Audiencias 1995 8

Febrero de 1995

Miércoles 8 de febrero de 1995

La vida consagrada, signo y testimonio del reino de Cristo

1. Después de haber descrito la vocación religiosa, el concilio Vaticano II afirma: «Así, pues, la profesión de los consejos evangélicos aparece como un símbolo que puede y debe atraer eficazmente a todos los miembros de la Iglesia a cumplir sin desfallecimiento los deberes de la vida cristiana» (Lumen gentium LG 44). Eso significa que el compromiso radical de los consagrados en el seguimiento de Cristo impulsa a todos los cristianos a tomar mayor conciencia de su llamada y a apreciar mejor su belleza; les ayuda a aceptar con alegría los deberes que forman parte de su vocación, y los estimula a asumir tareas que respondan a las necesidades concretas de la actividad apostólica y caritativa. La vida consagrada es, por consiguiente, un signo que fortalece el impulso de todos al servicio del Reino.

9 2. Tratemos de profundizar en el contenido de esta enseñanza conciliar. Ante todo, podemos decir que el estado religioso hace presente, en el momento actual, como en todos los tiempos de la historia cristiana, la forma de vida que asumió el Hijo de Dios encarnado. Por ello, ayuda a descubrir mejor al Cristo del Evangelio (cf. Lumen gentium LG 44).

Los que actualmente siguen a Jesús abandonándolo todo por él, imitan a los Apóstoles que, respondiendo a su invitación, renunciaron a todo lo demás. Por esta razón, tradicionalmente se suele hablar de la vida religiosa como «apostólica vivendi forma». Más aún, a ejemplo de Pedro, Juan, Santiago, Andrés y los demás Apóstoles, los consagrados imitan y repiten la vida evangélica que vivió y propuso el Maestro divino, testimoniando el Evangelio como realidad siempre viva en la Iglesia y en el mundo. En este sentido, también ellos realizan las palabras de Jesucristo a los Apóstoles: «Seréis mis testigos» (Ac 1,8).

3. «El estado religioso -añade el Concilio- proclama de modo especial la elevación del reino de Dios sobre todo lo terreno y sus exigencias supremas; muestra también ante todos los hombres la soberana grandeza del poder de Cristo glorioso y la potencia infinita del Espíritu Santo, que obra maravillas en la Iglesia» (Lumen gentium LG 44). En otras palabras, la vida de acuerdo con los consejos evangélicos manifiesta la majestad sobrenatural y trascendente del Dios uno y trino y, en particular, la sublimidad del plan del Padre que ha querido la entrega total de la persona humana como respuesta filial a su amor infinito. Revela la fuerza de atracción de Cristo, Verbo encarnado, que penetra toda la existencia para ennoblecerla en la más elevada participación en el misterio de la vida trinitaria; al mismo tiempo, es signo del poder transformador del Espíritu Santo, que derrama en todas las almas los dones del Amor eterno, obra en ellas todas las maravillas de la acción redentora, e impulsa hacia la más alta cima la respuesta humana de fe y obediencia en el amor filial.

4. Por estas mismas razones, la vida consagrada es signo y testimonio del auténtico destino del mundo, que va mucho más allá de todas las perspectivas inmediatas y visibles, incluso legítimas y debidas, para los fieles llamados a un compromiso de carácter secular: según el Concilio, «los religiosos, en virtud de su estado, proporcionan un preclaro e inestimable testimonio de que el mundo no puede ser transformado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas» (Lumen gentium LG 31).

El estado religioso tiende a poner en práctica y ayuda a descubrir y amar las bienaventuranzas evangélicas, mostrando la felicidad profunda que se obtiene mediante renuncias y sacrificios. Se trata de un testimonio preclaro, como dice el Concilio, porque refleja algo de la luz divina que encierra la palabra, la llamada, los consejos de Jesús. Además, se trata de un testimonio inestimable, porque los consejos evangélicos, como el celibato voluntario o la pobreza evangélica, constituyen un estilo particular de vida, que tiene un valor incalculable para la Iglesia y una eficacia inigualable para todos los que en el mundo, más o menos directa o conscientemente, buscan el reino de Dios. Y, por último se trata de un testimonio vinculado al estado religioso como tal: por eso, es normal verlo resplandecer en nobles figuras de religiosos que con una entrega plena de su ser y de su vida responden con fidelidad a su vocación.

