Audiencias 1997 60

60 Además, la Iglesia, contemplando a María, imita su amor, su fiel acogida de la Palabra de Dios y su docilidad al cumplir la voluntad del Padre. Siguiendo el ejemplo de la Virgen, realiza una fecunda maternidad espiritual.

4. Ahora bien, la maternidad de la Iglesia no hace superflua a la de María que, al seguir ejerciendo su influjo sobre la vida de los cristianos, contribuye a dar a la Iglesia un rostro materno. A la luz de María, la maternidad de la comunidad eclesial, que podría parecer algo general, está llamada a manifestarse de modo más concreto y personal hacia cada uno de los redimidos por Cristo.

Por ser Madre de todos los creyentes, María suscita en ellos relaciones de auténtica fraternidad espiritual y de diálogo incesante.

La experiencia diaria de fe, en toda época y en todo lugar, pone de relieve la necesidad que muchos sienten de poner en manos de María las necesidades de la vida de cada día y abren confiados su corazón para solicitar su intercesión maternal y obtener su tranquilizadora protección.

Las oraciones dirigidas a María por los hombres de todos los tiempos, las numerosas formas y manifestaciones del culto mariano, las peregrinaciones a los santuarios y a los lugares que recuerdan las hazañas realizadas por Dios Padre mediante la Madre de su Hijo, demuestran el extraordinario influjo que ejerce María sobre la vida de la Iglesia. El amor del pueblo de Dios a la Virgen percibe la exigencia de entablar relaciones personales con la Madre celestial. Al mismo tiempo, la maternidad espiritual de María sostiene e incrementa el ejercicio concreto de la maternidad de la Iglesia.

5. Las dos madres, la Iglesia y María, son esenciales para la vida cristiana. Se podría decir que una ejerce una maternidad más objetiva, y la otra más interior.

La Iglesia actúa como madre en la predicación de la palabra de Dios, en la administración de los sacramentos, y en particular en el bautismo, en la celebración de la Eucaristía y en el perdón de los pecados.

La maternidad de María se expresa en todos los campos de la difusión de la gracia, particularmente en el marco de las relaciones personales.

Se trata de dos maternidades inseparables, pues ambas llevan a reconocer el mismo amor divino que desea comunicarse a los hombres.

Saludos

Dirijo ahora mi saludo a las personas y grupos de lengua española; en particular, a los fieles de la diócesis argentina de San Isidro y a los jóvenes latinoamericanos y españoles de paso por Roma en su camino hacia París, para participar en la próxima Jornada mundial de la juventud. Que la celebración de la cercana fiesta de la Asunción, tan arraigada en vuestros países, favorezca una auténtica fraternidad entre todos los hijos e hijas de la Iglesia. Con gran afecto, os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En checo)
61 Al reflexionar sobre la próxima solemnidad de la Asunción, María santísima se nos presenta como signo de consolación y de segura esperanza. Ella nos acompaña con su poderosa intercesión, para que se cumpla también en nosotros el misterio de la glorificación en Cristo.

(A los fieles procedentes de Eslovaquia)
Estamos cerca de la fiesta de nuestra Madre, la Virgen María, asunta al cielo. Ella vive en su cuerpo glorioso, es eternamente joven, no envejece jamás. Queridos hermanos y hermanas, toda la Iglesia está ordenada hacia esta gloria, desea la plenitud de vida, la eterna juventud. Considerad el inminente encuentro de la juventud en París como la expresión de este deseo. Alegraos porque los jóvenes se interesan por Cristo. Orad para que perseveren en este interés y para que los centenares de jóvenes que se preparan para ir a París desde Eslovaquia cultiven este saludable interés por Cristo Señor en la nación eslovaca. Con esta intención os imparto mi bendición apostólica a vosotros y a toda la juventud eslovaca.

(A los peregrinos de Hungría)
Os saludo cordialmente, queridos peregrinos húngaros de Budapest y de Szolnok. En mi catequesis de hoy he reflexionado sobre María, que es modelo de la maternidad de la Iglesia. En estos días celebramos la solemnidad de la Asunción de María y también la de san Esteban, primer santo rey de Hungría. Deseo de corazón que el querido pueblo húngaro, guiado por la espiritualidad cristiana y su riqueza cultural, desempeñe su papel en la construcción y reevangelización de Europa.

(En italiano)
Dirijo una cordial bienvenida a todos los peregrinos de lengua italiana, en particular a los jóvenes, que espero vayan en gran número a París para la Jornada mundial de la Juventud. Queridísimos, ojalá que el próximo encuentro en la capital francesa refuerce en vosotros los propósitos de generosa acogida de Cristo, para ser en el mundo testigos de su evangelio de esperanza.

