Discursos 1996 53

53 En este sentido se hace necesario potenciar el respeto a la verdad, el decidido empeño por la justicia y la solidaridad, la honestidad, la capacidad de diálogo y la participación a todos los niveles. Como recuerda reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, se trata de ir promoviendo y logrando aquellas condiciones de vida que permitan a los individuos y a las familias, así como a los grupos intermedios y asociativos, su plena realización y la consecución de sus legítimas aspiraciones.

6. Un País llamado a tomar parte cada vez más activa en el concierto de las naciones ha de fomentar de modo permanente una mayor y más adecuada capacitación de sus gentes. A este respecto, es de esperar que la reforma educativa, ya en vigor, alcance sus objetivos, haciendo posible que la formación integral de la persona sea patrimonio de todos y prepare a las nuevas generaciones, a fin de que asuman plenamente sus responsabilidades como ciudadanos tomando parte activa en la marcha de la Nación.

7. Señor Embajador, soy muy consciente de los momentos cruciales que vive el Paraguay en tantos aspectos. Acompaño con mucha confianza este complejo proceso recordando que una democracia se mantiene o cae según sea la defensa de los valores que encarna y promueve. Asimismo, quiero asegurarle la colaboración respetuosa y leal entre la Iglesia local y el Estado, deseosa ella de servir a las grandes causas del hombre como ciudadano e hijo de Dios.

Antes de concluir este acto, deseo formularle, Señor Embajador, mis mejores votos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos perdurables. Le ruego se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente y las demás Autoridades de la República, mientras invoco abundantes bendiciones del Altísimo sobre Usted, su distinguida familia y sus colaboradores, así corno sobre todos los hijos de la noble Nación paraguaya, con la constante y maternal intercesión de la Pura y Limpia Concepción de Caacupé.





                                                                                  Agosto de 1996




AL FINAL DEL CONCIERTO OFRECIDO POR


LA «REAL BANDA DE GAITAS» DE LA DIPUTACIÓN DE OURENSE


Domingo 18 de agosto de 1996



1. Deseo agradecer cordialmente a los jóvenes componentes de la « Real Banda de Gaitas » de la Deputación de Ourense y a su Director, el Señor Xosé Lois Foxo, el concierto que han querido ofrecerme, trayendo hasta Castelgandolfo el sonido de las gaitas, así como la partitura de la «Muiñeira » que, como expresión de afecto, me han dedicado. Correspondo reconocido formulando mis mejores votos para que este conjunto musical continúe progresando no sólo en el aspecto artístico sino también siendo una verdadera escuela de convivencia y solidaridad, haciendo que sus actividades musicales sean una oportunidad privilegiada para favorecer el diálogo y la amistad entre las personas y los pueblos.

2. Habéis venido desde Galicia, la tierra del Finisterre, que se honra de conservar el sepulcro del Apóstol Santiago. Allí acuden tantos peregrinos recorriendo el camino en búsqueda de Dios. A lo largo de la historia estas peregrinaciones favorecieron la comprensión mutua de los pueblos de Europa y la difusión de la fe. Hoy conservan su vigencia contribuyendo también a mantener vivo aquel patrimonio de valores cristianos y humanos que hicieron grande a Europa, tales como son la promoción de la dignidad de la persona, la justicia, la laboriosidad, el amor a la familia, el deseo de cooperación y de paz.

3.Queridos jóvenes, al agradecer vuestra presencia aquí, os aliento a proseguir en vuestro camino con renovada ilusión haciendo producir los talentos que Dios os ha dado. para ello, que os acompañe la bendición apostólica que, invocando la protección del apóstol Santiago, os imparto con afecto.
Septiembre de 1996

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE MIEMBROS DE LA UNIÓN EUROPEA OCCIDENTAL

Martes 17 de septiembre de 1996


54 Señoras y señores:

Me complace daros la bienvenida hoy aquí. Os agradezco vuestro deseo de encontraros con el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro en esta Sede apostólica, que ha desempeñado un papel tan vital y esencial en la historia de Europa y en la formación de la civilización europea. Es comprensible que la Santa Sede siga con gran atención todo lo que se relaciona con el bienestar de este continente y de sus pueblos.

