Discursos 1980 605

DISCURSO DE JUAN PABLO II A


JOSÉ JOAQUÍN PUIG DE LA BELLACASA Y URDAMPILLETA


EMBAJADOR DE ESPAÑA ANTE LA SANTA SEDE*


29 de noviembre de 1980



Señor Embajador,

606 Con sumo placer recibo en este acto las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de España cerca de la Santa Sede en sustitución del llorado y recordado Embajador Don Angel Sanz Briz. Lo deseo que la alta misión que hoy inicia tenga un desarrollo feliz y que su permanencia junto al Centro de la Iglesia sea muy fecunda y agradable.

Quiero en primer lugar agradecer a Vuestra Excelencia los deferentes sentimientos que me ha manifestado en nombre de Su Majestad el Rey de España, a los que gustosamente correspondo con la expresión de mi distinguida estima y respeto para su Persona y los demás miembros de la Familia Real.

Viene Vuestra Excelencia como representante de un País, España, al que esta Sede Apostólica ha mirado siempre con profundo afecto y con corazón reconocido por las particulares benemerencias a las que, en el decurso de su historia, se ha hecho acreedora ante la Iglesia. En efecto, basta ojear el mapa del mundo para percatarse de que, gracias a la labor llevada a cabo por España, la obra evangelizadora ha echado sólidas raíces en amplias zonas de América, en el Extremo Oriente y en otras partes. Sin contar los millares de misioneros españoles que se han esparcido por doquier, y siguen haciéndolo todavía, en servicio a la fe y a la causa de la elevación del ser humano. Gracias a ese esfuerzo evangelizador, una parte muy conspicua de la Iglesia católica llama hoy Padre a Dios en español.

Pero si esa proyección hacia fuera ha sido posible, es porque la fe había calado en la entraña íntima de un pueblo. Testimonios bien elocuentes de ello pueden descubrirse en la literatura, en la legislación, en el arte, en la liturgia, en los monumentos religiosos que pueblan toda la geografía hispana. Y particularmente en la vida de sus gentes, en todo su acervo histórico-religioso y en las grandes figuras de eximios hijos de la Iglesia, algunos de los cuales acaba de evocar Vuestra Excelencia, y que tanto han dado a la Iglesia.

Ese gran patrimonio de una Nación, al que gozosamente rindo homenaje en la persona de Vuestra Excelencia, sé que no pertenece sólo al pasado, sino que se prolonga y revive en la actualidad vivencial de la gran mayoría de los españoles.

Dentro del pluralismo al que la sociedad presente ha ido abriéndose y dentro del respeto debido a las legítimas opciones ajenas, los católicos españoles habrán de sacar inspiración de esos profundos valores cristianos y humanos que han guiado su pasado, para plasmar ahora una nueva sociedad de siempre mayor progreso cívico y económico, de mayor solidaridad, justicia y respeto mutuo, sin menoscabo de la solidez de una fe cada vez más consciente y vivida, en el ámbito privado y público, o de la orientación práctica según las exigencias del humanismo cristiano.

En ese espíritu podrá lograrse una armónica superación de pasadas tensiones históricas, sin abandonar principios que han configurado el alma de un pueblo y sus expresiones vitales.
Tengo la confianza de que los valores esenciales del pueblo español y su vigorosa espiritualidad no quedarán debilitados en esta nueva fase de su historia, creando condiciones cada vez más aptas para que cada persona desarrolle toda la extensión de su vocación propia; para que la familia no deje de consolidarse en su cohesión y estabilidad internas y para que la sociedad entera pueda corroborarse idealmente en la búsqueda de nuevos horizontes.

La Iglesia en España está dispuesta a seguir colaborando, en fidelidad a su misión propia y dentro del ámbito de su competencia específica, al logro de metas que dignifiquen más a las personas y salvaguarden sus deberes morales y espirituales. Está pronta a cooperar, sobre todo en la elevación moral de los ciudadanos, también con sus propias instituciones en los campos educativo y asistencial, confiando a la vez en que disfrutará siempre del justo margen de libertad y apoyo que merece su servicio al bien común.

La Santa Sede, por su parte, reafirma el espíritu de concordia y sana colaboración que la han animado a estipular los recientes Acuerdos con el Gobierno español, a fin de que las relaciones mutuas estén siempre presididas por ese espíritu, dentro del respeto debido a la recíproca independencia y a la observancia de las normas suscritas.