Mi pensamiento va, también, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes. Os exhorto a vosotros, queridos enfermos, a que ofrezcáis vuestros sufrimientos al Señor por la ya inminente cita de los jóvenes en Francia. Y pido también a vosotros, queridos recién casados, que acompañéis este evento eclesial con vuestra oración.




Miércoles 20 de agosto de 1997

La Virgen María, modelo de la virginidad de la Iglesia

1. La Iglesia es madre y virgen. El Concilio, después de afirmar que es madre, siguiendo el modelo de María, le atribuye el título de virgen, y explica su significado: «También ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sincera » (Lumen gentium LG 64).

62 Así pues, María es también modelo de la virginidad de la Iglesia. A este respecto, conviene precisar que la virginidad no pertenece a la Iglesia en sentido estricto, dado que no constituye el estado de vida de la gran mayoría de los fieles. En efecto, en virtud del providencial plan divino, el camino del matrimonio es la condición más general y, podríamos decir, la más común de los que han sido llamados a la fe. El don de la virginidad está reservado a un número limitado de fieles, llamados a una misión particular dentro de la comunidad eclesial.

Con todo, el Concilio, refiriendo la doctrina de san Agustín, sostiene que la Iglesia es virgen en sentido espiritual de integridad en la fe, en la esperanza y en la caridad. Por ello, la Iglesia no es virgen en el cuerpo de todos sus miembros, pero posee la virginidad del espíritu («virginitas mentis»), es decir, «la fe íntegra, la esperanza firme y la caridad sincera» (In Ioannem Tractatus, 13, 12: PL 35, 1.499).

2. La constitución Lumen gentium recuerda, a continuación, que la virginidad de María, modelo de la de la Iglesia, incluye también la dimensión física, por la que concibió virginalmente a Jesús por obra del Espíritu Santo, sin intervención del hombre.

María es virgen en el cuerpo y virgen en el corazón, como lo manifiesta su intención de vivir en profunda intimidad con el Señor, expresada firmemente en el momento de la Anunciación. Por tanto, la que es invocada como «Virgen entre las vírgenes», constituye sin duda para todos un altísimo ejemplo de pureza y de entrega total al Señor. Pero, de modo especial, se inspiran en ella las vírgenes cristianas y los que se dedican de modo radical y exclusivo al Señor en las diversas formas de vida consagrada.

Así, después de desempeñar un papel importante en la obra de la salvación, la virginidad de María sigue influyendo benéficamente en la vida de la Iglesia.

3. No conviene olvidar que el primer ejemplar, y el más excelso, de toda vida casta es ciertamente Cristo. Sin embargo, María constituye el modelo especial de la castidad vivida por amor a Jesús Señor.

Ella estimula a todos los cristianos a vivir con especial esmero la castidad según su propio estado, y a encomendarse al Señor en las diferentes circunstancias de la vida. María, que es por excelencia santuario del Espíritu Santo, ayuda a los creyentes a redescubrir su propio cuerpo como templo de Dios (cf.
1Co 6,19) y a respetar su nobleza y santidad.

A la Virgen dirigen su mirada los jóvenes que buscan un amor auténtico e invocan su ayuda materna para perseverar en la pureza.

María recuerda a los esposos los valores fundamentales del matrimonio, ayudándoles a superar la tentación del desaliento y a dominar las pasiones que pretenden subyugar su corazón. Su entrega total a Dios constituye para ellos un fuerte estímulo a vivir en fidelidad recíproca, para no ceder nunca ante las dificultades que ponen en peligro la comunión conyugal.

4. El Concilio exhorta a los fieles a contemplar a María, para que imiten su fe «virginalmente íntegra», su esperanza y su caridad.

Conservar la integridad de la fe representa una tarea ardua para la Iglesia, llamada a una vigilancia constante, incluso a costa de sacrificios y luchas. En efecto, la fe de la Iglesia no sólo se ve amenazada por los que rechazan el mensaje del Evangelio, sino sobre todo por los que, acogiendo sólo una parte de la verdad revelada, se niegan a compartir plenamente todo el patrimonio de fe de la Esposa de Cristo.

63 Por desgracia, esa tentación, que se encuentra ya desde los orígenes de la Iglesia, sigue presente en su vida, y la impulsa a aceptar sólo en parte la Revelación o a dar a la palabra de Dios una interpretación restringida y personal, de acuerdo con la mentalidad dominante y los deseos individuales. María, que aceptó plenamente la palabra del Señor, constituye para la Iglesia un modelo insuperable de fe «virginalmente íntegra», que acoge con docilidad y perseverancia toda la verdad revelada. Y, con su constante intercesión, obtiene a la Iglesia la luz de la esperanza y el fuego de la caridad, virtudes de las que ella, en su vida terrena, fue para todos ejemplo inigualable.

