
Audiencias 1990 56
1. El inicio de la evangelización en África se remonta a la época apostólica. En los primeros siglos, la Iglesia africana cobró una gran importancia, especialmente a lo largo de las costas del mar Mediterráneo. Baste pensar en san Cipriano, obispo mártir de Cartago, y, menos de dos siglos después, san Agustín de Hipona.
En nuestra reflexión sobre la peregrinación al África de nuestros tiempos, conviene no olvidar ese inicio. El cristianismo que hoy encontramos en las vastas áreas del continente negro, es joven. Se difundió entre los diversos grupos étnicos y los pueblos africanos durante los últimos cien años, gracias al gran trabajo de los misioneros. En la segunda mitad de nuestro siglo, los países africanos han conquistado su autonomía política, haciéndose Estados independientes. Al mismo tiempo, las Iglesias particulares han llevado a cabo un rápido proceso de africanización. La mayor parte de los Episcopados está formada hoy por obispos del lugar. Crece también el número de los sacerdotes y de los religiosos y, en especial, el de las religiosas. Con todo, la presencia de los misioneros y misioneras, tanto eclesiásticos como laicos, sigue siendo necesaria y, a veces, incluso indispensable.
2. He realizado ya varios viajes a diversas naciones africanas para encontrarme con las comunidades cristianas del lugar. Esta vez he podido dedicar los primeros diez días de septiembre a la visita a Tanzania, Burundi y Ruanda. Deseo dar gracias a la divina Providencia y a las personas que me han invitado, acogido y hospedado. Me refiero, ante todo, a los respectivos Episcopados. Al mismo tiempo, expreso mi gratitud a los diversos jefes de Estado, a los representantes de las autoridades locales y a todas las personas e instituciones cuya ayuda ha sido preciosa para la realización del programa.
3. Por lo que se refiere a la geografía ?principalmente en sentido misionero y desde el punto de vista de la actividad de la Iglesia? este viaje pastoral me ha llevado a la vasta Tanzania, donde los católicos constituyen alrededor del 20 por ciento de los habitantes (todos los cristianos suman alrededor del 30 por ciento), y luego a dos países de escasa superficie, pero con una gran densidad de población. Burundi, y de manera especial Ruanda, son dos países de África con un número elevado de habitantes, lo cual implica también algunos deberes de naturaleza moral, no sólo con respecto a sí mismos, sino también con respecto a toda África que, en su mayor parte, está muy poco poblada. Burundi y Ruanda ?países de "mil colinas"? cuentan, además, con el mayor porcentaje de bautizados. El hecho de que la mayoría de los habitantes sea católica es un signo de la intensa obra misionera llevada a cabo por la Iglesia en el arco de estos cien años.
4. La comunidad cristiana manifiesta la plenitud de su misterio en la Eucaristía, en el sacrificio que es el sacramento del altar. Por eso, para hacer un resumen de mi peregrinación apostólica a Tanzania, Burundi y Ruanda, es necesario, en primer lugar, señalar los lugares en los que se celebró el sacrificio eucarístico. En Tanzania, ante todo: en Dar as Salam, al sur del país (misa con ordenaciones sacerdotales); en Songea, al norte (misa con el sacramento de la confirmación); en Mwanza, en la ribera del lago Victoria (misa para las familias, con la ceremonia de las primeras comuniones); en Tabora, en el centro del país (liturgia de la Palabra), y finalmente en Moshi, a los pies del Kilimanjaro.
La celebración de la Eucaristía es una síntesis particular de lo que una Iglesia vive: en ella se pueden apreciar las riquezas de la cultura, de la lengua, del canto y de la danza, muy sugestiva, que acompaña algunos momentos de la acción litúrgica. Es también una síntesis singular de la participación: en torno al altar se reúnen los "participantes" de una determinada región, mientras la gente espera formando valla a lo largo del trayecto. Se trata de una participación indirecta y, muchas veces, muy significativa.
