Discursos 1989 31


A LAS COMUNIDADES DE SAN EGIDIO


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Sábado Santo 25 de marzo de 1989

Es para mí motivo de particular gozo tener este encuentro con vosotros, amadísimos hermanos y hermanas pertenecientes a las Comunidades de San Egidio, que habéis querido reuniros en Roma para celebrar los misterios centrales de nuestra fe: la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Provenís de numerosos países, de diversos continentes en donde han nacido vuestras Comunidades, y veis en Roma, centro de la catolicidad, el signo de comunión en la unidad que Cristo quiere para su Iglesia. Sed pues bienvenidos a esta casa, que es la casa de todos los que non sentimos unidos por los vínculos del amor, de la fe, de la oración.

Habéis querido reuniros en esta ocasión para celebrar la Pascua: la gran alegría de sentirnos salvados por Cristo y vencedores con El del pecado y de la muerte.

La vida nueva que al Señor nos comunica ha de ser fuerza e impulso para que cada uno se empeñe con animo renovado en la extensión del Reino de Dios. “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo; diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios quien obra todo en todos” (1Co 12,4-6).

Vuestras jornadas de amistad, plegaria y reflexión en la Ciudad Eterna han de ser también un compromiso a ser apóstoles de la nueva evangelización en vuestras familias, con vuestros compañeros, en el trabajo, en el estudio, en la vida social. Sé que la formación cristiana que os esforzáis por profundizar en vuestras Comunidades os estimula a una participación más activa en la vida litúrgica y caritativa de la Iglesia, y, especialmente a un amor preferencial por los más pobres y abandonados.

Como os recordaba en nuestro encuentro del año pasado, con ocasión de vuestro XX Aniversario: “El primado de la caridad... es el corazón de vuestro compromiso. Es también una herencia de la Iglesia de Roma, a la que vosotros dais vigor” (A la Comunidad de San Egidio en el XX aniversario de su fundación, 6 de febrero de 1988).

Sed, por tanto, testigos de fraternidad, de servicio a los pobres, de espíritu de oración. Esta ha de ser vuestra regla de vida, que hará “brillar vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5,16).

Buscad a Cristo entre los más necesitados, los que no tienen voz, los que sufren en el alma o en el cuerpo, recordando siempre las exhortaciones del Concilio Vaticano II, que todo cristiano está “llamado a la perfección de la santidad” (Lumen gentium LG 5), y que “la vocación cristiana es, por su misma naturaleza, vocación también al apostolado” (Apostolicam Actuositatem AA 1).







                                                                                       Abril de 1989


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE COSTA RICA

EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Viernes 21 de abril de 1989



33 Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Doy fervientes gracias a Dios por el gozo de este encuentro con vosotros, Pastores de la Iglesia en Costa Rica, venidos a Roma para vuestra “visita ad limina”. Con ella habéis querido poner una vez más de manifiesto vuestra profunda unión con esta Sede Apostólica y, siguiendo la antigua y sagrada tradición, venerar los sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo, así como tomar contacto con los organismos de la Curia Romana, la cual –por motivo de su diaconía universal– se presenta siempre más unida al ministerio petrino y, por tanto, “estrechamente vinculada a los Obispos de todo el mundo”; mientras que, por otra parte, “los mismos Pastores y sus Iglesias son los primeros y principales beneficiarios del trabajo de sus Dicasterios” (Pastor Bonus ).

Vuestra presencia aquí muestra cómo entre la Iglesia que vive y peregrina en Costa Rica y la Sede de Pedro existe una íntima comunión, la cual no es sólo afectiva – como bien pude comprobar en los días aún vivos en el recuerdo, de mi viaje pastoral a aquella amada tierra “tica” en marzo de 1983 – sino también efectiva, en cuanto que trasciende nuestras personas, nuestras acciones y los signos mismos por nosotros realizados, al fundamentarse en la divina voluntad de Cristo Señor acerca de la condición visible de su Iglesia, Una, Santa, Católica y Apostólica.

2. Agradezco vivamente las palabras que en nombre de todos me ha dirigido Mons. Román Arrieta, Presidente de vuestra Conferencia Episcopal, en las que se refleja vuestro profundo espíritu de fe y vuestro ardiente amor a la Iglesia. La problemática y anhelos que habéis presentado, unidos a las conversaciones con cada uno de vosotros y a la lectura de las Relaciones quinquenales, me han hecho conocer aún más la realidad concreta de vuestras Diócesis y me han permitido entrever todos los esfuerzos realizados en los diferentes campos de la acción pastoral.

