Discursos 1996 58


A LA SEÑORA ROSEMARY KARPINSKY DODERO,


EMBAJADORA DE COSTA RICA ANTE LA SANTA SEDE


59

Jueves 12 diciembre de 1996

: Señora Embajadora:

Me complace recibirle en este solemne acto en el que me presenta las Cartas Credenciales que la acreditan como Embajador Extraordinario y Plenipotenciario de la República de Costa Rica ante la Santa Sede, y le agradezco sinceramente las palabras que ha tenido a bien dirigirme, las cuales manifiestan las buenas relaciones que existen entre esta Sede Apostólica y esa noble Nación centroamericana, cuyos habitantes, como Usted ha señalado en sus palabras, a la vez que conservan en sus tradiciones profundos valores humanos, tienen en la religión católica una guía moral, lo cual repercute positiva-mente en la vida de la sociedad costarricense.

Agradezco asimismo el amable saludo de parte del Señor Presidente de la República, Ingeniero José María Figueres Olsen, que tuvo la amabilidad de visitarme el pasado mes de marzo, poniendo así de relieve sus sentimientos personales y el deseo de acrecentar la cooperación entre la Iglesia y el Estado para la consecución del bien común.

A ello correspondo reconocido rogándole que se haga intérprete ante el Primer Mandatario del país de mis mejores votos por su alta y delicada misión.

2. Costa Rica, que tuve la dicha de visitar en marzo de 1983 y cuyo recuerdo tengo siempre vivo, tiene una inmensa riqueza en los «profundos valores humanos, morales y religiosos que han construido y sostienen este país» (Discurso durante la ceremonia de despedida de Costa Rica, 6 de marzo de 1983). Esto me lleva a renovar mi deseo de que es-tos valores « sean conservados y consolidados, porque así se podrá mirar con esperanza y optimismo hacia el futuro» (Ibíd.).

Uno de esos valores, como ha recordado Usted, es su larga tradición de democracia, destacando cómo a lo largo de su andadura, los gobernantes de su país han tenido como meta la defensa del sistema democrático.

La Iglesia, que pone todo su empeño en promocionar cuanto pueda favorecer la defensa de la dignidad y progresivo perfeccionamiento del ser humano, que «es el primer camino que ella debe recorrer en el cumplimiento de su misión» (Redemptoris hominis, 14), promueve el valor de la democracia entendida como gestión participativa del Estado, a través de órganos específicos de representación y control, al servicio del bien común. Pero hay que tener presente que una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia (cf. Centesimus annus CA 46)

En efecto, el respeto de los valores absolutos y de los derechos inalienables de cada persona, que no dependen de un orden jurídico establecido ni del consentimiento popular, requiere que el sistema democrático tenga siempre una base ética, pues como tuve oportunidad de escribir en mi Encíclica «Evangelium Vitae» «para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana democracia, urge descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado pueden nunca crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover» (Evangelium Vitae EV 71).

3. Costa Rica tiene un papel activo y altamente apreciado en el conjunto de las naciones. Pasados los tiempos de los regímenes absolutistas, de las confrontaciones ideológicas y de las guerras civiles que azotaron al Istmo centroamericano por varias décadas, se han afianzado sistemas de democracia participativa, A este respecto, la Iglesia no se ha quedado al margen del proceso de reconciliación y democratización, y quiere seguir ofreciendo su apoyo y colaboración para que los valores como la justicia y la solidaridad estén siempre presentes en la vida de las Naciones de esa zona.

La Santa Sede ve con aprecio e interés el afán con que el Gobierno de su país está comprometido en el proceso de integración centroamericana. En un contexto de agrupaciones político-económicas cada vez más fuertes, cobra vigor la necesidad de una mayor solidaridad entre los países del Istmo, que, pese a sus diferencias culturales y sociales, están llamados a emprender una lucha común contra la pobreza, el desempleo, el narcotráfico y demás males que ponen en peligro su estabilidad y bienestar.

60 Costa Rica, que se distingue por su tradicional espíritu de apertura y respeto, está llamada a contribuir en buena medida para que estos ideales de integración y solidaridad regional se consoliden en beneficio de todos. Atención especial merece la situación de los inmigrantes llegados al país en búsqueda de pan, cobijo y trabajo. Es bien conocido el profundo sentido de hospitalidad del pueblo costarricense y el esfuerzo notable que las Autoridades están haciendo para regularizar la situación de estos emigrantes, de modo que se integren en la vida nacional.

