Discursos 1986 8


A LA PLENARIA DEL CONSEJO PONTIFICIO PARA LA CULTURA



Lunes 3 de enero de 1986




9 Queridos hermanos en el Episcopado,
queridos amigos:

1. Os encuentro fieles a la cita romana anual del Consejo Pontificio para la Cultura. Habéis venido de África, de América del Norte y de América Latina, de Asia y de Europa; vuestra presencia evoca para nosotros ese vasto panorama de las culturas del mundo entero, algunas de las cuales han sido fecundadas permanentemente por el mensaje de Cristo. Otras esperan aún la luz de la Revelación, pues toda cultura está abierta a las más altas aspiraciones del hombre y es capaz de nuevas síntesis creadoras con el Evangelio.

En estos años en que se inscribe la realidad cotidiana de nuestro atormentado siglo, ya cercana la aurora de un nuevo milenio, portador de esperanzas para la humanidad. El proceso histórico de inculturación del Evangelio y de evangelización de las culturas está aún muy lejos de haber agotado todas sus energías latentes. La novedad eterna del Evangelio encuentra los surgimientos de las culturas en génesis o en proceso de renovación. La aparición de nuevas culturas constituye con toda evidencia una llamada a la valentía y a la inteligencia de todos los creyentes y de los hombres de buena voluntad. Transformaciones sociales y culturales, cambios políticos, fermentaciones ideológicas, inquietudes religiosas, investigaciones éticas: es todo un mundo en gestación que aspira a encontrar forma y orientación, síntesis orgánica y renovación profética. Sepamos sacar respuestas nuevas del tesoro de nuestra esperanza.

Sacudidos por los desequilibrios socio-políticos, por los descubrimientos científicos no plenamente controlados, de los inventos técnicos de una amplitud inusitada, los hombres perciben confusamente el ocaso de las viejas ideologías y el deterioro de los viejos sistemas. Los pueblos nuevos provocan a las viejas sociedades, como para despertarlas de su hastío. Los jóvenes en búsqueda del ideal aspiran a ofrecer un sentido que imprima valor a la aventura humana. Ni la droga ni la violencia, ni la permisividad ni el nihilismo pueden colmar el vacío de la existencia. Las inteligencias y los corazones buscan luz que ilumine y amor que reanime. Nuestra época nos revela descarnadamente el hambre espiritual y la inmensa esperanza de las conciencias.

2. El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos, que hemos tenido la gracia de vivir en Roma, ha hecho tomar conciencia renovada de estas esperanzas profundas de la humanidad y de la inspiración profética del Concilio Vaticano II, ya hace 20 años. De acuerdo con la invitación del Papa Juan XXIII, padre de este Concilio de los tiempos modernos del cual todos nosotros somos hijos, debemos poner el mundo moderno en contacto con las energías vivificadoras del Evangelio (cf. la Bula para la Convocatoria del Concilio Humanae salutis, Navidad de 1961).

Sí, estamos al comienzo de una gigantesca tarea de evangelización del mundo moderno, que se presenta en términos nuevos. El mundo está entrando en una era de cambios profundos, debidos a la amplitud estupefaciente de las creaciones del hombre, cuyas producciones amenazan con la destrucción si no las integra en una visión ética y espiritual. Entramos en un período nuevo de la cultura humana y los cristianos se encuentran ante un inmenso desafío. Hoy comprendemos mejor la amplitud de la llamada profética del Papa Juan XXIII al conjurarnos a eliminar a los profetas de desgracias y a ponernos a trabajar valerosamente en esta tarea formidable: la renovación del mundo y su «encuentro con el rostro de Jesús resucitado... que irradia a través de toda la Iglesia para salvar, alegrar e iluminar a las naciones humanas» (Mensaje Ecclesia Christi , Lumen gentium septiembre de 1962).

Mi predecesor Pablo VI asumió esta orientación fundamental y precisó el instrumento privilegiado: el Concilio trabajará para lanzar un puente hacia el mundo contemporáneo (Alocución en la apertura de la segunda sesión, 29 de septiembre de 1963). Yo mismo he querido crear el Consejo Pontificio para la Cultura, precisamente para ayudar y apoyar este trabajo (cf. Carta de fundación del Consejo Pontificio para la Cultura, 20 de mayo de 1982).

