Discursos 1988 6


A LA FEDERACIÓN ITALIANA DE ESCUELAS MATERNAS


Sábado 16 de enero de 1988




1. Doy un cordial y sentido saludo a vosotros, presidentes, dirigentes y consultores de las escuelas maternas de inspiración cristiana, que habéis acudido a Roma para el V congreso de la "Federación Italiana de Escuelas Maternas" (FISM).

7 A través de vuestras personas quiero alcanzar a todas las educadoras, religiosas y laicas, a los sacerdotes y a los operadores, comprometidos en este delicado sector.

Un recuerdo muy especial reservo para las familias que en número verdaderamente considerable, aún en medio de no pocas dificultades, confían a vuestras escuelas sus propios hijos y participan, con auténtica dedicación, en las actividades de los organismos educativos y gestionales.

Ya en otras ocasiones he tenido la oportunidad de dirigiros una palabra de vivo aliento por el importante servicio que, con generosidad y competencia, dedicáis a los niños y a sus familias, especialmente las jóvenes, siempre necesitadas de apoyo y ayuda.

También hoy, aunque sea brevemente, ofrezco algún tema como objeto a vuestra constante y atenta reflexión.

2. Quisiera, ante todo, reafirmar la dignidad del niño, ya que hoy no raras veces se tiende a excluirlo o al menos a "soportar" su presencia, a menudo a instrumentalizarlo para segundos fines, o incluso sin más a abusar de su natural debilidad.

El niño es una "persona", es un hombre; como tal debe ser acogido, amado, ayudado en su desarrollo físico y moral para que pueda ocupar su puesto "irrepetible" en la sociedad y en la comunidad eclesial.

Todo niño es querido por Dios Padre, es redimido por Cristo, se hace templo del Espíritu Santo por el bautismo.

Si ésta es la dignidad del niño, todos deben considerar un privilegio acogerlo, cuidarlo y amarlo como nos ha enseñado el Señor.

Por el Evangelio nos consta lo mucho que Jesús amó a los niños; lo duras que fueron sus palabras contra aquellos que los alejaban de Él; cómo hizo de ellos un modelo para los adultos: "Si no os volviereis y os hiciereis como niños (sencillos-limpios-disponibles), no entraréis en el reino de los cielos. Y, pues el que se humillare hasta hacerse como un niño de éstos, ése será el más grande en el reino de los cielos, y el que por mí recibiere a un niño como éste, a mí me recibe. Y al que escandalizare a uno de estos pequeñuelos que creen en mí, más le valiera que le colgasen al cuello una piedra de molino de asno y le hundiesen en el fondo del mar" (cf. Mt
Mt 18,4-7).

3. La Iglesia, siguiendo a su Señor, en todo tiempo ha defendido, privilegiado y servido a los niños, promoviendo su dignidad. Basta pensar en los dos milenios de su historia, en las órdenes religiosas que se han sucedido en el tiempo, en la vida de los Pastores y Santos, para recoger de ello el más lúcido testimonio.

Este amor preferencial de la Iglesia por el niño se ha concretado en instituciones de todo tipo y, en los inicios del siglo pasado, en escuelas para niños, cuando todavía ninguno imaginaba siquiera un servicio semejante.

8 Así, las comunidades cristianas, las familias, nuestro pueblo, han querido en cada país aún el más remoto, como también en las grandes ciudades, esta escuela, que nació y ha permanecido siempre ligada al tejido social y eclesial.

En una palabra: las escuelas maternas han nacido y crecido profundamente arraigadas en la voluntad iluminada de nuestra gente y, en general, han sido confiadas a religiosas o promovidas por ellas.

A su vez el Concilio Vaticano II ha subrayado el lugar especialísimo que corresponde, entre los instrumentos educativos, a la escuela y en particular a la escuela católica. La Declaración conciliar sobre la educación cristiana afirma: "Entre todos los medios de educación, tiene peculiar importancia la escuela..."; "La presencia de la Iglesia en el campo escolar se manifiesta especialmente por la escuela católica. Esta persigue, en no menor grado que las demás escuelas, los fines culturales y la formación humana de la juventud. Su nota distintiva es crear un ambiente en la comunidad escolar animado por el espíritu evangélico..." (Gravissimum educationis
GE 5 GE 8).

