Discursos 1980 584


VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

ORACIÓN DEL PAPA JUAN PABLO II

A LA VIRGEN DE LAS GRACIAS DE ALTÖTTING


¡Dios te salve, "Madre de las Gracias" de Altötting!

1. Desde hace algunos días, como peregrino por estas tierras alemanas cargadas de historia, mis caminos me conducen sobre las huellas de un cristianismo que se remonta ya al tiempo de los romanos. San Bonifacio, apóstol de Alemania, extendió eficazmente la fe cristiana entre los jóvenes pueblos de entonces, sellando con el martirio su trabajo misionero.

Mi paso es rápido y el programa del peregrinaje me impide visitar todos los lugares a los que su importancia histórica y la inclinación del corazón quisieran conducirme. ¡Hay tantos lugares tan importantes y distinguidos!

Hoy, día en que por unas pocas horas puedo permanecer en Altötting, tomo conciencia una vez más de la estrecha trabazón existente entre mi peregrinación y la confesión de la fe, confesión que constituye la tarea fundamental de Pedro y de sus Sucesores. Cuando yo proclamo a Cristo, el Hijo de Dios vivo, "Dios de Dios" y "Luz de Luz", "de la misma naturaleza que el Padre", confieso también con toda la Iglesia que El se ha hecho hombre por obra del Espíritu Santo y que ha nacido de la Virgen María. Tu nombre, María, va unido inseparablemente al suyo. Tu llamada y tu sí pertenecen para siempre, y de manera indisoluble, al misterio de la Encarnación.

2. Junto con toda la Iglesia, confieso y proclamo que Jesucristo es en este misterio el único mediador entre Dios y los hombres; pues su encarnación ha traído la redención y justificación a los hijos de Adán, sometidos al poder del pecado y de la muerte. Pero al mismo tiempo estoy plenamente convencido de que nadie ha sido incorporado de una manera tan profunda como Tú, la Madre del Redentor, a este misterio divino, misterio eficaz y soberano; igualmente estoy convencido también de que nadie se encuentra en mejor situación que Tú, Tú sola, María, para introducirnos en él a nosotros de un modo cada vez más sencillo y claro, a nosotros que lo anunciamos y que participamos incluso de él

En esta convicción de fe, vivo yo desde hace mucho. Con ella hago desde el principio esta peregrinación como Obispo de esa Iglesia local fundada por el Apóstol Pedro en Roma y cuya misión esencial ha sido y sigue siendo la de servir de communio, es decir, de unidad en el amor entre las diversas Iglesias locales y todos los hermanos y hermanas en Cristo.

585 Con esta misma convicción vengo hoy también aquí, ante tu imagen milagrosa en Altötting, Madre de las Gracias, rodeado de la veneración y del amor de tantos creyentes alemanes, austríacos y de otras regiones de lengua alemana. Permíteme corroborar una vez más esta convicción y dirigirme a Ti con esta oración:

3. Quisiera también aquí confiarte a ti, Madre nuestra, la Iglesia entera, pues tú estabas presente en el Cenáculo cuando, mediante la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, la Iglesia se manifestó públicamente. Hoy te confío ante todo la Iglesia que desde hace muchos siglos vive en este país y que forma una gran comunidad de creyentes entre los pueblos que hablan una misma lengua. A ti, Madre, te encomiendo toda la historia de esta Iglesia y su misión en el mundo actual: sus múltiples iniciativas y su incesante servicio en favor de todos los hombres de este país y en favor también de tantas comunidades e Iglesias del mundo entero, a quienes los cristianos de Alemania saben ayudar tan generosa y cordialmente.

María, tú que eres bienaventurada porque has creído (cf. Lc
Lc 1,45), a ti te confío lo que parece ser más importante en el ministerio de la Iglesia en este país: el testimonio vigoroso de la fe frente a la generación actual de hombres y mujeres de este pueblo que vive ante un creciente materialismo e indiferencia religiosa. Que este testimonio hable siempre el claro lenguaje del Evangelio y que encuentre así una puerta de entrada ante todo en el corazón de las jóvenes generaciones. Que él seduzca a la juventud y la llene de ilusión por una vida según la imagen del "hombre nuevo" y por los distintos servicios posibles en la viña del Señor.

4. Madre de Cristo, el cual antes de su pasión rezó: "Padre... que todos sean uno" (Jn 17,11 Jn 17,21). Mi caminar por estas tierras alemanas, precisamente en este año, estrechamente ligado al deseo ardiente y humilde de la unidad entre los cristianos, separados desde el siglo XVI. ¿Puede tener alguien un deseo más profundo que el que tú tienes de que se cumpla la oración de Cristo en el Cenáculo? Debiendo reconocer nuestra parte de culpabilidad en esta división, al pedir hoy por una nueva unidad en el amor y en la verdad, ¿no podremos esperar que con nosotros reces también tú, Madre de Cristo? ¿No podremos esperar que el fruto de esta oración sea una vez más en un momento determinado el don de aquella "comunicación del Espíritu Santo" (2Co 13,13), comunicación imprescindible "para que el mundo crea" (Jn 17,21)?

A ti, Madre, te confío yo el futuro de la fe en este país de vieja tradición cristiana; y, recordando los lamentables desastres de la última guerra, que tan profundas heridas causaron sobre todo en los pueblos de Europa, te confío también la paz del mundo entero. Que entre estos pueblos surja un nuevo orden; un orden basado en el respeto total de los derechos de cada nación y de cada hombre en su nación; un verdadero orden moral, en el que los pueblos puedan convivir como en una ¡familia mediante esa armonía necesaria entre justicia y libertad.

A ti, Reina de la Paz y Espejo de la Justicia, te dirijo esta oración yo, Juan Pablo II, Obispo de Roma y Sucesor de San Pedro. En tu santuario de Altötting la dejo como recuerdo perpetuo. Amén.