Aunque es verdad que en el siglo XX Europa no ha dado siempre un ejemplo luminoso de justicia, paz y solidaridad, debemos alegrarnos de que exista una nueva y clara conciencia de la necesidad de realizar cambios en la sociedad europea que garanticen un futuro de seguridad, cooperación y paz. Deseo daros las gracias también porque estáis totalmente comprometidos en la construcción de ese futuro mejor para este continente.

La seguridad no puede consistir en una paz armada de modo permanente y siempre en evolución. Debe ser el resultado de un estilo determinado de vivir juntos en sociedad. Si se quiere que la paz sea verdaderamente una realidad para la comunidad de las naciones europeas, hace falta una solidaridad genuina, una solidaridad que no es un sentimiento superficial por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos» (carta encíclica Sollicitudo rei socialis
SRS 38). Esta solidaridad debe estar abierta a todos, porque no podemos vivir con seguridad o con tranquilidad cuando nuestros hermanos o hermanas están acosados por el miedo y la angustia.

Evidentemente, esta tarea es muy amplia. Los líderes de los países y aquellos que influyen en la vida pública, ¿afrontarán verdaderamente las condiciones que perturban el equilibrio de la sociedad? ¿Se verá dominada Europa por una visión que permita sólo el triunfo del más fuerte, mientras se ignoran las necesidades de los débiles y los indefensos? La Iglesia nunca deja de proclamar que todo ser humano posee una dignidad y unos derechos inalienables independientemente y antes de cualquier concesión del Estado o de la ley. Si Europa ha de construirse en la justicia y la paz, su cultura, su legislación y su estilo de vida no pueden menos de reconocer y defender la dimensión trascendente de la persona humana. Sólo mediante el reconocimiento de este aspecto fundamental de la naturaleza humana la sociedad puede perseverar en la defensa de los derechos y las responsabilidades que derivan indiscutiblemente de la dignidad humana. De lo contrario, todo dependería del arbitrio de algunos en detrimento de otros, y Europa correría el riesgo de repetir los errores del pasado.

Mientras el siglo actual llega a su fin, los cristianos están preparándose para celebrar el segundo milenio del nacimiento de Jesucristo. Estamos llamados a seguir el camino de la conversión y el perdón, del respeto y el amor. Este camino, en el umbral del tercer milenio, permitirá a las próximas generaciones aprender los principios que rigen una sociedad verdaderamente digna de la persona humana. Pido para que pongáis siempre vuestras cualidades profesionales al servicio de este objetivo. Que Dios todopoderoso os bendiga a vosotros y vuestra obra en favor de Europa y de toda la familia humana.
                                                                                Noviembre de 1996   



A UN GRUPO DE MIEMBROS DE VARIAS ORGANIZACIONES


NO GUBERNAMENTALES CON OCASIÓN DE LA CUMBRE


MUNDIAL SOBRE LA ALIMENTACIÓN



Martes 12 de noviembre de 1996



Queridos amigos:

1. Me da mucho gusto recibir a este grupo de representantes de organizaciones no gubernamentales y otras instituciones, que promueven y defienden la dignidad de la persona humana en el foro internacional. Habéis deseado tener este encuentro, precisamente porque reconocéis una convergencia sustancial entre las enseñanzas de la Iglesia católica y las políticas y objetivos de vuestras organizaciones sobre muchas cuestiones cruciales para el futuro de la familia humana.

2. Estáis reunidos en Roma simultáneamente con la cumbre de la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación (FAO), que está afrontando las necesidades alimentarias del mundo, especialmente de los pobres del mundo. En el plan del Creador, el destino universal de los bienes de la tierra implica que todas las personas tienen el derecho elemental a una alimentación adecuada. El problema del hambre y la desnutrición es verdaderamente una ofensa a la imagen del Creador en todo ser humano. Esto sucede especialmente cuando el hambre es la consecuencia del mal uso de los recursos o del excesivo egoísmo en el ámbito de grupos políticos y económicos opuestos, o cuando es el resultado de la aplicación rígida del principio del lucro en detrimento de la solidaridad y la cooperación en favor de todos los miembros de la familia humana. Los creyentes deben sentirse llamados en conciencia a trabajar para reducir las diferencias entre el Norte y el Sur, y construir relaciones justas y honradas en todos los niveles —social, económico, cultural y ético— de la vida humana en esta tierra (cf. Mensaje para la Jornada mundial de la paz, 1 de enero de 1986). Los cristianos deben sentirse alentados y comprender la urgencia de estas palabras de Cristo: "Tuve hambre, y me disteis de comer" (Mt 25,35).