5. Lo que acabo de decir de Tanzania vale también para Burundi y Ruanda. He aquí las localidades en las que tuvieron lugar las celebraciones eucarísticas: en Burundi: en Gitega (la sede arzobispal) y en Buyumbura (la capital del país); en Ruanda: en Kabgayi (la cuna de la evangelización, donde se halla la iglesia en la que reposan los restos de los primeros obispos misioneros) y en Kigali (la capital del país). Las ordenaciones sacerdotales tuvieron lugar, respectivamente, en Buyumbura y en Kabgali.
Las ordenaciones sacerdotales, que se celebraron en cada uno de los tres países, muestran el crecimiento de las Iglesias locales, que avanza al ritmo del apostolado de los seglares. En efecto, es conocido el papel que han desempeñado los catequistas seglares desde los albores de la evangelización. Hoy siguen colaborando con los sacerdotes y las religiosas del lugar, así como hicieron en el pasado con los misioneros. Con todo, los campos del apostolado seglar se multiplican, como se ha visto claramente en los encuentros con los representantes del mundo de la cultura. Además, en todas partes se presta mucha atención a la pastoral juvenil (los jóvenes han desempeñado un papel particular durante la visita), al apostolado de la caridad y al cuidado de los enfermos. Por fin, es preciso mencionar el compromiso, muy serio, en favor de la familia, con especial atención a la educación en la paternidad y maternidad responsables.
57 6. En los países visitados no faltaron los encuentros ecuménicos. A los hermanos cristianos no católicos se unieron también los representantes de las religiones no cristianas, en especial los musulmanes.
Además, tuve oportunidad de encontrarme con el Cuerpo Diplomático y los representantes de los organismos internacionales. Con ellos pude hablar de la solidaridad hacia estas naciones y, sobre todo, de la necesidad de hacerla aún más amplia, ante las preocupantes dificultades que esos pueblos encuentran en su desarrollo.
7. Desde el 6 de enero de 1989 se están llevando a cabo los trabajos del Sínodo africano, y es importante que las fases de su desarrollo se hagan accesibles, en diversos lugares, a las vastas poblaciones del continente africano. Es lo que se hizo, por primera vez, en Yamoussoukro, nueva capital de Costa de Marfil, en el último día de mi viaje. Con ese fin, la reunión del Consejo de la Secretaría general del Sínodo de los obispos, que se prolongó durante varios días, se enlazó con la consagración de la monumental basílica dedicada a Nuestra Señora de la paz, el 10 de septiembre. El señor Félix Houphouët-Boigny, presidente de la República, ha donado, además, un vasto terreno alrededor de la misma basílica para una fundación al servicio de la Iglesia en África.
Entre las iniciativas de esa fundación está prevista la construcción de un hospital, un centro universitario e instalaciones para los medios de comunicación social.
Le doy las gracias al donante: ¡Que Dios se lo pague! Deseo y espero que, bajo la protección de la Madre de África, de la Reina de la paz, el centro que se construirá contribuya al progreso de la evangelización y de la edificación de la Iglesia en el continente africano.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo con afecto a los peregrinos de América Latina y España presentes en esta audiencia. Me es grato saludar también a la peregrinación de la parroquia de San Esteban, de Cartago (Costa Rica).
58 1. En el Nuevo Testamento, el Espíritu Santo se da conocer como Persona subsistente con el Padre y el Hijo en la unidad trinitaria, mediante la acción que le atribuyen los autores inspirados. No siempre se podrá pasar de la acción a una “propiedad” de la Persona en sentido rigurosamente teológico; pero para nuestra catequesis es suficiente descubrir lo que el Espíritu Santo es en la realidad divina mediante los hechos de los que es protagonista, según el Nuevo Testamento. Por lo demás, éste es el camino que siguieron los Padres y Doctores de la Iglesia (cf. Santo Tomás, Summa Theologica, I 30,7-8).