4. Por otra parte, la sociedad costarricense está viviendo un momento de grandes transformaciones y profundos reajustes en los diferentes ámbitos. Su Gobierno está comprometido en la promoción del desarrollo económico y social, al que se ha de añadir el compromiso ecológico, que ha penetrado hondamente en el alma de los costarricenses, para evitar que un desarrollo incontrolado deteriore las bellezas naturales con que el Divino Creador ha dotado a su tierra. El potencial humano que es la juventud de la mayoría de la población, el rico patrimonio cívico, histórico y cultural, los logros alcanzados en el campo de la salud y la educación, no deben hacer olvidar que existen también motivos de preocupación como son, entre otros, la difícil situación económica, el desempleo, la deuda pública tanto interna como externa. A ello, en los últimos tiempos, se han unido los desastres naturales, como el huracán «César», que han sembrado muerte y destrucción, ante los cuales me consta que los fieles católicos, acogiendo el llamado de sus Obispos, se movilizaron con prontitud y mucha generosidad para socorrer a los damnificados.

Ante esos males, es necesario que todos los ciudadanos se comprometan, promoviendo el bien común mediante un trabajo serio y honrado, con renovado sentido de amor a la Patria y anteponiendo los intereses de la colectividad a los personales o de grupo. Si bien los ciudadanos tienen derecho a acceder a los servicios y al bienestar que necesitan, la Patria asimismo exige a todos que contribuyan a la paz y al desarrollo colectivo. En esta tarea la Iglesia colabora, desde el ámbito espiritual y moral, para formar las conciencias y crear una mentalidad positiva de responsabilidad, respeto y solidaridad.

A este respecto, resulta de primaria importancia salvaguardar y fortalecer la institución familiar. No cabe duda de que muchos males sociales tienen su origen en la desintegración familiar, por lo que se impone educar a las nuevas generaciones en el sentido del amor verdadero, de la entrega total e indisoluble a través del matrimonio, lo cual permita superar los momentos de incomprensión y desconfianza, de modo que cada hogar costarricense sea un lugar de amor y de paz, y una verdadera escuela de humanidad.

5. Señora Embajadora, antes de concluir este encuentro deseo expresarle mis mejores deseos, para que la misión que hoy inicia sea fecunda en frutos y éxitos. Le ruego, de nuevo, que se haga intérprete de mis sentimientos y esperanzas ante el Señor Presidente de la República, así como ante las demás Autoridades de su país, mientras que, peregrinando espiritualmente hasta el Santuario de Cartago, imploro de la Reina de los Ángeles, Madre de todos los costarricenses, la bendición de Dios sobre todos los amadísimos hijos de su noble Nación.






A UN GRUPO DE OBISPOS LATINOAMERICANOS EN VISTAS DE LA PREPARACIÓN DEL II ENCUENTRO MUNDIAL DE LAS FAMILIAS


Jueves 12 de diciembre de 1996

Señores Cardenales,
queridos hermanos en el Episcopado,
distinguidos señores y señoras:

1. Me es muy grato recibir esta mañana a los Obispos Presidentes de las Comisiones Episcopales para la Familia de América Latina, a sus colaboradores y a diversos miembros latinoamericanos del Pontificio Consejo para la Familia, venidos para tomar parte en este encuentro, que tiene como principal objetivo la preparación del II Encuentro Mundial con las Familias.

Agradezco las amables palabras del Señor Cardenal Alfonso López Trujillo. Dirijo asimismo un especial saludo al Señor Cardenal Eugénio de Araújo Sales, Arzobispo de Río de Janeiro, y a Monseñor Claudio Hummes, Arzobispo de Fortaleza y Responsable de la pastoral familiar de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil.

61 La Arquidiócesis de Río de Janeiro, el resto del Brasil y toda América Latina, con la preciosa colaboración del CELAM, están preparando el Encuentro Mundial que tendrá lugar los días 4 y 5 de octubre del próximo año. Este Encuentro ofrecerá una nueva ocasión al Sucesor de Pedro para dirigirse a las familias del mundo, alentándolas a profundizar y asumir sus compromisos en esta hora de la historia, como sugiere el tema elegido: La familia: don y compromiso, esperanza de la humanidad.

