Discursos 2004 121

121 Por tanto, el Papa está a vuestro lado, amadísimos obispos italianos, en el empeño con que, ya desde hace muchos años, sostenéis y promovéis el diario católico y los semanarios diocesanos, y, más recientemente, fomentáis una presencia cristiana cualificada en el ámbito de la radio y la televisión. Deseo vivamente que todos los católicos italianos comprendan y compartan la importancia de este compromiso, contribuyendo así a hacer más positivo y sereno el clima cultural en el que todos vivimos.

4. El terrorismo, las acciones de guerra y la violación de los derechos humanos, que hacen tan difícil y peligrosa la situación internacional, pesan mucho, queridos hermanos en el episcopado, en nuestro corazón. Sigo unido a vuestra oración, especialmente por los rehenes en Irak, por los que arriesgan la vida y por los que la pierden en el cumplimiento de su deber.

Aprecio mucho la iniciativa, que habéis emprendido desde hace más de un año, de promover peregrinaciones de paz a Tierra Santa, y la apoyo de todo de corazón. Muchos de vosotros habéis ido personalmente a esos lugares, llevando a numerosos peregrinos. Se trata también de un signo fuerte de cercanía y solidaridad con las comunidades cristianas que viven allí y tienen gran necesidad de nuestra ayuda.

5. Amadísimos obispos italianos, comparto cordialmente la atención que dedicáis a la vida de esta querida nación.

Es preciso, en particular, que por encima de los motivos de contraste y contraposición prevalezca la búsqueda sincera del bien común, para que el camino de Italia sea más ágil e inicie una nueva fase de desarrollo, con la creación de muchos más puestos de trabajo, tan necesarios especialmente en algunas regiones del sur.

Un tema decisivo, sobre el que es necesario redoblar los esfuerzos, sigue siendo el de la familia fundada en el matrimonio, la defensa y la acogida de la vida, y la responsabilidad primaria de los padres en la educación. Repito hoy con vosotros las palabras que constituyeron este año el tema de la Jornada en favor de la vida: "Sin hijos no hay futuro".

En verdad, es necesario y urgente, para el futuro de Italia, un esfuerzo convergente de las políticas sociales, de la pastoral de la Iglesia y de todos los que pueden influir en el sentir común, para que los matrimonios jóvenes redescubran la alegría de engendrar y educar hijos, participando de modo singular en la obra del Creador.

6. Amadísimos obispos italianos, os aseguro mi oración diaria por vosotros, por vuestras Iglesias y por toda la comunidad nacional, para que el pueblo italiano mantenga siempre viva, y ponga al servicio de la Europa unida, que se está construyendo, su gran herencia de fe y de cultura.
Con estos sentimientos de profundo afecto os imparto a vosotros, a vuestros sacerdotes, a cada diócesis y a cada parroquia italiana una especial bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UN SIMPOSIO SOBRE EL DESARROLLO EN ÁFRICA




Al señor cardenal

RENATO RAFFAELE

MARTINO

Presidente del
122 Consejo pontificio Justicia y paz

Con ocasión del encuentro organizado por el Consejo pontificio Justicia y paz sobre el tema del "desarrollo económico y social de África en la era de la globalización", dirijo a todos los participantes un afectuoso saludo. Los numerosos focos de violencia que ensangrientan a África, el sida y otras pandemias, así como los dramas de la miseria y las injusticias, siguen pesando sobre el futuro del continente, produciendo efectos negativos que hipotecan el desarrollo solidario de África y el establecimiento duradero de la paz y de una sociedad justa y equitativa. El continente necesita con urgencia paz, justicia y reconciliación, así como la ayuda de los países industrializados, llamados a sostener su desarrollo, para que los pueblos de África sean verdaderamente los protagonistas de su futuro, los actores y los sujetos de su destino. Por eso, es importante formar en sus deberes futuros a los jóvenes, que serán mañana los responsables de los diferentes engranajes de la sociedad. Ojalá que la comunidad internacional contribuya, con determinación y generosidad, a promover una sociedad justa y pacífica en el continente africano. Las comunidades católicas del mundo entero están invitadas a sostener a sus hermanos de África para permitirles vivir una vida más humana y fraterna. Encomendando a todos los participantes en el encuentro a la Virgen María, Nuestra Señora de África, les imparto una particular bendición apostólica.