Santuario de Altötting, 18 de noviembre de 1980







VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA


A LOS ARTISTAS Y PUBLICISTAS


«Herkules-Saal der Residenz» de Munich


Miércoles 19 de noviembre de 1980



Muy distinguidos señores y señoras:

Mi cordial saludo va dirigido a los artistas y publicistas que desde todas las partes de Alemania han venido a Munich con ocasión de mi visita. Me alegro de poder encontrarme con todos ustedes en esta ciudad que desde siempre ha constituido un punto central de la vida artística y que en los tiempos recientes se ha convertido en un importante centro de los medios de comunicación social. Este nuestro encuentro debe ser una ocasión para contribuir al diálogo entre la Iglesia y el arte, entre la Iglesia y los medios de comunicación social, una contribución a un diálogo que desde hace tiempo estaba enmudecido o que mostraba signos de oposición y de contradicción. Permítanme que en estas palabras presente algunas indicaciones de las conexiones que existen entre la Iglesia y el arte, entre la Iglesia y los publicistas, en orden a ofrecer una contribución para una más adecuada comprensión mutua y para una más fructífera colaboración en el servicio del hombre.

1. La relación de la Iglesia y del arte en arquitectura, arte figurativo, literatura, música tiene una historia muy movida. Sin los esfuerzos de los monjes de los monasterios, por ejemplo, podríamos sospechar que difícilmente hubieran llegado hasta nosotros los tesoros de los antiguos autores griegos y latinos. Con una gran apertura de ánimo se entregó entonces la Iglesia al diálogo con la literatura y arte antiguos. Durante largo tiempo permaneció la Iglesia como madre del arte. Ella era fundamentalmente la que hacía los encargos; los contenidos de la fe cristiana aportaron los motivos y los temas del arte. Hasta qué punto esto es cierto, puede ser comprobado y reconocido si pensamos la siguiente posibilidad: si se excluyera de la historia del arte en Europa y en Alemania todo lo que tiene conexión con la inspiración religiosa y cristiana, veríamos lo poco que quedaría.

586 En los siglos de la edad moderna, de modo aún más fuerte desde 1800, se debilitó la conexión de la Iglesia y la cultura, y con ello también la conexión de la Iglesia y el arte. Esto se fue realizando en nombre de la autonomía y se fue agravando en nombre de una progresiva secularización. Entre la Iglesia y el arte se fue formando una fosa, que continuamente iba haciéndose más ancha y más profunda.. Esto afectó de modo más notorio al campo de la literatura, del teatro y posteriormente del cine. La recíproca separación fue creciendo merced a la crítica dirigida contra la Iglesia y el cristianismo e incluso contra la religión en general. La Iglesia se fue haciendo por su parte —y esto es en cierto modo comprensible— desconfiada hacia el espíritu moderno y hacia sus múltiples formas de expresión. Este espíritu se fue mostrando como enemigo de la Iglesia y de la fe, como crítico de la revelación y de la religión. La actitud de la Iglesia era en consecuencia de separación, de distancia, de oposición en nombre de la fe cristiana.

2. Una relación fundamentalmente nueva entre la Iglesia y el mundo, entre la Iglesia y la cultura moderna y en consecuencia entre la Iglesia y el arte fue creada y fundamentada por el Concilio Vaticano II. Podemos definirla como una relación de encuentro, de apertura, de diálogo. Con esto está ligada la decisión de volverse hacia la actualidad, el "aggiornamento". Los padres del Concilio consagran en la Constitución pastoral Gaudium et spes un capítulo especial a las justas exigencias del progreso cultural (
Nb 53-63) y afrontan el problema, como en la antigua Iglesia, sin estrecheces y sin angustia. El mundo es una realidad autónoma que tiene sus propias leyes. Lo cual afecta también a la autonomía de la cultura y, por ende, del arte. Esta autonomía, cuando es rectamente entendida, no representa ninguna protesta contra Dios o contra las afirmaciones de la fe cristiana; es más bien expresión de que el mundo es propiedad y creación de Dios y que ha sido entregado y confiado a la libertad del hombre, a la cultura y a su responsabilidad.

Con esto se nos ha dado el presupuesto para que la Iglesia pueda entrar en una nueva relación con el arte y la cultura, en una relación de colaboración, de libertad y de diálogo. Esto es tanto más posible y puede ser tanto más fructífero por cuanto el arte en vuestro país es libre y puede realizarse y desarrollarse en el ámbito de la libertad. Si vosotros realizáis responsablemente vuestra vocación, la Iglesia quiere y debe estar a vuestro lado en la preocupación por la dignidad del hombre en un mundo que se encuentra estremecido hasta sus últimos fundamentos.

3. La Iglesia contempla la vocación de los artistas y publicistas con unos sentimientos que destacan al mismo tiempo el núcleo, la grandeza y la responsabilidad de su vocación. Según la fe cristiana cada hombre está hecho a imagen y semejanza de Dios. En lo que se refiere a su actividad creadora esto toca de un modo especial a los artistas y publicistas. Vuestra misión comporta una vocación creativa. Vosotros dais a la realidad y a la materia del mundo forma y figura. Vosotros no os contentáis con una mera copia o con una descripción de lo superficial. Vosotros intentáis "conformar" la realidad del hombre y de su mundo, en el sentido original de la palabra. Vosotros queréis por medio de la palabra, del sonido, de la imagen y de la forma dejar entrever y hacer percibir algo de la verdad y de la profundidad del mundo y del hombre, a la que también pertenecen los abismos del hombre.

Decir esto no significa una encubierta apropiación, por parte de la Iglesia o del cristianismo, del arte y de los artistas, de los medios de comunicación y de los publicistas, sino su dignificación a la luz de la fe cristiana, una dignificación realizada en medio de una valoración positiva, del respeto y del reconocimiento. El cardenal alemán Nikolaus de Cusa había escrito esta frase: "El arte creador, que el alma tiene la suerte de alojar, no se identifica con aquel arte por esencia que es Dios, sino que es solamente una comunicación y una participación del mismo".

