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79 3. «La dirección de la sociedad de mañana está puesta sobre todo en la mente y en el corazón de los estudiantes universitarios de hoy» (Gravissimum educationis, nota 33). Esta sabia observación del Papa Pío XII es una invitación a todos vosotros a ser conscientes del privilegio y responsabilidad que tenéis muchos de los que estáis aquí, por ser jóvenes pertenecientes a una institución de alta cultura.

La universidad os ofrece todo un arsenal de medios excelentes para completar vuestra formación. Sin embargo no debéis pensar sólo en vosotros. Estáis llamado a colaborar en la construcción de la sociedad humana; Por ser estudiantes universitarios tenéis a disposición medios abundantes que debéis aprender a conocer y valorar plenamente.

La estructura de una universidad es en gran parte estructura comunitaria. La misma palabra "universidad " significa en su origen una sociedad de profesores y estudiantes. La universidad está apoyada en las columnas de la sociedad. Ofrece a sus miembros experiencias comunitarias intensas. Se esfuerza por ser campo de formación de futuros expertos que asumirán puestos-claves en la familia humana. El Concilio Vaticano II sabía bien que en la universidad los jóvenes «son conscientes de su propia función en la vida social y desean participar rápidamente en ésta» (Gaudium et spes
GS 7). Vuestro deseo es laudable; vuestra impaciencia juvenil muy comprensible. Pero os tenéis que preparar cuidadosamente ahora a vuestro noble servicio del futuro; porque la eficiencia de vuestro servicio estará en razón directa de los talentos de verdad que hayáis adquirido.

Un estudiante universitario debe, por tanto, tener como programa permanente captar la verdad. No es tarea fácil. Requiere estudio y perseverancia; exige generosidad y sacrificio propio. La asimilación de la verdad está condicionada por la cultura circundante. Primero debéis hacer un examen crítico y tratar de trazaros una síntesis orgánica. Sólo así estará capacitado el estudiante universitario para aportar el servicio entregado y creativo de experto, que la sociedad espera de él o de ella.

No es necesario decir que la conquista de la verdad debe llevarse a cabo con pleno respeto de los puntos de vista que sean diferentes y en diálogo abierto con los demás, diálogo que en cada campo alcanza intensidad particular en la universidad..Encontrándome aquí, en esta ilustre Universidad de Santo Tomás que nos ha dado una hospitalidad tan cordial y generosa, debo hacer referencia, siquiera brevemente, a un aspecto particular del diálogo entre la Iglesia y el mundo; me refiero al hecho de que nos capacita para «percibir con profundidad mayor como la fe y la razón tienden a la misma verdad, siguiendo las huellas de los Doctores de la Iglesia, sobre todo de Santo Tomás de Aquino» (Gravissimum educationis GE 10)

4. En tercer lugar quisiera haceros notar que la fe católica que profesáis cuadra perfectamente con las otras dos características de ser joven y ser estudiante universitario.

Porque así lo quiso su divino Fundador, la catolicidad de la Iglesia entraña en sí un dinamismo intrínseco que está en perfecto acuerdo con el entusiasmo de la juventud. Las mismas palabras "catolicidad " y "universidad " resultan sinónimas. Ni la Iglesia ni la universidad admiten límites. En la dimensión vertical hay una diferencia, y es que la Iglesia no se conforma con una apertura meramente hipotética a la trascendencia; ella profesa que tal apertura es un hecho.

Para un estudiante universitario, ser católico no es precisamente algo sobreañadido. Incluye valores que son originales y específicos; confiere poder incomparable de construir un mundo mejor y proclamar el Reino de Dios. Como jóvenes universitarios católicos, estáis llamados a trabajar armónicamente con estudiantes de religiones e ideologías diferentes, en un mismo esfuerzo de hacer progresar la verdad, servir al hombre y dar gloria a Dios. Estáis llamados a una colaboración ecuménica sincera con cuántos son hermanos y hermanas vuestras en Cristo. Pero al mismo tiempo estáis llamados a prestar una aportación específicamente católica a nivel universitario en la evangelización de la cultura. Como católicos debéis confesar a Cristo abiertamente y sin encogimiento en vuestro ambiente universitario.

