Discursos 1997 91

VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



A LA COMUNIDAD ORTODOXA


Arzobispado de Sarajevo, domingo 13 de abril de 1997



Excelentísimo metropolita de Dabar-Bosnia, monseñor Nikolaj;
queridos hermanos en Cristo:

92 1. Doy gracias a la divina Providencia, que me ha permitido encontrarme con vosotros durante esta visita a Sarajevo. Saludo «con el beso santo» (Rm 16,16) de la paz y de la caridad del Señor Jesús a todos los serbo- ortodoxos de Bosnia-Herzegovina, por quienes siento un profundo respeto.

Mi saludo cordial va, ante todo, a usted, excelentísimo metropolita Nikolaj, y se extiende también a todos los que le ayudan en el ministerio de gobernar, santificar y guiar a los fieles de la Iglesia ortodoxa serbia.

Mi pensamiento deferente y mi saludo fraterno se dirigen a Su Beatitud, el patriarca Pavle, y a los pastores de vuestras comunidades, que guían espiritualmente esta porción del pueblo de Dios en Bosnia-Herzegovina, anunciando el Evangelio y celebrando los misterios divinos.

2. La gracia divina nos une en la fe en Dios uno y trino, que se reveló en Cristo, y nos asocia en la estima y el amor a las sagradas Escrituras, que constituyen las raíces comunes de la doctrina que predicaron los Padres y que ya enunciaron los primeros concilios ecuménicos. Estamos llamados a ser heraldos de esta doctrina, siguiendo las huellas de los Apóstoles, a quienes se encomendó el ministerio de la reconciliación (cf. 2Co 5,18).

Es una tarea que, en el marco de las dificultades actuales, nos impulsa a aunar esfuerzos para ofrecer a nuestros contemporáneos, atraídos con frecuencia por los halagos del mundo, la única Palabra que verdaderamente cura y la gracia que infunde esperanza. Después de los años de la tristísima guerra fratricida, ya en la aurora de un nuevo milenio cristiano, todos sentimos la urgencia de una reconciliación real entre católicos y ortodoxos, de modo que, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, podamos reanudar el camino de un seguimiento cada vez más perfecto de Cristo, sumo sacerdote y único pastor de su grey. Perdonemos y pidamos perdón: este es el comienzo para suscitar nueva confianza y nuevas relaciones entre cuantos reconocen en el Hijo de Dios al único Salvador de la humanidad.

3. El patrimonio que nos une, don vivo del Espíritu Santo, es mucho más grande de lo que nos separa todavía, impidiéndonos proclamar en total sintonía nuestra fe. La unidad de todos los cristianos es don del Señor, y lo imploramos constantemente en la oración.

Cristo resucitado vive con nosotros, camina con su Iglesia, suscita constantemente discípulos, y otorga abundantemente su perdón que sana y su gracia que vivifica. Por tanto, la voluntad del Maestro nos compromete a esforzarnos juntos para evangelizar a todo hombre. Juntos nos sentimos animados por el deseo de que la fe crezca y de que brote de ella la paz entre todos los pueblos de Bosnia-Herzegovina.

Todos somos conscientes de que el mundo no puede dar la paz. Por esta razón, nos dirigimos a Cristo y escuchamos una vez más su voz: «Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde» (Jn 14,27).

4. El compromiso de realizar la paz nos hermana aún más en nuestro testimonio común del Señor de la historia. También esta es la oración que hoy elevamos juntos a él, uniéndonos espiritualmente a todas nuestras comunidades.

Todos somos hijos de un testimonio de amor, el de Dios que «tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Cada uno está llamado a gustar y comunicar los estupendos dones que Dios ha querido derramar, mediante la obra de la salvación, en nuestro corazón y en la historia de la humanidad. Que la nostalgia de una paz plena y la voluntad concreta de edificarla, unidas al vivo deseo de una perfecta unidad, guíen también hoy nuestros pasos.

