Discursos 1984 39

39 Ante ello viene a mi mente el pasaje bíblico, tan denso de enseñanzas, en el que Pedro dice al paralítico postrado a la puerta del templo: “Míranos... Plata y oro no tengo, lo que tengo te lo doy: en nombre de Jesús Mesías, el Nazareno, echa a andar” (Ac 3,4-6).

Ese “míranos” de Pedro traduce la profunda hambre de Evangelio y de justicia de vuestro pueblo católico, sediento de autenticidad, de ver hecha vida la fe que anuncia la Iglesia, de contemplar a ésta anclada profundamente en la realidad de vuestro país y libre e independiente para interpelarlo, para dar testimonio de la propia solidaridad hacia los hombres, y al mismo tiempo fiel íntegramente al Absoluto de Dios. Una Iglesia que avance siempre en ardor contemplativo y de adoración, en celo en su actividad misionera, caritativa, promocional, siguiendo las pautas sobre las que se interrogaba con insistencia mi predecesor Pablo VI, y que nos urgen siempre (Evangelii Nuntiandi EN 76).

El hombre actual espera de la Iglesia el signo, la palabra, la luz eficaz. Y no cabe duda de que es mucho lo que la Iglesia puede aportar a la sociedad actual. No puede ser escasa la fuerza transformadora de la Palabra de Dios (1S 3,1). Ello irá conduciendo hacia los grandes objetivos de la labor evangelizadora en una época particularmente hambrienta de Espíritu “porque está hambrienta de justicia, de paz, de amor, de bondad, de fortaleza, de responsabilidad, de dignidad humana” (Redemptor Hominis RH 18). Y tales objetivos conducirán al hombre hacia su plena dignidad y solidaridad en Cristo, haciendo prevalecer la ética sobre la técnica, la persona sobre las cosas (Laborem Exercens LE 12 LE 13 LE 21 LE 22).

3. Es un hombre concreto el que hoy se encuentra ante nosotros, come ante Pedro. El espera, quizá sin decirlo, ser sanado, completado, evangelizado. Nos mira atentamente. ¿Quién es? ¿Cómo vive? ¿Qué desea? ¿Qué problemas afronta en la Venezuela de hoy? Es el hombre que, marcado en su ser por la fe católica, quiere conocerla mejor, desea una más sólida instrucción religiosa, el don de los sacramentos y todas las formas de alimento para su hambre espiritual. Y es también parte de un pueblo que en el último período ha logrado nuevas metas de progreso material, pero en el que existen aún amplios sectores de abandono, injusticia, marginación y pobreza. Por ello yo mismo observaba durante mi último viaje a vuestro continente: “Un análisis sincero de la situación muestra cómo en su raíz se encuentran hirientes injusticias, explotación de unos por otros, falta grave de equilibrio en la distribución de las riquezas y de los bienes de la cultura” ( Discurso a la Asamblea del Celam en Haití, 9 de marzo de 1983).

Cuando todas estas carencias y sus causas tienden a acrecentar hoy sentimientos de angustia, desconfianza y frustración en la sociedad, es cuando el mensaje de Cristo, la misma persona del Redentor “que hizo y enseño” (Ac 1,1), pueden presentarse como salvación, como esperanza. En esa situación Jesucristo es el que puede dar sentido profundo al ser de la persona, iluminar una nueva escala de valores, impulsar poderosamente a la acción transformadora en favor de los hermanos que necesitan y buscan fe y justicia.

4. La historia de la evangelización cristiana en vuestro país ha pasado por no pocas dificultades. Han sido numerosos los obstáculos, superados siempre con esfuerzo y con escasez de medios. Hoy día, esta historia nos reta a dar, con realismo y esperanza al mismo tiempo, un nuevo impulso a la evangelización. Los que están cerca y los que están lejos, los mayores y los jóvenes necesitan una palabra clara, sincera, profundamente cristiana. Necesitan a Jesucristo vivido, Jesucristo seguido y predicado; ésa es nuestra única riqueza y nuestra fuerza.