De cara a esta preparación, habéis emprendido ya una campaña de sensibilización de las conciencias por medio de materiales catequéticos, que serán objeto de reflexión en el mundo entero, y que serán de ayuda para que todos asuman responsablemente los compromisos de esta urgente prioridad pastoral. Acompañándoos con la oración, también yo me preparo a ese Encuentro, que me permitirá además visitar de nuevo la tan querida América Latina.

2. Vuestra visita tiene lugar al cumplirse 15 años de la Exhortación Apostólica «Familiaris Consortio», fruto precioso del Sínodo sobre la Familia celebrado en el año 1980. Ésta es como una carta fundamental en la que se reconoce la decisiva y trascendental importancia de la familia para la humanidad y la Iglesia, y que ha dado un vigoroso incentivo a la renovación de la pastoral familiar. A la vez, ha impulsado esa pastoral específica, ofreciendo a los Obispos un instrumento precioso para ayudar a las familias a cumplir su misión, de modo que los esposos sean reflejo del amor fiel del Señor para con su Iglesia, colaboren en la obra de Dios al transmitir la vida y eduquen a los hijos en los genuinos valores evangélicos.

En nuestros días es fundamental ahondar en el compromiso personal con el que cada uno debe contribuir a enriquecer esta primaria y vital célula de la sociedad. No hay que olvidar, en los planes generales de la actividad eclesial, que la familia es el primero y principal camino de la Iglesia. Esta conciencia de su valor central para la Evangelización debe impregnar toda la estructura de la pastoral diocesana.

3. La « Familiaris Consortio » insiste muy especialmente en los derechos de la familia, de los cuales constituye corno una carta magna. Por eso son de alabar aquellas iniciativas tendentes a que todas las instancias con responsabilidad legislativa o de gobierno —a la vista de los derechos de esta institución natural, expresamente querida por Dios— respeten, ayuden y promuevan la familia como un bien necesario y fundamental para toda la sociedad.

El futuro de la humanidad y de América Latina pasa ciertamente por la familia.

4.Como es conocido, allí donde la Iglesia no ha podido ejercer su ordinaria acción evangelizadora, ha sido con frecuencia la familia la que ha preservado y mantenido la fe, transmitiéndola a las nuevas generaciones. Esta función propia de la familia como primera educadora de sus nuevos miembros manifiesta la verdadera vocación y misión de los padres cristianos, cuya responsabilidad primordial abarca la formación humana y religiosa de los hijos.

5. En los últimos años asistimos con viva preocupación al surgir de un desafío sistemático contra la familia, que pone en entredicho sus valores perennes, los cuales son el soporte de la misma institución natural. Con el pretexto de cuidar y proteger la familia y todas las familias, se olvida que hay un modelo querido y bendecido por Dios. Se niega el carácter específico de la entrega conyugal del hombre y la mujer, minusvalorando este compromiso indisoluble. Así mismo, se intenta, a veces, introducir otras formas de unión de pareja, contrarias al proyecto inicial de Dios sobre el género humano. De este modo se descuidan o entorpecen los derechos de la familia, minando así en sus mismas bases la sociedad y atentando contra su porvenir.

En efecto, el matrimonio o compromiso conyugal de un hombre y una mujer, en la mutua entrega y en la transmisión de la vida, son valores primarios de la sociedad, que la legislación civil no puede ignorar o combatir. Por ello, la Iglesia y sus Pastores no han de permanecer indiferentes ante ciertos intentos de cambios substanciales que afectan a la estructura familiar.

Un aspecto central es, sin duda, todo lo que se refiere a los derechos fundamentales de los hijos: tener un verdadero hogar, ser acogidos, amados, educados y recibir el buen ejemplo de sus padres. La mayor pobreza de los niños es no ser amados, no tener la protección y el tierno calor de las familias.

Ya próximos a las fiestas de Navidad, nos acercamos con gran veneración a la gruta de Belén, donde encontramos a la Sagrada Familia en cuyo seno nació y creció nuestro Salvador. Al contemplar este divino misterio descubrimos como una estrella que, con su luz, ilumina las rutas de la humanidad y nos guía hacia los umbrales del tercer milenio cristiano. La luz de esa estrella, como presencia de Dios entre los hombres, debe también iluminar a todos y llevarnos a comprometernos de verdad en defender y promover incansablemente los valores perennes de la familia, pequeña iglesia doméstica, santuario de la vida y cuna de la civilización del amor.

