Audiencias 1989 39

Miércoles 24 de mayo de 1989

"Parakletos". El Espíritu Santo, nuestro Abogado Defensor

1. En la pasada catequesis sobre el Espíritu Santo hemos partido del texto de Juan tomado del “discurso de despedida” de Jesús, que constituye, en cierto modo, la principal fuente evangélica de la neumatología. Jesús anuncia la venida del Espíritu Santo, Espíritu de la verdad, que “procede del Padre” (Jn 15,26) y que será enviado por el Padre a los Apóstoles y a la Iglesia “en el nombre” de Cristo, en virtud de la redención llevada a cabo en el sacrificio de la cruz, según el eterno designio de salvación. Por la fuerza de este sacrificio también el Hijo “envía” el Espíritu, anunciando que su venida se efectuará como consecuencia y casi al precio de su propia partida (cf. Jn 16,17). Hay, por tanto, un vínculo establecido por el mismo Jesús, entre su muerte ?resurrección? ascensión y la efusión del Espíritu Santo, entre Pascua y Pentecostés. Más aún, según el IV Evangelio, el don del Espíritu Santo se concede la misma tarde de la resurrección (cf. Jn 20,22-25). Se puede decir que la herida del costado de Cristo en la cruz abre el camino a la efusión del Espíritu Santo, que será un signo y un fruto de la gloria obtenida con la pasión y muerte.

El texto del discurso de Jesús en el Cenáculo nos manifiesta también que Él llama al Espíritu Santo el “Paráclito”: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,16). De forma análoga, también leemos en otros textos: “... el Paráclito, el Espíritu Santo” (cf. Jn 14,26 Jn 15,26 Jn 16,7). En vez de “Paráclito” muchas traducciones emplean la palabra “Consolador”; ésta es aceptable, aunque es necesario recurrir al original griego “Parakletos” para captar plenamente el sentido de lo que Jesús dice del Espíritu Santo.

2. “Parakletos” literalmente significa: “aquel que es invocado” (de para-kaléin, “llamar en ayuda”); y, por tanto, “el defensor”, “el abogado”, además de “el mediador”, que realiza la función de intercesor (“intercessor”). Es en este sentido de “Abogado - Defensor”, el que ahora nos interesa, sin ignorar que algunos Padres de la Iglesia usan “Parakletos” en el sentido de “Consolador”, especialmente en relación a la acción del Espíritu Santo en lo referente a la Iglesia. Por ahora fijamos nuestra atención y desarrollamos el aspecto del Espíritu Santo como Parakletos-Abogado-Defensor. Este término nos permite captar también la estrecha afinidad entre la acción de Cristo y la del Espíritu Santo, como resulta de un ulterior análisis del texto de Juan.

3. Cuando Jesús en el Cenáculo, la vigilia de su pasión, anuncia la venida del Espíritu Santo, se expresa de la siguiente manera: “El Padre os dará otro Paráclito”. Con estas palabras se pone de relieve que el propio Cristo es el primer Paráclito, y que la acción del Espíritu Santo será semejante a la que Él ha realizado, constituyendo casi su prolongación.

Jesucristo, efectivamente, era el “defensor” y continúa siéndolo. El mismo Juan lo dirá en su Primera Carta: Si alguno peca, tenemos a uno que abogue (Parakletos) ante el Padre: a Jesucristo, el Justo” (1Jn 2,1).

40 El abogado (defensor) es aquel que, poniéndose de parte de los que son culpables debido a los pecados cometidos, los defiende del castigo merecido por sus pecados, los salva del peligro de perder la vida y la salvación eterna. Esto es precisamente lo que ha realizado Cristo. Y el Espíritu Santo es llamado “el Paráclito”, porque continúa haciendo operante la redención con la que Cristo nos ha librado del pecado y de la muerte eterna.