De esta manera estáis contribuyendo también el carácter católico de vuestra universidad en su compromiso institucional con el Evangelio de Cristo tal y como lo proclama la Iglesia católica. Por estar dedicados a una evangelización más honda de vuestra cultura, en cuánto católico podéis aportar elementos nuevos con vistas a un diálogo abierto y enriquecedor. De ahí que tengáis que dar testimonio especial, propios de estudiantes de una Universidad Católica. Si este testimonio no se diera, se privaría a la humanidad de un testimonio de expertos que es necesario y sólo puede darlo quién se gloría de figurar en las filas de los seguidores de Cristo.
María, Madre, Maestra, y Reina de los Apóstoles

Queridos jóvenes: La misión que os encomienda Cristo es universal pero al mismo tiempo debe cumplirse singularmente por cada uno de vosotros. El modo particular con que se desempeñará la misión depende de los misioneros, ¡de vosotros! Toca a vosotros descubrir todos los modos adecuados de cumplir la misión del Señor en vuestro mundo de jóvenes estudiantes universitarios. Cristo cuenta con vuestra colaboración. Os necesita para difundir la Buena Noticia de su amor y el Evangelio de la de la salvación eterna. ¡Cuán providencial es que esta reunión de amistad se concluya con el tema de la evangelización en un país que tiene una gran misión confiada por Cristo! Es un reto para todos. Cada uno de vosotros está llamado a levantar la antorcha y proclamar la verdad de Cristo. ¡Lo podéis hacer! Podéis hacerlo con vuestro entusiasmo juvenil y con la confianza — la seguridad — desplegada por los primeros Apóstoles cuando la Iglesia era joven. Lo podéis hacer si lo acometéis juntos todos y si lo hacéis con Cristo y con si Iglesia.

80 5. Termino con un recuerdo amoroso y agradecido a la Virgen María.

Es nuestra Madre, una Madre cercana, discreta y cariñosa. Si bien su amor abraza a todos, es un hecho que los jóvenes tienen necesidad especial de su cuidado, hoy en particular.

Es nuestra Maestra porque es nuestra Madre. Los estudiantes tienen una lección maravillosa que aprender de su actitud de reverencia profunda ante el misterio insondable de Dios, y de su búsqueda de la verdad a través de la contemplación y la oración.

Es la Reina de los Apóstoles, de todos los apóstoles, de los del comienzo de la Iglesia y de los de la historia actual. Su presencia es tan discreta y eficaz hoy como lo fue en Caná de Galilea. Que siempre esté con vosotros. Que interceda por vosotros ante su Hijo divino como lo hizo entonces para evitar que se ensombreciera la felicidad del esposo y la esposa, que eran jóvenes como vosotros e hijos suyos como vosotros, como todos y cada uno de vosotros.

Y en nombre de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, que es amigo de la juventud del mundo por siempre, os dejo con esta herencia vuestra , la herencia de la fe, la esperanza y el amor.









VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE


A LOS PROFESIONALES Y CATEQUISTAS EN EL ARANETA COLISEUM


Manila

Miércoles 18 de febrero de 1981

Queridos profesionales,
queridos amigos en Cristo:

1. Es para mí una alegría poder saludar a los representantes de distintas profesiones de diferentes partes de Filipinas: abogados, doctores, enfermeras, ingenieros, educadores y miembros de otras profesiones. Muchos de vosotros ocupáis cargos de dirección o de servicio a la comunidad en el mundo, o sois dirigentes seglares en la Iglesia: sois personas que habéis tenido el beneficio de la educación y de la formación. Permitidme que vaya inmediatamente al centro de mi mensaje. Es éste: Jesucristo os necesita para la construcción de su Reino en la tierra. Y la Iglesia necesita vuestros singulares dones, individual y colectivamente, para realizar su misión de comunicar a Cristo. Es más, millones de conciudadanos vuestros, hombres y mujeres, cuentan con vuestros servicios para poder vivir una vida digna, en conformidad con su propia dignidad humana y cristiana.

2. Veis, por tanto, que este encuentro quiere hacer resaltar el gran interés de la Iglesia por vosotros y su deseo de consultar, de oír y de reunir a todos cuantos ocupan. un puesto de responsabilidad en los diferentes campos de la cultura y ejercen dicha responsabilidad con espíritu cristiano de servicio. Como representantes de profesiones que requieren un alto nivel de formación y como creadores y divulgadores de cultura, participáis de la vida y de la misión de la Iglesia de una manera específica.

