
Audiencias 1986 55
1. Continuando el tema de las precedentes catequesis dedicadas al artículo de la fe referente a los ángeles, criaturas de Dios, vamos a explorar el misterio de la libertad que algunos de ellos utilizaron contra Dios y contra su plan de salvación respecto a los hombres.
Como testimonia el Evangelista Lucas en el momento, en el que los discípulos se reunían de nuevo con el Maestro llenos de gloria por los frutos recogidos en sus primeras tareas misioneras, Jesús pronuncia una frase que hace pensar: "veía yo a Satanás caer del cielo como un rayo" (Lc 10,18).
Con estas palabras el Señor afirma que el anuncio del reino de Dios es siempre una victoria sobre el diablo, pero al mismo tiempo revela también que la edificación del reino está continuamente expuesta a las insidias del espíritu del mal. Interesarse por esto, como tratamos de hacer con la catequesis de hoy, quiere decir prepararse al estado de lucha que es propio de la vida de la Iglesia en este tiempo final de la historia de la salvación (así como afirma el libro del Apocalipsis. cf. 12, 7). Por otra parte, esto ayuda a aclarar la recta fe de la Iglesia frente a aquellos que la alteran exagerando la importancia del diablo o de quienes niegan o minimizan su poder maligno.
Las precedentes catequesis sobre los ángeles nos han preparado para comprender la verdad, que la Sagrada Escritura ha revelado y que la Tradición de la Iglesia ha transmitido, sobre Satanás, es decir, sobre el ángel caído, el espíritu maligno, llamado también diablo o demonio.
2. Esta "caída", que presenta la forma de rechazo de Dios con el consiguiente estado de "condena", consiste en la libre elección hecha por aquellos espíritus creados, los cuales radical e irrevocablemente han rechazado a Dios y su reino, usurpando sus derechos soberanos y tratando de trastornar la economía de la salvación y el ordenamiento mismo de toda la creación. Un reflejo de esta actitud se encuentra en las palabras del tentador a los progenitores: "Seréis como Dios" o "como dioses" (cf. Gn 3,5). Así el espíritu maligno trata de transplantar en el hombre la actitud de rivalidad, de insubordinación a Dios y su oposición a Dios que ha venido a convertirse en la motivación de toda su existencia.
3. En el Antiguo Testamento, la narración de la caída del hombre, recogida en el libro del Génesis, contiene una referencia a la actitud de antagonismo que Satanás quiere comunicar al hombre para inducirlo a la transgresión (cf. Gn 3,5). También en el libro de Job (cf. Job Jb 1,11 Jb 2,5 Jb 2,7), vemos que satanás trata de provocar la rebelión en el hombre que sufre. En el libro de la Sabiduría (cf. Sg 2,24), satanás es presentado como el artífice de la muerte que entra en la historia del hombre juntamente con el pecado.
4. La Iglesia, en el Concilio Lateranense IV (1215), enseña que el diablo (satanás) y los otros demonios "han sido creados buenos por Dios pero se han hecho malos por su propia voluntad". Efectivamente, leemos en la Carta de San Judas: " ...a los ángeles que no guardaron su principado y abandonaron su propio domicilio los reservó con vínculos eternos bajo tinieblas para el juicio del gran día" (Jds 6). Así también en la segunda Carta de San Pedro se habla de "ángeles que pecaron" y que Dios "no perdonó... sino que, precipitados en el tártaro, los entregó a las cavernas tenebrosas, reservándolos para el juicio" (2P 2,4). Está claro que si Dios "no perdonó" el pecado de los ángeles, lo hace para que ellos permanezcan en su pecado, porque están eternamente "en las cadenas" de esa opción que han hecho al comienzo, rechazando a Dios, contra la verdad del bien supremo y definitivo que es Dios mismo. En este sentido escribe San Juan que: "el diablo desde el principio peca" (1Jn 3,8). Y "él es homicida desde el principio y no se mantuvo en la verdad, porque la verdad no estaba en él" (Jn 8,44).