Vaticano, 21 de mayo de 2004










AL QUINTO GRUPO DE OBISPOS DE ESTADOS UNIDOS


EN VISITA "AD LIMINA"


Sábado 22 de mayo de 2004



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os doy la bienvenida, obispos de las provincias eclesiásticas de San Antonio y Oklahoma City, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum. Durante los últimos meses he tenido el placer de encontrarme con muchos obispos de vuestro país, en el que se halla una amplia y fervorosa comunidad católica: "En todo momento damos gracias a Dios por todos vosotros,... teniendo presente ante nuestro Dios y Padre la obra de vuestra fe, los trabajos de vuestra caridad y la tenacidad de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor" (1Th 1,2-3). Estas visitas no sólo fortalecen el vínculo que nos une, sino que también nos brindan una oportunidad única para examinar más atentamente la gran obra ya realizada y los desafíos que aún debe afrontar la Iglesia en Estados Unidos.

En mis últimas conversaciones abordé temas relacionados con el munus sanctificandi.En particular, hablé de la llamada universal a la santidad y de la importancia de una comunión amorosa con Dios y con los demás, como clave para la santificación personal y comunitaria. "Dios ha creado al hombre a su imagen y semejanza: llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor" (Familiaris consortio FC 11 cf. Gn Gn 1,26-27).

Estas relaciones esenciales se basan en el amor de Dios, y actúan como punto de referencia para toda la actividad humana. La vocación y la responsabilidad de toda persona de amar no sólo nos dan la capacidad de cooperar con el Señor en su misión de santificar, sino que también suscita en nosotros el deseo de hacerlo. Por tanto, en esta reflexión final sobre el oficio de santificar, deseo centrarme de modo especial en una de las piedras angulares de la Iglesia misma, es decir, el conjunto de relaciones interpersonales llamado familia (cf. Familiaris consortio FC 11).

2. La vida familiar se santifica en la unión del hombre y la mujer en la institución sacramental del santo matrimonio. Por consiguiente, es fundamental que el matrimonio cristiano se comprenda en su sentido más pleno y se presente como institución natural y como realidad sacramental. Hoy muchos comprenden claramente la naturaleza secular del matrimonio, que incluye los derechos y los deberes que las sociedades modernas consideran como factores determinantes para un contrato matrimonial. Sin embargo, parece que algunos no comprenden adecuadamente la dimensión intrínsecamente religiosa de esta alianza.

La sociedad moderna rara vez presta atención a la naturaleza permanente del matrimonio. De hecho, la actitud hacia el matrimonio que domina en la cultura contemporánea exige que la Iglesia trate de ofrecer una mejor instrucción prematrimonial encaminada a formar parejas en el sentido de esta vocación, y que insista en que sus escuelas católicas y sus programas de educación religiosa garanticen que los jóvenes, muchos de los cuales provienen de familias rotas, se eduquen desde niños en la enseñanza de la Iglesia sobre el sacramento del matrimonio. A este respecto, agradezco a los obispos de Estados Unidos su solicitud por proporcionar una correcta catequesis sobre el matrimonio a los fieles laicos de sus diócesis. Os animo a seguir poniendo gran énfasis en el matrimonio como vocación cristiana a la que las parejas están llamadas, y a brindarles los medios para vivirla plenamente a través de los programas de preparación matrimonial, que sean "serios en su objetivo, excelentes en su contenido, suficientemente amplios y de naturaleza obligatoria" (Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 202).

