Discursos 1994 8


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE PANAMÁ EN VISITA «AD LIMINA»

Jueves 20 de enero de 1994



9 Queridos Hermanos en el Episcopado:

1. Con ocasión de vuestra visita “ ad Limina ”, el Señor nos concede hoy la gracia de este encuentro, que es testimonio elocuente de vuestra unión con el Sucesor de Pedro y en el que se fortalecen los vínculos de caridad de nuestro ministerio, como continuación de la misión encomendada por el mismo Cristo a los Apóstoles. Esta unidad, que hoy expresamos de manera visible, es fuente de consuelo para nosotros en el ministerio que se nos ha confiado y, a la vez, garantía y aliento para los amadísimos fieles de Panamá, que pueden ver vuestro servicio pastoral como nacido verdaderamente del Espíritu del Señor, que acompaña y dirige en todo momento a su Iglesia.

Deseo agradecer vivamente las amables palabras que Monseñor Marcos Gregorio McGrath, Arzobispo de Panamá y Presidente de la Conferencia Episcopal, ha querido dirigirme en nombre de todos y que expresan también el afecto y cercanía del querido pueblo panameño al Sucesor de Pedro.

Los coloquios personales con cada uno de vosotros, junto con las relaciones quinquenales, me han servido para acercarme con mayor conocimiento a la realidad de vuestras diócesis, con sus luces y sombras, pero siempre animadas por el estímulo de vuestro celo pastoral por conseguir en vuestras comunidades eclesiales esa renovación auténtica de toda la vida cristiana, según las directrices del Concilio Vaticano II.

En este encuentro conclusivo de vuestra visita “ad Limina”, amados Hermanos, me siento particularmente cercano a vosotros “con lazos de unidad, de amor y de paz” (Lumen gentium
LG 22), como Pastor de toda la Iglesia (cf. ibíd.), y quiero compartir algunas reflexiones que os acompañen en vuestra solicitud en favor de las comunidades que el Señor ha confiado a vuestro cuidado.

2. En un documento colectivo reciente titulado Nueva evangelización y sociedad panameña, habéis querido trazar las líneas pastorales que han de alentar y dirigir la acción evangelizadora en vuestro País en este final de milenio. Me complace vivamente constatar que el trabajo común, tanto en el seno de la Conferencia como en vuestras respectivas diócesis, se propone impulsar una renovada pastoral de evangelización. En efecto, ha llegado el momento de desplegar con renovado vigor la acción de la Iglesia con decisión y audacia apostólica, pues los retos de los tiempos actuales y los problemas con que se enfrenta vuestra patria panameña demandan una presencia más incisiva de los valores cristianos. Vuestra tarea, pues, es hacer que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren aún más profundamente en todos los estratos de la vida individual y social de Panamá y la transformen.

Como habéis reiterado en numerosas ocasiones, amados Hermanos, la Iglesia está llamada a iluminar, desde el Evangelio, todos los ámbitos de la vida del hombre y de la sociedad, sin excluir la dimensión moral y social.Como señalaba en mi reciente encíclica Veritatis Splendor, “la contraposición, más aún, la radical separación entre libertad y verdad es consecuencia, manifestación y realización de otra más grave y nociva dicotomía: la que se produce entre fe y moral” (Veritatis Splendor VS 88). Por ello, en el documento colectivo antes citado, habéis puesto especialmente de relieve la necesidad de coherencia entre fe y vida. “La fe es una decisión que afecta a toda la existencia: es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (cf Jn 14,6). Implica un acto de confianza y abandono en Cristo y nos ayuda a vivir como él vivió (cf Ga 2,20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos” (Veritatis Splendor VS 88).

3. Por todo ello, entre los objetivos pastorales que se ha propuesto vuestra Conferencia Episcopal está el de orientar y armonizar la fe de los cristianos con la propia vida individual y colectiva. Ello reviste una particular importancia si pensamos en la presencia de los cristianos en la vida pública.El Concilio Vaticano II nos recuerda que a los laicos cristianos corresponde el “impregnar y perfeccionar todo el orden temporal con el espíritu evangélico” (Apostolicam actuositatem AA 5), ejerciendo “su apostolado en el mundo a manera de fermento” (ibíd., 2). Es especialmente necesaria en nuestro tiempo la presencia activa de los laicos cristianos en las realidades temporales con todo el vigor profético y testimonial que los valores religiosos le imprimen.

Mirando a la realidad de Panamá, vemos que se hace cada vez más necesaria la presencia activa de un laicado adulto, que sepa comprometerse decididamente en lo social y que sea capaz de superar el individualismo y anteponer siempre el bien común a los egoísmos e intereses de parte. Estoy convencido de que, en la medida en que los laicos cristianos vivan más abiertos a la presencia y a la gracia de Dios en lo profundo de su corazón, serán más capaces de ofrecer a sus hermanos el testimonio de una vida renovada, tendrán la libertad y la fuerza de espíritu necesarias para transformar las relaciones sociales y la sociedad misma según los designios de Dios.