Y el Documento subraya la importancia de los educadores: "Hermosa es, por tanto, y de suma trascendencia la vocación de todos los que, ayudando a los padres en el cumplimiento de su deber y en nombre de la comunidad cristiana, desempeñan la función de educar en las escuelas. Esta vocación requiere dotes especiales de alma y de corazón, una preparación diligentísima y una continua prontitud para renovarse y adaptarse" (Gravissimum educationis GE 5).

Este alto magisterio ha sido reafirmado por mis venerados predecesores y tomado como propio por los obispos italianos que han querido traducirlo en el documento sobre la escuela católica hoy en Italia, y en el catecismo de los niños de la Conferencia Episcopal italiana, donde son identificados los elementos específicos que se refieren a la propuesta educativa de la escuela materna de inspiración cristiana.

4. Conociendo las dificultades presentes a nivel del compromiso pastoral y de la gestión administrativa, me alegro vivamente con vosotros por todo cuanto habéis hecho en vuestra historia asociativa en este período de tiempo, y renuevo mi estímulo a los distintos operadores, ya expresado en otras circunstancia, mientras pido la máxima generosidad a cada uno.

Me dirijo ante todo a los sacerdotes, especialmente a los que son párrocos, que con gran sacrificio e inteligencia han querido tener junto a su iglesia una escuela materna: que la sigan sintiendo como un lugar privilegiado de la pastoral.

Deseo, además, decir a las religiosas, todavía muy presentes en este sector pastoral con la riqueza de los carismas propios de cada instituto o congregación: no os dejéis desalentar por las dificultades y no cedáis a la tentación de abandonar este campo para dedicaros a otras actividades apostólicas. También vosotros, educadores y educadoras laicos, sentíos honrados de escoger como lugar de evangelización y de promoción humana la escuela materna.

Recomiendo a los padres, pero también a todos los fieles, que sientan la escuela de la comunidad como ambiente propio, donde los niños puedan encontrar una educación cristiana en sintonía con la recibida en la familia y donde ellos mismos puedan encontrar elementos de crecimiento como verdaderos educadores y cristianos auténticos.

Una palabra, en fin, a las autoridades civiles y políticas: que no descuiden el servicio social de más de ocho mil escuelas libres, asociadas en vuestra Federación, y que se esfuercen por encontrar rápidamente soluciones legislativas marcadas por una auténtica justicia, que no haga demasiado gravosa, y cargada de dificultades a veces insuperables, esta presencia reconocida por todos como capaz de servir capilarmente a las familias italianas.

5. Sé que el 25 de marzo, solemnidad de la Anunciación en este Año Mariano, celebraréis una Jornada de intensa experiencia eclesial "con María hacia el 2000". La oración de tantos inocentes no será desatendida por la Madre de Dios y nuestra.

9 A Ella confío vuestras personas y todas las escuelas maternas de inspiración cristiana que representáis.

Con su intercesión, invoco sobre vosotros y sobre todos los que operan en las escuelas maternas la abundancia de los dones del Señor, y a todos imparto de corazón mi bendición apostólica.








A LOS PARTICIPANTES EN LAS CELEBRACIONES


DEL X ANIVERSARIO DE LA INSTITUCIÓN DEL FONDO INTERNACIONAL PARA EL DESARROLLO AGRÍCOLA


Martes 26 de enero de 1988


Señor Presidente,
Señor Presidente del Consejo de Ministros de la República Italiana,
Señores Ministros,
Señores Delegados y Representantes permanentes de los Estados miembros,
señoras, señores:

1. He acogido con mucho gusto la invitación que me ha dirigido usted, Señor Presidente, en nombre de los Representantes de los ciento cuarenta y dos Estados miembros del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA), a participar en la solemne celebración conmemorativa del X aniversario de la creación de esta Organización intergubernamental.

Su reciente institución no le ha impedido al Fondo asumir un papel importante dentro del amplio esfuerzo de solidaridad emprendido por las naciones en esta segunda mitad del siglo XX. Y su Organización ocupa un lugar especial entre las Instituciones internacionales que caracterizan actualmente la vida de los pueblos.

En el futuro, cuando se recuerde la época en que vivimos, tal vez se recordarán los problemas y las divergencias múltiples, o los demasiado abundantes conflictos, o también el apasionante desarrollo científico y técnico; pero también se destacará que estos tiempos han sido los de la solidaridad internacional, gracias a los esfuerzos desplegados para afrontar y resolver los problemas planteados a nivel de la humanidad, y gracias igualmente a las innumerables organizaciones creadas a lo largo de este período. Se habrá trabajado mucho en los campos de la paz, de la justicia, de la cooperación económica, cultural y científica, de los derechos humanos, de la salud pública o del hambre. Tales esfuerzos no pueden ser vanos. ¿Cómo podrán olvidarlos las generaciones futuras?

