Audiencias 1993 40

Miércoles 9 de junio de 1993

La Eucaristía en la vida espiritual del presbítero

(Lectura:
1ra. carta de san Pablo a los Corintios, capítulo 1, versículos 15-17) 1Co 1,15-17

41 1. La mirada de los creyentes de todo el mundo se dirige en estos días hacia Sevilla, donde, como sabéis muy bien, se está celebrando el Congreso eucarístico internacional y a donde tendré el gozo de acudir el sábado y domingo próximos.

Al comienzo de este encuentro, en el que reflexionaremos sobre el valor de la Eucaristía en la vida espiritual del presbítero, os quiero dirigir una invitación paternal a uniros espiritualmente a esa grande e importante celebración, que nos llama a todos a una auténtica renovación de la fe y la devoción hacia la presencia real de Cristo en la Eucaristía.

Las catequesis que estamos desarrollando sobre la vida espiritual del sacerdote valen de manera especial para los presbíteros, pero se dirigen igualmente a todos los fieles, ya que conviene que todos conozcan la doctrina de la Iglesia acerca del sacerdocio y lo que ella espera de quienes, por su ordenación, han sido transformados según la imagen sublime de Cristo, eterno sacerdote y hostia santísima del sacrificio salvífico. Esa imagen quedó trazada en la Carta a los Hebreos y en otros textos de los Apóstoles y los evangelistas, y ha sido transmitida fielmente por la tradición de pensamiento y vida de la Iglesia. También hoy es necesario que el clero siga permaneciendo fiel a esa imagen, en la que se refleja la verdad viva de Cristo, sacerdote y hostia.

2. La reproducción de esa imagen en los presbíteros se realiza principalmente mediante su participación vital en el misterio eucarístico, al que está esencialmente ordenado y vinculado el sacerdocio cristiano. El concilio de Trento subrayó que el vínculo existente entre sacerdocio y sacrificio depende de la voluntad de Cristo, que dio a sus ministros "el poder de consagrar, ofrecer y administrar su cuerpo y su sangre" (cf. Denz-S.
DS 1764). Eso implica un misterio de comunión con Cristo en el ser y en el obrar, que exige que se manifieste en una vida espiritual imbuida de fe y amor a la Eucaristía.

El sacerdote es plenamente consciente de que no le bastan sus propias fuerzas para alcanzar los objetivos del ministerio sino que está llamado a servir de instrumento para la acción victoriosa de Cristo, cuyo sacrificio, hecho presente en el altar, proporciona a la humanidad la abundancia de los dones divinos. Pero sabe también que, para pronunciar dignamente, en el nombre de Cristo, las palabras de la consagración: "Esto es mi cuerpo", "este es el cáliz de mi sangre", debe vivir profundamente unido a Cristo, y tratar de reproducir en sí mismo su rostro. Cuanto más intensamente viva de la vida de Cristo, tanto más auténticamente podrá celebrar la Eucaristía.

El concilio Vaticano II recordó que "señaladamente en el sacrificio de la misa, los presbíteros representan a Cristo" (Presbyterorum ordinis PO 13) y que, por esto mismo, sin sacerdote no puede haber sacrificio eucarístico; pero también reafirmó que cuantos celebran este sacrificio deben desempeñar su papel en íntima unión espiritual con Cristo, con gran humildad, como ministros suyos al servicio de la comunidad: deben "imitar lo mismo que tratan, en el sentido de que, celebrando el misterio de la muerte del Señor, procuren mortificar sus miembros de vicios y concupiscencias" (ib.). Al ofrecer el sacrificio eucarístico, los presbíteros deben ofrecerse personalmente con Cristo, aceptando todas las renuncias y todos los sacrificios que exige la vida sacerdotal. También ahora y siempre con Cristo y como Cristo, sacerdos et hostia.

3. Si el presbítero siente esta verdad que se le propone a él y a todos los fieles como expresión del Nuevo Testamento y de la Tradición, comprenderá la encarecida recomendación del Concilio en favor de una "celebración cotidiana (de la Eucaristía), la cual, aunque no pueda haber en ella presencia de fieles, es ciertamente acto de Cristo y de la Iglesia" (ib.). Por esos años existía cierta tendencia a celebrar la Eucaristía sólo cuando había una asamblea de fieles. Según el Concilio, aunque es preciso hacer todo lo posible para reunir a los fieles para la celebración, es verdad también que aun estando solo el sacerdote, la ofrenda eucarística realizada por él en nombre de Cristo tiene la eficacia que proviene de Cristo y proporciona siempre nuevas gracias a la Iglesia. Por consiguiente, también yo recomiendo a los presbíteros y a todo el pueblo cristiano que pidan al Señor una fe más intensa en este valor de la Eucaristía.