3. Desde entonces, estáis en el trabajo alegremente y el boletín Iglesia y Culturas ofrece regularmente en francés, inglés y español el eco de la fecunda tarea emprendida: diálogo en curso con los obispos, los religiosos, las Organizaciones Internacionales católicas, las Universidades, consultas, cuyos primeros frutos aparecen ya, red de corresponsales en las diversas partes del mundo, iniciativas suscitadas en las Iglesias, a veces en todo un continente como testimonia la decisión reciente tomada por el Celam de crear una "Sección para la Cultura", con el fin de dar a la Iglesia en América Latina un nuevo impulso en su misión de evangelización de la cultura de acuerdo al espíritu de la Evangelii nuntiandi y de la opción pastoral de Puebla. Cada Conferencia Episcopal ha sido invitada a crear un organismo ad hoc para la pastoral de la cultura, y algunos de ellos ya están trabajando. En relación con otros organismos de la Santa Sede, seguís además atentamente la actividad de las grandes organizaciones en encuentros internacionales que se ocupan de la cultura, de la ciencia, de la educación, para ofrecer en ellos el punto de vista de la Iglesia.

Me alegro de todo corazón de la actividad del Consejo, atestiguada en el apretado programa de vuestra presente reunión en San Calixto: orientaciones para el diálogo de la Iglesia con las culturas, a la luz del reciente Sínodo de los Obispos, colaboración con los dicasterios romanos: fe y culturas, liturgia y culturas, evangelización y culturas, educación y culturas, papel cultural de la Santa Sede ante los Organismos internacionales, coloquios e investigaciones, cuyos interesantes resultados ya han sido publicados en las diferentes lenguas, en varios continentes. Otros coloquios en preparación os conducirán sucesivamente a diversas partes de Europa y de América, también al encuentro con las antiguas civilizaciones africanas y asiáticas; como al crisol de la modernidad y al reto de las artes, de las humanidades clásicas y de la iconografía cristiana, ante el despertar de una civilización de lo universal.

4. Queridos amigos, proseguid esta tarea compleja, pero necesaria y urgente; estimulad en el mundo las energías en expectativa y las voluntades en estado de alerta. El Sínodo de los Obispos nos ha comprometido a todos con ardor, en situar decididamente la inculturación en el corazón de la misión de la Iglesia en el mundo: «La inculturación es otra cosa que una simple adaptación externa: significa una transformación íntima de los auténticos valores culturales mediante su integración en el cristianismo y la radicación del cristianismo en las diversas culturas humanas» (Relación final del Sínodo Extraordinario de los Obispos, 1985).

10 Toda la Iglesia prepara ya un futuro Sínodo sobre el apostolado de los laicos. Vosotros podéis comprometer vigorosamente a los laicos, en el diálogo decisivo del Evangelio con las culturas, y de modo particular a los jóvenes. Me alegro de vuestra colaboración activa con el Consejo Pontificio para los Laicos y con la Congregación para la Educación Católica, a fin de estudiar conjuntamente los nuevos problemas planteados por el encuentro del Evangelio con el mundo de la educación y de la cultura. Y sé que no dejaréis de emprender múltiples iniciativas nuevas para responder a la misión que os ha sido confiada.

Mis votos os preceden en este camino exigente, mi oración os acompaña y mi apoyo os sostiene. De todo corazón invoco sobre vosotros y sobre vuestro trabajo la gracia del Señor Todopoderoso, el único que debe inspirar nuestro humilde servicio de Iglesia, impartiéndoos una particular bendición apostólica





Febrero de 1986


ORACIÓN DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN LA CASA DE LOS MORIBUNDOS INDIGENTES NIRMAL HRIDAY

DE CALCUTA


Lunes 3 de febrero de 1986



Dios todopoderoso y sempiterno, Padre de los pobres, consuelo de los enfermos, esperanza de los moribundos.

Tu amor guía cada instante de nuestras vidas. Aquí, en Nirmal Hriday, en este sitio de cuidado amoroso para los enfermos y los moribundos, elevamos nuestras mentes y nuestros corazones en oración. Te alabamos por el don de la vida humana y especialmente por la promesa de la vida eterna. Sabemos que está siempre cerca de los afligidos y de los marginados, de los débiles y de los que sufren.