10 2. El Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola, que hace cinco años escogió como sede definitiva la ciudad de Roma, apreciada ¿n el mundo entero por su excepcional riqueza de tradición religiosa y humana, se integra en el sistema de las instituciones especializadas de las Naciones Unidas que tienen precisamente como finalidad reunir y emplear recursos financieros en favor de proyectos y programas que se refieren a la agricultura y a la alimentación.

La Santa Sede, que atribuye una particular importancia al desarrollo pacífico y solidario de la comunidad internacional, animó desde su origen el proyecto de una institución consagrada específicamente al sostenimiento financiero de iniciativas individuales o colectivas de cooperación en las regiones más desfavorecidas y no dejó de seguir su evolución, pues esta iniciativa parecía capaz de contribuir en buena medida a la lucha contra el hambre y la mala nutrición.

3. El grave problema del hambre, que atormenta aún hoy a tantas regiones del mundo, no puede, en efecto, resolverse solamente por medio de la intervención de los países productores de géneros alimentarios; sólo se encontrará una solución eficaz si se estimulan los considerables recursos humanos de los trabajadores del campo, de los pescadores y de los ganaderos, que carecen de los medios económicos y técnicos necesarios. Por ello, es menester que el reparto de las ayudas, el pago del trabajo productivo, tenga lo más posible en cuenta las exigencias de la justicia social y favorezca la cooperación de todos. De hecho, nadie puede luchar solo contra factores ecológicos constringentes, tales como las condiciones atmosféricas desfavorables, la prolongada sequía, los parásitos, o contra las tremendos degradaciones de la tierra debidas a las intervenciones humanas desconsideradas o a la negligencia.

Pero el apoyo de la Santa Sede al FIDA es también de orden moral, puesto que, para muchos países, esta Organización representa un medio concreto para asumir sus responsabilidades en lo referente al desarrollo de los países más pobres: se ofrecen a categorías enteras de trabajadores los medios para que ellos mismos luchen contra el hambre y la mala nutrición. De este modo estos hombres y mujeres utilizan mejor sus capacidades y afirman su dignidad.

4. En este mismo orden de ideas, el FIDA constituye una institución original por los criterios que se ha dado para determinar las contribuciones financieras en función de las posibilidades económicas reales y del desarrollo de cada uno de los países miembros, repartidos en tres grupos distintos. Del mismo modo la distribución de los recursos financieros es proporcional a las posibilidades de su utilización por los países beneficiarios. De cara a las más graves penurias o a las crisis agudas, se prevean facilidades crediticias y donaciones gratuitas.

Los objetivos del Fondo, sin embargo, no se reducen a la atribución de créditos o de donaciones, sino que comprenden el estudio de la situación económica mundial, Estamos todos convencidos da que a pesar de los esfuerzos de las Organizaciones internacionales y de los resultados ya conseguidos, continentes enteros se encuentran ante la imperiosa necesidad de mejorar las condiciones de vida y de trabajo de centenares de millones de personas. En diciembre de 1986, en el curso de la X sesión del Consejo de Gobernadores del FIDA, su Presidente destacaba el hecho de que en Asia, por ejemplo, decenas de millones de personas siguen sufriendo hambre y viven sin poder esperar una mejora. En África, el problema de la supervivencia es de una amplitud catastrófica, y en América Latina una importante parte de la población sigue al margen del desarrollo, en impresionantes zonas de miseria; por otra parte, estas situaciones perduran a pesar de un notable aumento de la producción alimentaria mundial a lo largo de los últimos años.

5. En 1967, mi predecesor Pablo VI, en su Encíclica sobre el progreso de los pueblos, señalaba, entre los fines a conseguir, “el paso, para cada uno y para todos, de condiciones menos humanas a condiciones más humanas” de vida (n. 20); recordaba las carencias materiales, la explotación de los trabajadores; y también indicaba otros objetivos: asegurar a todos la posesión de lo necesario, vencer los azotes sociales, trabajar al servicio del bien común (cf. n. 21).

