Audiencias 1986 61

61 La "serpiente antigua" provoca a la mujer: " 'Con que os ha mandado Dios que no comáis de los árboles del paraíso?'. Y respondió la mujer a la serpiente: Del fruto de los árboles del paraíso comemos, pero del fruto del que está en medio del paraíso nos ha dicho Dios: 'No comáis de él, ni lo toquéis siquiera, no vayáis a morir'. Y dijo la serpiente a la mujer: 'No, no moriréis; es que sabe Dios que el día que de él comáis se os abrirán los ojos y seréis como Dios, conocedores del bien y del mal' " (Gn 3,1-5).

5. No es difícil descubrir en este texto los problemas esenciales de la vida del hombre ocultos en un contenido aparentemente tan sencillo. El comer o no comer del fruto de cierto árbol puede parecer una cuestión irrelevante. Sin embargo, el árbol "de la ciencia del bien y del mal" significa el primer principio de la vida humana, al que se une un problema fundamental.El tentador lo sabe muy bien, por ello dice: "El día que de él comiereis... seréis como Dios, conocedores del bien y del mal". El árbol significa, por consiguiente, el límite infranqueable para el hombre y para cualquier criatura, incluso para la más perfecta. La criatura es siempre, en efecto, sólo una criatura, y no Dios. No puede pretender de ningún modo ser "como Dios", "conocedora del bien y del mal" como Dios. Sólo Dios es la fuente de todo ser, sólo Dios es la Verdad y la Bondad absolutas, en quien se miden y en quien se distingue el bien del mal. Sólo Dios es el Legislador eterno, de quien deriva cualquier ley en el mundo creado, y en particular la ley de la naturaleza humana (lex naturae). El hombre, en cuanto criatura racional, conoce esta ley y debe dejarse guiar por ella en la propia conducta. No puede pretender establecer él mismo la ley moral, decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, independientemente del Creador, más aún, contra el Creador. No puede, ni el hombre ni ninguna otra criatura, ponerse en el lugar de Dios, atribuyéndose el dominio del orden moral, contra la constitución ontológica misma de la creación, que se refleja en la esfera psicológico-ética con los imperativos fundamentales de la conciencia y, en consecuencia, de la conducta humana.

6. En el relato del Génesis, bajo la apariencia de una trama irrelevante, a primera vista, se encuentra, pues, el problema fundamental del hombre, ligado a su misma condición de criatura: el hombre como ser racional debe dejarse guiar por la "Verdad primera", que es, por lo demás, la verdad de su misma existencia. El hombre no puede pretender constituirse él mismo en el lugar que corresponde a esta verdad o ponerse a su mismo nivel. Cuando se pone en duda este principio, se conmueve, en la raíz misma del actuar humano, el fundamento de la "justicia" de la criatura en relación con el Creador. Y de hecho el tentador, "padre de la mentira", insinuando la duda sobre la verdad de la relación con Dios, cuestiona el estado de justicia original. Por su parte el hombre, cediendo al tentador, comete un pecado personal y determina en la naturaleza humana el estado de pecado original.

7. Tal como aparece en el relato bíblico, el pecado humano no tiene su origen primero en el corazón (y la conciencia) del hombre, no brota de una iniciativa espontánea del hombre. Es, en cierto sentido, el reflejo y la consecuencia del pecado ocurrido ya anteriormente en el mundo de los seres invisibles. A este mundo pertenece el tentador, "la serpiente antigua". Ya antes ("antiguamente") estos seres dotados de conciencia y de libertad habían sido "probados" para que optaran de acuerdo con su naturaleza puramente espiritual. En ellos había surgido la "duda" que, como dice el tercer capítulo del Génesis, inyecta el tentador en los primeros padres. Ya antes, aquellos seres habían sospechado y habían acusado a Dios, que, en cuanto Creador es la sola fuente de la donación del bien a todas las criaturas y, especialmente, a las criaturas espirituales. Habían contestado la verdad de la existencia, que exige la subordinación total de la criatura al Creador. Esta verdad había sido suplantada por una sospecha originaria, que los había conducido a hacer de su propio espíritu el principio y la regla de la libertad. Ellos habían sido los primeros en pretender poder "ser conocedores del bien y del mal como Dios", y se habían elegido a sí mismos en contra de Dios, en lugar de elegirse a sí mismos "en Dios", según las exigencias de su ser de criaturas: porque, "¿Quién como Dios?". Y el hombre, al ceder a la sugerencia del tentador, se hizo secuaz y cómplice de los espíritus rebeldes.