81 Este encuentro quiere acentuar también la necesidad de trascender una forma de vida individualista. Os corresponde a vosotros crear formas de asociación y de colaboración cada vez más efectivas entre católicos pertenecientes a las profesiones en general y dentro de cada profesión en particular, con el fin de poder reflexionar sobre vuestras responsabilidades como cristianos a la luz de la fe y de la doctrina social de la Iglesia.

3. Sois personas que habéis alcanzado vuestra posición actual como resultado de esfuerzos duros y serios, personales y colectivos. Esfuerzos personales en el sentido de que los estudios que habéis realizado para conseguir vuestras especializaciones profesionales ciertamente han exigido de vosotros sacrificio, autodisciplina y rigor intelectual. Sólo después de haber llegado a la meta es cuando podéis apreciar el camino que ha conducido hasta ella. Solamente puede recogerse los frutos de lo que se había sembrado bien al principio. Pero sois también el resultado de un gran esfuerzo a nivel colectivo. Vuestras familias y vuestra nación han tenido que invertir grandes recursos materiales y espirituales con el fin de adiestrar y perfeccionar cada vez más a muchos promotores de la sociedad, mediante una sólida educación técnica e intelectual.

4. Tenéis una doble exigencia. En primer lugar, tenéis que salir al paso do vuestras necesidades personales y las de vuestras familias con el ejercicio de vuestras profesiones. En esto habéis experimentado a veces dificultades y frustraciones, y quizás también desánimo. Sin embargo, no debéis rendiros, sabiendo bien que estáis llamados asimismo a contribuir al servicio del bien común. Cuando las cosas vayan bien, jamás os desentendáis de la sociedad con miras a ganar dinero, a obtener poder o a conseguir mayores conocimientos: no queráis entrar en una situación de privilegio. Emplead bien vuestros talentos sirviendo cada vez con más generosidad a las necesidades y aspiraciones de todos vuestros hermanos y hermanas de Filipinas.

Pienso de manera particular en ese elevado número de gente que, como resultado de diversas circunstancias —injusticia, pobreza, necesidad de ganarse escasamente la vida, falta de alicientes culturales— no han podido alcanzar los niveles de formación y educación universitaria que habéis logrado vosotros.

Existe, pues, una estrecha relación entre vuestras exigentes actividades profesionales y el duro trabajo de un obrero o la vida de quien trabaja en el campo o la abnegación de la esposa en su casa. Esta es la razón por la que vuestra sensibilidad para con los valores humanos y cristianos será la fuente de una energía creadora y os ayudará a poner vuestros conocimientos y vuestra actividad real y eficazmente al servicio de vuestra pueblo, respondiendo a sus necesidades.

El pleno desarrollo de las gentes de vuestro país y la satisfacción de sus necesidades espirituales y materiales exigen muchos esfuerzos por vuestra parte; cuidados sanitarios para todos; la defensa del carácter sagrado de la vida humana y su promoción; la afirmación del papel de la ley en las relaciones sociales y políticas si se quiere establecer un orden verdadero y una paz auténtica; la construcción de viviendas dignas, realmente adaptadas a cada familia y a cada individuo; la educación de la juventud mediante una enseñanza encaminada a buscar la verdad y su consolidación; la administración equilibrada y provechosa de los recursos naturales en orden a asegurar que todos tengan una justa participación en sus beneficios: Todo esto son realidades que os conciernen de manera directa.

Sucede con frecuencia que un elevado porcentaje de los laicos que intentan celosamente, como grupos organizados imbuir los asuntos temporales del espíritu del Evangelio y construir verdaderas comunidades cristianas, procede en su mayor parte de grupos no profesionales. De esta manera se crea la desafortunada impresión de que los grupos directivo-profesionales no están profundamente interesados por las actividades religiosas. En un país donde la inmensa mayoría del pueblo sigue a sus líderes y se siente fácilmente animado por el ejemplo, este apostolado de testimonio y ejemplo tiene una gran eficacia y debería ser adoptado de manera creciente. Espero sinceramente que sabréis prestar más y más vuestra inteligencia y vuestro tiempo al servicio de la Iglesia, en el apostolado seglar de edificar una auténtica comunidad cristiana. Por ejemplo, quienes son dirigentes distinguidos en el campo de la salud pueden contribuir mucho a promover los principios católicos que se refieren al valor intrínseco de la vida en todos sus niveles. De manera semejante, en las otras profesiones, una dirección verdaderamente cristiana se hace más eficaz.