5. Estos textos nos ayudan a comprender la naturaleza y la dimensión del pecado de satanás, consistente en el rechazo de la verdad sobre Dios, conocido a la luz de la inteligencia y de la revelación como Bien infinito, amor, y santidad subsistente. El pecado ha sido tanto más grande cuanto mayor era la perfección espiritual y la perspicacia cognoscitiva del entendimiento angélico, cuanto mayor era su libertad y su cercanía a Dios. Rechazando la verdad conocida sobre Dios con un acto de la propia libre voluntad, satanás se convierte en "mentiroso cósmico" y "padre de la mentira" (Jn 8,44). Por esto vive la radical e irreversible negación de Dios y trata de imponer a la creación, a los otros seres creados a imagen de Dios, y en particular a los hombres, su trágica "mentira sobre el Bien" que es Dios. En el libro del Génesis encontramos una descripción precisa de esa mentira y falsificación de la verdad sobre Dios, que satanás (bajo la forma de serpiente) intenta transmitir a los primeros representantes del género humano: Dios sería celoso de sus prerrogativas e impondría por ello limitaciones al hombre (cf. Gen Gn 3,5). Satanás invita al hombre a liberarse de la imposición de este juego, haciéndose "como Dios".
56 6. En esta condición de mentira existencial satanás se convierte —según San Juan— también en homicida, es decir, destructor de la vida sobrenatural que Dios había injertado desde el comienzo en él y en las criaturas hechas a "imagen de Dios": los otros espíritus puros y los hombres; satanás quiere destruir la vida según la verdad, la vida en la plenitud del bien, la vida sobrenatural de gracia y de amor. El autor del libro de la Sabiduría escribe:" ...por envidia del diablo entró la muerte en el mundo, y la experimentan los que le pertenecen" (Sg 2,24). En el Evangelio Jesucristo amonesta: "...temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10,28).
7. Como efecto del pecado de los progenitores, este ángel caído ha conquistado en cierta medida el dominio sobre el hombre. Esta es la doctrina constantemente confesada y anunciada por la Iglesia, y que el Concilio de Trento ha confirmado en el tratado sobre el pecado original (cf. DS DS 1511): Dicha doctrina encuentra dramática expresión en la liturgia del bautismo, cuando se pide al catecúmeno que renuncie al demonio y a sus seducciones.
Sobre este influjo en el hombre y en las disposiciones de su espíritu (y del cuerpo) encontramos varias indicaciones en la Sagrada Escritura, en la cual satanás es llamado "el príncipe de este mundo" (cf. Jn 12,31 Jn 14, 30;16, Jn 11) e incluso "el Dios de este siglo" (2Co 4,4). Encontramos muchos otros nombres que describen sus nefastas relaciones con el hombre: "Belcebú" o "Belial", "espíritu inmundo", "tentador", "maligno" y finalmente "anticristo" (1Jn 4,3). Se le compara a un "león" (1P 5,8), a un "dragón" (en el Apocalipsis) y a una "serpiente" (Gn 3). Muy frecuentemente para nombrarlo se ha usado el nombre de "diablo" del griego "diaballein" (del cual "diabolos"), que quiere decir: causar la destrucción, dividir, calumniar, engañar. Y a decir verdad, todo esto sucede desde el comienzo por obra del espíritu maligno que es presentado en la Sagrada Escritura como una persona, aunque se afirma que no está solo: "somos muchos", gritaban los diablos a Jesús en la región de las gerasenos (Mc 5,9); "el diablo y sus ángeles", dice Jesús en la descripción del juicio futuro (cf. Mt 25,41).