62 Amados Hermanos, en la Carta apostólica «Tertio Millennio Adveniente» afirmé que la preparación para el Gran jubileo del 2000 debe pasar necesariamente por la familia (Tertio Millennio Adveniente, 28). Por eso, os animo a proseguir esta tarea específica. Que la contemplación de la vida en el hogar de Nazaret, ejemplo para todas las familias del mundo y lugar donde el Señor, «único Salvador del mundo ayer, hoy y siempre» (Ibíd., 40), vivió su experiencia de vida familiar, os aliente a presentar ante el mundo la luz que espera la humanidad. Que os sea de gran ayuda para ello la Bendición Apostólica que os imparto con afecto.






A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE VIETNAM


EN VISITA «AD LIMINA»


Sábado 14 de diciembre de 1996



Querido señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Con gran alegría os acojo durante vuestra visita ad limina a vosotros, que tenéis el encargo de velar por el pueblo de Dios en Vietnam. Habéis venido ante las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo para reforzar la conciencia de vuestra responsabilidad como sucesores de los Apóstoles y experimentar más intensamente vuestra comunión con el Obispo de Roma. En efecto, las visitas «ad limina» tienen una importancia particular en la vida de la Iglesia, «en cuanto constituyen como el culmen de las relaciones de los pastores de cada Iglesia particular con el Romano Pontífice» (Pastor bonus ). Esas visitas muestran de modo notable la catolicidad de la Iglesia y la unidad del Colegio episcopal. Agradezco vivamente al señor cardenal Paul Joseph Pham Dình Tung, arzobispo de Hanoi y presidente de vuestra Conferencia episcopal, las conmovedoras palabras que me ha dirigido en vuestro nombre, manifestando así la fidelidad de vuestras comunidades al Sucesor de Pedro. Saludo con particular afecto a los obispos de vuestro país que no han podido unirse a vosotros. Desearía vivamente encontrarme con todos los obispos, para manifestarles a todos el afecto que siento por sus personas y sus comunidades diocesanas, y asegurarles el interés con el que sigo su trabajo en cada una de las diócesis. La visita ad limina de una Conferencia episcopal completa no es sólo una manifestación visible de los vínculos espirituales que unen a sus Iglesias particulares con la Iglesia universal, sino también un signo de que se respeta la libertad religiosa en el país. A esos obispos les expreso mi solidaridad y mi profunda comunión con su ministerio apostólico al servicio del pueblo que se les ha confiado. A través de vosotros, también me dirijo a los fieles vietnamitas que, con valentía, dan testimonio de Cristo en vuestra tierra o en el extranjero, así como a todo el pueblo de Vietnam, al que aseguro mi gran afecto.

2. Desde la llegada del Evangelio, durante el siglo XVI, la Iglesia en vuestro país ha conocido numerosas pruebas. Muchas veces ha padecido la persecución a causa de la fe en Cristo Redentor. Caracterizada por la santidad y el martirio de tantos hijos suyos, ha llegado a ser una Iglesia glorificada por su celo al servicio de Dios y de sus hermanos. Quisiera recordar aquí el ejemplo heroico de los 117 mártires que tuve el privilegio de canonizar en 1988. Este testimonio de Cristo, que los hijos e hijas de vuestro país dieron por amor a Dios y a sus hermanos, ha creado un vínculo particular entre la comunidad cristiana y el conjunto de los vietnamitas. Compartiendo plenamente las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias del pueblo (cf. Gaudium et spes GS 1), ha mostrado que permanece profundamente arraigada en él. Aunque, a lo largo de los siglos, han surgido a veces algunas incomprensiones entre la Iglesia y la comunidad civil, es necesario reafirmar que los católicos son miembros leales de la nación: hoy, como en el pasado, contribuyen al progreso social del país y muestran una dedicación al bien común, que no es inferior a la de los demás ciudadanos. Aunque es un pequeño rebaño, la Iglesia quiere estar plenamente presente en las realidades del país, con su vocación propia. Está en camino con todos los miembros de la nación, pues comparte una misma historia, progresos y pruebas comunes. No actúa con espíritu de rivalidad o buscando su propio interés, sino que desea vivir en comunión y en armonía con todos.