Señor Embajador: Termino asegurándole toda mi ayuda y benevolencia en el desempeño de su noble misión. A la vez le deseo toda suerte de venturas para su persona y su familia. Formulo asimismo los más cordiales votos para su País, a fin de que disfrute de un clima de cristiano bienestar y que, superando el lamentable fenómeno del terrorismo que tantas vidas humanas está cobrando, puedan sus ciudadanos vivir en la paz, la justicia y la concordia. Con estos deseos, pido al Altísimo que bendiga a las Autoridades e hijos todos de la querida España.

607 *AAS 73 (1981), p. 12-14.

Insegnamenti di Giovanni Paolo II, vol. III 2 1980 pp. 1446-1448.

L'Attività della Santa Sede 1980 pp. 794-795.

L'Osservatore Romano 30.11.1980 pp. 1, 2.

L'Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española n.49 p. 17.







SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A LOS DIRIGENTES, EMPLEADOS Y OBREROS


DEL «ENTE NAZIONALE PER L'ELETTRICITÀ» DE FLORENCIA


Sábado 29 de noviembre de 1980



¡Queridos dirigentes, empleados y obreros de la Entidad nacional para la Electricidad, de Florencia!

¡Os acojo y os saludo con verdadero placer! Os doy las gracias por esta visita, que suscita en mi ánimo tantos sentimientos, solamente al oír el nombre de la ciudad de la que venís y en la que trabajáis: ante el espectáculo magnífico de sus monumentos y de su patrimonio artístico y religioso, que da testimonio a través de los siglos del admirable sentido de perfección y belleza, de sabiduría y verdad, de alto sentir y bien pensar que ella ha sabido mostrar al género humano, el espíritu se eleva y casi se estremece. Esta vuestra presencia me recuerda ante todo de qué manera el alma florentina está profundamente llena de valores verdaderamente humanos y verdaderamente cristianos. ¡Sed; pues, bienvenidos!

1. Os expreso mi agradecimiento no sólo por el homenaje que habéis querido rendir al Sucesor de Pedro, sino también por los valiosos servicios que prestáis a la sociedad en el importante sector de la energía eléctrica, que constituye el punto de partida, la base fundamental de toda la amplia red do la actividad industrial, social, económica, comercial y de todas las demás actividades humanas. Agradecimiento, de manera particular, por los méritos que vuestra Entidad ha adquirido, con admirable dedicación y desprecio de los peligros, en estos días, en las trágicas circunstancias del terremoto en el Sur de Italia. Un sentimiento de profundo respeto se añade también a la aprobación al considerar la competencia, los talentos y la experiencia que cada uno de vosotros aporta en el sector que le ha sido confiado y del que depende el buen funcionamiento de vuestras empresas. Todo esto lo hacéis porque, como honrados y laboriosos ciudadanos, tenéis alto el sentido de la dignidad del trabajo, de sus derechos y de sus deberes y, pienso, también del respeto hacia la chispa divina que brilla en el rostro de cada hombre, que es nuestro hermano, y por su espiritualidad, a veces ahogada por el fenómeno del tecnicismo y del materialismo ateo.

2. Finalmente, os dejo una palabra de exhortación, que encaja muy bien en esta vigilia del tiempo sagrado del Adviento, que es el tiempo de espera del Señor, y por tanto de reflexión y de reforma. Vuestra absorbente actividad y vuestro loable esfuerzo para llevar vuestra Entidad a posiciones cada vez más avanzadas, no deben disminuir o apartar las necesidades superiores del espíritu, que tanto han caracterizado a los hombres más ilustres de vuestra espléndida ciudad. La tiranía de las ocupaciones y preocupaciones de la jornada tiende a sofocar las exigencias espirituales y acaba por negar el tiempo necesario para volver a entrar en sí mismos y escuchar la voz de Dios que habla en el secreto, invitándonos a acoger su voluntad, en la que reside nuestra paz, como cantaba vuestro sumo poeta en la Divina Comedia (cf. Paraíso, III, III 85,0).