Con estos sentimientos, quiero expresar a toda la comunidad ortodoxa de Bosnia-Herzegovina el deseo del Apóstol: «Que él, el Señor de la paz, os conceda la paz siempre y en todos los órdenes. El Señor sea con todos vosotros» (2Th 3,16).





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



DURANTE EL ENCUENTRO CON LAS AUTORIDADES


DE BOSNIA-HERZEGOVINA


93

Domingo 13 de abril de 1997



Señores miembros de la Presidencia de Bosnia-Herzegovina:

1. Os agradezco sinceramente vuestra amable acogida y las cordiales palabras que el presidente de la Presidencia me ha dirigido en nombre de todos. Os dirijo a vosotros y a vuestras familias mi saludo deferente, que extiendo con gusto a las autoridades presentes y a cuantos, de diferentes modos, tienen responsabilidades civiles y militares en la tarea diaria de consolidación de la paz y la convivencia civil en Bosnia-Herzegovina.

Desde hace siglos, Oriente y Occidente se han encontrado y, con frecuencia, enfrentado en esta región. Desde hace mucho tiempo se experimenta aquí la posibilidad de la convivencia entre culturas diversas que, cada una a su modo, han enriquecido con sus valores la región. En Bosnia-Herzegovina conviven los pueblos de los eslavos del sur, unidos por su estirpe, aunque divididos por la historia. En esta ciudad capital, por ejemplo, se elevan hacia el cielo la catedral católica, la catedral ortodoxa, la mezquita musulmana y la sinagoga judía. Estos cuatro edificios no sólo son el lugar donde los creyentes en el único Dios confiesan su fe; constituyen también una advertencia visible para el tipo de sociedad civil que quieren edificar los hombres de esta región: una sociedad de paz, cuyos miembros reconocen a Dios como único Señor y Padre de todos.

Las tensiones, que pueden crearse entre las personas y las etnias como herencia del pasado y consecuencia de la cercanía y de la diversidad, deben encontrar en los valores de la religión motivos de moderación y freno, más aún, de entendimiento con vistas a una cooperación constructiva.

2. He afirmado, y lo repito hoy aquí, que Sarajevo, ciudad-encrucijada de tensiones entre culturas, religiones y pueblos diversos, puede considerarse como la ciudad símbolo de nuestro siglo. Precisamente aquí comenzó, en 1914, la primera guerra mundial; aquí se desencadenó con intensidad la violencia de la segunda guerra mundial; por último, en la etapa final de este siglo, la población ha vivido aquí, en medio de destrucción y muerte, interminables años de miedo y angustia.

Ahora, después de tanto sufrimiento, Bosnia-Herzegovina se ha comprometido, finalmente, a construir la paz. No es una empresa fácil, como se ha comprobado por la experiencia de los meses transcurridos desde el final del conflicto. Sin embargo, con la colaboración de la comunidad internacional, la paz es posible, más aún, la paz es necesaria. En una perspectiva histórica, si Sarajevo y toda Bosnia-Herzegovina consolidan en la paz su orden institucional, podrán ser, al final de este siglo, un ejemplo de convivencia en la diversidad para muchas naciones que experimentan esta dificultad, tanto en Europa como en el mundo.

3. El diálogo, inspirado en la escucha del otro y en el respeto mutuo, es el método al que hay que atenerse rigurosamente en la solución de los problemas que surgen a lo largo del arduo camino. En efecto, el método del diálogo que, a pesar de las resistencias, se va afirmando cada vez más, requiere lealtad, valentía, paciencia y perseverancia en quienes participan en él. El esfuerzo de la confrontación se verá recompensado ampliamente. Se podrán curar lentamente las heridas causadas por la terrible guerra pasada, y se hará espacio a la esperanza concreta de un futuro más digno para todas las poblaciones que conviven en este territorio.