4. El Paráclito será “otro abogado-defensor” también por una segunda razón. Permaneciendo con los discípulos de Cristo, Él los envolverá con su vigilante cuidado con virtud omnipotente. “Yo pediré al Padre ?dice Jesús? y os dará otro Paráclito para que esté con vosotros para siempre” (
Jn 14,16): “...mora con vosotros y en vosotros está” (Jn 14,17). Esta promesa está unida a las otras que Jesús ha hecho al ir al Padre: “Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). Nosotros sabemos que Cristo es el Verbo que “se hizo carne y puso su Morada entre nosotros” (Jn 1,14). Sí, yendo al Padre, dice: “Yo estoy con vosotros... hasta el fin del mundo” (Mt 28,20), se deduce de ello que los Apóstoles y la Iglesia tendrán que reencontrar continuamente por medio del Espíritu Santo aquella presencia del Verbo-Hijo, que durante su misión terrena era “física” y visible en la humanidad asumida, pero que, después de su ascensión al Padre, estará totalmente inmersa en el misterio. La presencia del Espíritu Santo que, como dijo Jesús, es íntima a las almas y a la Iglesia (“él mora con vosotros y en vosotros está”: Jn 14,17), hará presente a Cristo invisible de modo estable, “hasta el fin del mundo”. La unidad trascendente del Hijo y del Espíritu Santo hará que la humanidad de Cristo, asumida por el Verbo, habite y actúe dondequiera que se realice, con la potencia del Padre, el designio trinitario de la salvación.

5. El Espíritu Santo-Paráclito será el abogado defensor de los Apóstoles, y de todos aquellos que, a lo largo de los siglos, serán en la Iglesia los herederos de su testimonio y de su apostolado, especialmente en los momentos difíciles que comprometerán su responsabilidad hasta el heroísmo. Jesús lo predijo y lo prometió: “os entregarán a los tribunales... seréis llevados ante gobernadores y reyes... Mas cuando os entreguen, no os preocupéis de cómo o qué vais a hablar... no seréis vosotros los que hablaréis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10,17-20 análogamente Mc 13,11 Lc 12, 12, dice: “porque el Espíritu Santo os enseñará en aquel mismo momento lo que conviene decir”).

También en este sentido tan concreto, el Espíritu Santo es el Paráclito-Abogado. Se encuentra cerca de los Apóstoles, más aún, se les hace presente cuando ellos tienen que confesar la verdad, motivarla y defenderla. Él mismo se convierte, entonces, en su inspirador; él mismo habla con sus palabras, y juntamente con ellos y por medio de ellos da testimonio de Cristo y de su Evangelio. Ante los acusadores Él llega a ser como el “Abogado” invisible de los acusados, por el hecho de que actúa como su patrocinador, defensor, confortador.

6. Especialmente durante las persecuciones contra los Apóstoles y contra los primeros cristianos, y también en aquellas persecuciones de todos los siglos, se verificarán las palabras que Jesús pronunció en el Cenáculo: “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré junto al Padre..., él dará testimonio de mí. Pero también vosotros daréis testimonio, porque estáis conmigo desde el principio” (Jn 15,26-27).

La acción del Espíritu Santo es “dar testimonio”. Es una acción interior, “inmanente”, que se desarrolla en el corazón de los discípulos, los cuales, después, dan testimonio de Cristo al exterior. Mediante aquella presencia y aquella acción inmanente, se manifiesta y avanza en el mundo el “trascendente” poder de la verdad de Cristo, que es el Verbo-Verdad y Sabiduría. De Él deriva a los Apóstoles, mediante el Espíritu, el poder de dar testimonio según su promesa: “Yo os daré una elocuencia y una sabiduría a la que no podrán resistir ni contradecir todos vuestros adversarios” (Lc 21,15). Esto viene sucediendo ya desde el caso del primer mártir, Esteban, del que el autor de los Hechos de los Apóstoles escribe que estaba “lleno del Espíritu Santo” (Ac 6,5), de modo que los adversarios “no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba” (Ac 6,10). También en los siglos sucesivos los adversarios de la fe cristiana han continuado ensañándose contra los anunciadores del Evangelio, apagando a veces su voz en la sangre, sin llegar, sin embargo, a sofocar la Verdad de la que eran portadores: ésta ha seguido fortaleciéndose en el mundo con la fuerza del Espíritu Santo.