3. La Iglesia enseña que el amor entre un hombre y una mujer, santificado en el sacramento del matrimonio, es un reflejo del amor eterno de Dios a su creación (cf. Ritual del Matrimonio, Prefacio III). Del mismo modo, la comunión de amor presente en la vida familiar sirve como modelo de las relaciones que deben existir en la familia de Cristo, la Iglesia. "Entre los cometidos fundamentales de la familia cristiana se halla el eclesial, es decir, que ella está puesta al servicio de la edificación del reino de Dios en la historia, mediante la participación en la vida y misión de la Iglesia" (Familiaris consortio FC 49). Para asegurar que la familia sea capaz de cumplir esta misión, la Iglesia tiene el sagrado deber de hacer todo lo posible por ayudar a los matrimonios a hacer de la familia una "iglesia doméstica" y a ejercer correctamente el "cometido sacerdotal" al que toda familia cristiana está llamada (cf. ib., 55). Uno de los modos más eficaces de ejercer este cometido consiste en ayudar a los padres a ser los primeros heraldos del Evangelio y los principales catequistas en la familia. Este apostolado particular requiere algo más que una mera instrucción académica sobre la vida familiar; requiere que la Iglesia comparta los problemas y las luchas de los padres y de las familias, así como sus alegrías. Por tanto, las comunidades cristianas deberían hacer todo lo posible por ayudar a los esposos a transformar sus familias en escuelas de santidad, ofreciendo un apoyo concreto al ministerio de la vida familiar a nivel local. Esta responsabilidad incluye la gratificante tarea de hacer que vuelvan a la Iglesia muchos católicos que se han alejado de ella, pero que desean regresar ahora que tienen una familia.

123 4. La familia como comunidad de amor se refleja en la vida de la Iglesia. En efecto, la Iglesia puede considerarse como una familia, la familia de Dios formada por hijos e hijas de nuestro Padre celestial. Como una familia, la Iglesia es un lugar donde sus miembros se sienten animados a sobrellevar sus sufrimientos, conscientes de que la presencia de Cristo en la oración de su pueblo es la mayor fuente de curación. Por esta razón, la Iglesia mantiene un compromiso activo en todos los niveles del ministerio familiar y especialmente en los sectores que afectan a los jóvenes y a los adultos jóvenes. Los jóvenes, ante una cultura secular que promueve la gratificación inmediata y el egoísmo en vez de virtudes de autocontrol y generosidad, necesitan el apoyo y la guía de la Iglesia. Os animo a vosotros, así como a vuestros sacerdotes y colaboradores laicos, a considerar la pastoral juvenil como parte esencial de vuestros programas diocesanos (cf. Directorio para el ministerio pastoral de los obispos, 203; y Pastores gregis ). Numerosos jóvenes están buscando modelos fuertes, comprometidos y responsables, que no tengan miedo de profesar un amor incondicional a Cristo y a su Iglesia. A este respecto, los sacerdotes han dado siempre, y deberían seguir dando, una especial e inestimable contribución a la vida de los jóvenes católicos.

Como en toda familia, a veces la armonía interna de la Iglesia puede debilitarse por la falta de caridad y la presencia de conflictos entre sus miembros. Eso puede llevar a la formación de facciones dentro de la Iglesia, las cuales a menudo buscan hasta tal punto sus propios intereses que pierden de vista la unidad y la solidaridad, que son los fundamentos de la vida eclesial y las fuentes de la comunión en la familia de Dios. Para afrontar este preocupante fenómeno, los obispos deben actuar con solicitud paterna, como hombres de comunión, a fin de asegurar que sus Iglesias particulares actúen como familias, de modo que "no haya división alguna en el cuerpo, sino que todos los miembros se preocupen lo mismo los unos de los otros" (
1Co 12,25). Esto requiere que el obispo se esfuerce por remediar cualquier división que pueda surgir entre sus fieles, tratando de volver a crear un nivel de confianza, reconciliación y entendimiento mutuo en la familia eclesial.

5. Queridos hermanos en el episcopado, al concluir estas consideraciones sobre la vida familiar, pido en mi oración para que continuéis vuestros esfuerzos por promover la santificación personal y comunitaria a través de las devociones de la piedad popular. Durante siglos el santo rosario, el vía crucis, las oraciones antes y después de las comidas y otras prácticas de devoción han contribuido a formar una escuela de oración en las familias y las parroquias, enriqueciendo la vida sacramental de los católicos. Una renovación de estas devociones no sólo ayudará a los fieles en vuestro país a crecer en la santidad personal, sino que será también una fuente de fortaleza y santificación para la Iglesia católica en Estados Unidos.