El diálogo deberá desarrollarse en el respeto a la igualdad de derechos, garantizada a cada ciudadano mediante instrumentos legales adecuados, sin preferencias o discriminaciones. Es necesario esforzarse urgentemente por asegurar a todos el trabajo, fuente de recuperación y desarrollo, respetando la dignidad de la persona; y por lograr que los prófugos y los refugiados, de cualquier parte de Bosnia-Herzegovina, puedan gozar del derecho a recuperar las casas que han tenido que abandonar en la tempestad del conflicto.

Hay que atribuir igualdad de derechos a las comunidades étnico-religiosas. Bosnia-Herzegovina es un mosaico de culturas, religiones y etnias que, si se reconocen y tutelan en su diversidad, pueden contribuir con sus respectivos dones a enriquecer el patrimonio unitario de la sociedad civil.

4. Construir una paz auténtica y duradera es una gran tarea confiada al esfuerzo de todos. Ciertamente, mucho depende de los que tienen responsabilidades públicas. Sin embargo, el destino de la paz, aunque en gran parte está confiado a las fórmulas institucionales, que deben elaborarse eficazmente mediante el diálogo sincero y el respeto a la justicia, depende en medida igualmente decisiva de una renovada solidaridad de los corazones. Hay que cultivar esta disposición interior, tanto dentro de los confines de Bosnia-Herzegovina como en las relaciones con los Estados limítrofes y con la comunidad de las naciones. Pero este tipo de disposiciones sólo puede afirmarse si se basa en el perdón. En el trasfondo de tanta sangre y tanto odio, el edificio de la paz, para ser estable, deberá apoyarse en la valentía del perdón. ¡Es necesario saber pedir perdón y perdonar!

94 Señores presidentes, las consideraciones que os acabo de dirigir, deseo extenderlas también a las demás autoridades de cualquier grado y ámbito, para que se consolide la esperanza de un fortalecimiento constante de la paz arduamente alcanzada, y se haga realidad un futuro cada vez más sereno y positivo para cada habitante de esta amada Bosnia- Herzegovina. ¡Que jamás se extinga la esperanza, incluso en medio de las dificultades, los obstáculos y las resistencias! Dios no abandona a los constructores de paz.

Pido al Señor omnipotente del universo que consuele a todos y afiance en los corazones los propósitos generosos de diálogo sincero, de entendimiento razonable y de compromiso común en favor de la reconstrucción y la paz.





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS OBISPOS


DE BOSNIA-HERZEGOVINA


Domingo 13 de abril de 1997



Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado:

1. He deseado ardientemente vivir con vosotros este encuentro fraterno y doy gracias a Dios por haber podido celebrar con vosotros la divina eucaristía, momento culminante en la vida de la Iglesia. La unión en torno al altar hace más evidente el vínculo que nos une a Cristo y funda la comunión que existe entre nosotros y con el pueblo de Dios.

Lo saludo a usted, señor cardenal Vinko Puljia, que, con la colaboración de monseñor Pero Sudar, apacienta con valentía y prudencia la grey de la Iglesia de Vrhbosna-Sarajevo; a usted, monseñor Franjo Komarica, obispo fuerte de la atribulada Iglesia de Banja Luka; y a usted, monseñor Ratko Peria, que preside celosamente la Iglesia de Mostar- Duvno y es administrador apostólico de Trebinje-Mrkan. Deseo agradeceros a cada uno el intrépido testimonio que habéis dado ante la Iglesia de Dios durante el pasado conflicto, cuando, a pesar de los graves peligros y la difícil situación, habéis permanecido siempre, vigilantes y solícitos, en medio de vuestras comunidades, compartiendo sus sufrimientos, sus calamidades y todo tipo de privaciones.

Al manifestaros mis sentimientos de afecto a vosotros, los pastores, deseo hacer llegar mis mejores deseos a las Iglesias que os han sido confiadas: a vuestros sacerdotes, a las personas consagradas, a los fieles laicos, y especialmente a los que se hallan afligidos en el cuerpo y en el espíritu por las consecuencias del doloroso período de la guerra reciente. El Sucesor de Pedro está entre vosotros. Conoce vuestros sufrimientos y vuestros afanes, y os alienta en vuestra fe, contemplando a Cristo, nuestro abogado ante el Padre y nuestra paz segura.