5. Procurad que vuestros esfuerzos en esta dirección estén siempre sostenidos por una inquebrantable integridad de conducta en medio de los problemas profesionales con los que os encontráis. Pero procurad aún más que estén inspirados por un deseo de ayudar a los más necesitados, de modo que vuestro servicio esté regido por los criterios de justicia y de verdad, de libertad y de integridad, y se vea coronado por el amor. Recordad siempre que como cristianos estáis llamados a vivir de acuerdo con los principios que habéis aprendido de Cristo y de su Iglesia. Estáis llamados a vivir una vida íntegra, consecuente con vuestros principios evangélicos.

6. Todos sabéis que las materias en las que os ejercitáis exigen una constante renovación, a fin de poder estar al día en el rápido avance de los nuevos descubrimientos. Vuestra capacidad para una adaptación personal, como para manteneros al corriente de esos avances, dependerá de vuestro estudio constante de los principios básicos que fundamentan dichas materias. Ojalá se renueve también constantemente vuestra fe católica; que se haga más profunda y desarrollada por el dinamismo radical de una conversión permanente a Cristo, una conversión animada por una vida vivida en conformidad con el Evangelio y en armonía con el Magisterio, alimentada por una vida de piedad personal basada en la oración y en la recepción de los sacramentos. Ojalá el testimonio de vuestra fe brille espléndidamente en vuestras vidas profesionales, lo mismo que en vuestra vida personal y familiar.

7. Todos sois conscientes de los riesgos actuales que acaban por encerrar a uno en los estrechos límites de una "especialización". Dicha especialización es capaz de recortar los horizontes del individuo, de dividir su vida personal y de oscurecer la rica naturaleza de la vida en general. Está muy claro que la especialización profesional tiene que ser considerada en el marco más amplio de la llamada cultura general. Dentro de este contexto es desde donde os invito encarecidamente a que toméis como puntos fundamentales de referencia los valores religiosos y éticos que son promotores eficaces de cultura, proyectando su luz sobre los diversos problemas y sobre las más altas aspiraciones del hombre y transformando toda su vida y todo su saber. Vuestra experiencia profesional ganará así en profundidad, en perspectiva y en utilidad.

Como católicos que habéis alcanzado un alto nivel de formación y como representantes de las profesiones estáis llamados a demostrar cómo vuestro saber y vuestro trabajo profesional pueden hermanarse con la riqueza y los recursos de la cultura del pueblo filipino. Esta cultura está enraizada en la tradición cristiana y, por eso, esta imbuida de sabiduría liberadora y vivificante que mira al ser y a la dignidad de la persona humana y que se refiere al sentido de su vida, de su muerte y de su destino último.

82 Os saludo una vez más y, en vuestras personas, saludo también a vuestras familias y a todos los representantes de las profesiones en este gran país. ¡Que Dios os otorgue sus abundantes bendiciones!

8. Ahora quisiera dirigirme a otro grupo de entre vosotros, a esos hombres y mujeres tan queridos de la Iglesia y de vuestro Papa: los catequistas.

Gracias, queridos catequistas, por el favor de vuestra presencia. Gracias por permitirme hablaros a vosotros y, por medio de vosotros, a todos los demás catequistas del país que no están aquí con nosotros; ¡cuánto se os necesita!

El mundo os necesita porque necesita catequesis. El don más precioso que la Iglesia puede ofrecer al mundo moderno —turbado e inquieto como está— es formar cristianos seguros acerca de lo esencial y humildemente gozosos en su fe. La catequesis consigue esto y lo consigue a través de vosotros.

La Iglesia os necesita. Os necesita para poder cumplir su tarea absolutamente fundamental de formar a Cristo en el corazón de la gente, y de ponerla en íntima comunión con Cristo (cf. Catechesi tradendae
CTR 5). En la catequesis es Cristo la Palabra encarnada y el Hijo de Dios, quien es enseñado y todo lo demás que se enseña es en relación a El.