3. Muchos de vosotros procuráis afrontar otra realidad indigna y más terrible aún, es decir, las amenazas contra la vida y la eliminación sistemática de vidas inocentes, en particular de los hijos por nacer. Mientras nos acercamos al final de un siglo sin parangón por lo que respecta a la destrucción de vidas humanas, muy a menudo en nombre de ideologías totalitarias, ¿debemos llegar a la conclusión de que también la democracia promueve ataques sin precedentes contra la vida humana? Por una parte, el progreso de las libertades democráticas ha llevado a una nueva afirmación de los derechos humanos, codificados en importantes declaraciones y acuerdos internacionales; por otra, cuando la libertad se aleja de lo principios morales que gobiernan la justicia y muestran lo que es el bien común, se mina la democracia, que se convierte en un instrumento con el cual el fuerte impone su voluntad al débil, como desgraciadamente vemos que sucede cada vez con mayor frecuencia a nuestro alrededor.

55 4. Como sabéis, no basta deplorar esta situación. Queda mucho por hacer para educar las conciencias y la opinión pública con respecto a lo que, por razones de brevedad pero con sólida justificación, se ha definido "cultura de la muerte". Os invito a renovar vuestros esfuerzos por promover "la cultura de la vida" y buscar una visión moral más elevada, que os permita cooperar de modo cada vez más estrecho en la defensa del carácter sagrado de toda vida humana. Aprovechad vuestras energías, vuestros talentos y vuestra experiencia para este inmenso esfuerzo vital en favor de la humanidad.

Que Dios os conceda la fuerza y la intrepidez para hablar en el ámbito internacional por los que no tienen voz y para defender a los indefensos; y que derrame sus abundantes bendiciones sobre vosotros y vuestras familias.








DURANTE LA SESIÓN INAUGURAL


DE LA CUMBRE MUNDIAL SOBRE ALIMENTACIÓN


Miércoles 13 de noviembre de 1996



Señor director general;
señor secretario general de la Organización de las Naciones Unidas;
excelencias;
señoras y señores:

1. Con particular gratitud respondo a vuestra amable invitación a dirigirme a las delegaciones de los ciento noventa y cuatro países que participan en la cumbre mundial sobre la alimentación. Os agradezco vuestra cordial acogida. Compartiendo vuestras preocupaciones, quiero reconocer y alentar vuestros esfuerzos por ayudar a niños, mujeres, ancianos y familias que sufren hambre o no parecen alimentarse convenientemente. Para responder de manera adecuada a las dramáticas situaciones que se producen en numerosos países, tenéis la responsabilidad de estudiar los problemas técnicos y proponer soluciones razonables.

2. En los análisis que han acompañado los trabajos de preparación de vuestro encuentro, se recuerda que más de ochocientos millones de personas sufren aún de desnutrición y que, a menudo, es difícil encontrar inmediatamente soluciones para mejorar con rapidez situaciones tan dramáticas. Sin embargo, debemos buscarlas juntos, para que ya no convivan personas hambrientas y personas que viven en la opulencia, personas muy pobres y otras muy ricas, personas que carecen de lo necesario y otras que derrochan mucho. La humanidad no soporta estos contrastes entre la pobreza y la riqueza.

Corresponde a las naciones, a sus dirigentes, a sus responsables económicos y a todas las personas de buena voluntad buscar todas las posibilidades de compartir más equitativamente los recursos, que no faltan, y los bienes de consumo; al compartirlos, todos manifiestan su sentido fraterno. Es necesaria también «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos sean verdaderamente responsables de todos» (Sollicitudo rei socialis SRS 38). Con este espíritu, conviene cambiar la mentalidad y las costumbres por lo que concierne a los estilos de vida y a la relación con los recursos y los bienes, así como educar en la atención al prójimo y a sus necesidades legítimas. Es de desear que vuestras reflexiones inspiren también medidas concretas, que constituyan medios de lucha contra la inseguridad alimentaria, de la que son víctimas demasiados hermanos nuestros en la humanidad porque, a nivel mundial, nada cambiará si los responsables de las naciones no toman en cuenta los compromisos escritos en vuestro Plan de acción, para realizar políticas económicas y alimentarias fundadas no sólo en los beneficios, sino también en la participación solidaria.