Oh Dios de ternura y compasión, acepta las oraciones que te ofrecemos por nuestros hermanos y hermanas enfermos. Incrementa su fe y su esperanza en Ti. Confórtalos con tu presencia amorosa y, si es tu voluntad, devuélveles al salud, dales una fuerza renovadora de cuerpo y alma.

Oh Padre amoroso, bendice a aquellos que están para morir, bendice a aquellos que, muy pronto se encontrarán contigo, cara a cara. Creemos que Tú has hecho de la muerte la puerta que nos conduce a la vida eterna. Mantén a nuestros hermanos y hermanas moribundos en tu amor, llévalos sin tropiezo y cuidadosamente contigo a la morada de la vida eterna.

Oh Dios, fuente de toda fortaleza, asiste y protege a aquellos que cuidan de los enfermos y que atienden a los moribundos. Dales un espíritu valiente y gentil. Sostenlos en sus esfuerzos de consultar y curar. Conviértelos cada vez más en un símbolo radiante de tu amor transformador.

Oh Señor de la vida y fundamento de nuestra esperanza, vuelca tus abundantes bendiciones sobre aquellos que viven, trabajan y mueren en Nirmal Hriday. Cólmalos de tu paz y de tu gracia. Hazles ver que eres un padre amoroso, un Dios de misericordia y compasión. Amén.









VIAJE APOSTÓLICO A INDIA

ACTO DE CONSAGRACIÓN A MARÍA

ORACIÓN DE JUAN PABLO II


EN EL PARQUE SHIVAJI DE BOMBAY


Domingo 9 de febrero 1986



11 Oh María de Nazaret, Madre de Dios.,Madre de la Iglesia, al finalizar el Santo Sacrificio de la Misa, nos dirigimos a Ti en oración, con confianza y esperanza; te ofrecemos los pensamientos más profundos de nuestros corazones.

Venimos a Ti, Santa Madre de Dios, teniendo en la mente las últimas palabras que tu Hijo te dijo cuando estabas al pie de la cruz: «Mujer, he ahí a tu hijo» (
Jn 19 Jn 26).

¡Mujer, he ahí a tu Hijo! ¡María, he ahí a tus hijos e hijas! Queridísima Madre, he aquí a tus hijos, en la tierra, he aquí a tus hijos e hijas, en India!

Imitando a Jesús, que encomendó su amado discípulo Juan a tu cuidado, te encomiendo todas las personas que moran en este gran territorio. Permanece cerca de ellos con tu protección materna Abre tus brazos para abrazar a aquellos que miran hacia Ti y te piden que presentes sus plegarias a Dios.

Oh María, Virgen Purísima, encomiendo a tu amor y cuidado toda la juventud de India, los niños, cuya inocencia expresa la bondad de su Creador y cuya pequeñez revela la grandeza de su Artífice Rezamos por los jóvenes que buscan la verdad, la orientación y la finalidad de su vida. Te pedimos que guíes a los jóvenes que estudian en los seminarios, y a todos aquellos que se preparan a consagrar su vida a Dios con los votos de castidad, pobreza y obediencia.

Amada Madre de nuestro Salvador, te encomiendo todas las familias, especialmente los maridos y esposas que buscan el modelo de sus hogares en tu hogar de Nazaret. Intercede por los padres y sus hijos, que su amor sea fuerte y fiel como el amor que llena tu Inmaculado Corazón.

María Santísima, te encomendamos esa familia que es la Iglesia en India con su clero, sus religiosos, sus ritos y tradiciones litúrgicas distintas, sus dos milenios de experiencia y su siempre vigorosa juventud. Como parte del Cuerpo de Cristo en la tierra, la Iglesia en India busca imitar a tu Divino Hijo y ser para el pueblo de esta tierra su voz, sus manos, sus pies, su cuerpo ofrecido en sacrificio. Te presento su gran obra de renovación espiritual, sus esfuerzos para proclamar el Evangelio del amor misericordioso, sus iniciativas ecuménicas, su deseo de ser una fuerza reconciliadora en la sociedad. Reza por tus hijos e hijas de la Iglesia: que ellos logren ser siempre fieles, estar siempre llenos de alegría y esperanza, ser siempre en pueblo de caridad que proclama la Buena Nueva a los pobres. En el amor de tu Hijo abraza a todos aquellos que sufren: los ancianos y los débiles, los enfermos y los abandonados, a todos aquellos que están desalentados y marginados.