Recordad que en este esfuerzo no estáis solos. Cristo está con vosotros. Colaborad con El, dejaos apresar por El (cf. Flp Ph 3,12), que es guía, fuerza y luz. No os importe acoger en vosotros y en vuestras familias esa luz misteriosa que procede de Cristo, más aún, que es El mismo, habiendo dicho de Sí, según el Evangelio de Juan: "Yo soy la luz del mundo; el que me sigue no anda en tinieblas" (Jn 8,12).

608 Carísimos hermanos: Que su gracia os ilumine y os conforte durante todos los días de vuestra vida. Y os sirva también de aliento la bendición apostólica que ahora os imparto y que de buen grado extiendo a vuestras personas queridas, a vuestros amigos y a vuestros compañeros de trabajo.










A LOS PARTICIPANTES EN EL II CONGRESO NACIONAL ITALIANO


DE LA CONFEDERACIÓN DE LOS CONSULTORIOS FAMILIARES


DE INSPIRACIÓN CRISTIANA


Sábado 29 de noviembre de 1980



¡Queridos hermanos y hermanas!

1. Mi saludo cordial a todos vosotros, que estáis celebrando la asamblea nacional promovida por la Confederación de la que forman parte los Consultorios Familiares de Inspiración cristiana, a los que pertenecéis. Me es grato aprovechar la circunstancia para expresaros mi aprecio: vosotros os dedicáis a una acción de gran valor tanto en el plano humano como en él eclesial.

La familia constituye un capítulo fundamental de la pastoral, a la cual toda la comunidad cristiana en el momento histórico actual está llamada a prestar particular atención. No en vano el reciente Sínodo de los Obispos se ha detenido a reflexionar sobre la "Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo", con el fin de individuar los problemas, analizar las componentes, indicar las soluciones. Nunca como hoy se ha advertido la urgencia de una intervención más adecuada y puntual en este sector de la experiencia humana, que las transformaciones culturales de nuestra época han sacudido y puesto en crisis de manera particularmente profunda.

De muchas partes se proponen "modelos" de interpretación de la realidad conyugal, que excluyen cualquier referencia a los valores superiores de la ética y de la religión. Los comportamientos prácticos que se deducen de estos modelos se revelan, por consiguiente, en contraste no sólo con el mensaje cristiano, sino también con una visión auténticamente humana de esa "íntima comunidad de vida y de amor" que es el matrimonio (cf. Gaudium et spes GS 48).

2. Es tarea de la comunidad cristiana proclamar con fuerza, frente a la sociedad actual, el anuncio gozoso del amor humano redimido. Cristo ha "liberado" al hombre y a la mujer para que puedan amarse en verdad y plenitud. El gran peligro para la vida de la familia, en una sociedad cuyos ídolos son el placer, las comodidades, la independencia, está en el hecho de que los hombres se vean inducidos a cerrar su corazón frente a semejante posibilidad, resignándose a un "ideal reducido" de vida en pareja. La comunidad cristiana debe oponerse a una visión de la relación conyugal que, en lugar del don recíproco sin reservas, proponga la simple coexistencia de dos amores, preocupados en definitiva sólo de sí mismos.

"Si el matrimonio cristiano —he dicho durante mi peregrinación en tierra de África— es comparable a una montaña muy alta que sitúa a los esposos en las inmediatas cercanías de Dios, hay que reconocer que la ascensión a dicha montaña exige mucho tiempo y mucha fatiga. Pero, ¿podría ser ésta una razón para suprimirla o rebajar su altura?'' (Kinshasa, Homilía en la Misa para las familias, 3 de mayo de 1980; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 11 de mayo de 1980, pág. 5).

Es necesario ayudar a cada pareja a interpretar rectamente su amor y a fortalecer sus propias convicciones, profundizando en las intrínsecas razones que justifican la visión cristiana del matrimonio y de la familia, y captando sus íntimas conexiones con las exigencias esenciales de una antropología verdaderamente humana.

Con este fin, la comunidad debe ponerse junto a la pareja con la ofrenda de ayudas concretas en el camino que ella recorre, para alcanzar la realización cada vez más plena del ideal entrevisto con esa profundidad de intuición que el amor da a los ojos del corazón. El hombre es un ser histórico, que se hace y se construye día a día gracias a un empeño múltiple y progresivo. También la vida conyugal es un camino, y un camino que no carece de obstáculos. Es importante que los esposos estén sostenidos y alentados, de manera que no se dobleguen hacia una perspectiva angosta, que no conoce los "espacios dilatados de la caridad" (Agustín).

