Audiencias 1985 72

Miércoles 16 de octubre de 1985

El Padre

1. "Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy" (Ps 2,7). En el intento de hacer comprender la plena verdad de la paternidad de Dios, que ha sido revelada en Jesucristo, el autor de la Carta a los Hebreos se remite al testimonio del Antiguo Testamento (Cf. He 1,4-14), citando, entre otras cosas, la expresión que acabamos de leer tomada del Salmo 2, así como una frase parecida del libro de Samuel:

"Yo seré para él un padre / y él será para mí un hijo" (2S 7,14):

Son palabras proféticas: Dios habla a David de su descendiente. Pero, mientras en el contexto del Antiguo Testamento estas palabras parecían referirse sólo a la filiación adoptiva, por analogía con la paternidad y filiación humana, en el Nuevo Testamento se descubre su significado auténtico y definitivo: hablan del Hijo que es de la misma naturaleza que el Padre, del Hijo verdaderamente engendrado por el Padre. Y por eso hablan también de la paternidad real de Dios, de una paternidad a la que le es propia la generación del Hijo consustancial al Padre. Hablan de Dios, que es Padre en el sentido más profundo y más auténtico de la palabra. Hablan de Dios, que engendra eternamente al Verbo eterno, al Hijo consustancial al Padre. Con relación a El Dios es Padre en el inefable misterio de su divinidad.

"Tú eres mi hijo: / yo te he engendrado hoy".

El adverbio "hoy" habla de la eternidad. Es el "hoy" de la vida íntima de Dios, el "hoy" de la eternidad, el "hoy" de la Santísima e inefable Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, que es Amor eterno y eternamente consustancial al Padre y al Hijo.

2. En el Antiguo Testamento el misterio de la paternidad divina intratrinitaria no había sido aún explícitamente revelado. Todo el contexto de la Antigua Alianza era rico, en cambio, de alusiones a la verdad de la paternidad de Dios, tomada en sentido moral y analógico. Así, Dios se revela como Padre de su Pueblo, Israel, cuando manda a Moisés que pida su liberación de Egipto: "Así habla el Señor: Israel es mi hijo, mi primogénito. Yo te mando que dejes a mi hijo ir..." (Ex 4,22-23).

Al basarse en la Alianza, se trata de una paternidad de elección, que radica en el misterio de la creación. Dice Isaías: "Tú eres nuestro padre, nosotros somos la arcilla, y tú nuestro alfarero, todos somos obra de tus manos" (Is 64,7 Is 63,16).

Esta paternidad no se refiere sólo al pueblo elegido, sino que llega a cada uno de los hombres y supera el vínculo existente con los padres terrenos. He aquí algunos textos: "Si mi padre y mi madre me abandonan, el Señor me acogerá" (Sal 26/27, 10). "Como un padre siente ternura por sus hijos, siente el Señor ternura por sus fieles" (Sal 102/103, 13). "El Señor reprende a los que ama, como un padre al hijo preferido" (Pr 3,12). En los textos que acabamos de citar está claro el carácter analógico de la paternidad de Dios-Señor, al que se eleva la oración: "Señor, Padre Soberano de mi vida, no permitas que por ello caiga... Señor, Padre y Dios de mi vida, no me abandones a sus sugestiones" (Si 23,1-4). En el mismo sentido se dice también: "Si el justo es hijo de Dios, Él lo acogerá y lo librará de sus enemigos" (Sg 2,18).

73 3. La paternidad de Dios, con respecto tanto a Israel como a cada uno de los hombres, se manifiesta en el amor misericordioso. Leemos, por ejemplo, en Jeremías: "Salieron entre llantos, y los guiaré con consolaciones... pues yo soy el padre de Israel, y Efraín es mi primogénito" (Jr 31,9).

