Que la vida de la Pequeña Obra
de la Divina Providencia
se consagre a dar a Cristo al pueblo
y al pueblo a Cristo.

5. María, Estrella luminosa de la mañana
puesta por Dios
sobre el horizonte de la humanidad,
extiende benigna tu manto sobre nosotros,
115 peregrinos en los caminos del tiempo
entre múltiples peligros y asechanzas,
e interviene en nuestro auxilio
ahora y en la hora de nuestra muerte.

Amén.






AL PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE HONDURAS


SEÑOR RICARDO MADURO JOEST


Lunes 17 de mayo de 2004

Señor Presidente:

Con mucho gusto le recibo y le doy mi más cordial bienvenida, al tiempo que le agradezco su visita, formulando mis mejores votos por su persona y por su altísima misión al servicio del pueblo hondureño. En esta ocasión deseo renovar mi afecto por los habitantes de su País, que recuerdo siempre en mi oración, pidiendo a Dios que bendiga a cada uno de ellos, a las familias y a los diversos grupos sociales para que puedan tener un presente sereno y un futuro esperanzador, construyendo una sociedad basada en la justicia y la paz, la fraternidad y la solidaridad, lo cual favorecerá el progreso integral de todos, especialmente de los más desfavorecidos.

Sobre Vuestra Excelencia, sobre sus colaboradores en el Gobierno y sobre todo el católico pueblo de Honduras invoco toda clase de bendiciones del Dios providente y misericordioso, por mediación de la Santísima Virgen de Suyapa, tan venerada en esa amada Nación.








A LOS PEREGRINOS QUE HABÍAN PARTICIPADO


EN LA CANONIZACIÓN



Lunes 17 de mayo de 2004




Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

116 1. Después de la solemne celebración de ayer, en la que tuve la alegría de proclamar a seis nuevos santos, me complace encontrarme con vosotros, unidos por especiales vínculos de afecto espiritual a cinco de ellos: Aníbal María di Francia, José Manyanet y Vives, Nimatullah Kassab Al-Hardini, Paula Isabel Cerioli y Gianna Beretta Molla.

Al dirigiros mi cordial saludo, quisiera reflexionar brevemente ahora con vosotros sobre la devoción mariana de estos santos.

2. Aníbal María di Francia se sentía honrado de llevar desde su bautismo el nombre de la Virgen, a la que solía llamar "mi mamá". Alimentaba hacia ella una devoción muy tierna y ardiente, y la invocaba como Madre de la Iglesia y Madre de las vocaciones. Quiso que la Inmaculada fuera considerada "Superiora absoluta, inmediata y efectiva" de las Hijas del Divino Celo y de los Rogacionistas, por él fundados, recomendando su devoción como secreto de santidad y especial gloria de los dos institutos.

3. Saludo ahora con afecto a los peregrinos de lengua española que habéis venido para participar en la canonización de san José Manyanet, sacerdote español que en el siglo XIX fue instrumento elegido para promover el bien de la familia junto con la educación de los niños y los jóvenes.

Él fijó su corazón en la Sagrada Familia. El "evangelio de la familia", vivido por Jesús en Nazaret junto a María y José, fue el motor de la caridad pastoral del padre Manyanet e inspiró su pedagogía. Buscó, además, que la Sagrada Familia fuera conocida, venerada e imitada en el seno de las familias. Esta es su herencia y, con sus palabras, en su lengua materna catalana os digo hoy, a vosotros, religiosos y religiosas fundados por él, a los padres y madres de familia, a los alumnos y ex alumnos de sus centros: "Feu un Natzaret de les vostres llars, una Santa Família de les vostres famílies". Que us hi ajudi la intercessió de sant Josep Manyanet! (¡Haced un Nazaret de vuestros hogares, una Sagrada Familia de vuestras familias! ¡Que os ayude la intercesión de san José Manyanet!).

4. El rezo del rosario marcó las jornadas de san Nimatullah Al-Hardini desde su infancia. A lo largo de su vida, encontró en la Madre de Dios, la Inmaculada Concepción, el modelo mismo de fidelidad a Cristo, a la que aspiraba. A ejemplo de María de Nazaret, que veló sobre su Hijo divino, vivió sus votos monásticos con paciencia y discreción, abandonándose totalmente a la voluntad divina.

Que su testimonio suscite en todos nosotros un amor sincero y filial a María, nuestra Madre y nuestra protectora.

5. Paula Isabel Cerioli, esposa y madre, pero privada en poco tiempo de sus hijos y de su esposo, se unió al misterio de María, la Virgen de los Dolores, y de su maternidad espiritual. Se dedicó entonces a acoger a niños huérfanos y pobres, inspirándose en la Sagrada Familia de Nazaret. A ejemplo de María supo transformar el amor natural en sobrenatural, dejando que Dios dilatara su corazón de madre.