4. El Sínodo de los obispos de 1971 recogió la doctrina conciliar, declarando: "Esta celebración de la Eucaristía, aun cuando se haga sin participación de fieles, sigue siendo, sin embargo, el centro de la vida de toda la Iglesia y el corazón de la existencia sacerdotal" (cf. L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4).¡Gran expresión esta: "el centro de la vida de toda la Iglesia"! La Eucaristía es la que hace a la Iglesia, al igual que la Iglesia hace a la Eucaristía. El presbítero, encargado de edificar la Iglesia, realiza esta tarea esencialmente con la Eucaristía. Incluso cuando no cuenta con la participación de los fieles, coopera para reunir a los hombres en torno a Cristo en la Iglesia mediante la ofrenda eucarística.

El Sínodo afirma, también, que la Eucaristía es el corazón de la existencia sacerdotal. Eso quiere decir que el presbítero, deseoso de ser y permanecer personal y profundamente adherido a Cristo, lo encuentra ante todo en la Eucaristía, sacramento que realiza esta unión íntima abierta a un crecimiento que puede llegar hasta el nivel de una identificación mística.

5. También en este nivel, que han alcanzado muchos sacerdotes santos, el alma sacerdotal no se cierra en sí misma, precisamente porque en la Eucaristía participa de modo especial de la caridad de Aquel que se da en manjar a los fieles (Presbyterorum ordinis PO 13); y, por tanto, se siente impulsada a darse a sí misma a los fieles, a quienes distribuye el Cuerpo de Cristo. Precisamente al nutrirse de ese Cuerpo, se siente estimulada a ayudar a los fieles a abrirse a su vez a esa misma presencia, alimentándose de su caridad infinita, para sacar del Sacramento un fruto cada vez más rico.

Para lograr este fin, el presbítero puede y debe crear el clima necesario para una celebración eucarística fructuosa: el clima de la oración. Oración litúrgica, a la que debe invitar y educar al pueblo. Oración de contemplación personal. Oración de las sanas tradiciones populares cristianas, que puede preparar, seguir y, en cierto modo, también acompañar la misa. Oración de los lugares sagrados, del arte sagrado, del canto sagrado, de las piezas musicales (especialmente con el órgano), que se encuentra casi encarnada en las fórmulas y los ritos, y todo lo anima y reanima continuamente, para que pueda participar en la glorificación de Dios y en la elevación espiritual del pueblo cristiano reunido en la asamblea eucarística.

42 6. El Concilio, además de la celebración cotidiana de la misa, recomienda también al sacerdote "el cotidiano coloquio con Cristo Señor en la visita y culto personal de la santísima Eucaristía" (Presbyterorum ordinis PO 18). La fe y el amor a la Eucaristía no pueden permitir que Cristo se quede solo en el tabernáculo (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1418). Ya en el Antiguo Testamento se lee que Dios habitaba en una tienda (o tabernáculo), que se llamaba "tienda del encuentro" (Ex 33,7). El encuentro era anhelado por Dios. Se puede decir que también en el tabernáculo de la Eucaristía Cristo está presente con vistas a un coloquio con su nuevo pueblo y con cada uno de los fieles. El presbítero es el primer invitado a entrar en esta tienda del encuentro, para visitar a Cristo presente en el tabernáculo para un coloquio cotidiano.

Quiero, por último, recordar que el presbítero está llamado más que cualquier otra persona a compartir la disposición fundamental de Cristo en este sacramento, es decir, la acción de gracias, de la que toma su nombre. Uniéndose a Cristo, sacerdote y hostia, el presbítero comparte no sólo su oblación, sino también su sentimiento, su disposición de gratitud al Padre por los beneficios otorgados a la humanidad, a toda alma, al presbítero mismo, a todos los que en el cielo y en la tierra son admitidos a tomar parte en la gloria de Dios. Gratias agimus tibi propter magnam gloriam tuam...Así, a las expresiones de acusación y protesta contra Dios —que a menudo se escuchan en el mundo—, el presbítero opone el coro de alabanzas y bendiciones, que elevan quienes saben reconocer en el hombre y en el mundo los signos de una bondad infinita.
* * * * *


Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a las religiosas Claretianas y de María Inmaculada aquí presentes, así como a la Hermandad de San Pedro, de Estepa (Sevilla) y a los integrantes de la peregrinación procedente de Panamá.