Mientras vuestra nación celebra de modo especial el 150° aniversario de la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción, concluyo con las palabras de mi ilustre predecesor, el beato Papa Pío IX: "Tenemos la segura esperanza de que la santísima Virgen, con su poderosísima protección, hará que desaparezcan todas las dificultades y se disipen todos los errores, de modo que nuestra santa Madre, la Iglesia católica, florezca cada día más en todos los pueblos y naciones, y que reine "de mar a mar, y del gran río hasta el confín de la tierra"" (Ineffabilis Deus). Invoco la intercesión de María Inmaculada, patrona de Estados Unidos, la cual, sin mancha de pecado, ruega incesantemente por la santificación de los cristianos, y de corazón imparto mi bendición apostólica como prenda de fortaleza y alegría en Jesucristo.





MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


AL RABINO JEFE DE ROMA CON OCASIÓN


DEL CENTENARIO DEL TEMPLO MAYOR






Al ilustrísimo doctor

RICCARDO DI SEGNI

Rabino jefe de Roma

Shalom!

"Ved: qué dulzura, qué delicia, convivir los hermanos unidos", "Hinneh ma tov u-ma na'im, shevet akhim gam yakhad!" (Ps 132,1).

1. Con íntima alegría me uno a la comunidad judía de Roma, que está de fiesta por celebrar los cien años del Templo mayor, símbolo y recuerdo de la presencia milenaria en esta ciudad del pueblo de la Alianza del Sinaí. Desde hace más de dos mil años vuestra comunidad forma parte de la vida de la ciudad de Roma; puede sentirse orgullosa de ser la comunidad judía más antigua de Europa occidental y de haber desempeñado una función relevante en la difusión del judaísmo en este continente. Por tanto, la conmemoración de hoy cobra un significado particular para la vida religiosa, cultural y social de la capital, y no puede menos de tener una resonancia muy especial también en el corazón del Obispo de Roma. No pudiendo participar personalmente, he pedido que me representara en esta celebración a mi vicario general para la diócesis de Roma, el cardenal Camillo Ruini, que está acompañado por el presidente de la Comisión de la Santa Sede para las relaciones religiosas con el judaísmo, el cardenal Walter Kasper. Ellos expresan concretamente mi deseo de estar con vosotros en este día.

A la vez que lo saludo cordialmente a usted, ilustre doctor Riccardo di Segni, saludo con afecto a todos los miembros de la comunidad, a su presidente, el ingeniero Leone Elio Paserman, y a cuantos se han reunido allí para testimoniar una vez más la importancia y el vigor de la herencia religiosa que se celebra cada sábado en el Templo mayor. Quiero dirigir un saludo en particular al gran rabino emérito, profesor Elio Toaff, que con espíritu abierto y generoso me recibió en la sinagoga con ocasión de mi visita del 13 de abril de 1986. Ese acontecimiento sigue grabado en mi memoria y en mi corazón como símbolo de la novedad que ha caracterizado, en los últimos decenios, las relaciones entre el pueblo judío y la Iglesia católica, después de períodos a veces difíciles y dolorosos.

2. La fiesta de hoy, a cuya alegría todos nos unimos de corazón, recuerda el primer siglo de este majestuoso Templo mayor, que, en la armonía de sus líneas arquitectónicas, se eleva a orillas del Tíber como testimonio de fe y de alabanza al Omnipotente. La comunidad cristiana de Roma, por medio del Sucesor de Pedro, participa con vosotros en la acción de gracias al Señor por este feliz aniversario. Como dije en la mencionada visita, os saludamos como nuestros "hermanos predilectos" en la fe de Abraham, nuestro patriarca, de Isaac y Jacob, de Sara y Rebeca, de Raquel y Lía. Ya san Pablo, escribiendo a los Romanos (cf. Rm Rm 11,16-18), hablaba de la raíz santa de Israel, en la que los paganos son injertados en Cristo, "porque los dones y la llamada de Dios son irrevocables" (Rm 11,29), y vosotros seguís siendo el pueblo primogénito de la Alianza (Liturgia del Viernes santo, Oración universal, Por los judíos).