Es por tanto imprescindible que la Iglesia, desde una posición de pobreza y libertad respecto a los poderes de este mundo, anuncie con valentía la verdad de Jesucristo, firmemente convencida de la fuerza transformadora del mensaje cristiano que, con la fuerza del Espíritu de Dios, es capaz de transformar moralmente los corazones, camino para renovar las estructuras.

5. Esta nueva evangelización requerirá una serie de esfuerzos coordinados alrededor de las tareas que se consideren más urgentes e importantes.

La catequesis en primer lugar. Impartida en forma orgánica y sistemática aportará al creyente los elementos necesarios para una vida cristiana integral: el contenido central e indispensable de la doctrina, la vivencia religiosa práctica, unida a un compromiso apostólico con dinamismo social. Sólo así poseerá el cristiano la seguridad necesaria para mantenerse firme y serenamente en la fe católica. Incluso en un ambiente adverso y en el que, con frecuencia, proliferan grupos de pseudo contenido religioso.

En ese cometido habrá que tener en cuenta que la catequesis “persigue el doble objetivo de hacer madurar la fe inicial y de educar al verdadero discípulo por medio de un conocimiento más profundo y sistemático de la persona y del mensaje de Nuestro Señor Jesucristo. Pero en la práctica catequética, este orden ejemplar debe tener en cuenta el hecho de que a veces la primera evangelización no ha tenido lugar” (Catechesi Tradendae CTR 19). Tal situación no es excepcional, a veces, en la catequesis de jóvenes y adultos.

6. Otro aspecto que reviste hoy la máxima importancia es la recta formación de la conciencia del cristiano, es decir, el contenido moral de la catequesis, que no podrá dejar de “iluminar como es debido, en su esfuerzo de educación en la fe, realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz” (Ibid.).

40 Estas acciones habrán de partir de una auténtica conversión del corazón. Porque es claro, por ejemplo, que la digna valoración y la justa promoción de la mujer no podrá llevarse a cabo debidamente sin que ella misma, y el varón que a veces abusa de su condición, acepten en profundidad la fe en Cristo, con todas las consecuencias que derivan para unas relaciones personales de justa valoración y mutuo respeto.

7. La célula familiar, la familia cristiana, su crecimiento y consolidación, deben ser uno de los objetivos y frutos más preciados de esta catequesis. No sabría encarecer suficientemente la importancia de este punto en vuestro proyecto evangelizador.

El sacramento del matrimonio, tal como lo entiende y predica la Iglesia, es un alto ideal. Entorpecen o favorecen su realización diversos factores de tipo histórico, económico, cultural y psicológico. Aspectos todos ellos que deberán estudiarse cuidadosamente. No para aceptarlos sin más, con resignada pasividad o fatalismo, sino más bien como reto para una toma de conciencia que lleve a decisiones y planes de acción concretos y posibles. Os exhorto, por ello, a que acometáis con delicadeza y respeto, pero al mismo tiempo con profunda convicción, la evangelización de la célula familiar, la preparación al matrimonio cristiano y la recta formación a una paternidad responsable que esté de acuerdo con las normas del Magisterio.

De este esfuerzo han de brotar numerosos bienes: para los esposos venezolanos y su cristiana vivencia del amor; para sus hijos; para el desarrollo humano y moral de toda la sociedad; para la misma institución del matrimonio que la Iglesia santifica, renueva y refuerza en el espíritu de Cristo; y también – con toda la importancia que ello tiene – para el surgimiento de más numerosas y sólidas vocaciones a la vida sacerdotal y religiosa en vuestro país, un problema central para la vida de la Iglesia en Venezuela.

Conozco vuestros desvelos y esfuerzos por suscitar esas vocaciones; sé que, como fruto de una seria promoción vocacional, ha habido un incremento en el número de los candidatos al sacerdocio; pero, no es todavía suficiente para las necesidades de una población en continuo aumento.

Debéis seguir inculcando a los fieles la necesidad de orar al Señor para que mande obreros a su mies. De esa plegaria brotarán, como un don providencial, las vocaciones y la perseverancia de los sacerdotes en su ministerio.