3. Una de las maneras concretas con que la comunidad cristiana se hace presente junto a la pareja en su crecimiento y maduración, está constituida indudablemente por el instituto de los Consultorios Familiares. En estos años se han ido multiplicando y vuestra Confederación cuenta ya con unos noventa. Y llegarán más, como espero. Me es grato reconoceros, carísimos, la función verdaderamente importante que estáis llamados a realizar al servicio de la familia, "célula primera y vital de la sociedad", "santuario doméstico de la Iglesia" (Apostolicam actuositatem AA 11).

609 El vuestro es un compromiso que bien merece la calificación de misión, por lo nobles que son las finalidades que persigue y lo determinantes, para el bien de la sociedad y de la misma comunidad cristiana, que son los resultados que derivan de ellas.

Sin embargo, con el fin de poder desempeñar con eficacia su función, los consultorios de inspiración cristiana deberán ser rigurosamente coherentes con su identidad, que es la de contribuir a la formación de familias cristianas, conocedoras de su específica vocación. Así, en el planteamiento de su trabajo, abierto ciertamente a la realidad global del matrimonio y de la familia, no podrá faltar una atención privilegiada hacia el aspecto ético-religioso que caracteriza su fisonomía.

En efecto, sólo privilegiando por encima de cualquier otro el aspecto moral, se resuelven los problemas de la pareja. El llamamiento a la norma ética, que debe regular el comportamiento de los cónyuges, es conditio sine qua non del servicio eclesial al que están llamados los consultorios. Este llamamiento, por otra parte, debe ser realizado en plena conformidad con la enseñanza del Magisterio, que repetidamente se ha expresado a este respecto, excluyendo, entre otras cosas, tanto las relaciones prematrimoniales como las extramatrimoniales, y condenando la contracepción y el aborto. Tarea de los consultorios es ayudar a superar las dificultades, no secundar la rendición frente a ellas.

4. En esta perspectiva deseo subrayar la urgencia de un testimonio inequívoco de servicio a la vida. Los componentes del consultorio no sólo deben comprometerse a prestar interés y asistencia a quien recurre a su ayuda, sino que deben sentirse, del mismo modo, en el deber de excluir toda forma de participación en procesos que tienen como finalidad intervenciones abortivas. Los obispos italianos han hablado claramente a propósito de esto: hay que seguirlos, sin dejarse desviar por otros maestros.

Semejante actitud de coherente rectitud entra, por otro lado, en el ámbito de esa autónoma libertad de elección que también la ley civil reconoce.

Por otra parte, la inspiración cristiana deberá estimular a cada uno de vosotros a poner el máximo empeño en contribuir a hacer del consultorio una institución ejemplar en su género, es decir, capaz de desempeñar su acción de manera altamente cualificada. Esto no dejará de atraeros el aprecio y la simpatía de las personas y de las parejas necesitadas de ayuda, y ejercerá también, con el tiempo, una benéfica influencia sobre organizaciones similares, empujándolas a asumir criterios de intervención que estén más de acuerdo con una visión plenamente humana de la realidad conyugal.

Continuad, pues, con confianza y entusiasmo. en vuestra acción, digna de la más alta estima. El Papa os alienta y, con él, os alientan vuestros obispos y la entera comunidad cristiana. Todo lo que consigáis hacer en apoyo de la familia está destinado a tener una eficacia que, sobrepasando su ámbito propio, alcanza también otras personas e incide sobre la sociedad. El futuro del mundo y de la Iglesia pasa a través de la familia.

Con estos deseos; me es grato concederos, como augurio de abundantes favores celestiales, mi bendición apostólica, que de buen grado extiendo a vuestras personas queridas y a cuantos colaboran con vosotros en los consultorios familiares.