He podido percibir en vosotros gran celo por proclamar la Verdad sobre Dios, la Iglesia y el hombre; esmero en celebrar la Divina Liturgia, fuente de santificación para los creyentes; espíritu de sacrificio para guiar al Pueblo de Dios con “generosidad... convirtiéndoos en modelos del rebaño” (
1P 5,3).

Motivo de particular gozo ha sido el constatar el aumento de las vocaciones a la vida consagrada, así como vuestra solicitud por confiarlas a formadores idóneos y cualificados; el firme propósito de evangelización de las familias, frente a las fuerzas que pretenden disgregarlas; la atención que prestáis a la juventud; la preocupación por los indigentes y por las situaciones que reclaman una mayor justicia social; la vitalidad de los Movimientos apostólicos; todo ello vivido con una clara conciencia eclesial y recurriendo a todos los medios a vuestro alcance, incluidos los modernos sistemas de comunicación, en particular la Red de las siete emisoras católicas con que cuenta vuestro País. A todo ello os mueve vuestra decidida voluntad de servir al hombre, anunciando sin cesar el Evangelio, fuerza de Dios para salvar a todo el que cree (cf. Rm Rm 1,16).

Al congratularme con vosotros por el trabajo realizado y dando gracias a Dios por las metas conseguidas, quiero proponer a vuestra consideración algunas reflexiones acerca de los temas más salientes de la vida eclesial costarricense en la actualidad.

3. Se acerca el V Centenario de la Evangelización de América y esa fecha, como bien sabéis, ha de ser ocasión propicia para dar un vigoroso impulso a la nueva Evangelización. Cada fiel, cada diócesis, cada país, toda la Iglesia in América tiene que hacer suya la idea de esta renovación. Cada uno tiene que renovarse interiormente; plantearse su vida como una tarea de servicio a Dios y a los demás que se inicia cada día. Y, en esa tarea de renovación, se ha de destacar, en cuanto labor principal vuestro ministerio de Pastores.

Vosotros sois, amados Hermanos, enviados del Buen Pastor que llama a sus propias ovejas por su nombre y las saca fuera. “Cuando ha sacado fuera todas las ovejas, camina delante de ellas y las ovejas la siguen porque conocen su voz” (Jn 10 Jn 3-4). Vosotros –en palabras del Concilio Vaticano II – habéis sido “puestos por el Espíritu Santo y ocupáis el lugar de los Apóstoles como Pastores de las almas, y juntamente con el Sumo Pontífice, y bajo su autoridad, sois enviados a actualizar permanentemente la obra de Cristo, Pastor eterno” (Christus Dominus CD 2 Christus Dominus ). De aquí que vuestro ministerio episcopal se integre en la perspectiva del plan divino de redención, como dispensadores de aquella luz y vida que viene de la Palabra y de los Sacramentos. Sois, por ello, “pregoneros de la fe” y “maestros auténticos” (Lumen Gentium LG 25 Lumen Gentium ) y, consiguientemente, la conciencia de vuestra misión os ha de empujar a proclamar con valentía en su integridad aquella Verdad que es el mismo Cristo (Jn 14,6), y a defenderla de interpretaciones reduccionistas o ideologizadas. Es cierto que la verdad ha de trasmitirse en un lenguaje asequible a los destinatarios, pero ello no ha de ser en detrimento de la plenitud de la Verdad misma.

4. Vuestra palabra, dicha “a tiempo y a destiempo, con ocasión o sin ella” (2Tm 4,2) habrá de ser orientadora, esto es, capaz de iluminar el caminar de toda la comunidad eclesial costarricense. Esta es, en verdad, una misión ardua y exigente, no exenta, en ciertos momentos, de dificultades; pero sumamente necesaria en la Iglesia de hoy y que ha de ejercerse sin ahorrar esfuerzos. Quiero que os sirva de consuelo el saber que el Papa está junto a vosotros con un recuerdo hecho oración y que hace propias las luchas, las necesidades y las ilusiones que os acompañan. Y con nosotros está el Espíritu Consolador que no es un Espíritu de temor, sino de fuerza, de amor y de sabiduría (cf. 2Tm 2Tm 1,7).