Para hacer presente en medio del mundo los valores del Evangelio, los cristianos necesitan estar firmemente enraizados en el amor de Dios y en la fidelidad a Cristo tal como se transmiten y se viven en la Iglesia. Quiero, por ello, exhortaros a intensificar la catequesis a todos los niveles, de manera que los fieles hallen una verdadera guía a la vida cristiana, desde sus aspectos mas íntimos de conversión personal a Dios hasta el desarrollo de la vida comunitaria, sacramental y apostólica.

4. En esta labor de educadores de la fe os animo a que prestéis una particular atención a los jóvenes. Es necesario que la comunidad cristiana y todos los sectores pastorales apoyen con especial interés aquellas iniciativas que contribuyan a la formación cristiana de los jóvenes y a su participación activa en la vida de la Iglesia, sin olvidar la perspectiva vocacional. A este propósito, es de suma importancia la labor de los educadores en los centros de enseñanza, la dedicación de los sacerdotes, religiosos y religiosas y seglares adultos comprometidos en el apostolado con los jóvenes.

10 Ciertamente que una consecuente pastoral juvenil ha de prestar una atención prioritaria a la familia, “ iglesia doméstica ”, donde la semilla del Evangelio ha de hacerse fecunda. En este Año Internacional de la Familia, que acabamos de iniciar, deseo reiterar las palabras que dirigí al amado pueblo panameño durante mi inolvidable visita apostólica: “El cristiano auténtico... habrá de decir no a la unión no santificada por el matrimonio y al divorcio; no a la esterilización, máxime si es impuesta a cualquier persona o grupo étnico por razones falaces; no a la contracepción y no al crimen del aborto que mata al ser inocente. El cristiano cree en la vida y en el amor. Por eso dirá sí al amor indisoluble del matrimonio; sí a la vida responsablemente suscitada en el matrimonio legítimo; sí a la protección de la vida; sí a la estabilidad de la familia” (Encuentro con las familias cristianas de Panamá, 5 de marzo de 1983). De modo particular, los laicos creyentes, hombres y mujeres, están llamados a dar testimonio de vida familiar cristiana y defender los valores de esta célula primordial de la sociedad frente a las amenazas de los tiempos presentes.

5. En esta ingente tarea que representa la nueva evangelización contáis, en primer lugar, con la colaboración de vuestros sacerdotes. Ellos, como nos lo recuerda el Concilio Vaticano II, son “próvidos cooperadores” del Obispo (cf Lumen gentium
LG 28), servidores del anuncio de la verdad salvífica, maestros y guías responsables de santidad, coordinadores de comunión. Los tiempos actuales requieren sacerdotes dispuestos al sacrificio, formados en el espíritu de oración y de trabajo, con una seria preparación en las ciencias eclesiásticas, entusiasmados con el ideal del servicio a Cristo y a la Iglesia en el ejercicio del ministerio.

Sea vuestro trato con los sacerdotes como el de un padre, hermano, amigo. Apoyadles y confortadles en sus tareas pastorales y en su vida personal. Ante la cercanía del Obispo, el sacerdote se siente animado a vivir con alegría y dedicación su vocación de seguimiento a Cristo y de amor incondicional a la Iglesia. Igualmente, fomentad el espíritu de colaboración con los religiosos y religiosas, que en gran manera contribuyen a difundir y consolidar el mensaje del Evangelio en vuestras diócesis. Como señala la Exhortación Apostólica “Evangelii Nuntiandi”, a ellos “ se les encuentra no raras veces en la vanguardia de la misión y afrontando los más grandes riesgos para su santidad y su propia persona” (Evangelii Nuntiandi EN 69).

6. Me complace comprobar que la formación espiritual, disciplinar e intelectual de los candidatos al sacerdocio y a la vida religiosa es objeto de particular atención por parte del Episcopado panameño. Motivo de gozo es el florecimiento de los Seminarios Menores en vuestro país. El Señor está suscitando numerosas vocaciones y es consolador ver la vitalidad de esos prometedores centros de formación espiritual y humana. Como señalaba en la Exhortación Apostólica Pastores Dabo Vobis, “una larga experiencia demuestra que la vocación sacerdotal tiene, con frecuencia, un primer momento en los años de la preadolescencia o en la juventud. E incluso en quien decide su ingreso en el Seminario más adelante, no es raro constatar la presencia de la llamada de Dios en períodos muy anteriores” (Pastores Dabo Vobis PDV 63). Os aliento, pues, a cuidar con todo esmero esas esperanzadoras promesas para vuestras diócesis, que son los Seminarios Menores.

La formación integral en los Seminarios habrá de llevar, ante todo, a la experiencia personal con el Señor, a formarse sólidamente en el campo humano, científico y pastoral para ser verdaderos “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1Co 4,1). Ya desde el Seminario, el candidato al sacerdocio ha de sentir la solicitud personal y la cercanía de su Pastor, creándose de este modo una relación de amistad que luego se consolidará en el lazo fraterno del Obispo con su presbiterio.