A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica



Miércoles 23 de junio de 1993



1. Statio orbis: así se suele designar la celebración en la que todo congreso eucarístico internacional alcanza su momento culminante y conclusivo. El domingo de la semana pasada pude celebrar ese acto tan solemne en Sevilla, con ocasión del XLV Congreso eucarístico internacional, que se desarrolló del 7 al 13 de este mes. El tema del Congreso, cuyo lema era Cristo, luz de los pueblos, fue: Eucaristía y evangelización.

La Eucaristía constituye la "fuente y cumbre (fons et culmen) de toda la vida cristiana", como enseña el concilio Vaticano II (Lumen gentium LG 11). Los congresos eucarísticos expresan esta verdad de manera muy solemne. Pero la Eucaristía es siempre la misma, independientemente de las circunstancias en las que se celebra. Siempre es una "statio orbis", porque en el sacrificio de Cristo ofrecemos a Dios -a la Santísima Trinidad- toda la creación y, en particular, todo el mundo de los hombres. La Eucaristía que se celebraba en las antiguas catacumbas romanas expresaba esta realidad de modo conmovedor, y también, en nuestro siglo, la que se celebraba, a escondidas, en los campos de concentración, a causa de la crueldad de unos sistemas inhumanos de esclavitud.

2. Recordamos todo esto durante la solemne statio orbis en Sevilla. Cristo es siempre y en todo lugar la "luz del mundo": ilumina a todo hombre que viene al mundo. La Eucaristía es siempre y en todo lugar la fuente de la evangelización: en ella la buena nueva llega a ser sacramento de verdad y de vida eterna para las generaciones siempre nuevas de los hombres y los pueblos. El Congreso eucarístico de España estaba relacionado íntimamente con las celebraciones del V Centenario de la evangelización de América, es decir, de la evangelización que empezó cuando Cristóbal Colón descubrió el nuevo continente. Precisamente allí, en la tierra española de Andalucía, en Sevilla y en Huelva, se organizó aquella histórica expedición. Se trató de preparativos no sólo técnicos, sino también espirituales. Los navegantes sabían a ciencia cierta que emprendían un viaje hacia lo desconocido. Lo que descubrieron luego no correspondía en absoluto a sus previsiones a la hora de la partida.

43 Los lugares que pude visitar —Moguer, Palos de la Frontera y La Rábida muestran cómo Colón y sus marineros habían puesto en las manos de Dios, con gran fe y confianza, su aventura. De esas mismas localidades -después del descubrimiento del nuevo continente- partieron los primeros misioneros a anunciar el Evangelio. Para recordar el comienzo de la evangelización de hace 500 años, en La Rábida coroné la estatua de la Virgen de los Milagros.

3. El Congreso eucarístico de Sevilla centró su atención en el tema Eucaristía y evangelización, con el fin de conmemorar, en primer lugar, la evangelización de hace 500 años, o sea, esa evangelización que podría definirse una gran «epopeya misionera». Al mismo tiempo, el Congreso orientó su temática hacia el presente y el futuro: "Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre", (
He 13,8).En aquel entonces Jesucristo deseaba llegar con su verdad y su amor a los pueblos apenas descubiertos al otro lado del Océano. Hoy, su tengo sed salvífico, pronunciado desde lo alto de la cruz, se dirige a cuantos todavía no conocen esa verdad y ese amor. Se dirige a todos los ámbitos de los que habla la encíclica Redemptoris missio, teniendo en cuenta la dimensión de la descristianización y los diversos areópagos del mundo contemporáneo, en los que se espera el Evangelio, como antaño el Areópago de Atenas esperaba a Pablo de Tarso.

4. Queridos hermanos y hermanas, la visita apostólica del Papa a España, pensada en relación con el Congreso eucarístico, fue ideada y realizada efectivamente según el paradigma de Eucaristía y evangelización. Todos sus pormenores y todos los aspectos de su programa se referían a ese principio vital.

Ante todo, el aspecto mariano. El fiat de María de Nazaret abrió la puerta a los frutos salvíficos que se han manifestado en el orden sacramental mediante la Eucaristía. Y la evangelización, que en la Eucaristía encuentra su fuente (fons) y su cumbre (culmen), está unida a la devoción y al amor hacia la Madre de Dios.

¿Cómo no mencionar aquí el santuario de la Virgen del Rocío, en el que se asiste a un tipo de religiosidad popular de extraordinaria vitalidad, muy difundido también en América Latina?