5. La vida consagrada es también un reclamo al valor de los bienes celestiales que el cristianismo enseña a considerar ya presentes en la perspectiva del misterio de Cristo, Hijo de Dios que bajó del cielo a la tierra y ascendió al cielo como primicia -nuevo Adán- de la nueva humanidad llamada a participar en la gloria divina. Es la doctrina que expone el Concilio en un pasaje bellísimo: «Y como el pueblo de Dios no tiene aquí ciudad permanente, sino que busca la futura, el estado religioso, por librar mejor a sus seguidores de las preocupaciones terrenas, cumple también mejor, sea la función de manifestar ante todos los fieles que los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, sea la de testimoniar la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo, sea la de prefigurar la futura resurrección y la gloria del reino celestial» (Lumen gentium LG 44).

Los consejos evangélicos tienen, por consiguiente, un significado escatológico y, en particular, el celibato consagrado anuncia la vida del más allá y la unión con Cristo Esposo; la pobreza proporciona un tesoro en el cielo; el compromiso de la obediencia abre el camino a la posesión de la perfecta libertad de los hijos de Dios en la conformidad con la voluntad del Padre celestial.

Así pues, los consagrados son signos y testigos de una anticipación de vida celestial en la vida terrena, que no puede hallar en sí misma su perfección, sino que debe orientarse cada vez más a la vida eterna: un futuro ya presente, en germen, en la gracia generadora de esperanza.

6. Por todas estas razones, la Iglesia quiere que la vida consagrada florezca siempre, para revelar mejor la presencia de Cristo en su Cuerpo místico, donde hoy vive renovando en sus seguidores los misterios que nos revela el Evangelio. En particular, resulta importante para el mundo actual el testimonio de la castidad consagrada: testimonio de un amor a Cristo más grande que cualquier otro amor, de una gracia que supera las fuerzas de la naturaleza humana, de un espíritu elevado que no se deja atrapar en los engaños y ambigüedades que encierran a menudo las reivindicaciones de la sensualidad.

Así mismo, hoy, como ayer, sigue siendo importante el testimonio de la pobreza, que los religiosos presentan como secreto y garantía de una riqueza espiritual mayor, y el de la obediencia, profesada y practicada como fuente de la verdadera libertad.

7. También en la vida consagrada, la caridad es el culmen de todas las demás virtudes. En primer lugar, la caridad con respecto a Dios: con ella la vida consagrada se convierte en signo del mundo «ofrecido a Dios» (Lumen gentium LG 31). En su ofrenda completa, que incluye asociarse de forma consciente y amorosa al sacrificio redentor de Cristo, los religiosos abren al mundo el camino de la verdadera felicidad, la que proporcionan las bienaventuranzas evangélicas.

10 En segundo lugar, la caridad con respecto al prójimo, manifestada en el amor mutuo entre los que viven en comunidad, en la práctica de la acogida y la hospitalidad, en la ayuda a los pobres y a todos los infelices, y en la entrega al apostolado. Este es un testimonio de importancia esencial, para dar a la Iglesia un auténtico rostro evangélico. Los consagrados están llamados a testimoniar y difundir «el mensaje [...] oído desde el principio: que nos amemos unos a otros» (1Jn 3,11), convirtiéndose así en pioneros de la tan anhelada civilización del amor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo dar ahora la bienvenida a los visitantes de lengua española, saludando con afecto a las Religiosas de María Inmaculada, a los feligreses de Valdastillas, diócesis de Plasencia (España), así como a los peregrinos argentinos de Rosario y al grupo de estudiantes de la Universidad Católica de Chile.

Al alentar a las Religiosas, para que su vida sea siempre testimonio de consagración a Dios y de entrega a los hermanos a quienes sirven en los diversos apostolados, imparto a todos los presentes mi bendición.