2. En esta catequesis nos limitamos a recordar algunos textos de los sinópticos. Posteriormente recurriremos también a los otros libros del Nuevo Testamento.
Hemos visto que en la narración de la anunciación el Espíritu Santo se manifiesta como Aquel que obra: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti ?dice el ángel a María? y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra” (Lc 1,35). Así, pues, podemos reconocer que el Espíritu Santo es principio de acción, especialmente en la Encarnación. Precisamente porque es el eterno Amor (propiedad de la Tercera Persona), se atribuye a él el poder de la acción: una potencia de amor.
Los primeros capítulos del Evangelio de Lucas hablan varias veces de la acción del Espíritu Santo en las personas íntimamente vinculadas con el misterio de la Encarnación. Así, en Isabel, que con ocasión de la visita de María quedó llena de Espíritu Santo y saludó a su bendita pariente bajo la inspiración divina (cf. Lc 1,41-45). Así, aún más, en el santo anciano Simeón, al que el Espíritu Santo se había manifestado de modo personal, anunciándole de antemano que vería al “Mesías del Señor” antes de morir (Lc 2,26). Bajo la inspiración y la moción del Espíritu Santo él toma al Niño en sus brazos y pronuncia aquellas palabras proféticas que encierran en una síntesis tan densa y conmovedora toda la misión redentora del Hijo de María (cf. Lc 2,27 ss.). La Virgen María, más que cualquier otra persona, se halló bajo el influjo del Espíritu Santo (cf. Lc 1,35), el cual le dio ciertamente la íntima percepción del misterio y el impulso del alma para aceptar su misión y para el canto de gozo en la contemplación del plan providencial de la salvación (cf. Lc 1,26 ss.).
3. En estos santos personajes se delinea como un paradigma de la acción del Espíritu Santo, Amor omnipotente que da luz, fuerza, consuelo, impulso operativo. Pero el paradigma es aún más visible en la vida del mismo Jesús, que se desarrolla toda bajo el impulso y la dirección del Espíritu, realizando en sí la profecía de Isaías sobre la misión del Mesías: “El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos” (Lc 4,18 cf. Is 61,1). Sabemos que Jesús leyó en alta voz estas palabras proféticas en la sinagoga de Nazaret y afirmó que desde aquel momento se realizaban en él (cf. Lc 4,21).
En realidad las acciones y las palabras de Jesús eran la realización de la misión mesiánica en la que actuaba, según el anuncio del profeta, el Espíritu del Señor. La acción del Espíritu Santo estaba escondida en todo el desarrollo de esta misión, realizada por Jesús de modo visible, público, histórico; por ello ésta testimoniaba y revelaba, según las declaraciones de Jesús a los evangelistas y a los otros autores sagrados, también la obra y la persona del Espíritu Santo.
4. A veces los evangelistas subrayan de modo especial la presencia activa del Espíritu Santo en Cristo. Por ejemplo, cuando hablan del ayuno y de la tentación de Cristo: “Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo” (Mt 4,1 cf. Mc 1,12). La expresión utilizada por el evangelista presenta al Espíritu como una Persona que guía a otra. El relieve que los evangelistas dan a la acción del Espíritu Santo en Cristo significa que su misión mesiánica, estando encaminada a vencer el mal, comporta desde el comienzo la lucha con aquel que es “mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44): el espíritu de rechazo del reino de Dios. La victoria de Cristo sobre Satanás al comienzo de la actividad mesiánica es el preludio y el anuncio de su victoria definitiva en la cruz y en la resurrección.