Son numerosos los pasajes del Antiguo Testamento que presentan el amor misericordioso del Dios de la Alianza. He aquí algunos: "Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes, y disimulas los pecados de los hombres para traerlos a penitencia... Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor, amador de las almas" (Sg 11,24-27). "Con amor eterno te amé , por eso te he mantenido favor" (Jr 31,3). En Isaías encontramos testimonios conmovedores de cuidado y de cariño:

"Sión decía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. ¿Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas...? Aunque ella se olvidare, yo no te olvidaría" (Is 49,14-15 Is 49, también Is 54,10). Es significativo que en los pasajes del Profeta Isaías la paternidad de Dios se enriquece con connotaciones que se inspiran en la maternidad (Cf. Dives in misericordia, nota 52).

4. En la plenitud de los tiempos mesiánicos Jesús anuncia muchas veces la paternidad de Dios con relación a los hombres remitiéndose a las numerosas expresiones contenidas en el Antiguo Testamento. Así se expresa a propósito de la Providencia Divina para con las criaturas, especialmente con el hombre: "...vuestro Padre celestial las alimenta..." (Mt 6,26 Cf. Lc 12,24), "sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis necesidad" (Mt 6,32 Cf. Lc 12,30). Jesús trata de hacer comprender la misericordia divina presentando como propio de Dios el comportamiento acogedor del padre del hijo pródigo (Cf. Lc 15,11-32); y exhorta a los que escuchan su palabra: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6,36).

Terminaré diciendo que, para Jesús, Dios no es solamente "el Padre de Israel, el Padre de los hombres", sino "mi Padre".

De esto hablaremos en la próxima catequesis.

Saludos

Dirijo ahora mi cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

Habéis querido venir a encontraros con el Papa, Sucesor de Pedro, en este centro de la catolicidad. Que vuestra visita a Roma os afiance en la fe y os anime a dar testimonio de caridad cristiana en vuestros ambientes de trabajo, familiares y sociales.

En particular saludo a los peregrinos procedentes de Colombia, de la parroquia de Santa María de Cervelló (Barcelona), de San Martín de Valladolid, y de Rosas (Gerona). Asimismo, al grupo de Empresarios de Talavera de la Reina (Toledo) y a los participantes en el curso “Dirección de Cooperativas Agrícolas”; os aliento a que, movidos por vuestra vocación de servicio, seáis agentes de promoción y desarrollo en las zonas rurales de los Países latinoamericanos de donde procedéis.

A todos los peregrinos de España y de América Latina imparto con afecto la bendición apostólica.





74

Miércoles 23 de octubre de 1985

El misterio de la paternidad divina

1. En la catequesis precedente recorrimos, aunque velozmente, algunos de los testimonios del Antiguo Testamento que preparaban a recibir la revelación plena, anunciada por Jesucristo, de la verdad del misterio de la Paternidad de Dios.

Efectivamente, Cristo habló muchas veces de su Padre, presentando de diversos modos su providencia y su amor misericordioso.

Pero su enseñanza va más allá. Escuchemos de nuevo las palabras especialmente solemnes, que refiere el Evangelista Mateo (y paralelamente Lucas): "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos"..., e inmediatamente: "Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquél a quien el Hijo quisiera revelárselo" (Mt 11,25-27 Cf. Lc 10,21).

Para Jesús, pues, Dios no es solamente "el Padre de Israel, el Padre de los hombres", sino "mi Padre". "Mío": precisamente por esto los judíos querían matar a Jesús, porque "llamaba a Dios su Padre" (Jn 5,18). "Suyo" en sentido totalmente literal: Aquel a quien sólo el Hijo conoce como Padre, y por quien solamente y recíprocamente es conocido. Nos encontramos ya en el mismo terreno del que más tarde surgirá el Prólogo del Evangelio de Juan.

2. "Mi Padre" es el Padre de Jesucristo: Aquel que es el Origen de su ser, de su misión mesiánica, de su enseñanza.

El Evangelista Juan ha transmitido con abundancia la enseñanza mesiánica que nos permite sondear en profundidad el misterio de Dios Padre y de Jesucristo, su Hijo unigénito.