He aquí, pues, cuán noble e importante es vuestro servicio. Pero si es noble, también es difícil, y si es importante, es también delicado. La catequesis no es propiamente una transmisión de ideas. Implica sobre todo comunicar a Cristo y su mensaje vivificador y ayudar a las personas a que den su respuesta de fe y de amor.

¿Qué es lo que necesitáis, queridos catequistas, para conseguir la verdadera respuesta al mensaje de Cristo, que es mensaje de vida? Necesitáis ser fieles a Cristo, a la Iglesia y al hombre.

Tenéis que ser fieles lo primero de todo a Cristo, a su verdad, a su mandamiento; de lo contrario habría tergiversación, traición. Como catequistas sois, en definitiva, ecos de Cristo (cf. Catechesi tradendae CTR 6). La Iglesia también ha de ser el objeto de vuestra íntegra fidelidad. En efecto, la catequesis, que es crecimiento en la fe y maduración de la vida cristiana, es una labor que Cristo quiere realizar en su Iglesia. Un auténtico catequista necesariamente tiene que ser un catequista eclesial. Tenéis que ser, finalmente, fieles al hombre, pues la palabra y el mensaje del Señor están dirigidos a cada persona. No a una persona abstracta, imaginaria, sino al individuo concreto, hombre o mujer, que vive en el tiempo, con sus dificultades, problemas y esperanzas. A esta persona es a la que tiene que ser proclamado el Evangelio, de manera que a través de él, pueda recibir del Espíritu Santo la luz y la fuerza para llegar a la plena madurez cristiana. En gran medida, la eficacia de la catequesis dependerá de su capacidad para dar sentido, sentido cristiano, a todo lo que constituye la vida del hombre en el mundo.

Queridos catequistas: Os he hablado con profunda emoción. Me gustaría quedarme más tiempo con vosotros, pero tengo que ver también a otros hermanos y hermanas vuestros. Pero antes de despedirme, quiero testimoniaros mi confianza, expresaros mi amor y aseguraros la paz de Cristo.

Que la Bienaventurada Virgen María, Madre y Modelo de todos los catequistas, os guíe a vosotros en vuestra excelsa misión de comunicar a Cristo. Que os conceda la alegría a vosotros y vuestras familias y que proteja siempre a Filipinas.







VIAJE APOSTÓLICO A EXTREMO ORIENTE

ALOCUCIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL EPISCOPADO FILIPINO Y A OTROS OBISPOS DE ASIA


Villa San Miguel de Manila

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Martes 17 de febrero de 1981

Queridos hermanos en nuestro Señor Jesucristo:

1. Desde mi llegada a suelo filipino, he tenido ya ocasión de manifestar que el primer y principal motivo de mi venida aquí es la beatificación de Lorenzo Ruiz, cuyo martirio muestra la santidad de la Iglesia. Al mismo tiempo, considero mi visita pastoral una peregrinación al santuario viviente del Pueblo de Dios en este país. Y hoy, en vosotros, los obispos, saludo a todas las comunidades eclesiales que forman la Iglesia en Filipinas.

Mis pensamientos se dirigen también a las pasadas generaciones que han recibido y transmitido la fe católica. En nombre de la Iglesia universal alabo y doy gracias a Dios por este gran don que vuestro pueblo ha recibido y preservado. También doy gracias por la especial vocación que ha sido dada a la Iglesia en Filipinas. Al venir a vosotros es mi deseo realizar mi servicio pastoral con los fieles de vuestra tierra y con vosotros, sus obispos. Y así nosotros nos reunimos para volver a hacer presente la escena de los Hechos de los Apóstoles en la que Pedro y los Once se reúnen para hablar de Jesús y para reflexionar sobre la fuerza de su Espíritu. Solamente el estar con vosotros es suficiente para sacar vigor y energía de Aquel que está en medio de nosotros. Y por mi parte deseo, en fidelidad a Cristo, confirmaros en la fe que tenéis y proclamáis.

2. Mi venida está ligada a la convicción de que la Palabra de Dios es potente y, cuando es fielmente predicada, es luz y fuerza para nuestro pueblo. Es ella, en verdad, el fundamento de su fe. Es por esto por lo que no cesamos de comunicarles la convicción de San Pablo: "Para que vuestra fe no se apoye en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios" (1Co 2,5).