Jesús mismo atribuye esta victoria al Espíritu Santo en cada etapa de su misión mesiánica: “Por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios” afirma (Mt 12,28). En esta lucha y en esta victoria de Cristo se manifiesta, pues, el poder del Espíritu, que es su íntimo autor e incansable realizador. Por esto Jesús advierte con tanto rigor a sus oyentes sobre el pecado que él mismo llama “la blasfemia contra el Espíritu Santo” (Mt 12,31-32 cf. Mc 3,29 Lc 12,10). También aquí las expresiones utilizadas por el evangelista presentan al Espíritu como Persona. Efectivamente, se establece una confrontación entre quien habla contra la persona del Hijo del hombre y quien habla contra la persona del Espíritu Santo (Mt 12,32 Lc 12,10) y se afirma que la ofensa hecha al Espíritu es más grave. “Blasfemar contra el Espíritu Santo” quiere decir ponerse de la parte del espíritu de las tinieblas, de forma que el hombre se cierra interiormente a la acción santificadora del Espíritu de Dios. He aquí por qué Jesús declara que ese pecado no puede ser perdonado “ni en este mundo ni en el otro” (Mt 12,32). El rechazo interior del Espíritu Santo es el rechazo de la fuente misma de la vida y de la santidad. Entonces el hombre se excluye por sí solo y libremente del ámbito de la acción salvífica de Dios.
La advertencia de Jesús sobre el pecado contra el Espíritu Santo incluye al menos implícitamente otra revelación de la Persona y de la acción santificadora de esta Persona de la Trinidad, protagonista en la lucha contra el espíritu del mal y en la victoria del bien.
5. También según los sinópticos, la acción del Espíritu Santo es la fuente del gozo interior más profundo.Jesús mismo experimentó esta especial “alegría en el Espíritu Santo” cuando pronunció las palabras: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Sí, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito” (Lc 10,21 cf. Mt 11,25-26). En el texto de Lucas y Mateo siguen las palabras de Jesús sobre el conocimiento del Padre por parte del Hijo y del Hijo por parte del Padre: conocimiento que comunica el Hijo precisamente a los “pequeños”.
Es, pues, el Espíritu Santo el que da también a los discípulos de Jesús no sólo el poder de la victoria sobre el mal, sobre “los espíritus malignos” (Lc 10,17), sino también el gozo sobrenatural del descubrimiento de Dios y de la vida en Él mediante su Hijo.
59 6. La revelación del Espíritu Santo mediante el poder de la acción que llena toda la misión de Cristo acompañará también a los Apóstoles y a los discípulos en la obra que desarrollarán por mandato divino. Se lo anuncia Jesús mismo: “Recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos..., hasta los confines de la tierra” (Ac 1,8). Aún cuando en el camino de este testimonio hallen persecuciones, cárceles, interrogatorios en tribunales, Jesús asegura: “Lo que tengáis que hablar se os comunicará en aquel momento. Porque no seréis vosotros los que habléis, sino el Espíritu de vuestro Padre el que hablará en vosotros” (Mt 10,19-20 cf. Mc 13,11). Hablan las personas; una fuerza impersonal puede mover, empujar, destruir, pero no puede hablar. El Espíritu, en cambio, habla. Él es el inspirador y el consolador en las horas difíciles de los Apóstoles y de la Iglesia: otra calificación de su acción, otra luz encendida en el misterio de su Persona.
7. Así, pues, podemos afirmar que en los sinópticos el Espíritu Santo se manifiesta como Persona que actúa en toda la misión de Cristo, y que en la vida y en la historia de los seguidores de Cristo libra del mal, da la fuerza en la lucha con el espíritu de las tinieblas, prodiga el gozo sobrenatural del conocimiento de Dios y del testimonio de Él incluso en las tribulaciones. Una persona que actúa con poder divino ante todo en la misión mesiánica de Jesús, y luego en la atracción de los hombres hacia Cristo y en la dirección de los que están llamados a tomar parte en su misión salvífica.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Deseo ahora saludar muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.