Los seglares y los que tienen ministerios laicales son ciertamente una valiosa ayuda. Pero el sacerdote ministro del perdón, de la Eucaristía, de la Palabra, es insustituible para la vida de la Iglesia, como la fundó y la quiere Jesucristo el Señor.

Que los Seminarios continúen ocupando un lugar privilegiado en vuestro corazón y estén bajo vuestra mirada pastoral, haciendo participar a los fieles, especialmente a los padres de familia, en la solicitud por esa porción más preciada de la comunidad diocesana.

Esmeraros por tanto cada vez más en dar a los seminaristas una formación humanística, filosófica y teológica de acuerdo con las exigencias de la cultura moderna y las necesidades de vuestros pueblos, vigilando siempre para que la enseñanza sea siempre fiel a las orientaciones y al Magisterio de la Iglesia.

8. Grande y hermosa, pero no fácil, es la tarea que se despliega ante vuestros ojos, queridos Hermanos. Permitidme que termine estas reflexiones sugiriéndoos una ayuda valiosa para vuestro trabajo, y que será a su vez el fruto de todo este esfuerzo evangelizador. Me refiero a los seglares, que son la inmensa mayoría del pueblo de Dios. Su trabajo e inserción en la Iglesia, su sabia y previdente organización en grupos y movimientos apostólicos diversos va a ser decisiva en los años venideros.

El Concilio Vaticano II nos anima a utilizar su conciencia eclesial, su disponibilidad y capacidad apostólica, todavía no suficientemente aprovechadas, para evangelizar, catequizar, trabajar por un cambio que impregne de valores cristianos la sociedad. Por ello, una de vuestras prioridades más queridas ha de ser la de preparar, actualizar y dinamizar comunidades cristianas y movimientos de apostolado seglar con la suficiente formación, sentido de unidad eclesial y profunda espiritualidad. Así la Iglesia multiplicará sus fuerzas evangelizadoras en tantos campos de la vida que reclaman la específica y propia colaboración de los laicos.

41 9. Queridos Hermanos: Sé que vais a emprender una gran misión nacional que sirva para despertar y consolidar la conciencia cristiana de vuestros fieles. Me alegra esta feliz iniciativa. Sabed que estoy con vosotros, alentando vuestro esfuerzo. Tendré muy presente esta intención en mis plegarias al Señor y a la querida Madre de Coromoto, Patrona de vuestro país. En ellas recordaré a cada uno de vosotros y las intenciones de vuestros diocesanos y del amado pueblo de Venezuela tan presente siempre en mi corazón y que con gozo pastoral visitaré, Dios mediante, dentro de pocos meses. Llevadles a todos mi afectuoso recuerdo y saludo, mientras a vosotros aquí presentes y a ellos imparto mi especial bendición apostólica.





                                                                                  Septiembre de 1984


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL MOVIMIENTO DE COMUNIÓN Y LIBERACIÓN

EN EL TREINTA ANIVERSARIO DE SU NACIMIENTO


Sábado 29 de septiembre de 1984



Queridísimos hermanos y amigos:

1. Expreso mi intensa alegría por este encuentro con vosotros, que habéis venido a Roma para festejar los 30 años de vida de vuestro Movimiento y para reflexionar juntamente con el Papa sobre vuestra historia de personas que viven en la Iglesia y están llamadas a colaborar, en intensa comunión, para llevarla al hombre, para dilatarla por el mundo.

Al mirar vuestros rostros, tan abiertos, tan felices por esta fiesta, experimento un sentimiento íntimo de alegría y el deseo de manifestaros mi afecto por vuestra dedicación de fe y el de ayudaros a ser cada día más adultos en Cristo, compartiendo su amor redentor por el hombre.

La exposición fotográfica, que he tenido oportunidad de admirar al entrar en esta aula, las palabras (testimonios, relatos, cantos), que he escuchado hace poco, me han permitido volver a recorrer, como desde adentro, este período de vuestra vida, que es parte de la vida de la Iglesia italiana, y ahora ya no sólo italiana, de nuestro tiempo. Me han dado la posibilidad de ver con claridad los criterios educativos propios de vuestro modo de vivir en la Iglesia, que implican un vivaz e intenso trabajo en los más diversos contextos sociales.