Miércoles 15 de febrero de 1995

Los religiosos sacerdotes

1. Entre el sacerdocio y la vida religiosa hay grandes afinidades. De hecho, a lo largo de los siglos, se observa un aumento del número de religiosos sacerdotes. En la mayor parte de los casos se trata de hombres que, tras haber ingresado en un instituto religioso, han recibido la ordenación sacerdotal. Son menos frecuentes, aunque siempre notables, los casos de sacerdotes incardinados en una diócesis, que se incorporan posteriormente a un instituto religioso. En ambos casos, ese hecho muestra que, a menudo, en la vida consagrada masculina la vocación a un instituto religioso va unida al ministerio sacerdotal.

2. Podemos preguntarnos cuál es la aportación de la vida religiosa al ministerio sacerdotal y por qué, en el plan de Dios, tantos hombres están llamados a este ministerio en el marco de la vida religiosa. Podemos responder que, aunque la ordenación sacerdotal conlleva una consagración de la persona, el acceso a la vida religiosa predispone al sujeto para aceptar mejor la gracia del orden sagrado y para vivir con más plenitud sus exigencias. La gracia de los consejos evangélicos y de la vida común ayuda en gran medida a adquirir la santidad que exige el sacerdocio por razón del oficio sobre el cuerpo de Cristo, tanto eucarístico como místico.

Además, la tendencia hacia la perfección, que especifica y caracteriza la vida religiosa, estimula el esfuerzo ascético para progresar en las virtudes, para desarrollar la fe, la esperanza y sobre todo la caridad, y para vivir una vida de acuerdo con el ideal del Evangelio. Los institutos suelen impartir una formación en este sentido, para que los religiosos, ya desde su juventud, puedan orientarse más decididamente por un camino de santidad y adquirir sólidas convicciones y hábitos de vida evangélicamente austeros. En esas condiciones de espíritu, pueden beneficiarse mejor de las gracias que van unidas a la ordenación sacerdotal.

3. Sin embargo, los votos religiosos, más que unas obligaciones asumidas en función del orden y del ministerio, tienen valor en sí mismos como respuestas de amor para corresponder con la propia entrega al don de Aquel que con amor infinito «se entregó voluntariamente» por nosotros (cf. Is 53,12 He 9,28). Por eso, el compromiso del celibato no es sólo una exigencia para el diaconado o el sacerdocio, sino también la adhesión a un ideal que requiere la entrega total de uno mismo a Cristo.

11 Además, con este compromiso, anterior a la ordenación, los religiosos pueden ayudar a los sacerdotes diocesanos a comprender mejor y a apreciar más el valor del celibato. Es de desear que, lejos de poner en duda el fundamento de esa opción, animen a los sacerdotes diocesanos a la fidelidad en este campo. Se trata de una hermosa y santa función eclesial, que desempeñan los institutos religiosos, más allá de sus confines, en favor de toda la comunidad cristiana.

Los sacerdotes que pertenecen a un instituto religioso pueden vivir de forma más radical la pobreza evangélica, pues la vida comunitaria les ayuda a renunciar a sus bienes personales, mientras, por lo general, el sacerdote diocesano debe proveer personalmente a su propio sustento. Por consiguiente, es de desear y de esperar que los sacerdotes religiosos den un testimonio cada vez más visible de pobreza evangélica, que, además de sostenerlos en su camino hacia la perfección de la caridad, sirva de estímulo a los sacerdotes diocesanos para buscar los modos prácticos de vivir una vida más pobre, especialmente poniendo en común ciertos recursos.