7. El Espíritu Santo ?Espíritu de la verdad, Paráclito? es aquel que, según la palabra de Cristo, “convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16,8). Es significativa la explicación que Jesús mismo hace de estas palabras: pecado, justicia y juicio. “Pecado” significa, sobre todo, la falta de fe que Jesús encuentra entre “los suyos”, es decir, los de su pueblo, los cuales llegaron incluso a condenarle a muerte en la cruz. Hablando después de la “justicia”, Jesús parece tener en mente aquella justicia definitiva, que el Padre le hará (“... por que voy al Padre”) en la resurrección y en la ascensión al cielo. En este contexto, “juicio” significa que el Espíritu de la verdad mostrará la culpa del “mundo” al rechazar a Cristo, o, más generalmente, al volver la espalda a Dios. Pero puesto que Cristo no ha venido al mundo para juzgarlo o condenarlo, sino para salvarlo, en realidad también aquel “convencer respecto al pecado” por parte del Espíritu de la verdad tiene que entenderse como intervención orientada a la salvación del mundo, al bien último de los hombres.

El “juicio” se refiere sobre todo al “príncipe” de este mundo, es decir, a Satanás. Él, en efecto, desde el principio intenta llevar la obra de la creación contra la alianza y la unión del hombre con Dios: se opone conscientemente a la salvación. Por esto “ha sido ya juzgado” desde el principio, como expliqué en la Encíclica Dominum et vivificantem (DEV 27).

8. Si el Espíritu Santo Paráclito debe convencer al mundo precisamente de este “juicio”, sin duda lo tiene que hacer para continuar la obra de Cristo que mira a la salvación universal (cf. Dominum et vivificantem DEV 27).

Por tanto, podemos concluir que en el dar testimonio de Cristo, el Paráclito es un asiduo (aunque invisible) Abogado y Defensor de la obra de la salvación, y de todos aquellos que se comprometen en esta obra. Y es también el Garante de la definitiva victoria sobre el pecado y sobre el mundo sometido al pecado, para librarlo del pecado e introducirlo en el camino de la salvación.

Saludos

41 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular a los Hermanos Maristas y las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, que hacen en Roma un curso de espiritualidad. A todos aliento a una entrega generosa e ilusionada a Dios y a la Iglesia, en fidelidad al propio carisma religioso.

Imparto con afecto la Bendición Apostólica a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España.





Miércoles 31 de mayo de 1989

Preparación para la venida del Espíritu Santo a la luz del Antiguo Testamento

1. “Mirad yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre” (Lc 24,49). Después de los anuncios hechos por Jesús a los Apóstoles el día antes de su pasión y muerte, ahora, en el Evangelio de Lucas, está la promesa de un próximo cumplimiento. En las catequesis anteriores nos hemos basado sobre todo en el texto del “discurso de la despedida”, del Evangelio de Juan, analizando lo que dice Jesús en la última Cena sobre el Paráclito y sobre su venida: texto fundamental en cuanto nos trae el anuncio y la promesa de Jesús que, en vísperas de su muerte, vincula la venida del Espíritu con su “partir”, subrayando así que tendrá el “precio” de su marcha. Por eso Jesús dice “Os conviene que yo me vaya” (Jn 16,7).

También el Evangelio de Lucas, en su parte final, aporta sobre el tema importantes afirmaciones de Jesús, después de su resurrección. Dice: “Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la promesa de mi Padre... permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24,49). El Evangelista reitera esta misma afirmación al principio de los Hechos de los Apóstoles, libro del cual es también autor: “Mientras estaba comiendo con ellos, les mandó que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del padre” (Ac 1,4).

2. Hablando de la “Promesa del Padre”, Jesús señala la venida del Espíritu Santo, ya anunciada de antemano en el antiguo Testamento.Leemos en el Libro del Profeta Joel: “Sucederá después de esto que yo derramaré mi Espíritu en toda carne. Vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán, vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones” (Jl 3,1-2). Precisamente a este texto del Profeta Joel hará referencia Pedro en el primer discurso de Pentecostés, como veremos inmediatamente.

También Jesús, cuando habla de la “promesa del Padre” recuerda el anuncio de los profetas, significativo incluso en su carácter genérico. Los anuncios de Jesús en la última Cena son explícitos y directos. Si ahora, después de la resurrección, se refiere al Antiguo Testamento, es señal de que quiere poner de relieve la continuidad de la verdad neumatológica a lo largo de toda la Revelación. Quiere decir que Cristo da cumplimiento a todas las promesas hechas por Dios ya en la antigua Alianza.