Por todo esto quedo agradecido al Señor, que una vez más me ha hecho admirar su misterio en vosotros, que lo lleváis y debéis llevarlo siempre con la humilde conciencia de ser dúctil arcilla en sus manos creadoras.

Proseguid con esmero por este camino, a fin de que, a través de vosotros, la Iglesia sea cada vez más el ambiente de la existencia redimida del hombre (cf. Homilía en Lugano, 12 de junio de 1984: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 17 de junio de 1984), ambiente fascinador, donde cada hombre encuentra la respuesta al interrogante del significado de su vida: Cristo, centro del cosmos y de la historia.

2. Jesús, el Cristo, Aquel en quien todo fue hecho y todo consiste, es, pues, el principio interpretativo del hombre y de su historia. Afirmar humildemente, pero con igual tenacidad, a Cristo principio y motivo inspirador del vivir y del actuar, de la conciencia y de la acción, significa adherirse a El, para hacer presente adecuadamente su victoria sobre el mundo.

Actuar a fin de que el contenido de la fe se convierta en inteligencia y pedagogía de la vida es la tarea cotidiana del creyente, que hay que realizar en cada situación y ambiente donde está llamado a vivir. Y en esto está la riqueza de vuestra participación en la vida eclesial: un método de educación en la fe para que incida en la vida del hombre y de la historia; en los sacramentos para que produzcan un encuentro con el Señor, y en El, con los hermanos; en la oración, para que sea invocación y alabanza a Dios; en la autoridad, para que sea custodio y garante de la autenticidad del camino eclesial.

42 La experiencia cristiana, comprendida y vivida así, engendra una presencia que pone en cada una de las circunstancias humanas a la Iglesia como lugar donde el acontecimiento de Cristo «escándalo para los judíos... necedad para los paganos» (1Co 1,23-24), vive como horizonte pleno de verdad para el hombre.

3. Nosotros creemos en Cristo, muerto y resucitado, en Cristo presente aquí y ahora, el único que puede cambiar y de hecho cambia, transfigurándolos, al hombre y al mundo.

Vuestra presencia cada vez más consistente y significativa en la vida de la Iglesia en Italia y en las distintas naciones, donde vuestra experiencia comienza a difundirse, se debe a esta certeza, que debéis profundizar y comunicar, porque ella es la que causa impacto en el hombre. Es significativo, a este propósito, y es preciso notarlo, como el Espíritu Santo, para continuar con el hombre de hoy el diálogo comenzado por Dios en Cristo y proseguido a lo largo de toda la historia cristiana, ha suscitado en la Iglesia contemporánea múltiples movimientos eclesiales. Son un signo de la libertad de formas, en que se realiza la única Iglesia, y representa una novedad segura, que todavía ha de ser adecuadamente comprendida en toda su positiva eficacia para el Reino de Dios que actúa en el hoy de la historia.

Ya mi venerado predecesor, el Papa Pablo VI, dirigiéndose a los miembros de la comunidad florentina de Comunión y Liberación, el 28 de diciembre de 1977, afirmaba: «Os damos las gracias también por los testimonios valientes, fieles, firmes que habéis dado en este período un poco turbado por ciertas incomprensiones de las que os habéis visto rodeados. Estad contentos, sed fieles, sed fuertes y estad alegres y llevad con vosotros el testimonio de que la vida cristiana es hermosa, es fuerte, es serena, es capaz realmente de transformar la sociedad en la que está inserta».

4. Cristo es la presencia de Dios para el hombre, Cristo es la misericordia de Dios hacia los pecadores. La Iglesia, Cuerpo místico de Cristo y nuevo Pueblo de Dios, lleva al mundo esta tierna benevolencia del Señor, encontrando y sosteniendo al hombre en toda situación, en todo ambiente, en toda circunstancia.