Ante tales objetivos, no nos podemos confiar tan solo a las iniciativas individuales o al libre juego de la competencia. Juan XXIII, ya afirmó, en su Encíclica social Mater et Magistra, la necesidad de programas concertados para animar, estimular y coordinar la acción de individuos y cuerpos intermedios (cf. AAS 53. 1961, pág. 414).

6. De ahora en adelante, junto con las colaboraciones bilaterales, las colaboraciones multilaterales toman una particular importancia, puesto que pueden hacer superar los riesgos de neocolonialismo o los temores de hegemonías estratégicas, en las situaciones en las cuales se privilegian intereses políticos, militares, económicos o ideológicos, en detrimento de las necesidades humanas de los pueblos.

La libertad, el respeto mutuo y el principio de la igualdad, lo mismo que el desarrollo de la cooperación internacional, forman parte de los fines reconocidos por los países miembros de las Naciones Unidas. Estos objetivos han de ser siempre perseguidos y defendidos; su realización depende de la vitalidad de las relaciones internacionales; es obstaculizada por las crisis; es anulada por los efectos de la violencia; pero progresa con la estima y la confianza mutuas; es favorecida por la voluntad común de esforzarse; se beneficia del clima de distensión entre los diferentes países.

7. El X aniversario de la institución del FIDA, que celebramos hoy, ofrece una ocasión privilegiada para verificar la tarea cumplida y, al mismo tiempo para asentar los jalones de cara al futuro. En efecto, el papel que el Fondo quiere jugar será tanto más dinámico cuanto más se afirme la voluntad común de poner por obra los ideales declarados hace diez anos.

11 Somos testigos de un proceso de distensión internacional, marcado por el primer acuerdo de desarme efectivo establecido entre los Estados Unidos de América y la Unión Soviética, y esperamos que se trate de las premisas para un desarme más radical. Pero todo esto no tendrá sentido si no se llegase a un mayor grado de cooperación económica que beneficiase a las regiones más desfavorecidas del mundo. Parece, pues, lógico que los inmensos recursos invertidos en la creación de arsenales atómicos o en la compra de las llamadas armas convencionales sean masivamente destinadas para el desarrollo de los países más pobres.

Lo que he tenido oportunidad de decir recientemente al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, quisiera reafirmarlo aquí: el proceso de paz y de distensión internacional reclama la justicia, la garantía de los derechos de personas y pueblos, el desarrollo. Por ello el lema lanzado por Pablo VI hace veinte años sigue siendo válido: “El desarrollo es el nuevo nombre de la paz”. Señala en qué dirección han de dirigirse los esfuerzos de todos a lo largo de los años venideros.

Desde esta tribuna, en presencia de los distinguidos Representantes de los numerosos Estados miembros del Fondo, quisiera dirigir una llamada a todos los Gobiernos, para que cada uno según sus posibilidades políticas y económicas, colabore en esta obra de gran importancia: dar a la paz el nombre de desarrollo. Un desarrollo que respeta los ritmos de crecimiento y los valores de todos los pueblos y de todas las culturas. Un desarrollo que significa la victoria sobre las enfermedades endémicas, la victoria sobre las formas de pobreza que hieren a la humanidad, la victoria sobre el hambre, “urgencia de las urgencias” (Discurso al Cuerpo Diplomático, 9 de enero de 1988). Un desarrollo que sea realmente a la medida del hombre y de su dignidad.

Dejar de ver pueblos enteros muriendo por que les falta lo necesario, no es una utopía, es una esperanza. Somos responsables de su realización. Hay que atreverse a renunciar a excesivos gastos militares para consagrar el mayor número de recursos a la cooperación económica, social, agrícola, sanitaria, cultural, científica. El desarrollo depende de la posibilidad que tengan los trabajadores, especialmente los más marginados, de asociarse para una cooperación productiva, para comercializar los frutos de su trabajo. Depende de la medida en que coloquemos, antes de la búsqueda del beneficio, el respeto por la igual dignidad de toda la familia humana, de modo que el hombre no sea considerado como un instrumento ni los pueblos más pobres como meros abastecedores de materias primas. El respeto que tengamos hacia la humanidad, hoy humillada por la carencia y la miseria, solo será sincero, si las sociedades más desarrolladas ayudan concretamente al desarrollo de las más desheredadas.