María, Reina de la Paz, tus hijos anhelan la paz. Tienen hambre y sed de justicia. Desean vivir en armonía a pesar de toda la violencia y las divisiones que existen en el mundo. Tu Hijo oró al Padre: «Que todos sean uno» (Jn 17,21), y hoy hacemos nuestra esta plegaria. Contamos con tu intercesión ante el trono de gracia de Dios. Obtén para nosotros el don de vivir en perfecta unión con Jesús y con nuestros hermanos y hermanas. Que todo lo que digamos y hagamos glorifique y alabe cada vez más al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Amén.







MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


CON MOTIVO DEL ENCUENTRO NACIONAL ECLESIAL CUBANO




Queridos hermanos en el episcopado,
sacerdotes, religiosos y religiosas,
amadísimos hijos e hijas:

12 El encuentro Nacional Eclesial Cubano, que del 17 al 23 de este mes de febrero congregara junto a sus Pastores a una representación de sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares de la Iglesia Católica de Cuba —con la presencia, como invitados, de algunos arzobispos y obispos de otros países— me ofrece una grata ocasión para dirigir a todos vosotros —y a toda la comunidad de Cuba— mi mas sentido y cordial saludo.

Me alegra profundamente que el Señor Cardenal Eduardo Pironio, Presidente del Pontificio Consejo para los Laicos, os lleve este Mensaje asegurándoos mi recuerdo constante y mi oración por vosotros.

Llega así, con este Encuentro, a su conclusión aquella reflexión eclesial que iniciada en el ámbito de las parroquias y a nivel diocesano, ha producido ya una consoladora renovación espiritual.

Los resultados de la encuesta y de las consultas llevadas a cabo, recogidos en el “Documento de Trabajo” que he examinado con atención, esperan recibir en estas jornadas una nueva profundización y un merecido reconocimiento, que den a la Iglesia en Cuba un renovado entusiasmo apostólico, gracias a la fidelidad personal de los miembros del Pueblo de Dios y a su esfuerzo conjunto de evangelización.

Veo en este Encuentro un fruto significativo y concreto del Concilio Ecuménico Vaticano II, el cual —como declaraba Pablo VI en la Carta Apostólica “In Spiritu Sancto”, del 8 de diciembre de 1965— debe considerarse como uno de los mayores acontecimientos de la Iglesia, ya que, habiendo tenido presente las necesidades de la época moderna, ha querido, en primer lugar, responder a las necesidades pastorales y, alimentando la llama de la caridad, se ha esforzado por ir al encuentro no sólo de los cristianos separados de la comunión de la Sede Apostólica, sino también de toda la familia humana.

El reciente Sínodo Extraordinario de los Obispos ha querido confirmar estas mismas perspectivas, dando un impulso nuevo a la misión pastoral de la Iglesia en todas sus dimensiones y a todos sus niveles.

Queridos Obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y seglares católicos: en el logro de los objetivos específicos de este Encuentro Nacional Eclesial Cubano, os sostendrán la luz y la fuerza del Espíritu Santo; también seréis estimulados interiormente por la experiencia de la gracia, madurada a lo largo de anos difíciles en la oración, en el sacrificio y en el abnegado compromiso de vida cristiana de numerosos católicos cubanos, testigos generosos de la palabra de Cristo y de la caridad del Padre. Estoy convencido de que en su ejemplo de fe, de servicio a la caridad y de edificante comunión eclesial, encontrareis inspiración para vuestro camino.

La presencia espiritual de María Santísima —que el pueblo cubano honra con el titulo de “Nuestra Señora de la Caridad del Cobre”— será para todos vosotros un testimonio elocuente del amor especial con que os ama el Señor. Confío este Encuentro a su protección maternal y le encomiendo, en mi ferviente plegaria, la perseverancia de cada uno de vosotros en el amor a su Hijo.