Al hacerlo así, la Iglesia contribuye a engendrar esa cultura de la verdad y del amor, que es capaz de reconciliar a la persona consigo misma y con el propio destino. De este modo la Iglesia se convierte en signo de salvación para el hombre, del que acoge y valoriza todo anhelo de libertad. La experiencia de esta misericordia nos hace capaces de aceptar al que es diferente de nosotros, de crear nuevas relaciones, de vivir la Iglesia en toda la riqueza y profundidad de su misterio como ilimitada pasión de diálogo con el hombre por dondequiera se le encuentre.

«Id por todo el mundo» (Mt 29,19), es lo que Cristo dijo a sus discípulos. Y yo repito a vosotros: «Id por todo el mundo a llevar la verdad, la belleza y la paz, que se encuentra en Cristo Redentor». Esta invitación que Cristo hizo a todos los suyos y que Pedro tiene el deber de renovar sin tregua, ha entretejido ya vuestra historia. Durante estos 30 años os habéis abierto a las situaciones más variadas, sembrando las semillas de una presencia de vuestro Movimiento. Se que habéis echado raíces ya en 18 naciones del mundo: En Europa, África, América, y sé también la insistencia con que en otros países solicitan vuestra presencia. Haceos cargo de esta necesidad eclesial: ésta es la consigna que os dejo hoy.

5. Sé que comprendéis bien la imprescindible importancia de una verdadera y plena comunión entre varios sectores de la comunidad eclesial. Por tanto, estoy seguro de que no dejaréis de esforzaros, con renovado ardor en la búsqueda de los modos más aptos para desarrollar vuestra actividad en sintonía y colaboración con los obispos, con los párrocos y con todos los otros movimientos eclesiales.

Llevad a todo el mundo el signo sencillo y transparente del acontecimiento de la Iglesia. La auténtica evangelización comprende y responde a las necesidades del hombre concreto, porque hace que se encuentre a Cristo en la comunidad Cristiana. El hombre de hoy tiene una necesidad particular de tener ante sí, con claridad y evidencia a Cristo, como signo profundo de su nacer, vivir y morir, de su sufrimiento y de su alegría.

Que la Virgen, Madre de Dios y de la Iglesia, os guíe constantemente en el camino de la vida. Conociendo vuestra devoción a la Virgen, deseo que Ella sea para todos vosotros la «Estrella de la mañana», que ilumine y corrobore vuestro generoso compromiso de testimonio cristiano en el mundo contemporáneo.





                                                                                  Octubre de 1984


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DEL PERÚ

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


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Jueves 4 de octubre de 1984



Queridos Hermanos en el episcopado,:

1. Tengo hoy el gozo de acoger a un numeroso grupo de Pastores de diversas Iglesias particulares del Perú estrechados en el afecto fraterno que os une al Papa y que os permite experimentar más vivamente la comunión con la Iglesia universal.

En vosotros reconozco y saludo a cada una de vuestras diócesis que son “una porción del pueblo de Dios cuyo cuidado pastoral se encomienda al Obispo con la colaboración del presbiterio, de manera que, unida a su pastor y congregada por él en el Espíritu Santo mediante el Evangelio y la Eucaristía, constituya una Iglesia de Cristo una, santa, católica y apostólica” (Codex Iuris Canonici CIC 369). Estas palabras del Código de Derecho Canónico resumen la doctrina del Concilio Vaticano II, delinean de manera nítida vuestro ministerio y responsabilidad, así como la riqueza fundamental de cada una de vuestras diócesis.

2. En el centro mismo de vuestras Iglesias particulares y como tarea esencial de vuestro ministerio hay que poner la evangelización en el pleno sentido de la palabra, es decir, el anuncio, la celebración y la vivencia de Jesucristo, el único Salvador “pues ningún otro nombre nos ha sido dado bajo el cielo, entre los hombres, por el cual podamos ser salvos” (Ac 4,12).

El anuncio vibrante y gozoso de Jesucristo es vuestra tarea primordial de Pastores. Toda la originalidad de la Iglesia radica en este anuncio. Toda la fuerza de su mensaje se concentra en la constante identificación con el Evangelio vivo que es Jesucristo, presente en la Iglesia. Con la consiguiente llamada a la conversión que implica, con la fuerza transformadora de los corazones y de las estructuras que contiene la palabra viva del Evangelio, la cual es capaz de engendrar hombres nuevos, comunidades nuevas, familias nuevas, una sociedad nueva.