8. Según la Sagrada Escritura, y especialmente el Nuevo Testamento, el dominio y el influjo de Satanás y de los demás espíritus malignos se extiende al mundo entero. Pensemos en la parábola de Cristo sobre el campo (que es el mundo), sobre la buena semilla y sobre la mala semilla que el diablo siembra en medio del grano tratando de arrancar de los corazones el bien que ha sido "sembrado" en ellos (cf. Mt 13,38-39). Pensemos en las numerosas exhortaciones a la vigilancia (cf. Mt 26,41 1P 5,8), a la oración y al ayuno (cf. Mt 17,21). Pensemos en esta fuerte afirmación del Señor: "Esta especie (de demonios) no puede ser expulsada por ningún medio sino es por la oración" (Mc 9,29). La acción de Satanás consiste ante todo en tentar a los hombres para el mal, influyendo sobre su imaginación y sobre las facultades superiores para poder situarlos en dirección contraria a la ley de Dios. Satanás pone a prueba incluso a Jesús (cf. Lc Lc 4,3-13) en la tentativa extrema de contrastar las exigencias de la economía de la salvación tal como Dios le ha preordenado.
No se excluye que en ciertos casos el espíritu maligno llegue incluso a ejercitar su influjo no sólo sobre las cosas materiales, sino también sobre el cuerpo del hombre, por lo que se habla de "posesiones diabólicas" (cf. Mc 5,2-9). No resulta siempre fácil discernir lo que hay de preternatural en estos casos, ni la Iglesia condesciende o secunda fácilmente la tendencia a atribuir muchos hechos e intervenciones directas al demonio; pero en línea de principio no se puede negar que, en su afán de dañar y conducir al mal, Satanás pueda llegar a esta extrema manifestación de su superioridad.
9. Debemos finalmente añadir que las impresionantes palabras del Apóstol Juan: "El mundo todo está bajo el maligno" (1Jn 5,19), aluden también a la presencia de Satanás en la historia de la humanidad, una presencia que se hace más fuerte a medida que el hombre y la sociedad se alejan de Dios. El influjo del espíritu maligno puede "ocultarse" de forma más profunda y eficaz: pasar inadvertido corresponde a sus "intereses": La habilidad de Satanás en el mundo es la de inducir a los hombres a negar su existencia en nombre del racionalismo y de cualquier otro sistema de pensamiento que busca todas las escapatorias con tal de no admitir la obra del diablo. Sin embargo, no presupone la eliminación de la libre voluntad y de la responsabilidad del hombre y menos aún la frustración de la acción salvífica de Cristo. Se trata más bien de un conflicto entre las fuerzas oscuras del mal y las de la redención. Resultan elocuentes a este propósito las palabras que Jesús dirigió a Pedro al comienzo de la pasión:" ...Simón, Satanás os busca para ahecharos como trigo; pero yo he rogado por ti para que no desfallezca tu fe" (Lc 22,31).
Comprendemos así por que Jesús en la plegaria que nos ha enseñado, el "Padrenuestro", que es la plegaria del reino de Dios, termina casi bruscamente, a diferencia de tantas otras oraciones de su tiempo, recordándonos nuestra condición de expuestos a las insidias del Mal-Maligno. El cristiano, dirigiéndose al Padre con el espíritu de Jesús e invocando su reino, grita con la fuerza de la fe: no nos dejes caer en la tentación, líbranos del Mal, del Maligno. Haz, oh Señor, que no cedamos ante la infidelidad a la cual nos seduce aquel que ha sido infiel desde el comienzo.
Saludos
Deseo ahora dar mi más cordial bienvenida a esta audiencia a todas las personas, familias y grupos de lengua española.
Saludo en particular a la numerosa peregrinación de la Parroquia de los Dolores, de Sevilla, devotos de Nuestra Señora del Rocío, la Blanca Paloma, como a vosotros os gusta invocarla.
Asimismo saludo al grupo apostólico “Hogar de la Madre de la Juventud”, de Toledo, y a los profesores y alumnos de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Uruguay.