Con respecto al deber sagrado de transmitir la Verdad en toda su integridad, esto es, de promover incansablemente una evangelización y una catequesis que afronte al mismo tiempo la ofensiva de las sectas y de las erróneas ofertas de liberación y salvación, conozco el serio empeño que conllevó la realización del Sínodo Arquidiocesano y el esfuerzo para elaborar, en otras diócesis, un Plan Global de Pastoral. Al congratularme son vosotros por estos logros, deseo señalar que los planes pastorales son de gran utilidad siempre que estén enmarcados firmemente en el depósito de la fe y en la doctrina del Magisterio de la Iglesia, para poder así iluminar desde el Evangelio el contexto social y transformarlo según criterios y métodos genuinamente evangélicos.

34 5. Para el desempeño de vuestra misión, contáis con la insustituible cooperación de los presbíteros, que han de vivir unidos a su Obispo “como cuerdas a la lira”, según la expresión de San Ignacio de Antioquía (Ad Ephesios, 4). Ellos recibieron un día “el Espíritu de Santidad” –así lo expresa la fórmula de ordenación– y, llamados, consagrados y enviados, se dedican al bien de sus hermanos, los cuales desean ver en los sacerdotes a los “servidores y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1).

De ahí se sigue que el propio presbiterio ha de ser objeto de la solicitud prioritaria de cada Obispo. Ello os llevará a estar pendientes de sus necesidades espirituales y materiales, a acudir en su ayuda cuando pasen por dificultades, a no permitir que ninguno se sienta olvidado. Llenos de caridad, atenderéis especialmente a los que, por enfermedad o vejez, puedan estar más necesitados.

En esta misma línea, el incremento del número de vocaciones al sacerdocio en Costa Rica – a la vez que motivo de acción de gracias a Dios – ha de ser exigencia de una particular atención por vuestra parte en el discernimiento de los candidatos idóneos y su consolidación en una intensa labor de formación espiritual, intelectual y humana. En efecto, al estudio de las disciplinas teológicas a la luz de la fe y bajo la guía del Magisterio de la Iglesia, ha de acompañar una esmerada formación espiritual “impartida en modo tal que los alumnos aprendan a vivir en íntima comunión y familiaridad con el Padre por medio de su Hijo Jesucristo en el Espíritu Santo. Destinados a configurarse con Cristo Sacerdote por medio del Orden sagrado, han de habituarse también a vivir íntimamente unidos a El como amigos en toda su vida” (Optatam Totius OT 8).

Los medios que han de utilizarse para conseguir tales objetivos son los ya conocidos: la participación en la Eucaristía, la recepción del sacramento de la Penitencia, la oración mental asidua, la devoción a la Santísima Virgen y tantos otros ejercicios de piedad tradicionales en la Iglesia. Junto a ellos, ocupa un lugar importante la práctica de la dirección espiritual, que a tantos cristianos ha ayudado a progresar en su camino hacia Dios. Mi predecesor de feliz memoria Pío XII escribía dirigiéndose a los sacerdotes: “En el camino de la vida espiritual no os fiéis de vosotros mismos, sino que con sencillez y docilidad pidáis consejo y aceptéis la ayuda de quien, con sabia moderación, pueda guiar vuestra alma, indicaros los peligros, sugeriros los remedios oportunos y, en todas las dificultades internas y externas, os puede dirigir rectamente y encaminaros a ser cada día más perfectos, según el ejemplo de los santos y las enseñanzas de la ascética cristiana. Sin esta prudente guía de la conciencia, de modo ordinario, es muy difícil secundar convenientemente los impulsos del Espíritu Santo y de la gracia divina (Pío XII, Menti Nostrae: AAS 42 (1950) 674).

6. Otro motivo de alegría y esperanza en el ejercicio de vuestra labor pastoral es la presencia en Costa Rica de tantas familias de Religiosos y Religiosas, las cuales, no sólo prestan un servicio directo en la pastoral sino que, con fidelidad al propio carisma, ofrecen un elocuente signo profético de los valores permanentes del Reino de Dios. Es éste un don del Altísimo que hay que apreciar mucho y cuidar con diligencia, teniendo presente que estos Institutos son para vuestros fieles cauces apropiados para seguir a Jesucristo pobre, casto y obediente.