3. Estas promesas han encontrado una expresión concreta en el Profeta Ezequiel (36, 22-28). Dios anuncia, por medio del Profeta, la revelación de su propia santidad, profanada por los pecados del pueblo elegido, especialmente por la idolatría. Anuncia también que de nuevo reunirá a Israel purificándolo de toda mancha. Y luego promete: “Y os daré un corazón nuevo, infundiré en vosotros un espíritu nuevo, quitaré de vuestra carne el corazón de piedra... Infundiré mi espíritu en vosotros y haré que os conduzcáis según mis preceptos y observéis y practiquéis mis normas... seréis mi pueblo y yo seré vuestro Dios” (Ez 36,26-28).

El oráculo de Ezequiel precisaba, con la promesa del don del Espíritu, la conocida profecía de Jeremías sobre la Nueva Alianza: “He aquí que vienen días ?oráculo de Yahveh? en que yo pactaré con la casa de Israel (y con la casa de Judá) una nueva alianza... pondré mi Ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré, y yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” (Jr 31,31 Jr 31,33). En este texto el profeta subraya que esta “nueva alianza” será distinta de la anterior, esto es, de aquella que estaba vinculada con la liberación de Israel de la esclavitud de Egipto.

42 4. Jesús, antes de marchar al Padre, en la proximidad de lo que iba a suceder el día de Pentecostés, recuerda las promesas proféticas. Tiene presentes, de modo especial, los textos tan elocuentes de Ezequiel y de Jeremías, en los que se hace expresa referencia a la “alianza nueva”. Este “infundir en vosotros un espíritu nuevo”, proféticamente anunciado y prometido, está dirigido al “corazón”, a la esencia interior, espiritual, del hombre. El fruto de este injertar un espíritu nuevo será la colocación de la ley de Dios en lo íntimo del hombre (“en su interior”), y será, por tanto, un vínculo profundo de naturaleza espiritual y moral. En esto consistirá la esencia de la Nueva Ley, infundida en los corazones (indita) como dice Santo Tomás (cf. I-II 106,1), refiriéndose al Profeta Jeremías y a San Pablo, y siguiendo a San Agustín (cf. De spiritu et littera cc. 17, 21, 24: PL 44, 218, 224, 225).

Según el oráculo de Ezequiel, no se trata sólo de la ley de Dios infundida en el alma del hombre, sino del don del Espíritu de Dios. Jesús anuncia el próximo cumplimiento de esta profecía maravillosa: el Espíritu Santo, autor de la Nueva Ley y Nueva Ley Él mismo, estará presente en los corazones y actuará en ellos: “vosotros le conocéis porque mora con vosotros y en vosotros está” (Jn 14,17). Cristo, ya la tarde de la resurrección, haciéndose presente a los Apóstoles reunidos en el Cenáculo, les dice: “Recibid el Espíritu Santo” (Jn 20,22).

5. La infusión del Espíritu Santo no comporta solamente el “poner”, el inscribir la ley divina en lo íntimo de la esencia espiritual del hombre. En virtud de la pascua redentora de Cristo, se realiza también el Don de una Persona divina: el Espíritu Santo mismo se les “da” a los Apóstoles (cf. Jn 14,16), para que “more” en ellos (cf. Jn 14,17). Es un Don por el cual Dios mismo se comunica al hombre en el misterio íntimo de la propia divinidad, a fin de que, participando en la naturaleza divina, en la vida trinitaria, dé frutos espirituales. Es, por tanto, el don que está como fundamento de todos los dones sobrenaturales, según explica Santo Tomas (I 38,2). Es la raíz de la gracia santificante que, precisamente, “santifica” mediante la “participación en la naturaleza divina” (cf. 2P 1,4). Está claro que esta santificación implica una transformación del espíritu humano en el sentido moral. Y de este modo, lo que había sido formulado en el anuncio de los profetas como un “infundir” la ley de Dios en el “corazón”, se confirma, se precisa y se enriquece de significado en la nueva dimensión de la “efusión del Espíritu”. En boca de Jesús y en los textos de los Evangelistas, la “promesa” alcanza la plenitud de su significado: el Don de la Persona misma del Paráclito.

6. Esta “efusión”, este don del Espíritu, tiene como fin también la consolidación de la misión de los Apóstoles en el asomarse de la Iglesia a la historia y, por consiguiente, en todo el desarrollo de su misión apostólica. Al despedirse de los Apóstoles, Jesús les dice: seréis “revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24,49). “... recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaria, y hasta los confines de la tierra” (Ac 1,8).