8. Las palabras, que, según Gen 3, oyó el primer hombre junto al "árbol de la ciencia del bien y del mal", esconden en sí toda la carga de mal que puede nacer en la voluntad libre de la criatura en sus relaciones con Aquel que, en cuanto Creador, es la fuente de todo ser y de todo bien: ¡Él, que, siendo Amor absolutamente desinteresado y auténticamente paterno, es, en su misma esencia, Voluntad de don!. Precisamente este Amor que da se encuentra con la objeción, la contradicción, el rechazo.La criatura que quiere ser "como Dios" concreta su actitud expresada perfectamente por San Agustín: "Amor de sí mismo hasta llegar a despreciar a Dios" (cf. De civitate Dei, XIV, 28: PL 41, 436). Esta es tal vez la precisión más penetrante que se puede hacer del concepto de aquel pecado que aconteció en los comienzos de la historia cuando el hombre cedió a la sugerencia del tentador: "Contemptus Dei", rechazar a Dios, despreciar a Dios, odiar todo aquello que tiene que ver con Dios o procede de Dios.

Por desgracia, no se trata de un hecho aislado en los albores de la historia. ¡Cuántas veces nos encontramos ante hechos, gestos, palabras, condiciones de vida en las que se refleja la herencia de aquel primer pecado!.

El Génesis pone aquel pecado en relación con Satanás: y esa verdad sobre la "serpiente antigua" es confirmada luego en muchos pasajes de la Biblia.

9. ¿Cómo se presenta, en este contexto, el pecado del hombre?

El relato de Gen 3 continúa: "Vio, pues, la mujer que el fruto era bueno para comerse, hermoso a la vista y deseable para alcanzar por él la sabiduría, y tomó del fruto y comió, y dio también de él a su marido, que también con ella comió" (Gn 3,6).

¿Qué elemento resalta esta descripción, muy precisa a su modo? Demuestra que el primer hombre actuó contra la voluntad del Creador, subyugado por la seguridad que le había dado el tentador de que "los frutos de este árbol sirven para adquirir el conocimiento". En el relato no se dice que el hombre aceptara plenamente la carga de negación y de odio hacia Dios, contenida en las palabras del "padre de la mentira". Pero aceptó la sugerencia de servirse de una cosa creada contra la prohibición del Creador, pensando que también él -el hombre- puede "como Dios ser conocedor del bien y del mal".

Según San Pablo, el primer pecado del hombre consistió sobre todo en desobedecer a Dios (cf. Rom Rm 5,19). El análisis de Gen. 3 y la reflexión de este texto tan profundo demuestran de qué forma puede surgir esa "desobediencia" y en qué dirección puede desarrollarse en la voluntad del hombre. Se puede afirmar que el pecado "de los comienzos" descrito en Gen 3 contiene en cierto sentido el "modelo" originario de cualquier pecado que pueda realizar el hombre.

Saludos

62 Dirijo mi cordial saludo a los peregrinos que, llegados individualmente o en grupo desde los distintos lugares de América Latina y de España, está presentes en este encuentro.

Saludo asimismo con particular afecto a las Religiosas «Misioneras de Acción Parroquial», así como a las Hermanas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Santos Ángeles. Como recuerdo de vuestra visita, os aliento a seguir viviendo con plena generosidad los ideales de consagración a Dios y de servicio a la iglesia, de acuerdo con vuestro carisma fundacional.

Al grupo de profesores de al Universidad de Córdoba (Argentina) deseo agradecer su presencia en esta Audiencia. Pido de modo especial al Señor por vosotros para que sepáis orientar siempre con sentido ético y cristiano los problemas y las exigencias del mundo de la cultura y de la universidad de vuestra nación.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



Miércoles 17 de septiembre de 1986

La universalidad del pecado en la historia del hombre

Carácter hereditario del pecado

1. Podemos resumir el contenido de la catequesis precedente con las siguientes palabras del Concilio Vaticano II: "Constituido por Dios en estado de santidad, el hombre, tentado por el maligno, abusó de su libertad desde los comienzos de la historia, erigiéndose contra Dios y pretendiendo conseguir su fin al margen de Dios" (Gaudium et spes ). Queda así resumido a lo esencial el análisis del primer pecado en la historia de la humanidad, análisis que hemos realizado sobre la base del libro del Génesis (Gn 3).

Se trata del pecado de los primeros padres. Pero a él se une una condición de pecado que alcanza a toda la humanidad y que se llama pecado original. ¿Qué significa esta denominación? En realidad el término no aparece ninguna vez en la Sagrada Escritura. La Biblia, por el contrario, sobre el trasfondo de Gén 3, describe en los siguientes capítulos del Génesis y en otros libros una auténtica "invasión"del pecado, que inunda el mundo, como consecuencia del pecado de Adán, contagiando con una especie de infección universal a la humanidad entera.