3. Como habéis constatado, las consideraciones demográficas no podrían, por sí mismas, explicar la deficiente distribución de los recursos alimentarios. Es preciso renunciar al sofisma que consiste en afirmar que «ser numerosos, significa condenarse a ser pobre». Mediante sus intervenciones, el hombre puede modificar las situaciones y responder a sus crecientes necesidades. La educación asegurada a todos, los equipos adaptados a las realidades locales, las políticas agrícolas juiciosas y los circuitos económicos equitativos pueden constituir factores que, a largo plazo, produzcan efectos positivos. Una población numerosa puede ser fuente de desarrollo, puesto que implica intercambios y demandas de bienes. Evidentemente, esto no quiere decir que el crecimiento demográfico pueda ser ilimitado. Toda familia tiene deberes y responsabilidades propias en este campo, y las políticas demográficas de los Estados deben respetar la dignidad de la naturaleza humana, así como los derechos fundamentales de las personas. Pero seria ilusorio creer que una estabilización arbitraria de la población mundial o, incluso, su disminución, podrían resolver directamente el problema del hambre: sin el trabajo de los jóvenes, sin la aportación de la investigación científica y sin la solidaridad entre los pueblos y entre las generaciones, los recursos agrícolas y alimentarios serán probablemente cada vez menos seguros, y los sectores más pobres de la población seguirán estando por debajo del umbral de pobreza y excluidos de los circuitos económicos.

56 4. Conviene reconocer asimismo que si muchas poblaciones están sometidas a condiciones de inseguridad alimentaria eso se debe, con frecuencia, a situaciones políticas que les impiden trabajar y producir normalmente. Pensemos, por ejemplo, en los países devastados por conflictos de todo tipo o que soportan el peso a veces asfixiante de una deuda externa; en los refugiados obligados a abandonar sus tierras y, con demasiada frecuencia, privados de asistencia, y en las poblaciones víctimas de embargos; impuestos sin suficiente discernimiento. Hay situaciones que requieren el uso de medios pacíficos para resolver las controversias o las diferencias que puedan surgir, como sugiere, por otra parte, el Plan de acción de la cumbre mundial sobre la alimentación (cf. n. 14).

5. Sé, ciertamente, que entre vuestros compromisos más importantes a largo plazo figuran las formas de inversión en el sector agrícola y alimentario. Se impone aquí una comparación con las sumas empleadas para armamentos o con los gastos superfluos que realizan habitualmente los países más desarrollados. Es preciso tomar con urgencia algunas medidas para que, tanto a nivel nacional e internacional como en las diferentes comunidades y familias, se pueda disponer de medios importantes para garantizar en la mayoría de los países la seguridad alimentaria, factor de paz, que no consiste sólo en crear importantes reservas alimentarias sino, sobre todo, en dar a cada persona y a cada familia la posibilidad de disponer de alimento suficiente en cualquier momento.

6. Tenéis el propósito de asumir compromisos exigentes en estos campos, especialmente en su dimensión económica y política. Queréis buscar los medios más adecuados para favorecer la producción agrícola local y la protección de los terrenos agrícolas, conservando al mismo tiempo los recursos naturales. Las propuestas contenidas en el Plan de acción pretenden asegurar mediante, iniciativas políticas y disposiciones legislativas, una justa repartición de la propiedad productiva, la promoción de la actividad agrícola asociativa y cooperativa, así como la protección del acceso a los mercados, en favor de las poblaciones campesinas. Habéis formulado, además, sugerencias para la ayuda internacional a los países más pobres y para una definición equitativa de los términos del intercambio y del acceso al crédito. Todo esto sería ciertamente insuficiente, si no fuera acompañado por esfuerzos al servicio de la educación de las personas en la justicia, la solidaridad y el amor a todo hombre, que es un hermano. Los elementos contenidos en vuestros diferentes compromisos podrán transformarse en fuerzas capaces de vivificar las relaciones entre los pueblos, mediante un intercambio constante, «una verdadera "cultura del dar", que debería preparar a todos los países para afrontar las necesidades de los menos favorecidos», como ya dije con ocasión del 50º aniversario de la FAO (Discurso del 23 de octubre de 1995, n. 4: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 3 de noviembre de 1995, p. 9). La seguridad alimentaria será el fruto de decisiones inspiradas en una ética de la solidaridad y no sólo el resultado de operaciones de ayuda.