Por último, el voto de obediencia de los religiosos está destinado a ejercer un influjo benéfico sobre su actitud en el ministerio sacerdotal, estimulándolos a la sumisión con respecto a los superiores de la comunidad que les ayuda, a la comunión del espíritu de fe con los que representan para ellos la voluntad divina, y al respeto a la autoridad de los obispos y del Papa al desempeñar el sagrado ministerio. Así pues, es de desear y de esperar, de parte de los sacerdotes religiosos, no sólo una obediencia formal a la jerarquía de la Iglesia, sino también un espíritu de leal, amistosa y generosa cooperación con ella. Con su formación en la obediencia evangélica, pueden superar más fácilmente las tentaciones de rebelión, de crítica sistemática y de desconfianza, así como reconocer en los pastores la expresión de una autoridad divina. También ésta es una valiosa ayuda que, como dice el decreto Christus Dominus del concilio Vaticano II, los religiosos sacerdotes pueden y deben prestar hoy - y mucho más en el futuro -, a los sagrados pastores de la Iglesia, como lo han hecho en el pasado, pues «es muy grande la necesidad de las almas (...) y cada día van aumentando más las necesidades del apostolado» (
CD 34).

4. Además, los sacerdotes religiosos pueden manifestar, con su vida comunitaria, la caridad que debe animar a todos los sacerdotes. Según la intención que expresó Cristo en la última cena, el mandamiento del amor mutuo está vinculado a la consagración sacerdotal. En las relaciones de comunión que se establecen en función de la perfección de la caridad, los religiosos pueden testimoniar el amor fraterno que une a los que ejercen, en nombre de Cristo, el ministerio sacerdotal. Es evidente que este amor fraterno debe caracterizar también sus relaciones con los sacerdotes diocesanos y con los miembros de otros institutos. Esta es la fuente de donde puede brotar la «ordenada cooperación» que recomienda el Concilio (cf. Christus Dominus CD 35,5).

5. También de acuerdo con el Concilio, los religiosos están más profundamente comprometidos al servicio de la Iglesia, en virtud de su consagración, que se concreta en la profesión de los consejos evangélicos (cf. Lumen gentium LG 44). Este servicio consiste sobre todo en la oración, en las obras de penitencia y en el ejemplo de su vida, pero también en la participación «en las obras externas de apostolado, teniendo en cuenta el carácter de cada instituto» (Christus Dominus CD 33). Así pues, por esta participación en la cura de almas y en las obras de apostolado bajo la autoridad de los sagrados pastores, los sacerdotes religiosos «pertenecen de manera especial al clero de la diócesis» (Christus Dominus CD 34), y, por consiguiente, «deben ejercer su misión como colaboradores (...) de los obispos» (Christus Dominus CD 35,1), pero conservando «el espíritu de su instituto» y permaneciendo fieles a la observancia de su regla (Christus Dominus CD 35,2).

Es de desear que, mediante la cooperación de los sacerdotes religiosos se acreciente en las diócesis y en toda la Iglesia la unidad y la concordia que Jesús pidió para quienes aceptan ser, como él, «santificados en la verdad» (Jn 17,17), y así resplandezca ante el mundo la imagen de la caridad de la Iglesia.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Deseo dar ahora la bienvenida a los visitantes de lengua española.

De modo particular, saludo a los estudiantes argentinos de la Escuela “Dante Alighieri” de Villa María.

Al agradecer a todos vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición.



12

Miércoles 22 de febrero de 1995

La vida consagrada de los hermanos no sacerdotes

1. En los institutos religiosos que cuentan principalmente con sacerdotes no faltan los hermanos, que también son miembros con pleno derecho, aunque no reciban las órdenes sagradas. Para expresar su condición se usa a veces el nombre de coadjutores, u otros términos equivalentes. En las antiguas órdenes mendicantes se llamaban generalmente hermanos legos. En esta expresión, el término hermanos significa religiosos, y la precisión legos quiere decir no ordenados sacerdotes. Además, si consideramos que en algunas órdenes antiguas a esos religiosos se les llamaba frailes conversos, se percibe fácilmente una alusión a la historia de su vocación, en la mayoría de los casos, es decir, una referencia a la conversión que, al comienzo, los había impulsado a elegir la entrega total de sí a Dios al servicio de los hermanos sacerdotes, después de muchos años de vida pasados en las diversas profesiones del mundo: administrativas, civiles, militares, mercantiles, etc.