57 Vaya a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España mi bendición apostólica.
1. Nuestras catequesis sobre Dios, Creador de las cosas "invisibles", nos ha llevado a iluminar y vigorizar nuestra fe por lo que respecta a la verdad sobre el maligno o Satanás, no ciertamente querido por Dios, sumo Amor y Santidad, cuya Providencia sapiente y fuerte sabe conducir nuestra existencia a la victoria sobre el príncipe de las tinieblas. Efectivamente, la fe de la Iglesia nos enseña que la potencia de Satanás no es infinita.El es sólo una creatura, potente en cuanto espíritu puro, pero siempre una creatura, con los límites de la creatura, subordinada al querer y el dominio de Dios. Si Satanás obra en el mundo por su odio contra Dios y su reino, ello es permitido por la Divina Providencia que con potencia y bondad ("fortiter et suaviter") dirige la historia del hombre y del mundo. Si la acción de Satanás ciertamente causa muchos daños —de naturaleza espiritual e indirectamente de naturaleza también física— a los individuos y a la sociedad, él no puede, sin embargo, anular la finalidad definitiva a la que tienden el hombre y toda la creación, el bien. El no puede obstaculizar la edificación del reino de Dios, en el cual se tendrá, al final, la plena actuación de la justicia y del amor del Padre hacia las creaturas eternamente "predestinadas" en el Hijo-Verbo, Jesucristo. Más aún, podemos decir con San Pablo que la obra del maligno concurre para el bien y sirve para edificar la gloria de los "elegidos" (cf. 2Tm 2,10).
2. Así toda la historia de la humanidad se puede considerar en función de la salvación total, en la cual está inscrita la victoria de Cristo sobre "el príncipe de este mundo" (Jn 12,31 Jn 14,30 Jn 16,11). "Al Señor tu Dios adorarás y a Él sólo servirás" (Lc 4,8), dice terminantemente Cristo a Satanás. En un momento dramático de su ministerio, a quienes lo acusaban de manera descarada de expulsar los demonios porque estaba aliado de Belcebú, jefe de los demonios, Jesús responde con aquellas palabras severas y confortantes a la vez :"Todo reino en sí dividido será desolado y toda ciudad o casa en sí dividida no subsistirá. Si Satanás arroja a Satanás, está dividido contra sí: ¿cómo, pues, subsistirá su reino?... Mas si yo arrojo a los demonios con el poder del espíritu de Dios, entonces es que ha llegado a vosotros el reino de Dios" (Mt 12,25-26 Mt 12,28). "Cuando un hombre fuerte bien armado guarda su palacio, seguros están sus bienes; pero si llega uno más fuerte que él, le vencerá, le quitará las armas en que confiaba y repartirá sus despojos" (Lc 11,21-22).
Las palabras pronunciadas por Cristo a propósito del tentador encuentran su cumplimiento histórico en la cruz y en la resurrección del Redentor.Como leemos en la Carta a los Hebreos, Cristo se ha hecho partícipe de la humanidad hasta la cruz "para destruir por la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a aquellos que estaban toda la vida sujetos a servidumbre" (He 2,14-15). Esta es la gran certeza de la fe cristiana: "El príncipe de este mundo está ya juzgado" (Jn 16,11); "Y para esto apareció el Hijo de Dios, para destruir las obras del diablo" (1Jn 3,8), como nos atestigua San Juan. Así, pues, Cristo crucificado y resucitado se ha revelado como el "más fuerte" que ha vencido "al hombre fuerte", el diablo, y lo ha destronado.
De la victoria de Cristo sobre el diablo participa la Iglesia: Cristo, en efecto, ha dado a sus discípulos el poder de arrojar los demonios (cf. Mt 10,1, y paral.; Mc 16,17). La Iglesia ejercita tal poder victorioso mediante la fe en Cristo y la oración (cf. Mc 9,29 Mt 17,19 ss. ), que en casos específicos puede asumir la forma del exorcismo.
3. En esta fase histórica de la victoria de Cristo se inscribe el anuncio y el inicio de la victoria final, la parusía, la segunda y definitiva venida de Cristo al final de la historia, venida hacia la cual está proyectada la vida del cristiano. También si es verdad que la historia terrena continúa desarrollándose bajo el influjo de "aquel espíritu que —como dice San Pablo— ahora actúa en los que son rebeldes" (Ep 2,2), los creyentes saben que están llamados a luchar para el definitivo triunfo del bien: "No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires" (Ep 6,12).