Dice Jesús: "El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado" (Jn 12,44). "Yo no he hablado de mi mismo; el Padre que me ha enviado es quien me mandó lo que he de decir y hablar" (Jn 12,49). "En verdad, en verdad os digo que no puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre; porque lo que éste hace, lo hace igualmente el Hijo" (Jn 5,19). "Pues así como el Padre tiene vida en sí mismo, así dio al Hijo tener vida en sí mismo" (Jn 5,26). Y finalmente: "...el Padre que tiene la vida, me ha enviado, y yo vivo por el Padre" (Jn 6,57).

El Hijo vive por el Padre ante todo porque ha sido engendrado por Él. Hay una correlación estrechísima entre la paternidad y la filiación precisamente en virtud de la generación: "Tú eres mi Hijo: yo te he engendrado" (He 1,5).

Cuando en las proximidades de Cesarea de Filipo Simón Pedro confiesa: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo", Jesús le responde: "Bienaventurado tú... porque no es la carne ni la sangre quien esto te ha revelado, sino mi Padre..." (Mt 16,16-17), porque "sólo el Padre conoce al Hijo", lo mismo que sólo el "Hijo conoce al Padre" (Mt 11,27). Sólo el Hijo da a conocer al Padre: el Hijo visible hace ver al Padre invisible. "El que me ha visto a mí, ha visto al Padre" (Jn 14,9).

75 3. De la lectura atenta de los Evangelios se saca que Jesús vive y actúa con constante y fundamental referencia al Padre. A El se dirige frecuentemente con la palabra llena de amor filial: "Abbá"; también durante la oración en Getsemaní le viene a los labios esta misma palabra (Cf. Mc 14,36 y paralelos). Cuando los discípulos le piden que les enseñe a orar, enseña el "Padre nuestro" (Cf. Mt 6,9-13). Después de la resurrección, en el momento de dejar la tierra, parece que una vez más hace referencia a esta oración, cuando dice: "Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios"(Jn 20,17).

Así, pues, por medio del Hijo (Cf. He 1,2), Dios se ha revelado en la plenitud del misterio de su paternidad.Sólo el Hijo podía revelar esta plenitud del misterio, porque sólo "el Hijo conoce al Padre" (Mt 11,27). "A Dios nadie le vio jamás; Dios unigénito, que está en el seno del Padre, ése le ha dado a conocer" (Jn 1,18).

4. ¿Quién es el Padre?. A la luz del testimonio definitivo que hemos recibido por medio del Hijo, Jesucristo, tenemos la plena conciencia de la fe de que la paternidad de Dios pertenece ante todo al misterio fundamental de la vida íntima de Dios, al misterio trinitario. El Padre es Aquel que eternamente engendra al Verbo, al Hijo consustancial con Él. En unión con el Hijo, el Padre eternamente "espira" al Espíritu Santo, que es el amor con el que el Padre y el Hijo recíprocamente permanecen unidos (Cf. Jn 14,10).

El Padre, pues, es en el misterio trinitario el "Principio-sin principio"." El Padre no ha sido hecho por nadie, ni creado, ni engendrado" (Símbolo "Quicumque"). Es por sí solo el Principio de la Vida, que Dios tiene en Sí mismo. Esta vida —es decir, la misma divinidad— la posee el Padre en la absoluta comunión con el Hijo y con el Espíritu Santo, que son consustanciales con Él.

Pablo, apóstol del misterio de Cristo, cae en adoración y plegaria "ante el Padre, de quien toma su nombre toda familia en los cielos y en la tierra" (Ep 3,15), principio y modelo.

Efectivamente hay "un solo Dios y Padre de todos, que está sobre todos, por todos y en todos" (Ep 4,6).

Saludos

Deseo ahora dirigir mi más cordial saludo a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

A los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes, que con ilusión han querido venir a encontrarse con el Papa, les saludo con todo afecto en el Señor y les aliento a mantener vivos los ideales de entrega a Dios y servicio generoso a los hermanos.