Que su ejemplo siga hablando a numerosos corazones de esposas, de madres y de almas consagradas.

6. También Gianna Beretta Molla alimentó una profunda devoción hacia la Virgen. La referencia a la Virgen es recurrente en las cartas a su novio Pietro y en los años sucesivos de su vida, especialmente cuando fue internada para la extirpación del fibroma, sin poner en peligro a la criatura que llevaba en su seno. Fue precisamente María quien la sostuvo en el extremo sacrificio de la muerte, como confirmación de cuanto ella misma solía repetir siempre: "Sin la ayuda de la Virgen, no se va al Paraíso".

7. Queridos hermanos, que estos nuevos santos os ayuden a aprovechar su lección de vida evangélica. Seguid sus pasos e imitad, de modo especial, su devoción filial a la Virgen María, para avanzar siempre, en su escuela, por el camino de la santidad.

117 Con este deseo, que acompaño con la oración, os renuevo a todos vosotros y a vuestros seres queridos la bendición apostólica.








A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO


PARA LA PASTORAL DE LOS EMIGRANTES E ITINERANTES


Martes 18 de mayo de 2004



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio:

1. Me alegra encontrarme con vosotros con ocasión de la asamblea plenaria del Consejo pontificio para la pastoral de los emigrantes e itinerantes. Os dirijo a todos mi cordial saludo. Dirijo un saludo en particular a vuestro presidente, el cardenal Stephen Fumio Hamao, y le agradezco las amables palabras con las que ha interpretado los sentimientos comunes. Saludo al secretario y a los colaboradores del dicasterio, felicitándolos por su trabajo, que atañe a un sector cada vez más importante de la comunidad mundial.

También el tema de vuestro encuentro actual: "El diálogo intercultural, interreligioso y ecuménico en el contexto de las migraciones actuales", destaca la actualidad y la importancia del servicio que vuestro Consejo pontificio está llamado a prestar en este momento histórico.

2. La comunidad cristiana afronta hoy situaciones profundamente transformadas con respecto al pasado. Una de ellas es, ciertamente, el masivo fenómeno migratorio, que está marcado a veces por tragedias que sacuden las conciencias. De este fenómeno ha surgido el pluralismo étnico, cultural y religioso, que caracteriza en general las actuales sociedades nacionales.
La confrontación con la realidad actual de las migraciones insta a las comunidades cristianas a un renovado anuncio evangélico. Esto interpela el compromiso pastoral y el testimonio de vida de todos: sacerdotes, religiosos y laicos.

3. En efecto, si "globalización" es el término que, más que cualquier otro, define la actual evolución histórica, también la palabra "diálogo" debe caracterizar la actitud, mental y pastoral, que todos estamos llamados a adoptar con vistas a un nuevo equilibrio mundial. El consistente número de cerca de doscientos millones de emigrantes lo hace aún más urgente.

Por tanto, la integración en el ámbito social y la interacción en el cultural se han convertido en una condición necesaria para una verdadera convivencia pacífica entre las personas y las naciones. Las exige hoy, más que nunca, el proceso de globalización, que une de modo creciente el destino de la economía, de la cultura y de la sociedad.

4. Toda cultura constituye un acercamiento al misterio del hombre también en su dimensión religiosa y, como afirma el concilio Vaticano II, esto explica por qué algunos elementos de verdad se encuentran también fuera del mensaje revelado, incluso entre los no creyentes que cultivan elevados valores humanos, aunque no conozcan su fuente (cf. Gaudium et spes GS 92). Por eso, es necesario acercarse a todas las culturas con la actitud respetuosa de quien es consciente de que no sólo tiene algo que decir y dar, sino también mucho que escuchar y recibir (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz de 2001, n. 12).

118 Esta actitud no sólo es una exigencia impuesta por las transformaciones de nuestro tiempo; también es necesaria para que el anuncio del Evangelio pueda llegar a todos. De aquí la necesidad del diálogo intercultural: se trata de un proceso abierto que, asumiendo todo lo bueno y verdadero que hay en las diversas culturas, elimina algunos obstáculos en el camino de la fe.
Este diálogo implica un profundo cambio de mentalidad y también de estructuras pastorales, por lo cual todo lo que los pastores invierten en la formación espiritual y cultural, también a través de encuentros y confrontaciones interculturales, se orienta al futuro y constituye un elemento de la nueva evangelización.