4. La lucha, a medida que se avecina el final, se hace en cierto sentido siempre más violenta, como pone de relieve especialmente el Apocalipsis, el último libro del Nuevo Testamento (cf. Ap 12,7-9). Pero precisamente este libro acentúa la certeza que nos es dada por toda la Revelación divina: es decir, que la lucha se concluirá con la definitiva victoria del bien. En aquella victoria, precontenida en el misterio pascual de Cristo, se cumplirá definitivamente el primer anuncio del Génesis, que con un término significativo es llamado proto-Evangelio, con el que Dios amonesta a la serpiente: "Pongo perpetua enemistad entre ti y la mujer" (Gn 3,15). En aquella fase definitiva, completando el misterio de su paterna Providencia, "liberará del poder de las tinieblas" a aquellos que eternamente ha "predestinado en Cristo" y les "transferirá al reino de su Hijo predilecto" (cf. Col Col 1,13-14). Entonces el Hijo someterá al Padre también el universo, para que "sea Dios en todas las cosas" (1Co 15,28).
5. Con ésta se concluyen las catequesis sobre Dios Creador de las "cosas visibles e invisibles", unidas en nuestro planteamiento con la verdad sobre la Divina Providencia. Aparece claro a los ojos del creyente que el misterio del comienzo del mundo y de la historia se une indisolublemente con el misterio del final, en el cual la finalidad de todo lo creado llega a su cumplimiento. El Credo, que une así orgánicamente tantas verdades, es verdaderamente la catedral armoniosa de la fe.
De manera progresiva y orgánica hemos podido admirar estupefactos el gran misterio de la inteligencia y del amor de Dios, en su acción creadora, hacia el cosmos, hacia el hombre, hacia el mundo de los espíritus puros. De tal acción hemos considerado la matriz trinitaria, su sapiente finalidad relacionada con la vida del hombre, verdadera "imagen de Dios", a su vez llamado a volver a encontrar plenamente su dignidad en la contemplación de la gloria de Dios. Hemos recibido luz sobre uno de los máximos problemas que inquietan al hombre e invaden su búsqueda de la verdad: el problema del sufrimiento y del mal. En la raíz no está una decisión errada o mala de Dios, sino su opción, y en cierto modo su riesgo, de crearnos libres para tenernos como amigos. De la libertad ha nacido también el mal. Pero Dios no se rinde, y con su sabiduría transcendente, predestinándonos a ser sus hijos en Cristo, todo lo dirige con fortaleza y suavidad, para que el bien no sea vencido por el mal.
58 Debemos ahora dejarnos guiar por la Divina Revelación en la exploración de otros misterios de nuestra salvación. Mientras tanto hemos acogido una verdad que debe estar en el corazón de cada cristiano: cómo existen espíritus puros, creaturas de Dios, inicialmente todos buenos, y después por una opción de pecado se dividieron irremediablemente en ángeles de luz y en ángeles de tinieblas. Y mientras la existencia de los ángeles malos nos pide a nosotros el sentido de la vigilancia para no caer en sus halagos, estamos ciertos de que la victoriosa potencia de Cristo Redentor circunda nuestra vida para que también nosotros mismos seamos vencedores. En esto estamos válidamente ayudados por los ángeles buenos, mensajeros del amor de Dios, a los cuales amaestrados por la tradición de la Iglesia, dirigimos nuestra oración: "Ángel de Dios, que eres mi custodio, ilumíname, custódiame, rígeme y gobiérname, ya que he sido confiado a tu piedad celeste. Amén".
Saludos
Amados hermanos y hermanas:
Reciban mi más cordial saludo de bienvenida todos los peregrinos de lengua española. En particular, saludo a los representantes de los 1.500 Propagandistas de la Obra de Ejercicios de Navarra, a quienes aliento a una generosa entrega apostólica y misionera, inspirados en la espiritualidad ignaciana.
Igualmente deseo saludar a los componentes del Orfeón Universitario “Simón Bolívar” de Caracas.
A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España imparto con afecto la Bendición Apostólica.
1. Los Símbolos de la Fe son muy parcos al hablar del pecado; en la Sagrada Escritura, por el contrario, el término y el concepto de "pecado" se sitúa entre aquellos que se repiten con mayor frecuencia. Lo cual demuestra que la Sagrada Escritura es ciertamente el libro de Dios y sobre Dios, pero también es un gran libro sobre el hombre, considerado en su condición existencial, cual resulta de la experiencia.