Saludos

Mi saludo cordial se dirige ahora a los peregrinos de lengua española. Entre ellos, al grupo de Frailes Menores de España, a los fieles de la parroquia de Santa Eulalia de Mérida, a los peregrinos de Tabernes de Valldigna, así como a los demás grupos de México, Bolivia y Venezuela. A todos os exhorto a que, con la mirada puesta en María, modelo de la Iglesia, acompañéis con vuestra oración el Encuentro mundial de la juventud de París, adonde mañana me dirigiré. Con afecto os imparto la bendición apostólica.

(En eslovaco)
La Virgen María está cerca de nosotros, nos ayuda a servir bien a Dios, nuestro Señor, para que podamos, como ella, entrar en la gloria del cielo.

(En húngaro)
En mi catequesis de hoy he reflexionado sobre María, que es modelo de la virginidad de la Iglesia. Celebráis la solemnidad de san Esteban, primer santo rey de Hungría. Siguiendo las huellas de este santo, renovad el ofrecimiento de la nación a María, invocando su especial mediación para cada una de las personas, las familias y todo el pueblo húngaro.

(En italiano)
La atención de todos se dirige en estos días a París, donde se está celebrando la Jornada mundial de la juventud. Queridísimos muchachos y muchachas, os invito a uniros espiritualmente a vuestros coetáneos reunidos allí, para compartir la extraordinaria experiencia del encuentro con Cristo Maestro, que da sentido pleno a la existencia humana. Os pido a vosotros, queridos enfermos y recién casados, que acompañéis esta importante peregrinación juvenil con vuestra plegaria, a fin de que sus frutos espirituales redunden en beneficio del pueblo cristiano en todas las partes del mundo.




Miércoles 27 de agosto de 1997



Amadísimos hermanos y hermanas:

64 1. Con gran alegría he podido participar en París, durante los días pasados, en la XII Jornada mundial de la juventud. Doy vivamente gracias al Señor, que me ha concedido vivir esta extraordinaria experiencia de fe y esperanza.

Expreso con gusto mi agradecimiento al señor presidente de la República francesa y a todas las autoridades por la amable acogida que me han dispensado. Doy las gracias también a cuantos, en diversos niveles, han contribuido eficazmente al ordenado y pacífico desarrollo de toda la manifestación.

Mi agradecimiento se extiende asimismo, con fraterna cordialidad, al cardenal Jean-Marie Lustiger, arzobispo de París; a monseñor Michel Dubost, presidente del comité organizador; y a toda la Conferencia episcopal francesa por el gran esmero con que se prepararon y desarrollaron las diversas fases del encuentro mundial. Por último, dirijo unas palabras de gratitud cordial a todos los voluntarios, así como a las familias que, con su generosa disponibilidad, hicieron posible la participación de tantas personas en una manifestación eclesial tan importante.

2. La XII Jornada mundial de la juventud ha visto la participación, en un número superior a toda previsión, de chicos y chicas procedentes de alrededor de 160 países de toda la tierra. Se dieron cita en la capital francesa para manifestar la alegría de su fe en Cristo y para experimentar el gozo de estar juntos como miembros de la única Iglesia de Cristo. Al llegar a Francia, encontraron la disponibilidad generosa de sus coetáneos franceses, que los acogieron con espíritu de fraternidad y cordialidad, primero en todo el país, y después en Ile-de France.

Fue para ellos una ocasión particularmente feliz para descubrir el patrimonio cultural y espiritual de Francia, cuyo lugar en la historia de la Iglesia es muy conocido. Así pudieron confrontarse con una Iglesia viva y una sociedad dinámica y abierta.

Quedará seguramente grabado en la memoria de todos el recuerdo de las estupendas liturgias que jalonaron los momentos más significativos del Triduum, que culminó en la celebración solemne del domingo 24 de agosto. Tanto en el marco sugestivo de Notre Dame, donde tuvo lugar la beatificación de Federico Ozanam, como en la catedral de luces creada en Longchamp para la vigilia bautismal, los ritos se desarrollaron en un clima de intensa religiosidad, a la que aportaron su contribución la música y los cantos inspirados en culturas diversas y ejecutados con el estilo apropiado.