María precede al pueblo de Dios por el camino de la fe, la esperanza y la comunión con Cristo. Así se construye la Iglesia, a saber, con piedras vivas. Y esta Iglesia viva, templo de Dios en el que mora el Espíritu Santo, tiene su expresión concreta también en las obras de la cultura: en las iglesias, los santuarios, las capillas y las obras de arte sagrado.

Así pues, la consagración de la catedral madrileña de La Almudena, construida en el arco de muchos decenios, respondía muy bien al planteamiento global del Congreso.

La dedicación de una Iglesia no puede prescindir de la consagración de las personas, fruto de la maduración de las vocaciones sacerdotales y religiosas. Por consiguiente, la ceremonia de la ordenación sacerdotal en Sevilla estaba en perfecta sintonía con la lógica del Congreso. Y también la oración común de Laudes en el seminario mayor de Madrid, en el que se reunieron los representantes de los seminaristas de toda España.

La Eucaristía es el sacramento de la comunión con Dios y, por lo mismo, el sacramento de la santidad que se desarrolla y crece en el hombre. Por esta razón también existe un nexo íntimo entre el Congreso eucarístico y la canonización del beato Enrique de Ossó y Cervelló, fundador de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, congregación de religiosas dedicadas al apostolado, especialmente mediante la educación de los niños y los jóvenes. Esa canonización, llevada a cabo en la plaza de Colón, en Madrid, representó en cierto modo el coronamiento del Congreso, cuyo hilo conductor era precisamente Eucaristía y evangelización.

5. Queridos hermanos y hermanas, el Obispo de Roma agradece, ante todo, a Dios el don de haber podido participar en el Congreso eucarístico internacional en la tierra desde la que la divina Providencia quiso que comenzara la evangelización del continente americano. Al mismo tiempo, da las gracias a los hermanos en el episcopado y a toda la Iglesia de España, así como a los Reyes de España y a todas las autoridades civiles.

Cristo luz de los pueblos, ilumine siempre los caminos de los hijos e hijas de esa nación, que desde los tiempos apostólicos lleva en lo más hondo de su corazón la semilla del Evangelio y de la Eucaristía.
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Saludos

44 Deseo ahora saludar cordialmente a los visitantes de lengua española presentes en esta Audiencia. En primer lugar, a los peregrinos de la República Dominicana, presididos pro el señor cardenal arzobispo de Santo Domingo. A los miembros de la Organización Universitaria de Intercambio Panamericano y a los del Movimiento Teresiano de Argentina. A los peregrinos de Puerto Rico; al grupo Madrigal de México y al grupo escolar de Santafé de Bogotá.

Que Cristo —Luz de los pueblos— ilumine siempre a los hijos e hijas de España, y de las naciones hermanas de América Latina, cuya historia está profundamente enriquecida por la semilla del Evangelio y de la Eucaristía.

A todos imparto con gran afecto mi Bendición Apostólica.



Miércoles 30 de junio de 1993

La devoción a María Santísima en la vida del presbítero

(Lectura:
evangelio de san Juan, capítulo 19, versículos 25-27) Jn 19,25-27

1. En las biografías de los sacerdotes santos siempre se halla documentada la gran importancia que han atribuido a Mana en su vida sacerdotal. Esas vidas escritas quedan confirmadas por la experiencia de las vidas vividas de tantos queridos y venerados presbíteros, a quienes el Señor ha puesto como ministros verdaderos de la gracia divina en medio de las poblaciones encomendadas a su cuidado pastoral, o como predicadores, capellanes, confesores, profesores y escritores. Los directores y maestros del espíritu insisten en la importancia de la devoción a la Virgen en la vida del sacerdote, como apoyo eficaz en el camino de santificación, fortaleza constante en las pruebas personales y energía poderosa en el apostolado.

También el Sínodo de los obispos de 1971 ha transmitido estas recomendaciones de la tradición cristiana a los sacerdotes de hoy, afirmando que "con el pensamiento puesto en las cosas celestiales y sintiéndose partícipe de la comunión de los santos, el presbítero mire con frecuencia a María, Madre de Dios, que recibió con fe perfecta al Verbo de Dios, y le pida cada día la gracia de conformarse a su Hijo" (L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 12 de diciembre de 1971, p. 4). La razón profunda de la devoción del presbítero a María santísima se funda en la relación esencial que se ha establecido en el plan divino entre la madre de Jesús y el sacerdocio de los ministros del Hijo. Queremos profundizar este aspecto tan importante de la espiritualidad sacerdotal y sacar sus consecuencias prácticas.