Siempre es necesario que la generosidad de los países más ricos no disminuya; que nazca una nueva confianza entre los países más desarrollados y los que están en vías de desarrollo; que se renuncie a toda tentación hegemónica; que las administraciones beneficiadas den prueba de un perfecto rigor en el uso de los financiamientos v los créditos; que se tenga la auténtica voluntad de obtener un desarrollo social y humano de los pueblos.

8. En esta perspectiva, la Iglesia quiere aportar su apoyo y su contribución a los que se constituyen promotores del progreso de la justicia social y de la mejora de la vida económica internacional. La iglesia, en este campo, no propone soluciones teóricas o técnicas. No obstante, insiste en recordar que todas las soluciones que se adopten han de estar bien adaptadas a las situaciones concretas a las que conciernen. Precisamente, por respetar este criterio, en 1984, al crearse la Fundación para el Sahel, estimé esencial que las Iglesias locales estudiasen y administrasen los proyectos de desarrollo previstos en una región tan duramente probada por las calamidades naturales. Participan de este modo, complementariamente, en los esfuerzos de las poblaciones, dando prioridad a la formación de los mismos africanos con el fin de hacerles más capaces para luchar contra la sequía y desertización progresiva. Aunque modesta y reciente, la iniciativa comienza a dar frutos; se ha devuelto la esperanza a comunidades que se hacen responsables del futuro de su tierra. Deseo que su Organización, cuyo fin es favorecer el desarrollo internacional, no se contente con entregar medios financieros allí donde se asignan, sino que al mismo tiempo dé confianza a todos los pueblos probados por interminables sufrimientos.

9. Señor Presidente: En mi intervención he querido recordar los objetivos y el espíritu de actuación seguidos por la Organización que usted preside, y proponer algunos criterios esenciales para el importante trabajo que ha de afrontar el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola.

Estoy seguro que, gracias a su experiencia de una década, el FIDA no dejará de dar a su acción un impulso nuevo, con la conciencia clara de los objetivos humanitarios y sociales implicados por su propia finalidad. Y esta actividad sería imposible sin las contribuciones financieras y técnicas de los países que participan en él. Quisiera, pues, aprovechar esta ocasión para expresar toda mi estima a los Gobiernos que no dejan, y que no dejarán, de aportar su generosa contribución.

La responsabilidad del desarrollo humano de las regiones más desprovistas, en particular de aquellas que intentan llegar a una suficiente capacidad de producción de alimentos, es responsabilidad de todos. Ninguno de entre nosotros puede considerarse desvinculado mientras existan hombres y mujeres que carecen de lo necesario. El FIDA, en estas condiciones podrá ser realmente un signo vivo de la voluntad común por dar a la convivencia humana por un futuro y una esperanza más seguros.

Deseo, señor Presidente, que la actividad desarrollada por su Organización con este espíritu conozca felices resultados a lo largo de los años venideros. Y pido al Altísimo que bendiga sus esfuerzos al servicio del hombre.

Roma, 26 de enero de 1988







12                                                                                   Febrero de 1988




A S. E. EL SEÑOR JUAN JOSÉ ZORRILLA,


NUEVO EMBAJADOR DE URUGUAY ANTE LA SANTA SEDE


Sábado 13 de febrero de 1988



Señor Embajador:

Con viva complacencia recibo de sus manos las Cartas Credenciales, que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede. Al darle, pues, mi cordial bienvenida en este solemne acto de presentación, me es grato reiterar ante su persona el sincero afecto que siento por todos los hijos de la noble Nación uruguaya. Deseo igualmente agradecerle sus amables palabras y, en particular, el deferente saludo que el Señor Presidente, Dr. Julio Maria Sanguinetti, ha querido hacerme llegar por medio de Usted; tenga a bien transmitirle el mío, junto con mis mejores votos de paz y bienestar.

El año pasado tuve la dicha de visitar la capital de su país, Montevideo, con ocasión de mi viaje pastoral a las Naciones hermanas de Chile y Argentina. Fue una visita breve en el tiempo pero muy intensa como vivencia espiritual y humana. Ante mis ojos se manifestó con toda su intensidad la fe y el entusiasmo propios de un pueblo animado por las raíces cristianas que han de ser el fundamento del esperanzador proceso democrático que se consolida en su País.