Saludo igualmente a las peregrinaciones procedentes de México, Bilbao y Alicante.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos Países de América Latina y de España imparto de corazón la Bendición Apostólica





76

Miércoles 30 de octubre de 1985

El Hijo

1. "Creo en un solo Dios, Padre todopoderoso... Creo en... Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza que el Padre...".

Con estas palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano, expresión sintética de los Concilios de Nicea y Constantinopla, que explicitaron la doctrina trinitaria de la Iglesia, profesamos la fe en el Hijo de Dios.

Nos acercamos así al misterio de Jesucristo, el cual también hoy, lo mismo que en los siglos pasados, interpela e interroga a los hombres con sus palabras y sus obras. Los cristianos, animados por la fe, le muestran amor y devoción. Pero tampoco faltan entre los no cristianos quienes sinceramente lo admiran.

¿Dónde está, pues, el secreto de la atracción que Jesús de Nazaret ejerce? La búsqueda de la plena identidad de Jesucristo ha ocupado desde los orígenes el corazón y la inteligencia de la Iglesia, que lo proclama Hijo de Dios, Segunda Persona de la Santísima Trinidad.

2. Dios, que habló repetidamente "por medio de los Profetas y últimamente... por medio del Hijo", como dice en la Carta a los Hebreos (1, 1-2), se reveló a Sí mismo como Padre de un Hijo eterno y consustancial. Jesús, a su vez, al revelar la paternidad de Dios, dio a conocer también su filiación divina. La paternidad y la filiación divina están en íntima correlación entre sí dentro del misterio de Dios uno y trino. "Efectivamente, una es la Persona del Padre, otra la del Hijo, otra la del Espíritu Santo; pero la divinidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo es una, igual la gloria, coeterna la majestad... El Hijo no es hecho, ni creado, sino engendrado por el Padre solo" (Símbolo "Quicumque").

3. Jesús de Nazaret que exclama: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque ocultaste estas cosas a los sabios y discretos y las revelaste a los pequeñuelos", afirma también con solemnidad: "Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quisiere revelárselo" (Mt 11, 25, 27).

El Hijo, que vino al mundo para "revelar al Padre" tal como Él sólo lo conoce, se ha revelado simultáneamente a Sí mismo como Hijo, tal como es conocido sólo por el Padre.Esta revelación estaba sostenida por la conciencia con la que, ya en la adolescencia, Jesús hizo notar a María y a José "que debía ocuparse de las cosas de su Padre" (Cf. Lc 2,49). Su palabra reveladora fue convalidada además por el testimonio del Padre, especialmente en circunstancias decisivas, como durante el bautismo en el Jordán, cuando los que estaban allí oyeron la voz misteriosa: "Este es mi Hijo amado, en quien tengo mis complacencias" (Mt 3,17), o como durante la transfiguración en el monte (Cf. Mc 9,7 y par.).

4. La misión de Jesucristo de revelar al Padre, manifestándose a Sí mismo como Hijo, no carecía de dificultades. Efectivamente tenía que superar los obstáculos derivados de la mentalidad estrictamente monoteísta de los oyentes, que se había formado por medio de la enseñanza del Antiguo Testamento, en la fidelidad a la Tradición, la cual se remontaba a Abraham y a Moisés, y en la lucha contra el politeísmo. En los Evangelios, y especialmente en el de Juan, encontramos muchos indicios de esta dificultad que Jesucristo supo superar con habilidad, presentando con suma pedagogía signos de revelación a los que se dejaron abrir los discípulos bien dispuestos.

Jesús hablaba a sus oyentes de modo claro e inequívoco: "El Padre, que me ha enviado, da testimonio de mí". Y a la pregunta: "¿Dónde está tu Padre?", respondía: "Ni a mí me conocéis ni a mi Padre; si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre..." "Yo hablo lo que he visto en el Padre...". Luego a los oyentes que objetaban: "Nosotros tenemos por Padre a Dios...", les rebatía: "Si Dios fuera vuestro Padre, me amaríais a mí, porque yo he salido y vengo de Dios... es Él que me ha enviado...", en verdad, en verdad os digo: Antes que Abraham naciese, era yo" (Cf. Jn 8,12-59).