3. El tema central que guió la reflexión en las diversas etapas del encuentro fue la pregunta que dos discípulos hicieron un día a Jesús: «Maestro, ¿dónde vives?» y que recibieron la respuesta: «Venid y lo veréis» (
Jn 1,38 s). Con ella el Señor los invitaba a entrar en relación directa con él, para compartir su camino («venid») y conocerlo a fondo a él («veréis»).

El mensaje era claro: para comprender a Cristo no basta escuchar su enseñanza; es preciso compartir su vida, hacer de alguna manera la experiencia de su presencia viva. El tema de la Jornada mundial de la juventud se insertó en la preparación para el gran jubileo del año 2000, que quiere volver a proponer al hombre de hoy a Jesucristo, único Salvador del mundo, ayer, hoy y siempre.

Esta Jornada mundial pretendía ofrecer a los jóvenes que buscan el sentido último de su vida la respuesta: el descubrimiento de Cristo, Verbo encarnado para la salvación del hombre, además de iluminar el misterio humano más allá de la muerte, confiere la capacidad de construir en el tiempo una sociedad en la que se respete la dignidad humana y sea real la fraternidad.

4. El hilo conductor que inspiró la reflexión y la oración, y que dio unidad a las grandes reuniones, fue la referencia a la celebración que la Iglesia realiza del misterio pascual en el Triduo sacro.

En el grandioso escenario del Campo de Marte, dominado por la soberbia mole de la torre Eiffel, tuvo lugar el primer encuentro con la juventud: se volvió a escuchar la gran lección del servicio al prójimo, que Jesús dio con el lavatorio de los pies, y se dirigió a los jóvenes la invitación a meditar, durante las diversas vigilias de la velada, en el sacramento de la Eucaristía, manantial inagotable de todo auténtico amor.

65 En este contexto resultó rica de significado la beatificación de Federico Ozanam, apóstol de la caridad y fundador de las Conferencias de San Vicente de Paúl, además de insigne ejemplo de profundo intelectual católico. El discurso sobre el amor fue desarrollado aún más en el Vía crucis del viernes, en el que la atención se concentró en el don supremo que Cristo Servidor hizo de sí mismo para la salvación del mundo.

La sugestiva Vigilia bautismal del sábado, que se celebró en el hipódromo de Longchamp, permitió reflexionar detenidamente en el nuevo nacimiento del cristiano y en su llamada a vivir una relación de comunión personal con el Redentor.

El domingo 24, por último, tuvo lugar la gran celebración eucarística, durante la cual se volvió a reflexionar en el tema central: es necesario ir a Cristo («venid »), para descubrir cada vez más a fondo su verdadera identidad («veréis»). En él el creyente, a través de la «locura » de la cruz, llega a la suprema sabiduría del amor y, en torno a la mesa de la Eucaristía, descubre la unidad profunda que hace de personas provenientes de todo el mundo un único Cuerpo místico.

El espectáculo que ofrecieron los jóvenes en la inmensa explanada de Longchamp fue la confirmación elocuente de esta verdad: a pesar de la diversidad de lengua, cultura, nacionalidad y color de la piel, los chicos y chicas de los cinco continentes se dieron la mano, se intercambiaron saludos y sonrisas, oraron y cantaron juntos. Se veía claramente que todos se sentían como en su propia casa, como miembros de una única y gran familia. A un mundo marcado por divisiones de todo tipo, dominado por la indiferencia recíproca, expuesto a la angustia de la alienación global, los jóvenes lanzaron desde París un mensaje: la fe en Cristo crucificado y resucitado puede fundar una fraternidad nueva, en la que todos nos aceptamos mutuamente porque nos amamos.

5. Al final de la gran concelebración, durante la plegaria del Ángelus, tuve la alegría de anunciar la próxima proclamación de santa Teresa de Lisieux como doctora de la Iglesia. Teresa, joven también, como los participantes en la Jornada mundial, comprendió de modo admirable el anuncio asombroso del amor de Dios, recibido como don y vivido con la humilde confianza y la sencillez de los pequeños que, en Jesucristo, se abandonan totalmente al Padre. Y se convirtió en su maestra autorizada para el presente y el futuro de la Iglesia.

Lo que hemos vivido juntos en París los días pasados ha sido un extraordinario acontecimiento de esperanza, una esperanza que del corazón de los jóvenes se ha irradiado a todo el mundo. Oremos para que el impulso de tantos chicos y chicas, procedentes de los cuatro ángulos de la tierra, prosiga y dé frutos abundantes en la Iglesia siempre joven del nuevo milenio.