7. En la carta apostólica Tertio millennio adveniente, escrita para la preparación del jubileo del año 2000, he propuesto iniciativas concretas de solidaridad internacional. He creído un deber pensar en «una notable reducción, si no en una total condonación, de la deuda internacional, que grava sobre el destino de muchas naciones» (n. 51). La semana pasada, cuando recibí a la Asamblea plenaria del Consejo pontificio Justicia y paz, reafirmé la estima de la Iglesia por algunos compromisos asumidos por la comunidad internacional. Renuevo aquí mi apoyo, para que se lleven a cabo las iniciativas emprendidas. Por su parte, la Iglesia está decidida a proseguir sus esfuerzos, a fin de iluminar a quienes tienen que tomar decisiones importantes por sus consecuencias. En su reciente documento El hambre en el mundo, un desafío para todos: el desarrollo solidario, el Consejo pontificio «Cor unum» ha formulado algunas propuestas destinadas a favorecer una repartición más equitativa de los recursos alimentarios que, gracias a Dios y al trabajo del hombre, no faltan hoy ni faltarán mañana. La buena voluntad y políticas generosas deberían estimular el ingenio de los hombres, para satisfacer las necesidades vitales de todos, en virtud del destino universal de los recursos de la tierra.

8. Excelencias, señoras y señores, como habéis comprendido, podéis contar con la seguridad de mi apoyo, y la presencia de una misión de observación ante la Organización de las Naciones Unidas para la agricultura y la alimentación debería bastaros para garantizar el interés con que la Santa Sede sigue vuestros trabajos y vuestros esfuerzos por eliminar del planeta el azote del hambre. Conocéis, por otra parte, en qué medida los hijos de la Iglesia católica están presentes en el seno de numerosas organizaciones locales que trabajan para que los países pobres puedan mejorar su producción y descubrir por sí mismos, «dentro de la fidelidad a su peculiar modo de ser, los medios para su progreso social y humano» (Pablo VI, Populorum progressio, 64).

Me complace recordar que el lema de la Organización que nos acoge es Fiat panis, y que este lema evoca la oración más querida a todos los cristianos, la que les ha enseñado Jesús mismo: «Danos hoy nuestro pan de cada día». Así pues, trabajemos juntos sin descanso para que todos, en cualquier lugar, puedan poner sobre su mesa el pan para compartir. Que Dios bendiga a todos los que lo producen y se alimentan con él.







                                                                                   Diciembre de 1996




AL SEÑOR FELIPE H. PAOLILLO,


EMBAJADOR DE URUGUAY ANTE LA SANTA SEDE


Viernes 6 de diciembre de 1996

: Señor Embajador:

1. Me complace en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que le acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República Oriental del Uruguay ante la Santa Sede y le agradezco sinceramente las amables palabras que ha tenido a bien dirigirme, las cuales manifiestan las buenas relaciones que existen entre esta Sede Apostólica y su País, cuyos habitantes han sabido conservar en sus tradiciones profundos valores humanos y cristianos, herencia de un pasado glorioso que aún hoy repercute positivamente en la vida de la sociedad.

Agradezco asimismo el saludo del Señor Presidente de la República, Doctor Julio María Sanguinetti, que tuvo la amabilidad de visitarme el pasado mes de mayo, contribuyendo de ese modo a poner de relieve no sólo sus sentimientos personales de estima y amistad, sino también el aprecio y deseo de mutua cooperación entre la Iglesia y el Estado para la consecución del bien común. A ello correspondo reconocido rogándole que se haga intérprete ante el Primer Mandatario del País de mis mejores votos por su alta y delicada misión.

57 2. La Iglesia, Señor Embajador, fiel a su cometido de llevar el mensaje de salvación a todas las gentes, pone todo su empeño en promocionar cuanto pueda favorecer la defensa de la dignidad y el progresivo perfeccionamiento del ser humano pues «es el primer camino que ella debe recorrer en el cumplimiento de su misión» (Redemptoris hominis, 14). En efecto, el respeto de los valores de la persona, sobre todo de su condición de hijo de Dios, ha de informar las relaciones entre los individuos y los pueblos, para que los legítimos derechos de cada uno sean tutelados y la sociedad pueda gozar de estabilidad y armonía. Por eso, me complace destacar cómo la Iglesia en Uruguay, a través de sus Pastores, no ha cejado en impulsar, mediante su misión evangelizadora, las grandes causas del hombre y de la sociedad uruguaya. Como en otros lugares del orbe, la Iglesia local desarrolla su actividad siendo fiel a su vocación y a su misión, que es anunciar a Jesucristo y la salvación que Él nos trae, sirviendo así a todos los hombres, y de modo especial a los necesitados, los pobres y los marginados. En el cumplimiento de esa misión, el diálogo y la cooperación con las diversas instancias sociales, quedando a salvo los respectivos ámbitos de competencias y las esferas de independencia, serán siempre bien recibidos.