En el ejercicio de su específica misión de maestros de la fe, los Obispos han de seguir muy de cerca la marcha de los Institutos de formación teológica, en los cuales, juntamente a otros alumnos, se preparan Religiosos candidatos al Sacerdocio, que desarrollarán el día de mañana su ministerio en las Iglesias particulares, sobre todo de los países centroamericanos, y que deberán por lo tanto, acoger gozosamente la jurisdicción legítima de los Pastores.

7. Frente al vasto campo del apostolado con miras a la nueva evangelización de la sociedad costarricense, no podemos olvidar el papel que en ello ha de desempeñar el laicado católico. A Dios gracias, son muchos los hombres y mujeres comprometidos, que conscientes de sus compromisos bautismales y responsabilidades eclesiales, están prestando un servicio encomiable en tantos sectores de la acción pastoral, en modo particular en aquellas circunscripciones eclesiásticas que cuentan todavía con escaso clero y en las cuales la presencia de los laicos es imprescindible para la evangelización y la catequesis.

A este respecto son de alabar las iniciativas surgidas en Costa Rica para la creación de Escuelas e Institutos destinados a la formación de laicos cristianos. Estos han de ser conscientes de que también a ellos va dirigida la llamada universal a la santidad como exigencia de su misma vocación cristiana, que es también vocación al apostolado. Ellos han de ser fermento de vida cristiana en todos los ambientes donde viven, donde trabajan, donde actúan.

Dentro de ese inmenso campo, la pastoral familiar ha de ocupar un lugar preferente. Si ha de hacerse una nueva Evangelización de la sociedad, necesariamente habrá de iniciarse en la familia. “El ministerio de evangelización de los padres cristianos es original e insustituible y asume las características típicas de la vida familiar, hecha, como debería estar, de amor, sencillez, concreción y testimonio cotidiano” (Familiaris Consortio FC 53).

Conscientes de su responsabilidad, los cónyuges cristianos han de dedicar sus mejores esfuerzos a la atención a sus hijos. Dios le llama a la santidad ahí, en el fiel cumplimiento de su “original e insustituible” ministerio como padre y madre. Ese esfuerzo conjunto por formar cristianamente a los hijos será también un estímulo seguro para el crecimiento del amor conyugal.

8. La labor evangelizadora realizada por los padres con sus hijos ha de ser completada en las diversas instituciones educativas y en las parroquias. Los colegios y las universidades deben estar en condiciones de realizar esa tarea; no sólo las clases de Religión, sino todas las actividades deben estar informadas por el espíritu cristiano.

35 Junto a la pastoral familiar, ocupará una parte importante de vuestros desvelos la atención a los niños y a los jóvenes, esperanza de la Iglesia. De ellos –y, por tanto, de su formación– depende que esa nueva Evangelización florezca en un tercer milenio verdaderamente cristiano. Sé que, en Costa Rica –así lo noté cuando estuve con ellos– los jóvenes tienen un espíritu generoso, dispuesto a abrirse frente a los grandes ideales. No dejéis de planteárselos; ellos también participan de la única misión de la Iglesia y han de estar dispuestos a llevar a cabo esta nueva Evangelización de América.

Como consecuencia de esa intensa labor de evangelización, todas las nobles actividades humanas serán penetradas en profundidad por el espíritu de Cristo. El mundo del trabajo, los medios de comunicación social, el mundo de la cultura en sus variadas manifestaciones, la política, el mundo de las finanzas y cualquier otro trabajo humano, se transformarán: sus “estructuras de pecado” serán vencidas “– presupuesta la ayuda de la gracia divina– con una actitud diametralmente opuesta: el empeño por el bien del prójimo con la disponibilidad, en sentido evangélico, a “perderse” en favor del otro en vez de explotarlo, y a “servirlo” en vez de oprimirlo para el propio provecho” (Sollicitudo rei socialis
SRS 38).

“Conviene subrayar –he escrito en la Encíclica “Sollicitudo rei socialis”– el papel preponderante que corresponde a los laicos, hombres y mujeres... A ellos corresponde animar con empeño cristiano, las realidades temporales y, en ellas, mostrar que son testigos y operadores de paz y de justicia” (Sollicitudo rei socialis SRS 47).