7. Uno de los motivos de preocupación para vosotros, Pastores de la Iglesia en Panamá, es la difícil realidad social por la que atraviesa hoy vuestro país, donde muchas personas y familias sufren marginación y pobreza. Vosotros tocáis de cerca la situación angustiosa de tantos hermanos que carecen de lo necesario para una vida auténticamente humana. Por todo ello, movidos por vuestra solicitud pastoral, no habéis dejado de mostrar particular atención a lo social, pues ello forma “parte de la misión evangelizadora de la Iglesia” (Sollicitudo rei socialis SRS 41). Pienso, en esta circunstancia, en determinados sectores de la población panameña particularmente desprotegidos, como son los indígenas, afroamericanos y campesinos, a los cuales la Iglesia ha de mostrar su amor preferencial, como ha querido reafirmar la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano.

8. El Papa os agradece vivamente, queridos Hermanos, vuestra abnegada labor en favor de las Iglesias particulares que el Señor ha confiado a vuestros cuidados, vuestra cercanía y solicitud por quienes más sufren. El pueblo de Dios en Panamá espera y necesita vuestra guía doctrinal para poder así purificar y afianzar en la verdad sus hondas creencias religiosas. Al mismo tiempo, necesita vuestras orientaciones para saber cómo actuar y defenderse frente a la actividad proselitista de las sectas. En vuestro documento colectivo: Las opciones pastorales de la Iglesia en Panamá, hacéis notar con preocupación que “ uno de los grandes problemas de la proliferación de los nuevos grupos religiosos es su interpretación caprichosa de la Biblia y de la tradición cristiana, como también la fragmentación de la unidad que identifica y constituye al pueblo. Nuestra fe, en lugar de ser motivo de unión y solidaridad creciente entre todos los estratos de nuestro pueblo –señaláis–, se está tornando en causa de división y de distanciamiento entre los que deberíamos considerarnos miembros de una sola familia o comunidad humana en Cristo” (Las opciones pastorales de la Iglesia en Panamá, n. 50).

Antes de concluir este encuentro deseo recordar las palabras que, hace diez años, dirigí a todos los panameños durante el acto de despedida en el aeropuerto de Tocumén: “En la sede de vuestra más alta institución nacional sé que se hallan cinco estatuas de bronce que representan las cualidades que han de acompañar a todo hijo de esta tierra: el trabajo, la constancia, el deber, la justicia y la ley. Que esos valores básicos de la persona y de la sociedad se vean incrementados por la riqueza espiritual y, sobre todo, por una fe cristiana que inspire vuestra convivencia y conducta hacia metas cada vez más altas” (Ceremonia de despedida de Panamá, 5 de marzo de 1983). Quiera Dios que las raíces cristianas del noble pueblo panameño infundan en todos una esperanza viva y un dinamismo nuevo, que les lleve a superar las dificultades del momento presente y asegure un porvenir de creciente progreso espiritual y humano.

Al volver a vuestras diócesis os ruego que transmitáis a los sacerdotes, religiosos, religiosas y fieles el saludo entrañable del Papa, que en todos piensa y por todos ora con gran afecto. A la intercesión de Nuestra Señora de la Antigua encomiendo vuestras personas e intenciones pastorales, para que llevéis a cabo la tarea de una nueva evangelización que prepare los corazones a la venida del Señor.

Con estos deseos os acompaña mi plegaria y mi Bendición Apostólica.
Febrero de 1994

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE HONDURAS EN VISITA «AD LIMINA»

11

Viernes 4 de febrero de 1994



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. Os saludo con afecto en el Señor y os doy mi más cordial bienvenida a este encuentro con el que culmina vuestra visita “ ad Limina Apostolorum ”, que renueva el gozo y el compromiso de unidad eclesial entre los Pastores, clero y fieles de la Iglesia en Honduras y el Sucesor de Pedro. Con palabras de san Pablo, os deseo “gracia, misericordia y paz, de parte de Dios Padre y de Cristo Jesús, Señor Nuestro” (1Tm 1,2). Me llena de gozo poder compartir, una vez más, en espíritu de verdadera fraternidad, la solicitud pastoral por la vida, las esperanzas, las dificultades de vuestras respectivas diócesis, lo cual me permite también cumplir el mandato recibido del Señor de confirmar en la fe a mis hermanos (cf. Lc Lc 22,32).

Agradezco vivamente a Monseñor Raúl Corriveau, Obispo de Choluteca y Presidente de la Conferencia Episcopal, las amables palabras que me ha dirigido como expresión del sentir de todos sus Hermanos en el Episcopado, y con las cuales ha querido reiterar la profunda comunión con la Sede Apostólica, que anima vuestro generoso y abnegado ministerio.

2. Del examen de las relaciones quinquenales y de los coloquios que hemos tenido, me es grato constatar que una de vuestras preocupaciones pastorales prioritarias es la consolidación y robustecimiento de la institución familiar en vuestro amado país. ¡Qué fuente de esperanza comprobar, cómo toda la Iglesia que peregrina en Honduras vibra, junto con vosotros, sus legítimos Pastores, en el deseo de fortalecer las estructuras de la familia!

Conozco las peculiares dificultades que debéis afrontar en este apremiante apostolado, pero sé que estáis firmemente convencidos de que “la familia, como comunidad educadora fundamental e insustituible, es el vehículo privilegiado para la transmisión de aquellos valores religiosos y culturales que ayudan a la persona –y también a la sociedad– a adquirir la propia identidad. Fundada en el amor y abierta al don de la vida, la familia lleva consigo el porvenir mismo de la sociedad; su papel especialísimo es el de contribuir eficazmente a un futuro de paz” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 2).