2. Ya en Gén 4 leemos lo que ocurrió entre los dos primeros hijos de Adán y Eva: el fratricidio realizado por Caín en Abel, su hermano menor (cf. Gn 4,3-15). Y en el capítulo 6 se habla ya de la corrupción universal a causa del pecado: "Vio Yavé cuanto había crecido la maldad del hombre sobre la tierra y que su corazón no tramaba sino aviesos designios todo el día" (Gn 6,5). Y más adelante: "Vio, pues, Dios, que todo en la tierra era corrupción, pues toda carne había corrompido su camino sobre la tierra" (Gn 6,12). El libro del Génesis no duda en afirmar en este contexto: "Yavé se arrepintió de haber hecho al hombre sobre la tierra, doliéndose grandemente en su corazón" (Gn 6,6).

También según este mismo libro, la consecuencia de aquella corrupción universal a causa del pecado fue el diluvio en tiempos de Noé (Gn 7-9). En el Génesis se alude también a la construcción de la torre de Babel (Gn 11,1-9), que se convirtió —contra las intenciones de los constructores— en ocasión de dispersión para los hombres y de la confusión de las lenguas. Lo cual significa que ningún signo externo y, de forma análoga, ninguna convención puramente terrena es capaz de realizar la unión entre los hombres si falta el arraigo en Dios. En este sentido debemos observar que, en el transcurso de la historia, el pecado se manifiesta no sólo como una acción que se dirige claramente "contra" Dios; a veces es incluso un actuar "sin Dios", como si Dios no existiese; es pretender ignorarlo, prescindir de Él, para exaltar en su lugar el poder del hombre, que se considera así ilimitado. En este sentido la "torre de Babel" puede constituir una admonición también para los hombres de hoy. Por esta misma razón la recordé en la Exhortación Apostólica Reconciliatio et paenitentia (13-15).

63 3. El testimonio sobre la pecaminosidad general de los hombres, tan claro ya en el libro del Génesis, vuelve a aparecer de diversas formas en otros textos de la Biblia. En cada uno de los casos esta condición universal de pecado es relacionada con el hecho de que el hombre vuelve la espalda a Dios. San Pablo, en la Carta a los Romanos, habla con elocuencia singular de este tema: "Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir, que los lleva a cometer torpezas, y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos o calumniadores, abominadores de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres, insensatos, desleales, desamorados, despiadados...; los cuales troncaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Amén. Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza; igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibieron en sí mismos el pago debido a su extravío... Y, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen" (Rm 1, 28-31, 25-27. 32).

Se puede decir que es ésta una descripción lapidaria de la "situación de pecado" en la época en que nació la Iglesia, en la época en que San Pablo escribía y actuaba con los demás Apóstoles. No faltaban, cierto, valores apreciables en aquel mundo, pero éstos se hallaban ampliamente contagiados por las múltiples infiltraciones del pecado. El cristianismo afrontó aquella situación con valentía y firmeza, logrando obtener de sus seguidores un cambio radical de costumbres, fruto de la conversión del corazón, la cual dio luego una impronta característica a las culturas y civilizaciones que se formaron y desarrollaron bajo su influencia. En amplios estratos de la población, especialmente en determinadas naciones, se sienten aún los beneficios de aquella herencia.

4. Pero en los tiempos en que vivimos, es sintomático que una descripción parecida a la de San Pablo en la Carta a los Romanos se halle en la Constitución Gaudium et spes del Concilio Vaticano II: "...cuanto atenta contra la vida —homicidios de cualquier clase, genocidios, aborto, eutanasia y el mismo suicidio deliberado—; cuanto viola la integridad de la persona humana, como por ejemplo, las mutilaciones, las torturas morales o físicas, los conatos sistemáticos por dominar la mente ajena; cuanto ofende a la dignidad humana, como son las condiciones infrahumanas de vida, las detenciones arbitrarias, las deportaciones, la esclavitud, la prostitución, la trata de blancas y de jóvenes; o las condiciones laborales degradantes, que reducen al obrero al rango de mero instrumento de lucro, sin respeto a la libertad y a la responsabilidad de la persona humana: todas estas prácticas y otras parecidas son en sí mismas infamantes, degradan la civilización humana, deshonran más a sus autores que a sus víctimas y son totalmente contrarias al honor debido al Creador" (Gaudium et spes GS 27).