De hecho el pecado forma parte del hombre y de su existencia: no se puede ignorar o dar a esta realidad oscura otros nombres, otras interpretaciones, como ha ocurrido en las corrientes del iluminismo o del secularismo. Si se admite el pecado, se reconoce al mismo tiempo una profunda relación del hombre con Dios, pues al margen de esta relación hombre-Dios el mal del pecado no se presenta en su verdadera dimensión, aun cuando siga estando presente obviamente en la vida del hombre y en la historia. El pecado pesa con tanta mayor fuerza sobre el hombre como realidad oscura y nefasta cuando menos se le conozca y reconozca, cuando menos se le identifique en su esencia de rechazo y oposición frente a Dios. Sujeto y artífice de esta opción es naturalmente el hombre, que puede rechazar el dictamen de la propia conciencia, aun sin referirse directamente a Dios; pero este gesto insano y nefasto adquiere su significación negativa sólo cuando se contempla sobre el trasfondo de la relación del hombre con Dios.
59 2. Por esta razón, en la Sagrada Escritura se describe el primer pecado en el contexto del misterio de la creación.Dicho de otro modo: el pecado cometido en los comienzos de la historia humana es presentado en el trasfondo de la creación, es decir, de la donación de la existencia por parte de Dios. El hombre, en el contexto del mundo visible, recibe la existencia como don en cuanto "imagen y semejanza de Dios", o sea, en su condición de ser racional, dotado de inteligencia y voluntad: y a ese nivel de donación creadora por parte de Dios se explica mejor incluso la esencia del pecado del "principio" como opción tomada por el hombre con el mal uso de sus facultades.
No hace falta decir que aquí no hablamos de los comienzos de la historia en cuanto tal y como los describe —hipotéticamente— la ciencia, sino del "principio" tal como se presenta en las paginas de la Escritura. Esta descubre en ese "principio" el origen del mal moral, que la humanidad experimenta incesantemente, y lo identifica como "pecado".
3. El libro del Génesis, en el primer relato de la obra de la creación (Gn 1,1-28), que es cronológicamente posterior al relato del Gen 2, 4-15, relata la "bondad" originaria de todo lo creado y de modo especial la "bondad" del hombre, creado por Dios "varón y mujer" (Gn 1,27). Al describir la creación se inserta varias veces la siguiente constatación: "Vio Dios ser bueno" (cf. Gen Gn 1,12 Gen Gn 1,18 Gen Gn 1,21 Gen Gn 1,25), y, por último, tras la creación del hombre: "Y vio Dios ser muy bueno cuanto había hecho" (Gn 1,31). Puesto que se trata del ser creado a imagen de Dios, es decir, racional y libre, la frase alude a la "bondad" propia de ese ser según el designio del Creador.
4. En esto se basa la verdad de fe, enseñada por la Iglesia, sobre la inocencia original del hombre, sobre su justicia original (iustitia originalis), como se deduce de la descripción que el Génesis hace del hombre salido de las manos de Dios y que vive en total familiaridad con Él (cf. Gen Gn 2,8-25); también el libro del Eclesiastés dice que "Dios hizo recto al hombre" (Ecl 7, 29). Si el Concilio de Trento enseña que el primer Adán perdió la santidad y la justicia en la que había sido constituido ("Primum hominem Adam..., sanctitatem et iustitiam, in qua constituitus fuerat, amisisse": Decr. de pecc. origi ., DS DS 1511), esto quiere decir que antes del pecado el hombre poseía la gracia santificante con todos los dones sobrenaturales que hacen al hombre "justo" ante Dios.
Con expresión sintética, todo esto se puede expresar diciendo que, al principio, el hombre vivía en amistad con Dios.