2. La relación de María con el sacerdocio deriva, ante todo, del hecho de su maternidad. Al convertirse —con su aceptación del mensaje del ángel— en madre de Cristo, María se convirtió en madre del sumo sacerdote. Es una realidad objetiva: asumiendo con la Encarnación la naturaleza humana, el Hijo eterno de Dios cumplió la condición necesaria para llegar a ser, mediante su muerte y su resurrección, el sacerdote único de la humanidad (cf. He 5,1). En el momento de la Encarnación, podemos admirar una armonía perfecta entre María y su Hijo. En efecto, la carta a los Hebreos nos muestra que "entrando en el mundo" Jesús dio a su vida una orientación sacerdotal hacia su sacrificio personal, diciendo a Dios: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un cuerpo [...]. Entonces dije: "He aquí que vengo [...] a hacer, oh Dios, tu voluntad!" (He 10,5 He 10,7).

El Evangelio nos refiere que, en el mismo momento, la Virgen María expresó idéntica disposición, diciendo: "He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lc 1,38). Esta armonía perfecta nos muestra que entre la maternidad de María y el sacerdocio de Cristo se estableció una relación íntima. De aquí deriva la existencia de un vínculo especial del sacerdocio ministerial con María santísima.

45 3. Como sabemos, la Virgen santísima desempeñó su papel de madre no sólo en la generación física de Jesús, sino también en su formación moral. En virtud de su maternidad, le correspondió educar al niño Jesús de modo adecuado a su misión sacerdotal, cuyo significado había comprendido en el anuncio de la Encarnación.

En la aceptación de María puede, por tanto, reconocerse una adhesión a la verdad sustancial del sacerdocio de Cristo y la disposición a cooperar en su realización en el mundo. De esta forma, se ponía la base objetiva del papel que María estaba llamada a desempeñar también en la formación de los ministros de Cristo, partícipes de su sacerdocio. He aludido a ello en la exhortación apostólica postsinodal Pastores dabo vobis: cada aspecto de la formación sacerdotal puede referirse a María (
PDV 82).

4. Por otra parte, sabemos que la Virgen vivió plenamente el misterio de Cristo, que fue descubriendo cada vez más profundamente gracias a su reflexión personal sobre los acontecimientos del nacimiento y de la niñez de su Hijo (cf. Lc 2,19 Lc 2,51). Se esforzaba por penetrar, con su inteligencia y su corazón, el plan divino, para colaborar con él de modo consciente y eficaz. ¿Quién mejor que ella podría iluminar hoy a los ministros de su Hijo, llevándolos a penetrar las riquezas inefables de su misterio para actuar en conformidad con su misión sacerdotal.

María fue asociada de modo único al sacrificio sacerdotal de Cristo, compartiendo su voluntad de salvar el mundo mediante la cruz. Ella fue la primera persona y la que con más perfección participó espiritualmente en su oblación de sacerdos et hostia. Como tal, a los que participan .en el plano ministerial. del sacerdocio de su Hijo puede obtenerles y darles la gracia del impulso para responder cada vez mejor a las exigencias de la oblación espiritual que el sacerdocio implica: sobre todo, la gracia de la fe, de la esperanza y de la perseverancia en las pruebas, reconocidas como estímulos para una participación más generosa en la ofrenda redentora.

5. En el Calvario Jesús confió a María una maternidad nueva, cuando le dijo: "Mujer, ahí tienes a tu hijo" (Jn 19,26). No podemos desconocer que en aquel momento Cristo proclamaba esa maternidad con respecto a un sacerdote, el discípulo amado. En efecto, según los evangelios sinópticos, también Juan había recibido del Maestro, en la cena de la víspera, el poder de renovar el sacrificio de la cruz en conmemoración suya; pertenecía, como los demás Apóstoles, al grupo de los primeros sacerdotes; y reemplazaba ya, ante María, al Sacerdote único y soberano que abandonaba el mundo. La intención de Jesús en aquel momento era, ciertamente, la de establecer la maternidad universal de María en la vida de la gracia con respecto a cada uno de los discípulos de entonces y de todos los siglos. Pero no podemos ignorar que esa maternidad adquiría una fuerza concreta e inmediata en relación a un Apóstol sacerdote. Y podemos pensar que la mirada de Jesús se extendió, además de a Juan, siglo tras siglo, a la larga serie de sus sacerdotes, hasta el fin del mundo. Y a cada uno de ellos, al igual que al discípulo amado, los confió de manera especial a la maternidad de María.