124 Vosotros sois ciudadanos de esta ciudad de Roma desde hace más de dos mil años, antes incluso de que Pedro el pescador y Pablo encadenado llegaran aquí, sostenidos interiormente por el soplo del Espíritu. No sólo las sagradas Escrituras, que en gran parte compartimos, y no sólo la liturgia, sino también antiquísimas expresiones artísticas testimonian el profundo vínculo de la Iglesia con la sinagoga, gracias a la herencia espiritual que, sin dividirse ni repudiarse, ha sido participada a los creyentes en Cristo, y constituye un vínculo indivisible entre nosotros y vosotros, pueblo de la Torá de Moisés, buen olivo en el que se ha injertado un nuevo ramo (cf. Rm Rm 11,17).

Durante el medioevo, también algunos de vuestros grandes pensadores, como Yehudá Haleví y Moses Maimónides, trataron de descubrir de qué modo era posible adorar juntos al Señor y servir a la humanidad sufriente, preparando así el camino de la paz. El gran filósofo y teólogo, muy conocido por santo Tomás de Aquino, Maimónides de Córdoba (1138-1204), de cuya muerte recordamos este año el octavo centenario, expresó el deseo de que una mejor relación entre judíos y cristianos condujera "al mundo entero a la adoración unánime de Dios, como está escrito: "Yo entonces volveré puro el labio de los pueblos, para que invoquen todos el nombre del Señor, y le sirvan bajo un mismo yugo" (So 3,9)" (Mishneh Torá, Hilkhót Melakhim XI, 4, ed. Jerusalén, Mossad Harav Kook).

3. Hemos recorrido juntos mucho camino desde aquel 13 de abril de 1986, cuando, por primera vez, después del apóstol Pedro, os visitó el Obispo de Roma: fue el abrazo de los hermanos que se habían reencontrado después de largo tiempo, en el que no faltaron incomprensiones, rechazo y sufrimientos. La Iglesia católica, con el concilio ecuménico Vaticano II, inaugurado por el beato Juan XXIII, en particular después de la declaración Nostra aetate (28 de octubre de 1965), os ha abierto sus brazos, recordando que "Jesús es judío y lo es para siempre" (Comisión para las relaciones religiosas con el judaísmo, Notas y sugerencias [1985]: III 12,0). En el concilio Vaticano II, la Iglesia reafirmó de modo claro y definitivo el rechazo del antisemitismo en todas sus expresiones. Sin embargo, no basta la reprobación y condena, por lo demás necesarias, de las hostilidades contra el pueblo judío que a menudo han caracterizado la historia; es preciso también desarrollar la amistad, la estima y las relaciones fraternas con él. Gracias a estas relaciones amistosas, reforzadas y desarrolladas después del Concilio del siglo pasado, estamos unidos en el recuerdo de todas las víctimas de la Shoah, especialmente de cuantos, en octubre de 1943, fueron arrancados aquí de sus familias y de vuestra querida comunidad judía romana para ser internados en Auschwitz. Ojalá que su recuerdo sea una bendición y nos impulse a trabajar como hermanos.
Por lo demás, es un deber recordar a todos los cristianos que, bajo el impulso de una bondad natural y de una rectitud de conciencia, sostenidos por la fe y la enseñanza evangélica, reaccionaron con valentía, también en esta ciudad de Roma, para auxiliar de forma concreta a los judíos perseguidos, ofreciendo solidaridad y ayuda, a veces incluso con riesgo de su vida. Su recuerdo bendito permanece vivo, junto con la certeza de que para ellos, como para todos los "justos de las naciones", los tzaddiqim, está preparado un puesto en el mundo futuro, tras la resurrección de los muertos. Tampoco se puede olvidar, además de las declaraciones oficiales, la acción, a menudo oculta, de la Sede apostólica, que de muchos modos ayudó a los judíos en peligro, como han reconocido también sus representantes autorizados (cf. "Nosotros recordamos: una reflexión sobre la Shoah", 16 de marzo de 1998).