77 5. Cristo dice "Yo soy", igual que siglos antes, al pie del monte Horeb, había dicho Dios a Moisés, cuando le preguntaba el nombre: "Yo soy el que soy" (Cfr. Ex 3,14). Las palabras de Cristo: "Antes que Abraham naciese, Yo Soy", provocaron la reacción violenta de los oyentes que "buscaban... matarlo, porque decía a Dios su Padre, haciéndose igual a Dios" (Jn 5,18). En efecto, Jesús no se limitaba a decir: "Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro yo también" (Jn 5,17), sino que incluso proclamaba: "Yo y el Padre somos una sola cosa" (Jn 10,30)

En los días dramáticos que finalizan si vida, Jesús es arrastrado al tribunal del Sanedrín, donde el mismo Sumo Sacerdote le dirige la pregunta-imputación: "Te conjuro por Dios vivo a que me digas si eres tú el Mesías, el Hijo de Dios" (Mt 26,63). Jesús responde: "Tú lo has dicho" (ib., 64).

La tragedia se consuma y se pronuncia contra Jesús la sentencia de muerte.

Cristo, revelador del Padre y revelador de Sí mismo como Hijo del Padre, murió porque hasta el fin dio testimonio de la verdad sobre su filiación divina.

Con el corazón colmado de amor nosotros queremos repetirle también hoy con el Apóstol Pedro el testimonio de nuestra fe: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo" (Mt 16,16).

Saludos

Saludo con particular aprecio a los sacerdotes, religiosos, religiosas, familias y personas y pequeños grupos de peregrinos venidos de diversos lugares de América Latina y de España para participar en esta Audiencia general. Os agradezco la cordial acogida que me habéis dispensado, prueba clara del filial afecto y devoción que sentís por el Sucesor del Apóstol Pedro.

Como recuerdo de vuestra presencia, os invito a recibir con plena fidelidad y docilidad en lo más íntimo de vuestros corazones la Palabra siempre viva y válida del Hijo de Dios, que sigue siendo “camino, verdad y vida” para toda la humanidad.

Invocando sobre vosotros y vuestros seres queridos la constante protección divina, os imparto de corazón la Bendición Apostólica.



Noviembre de 1985

Miércoles 6 de noviembre de 1985

El Hijo, Dios-Verbo

78
1. En la catequesis del miércoles pasado consideramos como Jesucristo, revelador del Padre, se ha manifestado paralelamente a Sí mismo como Hijo consustancial del Padre.

La Iglesia, basándose en el testimonio dado por Cristo, profesa y anuncia su fe en Dios-Hijo con las palabras del Símbolo niceno-constantinopolitano: "Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado no creado, de la misma naturaleza que el Padre..."

Esta es una verdad de fe anunciada por la palabra misma de Cristo, sellada con su sangre derramada en la cruz, ratificada por su resurrección, atestiguada por la enseñanza de los Apóstoles y transmitida por los escritos del Nuevo testamento.

Cristo afirma: "Antes de que Abraham naciese, soy yo" (
Jn 8,58). No dice: "Yo era", sino "Yo soy", es decir, desde siempre, en un eterno presente. El Apóstol Juan, en el prólogo de su Evangelio, escribe: "En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio en Dios. Todas las cosas fueron hechas por Él, y sin Él no se hizo nada de cuanto ha sido hecho" (Jn 1,1-3). Por lo tanto, ese "antes de Abraham", en el contexto de la polémica de Jesús con los herederos de la tradición de Israel, que apelaban a Abraham, significa: "mucho antes de Abraham" y queda iluminado en las palabras del prólogo del cuarto Evangelio: "En el principio estaba en Dios", es decir, en la eternidad que sólo es propia de Dios: en la eternidad común con el Padre y con el Espíritu Santo. Efectivamente, proclama el Símbolo "Quicumque": "Y en esta Trinidad nada es antes o después, nada mayor o menor, sino que las tres Personas son entre sí coeternas y coiguales".