En la Asamblea Nacional de Pastoral, que celebrasteis el pasado mes de noviembre, y en la que participaron laicos cualificados así como delegados de los sacerdotes, religiosos y religiosas, habéis analizado la realidad de la familia en Honduras, constatando con preocupación una vez más el hecho del alto porcentaje de uniones libres e inestables, que conllevan graves carencias de estructura familiar y están en la base de situaciones irregulares y de frecuentes fenómenos de desintegración; a todo ello se añade la incidencia de funestas campañas antinatalistas, en oposición a las exigencias de una verdadera paternidad responsable (cf. Gaudium et spes GS 50-51), cosa que vosotros no habéis dejado de denunciar valientemente. A pesar de ello, vuestro pueblo conserva una religiosidad profunda, muestra de una aquilatada fe y amor a Dios, veneración filial a la Santísima Virgen y fidelidad a la Iglesia. A fin de que sus raíces cristianas conserven todo su vigor, os aliento en vuestro empeño por llevar a cabo el plan nacional de pastoral familiar, que habéis elaborado para este Año de la Familia, y que durante un acto solemne en el que participaron las fuerzas vivas de vuestra patria, pusisteis a los pies de la Virgen de Suyapa, vuestra celestial patrona.

3. Estoy persuadido de que cuanto hagáis en favor de la familia y de la promoción de sus valores redundará en un incremento de las vocaciones sacerdotales y religiosas, tan necesarias para un futuro más prometedor de la Iglesia en Honduras. A este propósito, me complace saber que el número de sacerdotes diocesanos va en aumento, que el Seminario Mayor Nacional de Nuestra Señora de Suyapa goza ya del reconocimiento civil de sus estudios y que contáis ya con seis Seminarios Menores, sobre los que tenéis puestas fundadas esperanzas.

Sabéis bien que la vocación sacerdotal o religiosa nace y se consolida ordinariamente en el seno de una familia. Por otra parte, la experiencia nos muestra que aquellos hogares cuyos cónyuges están comprometidos en tareas apostólicas, son terreno abonado para que el Señor llame a su seguimiento a alguno de sus miembros a la vida sacerdotal o religiosa. Alentad, pues, a todas las familias cristianas y especialmente a aquellas que militan en movimientos apostólicos, para que vivan intensa y gozosamente las virtudes del hogar y estén siempre abiertas a la posibilidad de que el Señor llame a su exclusivo servicio a alguno de sus miembros.

4. Uno de los factores que inciden de modo relevante en la concepción de los valores que encarna la institución familiar son, como bien sabéis, los medios de comunicación social. En efecto, mediante ellos pueden crearse estereotipos engañosos sobre la familia, presentando como atractiva la infidelidad conyugal, justificando el crimen del aborto y difundiendo la mentalidad divorcista y la cultura hedonista de la sociedad de consumo. No ahorréis esfuerzos en la promoción y apoyo de los “ mass media ”, en especial la radio, que en las condiciones concretas de vuestro país es, sin duda, un instrumento muy idóneo para la evangelización de la familia, para la defensa de la vida, y desde donde se pueden irradiar los valores que encarna la Sagrada Familia de Nazareth. Al mismo tiempo, la proclamación de los contenidos esenciales de la doctrina católica, desde los medios de difusión, será una válida ayuda para contrarrestar la acción proselitista de las sectas y nuevos grupos religiosos que, también en Honduras, crean confusión entre los fieles y amenazan su identidad católica sembrando división e incertidumbre.

Sé que acabáis de vivir una nueva etapa en el proceso de consolidación democrática de vuestro amado país. Mientras pido a Dios que afiance los lazos de solidaridad y el progreso humano y espiritual de todos los amadísimos hijos de Honduras, hago votos para que sus Autoridades puedan cumplir cada vez más adecuadamente con sus apremiantes obligaciones en favor de la familia. Permitidme recordar, en esta circunstancia, las palabras de mi reciente Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz: “Como núcleo originario de la sociedad, la familia tiene derecho a todo el apoyo del Estado para realizar plenamente su peculiar misión. Por tanto, las leyes estatales deben estar orientadas a promover su bienestar, ayudándola a realizar los cometidos que le competen. Frente a la tendencia cada vez más difundida a legitimar, como sucedáneos de la unión conyugal, formas de unión que por su naturaleza intrínseca o por su intención transitoria no pueden expresar de ningún modo el significado de la familia y garantizar su bien, es deber del Estado reforzar y proteger la genuina institución familiar, respetando su configuración natural y sus derechos innatos e inalienables” (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 5).

12 La paz y la armonía en las familias, que todos deseamos, ha de tener sus raíces bien fundadas en la dignidad del hombre y de sus derechos. No puede existir verdadera paz si no existe un compromiso serio y decidido en la aplicación de la justicia social. En esta tarea, un papel primordial lo desempeñan las personas investidas de autoridad pública. Como señalaba en la Encíclica Redemptor hominis, “el deber fundamental del poder es la solicitud por el bien común de la sociedad” (Redemptor hominis RH 17). Es necesario, pues, reavivar los valores morales, como son la solidaridad, la laboriosidad, la honestidad en el desempeño de las funciones públicas, el espíritu de participación; todo ello será la mejor garantía para conseguir una mayor cohesión social entre los hondureños y un más decidido empeño en la búsqueda activa del bien común.