“Seréis mis testigos”: Los Apóstoles escucharon esto durante el “discurso de despedida” (cf. Jn 15,27). En el mismo discurso Jesús había unido su testimonio humano, ocular e “histórico” sobre Él con el testimonio del Espíritu Santo: “él dará testimonio de mí” (Jn 15,26). Por esto, “sobre el testimonio del Espíritu de la Verdad el testimonio humano de los Apóstoles encontrará el supremo sostén.Y encontrará, por consiguiente, en él también el fundamento interior de su continuación entre las generaciones que se sucederán a lo largo de los siglos” (Dominum et Vivificantem DEV 5).

Se trata entonces y por consiguiente, de la realización del reino de Dios tal como es entendido por Jesús. Él, en el mismo diálogo anterior a la Ascensión al cielo, insiste una vez más a los Apóstoles que se trata de este reino (cf. Ac 1,3), en su sentido universal y escatológico y no de un “reino de Israel” (Ac 1,6), sólo temporal, en el cual tenían ellos puesta su mirada.

7. Al mismo tiempo Jesús encarga a los Apóstoles que permanezcan en Jerusalén después de la Ascensión. Precisamente allí “recibirán el poder desde lo alto”. Allí descenderá sobre ellos el Espíritu Santo. Una vez más se pone de relieve el vínculo y la continuidad entre la Antigua y la Nueva Alianza. Jerusalén, punto de llegada de la historia del pueblo de la Antigua Alianza, debe transformarse en el punto de partida de la historia del Pueblo de la Nueva Alianza, es decir, de la Iglesia.

Jerusalén ha sido elegida por Cristo mismo (cf. Lc 9,51 Lc 13,33) como el lugar del cumplimiento de su misión mesiánica; lugar de su muerte y resurrección (“Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré”: Jn 2,19), lugar de la redención. Con la pascua de Jerusalén, el “tiempo de Cristo” se prolonga en el “tiempo de la Iglesia”: el momento decisivo será el día de Pentecostés. “Así está escrito que el Cristo padeciera y resucitara de entre los muertos al tercer día y se predicara en su nombre la conversión para perdón de los pecados a todas las naciones, empezando desde Jerusalén” (Lc 24,46-47). Este “comienzo” acontecerá bajo la acción del Espíritu Santo que, en el inicio de la Iglesia, como Espíritu Creador (“Veni, Creator Spiritus”), prolonga la obra llevada a cabo en el momento de la primera creación, cuando el Espíritu de Dios “aleteaba por encima de las aguas” (Gn 1,2).

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Presento ahora mi más cordial saludo de bienvenida a todos los peregrinos y visitantes de los diversos países de América Latina y de España.

43 En especial, a la peregrinación organizada por las Misioneras Eucarísticas de Nazareth, de Sevilla, a los alumnos del Colegio “Antonio Machado” de Colmenar Viejo (Madrid) y a los grupos parroquiales de Salobreña, Santa Pola y Arenys de Mar.

A todos imparto con afecto la Bendición Apostólica.





Junio de 1989

Miércoles 14 de junio de 1989



1. Padre, haz que "todos sean uno" (cf. Jn 17,21). Estas palabras de la "oración sacerdotal" de Cristo han constituido el hilo conductor de mi servicio pastoral en cinco países de la Europa del Norte: Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia.

Al realizar este servicio, he querido corresponder a la invitación que me han hecho no sólo la Conferencia Episcopal de Escandinavia, sino también algunos obispos representantes de la Iglesia luterana y de las autoridades estatales de esos países.

En esa invitación se ha manifestado un singular "signo de los tiempos" y también una llamada de la Providencia Divina.

Hoy deseo expresar mi gratitud hacia todos aquellos que de acuerdo con el espíritu de los propósitos del Concilio Vaticano II, han contribuido a la realización de esta insólita peregrinación, hacia todos aquellos que buscan los caminos que llevan a la unidad con el espíritu de la oración de Cristo en el Cenáculo: "para que todos sean uno".

Doy las gracias, en particular, a los Jefes de Estado y a las Autoridades civiles por el apoyo que han dado a la iniciativa, que ciertamente ha favorecido una mayor aproximación de las naciones del continente sobre la base de aquellos valores fundamentales de la cultura y de la civilización europea, que hunden sus raíces en la fe cristiana.