2. Según el Evangelio de Juan, el Hijo-Verbo estaba en el principio en Dios, y el Verbo era Dios (cf. Jn 1,1-2). El mismo concepto encontramos en la enseñanza apostólica.Efectivamente, leemos en la Carta a los Hebreos que Dios ha constituido al Hijo "heredero de todo, por quien también hizo los siglos. Este Hijo... es irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia y el que con su poderosa palabra sustenta todas las cosas" (He 1,2-3). Y Pablo, en la Carta a los Colosenses, escribe: "Él es la imagen de Dios invisible, primogénito de toda criatura" (Col 1,15).

Así, pues, según la enseñanza apostólica, el Hijo es de la misma naturaleza que el Padre porque es el Dios-Verbo. En este Verbo y por medio de Él todo ha sido hecho, ha sido creado el universo. Antes de la creación, antes del comienzo de "todas las cosas visibles e invisibles", el Verbo tiene en común con el Padre el Ser eterno y la Vida divina, siendo "la irradiación de su gloria y la impronta de su sustancia" (He 1,3). En este Principio sin principio el Verbo es el Hijo, porque es eternamente engendrado por el Padre. El Nuevo Testamento nos revela este misterio para nosotros incomprensible de un Dios que es Uno y Trino: he aquí que en la ónticamente absoluta unidad de su esencia, Dios es eternamente y sin principio el Padre que engendra al Verbo, y es el Hijo, engendrado como Verbo del Padre.

3. Esta eterna generación del Hijo es una verdad de fe proclamada y definida por la Iglesia muchas veces (no sólo en Nicea y en Constantinopla, sino también en otros Concilios, por ejemplo, en el Concilio Lateranense IV, año 1215), escrutada y también explicada por los Padres y por los teólogos, naturalmente en cuanto la inescrutable Realidad de Dios puede ser captada con nuestros conceptos humanos, siempre inadecuados. Esta explicación la resume el catecismo del Concilio de Trento, que dictamina exactamente: "...es tan grande la infinita fecundidad de Dios que, conociéndose a Sí mismo, engendra al Hijo idéntico e igual".

Efectivamente, es cierto que esta eterna generación en Dios es de naturaleza absolutamente espiritual, porque "Dios es Espíritu". Por analogía con el proceso gnoseológico de la mente humana, por el que el hombre, conociéndose a sí mismo, produce una imagen de sí mismo, una idea, un "concepto", es decir, una "idea concebida", que del latino verbum es llamada con frecuencia verbo interior, nosotros nos atrevemos a pensar en la generación del Hijo o "concepto" eterno y Verbo interior de Dios. Dios, conociéndose a Sí mismo, engendra al Verbo-Hijo, que es Dios como el Padre. En esta generación, Dios es al mismo tiempo Padre, como el que engendra, e Hijo, como el que es engendrado, en la suprema identidad de la Divinidad, que excluye una pluralidad de "Dioses". El Verbo es el Hijo de la misma naturaleza que el Padre y es con Él el Dios único de la revelación del Antiguo y del Nuevo Testamento.

4. Esta exposición del misterio, para nosotros inescrutable, de la vida íntima de Dios se contiene en toda la tradición cristiana. Si la generación divina es verdad de fe, contenida directamente en la Revelación y definida por la Iglesia, podemos decir que la explicación que de ella dan los Padres y Doctores de la Iglesia, es una doctrina teológica bien fundada y segura.

Pero con ella no podemos pretender eliminar las oscuridades que envuelven, ante nuestra mente, al que "habita una luz inaccesible" (1Tm 6,16). Precisamente porque el entendimiento humano no es capaz de comprender la Esencia divina, no puede penetrar en el misterio de la vida íntima de Dios. Con una razón particular se puede aplicar aquí la frase: "Si lo comprendes, no es Dios".