Para que lleguen a gozoso cumplimiento las esperanzas que hemos puesto en este Encuentro, y como prueba del afecto que siento por vosotros, imparto de corazón a todos los participantes y a la amada Iglesia cubana mi Bendición Apostólica.

Ciudad del Vaticano, 11 de febrero de 1986.

JOANNES PAULUS PP. II








Marzo de 1986


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS ALUMNOS DE LOS COLEGIOS CATÓLICOS DE ROMA

Y DEL LACIO PERTENECIENTES A LA FIDAE



Sábado 8 de marzo de 1986





13 Queridos estudiantes de los colegios católicos de Roma y del Lacio:

1. Vuestra presencia vibrante y entusiasta en esta sala tan grande, pero casi incapaz de acogeros a todos, ya que sois tan numerosos, llena mi alma de alegría y de esperanza por el futuro de la Iglesia y de la sociedad. Habéis venido de los colegios de Roma y del Lacio, pertenecientes a la "Federación de los Institutos Dependientes de la Autoridad Eclesiástica" (FIDAE), dirigida por el hermano Giuseppe Lazzaro. A él doy mi saludo y mi agradecimiento por la obra de animación cristiana que desarrolla en el mundo de la enseñanza: os saludo afectuosamente a todos vosotros, queridos jóvenes y muchachos, y a cuantos os acompañan: padres, profesores, directores, administradores y organizadores de este significativo encuentro. Pienso con afecto también en todos los grupos juveniles que, como vosotros, se preparan en los colegios para la vida y para las futuras responsabilidades como cristianos y como ciudadanos.

2. Lo mismo que en los encuentros de los años pasados, esta visita me ofrece la ocasión de presentaros algunas reflexiones, concernientes a vuestro colegio y, sobre todo, a vosotros, estudiantes, que vivís un período decisivo de vuestra existencia. Vosotros, los de los colegios católicos de Roma y del Lacio, sois una fuerza viva, una realidad y una presencia que se imponen por el número, y naturalmente por la inspiración y por los métodos pedagógicos, iluminados por una síntesis cultural, abierta y completa, como sólo el cristianismo puede y sabe dar.

Debéis estar orgullosos de esta realidad que distingue a vuestros colegios, asumiendo el compromiso generoso de responder a la obra de la formación humana y cristiana que se os imparte. No debéis jamás mostraros pávidos por vuestras convicciones, ni cohibidos ante las de los otros; ni os debe faltar la valentía de tener fe en los principios que se os han inculcado en vuestros colegios, cediendo a compromisos ruines y viles. Estos años de formación integral de vuestra personalidad han de serviros para fortificar cada vez más vuestras convicciones, vuestros ideales y vuestros propósitos, y para madurar un comportamiento coherente, lógico y ejemplar.

Haciéndolo así, seréis capaces de infundir en cada manifestación de vuestra actividad un alma religiosa, o sea, una fe que les dé sentido y valor, ya que solamente la fe puede sostenerlas de verdad y efectivamente elevarlas y santificarlas; y también seréis capaces de comprender los problemas de los demás, de establecer vínculos le amistad, de estima y de respeto con todos, sin dejaros dominar por las tentaciones del aburrimiento, del escepticismo, ni de los halagos de los placeres engañosos, cuando no son perjudiciales.

3. Sé que en vuestros colegios tomáis como objeto de estudio y de discusión los documentos del Concilio Vaticano II. Quizás alguno de vosotros se haya dado cuenta en qué términos precisos y a la vez sugestivos la Declaración sobre la educación cristiana, intitulada con las primeras palabras latinas Gravissimum educationis, delinea el perfil del estudiante y, al mismo tiempo, los deberes del colegio católico. En ella se lee, entre otras cosas, que compete a la escuela la obligación de "ayudar a los adolescentes para que, en el desarrollo de la propia persona, crezcan a un tiempo según la nueva criatura que han sido hechos por el bautismo, y ordenar finalmente toda la cultura humana según el mensaje de la salvación, de suerte que quede iluminado por la fe el conocimiento que los alumnos van adquiriendo del mundo, de la vida y del hombre. Así, pues, la escuela católica -continúa la Declaración-, a la par que se abre como conviene a las condiciones del progreso actual, educa a sus alumnos para conseguir con eficacia el bien de la ciudad terrestre y los prepara para servir a la difusión del reino de Dios, a fin de que, con el ejercicio de una vida ejemplar y apostólica, sean como el fermento salvador de la comunidad humana" (n. 8).