Por ello, nuestra fe en Jesucristo es también confianza en la fuerza renovadora del Evangelio, que, iluminando el corazón de los hombres, desencadena la original revolución del amor, de las bienaventuranzas, de la comunión espiritual entre los hermanos, llevada hasta la comunión de los bienes, como en la primera comunidad cristiana.

Vuestros pueblos, con una fe fundamentada en los puntos centrales de la evangelización, como son el anuncio de Jesucristo Crucificado y Resucitado, el amor entrañable al misterio de la Encarnación y de su Nacimiento, unido a la devoción filial a la Virgen María, está ya sensibilizado para acoger una renovada y ulterior evangelización. Una evangelización que ha de ser sistemática, explícita y profunda, para que los fieles puedan también superar el acoso existente por parte de grupos de diverso signo que quieren arrancarles el tesoro de su fe católica.

3. Por eso es necesario que al anuncio de Jesucristo corresponda asimismo la celebración de su misterio en la liturgia de la Iglesia, ya que la vida de Cristo se comunica a los fieles por medio de los sacramentos, y así se unen de manera misteriosa pero real a El, muerto y glorificado (Lumen Gentium LG 7). Y como todos los fieles tienen derecho a entrar en esta comunión con Jesús a través del ministerio de la Iglesia, hay que fomentar la participación en la Eucaristía, la asiduidad al sacramento de la penitencia, la recepción oportuna de la unción de los enfermos, a través de la generosa caridad pastoral de los sacerdotes.

En efecto, la liturgia celebrada según las normas de la Iglesia y activamente participada, garantiza la más auténtica catequesis en las palabras, en los signos sagrados, a los que tan sensibles son vuestros fieles. Y como la liturgia es esencialmente obra de la Iglesia y no puede ser monopolio de ningún grupo en la forma de celebrarla, habrá de ser el espejo de una comunidad eclesial viva, unida a sus Pastores, comprometida en vivir lo que celebra, llevando a la existencia de cada día la gracia de la Palabra predicada, de la oración compartida, de la comunión con Cristo y con los hermanos en la Eucaristía. No cabe duda de que la religiosidad popular, tan arraigada en vuestro pueblo, con la riqueza de sentimientos que nacen del corazón y con la expresividad de los gestos de devoción, tiene que ser debidamente orientada, para hacerla capaz de preparar y prolongar ese encuentro con el misterio de Cristo que se hace real en la Palabra, en los sacramentos, en la Eucaristía.

4. Al mismo tiempo, el anuncio y la celebración del misterio de Cristo han de hacerse vida, acción. Porque si es verdad que no se puede vivir como Cristo si no se vive en El, también es cierto que no se puede vivir en El si no se vive como El vivió, como El nos ha enseñado. El Evangelio ha de ser, pues, norma de vida, garantía de un recto comportamiento ético personal y social; ha de ser exigencia de justicia y de misericordia, programa de reconciliación en la sociedad, estímulo hacia un nuevo orden en el que se promuevan los derechos de los hombres, hermanos nuestros. Consecuentemente, los cristianos deben ser los primeros en dar ejemplo de estas exigencias del Evangelio, comprometiéndose en los deberes de solidaridad práctica, sin los cuales aun la justa denuncia es insuficiente.

44 En esta tarea necesitáis la colaboración de todos vuestros fieles, de los catequistas, de laicos comprometidos. Pero sois vosotros, con los sacerdotes y religiosos, los que tenéis una imprescindible función de orientación.