Doy gracias, finalmente, a todos aquellos que han dado su aportación de cualquier modo a la preparación y realización de esta visita papal.

2. Ha sido una peregrinación hacia los comienzos del cristianismo y de la Iglesia en la Europa Septentrional. Dicho inicio se vincula, ya desde el siglo IX, con la misión de San Oscar (Ansgar), el cual procedente de la Galia, se trasladó al Norte con el mensaje evangélico. Su obra preparó las fases sucesivas de la evangelización, primero en Dinamarca y después en las otras partes de Escandinavia.

44 Este proceso está en conexión con las figuras de santos reyes y de obispos que, en el corazón de las naciones del Norte europeo, se convirtieron en pilares de la Iglesia. Su recuerdo, lleno de veneración, une las sociedades de estos países.

Además, al recuerdo de San Oscar, va particularmente unido el de San Olav, Patrono de Noruega; San Thorlak Thorhallsson, obispo de Skalholt, Islandia, que se afanó incansablemente por fortalecer la vida cristiana de su pueblo; San Enrique, Patrono de Finlandia, hombre valiente y de gran fe en la presencia activa de Dios en la vida de los hombres; San Canuto, Rey de Dinamarca, y Niels Stensen (Stenone), beatificado recientemente; el Santo Rey Erik IX, Patrono de Suecia y símbolo de la unidad nacional del país; y, por último Santa Brígida, que vino a Roma, donde trabajó con energía por la unidad de la Iglesia, y cuya memoria va unida al santuario de Vadstena, en Suecia.

3. Durante la peregrinación a través de los países escandinavos, un punto esencial de referencia han sido las antiguas catedrales de Trondheim, Noruega; de Turku, la primera capital de Finlandia; de Roskilde, Dinamarca; y finalmente de Upsala, Suecia. Aquí reposan el católico San Erik y el arzobispo luterano de aquella ciudad, Nathan Soederblom, gran pionero del ecumenismo. En esta serie hay que incluir también Thingvellir, Islandia, el lugar en el que se tomó la decisión de introducir el cristianismo en la isla nórdica.

En estos santuarios, construidos cuando las Iglesias escandinavas estaban en plena comunión con la Iglesia de Roma, hemos orado junto con los hermanos luteranos por el restablecimiento de la plena unión en la fe, en la vida sacramental y en el ministerio pastoral.

La acogida que he recibido en todas partes ha revestido a menudo la forma de un reencuentro gozoso de hermanos. La renovada e intensificada caridad, expresada en la oración común, ha reforzado la esperanza que inspira el movimiento ecuménico.

Ha brotado de ella una decisión aún más firme de hacer todo lo posible para superar las divergencias existentes.

El profundo deseo de llegar a esta meta debe estimular el diálogo teológico en curso a fin de que se pueda hallar ese pleno acuerdo de fe, que se expresará en la celebración eucarística común. El recuerdo de los santos, hombres y mujeres, que han vivido en aquellas tierras y han testimoniado en ellas su fe en Cristo en los comienzos de la evangelización de las respectivas circunscripciones, debe incitar a los cristianos de hoy a la renovación espiritual, personal y comunitaria, condiciones esenciales de todo verdadero progreso ecuménico.

4. Después del período en el que se respetó rigurosamente el principio: "cuius regio, eius et religio", el siglo XIX trajo el reconocimiento de la libertad religiosa. La Iglesia católica comenzó a manifestar de nuevo su presencia y su acción en los países escandinavos.

El número de los católicos en Escandinavia se acerca actualmente a los 200.000. Una parte notable la constituyen los emigrantes, que provienen de diversos países.

Durante los diez días de mi presencia en esos lugares, he podido visitarlos en todas sus diócesis. El punto central de todos los encuentros ha sido la liturgia eucarística, en algunos casos vinculada con la primera comunión o bien con la confirmación de muchachos y jóvenes. Me refiero a las santas Misas en la plaza adyacente a la fortaleza "Akershus" de Oslo, en Trondheim y en Tromsø, ciudad situada al norte del Círculo Polar Ártico, y también en Reykiavik, Islandia, y en Helsinki. En Dinamarca se han celebrado santas Misas en Copenhague, y en el santuario mariano de Øm, en la península de Jutland. En Suecia, en Estocolmo y en el terreno de la Antigua Upsala (Gamla Upsala) y en Vadstena. A todos los hermanos en el Episcopado, a los sacerdotes, a las religiosas, así como a los laicos comprometidos en el apostolado, manifiesto mi cordial gratitud, deseándoles un posterior desarrollo de cada una de las comunidades en toda Escandinavia.