Jesús también dijo a Juan: "Ahí tienes a tu madre" (Jn 19,27). Recomendaba, así, al Apóstol predilecto que tratar María como a su propia madre; que la amara, venerara protegiera durante los años que le quedaban por vivir en la tierra, pero a la luz de lo que estaba escrito de ella en el cielo, al que sería elevada y glorificada. Esas palabras son el origen del culto mariano. Es significativo que estén dirigidas a un sacerdote. ¿No podemos deducir de ello que el sacerdote tiene el encargo de promover y desarrollar ese culto, y que es su principal responsable?

En su evangelio, Juan subraya que "desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa" (Jn 19,27). Por tanto, respondió inmediatamente a la invitación de Cristo y tomó consigo a María, con una veneración en sintonía con aquellas circunstancias. Quisiera decir que también desde este punto de vista se comportó como un verdadero sacerdote. Y, ciertamente, como un fiel discípulo de Jesús.

Para todo sacerdote, acoger a Maria en su casa significa hacerle un lugar en su vida, y estar unido a ella diariamente con el pensamiento, los afectos y el celo por el reino de Dios y por su mismo culto (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 2673 CEC 2679).

6. ¿Qué hay que pedir a María como Madre del sacerdote? Hoy, del mismo modo (o quizá más) que en cualquier otro tiempo, el sacerdote debe pedir a María, de modo especial, la gracia de saber recibir el don de Dios con amor agradecido, apreciándolo plenamente como ella hizo en el Magnificat; la gracia de la generosidad en la entrega personal para imitar su ejemplo de Madre generosa; la gracia de la pureza y la fidelidad en el compromiso del celibato, siguiendo su ejemplo de Virgen fiel; la gracia de un amor ardiente y misericordioso a la luz de su testimonio de Madre de misericordia.

El presbítero ha de tener presente siempre que en las dificultades que encuentre puede contar con la ayuda de María. Se encomienda a ella y le confía su persona y su ministerio pastoral, pidiéndole que lo haga fructificar abundantemente. Por último, dirige su mirada a ella como modelo perfecto de su vida y su ministerio, porque ella, como dice el Concilio, "guiada por el Espíritu Santo, se consagró toda al ministerio de la redención de los hombres; los presbíteros reverenciarán y amarán, con filial devoción y culto, a esta madre del sumo y eterno Sacerdote, Reina de los Apóstoles y auxilio de su ministerio" (Presbyterorum ordinis PO 18). Exhorto a mis hermanos en el sacerdocio a alimentar siempre esta verdadera devoción a María y a sacar de ella consecuencias prácticas para su vida y su ministerio. Exhorto a todos los fieles a encomendarse a la Virgen, juntamente con nosotros, los sacerdotes, y a invocar sus gracias para sí mismos y para toda la Iglesia.
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Saludos

46 Amadísimos hermanos y hermanas:

Me es grato ahora dar mi bienvenida a los peregrinos de lengua española.

En particular, a las religiosas de María Inmaculada y de la Compañía de Santa Teresa de Jesús, así como a familiares de miembros del Movimiento «Regnum Christi».

Igualmente saludo a diversos grupos parroquiales y escolares de España; a los peregrinos de México, de Tegucigalpa y de Puerto Rico. A la delegación de la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia, y otros grupos colombianos; así como al coro de la Pontificia Universidad Católica de Chile.

Exhorto a todos a profesar una filial devoción a la Virgen y os imparto la bendición apostólica.



Julio de 1993

Miércoles 7 de julio de 1993: El presbítero, hombre de la caridad

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(Lectura:
capítulo 10 del evangelio según san Juan, versículos 11-15)
Jn 10,11-15

1. En las anteriores catequesis dedicadas a los presbíteros, hemos aludido muchas veces a la importancia que tiene en su vida la caridad hacia los hermanos. Ahora queremos tratar más expresamente acerca de esa caridad, partiendo de su misma raíz en la vida sacerdotal. Esa raíz está en su identidad de hombre de Dios. La primera carta de Juan nos enseña que "Dios es amor" (4, 8). En efecto, en cuanto hombre de Dios, el presbítero no puede por menos de ser el hombre de la caridad. No habría en él verdadero amor a Dios —y ni siquiera verdadera piedad, o verdadero celo apostólico—, sin el amor al prójimo.

Jesús mismo mostró el vinculo que existe entre el amor a Dios y el amor al prójimo, de suerte que no se puede "amar al Señor Dios con todo el corazón" sin "amar al prójimo" (cf. Mt 22,36 Mt 22,40). Por eso, san Juan, en su carta, afirma con coherencia: "Y hemos recibido de él este mandamiento: quien ama a Dios, ame también a su hermano" (1Jn 4,21).