De todas formas, siguen siendo decisivas las palabras del concilio Vaticano II, según las cuales «la vida religiosa laical [...] constituye un estado en sí mismo completo de profesión de los consejos evangélicos» (Perfectae caritatis PC 10). La consagración propia del estado religioso no requiere el compromiso del ministerio sacerdotal y, por ello, aún sin la ordenación sacerdotal, un religioso puede vivir plenamente su consagración.

2. El desarrollo histórico de la vida consagrada en la Iglesia pone de manifiesto un hecho significativo: los miembros de las primeras comunidades religiosas eran llamados indistintamente hermanos y la mayoría no recibía la ordenación sacerdotal, porque no tenía vocación al ministerio. Un sacerdote podía entrar en las comunidades, pero no podía exigir privilegios por haber recibido el orden sagrado. Cuando hacían falta sacerdotes, alguno de los hermanos era ordenado para el servicio sacramental de la comunidad. En el transcurso de los siglos, la proporción de religiosos sacerdotes o diáconos con respecto a los no sacerdotes ha ido aumentando. Poco a poco se ha establecido una división entre miembros clérigos y hermanos legos o conversos. En san Francisco de Asís, que personalmente no sentía vocación al ministerio sacerdotal, aunque aceptó luego ser ordenado diácono, ardía el ideal de una vida consagrada sin sacerdocio. Francisco puede considerarse ejemplo de la santidad de una vida religiosa laical y, con su testimonio, muestra la perfección que se puede alcanzar en ese estilo de vida.

3. La vida religiosa laical nunca ha dejado de florecer a lo largo de los siglos. Incluso en nuestra época sigue realizándose y se desarrolla en dos direcciones. Por una parte, tenemos un cierto número de hermanos legos admitidos en varios institutos clericales.El concilio Vaticano hace una recomendación al respecto: «Para que el lazo de fraternidad sea más íntimo entre los hermanos, los llamados conversos, coadjutores o con otro nombre, han de unirse estrechamente a la vida y a las actividades de la comunidad» (Perfectae caritatis PC 15).

Existen también institutos laicales que, reconocidos como tales por la autoridad de la Iglesia, en virtud de su naturaleza, índole y fin, tienen una función propia, determinada por el fundador o por tradición legítima, y no incluye el ejercicio del orden sagrado (cf. Código de derecho canónico, c. 588, § 3). Estos institutos de hermanos, como suelen llamarse, desempeñan una función propia, que tiene en sí misma su valor y reviste una utilidad especifica en la vida de la Iglesia.

4. El concilio Vaticano II piensa, en particular, en estos institutos cuando manifiesta su aprecio por el estado de vida religiosa laical: «Resulta muy útil a la función pastoral de la Iglesia en la educación de la juventud, en el cuidado de los enfermos y en la realización de otros servicios. Por eso, el sagrado Concilio, apreciándola mucho, confirma a sus miembros en su vocación y les exhorta a adaptar su vida a las exigencias actuales» (Perfectae caritatis PC 10). La historia reciente de la Iglesia reafirma el papel tan importante que desempeñan los religiosos de esos institutos, sobre todo en los centros dedicados a la enseñanza y a las obras de caridad. Se puede decir que en muchos lugares son ellos quienes han impartido a los jóvenes una educación cristiana, fundando escuelas de todo tipo y grado. Y son también ellos quienes han creado o dirigido institutos para el cuidado de enfermos y disminuidos físicos y psíquicos, proporcionándoles incluso los edificios y las instalaciones necesarias. Por eso, es de admirar y alabar su testimonio de fe cristiana, de entrega y de sacrificio, al tiempo que es de desear que la ayuda de los bienhechores, como ha sucedido a lo largo de la mejor tradición cristiana, y las subvenciones establecidas en la legislación social moderna les permitan socorrer cada vez mejor a los pobres.

La gran estima que afirma el Concilio muestra que la autoridad de la Iglesia aprecia mucho el don que han ofrecido los hermanos a la sociedad cristiana en el transcurso de los siglos, y la cooperación que han prestado a la evangelización y a la atención pastoral y social de los pueblos. Hoy, más que nunca, se puede y se debe reconocer su papel histórico y su función eclesial de testigos y ministros del reino de Cristo.