SALUDO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A UNA PEREGRINACIÓN DE TURÍN


Domingo 30 de noviembre de 1980



Queridos hermanos y hermanas de Turín:

1. Estoy contento por encontrarme otra vez con vosotros, después de la visita que hice a vuestra ciudad el pasado mes de abril. Os saludo a todos con espíritu paterno, comenzando por vuestro Pastor, el cardenal Anastasio Ballestrero que os acompaña, a los representantes del clero, de los religiosos y religiosas, a los jóvenes, a los que sufren y a los varios grupos de parroquias y Movimientos católicos de la archidiócesis de Turín. Vuestra peregrinación tan numerosa y ciertamente densa de espiritualidad me proporciona consuelo y atestigua además vuestra gran devoción y fidelidad al Sucesor de Pedro. Por esto, os doy las gracias y mi cordial bienvenida, así como me la disteis con ocasión de mi inolvidable viaje. Todos juntos confesamos nuestra común y sólida fe en el Señor, mientras vivimos un momento fuerte de mutua caridad.

610 2. Me resulta hermoso revivir en este momento la jornada que transcurrió en Turín, en contacto con una gente laboriosa y generosa, capaz de compromiso no superficial, sino sentido y arraigado. Recuerdo con gusto los encuentros, además de con las autoridades, sobre todo, con los enfermos del Cottolengo, con la juventud en Valdocco, y con toda la población ante la catedral, para la celebración de la Santa Misa y en el santuario de la Gran Madre de Dios, por no hablar de los encuentros particulares con el presbiterio diocesano y con las religiosas de los diversos institutos. Pude así recibir un eficaz testimonio de amor a la Iglesia. Ciertamente que él derivaba de una sólida adhesión a Cristo, que es la Cabeza única de la Iglesia y su único Esposo, ya que la conquistó con su propia sangre (cf. Act Ac 20,28), como nos recuerda bien la preciosa Sábana que custodiáis y que pude venerar de forma extraordinaria en aquella circunstancia.

3. Pero mi palabra hoy quiere hacerse también estímulo y exhortación a todos vosotros y a cuantos representáis aquí. Sed siempre dignos de vuestra tradición cristiana. Pensar en la historia de la Iglesia en Turín significa necesariamente evocar la memoria de las figuras de algunos santos universalmente conocidos, entre los cuales destacan San José Benito Cottolengo y San Juan Bosco. Y, como todos saben, se trata siempre de una santidad muy concreta, basada en una peculiar atención al hombre o, dicho en términos evangélicos, en un auténtico amor al prójimo. De este testimonio cristiano tiene necesidad el hombre de hoy y de siempre. Por lo demás, de este modo el cristiano realiza plenamente su identidad. En efecto, como nos enseña San Pablo, lo que cuenta para quien vive en Cristo Jesús es "la fe actuada por la caridad" (Ga 5,6).Es necesario ver actuadas esta fe y este amor: con ellas se nutre y crece la comunidad eclesial, con ellas también se da la más válida aportación constructiva a toda la sociedad humana. Pero es preciso mantener la justa relación entre los dos elementos, de acuerdo con el orden que entre ellos propone el Apóstol. Para nosotros, cristianos, la fe es la raíz de la caridad, esto es, en la base de todo está nuestra confrontación con el Señor crucificado: "La caridad de Cristo nos apremia (caritas Christi urget nos) persuadidos como estamos de que uno murió por todos" (2Co 5,14). Es necesario esto para no caer en la simple filantropía o en entusiasmos fáciles pero de breve duración, sino para dar a nuestro compromiso en favor del hombre el fundamento inquebrantable del mismo amor con el que Dios vino a nuestro encuentro en la cruz de Jesucristo y del que absolutamente nada "podrá arrancarnos jamás" (Rm 8,39).

4. Queridísimos, al regresar a casa, llevad a vuestros seres queridos, a los amigos y a cuantos conocéis el saludo más cordial del Papa. Decidles, especialmente a los que sufren, que los recuerda siempre en la oración y les asegura su propio afecto. Efectivamente, me es grato desearos todo bien, a fin de que vuestra prosperidad humana vaya acompañada inseparablemente de un verdadero crecimiento cristiano, tanto a nivel personal como eclesial. Que os asista siempre la gracia del Señor, de la que es prenda la particular bendición apostólica, que muy gustosamente imparto a todos.