5. A la luz de la Biblia, el estado del hombre antes del pecado se presentaba como una condición de perfección original, expresada, en cierto modo, en la imagen del "paraíso" que nos ofrece el Génesis. Si nos preguntamos cuál era la fuente de dicha perfección, la respuesta es que ésta se hallaba sobre todo en la amistad con Dios mediante la gracia santificante y en aquellos dones, llamados en el lenguaje teológico "preternaturales", y que el hombre perdió por el pecado. Gracias a estos dones divinos, el hombre, que estaba unido en amistad y armonía con su Principio, poseía y mantenía en sí mismo el equilibrio interior y no sentía angustia ante la perspectiva de la decadencia y de la muerte. El "dominio" sobre el mundo que Dios le había dado al hombre desde el principio, se realizaba ante todo en el mismo hombre como dominio de sí mismo. Y, con este autodominio y equilibrio se poseía la "integridad" de la existencia (integritas), en el sentido de que el hombre estaba íntegro y ordenado en todo su ser, ya que se hallaba libre de la triple concupiscencia que lo doblega ante los placeres de los sentidos, a la concupiscencia de los bienes terrenos y a la afirmación de sí mismo contra los dictámenes de la razón.
Por ello también había orden en la relación con el otro, en aquella comunión e intimidad que hace felices: como en la relación inicial entre el hombre y la mujer, Adán y Eva, primera pareja y también primer núcleo de la sociedad humana. Desde este punto de vista resulta muy elocuente aquella breve frase del Génesis: "Estaban ambos desnudos, el hombre y la mujer, sin avergonzarse de ello" (Gn 2,25).
6. La presencia de la justicia original y de la perfección en el hombre, creado a imagen de Dios, que conocemos por la Revelación, no excluía que este hombre, en cuanto criatura dotada de libertad, fuera sometido desde el principio, como los demás seres espirituales, a la prueba de la libertad. La misma Revelación que nos permite conocer el estado de justicia original del hombre antes del pecado en virtud de su amistad con Dios, de la cual derivaba la felicidad del existir, nos pone al corriente de la prueba fundamental reservada al hombre y en la cual fracasó.
7. En Génesis se describe esta prueba como una prohibición de comer los frutos "del árbol de la ciencia del bien y del mal". He aquí el texto: "El Señor Dios dio este mandato al hombre: De todos los árboles del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente morirás" (Gn 2,16-17).
Esto significa que el Creador se revela, desde el principio, a un ser racional y libre como Dios de la Alianza y, por consiguiente, de la amistad y de la alegría, pero también como fuente del bien y, por tanto, de la distinción entre el bien y el mal en sentido moral.El árbol de la ciencia del bien y del mal evoca simbólicamente el límite insuperable que el hombre, en cuanto criatura, debe reconocer y respetar. El hombre depende del Creador y se halla sujeto a las leyes sobre cuya base el Creador ha constituido el orden del mundo creado por Él, el orden esencial de la existencia (ordo rerum); y, por consiguiente, también se halla sujeto a los normas morales que regulan el uso de la libertad. La prueba primordial se dirige, por tanto, a la voluntad libre del hombre, a su libertad. ¿Confirmará el hombre con su conducta el orden fundamental de la creación, reconociendo la verdad de que también él ha sido creado, la verdad de la dignidad que le pertenece en cuanto imagen de Dios, y al mismo tiempo la verdad de su límite en cuanto criatura?.
Desgraciadamente conocemos el resultado de la prueba: el hombre fracasó. Nos lo dice la Revelación. Pero esta triste noticia nos la da en el contexto de la verdad de la redención, permitiéndonos así que miremos confiadamente a nuestro Creador y Señor misericordioso.
Saludos
60 Deseo saludar a los peregrinos y visitantes de lengua española, venidos de España y de América Latina. De modo especial a las Religiosas Josefìnas de la Santísima Trinidad, que celebran el primer centenario de su fundación; que vuestra labor docente vaya acompañada de un auténtico testimonio de amor y entrega a Cristo y a los hermanos.
Saludo igualmente a los oficiales, cadetes y tripulación del Buque Escuela “Libertad”, de la Armada Argentina. Que vuestra singladura por los mares del mundo conformen vuestras vidas al servicio de la Patria y de cada uno de sus ciudadanos.