La misión de la Iglesia consiste en transmitir un mensaje de vida y amor mediante gestos concretos en favor de la dignidad humana y de una vida mejor, con espíritu de compasión hacia los más pobres y necesitados. Los católicos, con humildad y colaborando con los demás componentes de la nación, participan en la renovación y la transformación de las realidades humanas. Viviendo su vocación de unidad y servicio a todo el pueblo, la Iglesia reconoce y comparte la gran riqueza de la cultura vietnamita, sus valores humanos y espirituales, y desea profundizar las relaciones de fraternidad, diálogo y colaboración con todos.

3. Queridos hermanos en el episcopado, doy gracias a Dios por el celo y la generosidad que manifestáis, a pesar de las grandes dificultades, en las funciones de enseñar, gobernar y santificar que se os han confiado en nombre de Cristo. Os aliento, sobre todo, a proseguir con ardor vuestra misión de predicación del Evangelio, que es la primera de las tareas del obispo. «En efecto, los obispos son los predicadores del Evangelio que llevan nuevos discípulos a Cristo. Son también los maestros auténticos, por estar dotados de la autoridad de Cristo. Ellos predican al pueblo que tienen confiado la fe que hay que creer y que hay que llevar a la práctica y la iluminan con la luz del Espíritu Santo. Sacando del tesoro de la revelación lo nuevo y lo viejo (cf. Mt Mt 13,52), hacen que dé frutos y con su vigilancia alejan los errores que amenazan a su rebaño (cf. 2Tm 4,1-4)» (Lumen gentium LG 25). El anuncio tiene como primer objeto a Cristo, en quien se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte, y en quien Dios mismo nos comunica su propia vida. Todos los hombres tienen derecho a conocer esta buena nueva, y los obispos son sus primeros misioneros.

La misión profética de la Iglesia se realiza también cuando, a la luz del Evangelio, hace una lectura valiente de las grandes cuestiones que se plantean en su tiempo, y cuando interviene especialmente en favor de los pobres, los enfermos, los marginados o los jóvenes. Se trata de su vocación a trabajar para promover la civilización del amor, la fraternidad, la solidaridad, la unidad, la justicia y la paz. La misión apostólica que habéis recibido os convierte en «testigos de Cristo ante los hombres. No sólo debéis preocuparos de los que ya siguen al Príncipe de los pastores. Habéis de dedicaros también con todo empeño a los que (...) no conocen el evangelio de Cristo y la misericordia que nos salva» (Christus Dominus CD 11). La misión de la Iglesia es universal; se dirige a todos los hombres.

4. Ahora que estamos preparándonos para entrar en el tercer milenio, la perspectiva del gran jubileo brinda a la Iglesia una feliz ocasión para «escrutar (...) los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio» (Gaudium et spes GS 4). Estamos invitados a dirigir nuestra mirada hacia el futuro, sabiendo que el porvenir pertenece a Cristo que ya se nos manifiesta. Para acoger una nueva primavera de vida cristiana, la Iglesia en Vietnam está llamada a una renovación pastoral, misionera y espiritual, a fin de entrar en el tercer milenio con la audacia de los discípulos de Cristo. La vida apostólica debe reformarse continuamente para responder a las necesidades del tiempo y de los pueblos. Ciertamente, la Iglesia «no puede atravesar el umbral del nuevo milenio sin animar a sus hijos a purificarse, con arrepentimiento, de errores, infidelidades, incoherencias y lentitudes. Reconocer los fallos del pasado es un acto de lealtad y de valentía que nos ayuda a reforzar nuestra fe, haciéndonos capaces y dispuestos para afrontar las tentaciones y las dificultades de hoy» (Tertio millennio adveniente TMA 33). Cada fiel está invitado a la conversión del corazón y a la acogida de Cristo en su propia existencia. «Hoy es más urgente que nunca que todos los cristianos vuelvan a emprender el camino de la renovación evangélica, acogiendo generosamente la invitación del apóstol a ser "santos en toda la conducta" (1P 1,15)» (Christifideles laici CL 16).