79 Y, sin embargo, la Revelación nos hace conocer los términos esenciales del misterio, nos da su enunciación y nos lo hace gustar muy por encima de toda comprensión intelectual, en espera y preparación de la visión celeste. Creemos, pues, que "El Verbo era Dios" (Jn 1,1), "se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1,14), y "a cuantos le recibieron, les dio potestad de venir a ser hijos de Dios" (Jn 1,12). Creemos en el Hijo "unigénito que está en el seno del Padre" (Jn 1,18), y que, al dejar la tierra, prometió "prepararnos un lugar" (Jn 14,2) en la gloria de Dios, como hijos adoptivos y hermanos suyos (Cfr. Rm 8,15 Ga 4,5 Ep 1,5).

Saludos

Dirijo ahora mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular a los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes, a quienes aliento en su trabajo apostólico y animo a una entrega generosa a Cristo y a los hermanos.

Me es grato saludar también a los participantes en los Cursos de Dirección organizados por el Centro Internacional de Turín. Así como la peregrinación de las Residencias de Ancianos de las Misioneras del Pilar (Zaragoza); a los peregrinos de Lloret de Mar, a las alumnas del Colegio de “San Luis de los Franceses” y a las representantes de la Comisión del Estado Mayor.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 13 de noviembre de 1985

Espíritu Santo

1. "Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los Profetas".

También hoy, al comenzar la catequesis sobre el Espíritu Santo, nos servimos, tal como hemos hecho hablando del Padre y del Hijo, de la formulación del Símbolo niceno-constantinopolitano, según el uso que ha prevalecido en la liturgia latina.

En el siglo IV, los Concilios de Nicea (325) y de Constantinopla (381) contribuyeron a precisar los conceptos comúnmente utilizados para presentar la doctrina sobre la Santísima Trinidad: un único Dios que es, en la unidad de su divinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo. La formulación de la doctrina sobre el Espíritu Santo proviene en particular del mencionado Concilio de Constantinopla.

80 2. Por esto, la Iglesia confiesa su fe en el Espíritu Santo con las palabras antes citadas. La fe es la respuesta a la autorrevelación de Dios: Él se ha dado a conocer a Sí mismo "por medio de los Profetas y últimamente.... por medio de su Hijo" (He 1,1). El Hijo, que nos ha revelado al Padre, ha dado a conocer también al Espíritu Santo. "Cual el Padre, tal el Hijo, tal el Espíritu Santo", proclama el Símbolo "Quicumque", del siglo V. Ese "tal" viene explicado por las palabras del Símbolo, que siguen, y quiere decir: "increado, inmenso, eterno, omnipotente... no tres omnipotentes, sino un solo omnipotente: así Dios Padre, Dios Hijo, Dios Espíritu Santo... No hay tres Dioses, sino un único Dios"

3. Es bueno comenzar con la explicación de la denominación Espíritu - Espíritu Santo. La palabra "espíritu" aparece desde las primeras páginas de la Biblia:"... el espíritu de Dios se cernía sobre la superficie de las aguas" (Gn 1,2), se dice en la descripción de la creación. El hebreo traduce Espíritu por "ruah", que equivale a respiro, soplo, viento, y se tradujo al griego por "pneuma" de "pneo", en latín por "spiritus" de "spiro" (y también en polaco por "duch", tchnac, tchnienie). Es importante la etimología, porque, como veremos, ayuda a explicar el sentido del dogma y sugiere el modo de comprenderlo.

La espiritualidad es atributo esencial de la Divinidad: "Dios es Espíritu...", dijo Jesús en el coloquio con la Samaritana (Jn 4,24). (En una de las catequesis precedentes hablamos de Dios como espíritu infinitamente perfecto). En Dios "espiritualidad" quiere decir no sólo suma y absoluta inmaterialidad, sino también acto puro y eterno de conocimiento y amor.