9. Todo cristiano ha de ser un constructor de paz. “Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mt 5,9), proclamó Jesús en el sermón de la montaña. Viene a mi mente la dolorosa situación de sufrimiento e incertidumbre en que se encuentran tantas personas, tantas familias del área centroamericana. Y ¡cómo no recordar a los numerosos refugiados, que buscan en Costa Rica la seguridad que se les niega en su país!

Con espíritu solidario apoyad todas las iniciativas orientadas a mitigar los sufrimientos de aquellos hermanos centroamericanos, víctimas de los enfrentamientos que atormentan a la región.

Me es grato mencionar vuestra preocupación pastoral por los grupos más necesitados y, en particular, por los indígenas. Vuestra solicitud por integrarlos plenamente a la vida de la Iglesia ha de ir acompañada por la promoción de los valores genuinos de sus culturas y la tutela de sus legítimos derechos.

Antes de terminar os confío el encargo de llevar mi afectuoso saludo y bendición a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles todos, particularmente a los enfermos, a los ancianos, a cuantos sufren.

Que la Virgen Maria, Reina de los Ángeles, Patrona de Costa Rica, interceda ante su Divino Hijo por la santidad de la Iglesia, por el bienestar de la Nación y por la prosperidad de todas y cada una de sus familias.

Con estos fervientes deseos, a todos bendigo de corazón.





                                                                                  Mayo de 1989




A LOS OBISPOS DE PERÚ


EN VISITA «AD LIMINA APOSTOLORUM»


Sábado 13 de mayo de 1989



Señor Cardenal,
36 Amados Hermanos en el Episcopado:

1. Me complace saludaros cordialmente después de la Santa Misa que ayer hemos concelebrado y de los diálogos personales que hemos tenido sobre la presente situación de las comunidades eclesiales confiadas a vuestra solicitud pastoral.

Agradezco vivamente al Señor Cardenal Juan Landázuri Ricketts, Arzobispo de Lima, las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme en nombre de todos, haciéndose también portavoz de vuestros colaboradores diocesanos y de vuestros fieles.

El veros fraternalmente reunidos aquí, trae a mi memoria la presencia fervorosa de las inmensas multitudes congregadas en la ciudad de Lima con ocasión del V Congreso Eucarístico y Mariano de los Países Bolivarianos. Con emoción contenida, recuerdo aún el profundo silencio en torno al Santísimo Sacramento del Altar, a que aludí al finalizar mi alocución a los jóvenes reunidos en gran número ante la Nunciatura Apostólica. La reverencia ante Jesús Eucaristía es elocuente expresión de la fe viva y de la piedad de vuestro pueblo, que consecuente con su identidad cristiana, ha sabido resistir a los embates del secularismo.

Con ocasión de la visita ad limina Apostolorum, habéis venido para expresar vuestra unión y comunión con esta Sede Apostólica, que sirve a la Iglesia universal, “que en este mundo es azotada por las lluvias, por las riadas y por las tormentas de sus diversas pruebas, pero que a pesar de todo no cae, porque está fundada sobre piedra, de donde viene el nombre de Pedro” (S. Agustín, Tract. in Evang. S. Io., 124).

2. Vosotros, como sucesores de los Apóstoles, os reunís, como ellos en torno a Pedro, con el Obispo de Roma, su Sucesor, Así queda expresada la colegialidad universal para edificación de cuantos en la unidad de la Iglesia ven un signo de luz para un mundo que corre el peligro de quedar a oscuras. En la propia diócesis, el Obispo, como Pastor de todos los fieles, debe ser ante todo, Maestro de la verdad que viene de Dios –como recordaba en mi primera visita a América Latina, hace ya diez años– (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, I, 28 de enero de 1979, Puebla); educador de todos en la fe auténtica, tarea permanente pero que adquiere un énfasis singular ante la renovada acción evangelizadora que la Iglesia en Perú y en toda América Latina debe acometer de cara a la conmemoración del V Centenario de la Evangelización de esas tierras.