4. Podemos preguntarnos a continuación: ¿dónde yacen las mutuas conexiones y puntos de contacto entre la Iglesia y el arte, entre la Iglesia y los publicistas? A esta cuestión se debe responder lo siguiente: el tema de la Iglesia y el tema de los artistas y de los publicistas es el hombre, la imagen del hombre, la verdad del hombre, el "Ecce homo", al que también pertenecen su historia, su mundo y su ambiente, así como el contexto social, económico y político.

La Iglesia como mediadora del mensaje de la fe cristiana debe recordar siempre que la realidad del hombre no puede ser plenamente abarcada y descrita sin la dimensión teológica; que no se debe olvidar que el hombre es criatura, limitado tanto espacial como temporalmente, necesitado de ayuda y orientado a la planificación; que la vida humana es don y regalo; que el hombre busca el sentido y pregunta por la salvación y la redención, porque de múltiples maneras se encuentra enmarañado entre la coacción y la culpa. La Iglesia debe recordar siempre que en Jesucristo se nos ha dado la verdadera y específica imagen del hombre y de lo humano. Jesucristo permanece, así lo dice el filósofo alemán Karl Jaspers, el más decisivo entre los hombres decisivos de la historia. Y el Concilio dice: "Cristo, el nuevo Adán... manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la sublimidad de su vocación" (Gaudium et spes GS 22).

También en el arte en todos sus ámbitos, incluidas las posibilidades del cine y de la televisión, se trata del hombre, de la imagen del hombre, de la verdad del hombre. Aunque muchas veces las apariencias parezcan desmentirlo, estas profundos sentimientos y aspiraciones no son totalmente ajenos al arte actual. La procedencia religiosa y cristiana del arte no se ha borrado totalmente. Temas como culpa y gracia, opresión y redención, injusticia y justicia, solidaridad y amor al prójimo, esperanza y consuelo aparecen siempre de nuevo en la literatura actual, en los libros y en los guiones, y encuentran siempre una gran resonancia.

Una colaboración en diálogo entre la Iglesia y el arte con la mirada puesta en el hombre consiste y se apoya en que ambos pretenden liberar al hombre de esclavitudes ajenas y conducirlo a sí mismo. Ambos le abren un espacio de libertad, de la libertad de la violencia del utilitarismo, de la producción a cualquier precio, de la efectividad, de la planificación, de la funcionalización.

5. Hemos dicho que tanto la Iglesia como el arte tratan del hombre, de su imagen, de su verdad, del descubrimiento de su realidad, y esto sobre todo en la hora actual, en el actual "aggiornamento", por usar una expresión del Concilio Vaticano II.

Para esta su tarea el arte aporta a la Iglesia un importante servicio, el servicio de la concretización. A este servicio se orienta también la Iglesia, porque la verdad es concreta. En el arte de hoy, en la literatura y en el teatro, en el arte figurativo y en el cine así como en el periodismo se ha despojado al hombre de toda aureola romántica y se le representa, como se dice, con un realismo sin tapujos. En consecuencia se ofrece en el arte de hoy la manifestación de las equivocaciones y errores, de las angustias y de la desesperación, del absurdo y de la falta de sentido, en suma, una exposición del mundo y de la historia casi degenerados, de modo propio de la caricatura. Con esto está ligada la supresión de todos los tabúes.

587 Literatura, teatro, cine, arte figurativo se entienden hoy fundamentalmente como crítica, como protesta y oposición, como denuncia de lo establecido. Lo bello parece desaparecer como categoría del arte en favor de una representación del hombre en su negatividad, en su contradicción, en su falta de salida, en su ausencia de todo sentido. Tal parece ser el actual "ecce homo". El llamado "mundo sano" es hecho objeto de un cínico escarnio. Sobre estas cuestiones se ha manifestado con gran claridad el Vaticano II en su Decreto sobre los medios de comunicación social (Inter mirifica ).

Contra la representación del mal en su formas y manifestaciones en sí mismas consideradas no hay nada que objetar en nombre de la fe cristiana y de la Iglesia. El mal es una realidad, cuyas dimensiones justamente en nuestro siglo y precisamente en vuestro país y en mi patria, hemos vivido y padecido hasta sus más altos límites. Sin la realidad del mal incluso tampoco se puede apreciar la realidad del bien, de la redención, de la gracia, de la salvación. Esto no significa dar carta libre para el mal, sino que es sólo una indicación de su auténtico lugar. Con esto aludimos a una situación que no está libre ni de importancia ni de peligros. ¿No puede llegar a convertirse el reflejo de lo negativo, en las diversas manifestaciones del arte actual, en el objetivo que se ha autoimpuesto? ¿No puede conducir esto a gozar en el mal, a alegrarnos en la destrucción y la ruina, al cinismo y al desprecio del hombre?

Si la realidad del mal se demuestra, entonces hay que preocuparse de mostrar, en virtud de la lógica interna del mismo arte, lo terrible como terrible. Pero esta exposición no debe pretender que el mal permanezca como mal; más bien debe buscar que no sea peor, sino que sea algo distinto, mejor. Tú debes cambiar tu vida, tú debes transformarte para iniciar un nuevo comienzo, tú debes eliminar el mal, para impedir que este sea la última palabra, que llegue a determinar toda la realidad. Esto es no sólo una llamada y advertencia de la Iglesia, sino que es tarea propia del arte y del periodismo en todos sus ámbitos, y no sólo a causa de una suplementaria o accesoria hipoteca moral. La fuerza auxiliadora, sanante, clarificadora y purificadora fue ya aplicada al arte por los griegos; a ello se refiere el fortalecimiento de la esperanza y la búsqueda del sentido, aunque no puedan ser solucionadas todas las preguntas sobre un porqué. Esto no debe perderse en el arte contemporáneo por su propio bien y por el bien del hombre. Es en este servicio en el que pueden y deben estrecharse los lazos entre la Iglesia y el arte, sin que por ello se confunda lo que es propio de cada uno de ellos.