5. Este encuentro de hoy, amados Hermanos, me brinda la oportunidad de manifestar mi complacencia porque en repetidas ocasiones habéis hecho oír vuestra voz en favor de los más pobres y desprotegidos.

A vuestra misión de Pastores no es ajeno el vasto campo que representa la difusión y puesta en práctica de la doctrina social de la Iglesia, pues ello es “parte esencial del mensaje cristiano, ya que expone sus consecuencias directas en la vida de la sociedad y encuadra incluso el trabajo cotidiano y las luchas por la justicia en el testimonio de Cristo Salvador” (Centesimus annus CA 5).

En esta tarea se hace particularmente necesaria la contribución de todos los agentes de pastoral, pero de modo especial de los laicos, los cuales, como exigencia de su vocación cristiana, han de “impregnar y perfeccionar con el espíritu evangélico el orden de las realidades temporales” (Apostolicam actuositatem AA 5).

Su empeño apostólico ha de llevarles también a una participación más activa en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia. En efecto, el Concilio Vaticano II nos recuerda que la liturgia es “la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo todos... participen en el sacrificio y coman la Cena del Señor” (Sacrosanctum Concilium SC 10).

A este propósito, quiero dedicar un especial y afectuoso recuerdo a los delegados de la Palabra, que ya han cumplido sus “ Bodas de plata ” de fundación por obra de Monseñor Marcelo Gerin, Obispo Emérito de Choluteca, quien a pesar de su delicada salud ha regresado a Honduras y sigue animándolos con su sabiduría y testimonio. Dadas las condiciones geográficas y demográficas de vuestro país, ellos representan una fuerza apostólica de relevante importancia en el campo de la nueva evangelización. A este respecto, además del Catecismo de la Iglesia Católica, los Delegados de la Palabra podrán encontrar en la Exhortación Apostólica Familiaris Consortio, así como en la Carta que dirigiré próximamente a las familias, válidos instrumentos de estudio y reflexión con vistas a una presencia más incisiva en la pastoral familiar, no sólo en las zonas rurales, sino también en los núcleos urbanos.

6. Finalmente, como también vosotros formáis una familia en el ministerio episcopal, no quiero dejar de recordar con afecto a dos miembros del Episcopado hondureño, los cuales, uno por motivos de edad y el otro por razones de salud, no participan en esta visita “ ad Limina ”: Monsenor Héctor Enrique Santos Hernández, SDB, Arzobispo Emérito de Tegucigalpa, y Monsenor Jaime Brufau Maciá, CM, Obispo Emérito de San Pedro Sula. A ambos, fieles servidores del Evangelio, os ruego que transmitáis mi saludo fraterno y la viva gratitud de la Sede Apostólica.

Seguid adelante, con fortaleza y perseverancia, en el camino de renovación que os habéis trazado. Vivid gozosamente la unidad y la paz, que es fruto y garantía de la presencia del Espíritu Santo. La consolidación del espíritu de colegialidad en el seno de vuestra Conferencia Episcopal contribuirá ciertamente a dar vigor a vuestro ministerio y un mejor seguimiento a las realidades pastorales. El testimonio de unidad entre vosotros será también motivo y estímulo para acrecentar aún más la unión entre vuestros sacerdotes, entre los agentes de pastoral y con los demás miembros de vuestras Iglesias particulares.

7. Ayer el Señor nos concedió la gracia de concelebrar la Santa Misa en la festividad de Nuestra Señora de Suyapa, Patrona de Honduras. Esto nos hace pensar en el Cenáculo, el día de Pentecostés, cuando los discípulos de Jesús estaban en torno a María. Que la Madre y Patrona de vuestra patria cubra con su manto protector a todas las familias hondureñas. A Ella confío vuestras intenciones y anhelos pastorales para que su divino Hijo haga muy fecundo vuestro ministerio episcopal.

Con entrañable afecto os imparto la Bendición Apostólica, que hago extensiva a los Prelados ausentes, a vuestros sacerdotes, religiosos y religiosas, seminaristas y delegados de la Palabra, y a todos los amadísimos fieles de Honduras, en particular, a los pobres, los enfermos y cuantos sufren.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL COLEGIO DE DEFENSA DE LA ORGANIZACIÓN

DEL TRATADO DEL ATLÁNTICO NORTE


Lunes 7 de febrero de 1994


13 Señoras y señores:

El Colegio de defensa de la OTAN ha reunido, una vez más, a un grupo de militares y diplomáticos, y esta circunstancia nos brinda la oportunidad de celebrar este encuentro, breve pero significativo.

Al daros la bienvenida al Vaticano, deseo pensar que cada uno de vosotros es un verdadero servidor de la causa de la paz. Paz es una palabra y un deseo que anidan en el corazón de todos. O por lo menos deberla ser así, porque se trata de un bien esencial del que dependen el bienestar de las personas y el progreso de la sociedad y la civilización. Pero si miramos a nuestro alrededor, no podemos por menos de quedar impresionados ante el espectáculo de tanta violencia, con la grave responsabilidad que implica para quienes han impulsado a los pueblos hacia esos conflictos tan crueles e inhumanos.