Debe ser también voz y signo que hace patente la unidad del Pueblo de Dios confiado a su cuidado, al que ha de guiar siempre hacia una intensa vida cristiana mediante el infatigable anuncio de la Buena Nueva. Inspirado por la caridad habrá de denunciar, cuando fuere preciso, todo aquello que se aparta de ella, en particular las doctrinas o ideologías erróneas, así como las desviaciones o riesgos de desviación que ponen en peligro la fe (Cf. Congr. pro Doctr. Fidei, Libertatis Nuntios, Introd.). Es parte de su misión vigilar para que el pluralismo legítimo no lleve a manifestaciones o actitudes que de hecho se alejan de las enseñanzas de la Iglesia. Por todo ello, el Obispo está llamado siempre a anunciar a Cristo con su palabra y su testimonio, diciendo con San Pablo “para mí la vida es Cristo” (
Ph 1,21) ; como Pastor debe dar respuesta a todo aquel que le pida razón de su esperanza (cf. 1P 1P 3,15 1P ) y, con su propio ejemplo, invitar al seguimiento del Señor, mostrando los caminos evangélicos y señalando con toda claridad los peligros que pueden obstaculizar la respuesta al llamado de Jesús a seguirle. En el desarrollo de una evangelización renovada, el Pastor prestará una atención preferencial a la acción santificadora que abarque todas las facetas de la vida humana.

La unidad entre todos vosotros, amados Hermanos, en la verdad, en la fe y en la caridad, será una respuesta elocuente al deseo expresado por el Señor en su plegaria al Padre: “Que todos sean uno” (Jn 17,21); ello favorecerá también la unidad entre todos los miembros de vuestras Iglesias particulares, pues Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, comunión de amor, invita a los hombres a asumir el dinamismo del amor, construyendo un mundo que exprese ese misterio y que, al mismo tiempo, se oriente hacia Cristo Jesús y encuentre en El su recapitulación (cf. Apostolicam actuositatem AA 2).

3. En el desempeño de vuestro ministerio episcopal, contáis con la insustituible colaboración de los presbíteros, que aseguran el fortalecimiento y la vivificación de las comunidades cristianas, mediante la Palabra y los Sacramentos. Para ello es necesario que los sacerdotes puedan cultivar intensamente su propia vida espiritual para poder así comunicar a los fieles las riquezas que ellos mismos han recibido.

En el Decreto del Concilio Vaticano II sobre el ministerio y vida de los presbíteros, se indican dos caminos para la santificación personal y la espiritualidad del sacerdote. El primero es la intimidad profunda con Cristo. Es la espiritualidad que el sacerdote cultiva en los momentos de silencio, de adoración, en la lectura de la Palabra de Dios, en la liturgia de las horas, en la meditación personal. El segundo camino –inseparable del primero– es el propio ministerio sacerdotal ejercido con generosa entrega como continuación lógica de su intimidad con el Señor (cf. Presbyterorum ordinis PO 14). Por todo ello, los presbíteros, “como ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4,1)) han de estar imbuidos de un gran espíritu de servicio y obediencia, gran celo por la salvación de las almas, dispuestos al sacrificio, asiduos en la oración, enamorados de su ministerio, y que hagan de la Eucaristía el centro y fuente de todos sus anhelos pastorales.

En correspondencia con lo anterior, la búsqueda diligente de candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa, su adecuada preparación doctrinal y humana, y su seguimiento solícito para que perseveren, deben ser también objeto de vuestras preocupaciones prioritarias por su trascendencia para el futuro de la Iglesia en vuestro país. Por tanto, en los Seminarios y Casas de formación –como señalan insistentemente los documentos emanados de la Sede Apostólica– ha de reinar un ambiente de seriedad, de piedad litúrgica y personal, de estudio, de disciplina, de convivencia fraterna y de iniciación pastoral, que sean garantía y base sólida para una idónea preparación al servicio ministerial.

37 En este sentido, la piedad ha de ser una nota esencial en la vida de los Seminarios. Al mismo tiempo, el futuro sacerdote ha de contar con un recia formación en las virtudes humanas, tales como la sinceridad y la lealtad, la templanza y la humildad, la fortaleza, la alegría etc. En efecto, sobre el fundamento de estas virtudes se podrá construir sólidamente el edificio espiritual del futuro pastor de almas.

No menos importante es la formación doctrinal, que no puede limitarse a una mera transmisión de nociones y conocimientos, como si la ciencia filosófica y teológica pudieran reducirse a un simple sociologismo o a un moralismo antropológico, sin más horizonte que la ética de los valores. El hablar “de Dios” debe llevar a hablar “con Dios”, haciendo así del estudio alimento del espíritu y fuente para la vida de fe. De esta manera se podrá responder adecuadamente a las necesidades de los fieles, que esperan que sus sacerdotes sean, ante todo, maestros en la verdadera fe y que testimonien en sus vidas el mensaje salvador que anuncian.