6. Si la Iglesia se preocupa seriamente del "aggiornamento", del devenir actual de la fe cristiana, de sus enseñanzas y promesas, entonces debe decir: en ninguna parte como en el arte y en el periodismo actuales está representada de modo tan impresionante, la situación, la experiencia vital y el horizonte de cuestiones del hombre de nuestro tiempo. A ello se encuentra también orientada y obligada la Iglesia. Si la fe cristiana, como palabra y respuesta, debe ser mediada para los hombres, entonces tales cuestiones e interrogantes deben ser descubiertos y tenidos en cuenta. La Iglesia tiene necesidad del arte. Lo necesita como mediación de su mensaje. La Iglesia tiene necesidad de la palabra, que testimonia y anuncia la Palabra de Dios y que es al mismo tiempo una palabra humana que quiere penetrar en el lenguaje común del hombre de hoy, tal como lo encuentra en el arte y en el periodismo de hoy. Sólo de este modo puede permanecer como palabra viviente y sólo así puede mover al hombre.

La Iglesia tiene también necesidad de la imagen. El Evangelio es contado a través de muchas imágenes y comparaciones; puede y debe ser hecho perceptible por medio de imágenes. En el Nuevo Testamento se llama a Jesucristo imagen, icono del Dios invisible. La Iglesia es no sólo la Iglesia de la palabra, sino también de los sacramentos, de los signos y símbolos sagrados. Durante largo tiempo junto a la palabra también las imágenes han presentado el mensaje salvífico, y esto ha venido ocurriendo hasta hoy. Y esto es muy bueno. La fe se dirige no sólo a los oídos sino también a la vista, a las dos facultades fundamentales del hombre. En el servicio a la fe, tal como se realiza por medio de la palabra en la liturgia, se sitúa también la música. Todos saben que muchas grandes creaciones y obras de la música se deben a la fe viva de la Iglesia y a sus servicios litúrgicos. La fe no sólo debe ser confesada y expresada, debe ser también cantada. Y la música manifiesta que la fe es también cuestión de alegría, de amor, de veneración, de abundancia de sentimientos. Estos motivos de inspiración se conservan vivos aún hoy. De muchos modos busca todavía la música nuevas formas en el cuadro de la reforma litúrgica. En este punto todavía hay mucho campo abierto. La conexión entre la Iglesia y el arte en el ámbito de la música es todavía algo vivo y fructífero.

Algo semejante se puede decir de las relaciones de la Iglesia con la arquitectura y con el arte figurativo. La Iglesia necesita del espacio como lugar de sus celebraciones litúrgicas, como lugar de reunión del Pueblo de Dios en sus numerosas actividades. Después de las terribles destrucciones de la última guerra mundial ha tenido origen en todo el mundo y especialmente en la República Federal de Alemania una importante arquitectura eclesiástica. La moderna arquitectura eclesiástica pretendía conscientemente no ser una imitación del románico, del gótico, del renacimiento, del barroco y del rococó, cuyas más hermosas creaciones en Alemania se encuentran en Baviera; la moderna arquitectura eclesiástica quería partir del espíritu y del estilo de nuestro tiempo para dar a la fe de nuestro tiempo forma y expresión con todos los medios hoy posibles, y ofrecerle al mismo tiempo un lugar adecuado al ambiente. Esto se ha logrado en muchos ejemplos magníficos. A todos los que han participado en este enorme trabajo —a los arquitectos y a los artistas, a los teólogos y a los obreros de la construcción, a los párrocos y a los laicos— querría expresarles mi agradecimiento por todo ello.

7. La Iglesia necesita del arte. Y lo necesita en múltiples modos. ¿Tiene también necesidad el arte de la Iglesia? Parece que esto no es así en la actualidad. Pero si la relación entre la religión y la Iglesia con el arte es tan estrecha como he intentado demostrar, especialmente si se tiene como punto de mira el hombre, la imagen del hombre y su verdad, y si la fe cristiana en sus contenidos, de los cuales la Iglesia es mediadora, ha inspirado al arte en sus épocas más florecientes y en obras insuperadas hasta el presente, y precisamente también en Alemania, entonces es lícito hacerse la pregunta siguiente: ¿No se empobrece el arte, no se priva de contenidos y motivos decisivos si renuncia y prescinde de la realidad representada por la Iglesia?

El encuentro de este día querría ser una sincera invitación a todos los creadores de arte para emprender una nueva cooperación y diálogo llenos de confianza con la Iglesia, una invitación a que descubran de nuevo la profunda dimensión espiritual-religiosa que el arte ha señalado para todos los tiempos en las formas de expresión más nobles y elevadas.

8. En las reflexiones que hemos desarrollado hasta ahora estaban continuamente incluidos los publicistas y los periodistas, la variedad de profesiones que existen en el ámbito de la prensa, de la radio y de la televisión.

La visita del Papa a la República Federal de Alemania ha sido preparada por los medios de comunicación social, es decir, por ustedes, publicistas y periodistas; y continuamente está siendo acompañada por ustedes por medio de emisiones en directo, informaciones y comentarios, que manifiestan claramente su asentimiento y su afecto. Por todo ello, les expreso mi agradecimiento más cordial. Gracias a vuestro trabajo se multiplica en modos muy diversos lo que acontece en algunas ciudades de la República Federal de Alemania. Nunca como hasta ahora en la historia ha tenido el anuncio del Evangelio una tal posibilidad de llegar a tantos hombres. Por este servicio —que es un servicio a la fe, a la Iglesia y por esto mismo un servicio al hombre— les expreso de nuevo mi gratitud.

En estas circunstancias se manifiesta claramente a cada uno de vosotros qué poder ha sido puesto en vuestras manos, en las manos de los publicistas y periodistas. Ustedes tienen un enorme influjo en la opinión pública, y en la formación de la opinión y de la conciencia de millones de hombres. La palabra y la imagen que ustedes transmiten sobre la realidad del mundo, del hombre, de la sociedad, y también de la fe cristiana y de la Iglesia, determina los juicios y los modos de comportamiento de muchos hombres.