Como Pastores del Pueblo de Dios tenemos el papel de anunciar "plenamente el consejo de Dios" (Ac 20,27). A través de la plena proclamación de Cristo y de su Evangelio una suave pero invencible fuerza se ha desencadenado en el mundo. A este respecto permitidme compartir con vosotros dos testimonios de particular interés para vosotros como obispos en Filipinas.

El primero es el de Pablo VI. Se trata del gran testimonio que dio hace diez años en Quezon Circie. Hablando de Cristo dijo: "Yo siento la necesidad de anunciarlo, no puedo callarlo. ¡Ay de mí si no proclamara el Evangelio! (1Co 9,16). Yo he sido mandado por El, por Cristo mismo, para eso. Yo soy apóstol, soy testigo... Yo debo confesar su nombre: Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt 16,16); El es el que manifiesta a Dios invisible, es el primogénito de toda criatura, es el fundamento de todas las cosas; El es Maestro de la humanidad, es el Redentor... Jesucristo es nuestro perenne anuncio, es la voz que hacemos resonar por toda la tierra (cf. Rom Rm 10,18) y en la sucesión de los siglos (cf. Rom Rm 9,5)" (29 de noviembre de 1970; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 13 de diciembre de 1970, pág. 2). Esta fue su misión hace diez años, y algunos de vosotros estabais presentes entonces, junto con el fallecido cardenal Santos y con los demás obispos de aquel tiempo. Y yo estoy convencido de que, alguna vez en el futuro, aún otro Sucesor de Pedro se reunirá con vuestros sucesores en esta misma proclamación de la fe.

El segundo testimonio que deseo recordar con vosotros es también muy especial. Ciertamente un número de vosotros estabais presentes escuchando a Juan Pablo I hablar las siguientes palabras a los obispos filipinos reunidos en Roma para su visita ad Limina: "Por nuestra parte confiamos en sosteneros, afianzaros y alentaros en la gran misión del Episcopado, que consiste en proclamar a Jesucristo y evangelizar a su pueblo... Un gran reto de nuestro tiempo es la evangelización plena de cuantos han sido bautizados. En ello los obispos de la Iglesia tienen responsabilidad primaria. Nuestro mensaje debe ser la proclamación clara de la salvación en Jesucristo" (28 de septiembre de 1978; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de octubre de 1978, pág. 4). Es un testimonio memorable por sus contenidos y por las circunstancias en las que fue pronunciado. Fue el último acto público de Juan Pablo I; fue la última hora de su ministerio público. Fue su herencia —y fue para vosotros—. Y yo quiero perpetuar este testimonio y hacerlo mío hoy.

3. Esta proclamación de Jesucristo y de la salvación en su nombre es la base de todo servicio pastoral. Es el contenido de toda evangelización y catequesis. Y es una honra para vosotros el hecho de que lo llevéis a cabo en unión con el Sucesor de Pedro y con toda la Iglesia. Debe ser así siempre. Vuestra unidad con la Iglesia universal da autenticidad a todas vuestras iniciativas pastorales y es la garantía de su eficacia sobrenatural. Esta unidad fue sin duda la preocupación que movió a San Pablo a consultar para que la carrera que estaba siguiendo y había seguido "no corriera en vano" (Ga 2,2). Hoy doy gracias a Dios por vuestra unidad católica y por la fuerza que ésta os da.

4. Fortalecidos por la Palabra de Cristo y consolidados en la unidad de su Iglesia, vosotros sois bien capaces de proseguir eficazmente vuestro ministerio pastoral a imitación de Jesús el Buen Pastor. La indicación que San Pablo recibió en su consulta es lo que yo os repetiría hoy: "Solamente nos pidieron que nos acordásemos de los pobres, cosa que procuré yo cumplir con mucha solicitud" (Ga 2,10). Que sea ésta también la nota especial de vuestro ministerio: preocupación por los pobres, por aquellos que se encuentran en necesidad material o espiritual. De aquí vuestro amor pastoral abarcará a quienes están necesitados, a los afligidos, a los que están en pecado.