                                                                                  Diciembre de 1980




A LOS PARTICIPANTES EN EL I CONGRESO


DE LA FUNDACIÓN "LATINITAS"


Y A LOS GANADORES DEL XXIII "CERTAMEN VATICANUM"


Lunes 1 de diciembre de 1980



Venerable hermano nuestro y amados hijos:

En estas salas vaticanas cuyas paredes, adornadas con inscripciones latinas parecen como querer hablar en lengua romana a los que en ellas entran, dirijo mi saludo a todos vosotros que no sólo os dedicáis a cultivar sino también a propagar el latín. Pues en esta Sede Apostólica, en la que ya desde antiguo está vigente esta lengua, "no sois extraños y advenedizos" (Ep 2,19), sino que os halláis presentes como quien goza del derecho de ciudadanía.

Damos las gracias al venerable hermano nuestro, cardenal Pericle Felici, gran conocedor de esta augusta lengua, por las palabras tan amables que nos ha dirigido. Felicitamos también a los vencedores de este certamen vaticano, sacerdotes y religiosos, que ponen de manifiesto con sus trabajos que "la antigua madre", es decir la lengua latina, sigue siendo todavía objeto de investigación. Hemos recibido con alegría la noticia de que el primer premio del concurso de prosa ha sido concedido al autor de la obra titulada. "Oswiecim sive de utraque corona", en la que se describe magistralmente la "doble corona", la de la santidad de vida y la del martirio, del Beato Maximiliano Kolbe, hijo de Polonia. Por lo demás, ya que se menciona nuestra patria, permítasenos recordar la no pequeña contribución que ha aportado también ella a la lengua y literatura latinas: baste recordar a los ilustres poetas Jan Kochanowski y Maciej Kazimierz Sarbiewski.

Vuestra fundación ha demostrado también su interés por nuevas palabras latinas en una doble faceta: en la creación de nuevos vocablos latinos, que ayuden eficazmente en la vida diaria a cuantos escriben y hablan en latín, y en la preocupación porque esta lengua romana no se vea desechada como instrumento no idóneo a causa de la escasez de voces nuevas capaces de expresar con claridad las ideas y los descubrimientos de nuestra época.

Aunque los tiempos que corren no favorezcan mucho vuestros trabajos, ¡llevad adelante, con ánimo, vuestra admirable labor!

Con el deseo de que la tarea que habéis iniciado redunde en beneficio del bien común, y para testimoniaros nuestra benevolencia, impartimos a todos y cada uno de vosotros la bendición apostólica.






A UN GRUPO DE FIELES UCRANIOS RESIDENTES EN ROMA


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Lunes 1 de diciembre de 1980



Queridos hermanos y hermanas ucranios:

Os doy la bienvenida a todos los aquí reunidos con el saludo tan entrañable para mí y para vosotros: "Slawa Isusu Chrystu!". Me alegro cordialmente de poder veros, dirigiros la palabra y bendeciros de cerca. Vosotros para mí no sois sólo simples peregrinos, sino que sois de la familia, porque tenéis la suerte de vivir en Roma, sede del Sucesor de San Pedro Apóstol.

Habéis venido hoy a verme con esta particular ocasión, que es el Sínodo de los obispos ucranios, convocado por mi voluntad y deseo. Y el Sínodo de los obispos ucranios, sostenido por vuestras santas oraciones, realiza aquí la gran tarea para el bien de la Iglesia y de las almas inmortales, y de modo especial para gloria de Dios y para la difusión y robustecimiento del reino de Jesucristo en vuestro pueblo, tan querido para mi corazón.

Para mí es un gran consuelo el hecho de que vuestra comunidad en Roma sea tan numerosa y apreciada por su calidad. Se compone fundamentalmente de numerosos candidatos a la vida espiritual, es decir, de seminaristas, y también de sacerdotes, monjes y religiosas, estudiantes laicos y de otros buenos ucranios, que viven "sub umbra Petri". Merece particular estima la dignísima persona de Su Eminencia el cardenal Josyf Slipyj, tan benemérito de la Iglesia, y la de su arzobispo coadjutor, Miroslav Ivan Lubachivski, como también de estos representantes de vuestra Iglesia, que en nuestra Curia Romana desarrollan su importante servicio, tanto para mí, Vicario de Cristo en la tierra, como para esta Sede Apostólica. Os bendigo de corazón a todos los aquí presentes y a todos vuestros seres queridos, a vuestros padres y amigos, y con vosotros bendigo a todo el pueblo ucranio, tanto al que vive en la patria, como al que está aquí en la diáspora. Como prenda de las copiosas gracias divinas os imparto a todos mi bendición apostólica.