588 Como reacción a la manipulación de la prensa en tiempos del nacional socialismo pudo surgir en la República Federal de Alemania una prensa pluralista. Frente a una situación caracterizada por las diferencias en las concepciones políticas y en las visiones del mundo, el periodista se encuentra constantemente ante la tarea de confrontarse con otras posiciones y convicciones, de conocer y hacer públicas otras tendencias ideológicas, de aclarar y determinar su propio punto de vista. Estas enormes posibilidades encierran por eso igualmente una gran responsabilidad. Las informaciones y los comentarios de las noticias deben ser determinadas siempre por la objetividad, por la capacidad de juicio y por el sentido de la justicia. El peligro de manipular tendenciosamente las noticias va igualmente unido al peligro de dar preferencia a noticias sensacionalistas. En el ámbito de los periódicos de bajo nivel existen algunos lamentables ejemplos de ello. Precisamente en el ámbito de las noticias políticas se pone a prueba la ética de los periodistas. El peso de su responsabilidad nunca se apreciará demasiado. El periodista no podrá realizarla en modo suficiente sin el sentido de la alta significación de la comunicación pública en una sociedad libre.

9. La responsabilidad del publicista se pone especialmente de manifiesto si se consideran los efectos de los medios de comunicación. Es responsabilidad del publicista la reflexión sobre los posibles efectos de su actividad. La investigación en el campo de los efectos de los medios de comunicación se encuentra, dentro del campo de las ciencias, en sus comienzos. Existen unas primeras indicaciones sobre el efecto de la presentación de la violencia en los medios dirigidos a a jóvenes. Parece justo no hacer sólo a los medios de comunicación responsables del modo y grado de tales efectos, pero tampoco deben ellos negar su propio papel para colocarse en un cómodo distanciamiento respecto a este problema. Junto a las familias y a los educadores están llamados los publicistas a darse cuenta de los nocivos efectos de tales presentaciones de la violencia y a contribuir a su erradicación.

Algo semejante pasa en el campo del desarrollo de la cultura política. También aquí se encuentran incrustados los medios de comunicación en un entramado de relaciones. El periodista responsable será consciente de las posibilidades que él tiene para contribuir a un buen desarrollo de la cultura política, a una mayor veracidad, a una mayor consideración de los valores personales de los otros.

Claras indicaciones del papel predominante de los medios de comunicación, sobre todo de la televisión, nos las ofrece el análisis del desarrollo de nuestros valores morales. En un amplio frente han colaborado los medios de comunicación en el cambio de enfoques, normas y obligaciones morales del hombre: en el campo del comportamiento sexual tanto de los adultos como de los que se encuentran en proceso de formación, en las concepciones sobre la familia y el matrimonio y el modo de vivir estas realidades, en la educación de los niños. Algunos de estos cambios de enfoque tal como han sido preparados por los medios de comunicación han ofrecido a los hombres un mayor grado de libertad en el trato recíproco, y quizás han ayudado a profundizar las relaciones personales mutuas. Pero al mismo tiempo se muestra de un modo sumamente claro en las actuales circunstancias la existencia de algunos datos que en muy pequeña medida han sido valorados por los medios de comunicación y por los publicistas que trabajan en ellos: el cambio brusco de una libertad presuntamente más amplia a la falta de control, el abandono de las obligaciones morales en favor de nuevas esclavitudes, que no están de acuerdo con la entera dignidad del hombre, el debilitamiento de la confianza en las relaciones personales. En esta situación tao podemos decir que solamente sean responsables los medios de comunicación, pero ellos han colaborado en este proceso en sus inicios y en su fortalecimiento.

El periodista está llamado a conocer mejor los efectos de sus acciones y a no cerrar los ojos ante ellos. Pues el poder que ha sido puesto en sus manos sólo dejará de ser un peligro cuando se realiza con escrupulosidad y con responsabilidad. El criterio de valoración de la actividad periodística no debe ser la efectividad, sino la verdad y la justicia. Así pueden servir ustedes al sentído de su profesión, así pueden ustedes servir y ayudar al hombre.

Para que puedan cumplir un tal servicio auténtico a la verdad y al hombre en el arte y en la publicística deseo y pido de corazón para todos ustedes que se han reunido aquí y para todos sus colegas la luz y la protección de Dios.









VIAJE APOSTÓLICO A LA REPÚBLICA FEDERAL DE ALEMANIA

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ANCIANOS


Catedral de Munich

Miércoles 19 de noviembre de 1980



Queridos hermanos y hermanas ancianos:

Me colma de una alegría muy especial el poder encontrarme con vosotros para un momento particular de oración en el marco de mi visita a Alemania. Vengo a vosotros como quien se dirige a íntimos amigos, pues soy consciente de que mi ministerio es sostenido por vuestro interés, vuestras oraciones y vuestros sacrificios. Por eso, con emocionado agradecimiento, os saludo aquí, en el ámbito de esta basílica de Nuestra Señora en Munich. Gracias especialmente por las profundas palabras de recibimiento y por vuestras oraciones, que me han acompañado durante estos días. En vosotros saludo a todos los ancianos de vuestro país, en especial a quienes están unidos a nosotros en este momento por la radio o la televisión. "Dios os guarde" a cuantos habéis acumulado, durante más tiempo que yo, en el peregrinar de esta vida, "el peso del día y el calor" (Mt 20,12), a cuantos lleváis más tiempo que yo esforzándoos por buscar al Señor y servirle con fidelidad en las cosas grandes y en las pequeñas, en la alegría y en el sufrimiento.

1. El Papa se inclina con profundo respeto ante la ancianidad, e invita a todos a que lo hagan con él. La vejez es la coronación de los escalones de la vida. En ella se cosechan frutos: los frutos de lo aprendido y lo experimentado, los frutos de lo realizado y lo conseguido, los frutos de lo sufrido y lo soportado. Como en la parte final de una gran sinfonía, se recogen los grandes temas de la vida en un poderoso acorde. Y esta armonía confiere sabiduría; la sabiduría que pidió en oración el joven rey Salomón (cf. 1R 3,9 1R 3,11), más decisiva, para él, que el poder y la riqueza, más importante que la belleza y la salud (cf. Sg 7,7-8 Sg 7,10); la sabiduría de la que leemos en las normas de vida del Antiguo Testamento: "¡Qué bien dice la sabiduría a los ancianos, y la inteligencia y el consejo a los nobles! La corona de los ancianos es su rica experiencia, y el temor del Señor su gloria" (Sir 25, 7-8).