Estas son palabras programáticas que no se deben olvidar, para que la escuela católica sea verdaderamente forjadora de personalidades fuertes y llenas de vida y de sinceridad, que sepan irradiar sin complejos los auténticos valores humanos y cristianos.

Para conseguir esto, es necesario sobre todo que cuantos tienen responsabilidad en la dirección y en la enseñanza de la escuela católica reconozcan en ella un ideal al que servir, un objetivo que llene dignamente su vida, y un camino para ofrecer a la sociedad ideas y energías que renueven los sentimientos, la cultura y la fuerza moral. Se necesitan espíritus abiertos a los grandes pensamientos y a la vez a los humildes sacrificios que requiere la vida cotidiana; se necesitan profesores que consideren la escuela como una misión y una llamada a un ministerio incomparable, como es el de abrir a los jóvenes a los valores de la verdad, del bien y de la belleza.

4. Pero para cumplir adecuadamente estas indicaciones, la escuela católica necesita poder trabajar serenamente en los legítimos ámbitos de las propias autonomías, sin correr el riesgo de encontrar obstáculos en el ejercicio de esta misión que le es propia. Es necesario que se garantice a las familias cristianas el derecho de gozar, sin discriminación alguna por parte de los poderes públicos, de la libertad de elección para los hijos de una escuela que esté conforme con las propias convicciones, sin que esta elección conforme esfuerzos económicos demasiado costosos. En efecto, todos los ciudadanos tienen la misma dignidad y deben percibir sus efectos en todos los campos, sobre todo en éste que es tan importante para el desarrollo justo y libre de la vida social. También sobre este punto el Concilio Vaticano II ofrece claras directrices: "El poder civil debe reconocer el derecho de los padres a elegir con auténtica libertad las escuelas u otros medios de educación sin imponerles ni directa ni indirectamente cargas injustas por esta libertad de elección" (Dignitatis humanae
DH 5).

La Iglesia siente el deber de proclamar en voz alta estos principios, que no pueden ser desatendidos, sin dañar el mismo tejido de la convivencia humana.

5. Al perseguir estos derechos y cumplir escrupulosamente los deberes que de ellos se derivan, sabed testimoniar con el ejemplo de vuestra entrega y de vuestra vida vuestro amoroso interés por la causa del hombre y de su promoción.

14 Para alcanzar un nivel espiritual tan prestigioso, es necesario que os hagáis discípulos del Maestro Divino, manteniendo en vuestro corazón el ansia de escuchar y de acoger la Sabiduría que Él nos ha revelado con su venida al mundo.

Con estos deseos en el corazón os bendigo a todos, anhelando para vosotros toda clase de éxitos en vuestro empeño diario.










AL CONGRESO DE LA UNIÓN CATÓLICA ITALIANA


DE PROFESORES DE ENSEÑANZA MEDIA


Jueves 13 de marzo de 1986



Queridos hermanos y hermanas en Cristo:

1. Me produce siempre gran alegría encontrarme con vosotros, profesores socios de la Unión Católica Italiana de Enseñanza Media (UCIIM), que desde hace más de cuarenta años os dedicáis, con empeño, entusiasmo y con el talante de expertos educadores, a la formación humana y cristiana de las nuevas generaciones. Os saludo cordialmente, y de una manera especial saludo también a la presidenta, profesora Cesarina Checcacci, y al asistente eclesiástico.

Sé que vuestra Unión, inspirándose en los valores religiosos y éticos del cristianismo, ha sentido siempre una gran preocupación no sólo por la profesionalidad de los profesores, sino también por toda la compleja realidad de la escuela secundaria, inferior y superior; o sea, sus orientaciones de fondo, sus contenidos culturales, sus métodos pedagógicos y didácticos, y sus mismas estructuras.