5. El Concilio establece que los institutos de hermanos puedan beneficiarse del ministerio pastoral necesario para el desarrollo de su vida religiosa. Éste es el sentido de la declaración con que resolvió un problema muchas veces discutido dentro y fuera de esos beneméritos institutos, es decir, que «nada se opone a que en los institutos de hermanos, permaneciendo inmutable su carácter laical, por decisión del capítulo general, algunos de sus miembros reciban las sagradas órdenes para atender las necesidades del ministerio sacerdotal en sus propias casas» (Perfectae caritatis PC 10). Es una oportunidad que conviene valorar, teniendo presentes las necesidades de los tiempos y lugares, pero en armonía con la más antigua tradición de los institutos monásticos, que así puede volver a florecer. El Concilio reconoce esta posibilidad y declara que no hay ningún impedimento para su realización, pero deja que decida al respecto la asamblea suprema de gobierno de esos institutos -el capítulo general-, sin dar un impulso explícito, precisamente porque tiene interés en que sigan existiendo institutos de hermanos, en la línea de su vocación y misión.

6. No puedo concluir este tema sin subrayar la rica espiritualidad que encierra el término hermanos. Estos religiosos están llamados a ser hermanos de Cristo, profundamente unidos a él, «primogénito entre muchos hermanos» (Rm 8,29); hermanos entre sí, por el amor mutuo y la cooperación al servicio del bien de la Iglesia; hermanos de todo hombre, por el testimonio de la caridad de Cristo hacia todos, especialmente hacia los más pequeños y necesitados; hermanos para hacer que reine mayor fraternidad en la Iglesia.

13 Por desgracia, en los tiempos recientes, se registra en algunos países una disminución del número de las vocaciones a la vida religiosa laical, tanto en los institutos clericales como en los laicales. Es necesario realizar un nuevo esfuerzo para lograr que vuelvan a florecer esas importantes y nobles vocaciones: un nuevo esfuerzo de promoción vocacional, con un nuevo compromiso de oración. La posibilidad de una vida consagrada laical debe exponerse como camino de auténtica perfección religiosa tanto en los antiguos institutos masculinos como en los nuevos.

Al mismo tiempo, es de suma importancia que en los institutos clericales, de los que forman parte también hermanos legos, éstos desempeñen un papel adecuado, de forma que cooperen activamente en la vida y en el apostolado del instituto. Además, conviene estimular a los institutos laicales a perseverar en el camino de su vocación, adaptándose al desarrollo de la sociedad, pero conservando siempre y profundizando el espíritu de entrega total a Cristo y a la Iglesia, que se manifiesta en su carisma específico. Pido al Señor que un número cada vez mayor de hermanos enriquezca la santidad y la misión de la Iglesia.

Saludos

Queridos hermanos y hermanas:

Saludo ahora a todos los peregrinos de lengua española, presentes en esta Audiencia.

En particular, al grupo Iberoamericano de señoras de las Naciones Unidas, a quienes aliento en su acción en favor de las mujeres y los niños de América Latina.

También saludo a los peregrinos de Granada (España) y a los de Argentina.

A todos imparto de corazón mi bendición apostólica.



Marzo de 1995

Miércoles 1 de marzo de 1995

Sentido de la Cuaresma

(Lectura:
14 capítulo primero del evangelio de san Marcos, versículos 14-15) Mc 1,14-15

1. "¡Reconciliaos con Dios!" (2Co 5,20). Hoy, miércoles de ceniza, empieza el tiempo de la Cuaresma, tiempo de oración y de penitencia, que nos acompañará durante cuarenta días hasta la celebración del Triduo pascual. Entremos, amadísimos hermanos y hermanas, en el clima de oración, de reflexión y de ayuno característico de este día penitencial, como nos invita a hacer la liturgia de hoy.