589 Esta corona de sabiduría cuadra de modo particular a la actual generación de ancianos, entre los que os encontráis vosotros, queridos hermanos y hermanas: vosotros habéis debido experimentar y presenciar, en parte en dos guerras mundiales, infinidad de sufrimientos; muchos han perdido en ellas propiedades, salud, profesión, hogar y patria; habéis llegado a conocer las profundidades del corazón del hombre, pero también su capacidad para realizar acciones heroicas y vivir su fidelidad a la fe, y su fuerza para empezar de nuevo.

La sabiduría permite la perspectiva, pero no el distanciamiento de la realidad del mundo; ella permite a los hombres estar por encima de las cosas, pero sin despreciarlas; ella nos deja ver el mundo con los ojos (¡y el corazón!) de Dios. Ella nos permite decir "sí", con Dios, incluso a nuestras limitaciones, incluso a nuestro pasado con sus desengaños, sus omisiones y sus pecados. Pues sabemos "que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman" (
Rm 8,28). De la fuerza consoladora de esta verdad florecen el bien, la paciencia, la comprensión y ese valioso ornamento de la ancianidad: el humor.

Vosotros mismos, venerables hermanos y hermanas, sabéis mejor que nadie que esta valiosa cosecha de la vida, que os ha reservado el Creador, no es una cómoda posesión. De hecho, exige vigilancia, cuidado, autocontrol, y a veces una dura lucha. De lo contrario, se corroe y descompone, con demasiada facilidad, por la negligencia, las veleidades, la superficialidad, el afán de dominio o incluso la amargura. No perdáis el coraje, comenzad de nuevo con la gracia de Nuestro Señor, y acudid a las fuentes que os pueden procurar fortaleza y que El os ofrece: los sacramentos de la Eucaristía y del perdón, la palabra de la homilía y de las lecturas y los coloquios espirituales.

En este contexto debo dar las gracias de todo corazón, en vuestro nombre, a todos los sacerdotes que reservan un lugar de privilegio, en su ministerio y su corazón, a la cura de almas entro los ancianos. Por una parte, ofrecen un gran servicio en vuestras comunidades; pero, al mismo tiempo, tienen en vosotros un ejército de fieles devotos.

A propósito de la cura de almas en vuestros ambientes, quisiera dirigirme a los sacerdotes ancianos. Mis queridos hermanos: La Iglesia os da las gracias por vuestra vital labor en la viña del Señor.

Jesús dice a los primeros sacerdotes en el Evangelio de Juan (4, 38): "Yo os envío a segar lo que no trabajasteis; otros lo trabajaron y vosotros os aprovecháis de su trabajo". Venerables presbíteros, continuad ejerciendo la demanda de la Iglesia en el servicio sacerdotal de la plegaria ante Dios, "ad Deum qui laetificat iuventutem vestram!" (Ps 43,4).

2. Vosotros sois, hermanos y hermanas de las generaciones de ancianos, un tesoro para la Iglesia; ¡vosotros sois una bendición para el mundo! ¡Cuántas veces aliviaréis a los padres jóvenes, qué bien podéis introducir a los pequeños en la historia de vuestras familias y de vuestra patria, en las fábulas de vuestro pueblo y en el mundo de la fe! A la hora de tratar sus problemas, los jóvenes encuentran a menudo en vosotros más facilidad de acceso que en la generación de sus padres. Vosotros constituís, para vuestros hijos e hijas, la más valiosa protección en las horas difíciles. Colaboráis, con vuestro consejo y apoyo, en numerosos gremios, asociaciones c iniciativas de la vida eclesial y civil.

Vosotros sois un complemento necesario en un mundo que se entusiasma con el ímpetu de la juventud y con la fuerza de los llamados "años mejores", en un mundo en el que sólo cuenta lo que se puede contar. Vosotros les recordáis que se sigue construyendo sobre el esfuerzo de quienes antes fueron jóvenes y fuertes, y que un día también ellos deberán dejar su obra en manos más jóvenes. En vosotros se ve con claridad que el sentido de la vida no puede consistir sólo en ganar dinero y gastarlo, que en toda acción externa tiene que madurar también algo interior, y en todas las épocas algo eterno, según las palabras de San Pablos "Mientras nuestro hombre exterior se corrompe, nuestro hombre interior se renueva de día en día" (2Co 4,16).

Sí, la ancianidad merece nuestro más profundo respeto, respeto que queda de manifiesto en la Sagrada Escritura cuando nos presenta ante los ojos a Abraham y a Sara, cuando nos cuenta cómo Simeón y Ana acogieron en el templo a la Sagrada Familia, cuando llama "ancianos" a los sacerdotes (cf. Act Ac 14,23 Ac 15,2 1Tm 4,14 1Tm 5,17 1Tm 5,19 Tt 1,5 1P 5,1), cuando resume el homenaje de toda la creación en la adoración de los veinticuatro ancianos, y cuando finalmente Dios mismo es llamado "el anciano de muchos días" (Da 7,9 Da 7,22).

3. ¿Puede alguien proclamar mayor alabanza a la dignidad de la ancianidad? Pero seguramente quedaríais decepcionados, queridos ancianos que me escucháis, si el Papa no considerase otra faceta de la ancianidad; si él sólo os aportase un (tal vez inesperado) homenaje, pero no fuera capaz de proporcionaros consuelo. Del mismo modo que forman parte de la estación otoñal, como ésta en la que ahora nos encontramos, no sólo la cosecha y el imponente esplendor de los colores, sino también la desnudez de las ramas y la caída y desintegración de las hojas, no sólo la suave y espléndida luz, sino también la húmeda e inhospitalaria niebla, así también la ancianidad no consiste sólo en ese poderoso acorde sinfónico final o en esa consoladora coronación de la vida, sino también en una época de marchitamiento, en una época en la que el mundo puede hacérsenos extraño, en la que la vida puede considerarse una carga y el cuerpo una tortura. Por eso, a mi grito "Tomad en serio vuestra dignidad", se añade este otro: "Aceptad vuestra carga".