No es éste el momento de hacer un análisis histórico o un cálculo estadístico para establecer en qué medida representa este texto conciliar —entre otras muchas denuncias de los Pastores de la Iglesia e incluso de estudiosos y maestros católicos y no católicos— una descripción de la "situación de pecado" en el mundo actual. Es cierto, sin embargo, que más allá de su dimensión cuantitativa, la presencia de estos hechos es una dolorosa y tremenda prueba más de aquella "infección" de la naturaleza humana, cual se deduce de la Biblia y la enseña el Magisterio de la Iglesia, como veremos en la próxima catequesis.

5. Aquí nos contentaremos con hacer dos constataciones. La primera es que la Revelación Divina y el Magisterio de la Iglesia, que es el intérprete auténtico de aquélla, hablan inmutable y sistemáticamente de la presencia y de la universalidad del pecado en la historia del hombre. La segunda es que esta situación de pecado que se repite generación tras generación, es percibida "desde fuera" en la historia por los graves fenómenos de patología ética que pueden observarse en la vida personal y social; pero tal vez se puede reconocer mejor y resulta más impresionante aún si miramos al "interior" del hombre.

De hecho el mismo documento del Concilio Vaticano II afirma en otro lugar: "Lo que la Revelación nos dice coincide con la experiencia: el hombre, en efecto, cuando examina su corazón, comprueba su inclinación al mal y se siente anegado por muchas miserias, que no pueden tener su origen en su Santo Creador. Al negarse con frecuencia a reconocer a Dios como su principio, el hombre rompe la debida subordinación a su fin último, y también toda su ordenación, tanto en lo que toca a su propia persona como a las relaciones con los demás y con el resto del mundo" (Gaudium et spes GS 13).

6. Estas afirmaciones del Magisterio de la Iglesia de nuestros días contienen en sí no sólo los datos de la experiencia histórica y espiritual, sino además y sobre todo un reflejo fiel de la enseñanza que se repite en muchos libros de la Biblia, comenzando con aquella descripción de Gén 3, que hemos analizado precedentemente, como testimonio del primer pecado en la historia del hombre en la tierra. Aquí recordaremos sólo las dolorosas preguntas de Job: "¿Podrá el hombre presentarse como justo ante Dios? ¿Será puro el varón ante su Hacedor?" (Jb 4,17). "¿Quién podrá sacar pureza de lo impuro?" (Jb 14,4). "¿Qué es el hombre para creerse puro, para decirse justo el nacido de mujer?" (Jb 15,14). Y la otra pregunta, semejante a ésta, del libro de los Proverbios: "¿Quién podrá decir: 'He limpiado mi corazón, estoy limpio de pecado'?" (Pr 20,9).

El mismo grito resuena en los Salmos: "No llames (Señor) a juicio a tu siervo, pues ningún hombre vivo es inocente frente a Ti" (Sal 142/143, 2). "Los impíos se han desviado desde el seno (materno); los mentirosos se han extraviado desde el vientre (de su madre)" (Sal 57/58, 4). "Mira, en la culpa nací, pecador me concibió mi madre" (Sal 50/51, 7).

Todos estos textos indican una continuidad de sentimientos y de ideas en el Antiguo Testamento y, como mínimo, plantean el difícil problema del origen de la condición universal de pecado.

7. La Sagrada Escritura nos impulsa a buscar la raíz del pecado en el interior del hombre, en su conciencia, en su corazón. Pero al mismo tiempo presenta el pecado como un mal hereditario. Esta idea parece expresada en el Salmo 50, de acuerdo con el cual el hombre "concebido" en el pecado grita a Dios: "Oh Dios, crea en mí un corazón puro" (Sal 50/51, 12). Tanto la universalidad del pecado como su carácter hereditario, por lo cual es en cierto sentido "congénito" a la naturaleza humana, son afirmaciones que se repiten frecuentemente en el libro sagrado. Por ejemplo. en el Sal. 13: "Se han corrompido cometiendo execraciones, no hay quien obre bien" (Sal 13/14, 30).

8. Desde el contexto bíblico, se pueden entender las palabras de Jesús sobre la "dureza de corazón" (cf. Mt 19,8). San Pablo concibe esta "dureza de corazón" principalmente como debilidad moral, es más, como una especie de incapacidad para hacer el bien. Estas son sus palabras: "... pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado. Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago" (Rm 7,14-15). "Porque el querer el bien está en mí, pero hacerlo no... " (Rm 7,18). "Queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega" (Rm 7,21). Palabras que, como se ha señalado muchas veces, presentan una interesante analogía con aquellas del poeta pagano: "Video meliora proboque, deteriora sequor" (cf. Ovidio, Metamorph. 7, 20).