Saludos

Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. En particular, a las religiosas Terciarias Capuchinas de la Sagrada Familia, a los alumnos del colegio San Judas Tadeo de Costa Rica, así como a los demás grupos de España, México, Chile?y Argentina. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica.

(En eslovaco)
En estos días he experimentado una gran alegría en el encuentro con los jóvenes en París. La Iglesia de los jóvenes ha mostrado su amor a Cristo. Tratad vosotros también de conocerlo mejor. En este empeño os confirme vuestra peregrinación a Roma y la bendición apostólica, que de corazón os imparto a vosotros y a todos los jóvenes que mañana comenzarán el encuentro nacional eslovaco de la juventud en Koice.

(En húngaro)
66 La semana pasada hemos celebrado en París la XII Jornada mundial de la juventud; allí me he encontrado también con los jóvenes húngaros. Dicho acontecimiento ha sido una gran experiencia espiritual no sólo para la juventud, sino también para mí. Ojalá que la Iglesia en Hungría atraiga a los jóvenes.

(En esloveno)
Vuestra peregrinación a la ciudad eterna es la continuación de la peregrinación de los jóvenes, del pueblo de Dios y de toda la humanidad hacia el gran jubileo del año 2000. En París he recomendado a los jóvenes que lleven la esperanza a la generación actual. Lo mismo os repito también a vosotros y deseo que en estos días fortifiquéis vuestra fe en Jesucristo. Es él el Redentor del mundo, que da pleno sentido a la vida del hombre. ¡Con Cristo, encaminaos valientemente hacia el tercer milenio cristiano, del que deberéis ser protagonistas!.

(A los profesores y estudiantes de la escuela de enfermeros de Dubrovnik)
Es necesario no sólo conocer bien la fe, sino también profundizar la pertenencia a la Iglesia y desarrollar continuamente la conciencia de la responsabilidad de cada uno en su crecimiento y en su progreso. A esto se añade el compromiso real en la edificación de la sociedad en la que el bautizado vive y trabaja.

(En italiano)
Me dirijo ahora a los jóvenes, enfermos y recién casados presentes en esta audiencia. Queridísimos, hoy y mañana la liturgia hace memoria de dos grandes santos; santa Mónica y san Agustín, unidos en la tierra por vínculos familiares y en el cielo por el mismo destino de gloria. Que su ejemplo e intercesión os impulse, jóvenes, a la búsqueda sincera y apasionada de la verdad evangélica; a vosotros, enfermos, desvele el valor redentor del sufrimiento ofrecido a Dios en unión con el sacrificio de la cruz; y a vosotros, recién casados, os sostenga en el generoso testimonio de la gratuidad y fecundidad del amor de Dios.



Septiembre de 1997


Miércoles 3 de septiembre de 1997

La Virgen María, modelo de la santidad de la Iglesia

1. En la carta a los Efesios san Pablo explica la relación esponsal que existe entre Cristo y la Iglesia con las siguientes palabras: «Cristo amó a la Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola mediante el baño del agua, en virtud de la palabra, y presentársela resplandeciente a sí mismo; sin que tenga mancha ni arruga ni cosa parecida, sino que sea santa e inmaculada » (Ep 5,25-27).

67 El concilio Vaticano II recoge las afirmaciones del Apóstol y recuerda que «la Iglesia en la santísima Virgen llegó ya a la perfección», mientras que «los creyentes se esfuerzan todavía en vencer el pecado para crecer en la santidad» (Lumen gentium LG 65).

Así se subraya la diferencia que existe entre los creyentes y María, a pesar de que tanto ella como ellos pertenecen a la Iglesia santa, que Cristo hizo «sin mancha ni arruga». En efecto, mientras los creyentes reciben la santidad por medio del bautismo, María fue preservada de toda mancha de pecado original y redimida anticipadamente por Cristo. Además, los creyentes, a pesar de estar libres «de la ley del pecado» (Rm 8,2), pueden aún caer en la tentación, y la fragilidad humana se sigue manifestando en su vida. «Todos caemos muchas veces», afirma la carta de Santiago (Jc 3,2). Por esto, el concilio de Trento enseña: «Nadie puede en su vida entera evitar todos los pecados, aun los veniales » (DS 1 DS 573). Con todo, la Virgen inmaculada, por privilegio divino, como recuerda el mismo Concilio, constituye una excepción a esa regla (cf. ib.).

2. A pesar de los pecados de sus miembros, la Iglesia es, ante todo, la comunidad de los que están llamados a la santidad y se esfuerzan cada día por alcanzarla.