Y recordemos siempre que el mayor bien que podemos darles es la Palabra de Dios. Esto no quiere decir que no les asistamos en sus necesidades físicas, sino que ellos necesitan algo más, y que nosotros tenemos algo más que darles; el Evangelio de Jesucristo. Con gran intuición pastoral y amor evangélico, Juan Pablo I expresó también este pensamiento concisamente el día que murió: "Desde los tiempos del Evangelio e imitando al Señor, que 'pasó haciendo el bien' (Ac 10,38), la Iglesia está irrevocablemente llamada a colaborar en el alivio de la miseria física y de las necesidades. Pero su caridad pastoral quedaría incompleta si no apuntara a 'necesidades más altas aún'. En Filipinas, Pablo VI hizo esto precisamente. En un momento en que optó por hablar de los pobres, de la justicia y de la paz, de los derechos humanos, de la liberación económica y social —y en un momento en que también encomendó de hecho a la Iglesia la tarea de aliviar toda miseria—, no quiso ni pudo callar sobre el 'bien más alto', la plenitud de la vida en el reino de los cielos" (L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 8 de octubre de 1978, pág. 4).

84 5. Otro aspecto de vuestro ministerio es el fraterno interés que mostráis por vuestros hermanos sacerdotes. Ellos necesitan estar convencidos de vuestro amor; necesitan vuestro ejemplo de santidad y tienen que veros como sus líderes espirituales, como heraldos del Evangelio, para poder concentrar todas sus energías en su propio papel sacerdotal en la construcción del Reino de Cristo de justicia y paz. A este respecto es importante que se den a los laicos las plenas responsabilidades que son específicamente suyas. A través de su actividad en el orden temporal ellos tienen una especial tarea que realizar, para efectuar la consagración del mundo a Dios. Es ésta una elevada tarea, y ellos necesitan que sus obispos y sacerdotes les apoyen con su liderazgo espiritual. Al mismo tiempo debe ser evidente en el Cuerpo de Cristo, donde hay diversidad de funciones, que los laicos son dignos de confianza, que ellos pueden llevar a cabo lo que el Señor les ha asignado específicamente. Esto, además, hará posible que el clero preste plena atención al precepto apostólico para concentrarse en la "oración y el ministerio de la Palabra" (Ac 6,4). El Espíritu de Dios continúa confirmando estas prioridades del ministerio sacerdotal a cada generación en la Iglesia.

6. Reflexionando sobre la Iglesia en Filipinas, el aspecto misionero aparece de distintos modos. Lo primero de todo es vuestro glorioso origen misionero, en el que vuestros antepasados abrazaron el mensaje de salvación que les fue proclamado. Reflexionar sobre esto es alabar a Dios en vuestra historia, en la generosidad de los misioneros que continúa hasta el presente. Reflexionar sobre vuestro pasado misionero es un reto a avanzar con el mismo celo. Para entender vuestro destino misionero, basta escuchar al Profeta Isaías que os urge: "Considerad la roca de que habéis sido tallados" (Is 51,1). Hay, sin duda, muchos lugares en los que el nombre de Jesús aún no es conocido y donde su Evangelio debe ser proclamado todavía entre vosotros. Será vuestro celo y el de vuestros sacerdotes, junto con el compromiso de toda la comunidad eclesial el que inventará medios para proseguir la evangelización inicial y la catequesis posterior ante una cosecha que es inmensa. Al mismo tiempo escucharéis que otras naciones, especialmente vuestros vecinos en Asia, os gritan: "Pasa... y ayúdanos" (Ac 16,9).No hay duda de esto: Filipinas tiene una especial vocación misionera para proclamar la Buena Noticia, para llevar la luz de Cristo a las naciones. Esto debe realizarse con sacrificio personal, y a pesar de los limitados recursos, pero no faltará la gracia de Dios, y El suplirá vuestras necesidades. Pablo VI confirmó esta vocación misionera vuestra durante su visita aquí, y repetidamente después. Desde muchos puntos de vista, queridos hermanos, vosotros estáis llamados realmente a ser una Iglesia misionera.