Para la mayoría, la carga de la ancianidad consiste sobre todo en cierta decrepitud del cuerpo; los sentidos ya no son tan agudos, los miembros no tan flexibles, los órganos se hacen delicados (cf. Qoh 12, 3 s.). La experiencia que uno tiene, durante sus años mozos, en el transcurso de una enfermedad, se convierte a menudo en el acompañante diurno (¡y nocturno!) del anciano. Hay que renunciar a numerosas actividades que nos eran agradables y queridas.

590 También la memoria puede resistirse a servirnos: las nuevas informaciones no se asimilan con tanta facilidad, y las antiguas se van desdibujando. Por eso, el mundo va perdiendo su familiaridad; el mundo de la propia familia, con el cambio experimentado en las condiciones de vida y de trabajo de los adultos, con los diferentes intereses y maneras de expresarse de la juventud y con los nuevos métodos y metas en la educación de los niños. El propio país se va haciendo extraño, con esas ciudades que van creciendo, con los obstáculos que crea el tráfico y con la multiforme transformación del panorama. Extraño se nos va haciendo también el mundo de la economía y de la política; anónimo e ininteligible nos empieza a resultar el mundo de la previsión social y médica. Incluso ese ámbito, que era el que debería proporcionarnos, más que ningún otro, un clima de hogar —la Iglesia con su vida y doctrina—, se os va haciendo extraño a muchos de vosotros por su dedicación a responder a las exigencias del momento y a las esperanzas y necesidades de las generaciones más jóvenes.

Vosotros os sentís incomprendidos, y a veces incluso rechazados, por este mundo difícil de entender. No se reclama vuestra opinión, vuestra cooperación y vuestra presencia; así lo experimentáis y así sucede en verdad, por desgracia, numerosas veces.

4. ¿Qué puede responder a esto el Papa? ¿Cómo os puede consolar? No me resultará fácil. No quiero dejar sin dar una respuesta de consuelo a las tribulaciones de la vejez, a vuestros achaques y enfermedades, a vuestro desamparo y soledad. Pero quisiera considerarlas, junto con vosotros, bajo una luz consoladora, la luz de nuestro Salvador, "que por nosotros derramó su sangre, por nosotros fue azotado y por nosotros coronado de espinas". El os acompaña en las pruebas y los sufrimientos de la ancianidad, y vosotros le acompañáis en su vía crucis. No derramáis ninguna lágrima solos, ni las derramáis en vano (cf. Sal
Ps 56,9). El, sufriendo, ha redimido el sufrimiento; y vosotros, sufriendo, colaboráis en su redención (cf. Col Col 1,24). Aceptad vuestro sufrimiento como si fuera su abrazo, y transformadlo en bendición; aceptadlo, junto con El, de las manos del Padre, que precisamente de ese modo opera vuestra perfección, con una sabiduría y un amor insondables pero indudables. La tierra se convierte en oro en el horno (cf. 1P 1,7); la uva se convierte en vino en el lagar.

Con este espíritu (que sólo Dios puede concedernos) nos es ahora más fácil comprender a los que causan nuestras estrecheces con su negligencia, sus descuidos o su inadvertencia, y perdonar a quienes consciente e intencionadamente nos hacen sufrir, pues no son capaces de darse cuenta de cuánto nos hacen sufrir en realidad. Digamos con el Crucificado: "¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen"! (Lc 23,34). También sobre nosotros fue pronunciada esta palabra, única capaz de redimir.

5. Con este espíritu (con el que en este momento tomamos parte en una mutua oración comunitaria) seamos conscientemente agradecidos de todas las muestras de cariño (bien sea de pensamiento, palabra u obra) que recibimos diariamente, y que, como estamos habituados a ellas, las aceptamos sin más, como algo natural que se da por supuesto. Celebramos hoy la fiesta de Santa Isabel, que ha ofrecido vuestra nación como símbolo de caridad abnegada a todo el mundo. Ella es encumbrado modelo y venerable patrona de cuantos (bien sea por su profesión, bien sea gratuitamente o en los círculos de conocidos o parientes) sirven al prójimo necesitado y encuentran en él (lo sepan o no) a Cristo. Esta es la recompensa, queridos ancianos, que dais a todos Aquellos a quienes resultáis una carga poco agradable. Vosotros les servís de motivo para encontrarse con el Señor, de ocasión para crecer más allá de ellos mismos y, mediante vuestra donación, les hacéis partícipes de los frutos de la vida que más arriba hemos mencionado y que Dios ha permitido que maduren en vosotros. No enterréis vuestras demandas en un corazón pusilánime, defraudado o lleno de reproches, sino manifestadlas con toda naturalidad, convencidos de vuestra propia dignidad y del bien que anida en el corazón de los otros. Y alegraos cuando se os presente la ocasión de pronunciar la regia palabra "gracias", palabra que se eleva desde todos los altares y que, a la vez, es causa de nuestra salvación eterna.

Por eso quiero yo también, junto con todos vosotros, dar gracias a todos aquellos que, en numerosas organizaciones, ligas e iniciativas eclesiales, civiles o públicas, en un plano social o en otro más eminente, en la legislación o la administración, o pura y simplemente en la esfera privada, colaboran en el bienestar de los ancianos, en el bienestar de su cuerpo y de su ánimo, y se preocupan para que tengan una vida plena y una situación naturalizada en la vida social. Y me auguro especialmente porque el trabajo para los ancianos se vaya convirtiendo en un trabajo con los ancianos.

6. Con esto vuelvo a vosotros, hermanos y hermanas ancianos, y al consuelo que esperáis de mí. Hay un refrán que dice: "Si te encuentras solo, busca a uno que esté más solo que tú". Quisiera inculcaros esta verdad en el corazón. Dirigid vuestro pensamiento hacia aquellos compañeros de viaje que, desde cualquier punto de vista, se encuentran en peor situación que vosotros, o a quienes, de cualquier modo, podríais socorrer: hablando con ellos, tendiéndoles una mano, ayudándoles o, por lo menos, mostrándoles una patente simpatía. Os lo aseguro en nombre de Jesús: en ello hallaréis fuerza y consuelo (cf. Act Ac 20,35).