5. El encuentro solemne en la Universidad de Upsala -centro de estudios que se remonta al siglo XIV- con la presencia de la familia Real, ha puesto de relieve el vínculo que une desde hace siglos Escandinavia con las principales corrientes de la cultura cristiana y humanista europea. Nuestro tiempo plantea nuevos problemas y trae nuevos deberes. Todo ello ha hallado una expresión particular en el encuentro celebrado en aquella universidad.

45 Además, mi permanencia en Helsinki ha permitido poner de relieve el significado de la Conferencia sobre la Seguridad y la Cooperación en Europa terminada en el año 1975 en el "Finlandia Hall", donde se ha celebrado también el encuentro previsto en esta visita con la Sociedad "Paaskivi". Tema particular de mi discurso ha sido la libertad religiosa, vista como una de las leyes clave de la persona y de las comunidades humanas.

6. El momento que ha coronado toda la peregrinación a los países de la Europa del Norte, ha sido la reunión en Vadstena, en la cual han participado los jóvenes procedentes de Noruega, Islandia, Finlandia, Dinamarca y Suecia. Vadstena es un lugar vinculado a la vida de Santa Brígida (siglo XIV): esta mujer fue esposa y madre, y después, de la muerte del consorte, fundó la congregación que lleva su nombre (las "Religiosas Brígidas").

Santa Brígida ha dejado el testimonio de una santidad centrada en el misterio de Cristo, especialmente en su misterio pascual. Es un símbolo del vínculo entre Escandinavia y Roma: en efecto, pasó una parte notable de su vida en Roma, y aquí murió. Al mismo tiempo, en ella se manifiestan algunos rasgos particulares de su nación.

Por ello el encuentro con los jóvenes junto a las reliquias de Santa Brígida en Vadstena ha constituido una llamada especial a esa madurez espiritual, que halla su fuente inextinguible en Cristo, que "es el mismo ayer, hoy y siempre" (cf.
He 13,8).

¡Cuánto necesita el hombre de nuestra época, que pierde muchas veces el sentido de la vida y de la dimensión plena de la vocación humana, la renovación de ese espíritu!

De aquí nace también la necesidad de la nueva evangelización contemporánea.

En el camino de esta evangelización -de ello se dan cuenta los católicos y los protestantes- podrá hallar realización la súplica de Cristo: "para que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17,21).

Saludos

Mi más cordial saludo se dirige ahora a los sacerdotes, religiosos y religiosas, así como a todas las personas llegadas de América Latina y España presentes en esta Audiencia. Me es grato saludar de modo particular a los alumnos del Instituto “Cura Varela”, de Huercal-Overa (Almería), a las peregrinaciones de las Parroquias “Sagrado Corazón” y “San José Obrero”, de Ponce (Puerto Rico), y a un grupo de señoras de Argentina. Que Vuestra visita a la Ciudad Eterna, en especial al sepulcro del Apóstol Pedro, sea una ocasión privilegiada para reforzar la propia fe en Cristo. Sea El siempre el centro de vuestra vida.

Me complace asimismo dar mi más afectuoso saludo a la representación de la Cámara de Comercio y de la Feria de Muestras de Zaragoza, ciudad que tan acogedora hospitalidad me ofreció con ocasión de mis dos visitas apostólicas a la queridísima Nación Española.

Vuestra presencia en esta Audiencia General tiene hondo sentido mariano. Habéis venido a dejar una reproducción de la imagen de la Virgen del Pilar, con la idea de que ocupe un lugar en la Basílica de Santa María la Mayor. Al final de este encuentro, con mucho gusto bendeciré le estatua de la “Pilarica”, como afectuosamente llamáis a Nuestra Señora.