64 En ambos textos (pero también en otros de espiritualidad y de la literatura universal) se reconoce el surgir de uno de los aspectos más desconcertantes de la experiencia humana, en torno al cual sólo la revelación del pecado original ofrece algo de luz.

9. La enseñanza de la Iglesia de nuestros días, expresada de forma especial en el Concilio Vaticano II, reflexiona puntualmente sobre la verdad revelada cuando habla del "mundo... fundado y conservado por el amor del Creador, esclavizado bajo la servidumbre del pecado" (Gaudium et spes
GS 2). En la misma Constitución pastoral se lee lo siguiente: "A través de toda la historia humana existe una dura batalla contra el poder de las tinieblas, que, iniciada en los orígenes del mundo, durará, como dice el Señor, hasta el día final. Enzarzado en esta pelea, el hombre ha de luchar continuamente para acatar el bien, y sólo a costa de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios, es capaz de establecer la unidad en sí mismo" (Gaudium et spes GS 37).

Saludos

Saludo ahora con afecto a los peregrinos y visitantes de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial dirijo mi saludo a los consiliarios y dirigentes laicos de distintos Movimientos de Apostolado Seglar de la diócesis de Orihuela-Alicante (España), a la peregrinación de Puerto Rico y al grupo de egresados de la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina). Que vuestra visita a la tumba del Apóstol Pedro os anime a ser testigos auténticos de vuestra fe ante los demás y a desempeñar con responsabilidad vuestra actividad profesional.

Me es grato saludar igualmente a la Directiva y jugadores de fútbol del Real Zaragoza. A1 recordar con complacencia mis dos visitas pastorales a esa conocida ciudad mariana, os invito a ser siempre forjadores de fraternidad y solidaridad humana a través de vuestras manifestaciones deportivas.

Saludo por último al Grupo Musical San José de Mahón (Menorca-España). Que vuestra actividad musical sirva para que la sociedad se acerque cada vez más a los valores del espíritu, tan necesarios para ver a Dios en los acontecimientos de cada día.

A todos vosotros imparto de corazón mi Bendición Apostólica.



Miércoles 24 de septiembre de 1986

Las enseñanzas de la Iglesia sobre el pecado original

1. Gracias a las catequesis dadas en el ámbito del ciclo actual, tenemos ante nuestros ojos, por una parte, el análisis del primer pecado de la historia del hombre según la descripción contenida en Gén 3; por otra, la amplia imagen de lo que enseña la Revelación divina sobre el tema de la universalidad y del carácter hereditario del pecado. Esta verdad la propone constantemente el Magisterio de la Iglesia, también en nuestra época. Por ello es de rigor referirse a los documentos del Vaticano II, especialmente a la Constitución Gaudium et spes, sin olvidar la Exhortación post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (1984).

2. Fuente de este Magisterio es sobre todo el pasaje del libro del Génesis, en el que vemos que el hombre, tentado por el Maligno ("el día que de él comáis... seréis como Dios, conocedores del bien y del mal": Gn 3,5), "abusó de su libertad, levantándose contra Dios y pretendiendo alcanzar su propio fin al margen de Dios" (Gaudium et spes GS 13). Entonces "abriéronse los ojos", de ambos (es decir del hombre y de la mujer) ", ...y vieron que estaban desnudos" (Gn 3,7). Y cuando el Señor "llamó al hombre, diciendo: '¿Dónde estás?', Éste contestó: 'Temeroso porque estaba desnudo, me escondí' " (Gn 3,9-10). Una respuesta muy significativa. El hombre que anteriormente (en estado de justicia original), se entretenía amistosa y confiadamente con el Creador en toda la verdad de su ser espiritual-corpóreo, creado a imagen de Dios, ha perdido ahora el fundamento de aquella amistad y alianza. Ha perdido la gracia de la participación en la vida de Dios: el bien de pertenecer a Él en la santidad de la relación original de subordinación y filiación. El pecado, por el contrario, hizo sentir inmediatamente su presencia en la existencia y en todo el comportamiento del hombre y de la mujer: vergüenza de la propia transgresión y de la condición consecuente de pecadores y, por tanto, miedo a Dios. Revelación y análisis psicológico se asocian en esta página bíblica para expresar el "estado" del hombre tras la caída.