Durante el histórico encuentro en la sede de Gobierno, quise “manifestar pública gratitud al Uruguay que, con actitud solidaria y constructiva, ofreció generosamente su suelo para que en él pudiera darse, con la firma de los dos Acuerdos de Montevideo en el Palacio Taranco, el primer paso en aquel camino que iba a exigir, hasta llegar a la meta, grandes dosis de buena voluntad, prudencia, sabiduría y tenacidad por parte de todos” (Discurso a los gobernantes uruguayos en la Catedral de Montevideo, 31 de marzo de 1987, n. 1).

Me complace señalar el hecho de que Vuestra Excelencia, a lo largo de su discurso, haya resaltado la labor evangelizadora llevada a cabo por la Iglesia tanto en Uruguay como en las demás Naciones del mundo. Para la Iglesia de Cristo, como manifestó mi venerado predecesor Pablo VI, en la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, evangelizar significa “llevar la Buena Noticia a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad” (Evangelii Nuntiandi EN 18). En esta misma línea decía yo a los amadísimos hijos uruguayos en la memorable celebración que tuvo lugar en la explanada “Tres Cruces”: “La Iglesia debe proyectar, sobre los problemas que aquejan a la humanidad en cada momento de su historia, la luz limpia y pura que brota del Evangelio, siempre actual por ser Palabra de Dios”; pues es el mismo Dios quien quiere que “todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la Verdad” (Homilía en la explanada "Tres Cruces" de Montevideo, 1 de abril de 1987, n. 5).

En mis viajes apostólicos a los amados países de América Latina he podido constatar de primera mano la ingente labor evangelizadora de tantos hijos de la Iglesia, que han dedicado generosa y ilusionadamente sus vidas a anunciar la Buena Nueva. La obra que realizó la comunidad católica también en Uruguay, representa una innegable contribución al bien de la sociedad. No pocos problemas de carácter social e incluso político tienen su raíz en motivaciones de orden moral; la Iglesia, en forma respetuosa y movida por su deseo de servicio, se acerca a ellos mediante su actividad evangelizadora, educativa, asistencial, y trata de iluminarlos desde el costado del Evangelio, en orden a su positiva solución. Y así, vemos que la vida cristiana dignifica las relaciones entre las personas y los grupos, consolida la familia, favorece la convivencia y educa para vivir en libertad dentro del marco de la justicia y del respeto mutuo. Siendo consecuente con su compromiso cristiano y con las enseñanzas del Magisterio, el católico uruguayo será también decidido defensor de la justicia y de la paz, de la libertad y de la honradez en el ámbito público y privado, de la defensa de la vida y en favor de los derechos de la persona humana. Todo ello repercutirá en beneficio de la sociedad y se verán incrementados los lazos de fraternidad y armonía, mediante una leal colaboración entre la Iglesia y el Estado desde el respeto mutuo y la libertad.

Son muchos y muy profundos los vínculos que, desde sus mismos comienzos, han unido al Uruguay con la Iglesia, los cuales se han ido plasmando en múltiples vivencias que han configurado y configuran la idiosincrasia del uruguayo, ciudadano y creyente. Con gran respeto a la legítima autonomía de las instituciones y autoridades, la Iglesia continuará incansable en promover y alentar todas aquellas iniciativas que sirvan a la causa del hombre, a su dignificación y progreso integral, favoreciendo siempre la dimensión espiritual y religiosa de la persona en su vida individual, familiar y social.

En este sentido, los Pastores, sacerdotes y familias religiosas del Uruguay no ahorrarán esfuerzos en su opción por el hombre, dentro del ámbito de la misión que les es propia, que es de orden religioso. “Pero –como nos dice el Concilio Vaticano II– precisamente de esta misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina” (Gaudium et spes GS 42).

Señor Embajador, antes de finalizar este encuentro, pláceme asegurarle mi benevolencia y apoyo, para que la alta misión que le ha sido encomendada se cumpla felizmente. Por mediación de Nuestra Señora de los Treinta y Tres, Patrona de la Nación uruguaya, elevo mi plegaria al Altísimo para que asista siempre con sus dones a Usted y a su distinguida familia, a los gobernantes de su noble País, así como al amadísimo pueblo uruguayo, al que espero volver a visitar dentro de poco.







13                                                                                   Marzo de 1988




A LA UNIÓN IBEROAMERICANA DE PADRES DE FAMILIA


Jueves 17 de marzo de 1988



Amadísimos hermanos y hermanas:

Me complace tener este encuentro con vosotros, miembros fundadores de la Unión Iberoamericana de Padres de Familia, constituida recientemente en Madrid, y que en la actualidad está integrada por Asociaciones homónimas de Argentina, España, México, Portugal y Uruguay.