¡Reconciliaos con Dios! Una de las llamadas más apremiantes que este día se dirigen indistintamente a todos los fieles es, precisamente, la invitación a la conversión y a la reconciliación. Las dos fórmulas litúrgicas que acompañan el rito de la imposición de la ceniza expresan precisamente este contenido, aunque con palabras diversas. La primera fórmula litúrgica es: "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás". Esta expresión remite al relato del primer pecado de la humanidad, el pecado original (cf. Gn 3,19). De este modo, se invita al hombre a que reconozca su realidad de criatura mortal y su condición de pecador, para confiar en la misericordia de Dios y, mediante el perdón divino, recuperar o intensificar el estado de gracia, es decir, la comunión con la vida misma de Dios.

La segunda fórmula litúrgica del rito de la ceniza se refiere a los comienzos de la predicación de Jesús: "Convertíos y creed en el Evangelio" (cf. Mc 1,15). Se trata de una invitación apremiante a la penitencia evangélica, o sea, a abandonar las falsas seguridades del mundo, a renunciar a las opciones egoístas, y a liberarse de la tiranía del mal y de un excesivo amor a sí mismo, para aceptar la buena nueva, la salvación que Dios ofrece a todo hombre en Cristo Jesús.

2. La actitud de penitencia y de conversión debe traducirse en gestos concretos de renovación espiritual y de caridad hacia los hermanos. Esto es lo que destaca una significativa exhortación del Concilio Vaticano II: "La penitencia del tiempo cuaresmal no debe ser sólo interna e individual, sino también externa y social. Foméntese y recomiéndese la práctica penitencial de acuerdo con nuestro tiempo y con las posibilidades de las diferentes regiones, así como con las situaciones de los fieles" (Sacrosanctum concilium SC 110).

Un signo característico de penitencia del miércoles de ceniza es la tradicional práctica de la abstinencia y del ayuno. Abstenerse de comer o, incluso, aceptar una disciplina restrictiva responde a diversas necesidades de la existencia humana y, en consecuencia, adquiere un significado que influye tanto en la vida física como en la experiencia espiritual del hombre. Ante todo, está en juego la protección de la salud física. En efecto, una alimentación sana implica la renuncia periódica a ciertos tipos de alimentos, además de oportunas pausas entre una comida y otra. Esto sirve también para restablecer el autocontrol necesario frente al impulso de la gula. No hay que subestimar tampoco la posibilidad que ofrece esa disciplina de practicar la solidaridad con cuantos pasan necesidad. Asimismo la abstinencia y el ayuno recuerdan los limites de todo alimento natural e indican la necesidad de buscar un alimento espiritual, según las palabras de la Escritura: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios" (Mt 4,4).

3. Así pues, el ayuno exterior ha de ir acompañado por la escucha de la palabra de Dios Del compromiso de la oración. En la liturgia de este día se proclama repetidamente la invitación del Señor: "Volved a mí de todo corazón" (Jl 2,12 cf. primera lectura). Esta invitación resonará en todo el tiempo cuaresmal, durante el cual los fieles están llamados a hacer una pausa para meditar y orar, dando cabida a la palabra de Dios en su existencia que, con mucha frecuencia, es frenética o se llena sólo de realidades limitadas o pasajeras. Es necesario prestar cada vez mayor atención a la sagrada Escritura, también a través de las múltiples ocasiones que ofrece el tiempo cuaresmal mediante la participación en la liturgia dominical y diaria, los encuentros comunitarios o la meditación personal.

Si en cada período del año la oración constituye el centro de la existencia cristiana y la expresión más auténtica de la vida de fe, ello vale con mayor razón durante la Cuaresma. En este período la oración deberá adquirir una típica acentuación penitencial. Se expresará especialmente en la petición del perdón divino por los pecados personales y comunitarios, por la perduración de las situaciones de injusticia y de violencia en el mundo, así como por los conflictos y las guerras que aún hoy amenazan a poblaciones enteras. La oración cuaresmal es la fuerza más poderosa para vencer el mal latente en el corazón de los hombres, porque se funda en el mismo poder redentor de Dios, revelado y comunicado a los hombres en la cruz de Cristo.