65 3. Hemos visto que de los libros del Antiguo y del Nuevo Testamento surge otra verdad: algo así como una "invasión" del pecado en la historia de la humanidad. El pecado se ha convertido en el destino común del hombre, en su herencia "desde el vientre materno". "Pecador me concibió mi madre", exclama el Salmista en un momento de angustia existencial, en el que se unen el arrepentimiento y la invocación de la misericordia divina (Sal 50/51). Por su parte, San Pablo, que se refiere con frecuencia, como vimos en la anterior catequesis, a esa misma angustiosa experiencia, formula teóricamente esta verdad en la Carta a los Romanos: "Todos nos hallamos bajo el pecado" (Rm 3,9). "Que toda boca se cierre y que todo el mundo se confiese reo ante Dios" (Rm 3,19). "Éramos por naturaleza hijos de la ira" (Ep 2,3). En todos estos textos se trata de alusiones a la naturaleza humana abandonada a sí misma, sin la ayuda de la gracia, comentan los biblistas; a la naturaleza tal como se ha visto reducida por el pecado de los primeros padres, y, por consiguiente, a la condición de todos sus descendientes y herederos.

4. Los textos bíblicos sobre la universalidad y sobre el carácter hereditario del pecado, casi "congénito" a la naturaleza en el estado en el que todos los hombres la reciben en la misma concepción por parte de los padres, nos introduce en el examen más directo de la doctrina católica sobre el pecado original.

Se trata de una verdad transmitida implícitamente en las enseñanzas de la Iglesia desde el principio y convertida en declaración formal del Magisterio en el Sínodo XV de Cartago el año 418 y en el Sínodo de Orange del año 529, principalmente contra los errores de Pelagio (cf. DS DS 222-223 DS 371-372). Posteriormente, en el período de la Reforma dicha verdad fue formulada solemnemente por el Concilio de Trento en 1546 (cf. DS DS 1510-1516). El Decreto tridentino sobre el pecado original expresa esta verdad en la forma precisa en que es objeto de la fe y de la doctrina de la Iglesia. Podemos, pues, referirnos a este Decreto para deducir los contenidos esenciales del dogma católico sobre este punto.

5. Nuestros primeros padres (el Decreto dice: "Primum hominem Adam"), en el paraíso terrenal (por tanto, en el estado de justicia y perfección originales) pecaron gravemente, transgrediendo el mandato divino. Debido a su pecado perdieron la gracia santificante; perdieron, por tanto, además la santidad y la justicia en las que habían sido "constituidos" desde el principio, atrayendo sobre sí la ira de Dios. Consecuencia de este pecado fue la muerte como nosotros la experimentamos. Hay que recordar aquí las palabras del Señor en Gén 2, 17: "Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás". Sobre el sentido de esta prohibición hemos tratado en las catequesis anteriores. Como consecuencia del pecado, Satanás logró extender su "dominio" sobre el hombre. El Decreto tridentino habla de "esclavitud bajo el dominio de aquel que tiene el poder de la muerte" (cf. DS DS 1511). Así, pues, la situación bajo el dominio de Satanás se describe como "esclavitud".

Será preciso volver sobre este aspecto del drama de los orígenes para examinar los elementos de "alienación" que trajo consigo el pecado. Resaltemos mientras que el Decreto tridentino se refiere al "pecado de Adán" en cuanto pecado propio y personal de los primeros padres (lo que los teólogos llaman peccatum originale originans), pero no olvida describir las consecuencias nefastas que tuvo ese pecado en la historia del hombre (el llamado peccatum originale originatum).

La cultura moderna manifiesta serias reservas sobre todo frente al pecado original en este segundo sentido. No logra admitir la idea de un pecado hereditario, es decir, vinculado a la decisión de uno que es "cabeza de una estirpe" y no con la del sujeto interesado. Considera que una concepción así contrasta con la visión personalista del hombre y con las exigencias que se derivan del pleno respeto a su subjetividad.

Y sin embargo la enseñanza de la Iglesia sobre el pecado original puede manifestarse sumamente preciosa también para el hombre actual, el cual, tras rechazar el dato de la fe en esta materia, no logra explicarse los subterfugios misteriosos y angustiosos del mal, que experimenta diariamente, y acaba oscilando entre un optimismo expeditivo e irresponsable y un radical y desesperado pesimismo.

En la próxima catequesis nos detendremos a reflexionar sobre el mensaje que la fe nos ofrece acerca de un tema tan importante para el hombre en cuanto individuo y para la humanidad entera.

Saludos

Me es grato saludar ahora a todos los peregrinos de lengua española, procedentes de España y de América Latina.