2. Hablando de sí mismo, Jesús describe ese amor como el amor de un buen pastor, que no busca su interés ni su provecho, como el mercenario. El buen pastor —dice— ama tanto a sus ovejas, que entrega su vida por ellas (cf. Jn 10,11 Jn 10,15). Es, pues, un amor que llega hasta el heroísmo.

Sabemos con cuánto realismo se realizó todo esto en la vida y en la muerte de Jesús. Quienes, por su ordenación sacerdotal, reciben de Cristo la misión de pastores están llamados a mostrar en su vida y a testimoniar con sus obras el amor heroico del buen Pastor.

3. En la vida de Jesús son muy visibles las características esenciales de la caridad pastoral, que tiene para con sus hermanos los hombres, y que pide imitar a sus hermanos los pastores. Su amor es, ante todo, un amor humilde: "Soy manso y humilde de corazón" (Mt 11,29). De modo significativo, recomienda a sus apóstoles que renuncien a sus ambiciones personales y a todo afán de dominio, para imitar el ejemplo del "Hijo del hombre" , que "no vino a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos" (Mc 10,45 Mt 20,28 cf. Pastores dabo vobis PDV 21 PDV 22).

De aquí se deduce que la misión de pastor no puede ejercerse con una actitud de superioridad o autoritarismo (cf. 1P 5,3), que irritaría a los fieles y, quizá, los alejaría del rebaño. Siguiendo las huellas de Cristo, buen pastor, tenemos que formarnos en un espíritu de servicio humilde (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 876).

Jesús, además, nos da el ejemplo de un amor lleno de compasión, o sea, de participación sincera y real en los sufrimientos y dificultades de los hermanos. Siente compasión por las multitudes sin pastor (cf. Mt 9,36), y por eso se preocupa por guiarlas con sus palabras de vida y se pone a "enseñarles muchas cosas" (Mc 6,34). Por esa misma compasión, cura a numerosos enfermos (cf. Mt 14,14), ofreciendo el signo de una intención de curación espiritual; multiplica los panes para los hambrientos (cf. Mt 15,32 Mc 8,2), símbolo elocuente de la Eucaristía; se conmueve ante las miserias humanas (cf. Mt 20,34 Mc 1,41), y, quiere sanarlas; participa en el dolor de quienes lloran la pérdida de un ser querido (cf. Lc 7,13 Jn 11,33 Jn 11,35); también siente misericordia hacia los pecadores (cf. Lc 15,1 Lc 15,2), en unión con el Padre, lleno de compasión hacia el hijo pródigo (cf. Lc 15,20) y prefiere la misericordia al sacrificio ritual (cf. Mt 9,10 Mt 9,13); y en algunas ocasiones recrimina a sus adversarios por no comprender su misericordia (cf. Mt 12,7).

4. A este respecto, es significativo el hecho de que la Carta a los Hebreos, a la luz de la vida y muerte de Jesús, considere la solidaridad y la compasión como un rasgo esencial del sacerdocio auténtico. En efecto, reafirma que el sumo sacerdote "es tomado de entre los hombres y está puesto en favor de los hombres [...], y puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados" (He 5,1 He 5,2). Por ese motivo, también el Hijo eterno de Dios "tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos, para ser misericordioso y sumo sacerdote fiel en lo que toca a Dios, en orden a expiar los pecados del pueblo" (He 2,17). Nuestra gran consolación de cristianos es, por consiguiente, saber que "no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras flaquezas, sino probado en todo igual que nosotros, excepto en el pecado" (He 4,15). Así pues, el presbítero halla en Cristo el modelo de un verdadero amor a los que sufren, a los pobres, a los afligidos y, sobre todo, a los pecadores, pues Jesús está cercano a los hombres con una vida semejante a la nuestra; sufrió pruebas y tribulaciones como las nuestras; por eso, siente gran compasión hacia nosotros y "puede sentir compasión hacia los ignorantes y extraviados" (He 5,2). Por último, ayuda eficazmente a los probados, "pues habiendo sido probado en el sufrimiento, puede ayudar a los que se ven probados" (He 2,18).