En esta perspectiva, a la vez global y unitaria, habéis dedicado continuamente un cuidado y atención especiales a la educación religiosa de los muchachos y de los jóvenes en la escuela. Sé que en este campo, vuestro empeño de estudio, de reflexión y de acción no ha disminuido nunca, y se ha manifestado sumamente atento y de gran utilidad para la renovación del plan que "la enseñanza de la religión" ha solicitado en estos últimos años.

2. La investigación seria, profunda y responsable desarrollada por vuestra Unión, ha puesto en evidencia el conjunto de motivaciones que hacen de la enseñanza de la religión en la escuela, una exigencia de la educación global del hombre. Sin comprometer nada el carácter de verdadera enseñanza de la religión en la escuela, con la objetividad y autenticidad de sus contenidos, sino más bien reafirmándolo, la ha introducido "en el cuadro de los objetivos de la escuela", convirtiéndolo no sólo en anuncio del mensaje evangélico de la salvación, sino también en un hecho de cultura, adecuado y conforme a la naturaleza y a las exigencias de la misma.

El empeño inteligente, constante y asiduo con el cual los dirigentes y toda la Unión, con una rigurosa investigación y en fidelidad a la Iglesia, han profundizado durante estos años en esta compleja problemática, ha ofrecido un precioso servicio no sólo a la Iglesia, sino también a la cultura, a la escuela y a la sociedad.

Asimismo, el congreso terminado hace poco sobre el tema: "Jóvenes, cultura religiosa y escuela", se inscribe en este compromiso de búsqueda, en una dirección nueva y original.

Habéis acogido inmediatamente y hecha vuestra la invitación que os hice el 18 de enero del pasado año, con ocasión de vuestro XVI Congreso nacional, cuando os pedí que no dejéis solo al profesor de religión, sino que lo sostengáis principalmente a través de la "formulación correcta de los interrogantes que llevan a una investigación religiosa adecuada, a partir de la instancia nacida precisamente de la disciplina de vuestra competencia".

15 Os agradezco el haber acogido enseguida la invitación, y estoy seguro de que las relaciones y las reflexiones de vuestro congreso habrán contribuido ciertamente a iluminar este importante aspecto del problema.

3. Queridos profesores: Permitidme que a vuestras reflexiones añada alguna mía, para testimoniar el gran interés que tengo por este problema.

La primera reflexión se refiere al sentido o sentimiento religioso fundamental del hombre. Es verdad que se trata de una dimensión natural e innata, presente en todo hombre; pero precisamente por esto debe educarse y desarrollarse correctamente. Por desgracia, en el mundo contemporáneo existen culturas que imponen el "silencio" sobre Dios y sobre todo lo que se relaciona con Él, o rechazan incluso cualquier tipo de "razonamiento" sobre el tema; existen formas pobres de "laicismo" que, aun sin negar expresamente a Dios ni al mundo de lo sagrado, sin embargo de hecho prescinden de Él y lo excluyen del circuito vivo de la cultura humana; y existen corrientes de pensamiento de tal modo perdidas en el fragmentarismo de las "cosas terrenas", que son incapaces de formular preguntas sobre el significado del hombre y de la vida, y sobre el valor mismo de las cosas.

La escuela y la cultura no pueden dejarse aprisionar en unos puntos de vista tan estrechos y asfixiantes. Deben estar abiertas a todos los interrogantes y porqués del hombre, aun a los más profundos, comenzando por los que se refieren a las razones del vivir y del morir, el sentido último de la existencia y el significado del bien y del mal.

4. El "valor de la cultura religiosa" que el "nuevo" Concordato aduce como primera motivación de la presencia de una enseñanza de religión adaptada y apropiada a la naturaleza y a los fines de la escuela, no se identifica simplemente con la suma de las influencias culturales que una religión (en nuestro caso, el catolicismo) ha estado y está en grado de ejercer sobre los diversos aspectos de la vida y de la cultura, sino que, en una línea mucho más profunda, está para indicar la realidad de la íntima dimensión del espíritu humano, del cual procede y se crea la cultura abierta a la trascendencia, como cultura auténtica del hombre, y en el que se sitúan y encuentran respuestas los interrogantes existenciales sobre el sentido fundamental y último de la vida.

Descubrir esta vinculación indisoluble entre la religión y la dimensión fundamental y constitutiva del hombre, que se da al surgir las preguntas existenciales, no es cosa de poco, ni es el último descubrimiento que los jóvenes de hoy están llamados a hacer.