4. La Biblia, y especialmente el Nuevo Testamento, al hablar del Espíritu Santo, no se refiere al Ser mismo de Dios, sino a Alguien que está en relación particular con el Padre y el Hijo. Son numerosos los textos, especialmente en el Evangelio de San Juan, que ponen de relieve este hecho: de modo especial los pasajes del discurso de despedida de Cristo Señor, el jueves antes de la pascua, durante la última Cena.

En la perspectiva de la despedida de los Apóstoles Jesús les anuncia la venida de "otro Consolador". Dice así: "Yo rogaré al Padre y os dará otro Consolador, que estará con vosotros para siempre: el Espíritu de Verdad..."(Jn 14,16). "Pero el Consolador, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo" (Jn 14,26). El envío del Espíritu Santo, a quien Jesús llama aquí "Consolador", será hecho por el Padre en el nombre del Hijo. Este envío es explicado más ampliamente poco después por Jesús mismo: "Cuando venga el Consolador, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de Verdad que procede del Padre, Él dará testimonio de mí..." (Jn 15,26).

El Espíritu Santo, pues, que procede del Padre, será enviado a los Apóstoles y a la Iglesia, tanto por el Padre en el nombre del Hijo, como por el Hijo mismo una vez que haya retornado al Padre.

Poco más adelante dice también Jesús: "Él (el Espíritu de Verdad) me glorificará, porque tomará de lo mío y os lo dará a conocer. Todo lo que tiene el Padre es mío; por eso os he dicho que tomará de lo mío y os lo dará a conocer" (Jn 16,14-15).

5. Todas estas palabras, como también los otros textos que encontramos en el Nuevo Testamento, son extremadamente importantes para la comprensión de la economía de la salvación. Nos dicen quién es el Espíritu Santo en relación con el Padre y el Hijo: es decir, poseen un significado trinitario: dicen no sólo que el Espíritu Santo es "enviado" por el Padre y el Hijo, sino también que "procede" del Padre.

Tocamos aquí cuestiones que tienen una importancia clave en la enseñanza de la Iglesia sobre la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo es enviado por el Padre y por el Hijo después que el Hijo, realizada su misión redentora, entró en su gloria (cf. Jn 7,39 Jn 16,7), y estas misiones (missiones) deciden toda la economía de la salvación en la historia de la humanidad.

Estas "misiones" comportan y revelan las "procesiones" que hay en Dios mismo. El Hijo procede eternamente del Padre, como engendrado por Él, y asumió en el tiempo una naturaleza humana por nuestra salvación. El Espíritu Santo, que procede del Padre y del Hijo, se manifestó primero en el Bautismo y en la Transfiguración de Jesús, y luego el día de Pentecostés sobre sus discípulos; habita en los corazones de los fieles con el don de la caridad.

Por esto, escuchemos la advertencia del Apóstol Pablo: "Guardaos de entristecer al Espíritu Santo de Dios, en el cual habéis sido sellados para el día de la redención" (Ep 4,30). Dejémonos guiar por Él. Él nos guía por el "camino" que es Cristo, hacia el encuentro beatificante con el Padre.

Saludos

81 Queridos hermanos y hermanas:

Deseo saludar ahora a los peregrinos de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial, a las Religiosas de María Inmaculada, que están realizando en Roma un curso de renovación. Que vuestra permanencia junto a la Sede de Pedro os ayude a vivir la universalidad de la Iglesia y a testimoniarla allí donde seáis enviadas a ejercer vuestro apostolado.

Saludo igualmente a la delegación de Oficiales y Suboficiales de la Armada de Venezuela. Vuestra presencia me hace recordar con vivo aprecio la visita pastoral a vuestro país; os aliento a servirlo con respeto total a cada uno de sus ciudadanos.

No puede faltar mi saludo al grupo mexicano aquí presente, acompañado por un conjunto folklórico: llevad el afecto del Papa y su recuerdo en la oración a vuestros hermanos de México, especialmente a los que tanto han sufrido y todavía sufren las consecuencias del reciente terremoto.

A todos vosotros, peregrinos de lengua española, os imparto de corazón la bendición apostólica.




Audiencias 1985 72