En muchos casos, sobre todo en la ex Yugoslavia, nos informan de que los horrores indescriptibles que personas inocentes sufren diariamente son el resultado inevitable de hostilidades y odios étnicos arraigados, del odio de un grupo hacia otro. Pero ésta no puede ser la única explicación. La guerra no es inevitable: es la consecuencia de una serie de políticas y decisiones concretas. Alguien, en algún lugar, toma decisiones que tienen consecuencias terribles de muerte, heridas, destrucción y dolor. La agitación y el conflicto sangriento que perturban a Europa hacen que se sienta insegura de sí misma. Europa debe recordar que su destino no depende únicamente de intereses estratégicos o económicos. Ante todo, debe recuperar su alma, para renovarse en su vida civil, moral y espiritual.

Los constantes llamamientos de la Santa Sede, así como los de otros líderes religiosos y hombres y mujeres de buena voluntad, se dirigen a la conciencia de quienes pueden hacer algo para cambiar el curso de los acontecimientos. Hasta ahora, la esperanza ha sido vana.

Cuando todos los medios humanos parecen fracasar, los creyentes imploran a Dios que, como dice el profeta Ezequiel, es el único que puede quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne (cf. Ez
Ez 11,19). La súplica que elevo por vosotros, y por todos los que están al servicio de la causa de la paz es ésta: que un inmenso respeto al valor y a la dignidad únicos de todo ser humano guíe siempre vuestros corazones, y que vuestra formación y habilidad profesionales sirvan para defender y garantizar los derechos de todos, especialmente de las víctimas de la injusticia y la fuerza.

Que Dios os bendiga abundantemente a vosotros y a vuestros seres queridos en este Año internacional de la familia, y que proteja a los países que representáis.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE URUGUAY EN VISITA «AD LIMINA»

Sábado 12 de febrero de 1994



Amadísimos hermanos en el episcopado:

1. En este encuentro conclusivo de vuestra Visita “ ad Limina ”, siento el gozo de compartir con vosotros la misma fe en Jesucristo resucitado, que acompaña nuestro caminar y que está vivo y presente en las comunidades que Él mismo ha confiado a vuestro cuidado pastoral. A las Iglesias diocesanas, que presidís con tanta dedicación y generosidad, dirijo también mi afectuoso saludo: “Que la gracia y la paz sean con vosotros de parte de Dios Padre y de nuestro Señor Jesucristo” (Ga 1,3).

Sé que habéis vivido intensamente estos días cumpliendo la disposición canónica de venerar los sepulcros de Pedro y Pablo, y así sentiros robustecidos en vuestra fe (cf. Lc Lc 22,32), de la que sois maestros, testigos y custodios cualificados en vuestras Iglesia particulares.

14 Deseo expresar viva gratitud a Monseñor Raúl Horacio Scarrone Carrero, Obispo de Florida y Presidente de la Conferencia Episcopal, por las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Al mismo tiempo, me uno a vuestras preocupaciones y anhelos, y ruego a Dios, rico en misericordia, que esta visita a Roma sea fuente de bendiciones para todos los sacerdotes, religiosos, religiosas y agentes pastorales, que afrontan amorosamente con vosotros “el peso del día y el calor” (Mt 20,12), en un trabajo apostólico admirable para bien del querido pueblo uruguayo.

2. Me complace saber que los planes pastorales en vuestras diócesis tienen como objetivo prioritario –como señalabais en un reciente documento colectivo– “animar una Iglesia en estado de misión, para impulsar la nueva evangelización, la promoción humana y la cultura cristiana” (Orientaciones pastorales, Trienio 1993-1995). Con ello os hacíais eco de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano cuando afirma: “Una catequesis renovada y una liturgia viva, en una Iglesia en estado de misión, serán los medios para acercar y santificar más a todos los cristianos y, en particular, a los que están lejos y son indiferentes” (Patrum IV Confer. Gen. Episc. Americae Latinae, Nuntius ad gentes Americae Latinae, 30).

La Iglesia se siente interpelada continuamente por el Maestro para anunciar la novedad pascual de su Evangelio, respondiendo así al mandato de Jesús de anunciarlo a toda criatura (cf. Mc Mc 16,15). Pero esta misión profética, que despierta la fe y la conciencia del pueblo cristiano, debe comprometer y responsabilizar a todas las fuerzas vivas de la Iglesia y llegar a todos los campos de la actividad humana y, en particular, a la familia, la juventud y la cultura.

Para ello, el mensaje debe ser claro y preciso: el anuncio explícito y profético del Señor resucitado, realizado con la “ parresía ” apostólica (cf. Hch Ac 5,28-29 cf. Redemptoris missio RMi 45), de suerte que la palabra de vida se convierta en una adhesión personal a Jesús, Salvador del hombre, Redentor del mundo. En efecto, “urge recuperar y presentar una vez más el verdadero rostro de la fe cristiana, que no es simplemente un conjunto de proposiciones que se han de acoger y ratificar con la mente, sino un conocimiento de Cristo vivido personalmente, una memoria viva de sus mandamientos, una verdad que ha de hacerse vida” (Veritatis splendor VS 88).