A LOS OBISPOS DEL SÍNODO DE LA IGLESIA UCRANIA


Lunes 1 de diciembre de 1980



Eminentísimo señor cardenal,
excelentísimo mons. coadjutor,
queridísimos hermanos:

Como humilde Sucesor de San Pedro, y padre de todos los católicos, os saludo a vosotros que, con mi beneplácito, os habéis reunido aquí, en Roma, centro del mundo católico, con ocasión de este importante Sínodo vuestro. La gracia del Espíritu Santo os ha reunido aquí, cerca de las tumbas de los Santos Apóstoles y junto a la tumba, tan querida para mí y para vosotros, de San Josafat, arzobispo de Polozk, apóstol de la unidad de las Iglesias. Habéis venido aquí en la fiesta de este mártir de la fe, en el XVII aniversario de la traslación de sus reliquias y de su colocación en la basílica de San Pedro bajo el altar de San Basilio Magno, cerca de las reliquias de San Gregorio Nacianceno y junto al segundo gran luminar del Oriente, San Juan Crisóstomo. ¡Realmente Dios es grande en sus santos!

Precisamente ahora se celebran los 400 años del nacimiento de San Josafat, que vino al mundo el año 1580 en tierra de Volinia, en la ciudad de San Vladimiro, que bautizó a Rus-Ucrania. De esto da testimonio el biógrafo del Santo, el obispo Jakiv Susza, y antes y después de él, otros hombres de fe. Qué gracia tan grande para vuestra Iglesia y para vuestro pueblo que la ciudad de Vladimiro, iluminador de vuestra población, haya dado un santo tan grande, precisamente en el tiempo más importante de vuestra Iglesia, y pienso ahora en la renovación de la unión de toda la extensa metrópoli de Kiev con esta Sede Apostólica, por medio de la conocida Unión de Berest, el año 1596. Esta gran obra fue como sellada por la sangre de San Josafat y por esto resiste tan tenazmente.

612 Para conservar esta obra gloriosa, os habéis reunido aquí, queridísimos hermanos, para consultaros mutuamente sobre las importantes cuestiones pastorales de vuestra Iglesia, tanto en la patria, como aquí en su conjunto. Habéis considerado en común y me habéis indicado los nombres de aquellos que han sido juzgados merecedores de la dignidad episcopal, y esto, de modo particular para las sedes vacantes de Filadelfia y de Chicago, en América, como también para obispos auxiliares de algunos de vuestros obispos. Además habéis fijado vuestra atención de modo especial en el ya cercano jubileo milenario del bautismo de Rus-Ucrania en los tiempos del glorioso Príncipe Vladimiro el Grande, a quien la Iglesia honra como Santo. Habéis establecido también las nuevas orientaciones para la renovación de vuestras eparquías, de vuestras parroquias, de vuestras familias y de toda vuestra comunidad, y todo de acuerdo con vuestra tradición cristiana y la inquebrantable enseñanza de la Iglesia, y a la luz de los decretos del reciente Concilio Vaticano II.

Deseo aseguraros, obispos de la Iglesia ucrania, que dirijo cotidianamente mis fervientes súplicas ante el altar de Dios e invoco las bendiciones para vosotros y para las almas confiadas a vuestro cuidado pastoral. Dios, que ha comenzado en vosotros esta buena obra, obra de la difusión y del robustecimiento de su Reino en la tierra, os conceda sus más abundantes gracias.

La fidelidad de vuestra Iglesia a esta Santa Sede fue testimoniada en un tiempo por vuestros antepasados, así durante el Concilio de Lión, como después en Florencia, por boca de vuestro metropolita, el futuro cardenal Isidoro. Esta fidelidad fue prometida, en nombre de toda vuestra, jerarquía de ese tiempo, por los obispos Ipacio Pozio y Cirilo Terleckyj, al Papa Clemente VIII, y lo que cuenta más, por esta fidelidad no pocos de vuestros hermanos y hermanas han dado su vida.