4. Al recorrer, con la ayuda del cielo, este camino de fraternidad, la Iglesia no ha dudado en "deplorar los errores de sus hijos y de sus hijas de cualquier tiempo", y en un acto de arrepentimiento (teshuvá), ha pedido perdón por su responsabilidad relacionada de algún modo con las heridas del antijudaísmo y del antisemitismo (ib.). Durante el gran jubileo, invocamos la misericordia de Dios, en la basílica consagrada a la memoria de san Pedro en Roma, y en Jerusalén, la ciudad amada por todos los judíos, corazón de la Tierra que es santa para todos nosotros. El Sucesor de Pedro subió como peregrino a los montes de Judea, rindió homenaje a las víctimas de la Shoah en Yad Vashem, y oró con vosotros en el monte Sión, al pie de aquel lugar santo.

Por desgracia, el pensamiento dirigido a la Tierra Santa suscita en nuestro corazón preocupación y dolor por la violencia que sigue marcando aquella área y por la excesiva sangre inocente derramada por israelíes y palestinos, que oscurece el despuntar de una aurora de paz en la justicia. Por eso, queremos dirigir hoy una ferviente oración al Eterno, con fe y esperanza, al Dios de shalom, para que la enemistad no arrastre más al odio a quienes consideran a Abraham como padre -judíos, cristianos y musulmanes- y ceda su lugar a la clara conciencia de los vínculos que los unen y de la responsabilidad que tienen unos y otros.

Debemos recorrer aún mucho camino: el Dios de la justicia y la paz, de la misericordia y la reconciliación nos llama a colaborar sin vacilaciones en nuestro mundo contemporáneo, desgarrado por enfrentamientos y enemistades. Si sabemos unir nuestros corazones y nuestras manos para responder a la llamada divina, la luz del Eterno se acercará para iluminar a todos los pueblos, mostrándonos los caminos de la paz, de la shalom. Quisiéramos recorrerlos con un solo corazón.
5. No sólo en Jerusalén y en la tierra de Israel, sino también aquí, en Roma, juntos podemos hacer mucho: por quienes sufren cerca de nosotros a causa de la marginación, por los inmigrantes y los extranjeros, por los débiles y los indigentes. Compartiendo los valores en defensa de la vida y de la dignidad de toda persona humana, podremos acrecentar de modo concreto nuestra cooperación fraterna.

El encuentro de hoy es casi una preparación para vuestra inminente solemnidad de Shavu'ót y para la nuestra de Pentecostés, que celebran la plenitud de las respectivas fiestas de Pascua. En estas fiestas unámonos en la oración del Hallel pascual de David:

"Hallelu et Adonay kol goim
shabbehuHu kol ha-ummim
125 ki gavar 'alenu khasdo
we-emet Adonay le-'olam"
"Laudate Dominum, omnes gentes,
collaudate eum, omnes populi.
Quoniam confirmata est
super nos misericordia eius,
et veritas Domini manet in aeternum"
Hallelu-Yah (
Ps 117).

Vaticano, 22 de mayo de 2004





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE MACEDONIA


Lunes 24 de mayo de 2004

: Señor presidente;
126 distinguidos señores y señoras:

1. Me alegra daros la bienvenida al Vaticano durante vuestra visita a Roma para el tradicional y cordial homenaje que rendís a san Cirilo y san Metodio, apóstoles de los pueblos eslavos, cuya memoria se conserva en la venerable basílica de San Clemente.

Le dirijo a usted, señor presidente, mi cordial saludo y mi sincera felicitación por el importante cargo que le ha sido encomendado al servicio de su nación. Mi pensamiento va a todos los que lo acompañan, a los representantes de las Iglesias y a todos los miembros de la comunidad nacional, cercanos a mi corazón.

2. Vuestro país ha reafirmado sabiamente su compromiso de seguir por el camino de la paz y la reconciliación. Es un honor para todos los ciudadanos y un estímulo a continuar por el mismo camino.

El diálogo y la búsqueda de la armonía os permitirán dedicar todos los recursos humanos y espirituales al progreso material y moral de vuestro pueblo, con espíritu de fecunda cooperación con los países vecinos.

Legítimamente miráis hacia Europa. Vuestras tradiciones y vuestra cultura pertenecen al espíritu que ha impregnado este continente. Espero sinceramente que sus deseos reciban una justa consideración y que los ciudadanos de su República sean un día miembros con pleno derecho de una Europa unida, en la que cada pueblo se sienta como en su casa y plenamente apreciado.