En este arduo camino hacia la perfección, se sienten estimulados por la Virgen, que es «modelo de todas las virtudes ». El Concilio afirma que «la Iglesia, meditando sobre ella con amor y contemplándola a la luz del Verbo hecho hombre, llena de veneración, penetra más íntimamente en el misterio supremo de la Encarnación y se identifica cada vez más con su Esposo» (Lumen gentium LG 65).

Así pues, la Iglesia contempla a María. No sólo se fija en el don maravilloso de su plenitud de gracia, sino que también se esfuerza por imitar la perfección que en ella es fruto de la plena adhesión al mandato de Cristo: «Sed, pues, perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial» (Mt 5,48). María es la toda santa. Representa para la comunidad de los creyentes el modelo de la santidad auténtica, que se realiza en la unión con Cristo. La vida terrena de la Madre de Dios se caracteriza por una perfecta sintonía con la persona de su Hijo y por una entrega total a la obra redentora que él realizó.

La Iglesia, reflexionando en la intimidad materna que se estableció en el silencio de la vida de Nazaret y se perfeccionó en la hora del sacrificio, se esfuerza por imitarla en su camino diario. De este modo, se conforma cada vez más a su Esposo. Unida, como María, a la cruz del Redentor, la Iglesia, a través de las dificultades, las contradicciones y las persecuciones que renuevan en su vida el misterio de la pasión de su Señor, busca constantemente la plena configuración con él.

3. La Iglesia vive de fe, reconociendo en «la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor» (Lc 1,45) la expresión primera y perfecta de su fe. En este itinerario de confiado abandono en el Señor, la Virgen precede a los discípulos, aceptando la Palabra divina en un continuo «crescendo», que abarca todas las etapas de su vida y se extiende también a la misión de la Iglesia.

Su ejemplo anima al pueblo de Dios a practicar su fe, y a profundizar y desarrollar su contenido, conservando y meditando en su corazón los acontecimientos de la salvación.

María se convierte, asimismo, en modelo de esperanza para la Iglesia. Al escuchar el mensaje del ángel, la Virgen orienta primeramente su esperanza hacia el Reino sin fin, que Jesús fue enviado a establecer.

La Virgen permanece firme al pie de la cruz de su Hijo, a la espera de la realización de la promesa divina. Después de Pentecostés, la Madre de Jesús sostiene la esperanza de la Iglesia, amenazada por las persecuciones. Ella es, por consiguiente, para la comunidad de los creyentes y para cada uno de los cristianos la Madre de la esperanza, que estimula y guía a sus hijos a la espera del Reino, sosteniéndolos en las pruebas diarias y en medio de las vicisitudes, algunas trágicas, de la historia.

En María, por último, la Iglesia reconoce el modelo de su caridad. Contemplando la situación de la primera comunidad cristiana, descubrimos que la unanimidad de los corazones, que se manifestó en la espera de Pentecostés, está asociada a la presencia de la Virgen santísima (cf. Ac 1,14). Precisamente gracias a la caridad irradiante de María es posible conservar en todo tiempo dentro de la Iglesia la concordia y el amor fraterno.

68 4. El Concilio subraya expresamente el papel ejemplar que desempeña María con respecto a la Iglesia en su misión apostólica, con las siguientes palabras: «En su acción apostólica, la Iglesia con razón mira hacia aquella que engendró a Cristo, concebido del Espíritu Santo y nacido de la Virgen, para que por medio de la Iglesia nazca y crezca también en el corazón de los creyentes. La Virgen fue en su vida ejemplo de aquel amor de madre que debe animar a todos los que colaboran en la misión apostólica de la Iglesia para engendrar a los hombres a una vida nueva» (Lumen gentium LG 65).

Después de cooperar en la obra de la salvación con su maternidad, con su asociación al sacrificio de Cristo y con su ayuda materna a la Iglesia que nacía, María sigue sosteniendo a la comunidad cristiana y a todos los creyentes en su generoso compromiso de anunciar el Evangelio.

Saludos

(El día 1 de septiembre de 1939 estalló la segunda guerra mundial, que originó inmensos sufrimientos y penalidades, en particular a la nación polaca. El Papa Juan Pablo II, que tenía 19 años, vivió de forma directa esa triste experiencia. Dirigiéndose a los peregrinos polacos presentes en la plaza de San Pedro, se refirió al inicio de esa gran guerra, y pidió a los fieles que encomendaran en su oración a María a todas las personas que sufren)

Amadísimos hermanos, no puedo por menos de recordar hoy el 1 de septiembre de 1939, cuando estalló la segunda guerra mundial, y toda la experiencia de esa guerra mundial en nuestra patria.