3. Vuestra misión tiene como objetivo hacer que la verdad sobre Cristo y la verdad sobre el hombre penetren aún más profundamente en todos los estratos de la sociedad uruguaya y la transformen, pues “no hay evangelización verdadera, mientras no se anuncia el nombre, la doctrina, la vida, las promesas, el reino, el misterio de Jesús de Nazareth, Hijo de Dios” (Evangelii nuntiandi EN 22). Sólo así podrá llevarse a cabo una evangelización “en profundidad y hasta sus mismas raíces” (Ibíd., 20).

Esta labor vuestra, no exenta de dificultades, se desarrolla en medio de un pueblo de corazón noble y de espíritu abierto y acogedor, que sabe valorar la acción apostólica cuando se le proclama la Buena Nueva de las bienaventuranzas. Es cierto que en la sociedad uruguaya se dejan sentir también los síntomas de un proceso de secularización, que hace que Dios no represente para muchos el origen y la meta, el sentido y la explicación última de la vida. Pero, en el fondo, este pueblo, como sabéis muy bien y como yo mismo lo he podido constatar en mis viajes pastorales de 1987 y 1988, tiene un alma profundamente cristiana, aunque no lo muestre abiertamente y parezca que esté como escondida.

Prueba de ello son las comunidades eclesiales vivas y operantes, lo mismo en las ciudades como en el interior del país, donde tantas personas, familias y grupos, a pesar de la escasez de ministros sagrados, se esfuerzan por vivir y dar testimonio de su fe. He ahí una prometedora realidad que abre a la esperanza el resurgir de nuevos apóstoles que sepan responder “con generosidad y santidad a las solicitaciones y desafíos de nuestro tiempo” (Redemptoris missio RMi 92).

4. La nueva evangelización, con sus nuevos métodos y sus nuevas expresiones y, especialmente, con el renovado fervor de los evangelizadores, tiene en la familia un objetivo primordial. A este respecto, se afirma en las Conclusiones de la Conferencia de Santo Domingo: “La Iglesia anuncia con alegría y convicción la Buena Nueva sobre la familia en la cual se fragua el futuro de la humanidad” (Conclusiones, 210). Y, en el documento colectivo citado más arriba, vosotros os comprometéis a “promover la familia como ámbito donde nace, crece y se educa para la vida” (Orientaciones pastorales, Trienio 1993-1995).

Cuanto más se fomente la acción evangelizadora en la familia, tanto más prometedora será la promoción de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada, así como el surgir de laicos verdaderamente entregados a la misión. La familia ha de ser lugar de encuentro con Dios, centro de irradiación de la fe, escuela de vida cristiana. Es verdad que, a veces, hemos de enfrentarnos con ciertas mentalidades cuyos “criterios de juicio y de elección” son “extraños e incluso contrapuestos a los del Evangelio” (Veritatis splendor VS 88). Pero precisamente ahí hay que demostrar la “ audacia ” apostólica, con la convicción de que los valores evangélicos, sembrados con autenticidad de anuncio y de testimonio, son una semilla que no muere jamás.

En la misma Constitución de vuestra Nación se dice: “La familia es la base de nuestra sociedad ”; “ el Estado velará por su estabilidad moral y material para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad” (art. 40). Por ello, hago votos para que las Autoridades de vuestro amado país puedan cumplir cada vez más adecuadamente con sus apremiantes obligaciones en favor de la familia uruguaya. A este propósito, como señalaba en mi reciente mensaje para la «Jornada Mundial de la Paz» “Por ser núcleo originario de la sociedad, la familia tiene derecho a todo el apoyo del Estado para realizar plenamente su peculiar misión” ((Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 1994, n. 5)).

No desconozco las dificultades en que se encuentra la familia uruguaya, especialmente por lo que se refiere a la plaga del divorcio y del aborto. Además, sólo un tercio aproximadamente son los matrimonios celebrados con el rito sacramental. Esta realidad es un desafío que ha de estimular el celo apostólico de los Pastores y de cuantos colaboran en este campo. “En la medida en que la familia cristiana acoge el Evangelio y madura en la fe, se hace comunidad evangelizadora... La familia, al igual que la Iglesia, debe ser un espacio donde el Evangelio es transmitido y desde donde éste se irradia” (Familiaris consortio FC 52).

15 5. Sé que una de vuestras principales preocupaciones es el tema de las vocaciones sacerdotales y religiosas, ya que el número de sacerdotes es insuficiente para las necesidades de vuestras comunidades. Como señalé en la apertura de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, “condición indispensable para la Nueva Evangelización es poder contar con evangelizadores numerosos y cualificados. Por ello, la promoción de las vocaciones sacerdotales y religiosas... ha de ser una prioridad de los Obispos y un compromiso de todo el Pueblo de Dios” (Discurso inaugural de la IV Conferencia general del episcopado latinoamericano, n. 26, 12 de octubre de 1992). Pido fervientemente al Dueño de la mies que vuestro Seminario Mayor Nacional, que es como el corazón de todas las diócesis (cf. Optatam totius OT 5), se enriquezca con numerosos candidatos al sacerdocio que puedan un día servir a sus hermanos como “ministros de Cristo y dispensadores de los misterios de Dios” (1Co 4,1). Permitidme que, por vuestro medio, envíe un afectuoso saludo a todos los seminaristas del Uruguay. Decidles que el Papa espera mucho de ellos y que confía en su fidelidad.