Dirijo mi saludo, de modo particular, al grupo de Legionarios de Cristo, que han venido a Roma para cursar estudios de filosofía y teología. Que vuestra estadía en la Ciudad Eterna os ayude a seguir descubriendo la universalidad de la Iglesia para amarla cada vez más profundamente.

66 También quiero saludar a la peregrinación de la parroquia de Arén (Lérida) y a la numerosa peregrinación de la parroquia de San Andrés de Llavaneras (Barcelona), acompañada del grupo de “Armats de Mataró”. Que Nuestra Señora de la Merced, patrona de vuestra diócesis y cuya fiesta se celebra hoy, mantenga viva en vuestros corazones la fe cristiana y conceda copiosos frutos a la santa Misión que estáis realizando. Con grande afecto imparto a todos mi Bendición Apostólica.



Octubre de 1986

Miércoles 1 de octubre de 1986

Las enseñanzas de la Iglesia sobre el pecado original.

Las consecuencias que el pecado ha tenido para la humanidad

1. El Concilio de Trento formuló la fe de la Iglesia sobre el pecado original en un texto solemne.

En la catequesis anterior consideramos la enseñanza conciliar relativa al pecado personal de los primeros padres. Vamos a reflexionar ahora sobre lo que dice el Concilio acerca de las consecuencias que el pecado ha tenido para la humanidad.

El texto del Decreto tridentino hace una primera afirmación al respecto:

2. El pecado de Adán ha pasado a todos sus descendientes, es decir, a todos los hombres en cuanto provenientes de los primeros padres y sus herederos en la naturaleza humana, ya privada de la amistad con Dios.

El Decreto tridentino (cf. DS DS 1512) lo afirma explícitamente: el pecado de Adán procuró daño no sólo a él, sino a toda su descendencia. La santidad y la justicia originales, fruto de la gracia santificante, no las perdió Adán sólo para sí, sino también "para nosotros" ("nobis etiam").

Por ello transmitió a todo el género humano no sólo la muerte corporal y otras penas (consecuencias del pecado), sino también el pecado mismo como muerte del alma ("peccatum, quod mors est animae").

67 3. Aquí el Concilio de Trento recurre a una observación de San Pablo en la Carta a los Romanos, a la que hacía referencia ya el Sínodo de Cartago, acogiendo, por lo demás, una enseñanza ya difundida en la Iglesia.

En la traducción actual del texto paulino se lee así: "Como por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos habían pecado" (
Rm 5,12). En el original griego se lee: "©nr ø B<Jgl ³:"kJ@<",expresión que en la antigua Vulgata latina se traducía: "in quo omnes peccaverunt" "en el cual (en él sólo) todos pecaron"; sin embargo los griegos, ya desde el principio, entendían claramente lo que la Vulgata traduce "in quo" como un "a causa de" o "en cuanto", sentido ya aceptado comúnmente en las traducciones modernas. Sin embargo, esta diversidad de interpretaciones de la expresión "©nr ø" no cambia la verdad de fondo contenida en el texto de San Pablo, es decir, que el pecado de Adán (de los progenitores) ha tenido consecuencias para todos los hombres. Por lo demás, en el mismo capítulo de la Carta a los Romanos el Apóstol escribe: "por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores" (Rm 5,19). Y en el versículo anterior: "por la transgresión de un solo llegó la condenación a todos" (Rm 5,18). Así, pues, San Pablo vincula la situación de pecado de toda la humanidad con la culpa de Adán.

4. Las afirmaciones de San Pablo que acabamos de citar y a las cuales se ha remitido el Magisterio de la Iglesia, iluminan, pues, nuestra fe sobre las consecuencias que el pecado de Adán tiene para todos los hombres. Esta enseñanza orientará siempre a los exegetas y teólogos católicos para valorar, con la sabiduría de la fe, las explicaciones que la ciencia ofrece sobre los orígenes de la humanidad.

En particular resultan válidas y estimuladoras de ulteriores investigaciones a este respecto las palabras que el Papa Pablo VI dirigió a un simposio de teólogos y científicos: "Es evidente que os parecerán irreconciliables con la genuina doctrina católica las explicaciones que dan del pecado original algunos autores modernos, los cuales, partiendo del supuesto, que no ha sido demostrado, del poligenismo, niegan, más o menos claramente, que el pecado, de donde se deriva tal sentina de males a la humanidad, haya sido ante todo la desobediencia de Adán 'primer hombre', figura del futuro, cometido al comienzo de la historia" (AAS 58, 1966, pág. 654).