Hoy es 3 de septiembre, que aquel año cayó en domingo. La guerra ya había comenzado y el ejército alemán se estaba acercando a Cracovia.

En esta ocasión nos dirigimos de modo particular a la Virgen María, Reina de Polonia, con las palabras del canto: «¡Cuánto has sufrido, María, al pie de la cruz de tu Hijo!». Y, recordando sus sufrimientos al pie de la cruz, le encomendamos nuestra patria y sobre todo a las personas que sufren. Pidámosle a ella que abrevie sus sufrimientos. Y para los que no saben afrontarlos pidámosle el don de la perseverancia y de la victoria.

El canto dedicado a la Madre de Dios, Reina de Polonia, es una especie de relato histórico de nuestras experiencias del año 1939 y de toda la guerra mundial, que nos costó tantas tribulaciones, tantos sufrimientos y sacrificios, necesarios para conseguir la victoria final.

Hoy, y en estos días, encomendemos a Dios de modo particular nuestra patria. ¡Alabado sea Jesucristo!
* * *


(En español)
69 Me complace saludar ahora a los peregrinos de lengua española. De modo particular, a los fieles de El Salvador, a los jóvenes del Ecuador, así como a los demás grupos de México, España, Panamá, Venezuela y Chile. A todos os invito a poner los ojos del corazón en María, modelo de caridad y de esperanza para la Iglesia, mientras os imparto con afecto la bendición apostólica.

(En croata)
La preparación al gran jubileo exige también el descubrimiento de la vocación de los cristianos a la santidad. Por tanto, es necesario suscitar en cada uno de los fieles un verdadero anhelo de santidad, que es una de las características típicas del vivir y del actuar de los cristianos, y que manifiesta la naturaleza de la Iglesia.

(En italiano)

Me es grato dirigir mi saludo a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados aquí presentes.

Jesucristo es el modelo del hombre perfecto y la fuente de nuestra alegría. Vosotros, queridos jóvenes, sed la luz que brilla dando testimonio de él, camino, verdad y vida; vosotros, queridos enfermos, unid en la Eucaristía el ofrecimiento de vosotros mismos al de Jesús redentor; y vosotros, queridos recién casados, vivid en familia abiertos a los dones del Espíritu, para que el Señor ilumine siempre vuestro camino conyugal.







Miércoles 10 de septiembre de 1997

La Virgen María, modelo de la Iglesia en el culto divino

1. En la exhortación apostólica Marialis cultus el siervo de Dios Pablo VI, de venerada memoria, presenta a la Virgen como modelo de la Iglesia en el ejercicio del culto. Esta afirmación constituye casi un corolario de la verdad que indica en María el paradigma del pueblo de Dios en el camino de la santidad: «La ejemplaridad de la santísima Virgen en este campo dimana del hecho que ella es reconocida como modelo extraordinario de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la perfecta unión con Cristo, esto es, de aquella disposición interior con que la Iglesia, Esposa amadísima, estrechamente asociada a su Señor, lo invoca y por su medio rinde culto al Padre eterno» (n. 16).

2. Aquella que en la Anunciación manifestó total disponibilidad al proyecto divino, representa para todos los creyentes un modelo sublime de escucha y de docilidad a la palabra de Dios.

Respondiendo al ángel: «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), y declarándose dispuesta a cumplir de modo perfecto la voluntad del Señor, María entra con razón en la bienaventuranza proclamada por Jesús: «Dichosos (...) los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen» (Lc 11,28).

70 Con esa actitud, que abarca toda su existencia, la Virgen indica el camino maestro de la escucha de la palabra del Señor, momento esencial del culto, que caracteriza a la liturgia cristiana. Su ejemplo permite comprender que el culto no consiste ante todo en expresar los pensamientos y los sentimientos del hombre, sino en ponerse a la escucha de la palabra divina para conocerla, asimilarla y hacerla operativa en la vida diaria.

3. Toda celebración litúrgica es memorial del misterio de Cristo en su acción salvífica por toda la humanidad, y quiere promover la participación personal de los fieles en el misterio pascual expresado nuevamente y actualizado en los gestos y en las palabras del rito.

María fue testigo de los acontecimientos de la salvación en su desarrollo histórico, culminado en la muerte y resurrección del Redentor, y guardó «todas estas cosas, y las meditaba en su corazón » (
Lc 2,19).

Ella no se limitaba a estar presente en cada uno de los acontecimientos; trataba de captar su significado profundo, adhiriéndose con toda su alma a cuanto se cumplía misteriosamente en ellos.