Esta Entidad ha surgido para promover en común y actualizar los valores permanentes de la familia, especialmente en su función educadora. Al mismo tiempo, dado su carácter supranacional, aspira a un diálogo con los Organismos Internacionales y con los Estados a los que pertenecen las Asociaciones miembros, de cara a proteger los valores de esta institución natural –la familia– para el bien de cada persona y de la sociedad misma.

Vuestra organización, que ha nacido de las iniciativas de numerosas entidades católicas, así como con el beneplácito de varias Conferencias Episcopales, es vista con agrado por parte de la Santa Sede.

La Iglesia, fiel al mandato recibido de difundir la Buena Nueva a todas las gentes, mientras reclama para sí la plena libertad religiosa en el ejercicio de su misión evangelizadora, pone de relieve su cometido específico en orden a la educación integral de cada hombre. Pero al mismo tiempo, en su actividad pastoral, promueve y alienta las diversas asociaciones formadas por cristianos, padres de familia y padres de alumnos, que, como ciudadanos responsables, quieren irradiar en la sociedad los principios del Evangelio y ver reconocidos a su vez sus legítimos derechos a la expresión de su fe cristiana, especialmente en el campo educativo.

Los poderes públicos, reconociendo el derecho-deber de los padres en la educación de sus hijos, deben favorecer también, sin discriminaciones, la verdadera libertad de enseñanza para que la escuela, como prolongación del hogar, haga crecer en los alumnos los valores fundamentales. Por desgracia y con no poca frecuencia, la libertad de enseñanza se encuentra de hecho limitada cuando, por dificultades económicas o ideológicas, muchas familias no pueden escoger una orientación formativa para sus hijos, que esté de acuerdo con las propias convicciones religiosas.

La escuela es, ciertamente, un instrumento adecuado para desarrollar de manera sistemática las facultades intelectuales de la persona, para madurar la capacidad de juicio, así como para promover el desarrollo de los valores humanos y del espíritu. Por lo cual, en este centro de dinamismo social –la escuela– están llamados a participar, con plena responsabilidad, y según su propia competencia, las familias, los profesores y las asociaciones.

En esta circunstancia hago votos para que la Unión Iberoamericana de Padres de Familia encuentre profunda acogida en todas partes y al mismo tiempo ayude a proclamar que “la familia constituye, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos, sociales, espirituales y religiosos, esenciales para el desarrollo y bienestar de sus propios miembros y de la sociedad” (Carta de los derechos de la familia).

Al agradeceros vuestra presencia aquí os imparto a vosotros, así como a las diferentes asociaciones que se integren en la vuestra, mi Bendición Apostólica, prenda de beneficiosos frutos para la sociedad actual y sobre todo para vuestros hijos.









14                                                                                      Mayo de 1988


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL PUEBLO URUGUAYO

Viernes 6 de mayo de 1988

Queridos hermanos en el Episcopado,
amadísimos hermanos y hermanas
de la noble nación uruguaya:

1. A poco más de un año de mi primera visita pastoral a Montevideo, he aquí que con el favor de la Divina Providencia volveré a visitaros dentro de pocos días.

Desde la sede del Apóstol Pedro, centro de la catolicidad, quiero enviar por adelantado un entrañable y afectuoso saludo a través de la radio y la televisión: “Que la gracia y la paz sea con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1,3).

Mi animo se llena de gozo al pensar que dentro de poco podré estar nuevamente a vuestro lado, Pastores y fieles del Uruguay, en dos intensas jornadas, no sólo en la capital, Montevideo, sino también en Melo, Florida y Salto, durante las cuales compartiré el tesoro de nuestra fe común para que os sea de aliento en vuestra vida cristiana.

2. Emprenderé este viaje, que tendrá como todos los precedentes un carácter eminentemente religioso, con el pensamiento puesto en todos los amados hijos de esas Iglesias locales, y con el deseo de que sientan la voz de mi presencia.

Esa voz que abraza en el Señor a toda la Iglesia metropolitana de Montevideo, con su arzobispo y obispo auxiliar, con su arzobispo emérito y todos los fieles.

Voz de amor fraterno en Cristo a las Iglesias de Canelones, Florida, Maldonado-Punta del Este y a sus obispos diocesanos.


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