De este modo manifestáis en las cosas pequeñas lo que todos nosotros somos en un plano superior. Todos formamos un cuerpo con muchos miembros: los que procuran ayuda y los ayudados, los sanos y los enfermos, los jóvenes y los ancianos; el que se ha acreditado en vida y el que todavía permanece en la prueba; los jóvenes y los que una vez lo fueron; los ancianos y los que mañana lo serán. Todos unidos representamos la plenitud del Cuerpo de Cristo, y todos vamos madurando en esa "unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, cual varones perfectos" (Ep 4,13).

7. El consuelo definitivo que todos nosotros buscamos juntos, queridos compañeros de peregrinación "en este valle de lágrimas" (Salve Regina), es el consuelo ante la perspectiva de la muerte. Ya desde el nacimiento, caminamos a su encuentro, pero en la ancianidad su cercanía se hace más consciente de año en año, si es que no la desalojamos violentamente de nuestros pensamientos y sentimientos. Pero el Creador lo ha dispuesto de tal modo que, en la vejez, uno se ejercita y se dispone con facilidad a aceptar y a superar la muerte casi de modo natural. Sin embargo, el Envejecimiento es, como ya lo hemos visto, una paulatina despedida de la inquebrantable plenitud de la vida, de un contacto sin trabas con el mundo.

La gran escuela de la vida y de la muerte nos ha permitido a veces contemplar alguna tumba abierta, o nos ha conducido junto a la cama de algún moribundo antes de que nosotros hayamos llegado a esa situación; y hemos contemplado a otros en actitud orante. El anciano ha experimentado esos momentos educativos de la vida muchas más veces que el joven, y los sigue experimentando con progresiva frecuencia. Esta es su gran ventaja mientras camina hacia el gran umbral, que a veces nos imaginamos unilateralmente como abismo y noche.

La visión del umbral está empañada desde nuestra posición; pero Dios, en su amor, pudo haber concedido a cuantos nos precedieron, mucho más a menudo de lo que se cree, acompañar y socorrer nuestras vidas. Se trata de un pensamiento de profunda y viva fe, que confirió como patrocinio a una iglesia de esta ciudad el nombre de iglesia de Todos los Difuntos. Y las dos iglesias alemanas que hay en Roma se llaman "Santa María del Camposanto (in Campo Santo)" y "Santa María de las Animas (dell'Anima)". Cuando veamos que personas del mundo sensible van llegando a los límites de lo irremediable, hemos de ver en ellas a enviados del amor de Dios, que ya han vencido a la muerte, y que nos esperan desde el más allá: los santos, en especial nuestros santos patronos y nuestros parientes y amigos muertos, que nosotros esperamos que estén cobijados bajo la misericordia de Dios.

591 Muchos de vosotros, queridos hermanos y hermanas, habéis perdido ya de vista a quienes fueron vuestros compañeros durante vuestra vida. A ellos va dirigida mi súplica de Pastor de almas: que sea siempre este Dios compañero de vuestras vidas, ya que al mismo tiempo estáis vinculados a aquel a quien El os entregó una vez como compañero de viaje y que ahora ha encontrado en Dios su justo centro.

Si no hay confianza en Dios, no hay en definitiva consuelo en la hora de la muerte. Pues precisamente lo que Dios quiere es esto: que, al menos en esta definitiva hora de nuestra vida, nos confiemos a su amor, sin ninguna otra seguridad más que este amor suyo. ¡Qué serenos podemos mostrarle nuestra fe, esperanza y amor!

Un último pensamiento en este contexto. Seguro que a alguno de entre vosotros os brota del corazón. ¡La muerte misma es un consuelo! La vida en esta tierra, aunque no fuese un "valle de lágrimas", no podría ofrecernos una patria para siempre. Se iría convirtiendo poco a poco para nosotros en una prisión, en un "destierro" (Salve Regina). Pues "todo es pasajero, una mera aproximación" (Goethe, Fausto II, coro final). Y nos vienen a la boca las siempre vibrante palabras de San Agustín: "Señor, nos has creado para ti; y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti" (Confesiones, I, 1, 1).

Así, no hay ni santificados por la muerte ni personas que permanecen en esto que llamamos vida. Lo que nos espera a todos nosotros es un alumbramiento, un cambio ante cuyos dolores nos atemorizamos, como Jesús en el Huerto de los Olivos, pero cuyo desenlace glorioso llevamos ya en nosotros, toda vez que fuimos sumergidos en el bautismo en la muerte y victoria de Cristo (cf. Rom
Rm 6,3-6 Col Col 2,12).

Con todos vosotros, con quienes estáis aquí en la basílica de Nuestra Señora, con quienes escucháis por radio o televisión, con todos con quienes tenía que encontrarme durante estos benditos días, con todos los autóctonos e inmigrantes de este hermoso país, con todos los creyentes y para todos los que buscan, con los niños y jóvenes, los adultos y los ancianos, quisiera que, en esta hora de la partida, nuestro sentido de la realidad se convirtiese en oración:

"Desde las entrañas de mi madre tú fuiste mi apoyo; cuando se debiliten mis fuerzas, no me abandones" (Ps 71,6 Ps 71,9).

"Ven en nuestra ayuda con tu misericordia y líbranos de todo pecado y perturbación, y así esperemos con confianza la venida de Nuestro Señor Jesucristo" (Ordinario de la Misa, en el Misal alemán).

Y en esta basílica de Nuestra Señora, quisiera unir nuestra oración (que siempre que se haga en el Espíritu de Jesús llega al Padre a través de Jesús) con la de Aquella que es nuestra Madre, primera redimida, y hermana (Pablo VI en la clausura de la III sesión del Concilio, Insegnamenti di Paolo VI, II, págs. 664 y 675):

"Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros, pecadores, ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

Amén. ¡Alabado sea Jesucristo!







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