3. Con la seguridad de mis oraciones por vosotros y por el pueblo de Macedonia, imploro sobre vosotros las bendiciones del Altísimo como prenda de prosperidad y paz.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE BULGARIA


Lunes 24 de mayo de 2004

. Señor presidente;
queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
señoras y señores:

127 1. En el marco de vuestra tradicional visita en memoria de san Cirilo y san Metodio, honrados en la venerable basílica de San Clemente, habéis querido venir a Roma para saludarme y felicitarme con ocasión de mi 84° cumpleaños. Os agradezco este gesto cordial, que aprecio, y os doy la bienvenida. Quiero darle las gracias, señor presidente de la Asamblea nacional, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Le ruego que, al volver, exprese al señor presidente de la República mis mejores deseos, así como mis sentimientos de afecto al querido pueblo búlgaro, recordando mi feliz visita a su país, hace dos años.

2. Dirijo un saludo en particular a vuestro venerado patriarca, Su Santidad Máximo, así como a los miembros del Santo Sínodo de la Iglesia ortodoxa búlgara. Que el ejemplo de los santos hermanos de Tesalónica sostenga los esfuerzos de todos por reafirmar los valores espirituales que dan al alma del pueblo búlgaro su identidad y su fuerza.

Desde hace algunos años vuestro país ha reencontrado su lugar en la escena internacional y prosigue su camino de libertad y democracia, tratando también de consolidar la concordia en el seno de la nación. Actualmente está comprometido en un esfuerzo paciente por adherirse de manera estable a las instituciones de la Unión europea. A este respecto, deseo que Bulgaria realice sus legítimas aspiraciones, aportando, gracias a las riquezas culturales y espirituales que derivan de sus tradiciones seculares, su contribución a la construcción europea. Con este fin, pido a Dios que bendiga a Bulgaria, el país de las rosas, y conceda a todos sus habitantes vivir y desarrollarse en un clima de serenidad y paz.





MENSAJE DEL PAPA JUAN PABLO II


CON MOTIVO DE LA INAUGURACIÓN DE UN CENTRO


DE ASISTENCIA SOCIAL EN BACAU (RUMANÍA)






Al venerado hermano
Señor cardenal

FIORENZO ANGELINI

Presidente emérito
del Consejo pontificio para los agentes sanitarios

1. Me ha complacido saber que usted irá a inaugurar el centro socio-sanitario "Casa de la Santa Faz de Jesús", que la benemérita congregación de las religiosas Benedictinas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, siguiendo su inspiración y su guía, ha realizado en la colina de Magura, en la ciudad de Bacau. Le dirijo mi cordial saludo a usted, al obispo de Iasi, monseñor Petru Gherghel, y a los venerados hermanos en el episcopado, así como a las autoridades civiles, religiosas y militares, a los sacerdotes, a las personas consagradas y a los laicos que participen en ese significativo acontecimiento.

Con la mente y el corazón me dirijo espiritualmente a Rumanía, nación muy querida para mí, recordando con gran emoción la memorable visita que tuve la alegría de realizar en 1999. Peregrino de fe y de esperanza, fui acogido entonces con gran afecto por el presidente y las autoridades estatales, por Su Beatitud el patriarca Teóctist y por todo el pueblo de la venerable Iglesia ortodoxa de Rumanía. Recibí un abrazo particularmente fraterno de los obispos y de las amadas comunidades católicas, tanto de rito bizantino como latino.

2. El nuevo centro de asistencia, con local anexo para el culto dedicado a Jesús, eterno sacerdote, está destinado a acoger a personas ancianas y discapacitadas, comenzando por los sacerdotes. Se trata de un importante servicio en favor de personas que se encuentran en situación de pobreza o de enfermedad y cuyos familiares no pueden afrontar sus necesidades. Por tanto, la iniciativa constituye una respuesta concreta al mandamiento divino de amar a Dios y al prójimo con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas (cf. Mc Mc 12,29-31). Al mismo tiempo, da una aportación solidaria a las necesidades del país que, tras salir del yugo comunista, está reorganizando su vida económica y social.