5. Los procesos de globalización no sólo impulsan a la Iglesia al diálogo intercultural, sino también al interreligioso. En efecto, la humanidad del tercer milenio tiene urgente necesidad de recuperar valores espirituales comunes, para fundar en ellos el proyecto de una sociedad digna del hombre (cf. Centesimus annus
CA 60).

Sin embargo, la integración entre poblaciones pertenecientes a culturas y a religiones diversas siempre encierra incógnitas y dificultades. Esto afecta, en particular, a la inmigración de creyentes musulmanes, los cuales plantean problemas específicos. A este respecto, es necesario que los pastores asuman responsabilidades precisas, promoviendo un testimonio evangélico cada vez más generoso de los cristianos mismos. El diálogo fraterno y el respeto recíproco no constituirán jamás un límite o un impedimento para el anuncio del Evangelio. Más aún, el amor y la acogida representan de suyo la forma primera y más eficaz de evangelización.
Así pues, es necesario que las Iglesias particulares se abran a la acogida, también con iniciativas pastorales de encuentro y de diálogo, pero, sobre todo, ayudando a los fieles a superar los prejuicios y educándolos para que también ellos se conviertan en misioneros ad gentes en nuestras tierras.

6. La presencia, cada vez más numerosa, de inmigrantes cristianos que no están en plena comunión con la Iglesia católica ofrece, asimismo, a las Iglesias particulares nuevas posibilidades para la fraternidad y el diálogo ecuménico, impulsando a realizar, evitando fáciles irenismos y el proselitismo, una mayor comprensión recíproca entre Iglesias y comunidades eclesiales (cf. Erga migrantes caritas Christi, 58; Directorio para la aplicación de los principios y las normas sobre el ecumenismo, 107).

La actual proporción de las migraciones impulsa a reflexionar sobre la condición del pueblo de Dios, en camino hacia la patria del cielo. Así, el mismo movimiento ecuménico puede considerarse como un gran éxodo, una peregrinación, que se mezcla y se confunde con los éxodos actuales de poblaciones en busca de una condición de vida menos precaria. En este sentido, el compromiso ecuménico constituye un incentivo ulterior para acoger fraternalmente a personas que tienen modos de vivir y de pensar diversos de los que nosotros tenemos habitualmente. Así, el fenómeno migratorio y el movimiento ecuménico, en sus ámbitos respectivos, se convierten en un estímulo para una mayor comprensión humana.

Invocando la ayuda de Dios sobre vuestros trabajos, cuyo desarrollo encomiendo a la protección de la santísima Virgen, imparto a todos mi bendición.








AL PRIMER MINISTRO DE PORTUGAL,


JOSÉ MANUEL DURÃO BARROSO


Martes 18 de mayo de 2004



Señor primer ministro;
señor cardenal patriarca;
119 ilustres señores y señoras:

Acaba de tener lugar la firma del nuevo concordato, que confirma los sentimientos de estima recíproca que animan las relaciones entre la Santa Sede y Portugal. Doy mi cordial bienvenida a su excelencia señor Durão Barroso, a los miembros de la delegación oficial y al embajador de Portugal ante la Santa Sede. Saludo también al señor cardenal José Policarpo, al nuncio apostólico y a los miembros de la Conferencia episcopal que han participado en esta solemne ceremonia.

A la vez que expreso mi profundo aprecio por la atención que el Gobierno y la Asamblea de la República portuguesa demuestran hacia la misión de la Iglesia, que ha culminado en la actual firma, hago votos para que el nuevo Concordato favorezca una comprensión cada vez mayor entre las autoridades del Estado y los pastores de la Iglesia, con vistas al bien común de la nación. Con estos sentimientos y deseos, invoco sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre vuestro pueblo la bendición de Dios todopoderoso.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL SEÑOR ALEKSANDER KWASNIEWSKI,


PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE POLONIA


Martes 18 de mayo de 2004



Ilustre señor presidente;
ilustres señores y señoras:

Les doy mi cordial bienvenida. Nuestro encuentro tiene lugar en circunstancias particulares. En efecto, guarda relación con el 60° aniversario de la batalla de Montecassino. Todo polaco recuerda con orgullo aquel combate que, gracias al heroísmo del ejército a las órdenes del general Anders, abrió a los aliados el camino para la liberación de Italia y para la derrota de los invasores nazis. En el cementerio militar de Montecassino se encuentran tumbas sobre las cuales se pusieron cruces latinas y griegas, y también lápidas con la estrella de David. Allí descansan los héroes caídos, unidos por el ideal de luchar por "nuestra libertad y la vuestra", que incluye no sólo el amor a la propia patria, sino también la solicitud por la independencia política y espiritual de otras naciones.
Todos sintieron el deber de oponerse a toda costa no sólo al atropello físico de personas y naciones, sino también al intento de aniquilar sus tradiciones, sus culturas y su identidad espiritual.