2. La divina Providencia os ha elegido para apacentar el pueblo de Dios y os ha constituido modelos de la grey (cf. 1 P 5, 2-3). Mediante vuestro ministerio, y en comunión con el Sucesor de Pedro, perpetuáis la obra de Cristo, eterno pastor de las almas, que adoctrina a todos los pueblos y santifica con el don de los sacramentos a quienes acogen con fe su palabra.

En esta tarea que Dios os ha encomendado, no estáis solos. Al ejercer el gobierno de vuestras Iglesias en comunión entre vosotros y con el Obispo de Roma, sucesor de Pedro, sois constituidos miembros del cuerpo episcopal y por eso mismo llamados a participar en la solicitud con respecto a la Iglesia universal (cf. Lumen gentium LG 22 Christus Dominus CD 4).

Venerados hermanos, velad para mantener la comunión con los obispos de todo el mundo, comenzando por los de la región y, en particular, de Croacia. También cuidad la caridad recíproca, en el diálogo franco y cordial, ayudándoos mutuamente. El amor que reina entre vosotros ha de servir de ejemplo a los sacerdotes, vuestros colaboradores, a los fieles que os tienen como sus guías iluminados, e incluso a los hombres de buena voluntad que, a menudo, buscan en vuestras palabras y en vuestra autoridad un estímulo para construir una sociedad verdaderamente inspirada en los valores de la paz, la concordia y la justicia.

95 3. El conflicto que ha tenido lugar en vuestra región durante cinco larguísimos años plantea problemas, ciertamente, difíciles. Ahora que ha cesado el fragor de las armas, debe fortalecerse aún más la voluntad de construir la paz. La primera tarea que tenéis que realizar, en este arduo camino, consiste en volver a sanar los espíritus probados por el dolor y, a veces, endurecidos por sentimientos de odio y venganza. Se trata de un proceso que exige todas vuestras energías, corroboradas por la fe en Cristo, Señor de la vida y médico del espíritu. También ese es el objetivo que os habéis propuesto en vuestra carta pastoral del pasado mes de febrero.

Estáis llamados a ser portadores de una cultura nueva que, brotando del inagotable manantial del Evangelio, predica el respeto de todos hacia todos; invoca el recíproco perdón de las culpas como requisito para el renacimiento de la convivencia civil; lucha, con las armas del amor, para que se afiance cada vez más el deseo de contribuir a la promoción del único bien común.

Eso no os exime de alzar vuestra voz profética para denunciar las violencias, desenmascarar las injusticias, llamar por su nombre a lo que está mal, defender con todos los medios legítimos a las comunidades que os han sido encomendadas. Esto es particularmente necesario cuando las intemperancias, que brotan de espíritus exacerbados por las violencias pasadas, tienden a herir directamente a los creyentes y a la Iglesia con intimidaciones o actos de intolerancia. No temáis hacer que se escuche vuestra voz con todos los medios legítimos de que dispongáis, sin dejaros atemorizar por ningún poder terreno.

4. Ahora, después de las violencias pasadas, se trata de reedificar no sólo la comunidad cristiana, sino también la sociedad civil, golpeada y dispersada por tantas calamidades. En esa tarea Dios no os deja solos. Ha puesto a vuestro lado sacerdotes, personas consagradas y laicos activamente comprometidos, que sostienen vuestros esfuerzos y están dispuestos a escuchar vuestra voz, para lograr que vuelva a florecer el anuncio que salva, la caridad que alivia, la solidaridad que a todos une. Mientras dais gracias al Señor por esos dones, sabed aprovechar las energías de cada uno para que el camino de la nueva evangelización prosiga con renovado vigor.