7. En vuestro esfuerzo por realizar vuestro cometido pastoral sé que recordaréis las palabras con las que el Evangelio registra la llamada de los Apóstoles: "Y designó a doce para que le acompañaran y para enviarlos a predicar" (Mc 3,14). Los dos aspectos de la vocación apostólica puede parecer que se excluyen mutuamente, pero no es así. Jesús quiere de nosotros tanto que estemos con El como que salgamos a predicar. Estamos destinados tanto a ser sus compañeros y sus amigos como a ser sus infatigables apóstoles. En una palabra, estamos llamados a la santidad. No puede haber ministerio episcopal fructuoso sin santidad de vida, porque nuestro ministerio está modelado sobre el de nuestro Pastor soberano y el Obispo de nuestras • almas, Jesucristo (cf. 1P 5,4 1P 2,25).

Queridos hermanos: en nuestra íntima amistad con Jesucristo encontraremos fuerza para el amor fraterno, la potencia para tocar los corazones y para proclamar un mensaje convincente. En el amor de Jesús descubriremos el camino para construir comunidad en Cristo y para servir a nuestro pueblo, dándole la Palabra de Dios. Participando en la santidad de Jesús ejerceremos una auténtica función profética: anunciando la santidad y practicándola valientemente como un ejemplo que sea seguido en la comunidad eclesial. Para ser fieles a la tradición que es nuestra, recordemos la exhortación del Apóstol Pedro: "Servid de ejemplo al rebaño" (1P 5,3).

8. A estos importantes aspectos de nuestro ministerio pastoral que he mencionado —Palabra de Dios, unidad y santidad— yo añadiría una palabra final de exhortación fraterna, y es ésta: confiemos plenamente en los méritos de nuestro Señor Jesucristo; confiemos en su poder de renovar, mediante la acción de su Espíritu, la faz de la tierra. Nuestra misión y nuestro destino, junto con los de nuestro pueblo, están en las manos de Dios, quien ha dado todo poder de redención y santificación a Jesucristo. Y es Cristo quien nos dice hoy que somos fuertes en él, y que estamos sostenidos por su promesa: "Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,20).

Y finalmente, como obispos, nosotros nos sentimos envueltos por el tierno y maternal amor de María, Madre de Jesús y Reina de los Apóstoles. Estoy seguro de que por su intercesión Ella asistirá la Iglesia en Filipinas —y a vosotros mis hermanos obispos en particular— para proclamar a Jesucristo, la salvación de Asia y la eterna luz del mundo.

9. La alegría de este encuentro se ve aumentada por la presencia de otros obispos asiáticos, todos vosotros unidos en esta común misión de proclamar a Jesucristo.

Estamos, con razón, satisfechos por la conciencia que existe en la Iglesia hoy —gracias a la acción del Espíritu de Dios en nuestros tiempos— de la necesidad de llevar el Evangelio para entrar en todas las culturas, para encarnarlo en la vida de todos los pueblos, para presentar el mensaje cristiano de un modo que sea cada vez más efectivo. La meta es noble, delicada; es una meta a la que la Iglesia está firmemente dedicada. Juan XXIII, el día de la inauguración del Concilio Vaticano II, anunció que la principal intención del Concilio era asegurar "que el sagrado depósito de la doctrina cristiana fuese más eficazmente custodiado y enseñado" (11 de octubre de 1962).

En todos vuestros esfuerzos, mis hermanos obispos, por alcanzar esta meta a través del período postconciliar, estad seguros del apoyo de la Iglesia universal, que abraza a toda nación bajo el cielo y proclama aún el mismo Cristo a todos los pueblos y a todas las generaciones. Sed conscientes sobre todo de la acción soberana del Espíritu Santo, el único que puede realizar la nueva creación. Por esta razón Pablo VI pudo afirmar que "las técnicas de evangelización son buenas, pero ni las más perfeccionadas podrían reemplazar la acción discreta del Espíritu... Puede decirse que el Espíritu Santo es el agente principal de la evangelización: El es quien impulsa a cada uno a anunciar el Evangelio y quien en lo hondo de las conciencias hace aceptar y comprender la Palabra de salvación" (Evangelii nuntiandi EN 75 L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española. 21 de diciembre de 1975, pág. 12).

Nos dirigimos humildemente al Espíritu Santo para pedirle que nuestra misión como evangelizadores sea fructuosa para el Reino de Dios y para la gloria del nombre de Jesús: Veni Sancte Spiritus! Veni Sancte Spiritus!









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