En particular, al grupo de sacerdotes del Pontificio Colegio Pío Latino Americano, que se disponen a realizar sus estudios de especialización en las Universidades romanas. Os aliento vivamente a dedicar todo vuestro empeño en la profundización de las ciencias sagradas para así mejor servir a la Iglesia en el amado continente de la esperanza. Igualmente, saludo a las Religiosas Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús y a las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación, que realizan un curso de formación. A todas os exhorto a una generosa entrega a Dios y a vuestra vocación de personas consagradas. Mi cordial bienvenida a las peregrinaciones procedentes de México y de Plasencia (España).
A todos bendigo de corazón.
1. El apóstol Juan en su evangelio pone de relieve, aún más que los sinópticos, la relación personal del Hijo hacia el Padre, como aparece ya en el Prólogo, donde el evangelista fija la mirada en la realidad eterna del Padre y del Verbo-Hijo. Comienza diciendo: “En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba en el principio con Dios” (Jn 1,1-2). Luego concluye: “A Dios nadie le ha visto jamás; el Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado” (Jn 1,18). Es una afirmación totalmente nueva en la historia de la reflexión humana sobre Dios, y en la misma revelación. Nunca se agotará la profundización y la explotación de la riqueza de contenido que esa afirmación ofrece a la teología. También la catequesis habrá de hacer siempre referencia a ella, no sólo en el aspecto cristológico sino también en el pneumatológico.
En efecto, precisamente la unidad del Hijo con el Padre, acentuada también en otros puntos del evangelio de Juan, parece abrir a los Apóstoles el camino de la revelación del Espíritu Santo como Persona.
60 2. Es significativo el hecho de que las palabras de Cristo que se refieren de modo más directo a este tema se encuentran en el así llamado discurso de despedida del Cenáculo y, por tanto, en la perspectiva de la inminente partida del Hijo que vuelve al Padre por medio de la cruz y la ascensión. Es entonces cuando Jesús dice: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce” (Jn 14,16-17). Consolador-Paráclito: este nombre, dado por Jesús al Espíritu Santo, demuestra que él es una Persona, distinta del Padre y del Hijo. En efecto, la palabra griega Parakletos se aplica siempre a una persona, pues significa “abogado”, “defensor” o “consolador”. Sólo una persona puede realizar esas tareas. Por otra parte, al decir “otro Paráclito”, Jesús da a entender que, durante su vida terrena, él mismo ha sido el primer “Paráclito” ?defensor? de los discípulos. Lo afirmará luego con más claridad en su oración sacerdotal, en la que dirá al Padre: “Cuando estaba yo con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me habías dado. He velado por ellos...” (Jn 17,22). Tras la partida de Jesús, el Espíritu Santo tomará su lugar junto a los discípulos, que permanecieron en el mundo, para defenderlos en las luchas que habrían de afrontar y para sostener su valor en la tribulación.
3. En el discurso de despedida, el Parakletos es llamado varias veces el Espíritu de la verdad (cf. Jn 14,17). Y a esa característica se vincula la misión que le ha sido confiada con respecto a los Apóstoles y a la Iglesia: “El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho” (Jn 14,26). “Enseñar”, “recordar”: estas actividades manifiestan claramente que el Espíritu es una Persona; sólo una persona las puede llevar a cabo. La misión de predicar la verdad, confiada por Cristo a los Apóstoles y a la Iglesia, está ligada, y lo seguirá estando siempre, con la actividad personal del Espíritu de la verdad.
La misma observación vale para el “testimonio” que debe dar de Cristo ante el mundo. “Cuando venga el Paráclito, que yo os enviaré de junto al Padre, el Espíritu de la verdad, que procede del Padre, él dará testimonio de mí (Jn 15,26). Sólo una persona puede dar testimonio de otra. Los Apóstoles deberán dar testimonio de Cristo. Su testimonio de personas humanas estará apoyado y confirmado por el testimonio de una Persona divina, el Espíritu Santo.