Hablo de esto para recordar que, a lo largo de los siglos, el patrimonio cultural y espiritual de Europa se formó y se defendió incluso a costa de la vida de quienes confesaron a Cristo y de los que en su credo religioso se inspiran en Abraham. Recordar esto es necesario en el contexto de la formación de los fundamentos constitucionales de la Unión europea, en la que recientemente ha entrado también Polonia. La sangre de nuestros compatriotas derramada en Montecassino es hoy un fuerte argumento en la discusión sobre qué forma espiritual se ha de dar a Europa. Polonia no puede olvidarlo, y no puede dejar de recordarlo a quienes, en nombre de la laicidad de las sociedades democráticas, parecen olvidar la contribución del cristianismo a la edificación de su identidad.

Quiero expresar mi aprecio al señor presidente y a las autoridades de la República de Polonia, porque no escatiman esfuerzos para defender la presencia de los valores cristianos en la Constitución europea. Espero que estas iniciativas den un resultado positivo. De todo corazón se lo deseo a Polonia y a toda Europa.

Estoy informado sobre las dificultades políticas que se viven actualmente en Polonia. Espero que se superen pronto. Confío en que esto se logrará, de modo que todos, y especialmente los más pobres, las familias numerosas, los parados, los enfermos y los ancianos se sientan seguros en nuestra patria. Es una tarea difícil. Por eso, le deseo a usted, señor presidente, que tenga la fuerza y la valentía suficientes para orientar de modo oportuno, tanto en el ámbito del Estado polaco como en el de la Unión europea, los esfuerzos de todos los que asumen la responsabilidad de la construcción de Europa y del mundo de hoy.

120 A todos mis compatriotas les aseguro mi recuerdo en la oración y de corazón los bendigo.








A LA ASAMBLEA GENERAL


DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ITALIANA


Jueves 20 de mayo de 2004



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. "Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo" (Ga 1,3). Con estas palabras del apóstol san Pablo os dirijo mi saludo afectuoso a cada uno y os aseguro mi cercanía en la oración, para que el Señor ilumine y sostenga vuestra labor diaria de pastores al servicio de la Iglesia y de la amada nación italiana.

Saludo en particular a vuestro presidente, el cardenal Camillo Ruini, al que agradezco las palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Saludo también a los demás cardenales, a los vicepresidentes de vuestra Conferencia y al secretario general.

2. En vuestra asamblea general habéis continuado la reflexión sobre la parroquia, a la que ya dedicasteis la asamblea de noviembre del año pasado en Asís, a fin de llegar a propuestas compartidas para la necesaria renovación, desde la perspectiva de la nueva evangelización, de esta realidad eclesial fundamental. Especialmente en Italia, la parroquia asegura la constante y solícita cercanía de la Iglesia a toda la población, de cuyas necesidades espirituales se hace cargo, interesándose a menudo también por muchas otras necesidades, para brindar a cada uno la posibilidad de un camino de fe que lo introduzca más profundamente en la vida de la Iglesia y lo haga partícipe de su misión apostólica.

A este propósito, amadísimos hermanos en el episcopado, conozco y comparto profundamente vuestra solicitud por las vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada, y deseo dirigir, también en vuestro nombre, una cordial invitación a los jóvenes y a las muchachas de Italia, para que consideren atenta y serenamente la llamada que el Señor tal vez les dirija y, en ese caso, para que la acojan, no con temor sino con alegría: es un don extraordinario, que abre nuevos horizontes de vida para quienes son llamados y para numerosos hermanos y hermanas suyos.

Esa misma invitación a la disponibilidad y a la confianza la dirijo a las familias de las personas llamadas, hoy a menudo preocupadas por el futuro de sus hijos. Les digo: no os limitéis a consideraciones de corto alcance. Sabed que el Señor no se deja vencer en generosidad, y que toda llamada suya es una gran bendición también para la familia de quien es llamado.

3. Otro asunto tratado en vuestra asamblea es el importante tema de las comunicaciones sociales, con la presentación y el examen del Directorio titulado "Comunicación y misión".

Conocemos bien el profundo influjo que los medios de comunicación ejercen hoy en los modos de pensar y en los comportamientos, personales y colectivos, orientando hacia una visión de la vida que, por desgracia, tiende con frecuencia a corroer valores éticos fundamentales, especialmente los que conciernen a la familia.

Sin embargo, los medios de comunicación pueden ser empleados también con finalidades y resultados muy diversos, contribuyendo en gran medida a la consolidación de modelos positivos de vida e incluso a la difusión del Evangelio.


Discursos 2004 106