Son muchos los caminos que pueden llevar a este descubrimiento. Se puede decir que toda disciplina escolástica, si se profundiza al máximo con un método de investigación correcto y riguroso, constituye un camino para llegar al nivel de profundidad en la vida del espíritu, en la que todos los interrogantes se encuentran y se agrupan en un único e inmenso interrogante: "¿Quién soy yo? ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Qué sentido tiene mi existencia?".5. La filosofía, las ciencias, el arte, la literatura y la música demuestran la existencia en el mundo del espíritu, y manifiestan que en el corazón del hombre existe un deseo infinito e insatisfecho de verdad, de bellezas, de orden, de armonía y de amor que no encuentra una respuesta satisfactoria en las realidades terrenas.

El desarrollo histórico de todo el género humano, en sus vicisitudes dramáticas de miseria y de grandeza, se pone interrogantes que superan los confines del tiempo y del espacio, pretenden logros que exceden las mismas fronteras de la historia.

En todas las disciplinas escolásticas se entabla el diálogo entre lo real y la conciencia crítica y sistemática del mismo, y el hombre descubre sus inmensas posibilidades, pero también sus propios límites; los indicios de su nobleza y grandeza, y a la vez sus innegables contradicciones y miserias.

Vosotros, profesores, sois los que podéis ayudar a los alumnos a hacer de estas fronteras no una barrera infranqueable que delimita los confines de un mundo mezquino, sino una ventana abierta de par en par a la trascendencia infinita de Dios.

6. El segundo pensamiento que quisiera confiar a vuestra reflexión, queridos profesores, es éste: ciertamente que no escapa a vuestra atención las numerosas dificultades que angustian el progreso de la cultura en el mundo moderno, al cual el mismo Concilio Ecuménico Vaticano II no ha dejado de hacer una explícita referencia en la Constitución Pastoral Gaudium et spes, en el capítulo dedicado al progreso de la cultura.

16 Estas antinomias existen, pero no son insuperables. Como afirma con autoridad la misma Gaudium et spes, "existen múltiples relaciones entre el mensaje de la salvación y la cultura" (n. 58): relaciones incluso de integración y de colaboración.

Es necesario reconocer los "valores positivos" de la cultura de hoy: ésos además pueden constituir "una preparación para recibir el anuncio del Evangelio" (n. 57).

Pero, sobre todo, es necesario suscitar en los jóvenes la confianza en la capacidad de la inteligencia y de la razón. Y esto también en su relación con la fe religiosa, de la cual la razón puede ofrecernos el fundamento, según la célebre expresión de San Agustín: "No creería si no supiera que puedo y debo creer".

Una adhesión religiosa basada sobre la arena movediza de un fideísmo irracional y sentimental, no sólo no es digna del hombre, sino que está destinada a no soportar el choque y las dudas corrosivas de cierta cultura contemporánea.

7. No sólo esto; aun para crecer y madurar, la fe cristiana moralmente tiene necesidad de una dimensión cultural. En este sentido vuestro trabajo de profesores y de profesores católicos, es sumamente precioso. Sois vosotros los que, con la correcta exactitud de vuestra disciplina de enseñanza, podéis asegurar el clima cultural de seriedad y a la vez de apertura a los valores de la espiritualidad y de la trascendencia religiosa, oponiéndoos al cierre del inmanentismo y del cienticismo, y a toda reducción en la concepción de la vocación del hombre.

Queridos hermanos y hermanas: Está en juego algo grande; se trata del hombre y de su porvenir, de los jóvenes, del futuro de las nuevas generaciones y del futuro de la sociedad y de la Iglesia.

Tened un gran aprecio de vuestra misión de profesores. No tengáis miedo de dedicar a ella empeño, fatiga, inteligencia y sacrificios. Merece la pena: vosotros trabajáis en la escuela para construir el hombre "desde dentro", en las raíces de su humanidad. Es éste el mayor servicio que podéis realizar.

Y con el fin de valorizar y hacer más fecundo vuestro trabajo, de todo corazón imparto mi bendición a vosotros y a todos los que representáis, a vuestras familias y a vuestros alumnos.









: Abril de 1986




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