Pero la Iglesia también está invitada a dar gracias a Dios por la admirable obra realizada bajo la acción del Espíritu Santo, a pesar de la pobreza de sus medios. Quiere comunicar a todos el mensaje de vida y amor que ha recibido de su Señor, Jesucristo. Ya decía el apóstol Pedro en la puerta del templo: «No tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el Nazareno, ponte a andar» (Ac 3,6).

63 La Iglesia encuentra en el concilio Vaticano II una fuente valiosa para la renovación de toda su vida. «La mejor preparación a ese aniversario bimilenario ha de manifestarse en el renovado compromiso de aplicación, lo más fiel posible, de las enseñanzas del Vaticano II a la vida de cada uno y de toda la Iglesia» (Tertio millennio adveniente TMA 20). Os exhorto, por tanto, a inspiraros en él para vuestra pastoral.

5. Señor cardenal, en sus palabras destacó usted la fe viva de los laicos de vuestras diócesis. Me alegra expresar aquí mi admiración por la intrepidez y el ardor de vuestros fieles, que han atravesado tantas pruebas sin decaer en su adhesión a Cristo. Espero que cada uno de ellos «tenga siempre una viva conciencia de ser un "miembro de la Iglesia" a quien se le ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos. En esta perspectiva asume todo su significado la afirmación del Concilio sobre la absoluta necesidad del apostolado de cada persona» (Christifideles laici CL 28). Comprendo las dificultades que nacen de las limitaciones impuestas a quienes han recibido de Cristo la misión de organizar el apostolado de los fieles y a quienes quieren hacer una labor de apostolado; sin embargo, no tienen que desalentarse. Por el contrario, es necesario favorecer la responsabilidad de los laicos que —como recuerda el Concilio—, «ejercen su múltiple apostolado tanto en la Iglesia como en el mundo» (Apostolicam actuositatem AA 9). Es su deber participar de manera activa en la vida de la Iglesia y en su misión de anunciar el Evangelio en medio de sus hermanos. Están llamados a descubrir y a vivir de modo profundo su vocación y su misión personal y comunitaria. Cuando la comunión fraterna entre los discípulos de Cristo se debilita, la credibilidad de su testimonio y de su misión también se debilita.

Invito a los laicos a compartir cada vez más generosamente los dones que han recibido, dedicándose a la animación de las parroquias, a la catequesis y a la educación de los jóvenes, y participando en los movimientos de espiritualidad o en las obras caritativas. Cada bautizado debe asumir su parte de responsabilidad y de servicio en la Iglesia. Para esto es necesario que la formación humana, espiritual y doctrinal de los laicos tenga un lugar reconocido en la pastoral. Así, podrán construirse comunidades eclesiales cada vez más fraternas y unidas, fundadas en una profunda comunión con Cristo, único Salvador del mundo. Esas comunidades podrán servir eficazmente a la unidad entre todos los hombres.

6. Quisiera saludar ahora cordialmente a los sacerdotes, vuestros colaboradores inmediatos en el servicio al pueblo de Dios. Sé con qué ardor y disponibilidad, y al precio de cuántas fatigas, se consagran a su ministerio. Que Dios los fortalezca en su vocación de constructores de comunidades cristianas en plena unión con sus obispos, y les infunda la esperanza en los momentos difíciles. Los invito especialmente a poner la persona de Jesucristo en el centro de su vida, a conformarse con él en todas las cosas, y a dar el testimonio de una vida renovada en él. «El contacto con los representantes de las tradiciones espirituales no cristianas, en particular las de Asia, me ha corroborado que el futuro de la misión depende en gran parte de la contemplación. El misionero, si no es contemplativo, no puede anunciar a Cristo de modo creíble. El misionero es un testigo de la experiencia de Dios y debe poder decir como los Apóstoles: "Lo que contemplamos (...) acerca de la Palabra de vida (...), os lo anunciamos" (1Jn 1,1-3)» (Redemptoris missio RMi 91).

Me uno también con el pensamiento y la oración a los que se preparan para el sacerdocio y esperan con fervor el día en que recibirán la ordenación, que los hará participar en el ministerio de Cristo sacerdote, para construir su Iglesia. Espero que se creen rápidamente las condiciones que os permitan abrir los seminarios, tan necesarios, y acoger en ellos a todos los jóvenes que, con generosidad, aspiran a consagrar su vida al servicio de la Iglesia y de sus hermanos.