46 Confío, queridos hermanos y hermanas, que este acto suponga una llamada a vuestras conciencias para dar mayor consistencia espiritual a la fe recibida, así vuestro seguimiento fiel y constante a Cristo tendrá una mayor incidencia en el amplio campo de vuestras actividades económicas y sociales, dando a éstas una respuesta justa y adecuada, de acuerdo con la doctrina social de la Iglesia.

A vosotros, a vuestras familias, a todos los zaragozanos, así como a todos los aquí presentes imparto con afecto la bendición apostólica.



Miércoles 21 de junio de 1989

Preparación a la venida del Espíritu Santo

La comunidad apostólica en oración

1. Conocemos la suprema promesa y la última orden de Jesús a sus Apóstoles antes de la Ascensión: “Mirad, yo voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre. Por vuestra parte permaneced en la ciudad hasta que seáis revestidos de poder desde lo alto” (Lc 24,49 cf. también Ac 1,4). Hemos hablado de ella en la catequesis precedente, poniendo de relieve también la continuidad y el desarrollo de la verdad neumatológica entre la Antigua y la Nueva Alianza. Hoy podemos comprobar por los Hechos de los Apóstoles que aquella orden fue ejecutada por los Apóstoles, que “cuando llegaron, entraron en la estancia superior, donde vivían... Todos ellos perseveraban en la oración con un mismo espíritu” (Ac 1,13-14). No sólo se quedaron en la ciudad, sino que también se reunieron en el Cenáculo para formar comunidad y permanecer en oración, junto con María, Madre de Jesús como preparación inmediata para la venida del Espíritu Santo y para la primera manifestación “hacia afuera”, por obra del Espíritu Santo, de la Iglesia nacida de la muerte y resurrección de Cristo. Toda la comunidad se está preparando, y en ella cada uno personalmente.

2. Es una preparación hecha de oración: “Todos ellos perseveraban en la oración, con un mismo espíritu” (Ac 1,14). Es como una repetición o una prolongación de la oración mediante la que Jesús de Nazaret se preparaba a la venida del Espíritu Santo en el momento del bautismo en el Jordán, cuando debía iniciar su misión mesiánica: “Cuando Jesús estaba en oración, se abrió el cielo, y bajó sobre él el Espíritu Santo” (Lc 3,21-22).

Alguien podría preguntar: ¿Por qué implorar aún en la oración lo que ya ha sido prometido? La oración de Jesús en el Jordán muestra que es indispensable orar para recibir oportunamente “el don que viene de lo alto” (Jc 1,17). Y la comunidad de los Apóstoles y de los primeros discípulos debía prepararse para recibir justamente este don, que viene de lo alto: el Espíritu Santo que daría inicio a la misión de la Iglesia de Cristo sobre la tierra.

En momentos especialmente importantes la Iglesia actúa de modo semejante. Busca nuevamente aquella unión de los Apóstoles en la oración en compañía de la Madre de Cristo. En cierto sentido vuelve al Cenáculo. Así sucedió, por ejemplo, al comienzo del Concilio Vaticano II. Cada año, por lo demás, la solemnidad de Pentecostés es preparada por la “novena” al Espíritu Santo, que reproduce la experiencia de oración de la primera comunidad cristiana en espera de la venida del Espíritu Santo.

3. Los Hechos de los Apóstoles subrayan que se trataba de una oración “con un mismo espíritu”. Este detalle indica que se había realizado una importante transformación en los corazones de los Apóstoles, entre los que existían poco antes diferencias, e incluso algunas rivalidades (cf. Mc 9,34 Lc 9,46 Lc 22,24). Era la señal de que la oración sacerdotal de Jesús había producido sus frutos. En aquella oración Jesús había pedido la unidad: “Que todos sean uno. Como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros” (Jn 17,21). Yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí” (Jn 17,23).

A lo largo de todos los tiempos y en toda generación cristiana, esta oración de Cristo por la unidad de la Iglesia conserva su actualidad. Y ¡qué actuales han resultado aquellas palabras en nuestros tiempos, animados por los esfuerzos ecuménicos en favor de la unión de los cristianos! Probablemente nunca como hoy han tenido un significado tan cercano al que tuvieron en los labios de Cristo en el momento en que la Iglesia estaba para salir al mundo. También hoy existe por todas partes el sentimiento de que nos encaminamos hacia un mundo nuevo, más unido y solidario.


Audiencias 1989 39