4. Por último un elemento característico del miércoles de ceniza y del tiempo cuaresmal es el ejercicio de las obras de caridad. En el mensaje que he enviado con ocasión de la Cuaresma de este año he indicado la plaga del analfabetismo como campo privilegiado para el ejercicio de las obras de caridad. Se trata de un ámbito muy urgente en nuestro tiempo, pues, junto con la pobreza material, sigue manifestándose la pobreza cultural, que condena al hombre a la ignorancia de sus mismos derechos y deberes (cf. n. 1).

La Cuaresma de este año tiene, además, una característica del todo especial y propone a los creyentes el compromiso de vivir estos cuarenta días con singular intensidad. En efecto, se encuentra en la primera fase de preparación para el gran jubileo del año 2000. El período de oración y de penitencia que nos llevará a la próxima Pascua forma parte del itinerario plurianual de preparación para el gran encuentro con el amor misericordioso de Dios, que nos espera al comienzo del tercer milenio cristiano. María que siguió a su Hijo como discípula fiel hasta el pie de la cruz, nos acompañe y nos sostenga con su intercesión maternal en nuestro camino penitencial, en unión con los fieles de la entera comunidad eclesial, difundida en todos los rincones de la tierra.

Saludos

15 Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo con afecto a todos los peregrinos procedentes de América Latina y de España.

En especial a los componentes de la Corporación Bíblica de Puente Genil (Córdoba), así como a los alumnos de diversos Colegios de Madrid, Toledo y Cartagena, y del Instituto “Menéndez Tolosa” de la Línea de la Concepción.

A todos imparto de corazón la bendición apostólica.




Miércoles 15 de marzo de 1995

La vida consagrada femenina

1. La vida consagrada femenina ocupa un lugar muy importante en la Iglesia. Basta pensar en la profunda influencia de la vida contemplativa y de la oración de las religiosas, en el trabajo que realizan en el campo escolar y hospitalario, en la colaboración que prestan a la vida de las parroquias en numerosos lugares, en los importantes servicios que aseguran a nivel diocesano o interdiocesano, y en las tareas cualificadas que desempeñan cada vez más en el ámbito de la Santa Sede.

Recordemos, además, que en algunas naciones el anuncio evangélico, la actividad catequística y la misma administración del bautismo se confían en buena parte a las religiosas, que tienen un contacto directo con la gente en las escuelas y con las familias. No hay que olvidar tampoco a las otras mujeres que, según diversas formas de consagración individual y de comunión eclesial, viven en la oblación a Cristo y al servicio de su reino en la Iglesia, como sucede hoy con el orden de las vírgenes, en el que se entra mediante la consagración especial a Dios en manos del obispo diocesano (cf. Código de derecho canónico, c. 604).

2. Bendita sea esta variada multitud de siervas del Señor que prolongan y renuevan, a lo largo de los siglos, la hermosísima experiencia de las mujeres que seguían a Cristo y lo servían junto con sus discípulos (cf. Lc 8,1-3).

Ellas, al igual que los Apóstoles, habían experimentado la fuerza conquistadora de la palabra y de la caridad del Maestro divino, y se habían puesto a ayudarlo y a servirlo como podían durante sus itinerarios de misión. El evangelio nos revela el agrado de Jesús, que no podía menos de apreciar esas manifestaciones de generosidad y delicadeza, características de la psicología femenina, pero inspiradas en la fe en su persona, que no tenía una explicación simplemente humana. Es significativo el ejemplo de María Magdalena, discípula fiel y ministra de Cristo durante su vida, y después testigo y ?casi se puede decir? primera mensajera de su resurrección (Cf. Jn 20,17-18).

3. No se puede excluir que en ese movimiento de adhesión sincera y fiel se reflejara, de forma sublimada, el sentimiento de entrega total que lleva a la mujer al matrimonio y, más aún, en el nivel del amor sobrenatural, a la consagración virginal a Cristo, como he escrito en la Mulieris dignitatem (cf. n. 20).


Audiencias 1995 8