3. En mi solicitud por todas las Iglesias, sigo con interés los acontecimientos de la vida política y social de su país, en la que hay que reconocer y destacar una serie de cambios significativos. Su Gobierno está comprometido en la promoción del desarrollo económico y social, así como en el fomento de una pacífica y armoniosa convivencia entre todos, basada en la justicia y la solidaridad. Para alcanzar estos fines todas las medidas emprendidas han de inspirarse en los principios éticos, de modo que la sociedad se apoye siempre en la irrenunciable dignidad del hombre y de la familia.

A este respecto se ha de destacar la defensa que en la vigente Constitución del Uruguay (Constitución del Uruguay, art. 40), se hace de la familia, considerándola base de la sociedad, por lo cual «el Estado velará por su estabilidad moral y material para la mejor formación de los hijos dentro de la sociedad». Hoy, frente a las amenazas que se ciernen sobre esta institución, como son los divorcios, las uniones irregulares o la falta de seguridad en el empleo que dificulta a los jóvenes afrontar las exigencias del matrimonio, la Iglesia está comprometida activamente en promover aquellas condiciones que ayuden a la superación de estos problemas. Pero es preciso recordar también que la familia y la defensa de la vida deben estar en el centro de las políticas gubernamentales.

4. Tuve oportunidad de hacer presente al Señor Presidente de la República como «es de desear que el diálogo constructivo entre las Autoridades civiles y los Pastores de la Iglesia en su Nación afiance las relaciones entre las dos Instituciones, y que el Estado y demás instancias públicas ofrezcan una colaboración concreta y eficaz a la importante obra que la Iglesia en el Uruguay está llevando a cabo en los centros de enseñanza católicos, entre los que me complace citar la Universidad Católica "Dámaso Antonio Larrañaga", orientados a formar las conciencias sobre los verdaderos e irrenunciables valores espirituales» (Discurso al presidente de la República Oriental del Uruguay, n. 25 de mayo de 1996). En efecto, en un sector tan importante y trascendente como la enseñanza, la Iglesia no pide privilegios, sino sólo el espacio y los medios que le corresponden para llevar a cabo su misión, y desea una colaboración que tenga como fin servir mejor al hombre.

Es notable la contribución que la Iglesia ofrece en Uruguay en el campo de la educación, la cual se concretiza en su labor dirigida a la formación integral cíe los niños y jóvenes, futuro de la Nación, y entre los cuales muchos podrán ocupar un día lugares de responsabilidad en la marcha del país. A este respecto, salvaguardando también la enseñanza de los centros públicos, se debe tener en cuenta que un monopolio en la distribución de los subsidios destinados a la educación sería dañoso para la misma libertad de enseñanza y pondría en peligro el ejercicio del derecho de los padres a la elección del tipo de educación que desean para sus hijos. Por eso, quiero repetir mi llamado en la visita a la Universidad Católica en Montevideo el 7 de mayo de 1988: « ... abrigo el deseo de que los responsables aseguren que las subvenciones estatales sean distribuidas de tal manera que los padres, sin distinción de credo religioso o convicciones cívicas, sean verdaderamente libres en el ejercicio de su derecho a elegir la educación de sus hijos sin tener que soportar cargas inaceptables».

5. Señor Embajador, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República Oriental del Uruguay, así como ante las demás Autoridades de su país, mientras que, por intercesión de la Virgen de los Treinta y Tres, Madre de todos los uruguayos, invoco la bendición de Dios y los dones del Espíritu sobre todos los amadísimos hijos de su noble Nación, que siempre recuerdo con vivo aprecio.