Por lo que respecta a los institutos de vida consagrada, conozco la actividad que, discreta pero eficazmente, desempeñan sus miembros en diversos sectores de la asistencia, como hospitales, leproserías, orfanatos, escuelas maternas y casas para minusválidos: comparten la vida de su pueblo y dan un maravilloso testimonio cristiano y evangélico. Por eso, sería constructivo y apreciado por la población que pudieran abrirse algunos noviciados para formar a estos humildes servidores del bien común. Invito a todos los miembros de esos institutos a profundizar su vocación en su triple dimensión de consagración, comunión y misión. Y deseo que encuentren nuevo ardor para afrontar espiritual y apostólicamente los desafíos que se plantean hoy en la sociedad (cf. Vita consecrata VC 13).

7. Con ocasión del gran jubileo, he convocado una Asamblea especial para Asia del Sínodo de los obispos, «que ilustre y profundice la verdad sobre Cristo como único mediador entre Dios y los hombres, y como único redentor del mundo» (Tertio millennio adveniente TMA 38). Este Sínodo deberá analizar las circunstancias en las que se encuentran actualmente los pueblos y las culturas de vuestro continente y preparar a la Iglesia para cumplir mejor su misión de amor y servicio. La preparación y la celebración de esta Asamblea continental es una ocasión para caminar juntamente con la Iglesia universal hacia el tercer milenio, siguiendo a Cristo, en el Espíritu Santo. Por tanto, es de desear que la Iglesia que está en Vietnam pueda aportar a toda la Iglesia la contribución de su larga y rica experiencia de testimonio evangélico que sus pastores y sus fieles han vivido a veces hasta el heroísmo. Las líneas pastorales que surjan de esta Asamblea serán puntos de apoyo para reforzar la fe y dar nuevo impulso apostólico a las comunidades.

8. Queridos hermanos en el episcopado, al terminar este encuentro fraterno, quiero animaros a vosotros, así como a todos vuestros hermanos, a proseguir vuestro ministerio apostólico, con la esperanza que despierta en nosotros la Navidad del Señor, que vamos a celebrar dentro de algunos días. Dios ha querido manifestarse como «el Emmanuel », el que permanece entre nosotros, ayer, hoy y siempre. Que él sea vuestra fuerza y vuestra luz. Que os ayude a mantener la unidad en las Iglesias particulares confiadas a vuestra solicitud. Que refuerce la unidad de los obispos con el Papa y entre sí, y la unidad de los sacerdotes con el Papa y con sus pastores, en la comunión de la Iglesia universal.

Os encomiendo a la protección materna de la Madre de Cristo, nuestra Señora de La-Vang, de cuyas apariciones vais a celebrar el segundo centenario el 15 de agosto de 1998. Que ella sea para vosotros y para vuestros fieles una guía segura en el camino que lleva al Señor Jesús, su Hijo. A cada uno de vosotros, a los obispos que no han podido unirse a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los laicos de Vietnam, presentes en el país o que viven en el extranjero, imparto con afecto la bendición apostólica.






A UN GRUPO DE PEREGRINOS ESLOVENOS


Sala Pablo VI

Sábado 14 de diciembre de 1996



64 Venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos eslovenos:

1. Me alegra daros a todos mi cordial bienvenida, recordando los intensos días transcurridos en vuestra amada nación, del 17 al 19 del pasado mes de mayo. Hoy deseo renovaros mi agradecimiento por la exquisita hospitalidad que me brindasteis con ocasión de mi memorable visita pastoral, y por los múltiples testimonios de afecto que me disteis entonces.

Saludo cordialmente a monseñor Franc Kramberger, obispo de Maribor, a quien agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de todos. Dirijo un saludo especial a monseñor Alojzij Šuštar, arzobispo metropolitano de Liubliana y presidente de la Conferencia episcopal eslovena, que no ha podido estar presente en este encuentro, asegurándole mi cercanía espiritual en la oración y en la comunión fraterna. Saludo, asimismo, a los obispos, a los sacerdotes, a los religiosos y religiosas, y a los laicos comprometidos en los movimientos y asociaciones eclesiales de apostolado. Saludo también deferentemente a las autoridades civiles y, en particular, al presidente de la República, señor Milan Kucan, que han querido participar en vuestra peregrinación a Roma.