5. También a la luz de ese amor divino, el concilio Vaticano II presenta la consagración sacerdotal como fuente de caridad pastoral: "Los presbíteros del Nuevo Testamento, por su vocación y su ordenación, son segregados en cierta manera en el seno del pueblo de Dios, no de forma que se separen de él, ni de hombre alguno, sino a fin de que se consagren totalmente a la obra para la que el Señor los llama. No podrían ser ministros de Cristo si no fueran testigos y dispensadores de otra vida más que de la terrena, pero tampoco podrían servir a los hombres si permanecieran extraños a su vida y a sus condiciones" (Presbyterorum ordinis PO 3). Se trata de dos exigencias que fundan los dos aspectos del comportamiento sacerdotal: "Su ministerio mismo exige por título especial que no se identifiquen con este mundo; pero, al mismo tiempo, requiere que vivan en este mundo entre los hombres y, como buenos pastores, conozcan a sus ovejas y busquen atraer incluso a las que no son de este redil, para que también ellas oigan la voz de Cristo, y haya un solo rebaño y un solo pastor" (ib. PO 3). En este sentido se explica la intensa actividad de Pablo en la recogida de ayudas para las comunidades más pobres (cf. 1Co 16,1 1Co 16,4), así como la recomendación que hace el autor de la carta a los Hebreos, a fin de que se compartan los bienes (koinonía) mediante la ayuda mutua, como verdaderos seguidores de Cristo (cf. He 13,16).

6. Según el Concilio, el presbítero que quiera conformarse al buen Pastor y reproducir en sí mismo su caridad hacia sus hermanos, deberá esmerarse en algunos puntos que hoy tienen igual o mayor importancia que en otros tiempos: conocer su ovejas (cf. Presbyterorum ordinis PO 3), especialmente con los contactos, las visitas, las relaciones de amistad, los encuentros programado su ocasionales, etc., siempre con finalidad y espíritu de buen pastor; acoger como Jesús a la gente que se dirige a él, estando dispuesto a escuchar, deseoso de comprender, abierto y sencillo en la benevolencia, esforzándose en las obras y en las iniciativas de ayuda a los pobres y a los desafortunados; cultivar y practicar las "virtudes que con razón se aprecian en el trato social, como son la bondad de corazón, la sinceridad, la fortaleza de alma y la constancia, la asidua preocupación de la justicia, la urbanidad y otras cualidades" (ib.), y también la paciencia, la disposición a perdonar con prontitud y generosidad, la afabilidad, la sociabilidad, la capacidad de ser disponibles y serviciales, sin considerarse a si mismo como un bienhechor. Es una gama de virtudes humanas y pastorales, que la fragancia de la caridad de Cristo puede y debe hacer realidad en la conducta del presbítero (cf. Pastores dabo vobis PDV 23).

7. Sostenido por la caridad, el presbítero puede seguir, en el desarrollo de su ministerio, el ejemplo de Cristo, cuyo alimento consistía en hacer la voluntad del Padre. En la adhesión amorosa a esa voluntad, el presbítero hallará el principio y la fuente de unidad de su vida. Lo afirma el Concilio: los presbíteros deben "unirse a Cristo en el conocimiento de la voluntad del Padre [...]. De este modo, desempeñando el papel del buen Pastor, en el mismo ejercicio de la caridad pastoral encontrarán el vinculo de la perfección sacerdotal que reduce a unidad su vida y su actividad" (Presbyterorum ordinis PO 14). La fuente de esa caridad es siempre la Eucaristía, "centro y raíz de toda la vida del presbítero" (ib.), cuya alma, por eso mismo, deberá intentar "reproducir lo que se efectúa en el altar" (ib. PO 14).

La gracia y la caridad del altar se extienden, de este modo, hacia el ambón, el confesionario, el archivo parroquial, la escuela, el oratorio, las casas y las calles, los hospitales, los medios de transporte y los medios de comunicación social; es decir, hacia todos los lugares donde el presbítero tiene la posibilidad de realizar su labor pastoral. En todo caso, su misa se difunde; su unión espiritual con Cristo sacerdote y hostia —como decía san Ignacio de Antioquía— lo convierte en "trigo de Dios para ser hallado como pan puro de Cristo" (cf. Epist. ad Romanos, IV, I), para el bien de sus hermanos.
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Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Ahora deseo saludar cordialmente a todos los visitantes de lengua española.

En primer lugar, al Señor Cardenal Luis Aponte Martínez y a la peregrinación de San Juan de Puerto Rico. Saludo también al grupo mexicano de la Obra de la Cruz. De España, doy mi bienvenida a los numerosos peregrinos de las Hermandades de Calahorra y Baza. Que vuestra estancia en Roma sea una ocasión propicia para reavivar vuestra fe y vuestro compromiso eclesial.

A todos os imparto con afecto la bendición apostólica.




Audiencias 1993 40