Me complace expresarle, en esta circunstancia, mi profundo aprecio a usted, señor cardenal, a la superiora general y a las religiosas Benedictinas Reparadoras de la Santa Faz de Nuestro Señor Jesucristo, así como a cuantos han apoyado y realizado concretamente esta benéfica obra. Constituye una significativa ayuda a los pobres, a los enfermos y a los ancianos, testimoniando de manera efectiva la "creatividad de la caridad", a la que invité a la Iglesia en la carta apostólica Novo millennio ineunte (cf. n. 50).

128 3. A través de la dedicación de cuantos trabajen en ese nuevo centro, numerosas personas podrán experimentar la ternura providente del Padre celestial. Deseo que los esfuerzos realizados con vistas a este importante servicio social susciten en la comunidad de los discípulos de Cristo renovados propósitos de solidaridad y de generosa cooperación en Rumanía, nación situada como puente entre Oriente y Occidente.

Con estos sentimientos, a la vez que invoco abundantes dones celestiales sobre todos los que han cooperado de diversas maneras en la construcción de ese importante centro socio-sanitario, de corazón le imparto a usted, venerado hermano, y a las personas presentes en la solemne inauguración, la implorada bendición apostólica.

Vaticano, 13 de mayo de 2004






DURANTE LA PRESENTACIÓN DE LAS CARTAS CREDENCIALES


DE SIETE NUEVOS EMBAJADORES


Jueves 27 de mayo de 2004



Excelencias:

1. Me alegra acogeros con ocasión de la presentación de las cartas que os acreditan como embajadores extraordinarios y plenipotenciarios de vuestros países: Surinam, Sri Lanka, Malí, Yemen, Zambia, Nigeria y Túnez. Os doy las gracias por haberme transmitido las amables palabras de vuestros jefes de Estado, y os ruego que, al volver, les expreséis mis mejores deseos para sus personas y para su elevada misión al servicio de sus países. A través de vosotros, saludo también a los responsables de la sociedad civil y a las autoridades religiosas de vuestras naciones, así como a todos vuestros compatriotas. Aprovecho la ocasión de vuestra presencia en el Vaticano para enviar mis fervientes votos a la comunidad católica de vuestros respectivos países, y mis deseos cordiales a todos vuestros compatriotas.

2. De todos los continentes llegan continuamente informaciones inquietantes sobre la situación de los derechos del hombre, las cuales indican que algunas personas, hombres, mujeres y niños, son torturadas y profundamente heridas en su dignidad, en contra de la Declaración universal de derechos humanos (cf. artículo 5). Así, se hiere y ofende a toda la humanidad. Dado que todo hombre es hermano nuestro, no podemos callar ante estos abusos, que son intolerables. Corresponde a todos los hombres de buena voluntad, tanto los que ocupen cargos de responsabilidad como los simples ciudadanos, hacer todo lo posible para que se respete a todo ser humano.

3. Hoy, apelo a la conciencia de nuestros contemporáneos. En efecto, es preciso formar la conciencia de los hombres, a fin de que cesen para siempre las violencias insoportables que pesan sobre nuestros hermanos, y todos los hombres se movilicen en favor del respeto de los derechos más fundamentales de toda persona. No podremos vivir en paz y nuestro corazón no podrá estar en paz mientras todos los hombres no sean tratados dignamente. Es nuestro deber ser solidarios con todos. No podrá haber paz si no nos movilizamos todos, especialmente vosotros los diplomáticos, para que se respete a cada hombre del mundo. Sólo la paz permite esperar en el futuro. Por eso, vuestra misión consiste en estar al servicio de las relaciones fraternas entre las personas y entre los pueblos.

4. Así pues, formulo votos de paz para vuestros Gobiernos y para todos los habitantes de vuestros países, así como para toda la humanidad. En este momento en que comenzáis vuestra noble misión ante la Santa Sede, os expreso mis mejores deseos, invocando la abundancia de las bendiciones divinas sobre vosotros, sobre vuestras familias, sobre vuestros colaboradores y sobre las naciones que representáis.





ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA DELEGACIÓN DE SAN PETERSBURGO


Jueves 27 de mayo de 2004



Señor presidente;
129
Discursos 2004 121