Por tanto, María se presenta como modelo supremo de participación personal en los misterios divinos. Guía a la Iglesia en la meditación del misterio celebrado y en la participación en el acontecimiento de salvación, promoviendo en los fieles el deseo de una íntima comunión personal con Cristo, para cooperar con la entrega de la propia vida a la salvación universal.

4. María constituye, además, el modelo de la oración de la Iglesia. Con toda probabilidad, María estaba recogida en oración cuando el ángel Gabriel entró en su casa de Nazaret y la saludó. Este ambiente de oración sostuvo ciertamente a la Virgen en su respuesta al ángel y en su generosa adhesión al misterio de la Encarnación.

En la escena de la Anunciación, los artistas han representado casi siempre a María en actitud orante. Recordemos, entre todos, al beato Angélico. De aquí proviene, para la Iglesia y para todo creyente, la indicación de la atmósfera que debe reinar en la celebración del culto.

Podemos añadir asimismo que María representa para el pueblo de Dios el paradigma de toda expresión de su vida de oración. En particular, enseña a los cristianos cómo dirigirse a Dios para invocar su ayuda y su apoyo en las varias situaciones de la vida.

Su intercesión materna en las bodas de Caná y su presencia en el cenáculo junto a los Apóstoles en oración, en espera de Pentecostés, sugieren que la oración de petición es una forma esencial de cooperación en el desarrollo de la obra salvífica en el mundo. Siguiendo su modelo, la Iglesia aprende a ser audaz al pedir, a perseverar en su intercesión y, sobre todo, a implorar el don del Espíritu Santo (cf. Lc Lc 11,13).

5. La Virgen constituye también para la Iglesia el modelo de la participación generosa en el sacrificio. En la presentación de Jesús en el templo y, sobre todo, al pie de la cruz, María realiza la entrega de sí, que la asocia como Madre al sufrimiento y a las pruebas de su Hijo. Así, tanto en la vida diaria como en la celebración eucarística, la «Virgen oferente» (Marialis cultus, 20) anima a los cristianos a «ofrecer sacrificios espirituales, aceptos a Dios por mediación de Jesucristo» (1P 2,5).

Saludos

71 Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en especial a las Hermanas Mercedarias de la Caridad, reunidas en asamblea general, así como a los diversos grupos venidos de España, México, Uruguay, Argentina y Colombia. Saludo también a la tripulación del buque escuela «Gloria» de la Marina militar colombiana. Que el ejemplo de la Virgen María os ayude a participar más intensamente en el culto que la Iglesia ofrece a Dios. A todos os imparto con afecto la bendición apostólica. Muchas gracias.

(A los peregrinos eslovacos)
Os estáis preparando para celebrar a vuestra principal patrona, la Madre Dolorosa. Hace dos años, en Šaštin, cuando puse la corona de oro en su cabeza, os dije: “Ella desea que la acojáis en vuestra casa, en cada casa eslovaca, en la vida de toda la nación”. Lo mismo os digo también hoy: sed un pueblo mariano, para que podáis pertenecer mejor a Cristo.

(A los miembros de la «Consulta nacional italiana de las Fundaciones antiusura »)
Sé cuán preocupante es el fenómeno de la usura que, por desgracia, está difundido en muchas ciudades y presenta aspectos dramáticos para las familias implicadas en él. Sé también con cuánta tenacidad, aun en medio de muchas dificultades, tratáis de unir vuestros esfuerzos para contener un sistema tan injusto, que interpela fuertemente a las comunidades civiles y eclesiales. Animo y bendigo la obra altamente meritoria que vuestra Consulta nacional está realizando para poner fin a esta explotación despiadada de las necesidades ajenas, y dar así esperanza a quien se halla envuelto en la red de desaprensivos usureros. Amadísimos hermanos y hermanas, continuad luchando contra esta tremenda plaga social, sostenidos por la conciencia de que con vosotros actúa el Señor, que “librará al pobre suplicante, al desdichado y al que nadie ampara” (
Ps 72,12).

Deseo, ahora, saludar a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados, y os invito a cada uno a dirigir vuestra mirada a la cruz de Cristo, que el domingo próximo contemplaremos en la fiesta de su Exaltación. Queridos jóvenes, que vuestro compromiso de seguir a Jesús no se detenga frente a los inevitables sufrimientos que evoca el misterio de la cruz. Vosotros, queridos enfermos, no dejéis nunca de contemplar a Cristo crucificado, que salva al mundo ofreciendo su vida por nosotros; y vosotros, queridos recién casados, testimoniad con la entrega total de vosotros mismos el sentido profundo de la cruz de Cristo.










Audiencias 1997 60