4. Por eso mismo, el Espíritu Santo es también el maestro invisible que seguirá impartiendo de generación en generación la misma enseñanza de Cristo: su Evangelio. “Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir” (Jn 16,13). De aquí se deduce que el Espíritu Santo no sólo velará en la Iglesia por la solidez y la identidad de la verdad de Cristo, sino que también indicará el camino de la transmisión de esa verdad a las generaciones, siempre nuevas, que se sucederán en las diversas épocas, a los pueblos y a las sociedades de los diversos lugares, dando a cada uno la fuerza para adherirse interiormente a esa verdad y para conformarse a ella en la propia vida.
5. Un aspecto particular de esta acción, ya puesto de relieve en la encíclica Dominum et vivificantem (cf. nn. 27-28), es el que Jesús mismo anuncia con estas palabras: “Cuando él venga, convencerá al mundo en lo referente al pecado, en lo referente a la justicia y en lo referente al juicio” (Jn 16,8). Este poder especial de convencer al mundo, es decir, a quienes están en el mundo, en lo referente al pecado, es un momento esencial de la misión del Espíritu de la verdad. Convencer en lo referente al juicio quiere decir, según las palabras de Jesús mismo, que “el Príncipe de este mundo está juzgado” (Jn 16,11). Y Aquel que ha de venir como Consolador y Abogado, el Espíritu Santo, debe guiar a la humanidad a la victoria sobre el mal y sobre el artífice del mal en el mundo.
Existe una relación entre la muerte redentora de Cristo en la cruz y lo que él dice a los Apóstoles inmediatamente tras su resurrección: “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados” (Jn 20,22-23). Precisamente por aquí pasa el camino que lleva a la victoria sobre el mal, de la que el Espíritu de la verdad debe convencer constantemente al mundo.
6. Todos esos pasajes del discurso pronunciado por Jesús en el Cenáculo revelan al Espíritu Santo como Persona subsistente en la unidad trinitaria con el Padre y con el Hijo, y muestran la misión en la que él está estrechamente unido con la redención obrada por Cristo: “Si no me voy (pasando de este mundo al Padre), no vendrá a vosotros el Paráclito” (Jn 16,7). Pero también otros pasajes son muy significativos en este sentido.
7. Jesús anuncia que el Espíritu Santo vendrá para permanecer con nosotros: “Yo pediré al Padre y os dará otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre” (Jn 14,16); para que esté él mismo, no sólo su poder, su sabiduría, su acción, sino él mismo como Persona.
Más aún: él mismo permanecerá no sólo “con nosotros”, sino también “en nosotros”. “Vosotros le conocéis, porque mora con vosotros y en vosotros está” (Jn 14,17). Estas palabras expresan la inhabitación del Espíritu Santo como huésped interior del corazón del hombre: de todo hombre que lo acoge, de todas las almas que se adhieren a Cristo. También el Padre y el Hijo vendrán a “hacer morada” en estas almas (Jn 14,23); por consiguiente, toda la Trinidad está presente en ellas, pero tratándose de una presencia espiritual, esa presencia se refiere de modo más directo a la Persona del Espíritu Santo.
8. Por esta presencia operante en el alma, el hombre puede llegar a ser aquel “adorador verdadero” del Dios que “es espíritu” (Jn 4,24), como dice Jesús en el encuentro con la samaritana junto al pozo de Jacob (cf. Jn 4,23). La hora de aquellos que “adoran al Padre en espíritu y en verdad” ha llegado con Cristo y se hace realidad en toda alma que acoge al Espíritu Santo y vive según su inspiración y bajo su dirección personal. Es lo más grande y lo más santo en la espiritualidad religiosa del cristianismo.