En fin, os saludo a todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas de la noble nación eslovena, que con vuestra presencia aquí, en Roma, ante las tumbas de los Apóstoles y de los mártires, deseáis fortalecer vuestro tradicional vínculo de fidelidad y de comunión con la Sede de Pedro.

2. La visita pastoral que tuve la alegría de realizar la pasada primavera —la primera visita pastoral de un Papa a Eslovenia—, se desarrolló con ocasión de los 1250 años de la presencia del Evangelio en vuestra tierra, que llevaron a mediados del siglo VIII los monjes benedictinos procedentes de Salzburgo, Aquilea y Panonia.

Se realizó, además, en el nuevo clima de libertad civil y de democracia, que se ha creado después de haber conseguido la independencia política, hace cinco años. En ese nuevo ambiente social han surgido nuevas esperanzas de progreso y de paz. Sin embargo, no faltan los peligros de un desarrollo orientado hacia un materialismo práctico, marcado por el individualismo y el hedonismo.

3. Con mi visita pastoral quise confirmar vuestra fe y vuestra secular comunión con Cristo y con su Iglesia, frente a los desafíos de este último tramo de siglo, en el umbral del tercer milenio cristiano. En efecto, os invité a volver a examinar las profundas raíces cristianas de la cultura de vuestra tierra, situada en el corazón de Europa como una encrucijada entre Oriente y Occidente.

Recuerdo con alegría los momentos más significativos que caracterizaron aquellos días: la liturgia de Vísperas con el clero y los religiosos en la catedral de Liubliana, el intenso y caluroso encuentro con los jóvenes en Postojna, el diálogo con los representantes del mundo de la cultura en la catedral de Maribor y las dos solemnes celebraciones eucarísticas en Stožice y Maribor, animadas por el canto de numerosos y sugestivos coros. Todavía recuerdo, con viva gratitud, el gran interés y la amplia participación con que todos vosotros, amadísimos hermanos y hermanas eslovenos, seguisteis mi viaje pastoral por vuestra amada tierra.

Os renuevo hoy la exhortación que os hice en el momento de despedirme de vosotros: proseguid la ardua tarea de acudir a vuestra secular tradición cristiana para que su savia vital os permita afrontar con valentía y determinación los compromisos actuales y futuros. «Es verdad que no se pueden resolver inmediatamente las dificultades económicas heredadas del pasado, pero también es cierto que con la paciencia, la disponibilidad al diálogo y la capacidad de perdón y de reconciliación todos podrán mirar con confianza al futuro. En efecto, unidos podréis afrontar más fácilmente los desafíos de la hora actual y elaborar propuestas de solución satisfactorias » (Discurso durante la ceremonia de despedida en el aeropuerto de Maribor, n. 2: L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 31 de mayo de 1996, p. 16).

En este renovado clima de diálogo y colaboración entre los diversos componentes del país, la comunidad católica eslovena desea dar su contribución específica. Espero que el diálogo y la colaboración entre los pastores de la Iglesia y las autoridades civiles se profundice cada vez más, para contribuir juntos a la construcción del bien común, respetando las respectivas competencias.

65 4. Amadísimos hermanos y hermanas, con vuestra presencia en Roma, centro de irradiación de la civilización que ha fecundado el viejo continente, testimoniáis la vocación del pueblo esloveno a servir de puente entre las diversas tradiciones culturales europeas, favoreciendo así la paz y la comprensión entre los hombres. Signo particularmente elocuente de este compromiso es el árbol que será iluminado en la plaza de San Pedro, con ocasión de la próxima Navidad, y que este año proviene de vuestra hermosa y floreciente tierra.

¡Gracias, amadísimos hermanos, también por este significativo don! Espero de todo corazón que todos vosotros, vuestros compatriotas que han permanecido en la patria, y todos los eslovenos que, por diversos motivos, están viviendo en diferentes lugares del mundo, pasen con serenidad e intensidad el período de preparación para las fiestas navideñas ya cercanas.

Con estos deseos, invocando la protección materna de María, «Auxilio de los cristianos» y «Reina de Eslovenia», os imparto de corazón a todos vosotros una bendición apostólica especial.







Discursos 1996 58