4. Mas, como os decía en nuestro último encuentro de Lima, “no podemos conformarnos con las mesas ya alcanzadas” (Alocución a la Conferencia episcopal peruana, Lima, 15 de mayo de 1988), pues los retos que se presentan a las comunidades eclesiales del Perú exigen una vigorosa renovación de la vida cristiana para suscitar cada vez más en los fieles la apertura a la gracia en lo profundo del corazón.

No es extraño constatar, por otra parte, que al ser mayores las dificultades que, por motivos diversos, encuentra la persona para realizarse según su dignidad y vocación, sea también mayor la tentación de aquellos que “esperan del solo esfuerzo humano la verdadera y plena liberación de la humanidad y abrigan el convencimiento de que el futuro reino del hombre sobre la tierra saciará plenamente sus deseos” (Gaudium et spes
GS 10 cf. Redemptor hominis RH 15). En unas estructuras que no respetan suficientemente las exigencias objetivas del orden moral, y en donde el hambre de pan interpela con insistencia a los responsables de la cosa pública, se corre el peligro de caer en todo género de reduccionismos que afectan a la concepción de la persona en cuanto creatura redimida por Cristo, y que oscurecen la importancia del hambre de Dios, de la “nostalgia de infinito” que cada uno percibe en lo más profundo de su ser (Saludo a los jóvenes desde el balcón de la Nunciatura de Lima, 15 de mayo de 1988, n. 3). Una recta visión antropológica, inspirada en la auténtica grandeza del hombre como nos ha sido revelado en Cristo (Gaudium et spes GS 22), no puede ser soslayada en el anuncio de la Nueva de salvación al mundo de hoy. Hay que tener siempre presente que “solamente acudiendo a las capacidades morales y espirituales de la persona, se obtienen cambios culturales, económicos y sociales que estén verdaderamente al servicio del hombre, pues, el pecado, que se encuentra en la raíz de las situaciones injustas, es, en sentido propio y primordial, un acto voluntario que tiene su origen en la libertad de cada persona” (Discurso al mundo de la cultura y de la empresa, n.4, Lima, 15 de mayo de 1988).

Los materialismos de diverso cuño, el afán consumista, las concepciones equívocas sobre el hombre y su destino, de que se ocuparon con acierto los Obispos reunidos en Puebla hace poco más de diez años (cfr. Puebla, 305-315), no han de llevar a los cristianos a perder de vista lo que la Iglesia, experta en humanidad, les enseña.

Por todo ello, es necesario que prestéis una diligente atención a la actividad catequética en todas sus formas y dimensiones. En efecto, para poder transmitir la fe a las nuevas generaciones en preciso llevar a cabo una renovada acción evangelizadora. Dicha renovación –como se señala en el Directorium Catechisticum Generale– “debe ayudar al nacimiento y al progreso de esa vida de fe a lo largo de toda la existencia, hasta la plena explicación de la verdad revelada y su aplicación a la vida” (Directorium Catechisticum Generale, 30).

Las manifestaciones de fervor popular, que pude apreciar con ocasión del Congreso Eucarístico Bolivariano en Lima, son una invitación a los Pastores a ahondar más y más en la ardua tarea de la instrucción religiosa. En aquellas fervorosas expresiones de religiosidad en torno a la Eucaristía, se hacía presente la fe de un pueblo que dio la primera flor de santidad de América Latina, Santa Rosa de Lima. Es en esos momentos cuando se hacen más patentes los motivos de esperanza y los inagotables recursos que, bien encaminados, pueden transformar la fisonomía del Perú en realizaciones concretas y eficaces, que hagan posible la civilización del amor entre los peruanos.

5. No podemos silenciar, sin embargo, la presencia de factores que obstaculizan realización de una mayor fraternidad, justicia y solidaridad en la sociedad peruana. La innegable presencia del pecado, con su inevitable secuela de sufrimientos, que repercuten especialmente en los más débiles y desprotegidos, ha de interpelar a todos, según la propia responsabilidad, a fin de suscitar un empeño común para que la vida individual y social se conformen más al designio divino.