A LOS PARTICIPANTES EN EL ENCUENTRO


INTERNACIONAL «MUJERES»


ORGANIZADO POR EL CONSEJO PONTIFICIO PARA LOS LAICOS


Sábado 7 de diciembre de 1996


Queridos hermanos en el episcopado;
queridos hermanos y hermanas:

1. Os acojo con alegría en este momento en que os habéis reunido para el encuentro titulado Mujeres, organizado por el Consejo pontificio para los laicos. Hace un año, la IV Conferencia mundial sobre la mujer, que se celebró en Pekín, puso oportunamente de relieve los desafíos morales, culturales y sociales que la comunidad internacional debe afrontar aún. Entre los campos en los cuales es importante reflexionar para proponer soluciones adecuadas, es necesario notar particularmente las cuestiones de la garantía legal y real de los derechos de las personas, el acceso de todos a los sistemas educativos, el respeto a la dignidad de los individuos y de las familias y el reconocimiento de la identidad femenina y masculina.

No es exagerado decir que los trabajos de la Conferencia, seguidos con interés en todos los continentes, han subrayado con razón que todo lo que concierne a las mujeres está profundamente relacionado con el sentido que el mundo contemporáneo da a la vida. Por tanto me complace que, durante vuestras jornadas de estudio, profundicéis estas perspectivas, mostrando de este modo la atención constante de la Iglesia hacia una presencia renovada de la mujer en la vida social y su compromiso constante en este campo. Así, mediante vuestras reflexiones, dais una contribución original a la Iglesia en su misión al servicio del hombre, creado a imagen de Dios, «la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (Gaudium et spes GS 24) y a la que le ha confiado la administración de toda la creación.

58 2. Un compromiso renovado de todos para el bien de las mujeres del mundo entero: este es el tema que habéis elegido, siguiendo las indicaciones que di a los miembros de la delegación de la Santa Sede, encabezados por una mujer, la víspera de su viaje a Pekín. Hoy quisiera una vez más expresar mi complacencia por el trabajo realizado por la delegación, que se interesó constantemente del bien real de todas las mujeres, teniendo en cuenta el ambiente sociocultural y, sobre todo, prestando atención al respeto de las personas. Además, recordó con fuerza a los responsables políticos y a todos los hombres y mujeres miembros de las organizaciones internacionales que hay que respetar a las persona por sí mismas, en la integridad de su ser corporal, intelectual y espiritual, para que nunca se las rebaje hasta ser consideradas y tratadas como un objeto o un instrumento al servicio de intereses políticos o económicos que, frecuentemente, se inspiran en ideologías neomaltusianas.

Vuestra iniciativa se sitúa en la perspectiva de la exhortación postsinodal Christifideles laici, en la que recordé una condición indispensable para asegurar a las mujeres el lugar que les corresponde en la Iglesia y en la sociedad: «una más penetrante y cuidadosa consideración de los fundamentos antropológicos de la condición masculina y femenina, destinada a precisar la identidad personal propia de la mujer en su relación de diversidad y de recíproca complementariedad con el hombre» (n. 50) y el desarrollo de su genio particular.

3. La búsqueda legítima de la igualdad entre el hombre y la mujer, en sectores tan importantes de la existencia como la educación, la vida profesional o la responsabilidad familiar, ha orientado las investigaciones hacia la cuestión de la igualdad de derechos. Por lo menos en los principios, esto ha permitido la eliminación de numerosas discriminaciones, aunque aun no se haya aplicado concretamente en todos los lugares y sea necesario proseguir la acción.

En el campo de los derechos de la persona hoy, más que nunca, conviene invitar a nuestros contemporáneos a preguntarse acerca de lo que, de modo indebido, se llama «salud reproductiva», expresión que implica una contradicción que desnaturaliza el sentido mismo de la subjetividad; en realidad, incluye el pretendido derecho al aborto y, a partir de este hecho, niega el derecho elemental de todo ser humano a la vida y hiere a toda la humanidad, atacada en uno de sus miembros. «El origen de la contradicción entre la solemne afirmación de los derechos del hombre y su trágica negación en la práctica está en un concepto de libertad que exalta de modo absoluto al individuo y no lo dispone a la solidaridad, a la plena acogida y al servicio del otro» (Evangelium vitae
EV 19).

El reconocimiento de la calidad del ser humano nunca está motivado por la conciencia o la experiencia que se puede tener de él, sino por la certeza de que, desde su origen, tiene un valor infinito, que le viene de su relación con Dios. Hay un primado del ser sobre la idea que los demás se hacen de él, y su existencia es absoluta y no relativa.