También quiero saludar al Coro de la Universidad para la Paz, de Costa Rica. Colaborad con vuestro canto, y sobre todo con vuestra vida, en la construcción de la paz, ese don tan precioso y deseado por todos.
A todos vosotros, peregrinos de lengua española, imparto de corazón la bendición apostólica.
1. En el contexto de la creación y de la concesión de los dones con los que Dios constituye al hombre en el estado de santidad y de justicia original, la descripción del primer pecado que en encontramos en el tercer capítulo del Génesis, adquiere mayor claridad. Es obvio que esta descripción, que se centra en la transgresión de la prohibición divina de comer "los frutos del árbol de la ciencia del bien y del mal", debe ser interpretada teniendo en cuenta el carácter específico del texto antiguo y, particularmente, el género literario al que pertenece. Pero, incluso teniendo presente esta exigencia científica en el estudio del primer libro de la Sagrada Escritura, no se puede negar que un primer elemento seguro del mismo salta a la vista debido al carácter específico de aquella narración del pecado: dicho carácter consiste en que se trata de un acontecimiento primordial, es decir, de un hecho, que, de acuerdo con la Revelación, aconteció en los comienzos de la historia del hombre. Precisamente por ello, el texto presenta otro elemento cierto: es decir, el sentido fundamental y decisivo de aquel acontecimiento para las relaciones entre el hombre y Dios y, en consecuencia, para la "situación" interior del mismo hombre, para las recíprocas relaciones entre los hombres y, en general, para la relación del hombre con el mundo.
2. El hecho que realmente importa, bajo las formas descriptivas, es de naturaleza moral y se inscribe en las raíces mismas del espíritu humano. Un hecho que da lugar a un cambio fundamental de la "situación": el hombre es lanzado fuera del estado de justicia original para encontrarse en el estado de pecaminosidad (status naturae lapsae); un estado que lleva consigo el pecado y conoce la tendencia al pecado. Desde ese momento, toda la historia de la humanidad sentirá el peso de este estado. El primer ser humano (hombre y mujer) recibió, en efecto, de Dios la gracia santificante no sólo para sí mismo, sino, en cuanto cabeza de la humanidad, para todos sus descendientes. Así, pues, con el pecado que lo estableció en una situación de conflicto con Dios, perdió la gracia (cayó en desgracia), incluso en la perspectiva de la herencia para sus descendientes. En esta privación de la gracia, añadida a la naturaleza, se sitúa la esencia del pecado original como herencia de los primeros padres, según la enseñanza de la Iglesia, basada en la Revelación.
3. Entenderemos mejor el carácter de esta herencia si analizamos el relato del tercer capítulo del Génesis sobre el primer pecado. El relato comienza con el coloquio que el tentador, presentado en forma de serpiente, tiene con la mujer. Este dato es completamente nuevo. Hasta ahora el libro del Génesis no había hablado de que en el mundo creado existieran otros seres inteligentes y libres fuera del hombre y de la mujer. La descripción de la creación en los capítulos 1 y 2 del Génesis se refiere, en efecto, al mundo de los "seres visibles". El tentador pertenece al mundo de los "seres invisibles", puramente espirituales, si bien, durante este coloquio, la Biblia lo presenta bajo forma visible. Esta primera aparición del espíritu maligno en una página bíblica, es preciso considerarla en el contexto de cuanto encontramos sobre este tema en los libros del Antiguo y Nuevo Testamento. (Ya lo hemos hecho en las catequesis precedentes). Singularmente elocuente en este sentido es el libro del Apocalipsis (el último de la Sagrada Escritura), según el cual sobre la tierra es arrojado "el dragón grande, la antigua serpiente (una alusión explícita a Gn 3), llamada Diablo y Satanás, que extravía a toda la redondez de la tierra" (Ap 12,9). Por el hecho de que "extravía a toda la redondez de la tierra", en otro texto se le llama "padre de la mentira" (Jn 8,44).
4. El pecado humano de los comienzos, el pecado primordial al cual se refiere el relato de Gen 3, acontece por influencia de este ser.
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