5. El Decreto tridentino contiene otra afirmación: el pecado de Adán pasa a todos los descendientes, a causa de su origen de él, y no sólo por el mal ejemplo. El Decreto afirma: "Este pecado de Adán que es uno solo por su origen y transmitido por propagación y no por imitación, está en cada uno como propio" (DS 1513).

Así, pues, el pecado original se transmite por generación natural. Esta convicción de la Iglesia se indica también en la práctica del bautismo de los recién nacidos, a la cual se remite el Decreto conciliar. Los recién nacidos, incapaces de cometer un pecado personal, reciben sin embargo, de acuerdo con la Tradición secular de la Iglesia, el bautismo poco después del nacimiento en remisión de los pecados. El Decreto dice: "Se bautizan verdaderamente para la remisión de los pecados, a fin de que se purifiquen en la regeneración del pecado contraído en la generación" (DS 1514).

En este contexto aparece claro que el pecado original en ningún descendiente de Adán tiene el carácter de culpa personal. Es la privación de la gracia santificante en una naturaleza que, por culpa de los progenitores, se ha desviado de su fin sobrenatural. Es un "pecado de la naturaleza", referible sólo analógicamente al "pecado de la persona". En el estado de justicia original, antes del pecado, la gracia santificante era como la "dote" sobrenatural de la naturaleza humana. En la "lógica" interior del pecado, que es rechazo de la voluntad de Dios, dador de este don, está incluida la perdida de él. La gracia santificante ha cesado de constituir el enriquecimiento sobrenatural de esa naturaleza que los primogenitores transmitieron a todos sus descendientes en el estado en que se encontraba cuando dieron inicio a las generaciones humanas. Por ello el hombre es concebido y nace sin la gracia santificante. Precisamente este "estado inicial" del hombre, vinculado a su origen, constituye la esencia del pecado original como una herencia (Peccatum originale originatum, como se suele decir).

6. No podemos concluir esta catequesis sin reafirmar cuanto hemos dicho al comienzo de este ciclo: a saber, que debemos considerar el pecado original en constante referencia con el misterio de la redención realizada por Jesucristo, Hijo de Dios, el cual "por nosotros los hombres y por nuestra salvación... se hizo hombre". Este artículo del Símbolo sobre la finalidad salvífica de la Encarnación se refiere principal y fundamentalmente al pecado original. También el Decreto del Concilio de Trento esta enteramente compuesto en referencia a esta finalidad, introduciéndose así en la enseñanza de toda la Tradición, que tiene su punto de arranque en la Sagrada Escritura, y antes que nada en el llamado "protoevangelio", esto es, en la promesa de un futuro vencedor de satanás y liberador del hombre, ya vislumbrada en el libro del Génesis (Gn 3,15) y después en tantos otros textos, hasta la expresión más plena de esta verdad que nos da San Pablo en la Carta a los Romanos. Efectivamente, según el Apóstol, Adán es "figura del que había de venir" (Rm 5,14). "Pues si por la transgresión de uno mueren muchos, cuánto más la gracia de Dios y el don gratuito (conferido) por la gracia de un solo hombre, Jesucristo, ha abundado en beneficio de muchos" (Rm 5,15).

"Pues como, por la desobediencia de un solo hombre, muchos se constituyeron en pecadores, así también, por la obediencia de uno, muchos se constituirán en justos" (Rm 5,19). Por consiguiente, como por la transgresión de uno solo llegó la condenación a todos, así también por la justicia de uno solo llega a todos la justificación de la vida" (Rm 5,18).

El Concilio de Trento se refiere particularmente al texto paulino de la Carta a los Romanos 5, 12 como base de su enseñanza, viendo afirmada en él la universalidad del pecado, pero también la universalidad de la redención. El Concilio se remite también a la práctica del bautismo de los recién nacidos y lo hace a causa de la fuerte referencia del pecado original —como herencia universal recibida de los progenitores con la naturaleza— a la verdad de la redención operada en Jesucristo.

Saludos

68 Saludo ahora con afecto a los visitantes y grupos de peregrinos de lengua española, venidos de España y Latinoamérica.

De modo particular me complace saludar a las Asociaciones Belenistas de Guipúzcoa y de Navarra (España); también a los Ingenieros Graduados por la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina); a las peregrinaciones de Coromoto (Venezuela), de la Arquidiócesis de Medellín (Colombia), y “Caminos de Luz” de Monterrey (México); así como a los grupos de Chile y de Guatemala.

A todos agradezco vuestra presencia aquí y os invito a dar auténtico testimonio de vida cristiana, mientras os imparto con afecto mi bendición apostólica.




Audiencias 1986 61