Me dirijo especialmente a usted, señor cardenal, tan solícito por los destinos de la Iglesia ucrania en la patria y en la diáspora. Que el Señor le recompense y bendiga a usted y a todos los celosos prelados. ¡Benditos seáis en este tiempo de vuestro Sínodo por siempre! Bendigo de todo corazón a todos los aquí reunidos y con vosotros bendigo a los sacerdotes, monjes, monjas, a todos los creyentes, de modo particular a vuestra juventud y a los que todavía hoy sufren por el nombre de Jesús. Hago fervientes votos para el comienzo de las celebraciones del milenio de vuestro cristianismo, y en prenda de las más copiosas bendiciones de Dios os doy de todo corazón mi bendición apostólica.

¡Alabado sea Jesucristo!






A LOS MIEMBROS DE LA COMISIÓN MIXTA INTERNACIONAL


DEL CONSEJO MUNDIAL METODISTA Y DE LA IGLESIA CATÓLICA


Viernes 5 de diciembre de 1980



Queridos hermanos en Cristo:

Es siempre un gozo y un consuelo recibir grupos como el vuestro, cuyas reuniones constituyen intensos momentos focales de una actividad que es una gran bendición para nuestro tiempo: la búsqueda de la reconciliación entre los seguidores de Cristo. El período del Concilio Vaticano II, cuando los obispos de la Iglesia católica se comprometieron fuertemente en esta tarea, por el Decreto sobre el Ecumenismo, fue también el período en el que el Espíritu Santo movió a los cristianos de diversas tradiciones a un compromiso semejante, y se entablaron a nivel mundial algunos diálogos como ese en que vosotros estáis ahora empañados. Así, durante catorce años, especialistas y pastores metodistas y católicos han sumado esta actividad a sus tareas ordinarias.

Algunos de vosotros pertenecéis a aquel generoso grupo de observadores que el metodismo quiso enviar a las sucesivas sesiones del Concilio. Habéis querido poner de relieve a menudo, en vuestros informes, cómo estos atentos observadores quedaron impresionados por las profundas afinidades entre las tradiciones e ideales metodistas y católicos: entre la predicación ferviente de los Wesleys y otros dirigentes metodistas posteriores, sobre la santidad personal y la obra de los gigantes espirituales de la historia católica. Al elegir esta afinidad como un punto de referencia de vuestro diálogo, habéis hecho una sabia elección. La vuestra ha sido de veras una "conversación sagrada", centrada en el común amor de Cristo, de manera que en ella las espinosas cuestiones que son herencia de la triste historia de la actual división entre cristianos (cuestiones que no habéis soslayado), han podido ser afrontadas con serenidad, buena voluntad y caridad. Nadie más que el ecumenista debe recordar las palabras de San Pablo: "Si, hablando lenguas de hombres y de ángeles, no tengo caridad, soy como bronce que suena o címbalo que retiñe" (1Co 13,1).

Vuestro diálogo se despliega ampliamente. Junto a las discusiones acerca de las diferencias doctrinales se ha acentuado el positivo desafío que todos los testigos de Cristo afrontan hoy, no sólo en el campo social, donde procuran proclamar provechosamente el mensaje cristiano a un mundo perturbado por el cambio, sino todavía más en el delicado ámbito interior de la conciencia cristiana, donde ningún hombre o mujer logra sustraerse a las opciones costosas, a los sacrificios inseparables de la adhesión a Cristo.

La bendición de Dios descienda con abundancia sobre vuestra labor. No os dejéis inquietar por las voces de los impacientes y escépticos, sino haced cuanto esté en vuestro poder para asegurar que vuestra búsqueda de la reconciliación resuene y se refleje dondequiera que se encuentren metodistas y católicos. El Espíritu Santo, cuya misteriosa acción en la Iglesia ha sido objeto hace poco de vuestra fecunda reflexión, derrame sus dones sobre nosotros todos: la sabiduría, el consejo y la fortaleza requeridas para cooperar unos con otros y con él, en el cumplimiento de la voluntad de Dios a quien "sea por Jesucristo la gloria por los siglos de los siglos" (Rm 16,27).






AL COMITÉ DIRECTIVO DE LA ORGANIZACIÓN MUNDIAL


DE EXALUMNOS DE LA ENSEÑANZA CATÓLICA



Discursos 1980 605