Saludos
61 Amadísimos hermanos y hermanas:
Deseo ahora saludar muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos Países de América Latina y de España. En particular, a los Religiosos Terciarios Capuchinos que han participado en el primer Encuentro Amigoniano de Formadores, y les aliento a una ilusionada entrega a Dios y a sus actividades apostólicas. Igualmente saludo al grupo de estudiantes de la Facultad de Arquitectura de la Universidad del Uruguay y a la peregrinación de Talavera de la Reina, archidiócesis de Toledo. Finalmente, mi cordial bienvenida a este encuentro al grupo de Magistrados de América Latina aquí presentes.
A todos bendigo de corazón.
1. Es bien conocido el deseo con el que san Pablo concluye la segunda carta a los Corintios: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios (Padre) y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (2Co 13,13). Es el deseo que la liturgia pone en boca del sacerdote celebrante al comienzo de la misa. Con este texto de evidente significado trinitario, nos introducimos en el examen de lo que las Cartas del apóstol Pablo nos dicen sobre el Espíritu Santo como Persona en la unidad trinitaria del Padre y del Hijo. El texto de la carta a los Corintios parece provenir del lenguaje de las primeras comunidades cristianas y quizá de la liturgia de sus asambleas. Con esas palabras el Apóstol expresa la unidad trinitaria partiendo de Cristo, el cual como artífice de la gracia salvífica revela a la humanidad el amor de Dios Padre y lo participa a los creyentes en la comunión del Espíritu Santo. Así resulta que según san Pablo el Espíritu Santo es la Persona que actúa la comunión del hombre ?y de la Iglesia? con Dios.
La fórmula paulina habla claramente de Dios Uno y Trino, incluso en términos distintos de los de la fórmula bautismal que refiere Mateo: “en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (Mt 28,19). Esa nos hace conocer al Espíritu Santo como era presentado en la doctrina de los Apóstoles y concebido en la vida de las comunidades cristianas.
2. Otro texto de san Pablo toma como base de la enseñanza sobre el Espíritu Santo la riqueza de los carismas derramados con variedad y unidad de ordenamiento en las comunidades: “Hay diversidad de carismas, pero el Espíritu es el mismo; diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo: diversidad de operaciones, pero es el mismo Dios que obra todo en todos” (1Co 12,4-6). El Apóstol atribuye al Espíritu Santo los dones de la gracia (carismas); al Hijo ?como al Señor de la Iglesia? los ministerios (ministeria); al Padre-Dios, que es el artífice de todo en todos, las “operaciones”.
Es muy significativo el paralelismo manifestado en este pasaje entre el Espíritu, el Señor Jesús y Dios Padre. Ello indica que también al Espíritu se le reconoce como Persona divina. No sería coherente poner en paralelismo tan íntimo a dos Personas, la del Padre y la del Hijo, con una fuerza impersonal. Es igualmente significativo que se le atribuya al Espíritu Santo de modo particular la gratuidad de los carismas y de todo don divino al hombre y a la Iglesia.
3. Esto queda afirmado ulteriormente en el contexto inmediato de la primera carta a los Corintios: “Todas estas cosas las obra un mismo y único Espíritu, distribuyéndolas a cada uno en particular según su voluntad” (1Co 12,11). El Espíritu Santo se manifiesta, pues, como un libre y “espontáneo” Dador del bien en el orden de los carismas y de la gracia; como una Persona divina que elige y beneficia a los destinatarios de los diversos dones; “A uno se le da por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe, en el mismo Espíritu” (1Co 12,8-9). Y también: “a otro, carismas de curaciones...; profecía...; discernimiento de espíritus...; diversidad de lenguas...; don de interpretación” (1Co 12,9-10). “A cada cual se le otorga la manifestación del Espíritu para provecho común” (1Co 12,7). Así, pues, del Espíritu Santo proviene la multiplicidad de dones, como también su unidad, su coexistencia. Todo ello indica al Espíritu Santo como una Persona subsistente y operante en la unidad divina: en la comunión del Hijo con el Padre.