En vuestros recientes documentos colectivos, en especial en el “Mensaje de los Obispos del Perú ante la situación actual”, del pasado mes de octubre, hacíais un urgente llamado a un esfuerzo solidario para construir una sociedad verdaderamente cristiana, que ponga el ideal de servicio por encima del ideal de dominio y de explotación, que tan graves consecuencias conlleva. “La sociedad peruana actual –os decía en nuestro último encuentro en Lima–, que justamente aspira a conseguir objetivos de progreso capaces de elevar el horizonte material y espiritual de todo ciudadano, se siente a veces como minada desde dentro por un inexcusable eclipse del respeto debido a la dignidad humana, por ideologías materialistas que niegan la trascendencia, por una violencia ciega e insensible a las reiteradas llamadas a la reconciliación. A todo esto se añade la pobreza creciente y aun extrema en que llegan a vivir tantas familias, los vicios sociales acarreados o generados por el narcotráfico, la profusión de las sectas y la persistencia obstinada de planteamientos doctrinales y metodológicos que siembran confusión entre los fieles y atentan a la unidad de la Iglesia” (Alocución a la Conferencia episcopal peruana, n.3, Lima, 15 de mayo de 1988).

Estas circunstancias, que describíamos hace algunos meses, continúan siendo retos que debéis afrontar desde el Evangelio, para que su acción salvadora penetre y renueve todos los aspectos de la vida personal y social. En vuestro servicio pastoral, no dejéis de insistir en que el poder del mal puede vencerse con la fuerza del bien; exhortación paulina que los jóvenes acogieron con entusiasmo durante mi entrañable encuentro con ellos en Lima. La opción por un mundo más humano no es ajena a la misión de la Iglesia, que ve cómo la presente crisis de valores puede favorecer la suplantación de la verdad por el error y el menosprecio de la dignidad del ser humano. La proclamación de los principios de la moral cristiana como vía para la conversión personal, y el ordenamiento de todo hacia Cristo – superando los antagonismos, los enfrentamientos y en definitiva el pecado – han de ser imperativos para la renovada evangelización que vuestro querido país necesita.

6. En vuestra realidad concreta os esforzáis por servir a los hombres predicándoles “la Palabra de salvación” y “de reconciliación” (Ac 13,26 2Co 5,19), invitándoles a la conversión del corazón, alentándoles a ponerse bajo la guía y protección de Santa María, y exhortándoles a superar las tensiones sociales, que son fuente de división y de conflictos. Es ésta una tarea que – como lo constatáis a diario– se presenta con características de urgencia inaplazable, pues son muchos los peruanos que sufren en su propia carne la falta de solidaridad de quienes pudiendo ayudar no lo hacen.

38 Al ser maestros de la fe, debéis ser también, e irrenunciablemente, defensores y promotores de la dignidad humana (Discurso a la III Conferencia general del episcopado latinoamericano, I y III 28,0 III, 28 de enero de 1979, Puebla). En ese sentido debéis proclamar, con vuestra palabra y vuestro testimonio, la enseñanza social de la Iglesia en esta materia.

El V Congreso Eucarístico y Mariano, que tuve el gozo de clausurar en Lima, fue también ocasión privilegiada para renovar y fortalecer el amor y la devoción del Pueblo de Dios a la Santísima Virgen. Conozco el afecto filial de los peruanos a la Madre de Dios. Por ello, en las circunstancias no fáciles por las que atraviesa vuestro amado país, María debe alentar la esperanza de todos. Ella nos enseña que Dios es siempre rico en misericordia (cf. Lc Lc 1,54) y fiel a sus promesas. Mas esto exige una actitud de fe como la de la Virgen, que fue llamada bienaventurada por haber “creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor” (Ibíd., 1, 45).

Queridos Hermanos, pido al Señor que esta visita “ad limina Apostolorum” confirme y consolide aún más la unión entre vosotros y con la Iglesia Universal. Con ello, vuestro ministerio ganará en intensidad y eficacia, lo cual ciertamente redundará en bien de las comunidades eclesiales del Perú.

No quiero terminar sin rogaros que llevéis a vuestros sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles el saludo y la bendición del Papa, que ora por todos con gran afecto y viva esperanza.

A la Madre de Jesús encomiando vuestras personas, vuestras inquietudes y vuestros anhelos pastorales, para que respondáis generosamente al reto de un tiempo que reclama una evangelización audaz y plenamente fiel al Señor Jesús.

Con estos vivos deseos os acompaña mi Bendición Apostólica.




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