4. Es necesario notar que actualmente la insistencia en la igualdad va acompañada también por una atención renovada a la diferencia y un gran respeto al carácter específico del hombre y de la mujer. Una verdadera reflexión supone que los fundamentos de la diferencia y los de la igualdad estén bien puestos. En esta perspectiva, la Iglesia no sólo aporta su contribución en el campo teológico, sino que también participa en la investigación antropológica. No hay que olvidar el papel que han desempeñado los filósofos cristianos durante el siglo XX: han exaltado la grandeza de la persona humana. La Iglesia, actuando de este modo, participa en la creación de una base cultural común a los hombres y a las mujeres de buena voluntad, para dar una respuesta orgánica a los interrogantes de nuestros contemporáneos y recordar que la igualdad va acompañada por el reconocimiento de la diferencia, inscrita en la creación (cf. Gn 1,27).

En nuestras sociedades, caracterizadas fuertemente por la búsqueda del éxito individual, cada persona constata, sin embargo, que no puede existir sin una apertura a las demás, pues, como decía mons. Maurice Nédoncelle, «la persona humana es, por su naturaleza, para los otros» (La persona humana y su naturaleza, p. 5); sólo se descubre y se desarrolla conscientemente uniéndose a una cultura particular y, a través de ella, a la humanidad entera. Por tanto, la promoción de las personas y de sus relaciones interpersonales es, al mismo tiempo, una promoción de las culturas, que son como un cofre en el que todo ser encuentra el lugar que le corresponde, para la protección y el desarrollo de su ser.

5. El amor conyugal es la más hermosa y la más alta expresión de la relación humana y de la entrega de sí porque es, esencialmente, una voluntad de promoción mutua. En la relación fundada en el amor recíproco, cada uno es reconocido por lo que es en verdad y está llamado a expresar y a realizar sus capacidades personales. Es «la lógica de la entrega sincera» (Carta a las familias, 11), fuente de vida y alegría, de ayuda y comprensión.

6. El amor humano encuentra en el amor trinitario un modelo de amor y entrega perfectos. Y, mediante la entrega total de sí, Jesús da vida al pueblo de la nueva alianza. En la cruz, el Señor encomendó el discípulo amado a su Madre y su Madre al discípulo (cf. Jn Jn 19 Jn 26-27). ¿No compara el Apóstol el amor de Cristo y su Iglesia con el amor entre el hombre y la mujer? (cf. Ef Ep 5,25-32). Los textos bíblicos nos muestran también el sentido profundo de la maternidad de la mujer, que «ha sido introducida en el orden de la alianza que Dios ha realizado con el hombre en Jesucristo» (Mulieris dignitatem MD 19). Esta maternidad, en su sentido personal y ético, manifiesta una creatividad de la que, en gran parte, depende la humanidad de todo ser humano; asimismo, invita al hombre a conocer y expresar su propia paternidad. De este modo, la mujer aporta a la sociedad y a la Iglesia su capacidad de cuidar a los hombres.

La Iglesia es nuestra madre. Nosotros aquí somos sus hijos, y estamos llamados a participar en esta generación de un pueblo nuevo para Dios. Aprendemos esta maternidad de María, porque, para todos los que trabajan en la regeneración de los hombres mediante su participación en la misión apostólica, ella es «el modelo de virgen y madre» (Lumen gentium LG 63). De manera providencial, celebráis vuestro encuentro en la víspera de la solemnidad de la Inmaculada Concepción. Ciertamente, para todos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, hombres y mujeres, es una ocasión para contemplar a María e implorar su ayuda, a fin de que cada uno, según su vocación propia, contribuya al testimonio de la Iglesia, Esposa de Cristo, «resplandeciente (...), sin mancha ni arruga ni cosa parecida, sino santa e inmaculada» (Ep 5,27).

7. Al término de nuestro encuentro, a la vez que renuevo la expresión de mi complacencia por la iniciativa que ha tomado el Consejo pontificio para los laicos, deseo que vuestros trabajos sean fructuosos y den a la Iglesia instrumentos valiosos para su misión pastoral y su servicio en la sociedad. Os animo a proseguir vuestras iniciativas en las organizaciones católicas, las comunidades eclesiales y las diferentes asociaciones en las que trabajáis. Encomendándoos a la intercesión de las santas mujeres que, a lo largo de la historia, han participado en el camino de la Iglesia, os imparto de todo corazón mi bendición apostólica, que extiendo a todos vuestros seres queridos.






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