La preocupación por el incremento de los candidatos a la vida sacerdotal y religiosa os llevará a potenciar la pastoral vocacional y una formación integral del futuro sacerdote o religioso, que le lleve a una más estrecha intimidad con Cristo mediante la oración asidua, la frecuencia de los sacramentos –en especial la Eucaristía y la Reconciliación–, el estudio de la Palabra de Dios y de las ciencias sagradas, la devoción mariana y la dirección espiritual.

La misma escasez de personal apostólico puede ser también una llamada del Señor para reforzar los lazos de caridad intensa entre el Obispo y sus sacerdotes, pues “ la fisonomía del presbiterio es la de una verdadera familia” (Pastores dabo vobis PDV 74). Se ha de hacer, pues, todo lo posible por construir el presbiterio como familia sacerdotal, como “fraternidad sacramental” (Presbyterorum ordinis PO 8), que refleje la vida de los Apóstoles, tanto en el seguimiento evangélico como en la misión. Si los jóvenes ven que los presbíteros, en torno a su Obispo, dan testimonio de unión y caridad entre ellos, de generosidad evangélica y disponibilidad misionera, serán muchos los que sentirán la vocación sacerdotal. Por otra parte, también las vocaciones a la vida consagrada surgen abundantes cuando hay sacerdotes dedicados a la animación de las comunidades y a la dirección espiritual.

6. No pocos de los retos pastorales con que se enfrenta vuestro ministerio episcopal están estrechamente relacionados con la evangelización de la cultura. En efecto, si nos fijamos en lo dicho acerca de la familia y el resurgir de las vocaciones, vemos la importancia de un ambiente cultural propicio, que haga posible la manifestación y promoción de los valores humanos y evangélicos en toda su integridad. Por esto, hay que “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (Evangelii nuntiandi, EN 19).

El ámbito de la cultura es uno de los “areópagos modernos”, en los que ha de hacerse presente el Evangelio con toda su fuerza (Redemptoris missio RMi 37). Gracias a la perseverante labor llevada a cabo en las escuelas y en la Universidad Católica, son relevantes los resultados conseguidos en el Uruguay, por lo que se refiere al diálogo entre fe y cultura. Por todo lo cual, como señalé durante mi segunda visita pastoral a vuestro país, “es imprescindible que (dichas instituciones) mantengan su identidad católica bien definida”, pues de ello “depende que la cultura de vuestra Nación esté vivificada por la verdad del Evangelio” (Discurso en la Universidad católica «Dámaso Larrañaga» de Montevideo, n. 5, 7 de mayo de 1988).

A este propósito, deseo expresar mi aprecio por la aportación que la Universidad Católica, junto con otras instituciones, realizan en el mundo de la cultura en el Uruguay y les aliento a ser siempre verdaderos promotores de la civilización del amor, que reconcilie los elementos que separan, que fomente la solidaridad y el desarrollo, y que manifieste abiertamente la centralidad del bien, de la verdad y de la belleza.

7. No os canséis de inculcar a los laicos cristianos que es propio de su misión “la instauración del orden temporal, y que actúen en él de una manera directa y concreta, guiados por la luz del Evangelio y el pensamiento de la Iglesia, y movidos por el amor cristiano” (Apostolicam actuositatem AA 7). Los seglares, individualmente o legítimamente asociados, han de trabajar para atraer a la Iglesia a los alejados, haciéndose también presentes en la vida pública para iluminar con los valores del Evangelio los diversos ámbitos donde se configura la identidad de un pueblo. Desde sus actividades diarias han de “testificar cómo la fe cristiana... constituye la única respuesta plenamente válida a los problemas y expectativas que la vida plantea a cada hombre y a cada sociedad” (Christifideles laici CL 43). Pero, su condición de fieles seguidores de Cristo y, a la vez, ciudadanos de la ciudad terrena, no ha de conducirlos a llevar como «dos vidas paralelas: por una parte, la denominada vida “espiritual”, con sus valores y exigencias; y, por otra, la denominada vida “secular”, es decir, la vida de la familia, del trabajo, de las relaciones sociales, del compromiso político y de la cultura» (Christifideles laici CL 59).

Todas estas intenciones las quiero encomendar, junto con vosotros, a Nuestra Señora de los Treinta y Tres, que visité en su Santuario Nacional para contemplar “la santa imagen que atrae las miradas de todos los uruguayos e irradia dulzura y bondad”. Desde la catedral de Florida, ella os seguirá alentando en vuestra labor pastoral.

A su intercesión materna confío mis plegarias y mi Bendición Apostólica para vuestras Iglesias particulares, con sus sacerdotes, religiosos y religiosas, personas consagradas, familias, ancianos, jóvenes, niños y enfermos.

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