Vosotros y vuestros sacerdotes conocéis sin duda de cerca la tragedia del hombre concreto de vuestros campos y ciudades, amenazado a diario en su misma subsistencia, agobiado por la miseria, el hambre, la enfermedad, el desempleo; ese hombre desventurado que tantas veces más que vivir sobrevive en situaciones infrahumanas. Ciertamente en ellas no está presente la justicia ni la dignidad mínima que los derechos humanos reclaman. Y cuanto más dura es la situación, más inadmisibles son las actitudes de sistemas que se inspiran en principios de pura utilidad económica para beneficio de sectores privilegiados. Y tanto más seductoras pueden vislumbrarse opciones de sesgo ideológico que recurren a caminos de corte materialista, a la lucha de clases, a la violencia, a los juegos de poder que no tienen en la debida cuenta los derechos fundamentales del hombre.

Frente a ello es preciso recordar una vez más que “en el centro del mensaje del cual es depositaria, ella (la Iglesia) encuentra inspiración para actuar en favor de la fraternidad, de la justicia, de la paz, contra todas las dominaciones, esclavitudes, discriminaciones, violencias, atentados a la libertad religiosa, agresiones contra el hombre y cuanto atenta a la vida” (Ioannis Pauli PP. II, Allocutio ad Episcopos Americae Latinae, III Coetu Generali ineunte,
III 2,0, die ian. 1979: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, II (1979) 203; Gaudium et Spes, 26. 27. 29)

Es por ello necesario que todos los Pastores de la Iglesia en Perú, los miembros del clero secular y regular, así como los otros colaboradores o agentes de evangelización trabajen seriamente —y donde lo requiera el caso con aún mayor empeño— en la causa de la justicia y de la defensa del pobre.

Pero considerando a éste no de modo reductivo, clasístico o confinado a la sola esfera material, sino en toda su dimensión espiritual y trascendente, con la consecuente exigencia de liberarlo ante todo del pecado, fuente de todo desorden, ofreciéndole la salvación en Cristo. Una labor que debe ejercerse en espíritu inequívocamente eclesial y evangélico, en unión con los propios Pastores y con el Papa.

Por parte vuestra, dad la plena seguridad —a los miembros de vuestras diócesis que trabajan con ese espíritu en favor de los pobres— de que la Iglesia quiere mantener su opción preferencial por éstos y alienta el empeño de cuantos, fieles a las directrices de la Jerarquía, se entregan generosamente en favor de los más necesitados como parte inseparable de su propia misión.

De esta manera el imprescindible clamor por la justicia y la necesaria solidariedad preferente con el pobre, no necesitarán hipotecarse a ideologías extrañas a la fe, como si fueran éstas las que guardan el secreto de la verdadera eficacia.

5. Esta urgente llamada a la evangelización integral tiene también como punto de referencia los otros problemas que vosotros mismos me habéis presentado en vuestros informes, y que tiene como centro de vuestras preocupaciones la decadencia moral en muchos sectores de la vida pública.

Sé que miráis con gran preocupación pastoral los problemas que afectan al núcleo familiar y la educación de los jóvenes: el aumento de familias desunidas por causa del divorcio, del adulterio, de las uniones sin el vinculo del matrimonio cristiano (y con frecuencia los malos ejemplos vienen de los altos estratos de la sociedad, con un influjo pernicioso en las clases más humildes). Se está extendiendo asimismo la plaga del aborto, de la contracepción, de las relaciones prematrimoniales, con un avance de la pornografía y una permisividad en las costumbres que destruye el pudor. Todo ello —no habría por qué recordarlo— es contrario al Evangelio, a la misma dignidad humana e incluso a las mejores exigencias de vuestras tradiciones ancestrales.

A ello habrá que añadir el grave problema de la droga, que corrompe la sociedad y destruye la vida de los jóvenes. Así como el actual y lamentable fenómeno de la violencia organizada que recae sobre víctimas inocentes y que puede a veces desencadenar una represión no ecuánime. Este tema os ocupó oportunamente en la exhortación del 3 agosto 1983.

La Iglesia, que conoce la dignidad y el destino trascendente del hombre, ha de levantar su voz contra cuanto deprime la dignidad de los hombres y de los pueblos. Por eso os pido que a la palabra de anuncio del Evangelio juntéis también la coherente denuncia de los abusos y la promoción de las iniciativas aptas a salvaguardar los verdaderos ideales humanos y espirituales de vuestros fieles.