4. También otros pasajes de las cartas paulinas expresan la misma verdad del Espíritu Santo como Persona en la unidad trinitaria, partiendo de la economía de la salvación. “Nosotros, en cambio, debemos dar gracias en todo tiempo por vosotros... porque Dios os ha escogido desde el principio para la salvación mediante la acción santificadora del Espíritu y la fe en la verdad... para que consigáis la gloria de nuestro Señor Jesucristo”: así escribe el Apóstol en la segunda carta a los Tesalonicenses (2Th 2,13-14), para indicarles el fin del Evangelio que él anuncia. Y a los corintios: “Habéis sido lavados, habéis sido santificados, habéis sido justificados en el nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios” (1Co 6,11).
62 Según el Apóstol, el Padre es el principio primero de la santificación, que confiere el Espíritu Santo a quien cree “en el nombre” de Cristo. La santificación en la intimidad del hombre proviene, pues, del Espíritu Santo, persona que vive y opera en unidad con el Padre y con el Hijo.
En otro lugar el Apóstol expresa el mismo concepto de modo sugestivo: “Y es Dios el que nos conforta juntamente con vosotros en Cristo y el que nos ungió, y el que nos marcó con su sello y nos dio en arras el Espíritu en nuestros corazones” (2Co 1,21-22). Las palabras “en nuestros corazones” indican la intimidad de la acción santificadora del Espíritu Santo.
La misma verdad se halla de forma más desarrollada todavía en la carta a los Efesios: “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo... nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo” (Ep 1,3). Y poco después el autor dice a los creyentes: “Fuisteis sellados con el Espíritu Santo de la Promesa, que es prenda de nuestra herencia” (Ep 1,13).
5. Otra magnifica expresión del pensamiento y de los propósitos de san Pablo es el de la carta a los Romanos, donde escribe que la finalidad de su ministerio evangélico es que “la oblación de los gentiles sea agradable, santificada por el Espíritu Santo” (Rm 15,30). Por este servicio pide a los destinatarios de la carta la oración a Dios, y lo hace por Cristo y por “el amor del Espíritu Santo” (Rm 15,30). El “amor” es un atributo especial del Espíritu Santo (cf. Rm 5,5), así como la “comunión” (cf. 2Co 13,13). De este amor procede la santidad, que hace grata la oblación. Y ésta es, pues, también una obra del Espíritu Santo.
6. Según la carta a los Gálatas, el Espíritu Santo transmite a los hombres el don de la adopción de hijos de Dios, estimulándoles a la oración propia del Hijo. “La prueba de que sois hijos es que Dios ha enviado a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Abbá, Padre!” (Ga 4,6). El Espíritu “clama” y se manifiesta así como una persona que se expresa con gran intensidad. Él hace resonar en los corazones de los cristianos la oración que Jesús mismo dirigía al Padre (cf. Mc 14,36) con amor filial. El Espíritu Santo es Aquel que hace hijos adoptivos y da la capacidad de la oración final.
7. La doctrina de san Pablo sobre este punto es tan rica que será necesario volver sobre ella en la próxima catequesis. Por ahora podemos concluir que también en las cartas paulinas el Espíritu Santo aparece como una Persona divina viviente en la unidad trinitaria con el Padre y con el Hijo. El Apóstol le atribuye de modo particular la obra de la santificación. Él es el directo autor de la santidad de las almas. Él es la Fuente del amor y de la oración, en la cual se expresa el don de la divina “adopción” del hombre, su presencia en las almas es la prenda y el comienzo de la vida eterna.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a las Hermanas Mercedarias de la Caridad, a quienes aliento a una generosa entrega a la Iglesia, dando siempre testimonio del amor de Cristo a los hombres. Igualmente, saludo a los integrantes del “Movimiento Familiar Cristiano”, de la diócesis de Armenia (Colombia).
A todas las personas, familias y grupos de los diversos Países de América Latina y de España imparto con afecto la Bendición Apostólica.
Audiencias 1990 56