Sabed comprender con paternal bondad las dificultades que encuentran cada día vuestros más directos colaboradores; sostenedlos con vuestra oración y con vuestro buen corazón, impulsándolos a recurrir a las energías que nacen del encuentro diario con Cristo, sumo y eterno sacerdote, especialmente en la oración y en la celebración de la eucaristía. Que vuestra solicitud de padres en la fe sepa obtener lo mejor de todos, de forma que los dones de cada uno redunden en beneficio de la comunidad cristiana y de la sociedad civil.

No ha de faltar la colaboración de todos en la elaboración y la realización de los programas pastorales de las diversas diócesis, bajo vuestra dirección y respetando la especificidad de cada carisma, tanto de los sacerdotes seculares como de los religiosos, de manera que el recíproco intercambio de dones aumente la caridad, alivie las tensiones y contribuya a la unidad. También formad a vuestros seminaristas según estos criterios y valores, para que tomen clara conciencia de que un día serán llamados a servir a la Iglesia con sacrificio, convicción, generosidad y obediencia al legítimo pastor.

5. La obra principal, a la que habéis de dedicaros incansablemente, es «la oración y el ministerio de la palabra» (
Ac 6,4), para que el Evangelio de Cristo se siga anunciando en esta región, y la benéfica «palabra de vida» lleve esperanza y consuelo a los pueblos de Bosnia-Herzegovina.

Mediante la presidencia de la asamblea litúrgica, especialmente en la sagrada Sinaxis, repartís los dones de Dios para alimento de los fieles, después de haberlos instruido abiertamente en «el pleno conocimiento de la verdad que es conforme a la piedad, con la esperanza de vida eterna, prometida desde toda la eternidad por Dios que no miente» (Tt 1,1-2).

La Iglesia, al final de este milenio y en el umbral del nuevo, debe proseguir con perseverancia su misión de proclamar la buena nueva, para que «todos los hombres se salven» (1Tm 2,4). En este trienio de preparación para el gran jubileo del año 2000 debéis ser asiduos en la predicación, según las indicaciones que propuse en la carta apostólica Tertio millennio adveniente. Al perseguir todos estos objetivos, edificáis el Cuerpo de Cristo (cf. Ef Ep 4,12) en estas tierras, en comunión con toda la Iglesia.

6. A pesar de su pobreza, la Iglesia en Bosnia-Herzegovina no ha de olvidar a los pobres que llaman a su puerta. Las devastaciones que se produjeron durante el pasado conflicto os han dejado como herencia familias destruidas, viudas y huérfanos, prófugos y desplazados, mutilados y afligidos. Es preciso permanecer al lado de ellos, llevándoles el consuelo de vuestra caridad concreta y de vuestra solicitud pastoral. A este respecto, no puedo por menos de elogiar de manera especial a los organismos de la Cáritas, que en las diversas diócesis han hecho tanto, y lo siguen haciendo, para aliviar los sufrimientos de las personas que atraviesan dificultades.

El testimonio de la caridad favorece una mayor comprensión entre las diversas culturas y religiones que florecen en esta región, pues el dolor y la necesidad no tienen fronteras. Con el gesto amable de la caridad, contribuís al diálogo sincero con todos vuestros conciudadanos, teniendo como objetivo la construcción de la civilización del amor. Así, perdonando y pidiendo perdón, será posible salir de la espiral de recriminaciones recíprocas y emprender con decisión el camino de la reconstrucción moral y civil. «Como el Señor os perdonó, perdonaos también vosotros» (Col 3,13).

96 El método del diálogo, promovido con perseverancia y en profundidad, debe marcar ante todo la relación con los hermanos ortodoxos y con los demás hermanos cristianos, a los que nos unen numerosos vínculos de fe. Asimismo, con palabras cordiales y una actitud sincera, buscad motivos de encuentro y comprensión con los seguidores del islam, para que se pueda construir una convivencia pacífica en el recíproco respeto de los derechos de cada persona y de cada pueblo.