45 6. En esta tarea de evangelización y de promoción humana pueden y deben ser para vosotros de gran ayuda los religiosos y las religiosas. Como Pastores de la Iglesia tenéis también encomendada la promoción de la vida religiosa y la vigilancia de todas las actividades de los religiosos que se refieren directamente a la cura de almas, el ejercicio público del culto divino y las obras de apostolado (Codex Iuris Canonici CIC 678, § 1).

Se trata de un factor importantísimo de la vida de la Iglesia, ya que los religiosos y las religiosas contribuyen a la construcción de cada una de las Iglesias particulares con el testimonio de su vida y con su dedicación apostólica, como he recordado recientemente en mi Exhortación Apostólica “Redemptionis Donum” (Redemptionis Donum, 14. 15).

Os pido, por ello, que como Pastores sigáis con atención la vida religiosa, para que esté cada vez más enraizada en vuestro pueblo, y en más perfecta comunión con las orientaciones del Magisterio y con los planes pastorales de los Obispos. A tal fin habrá que desarrollar relaciones mutuas adecuadas, para asegurar la presencia y la eficacia de la vida religiosa, a nivel diocesano y nacional.

7. Queridos Hermanos: En el diálogo de la caridad he querido comunicar con vosotros algunas reflexiones sobre puntos de particular importancia y que ahora confío a vuestra responsabilidad y a la de vuestras Iglesias particulares.

Sé bien que el ejercicio del ministerio episcopal requiere muchos esfuerzos y abnegación, como también y principalmente la estrecha unión entre vosotros y con el Sucesor de Pedro, porque el gobierno pastoral ha de expresarse en lo doctrinal en orientaciones claras, precisas, exentas de ambigüedad y de vacilaciones, sobre todo en aquellos asuntos en los que los fieles necesitan una palabra esclarecedora. A este propósito viene a mi mente el retrato del buen Pastor que nos dejó Pablo VI en la “Evangelii Nuntiandi”: “El predicador del evangelio será aquel que, aun a costa de renuncias y sacrificios, busca siempre la verdad que debe transmitir a los demás. No vende ni disimula jamás la verdad por el deseo de agradar a los hombres, de causar asombro, ni por originalidad o deseo de aparentar . . . Pastores del pueblo de Dios: nuestro servicio pastoral nos pide que guardemos, defendamos y comuniquemos la verdad, sin reparar en sacrificios” (Evangelii Nuntiandi EN 78).

Por ello, la función magisterial del Pastor obligará a veces a tomar posiciones en nombre de la verdad, máxime si ésta es tergiversada o soslayada. Obligará, al mismo tiempo, a ser guías como Maestros en la fe, humilde pero claramente, también en el campo de la Teología, la cual debe seguir una metodología propia adecuada, con una sana hermenéutica bíblica, cuyo discurso no puede ser sustituido por el discurso de las ciencias humanas, como acaba de recordar la reciente Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe.

En esta Instrucción los Pastores deben ver también una exhortación a discernir con realismo y objetividad la situación doctrinal y pastoral de las diferentes situaciones locales, a fin de que no falten al clero, a los religiosos y religiosas y a los fieles laicos las orientaciones oportunas y necesarias. Esto pertenece sin duda al retrato y a la misión del Buen Pastor.

Con gran confianza en vuestro reconocido celo y amor a la Iglesia, a la que tan generosamente estáis entregando lo mejor de vuestras vidas, os aliento a proseguir vuestra tarea eclesial. Conozco bien vuestros esfuerzos en favor de las vocaciones, de la juventud, de una catequesis sólida y sistemática, y en favor de tantas otras realizaciones apostólicas. Pido por ello para vosotros la luz y gracia del Espíritu, que “rejuvenece a la Iglesia con la fuerza del Evangelio” (Lumen Gentium LG 4). y suplico a la Madre de Jesús y nuestra que os sostenga, consuele y fortalezca en la obra de construcción en la fe de vuestras comunidades eclesiales. A vosotros y a cada uno de los miembros de las mismas, expreso mi profundo afecto y bendigo de corazón.






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