7. Venerados hermanos, el Sucesor de Pedro, que desea hoy confirmaros en vuestros buenos propósitos, también quiere repetiros que no estáis solos en vuestro camino. Estamos y estaremos siempre con vosotros para sostener los esfuerzos que estáis realizando a fin de que se fortalezca en toda la Iglesia «la caridad, que es el vínculo de la perfección » (
Col 3,14).

Encomiendo vuestro compromiso apostólico a la maternal protección de María, Madre de la Iglesia y Reina de la paz, a quien vosotros, junto con las comunidades que os han sido encomendadas, veneráis con tanta devoción. La Madre de Dios, modelo de perfección para toda la Iglesia, os sostenga en vuestros esfuerzos y proyectos, a fin de que siga resonando en vuestra región el himno pascual: «Scimus Christum surrexisse a mortuis vere. Tu nobis, victor Rex, miserere!».

Con estos sentimientos imparto a cada uno de vosotros, como prenda de mi afecto, una bendición apostólica especial, que con gusto extiendo a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosa y a todos los fieles encomendados a vuestra solicitud pastoral.





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



A LA COMUNIDAD JUDÍA


Arzobispado de Sarajevo, domingo 13 de abril de 1997



Señor presidente de la comunidad judía de Sarajevo;
queridos amigos y hermanos:

1. Bendigo al Señor, Dios de nuestros padres, y os agradezco a todos este encuentro, durante el cual puedo compartir con vosotros el anhelo de la paz. Al saludaros cordialmente a vosotros, aquí presentes, quiero dirigirme a todos vuestros hermanos y hermanas de fe que viven en el territorio de Bosnia- Herzegovina.

El gran patrimonio espiritual, que nos une en la palabra divina anunciada en la Ley y los Profetas, es para todos nosotros guía constante y segura en el camino de la paz, de la concordia y del respeto recíproco. En efecto, Dios anuncia la paz a su pueblo y garantiza los bienes que derivan de ella. Suscita en nosotros un fuerte compromiso de realizarla, porque ella es el programa dictado al pueblo de la Alianza.

2. ¡Shalom! La paz es don del Altísimo, pero también es tarea del hombre. Por tanto, debemos invocarla y, al mismo tiempo, comprometernos a hacer fructificar la obra divina mediante opciones concretas, actitudes respetuosas y actos de fraternidad.

Se trata de un compromiso que requiere de cada uno la conversión del corazón. Dios sale al encuentro de ella con la abundancia de sus bendiciones: «Si vuelves al Señor, tu Dios; si escuchas su voz en todo lo que yo te mando hoy, tú y tus hijos, con todo tu corazón y con toda tu alma, el Señor, tu Dios, cambiará tu suerte, tendrá piedad de ti, y te reunirá de nuevo de en medio de todos los pueblos a donde el Señor, tu Dios, te haya dispersado» (Dt 30,2-3).

97 Por tanto, avancemos con valentía, como verdaderos hermanos y herederos de las promesas, por el camino de la reconciliación y el perdón recíproco. Esta es la voluntad de Dios: «Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón», «Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (Dt 6,5 Lv 19,18). Nosotros, testigos de los diez mandamientos, sabemos bien que la observancia perfecta del precepto «no matarás» se logra sólo con la generosa adhesión al compromiso de amar.

3. Queremos avanzar por este camino, sostenidos por la ayuda de Dios, para edificar una sociedad donde las acciones malvadas de los hombres no sean causa de lutos y lágrimas; una sociedad donde todos participen en la construcción de una civilización nueva, cuyos cimientos sean únicamente los que pone el amor hacia todos.

Dirijamos nuestra mirada y nuestro corazón al Señor, y bendigámoslo por este feliz encuentro, con la esperanza de que, también gracias a él, pueda nacer la aurora nueva de una comunidad humana que ponga como fundamento los valores perennes de la justicia, la solidaridad, la colaboración, la tolerancia y el respeto.

Y digámonos unos a otros: «¡Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia!» (Ps 136,1).





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



A LA COMUNIDAD MUSULMANA


Arzobispado de Sarajevo, domingo 13 de abril de 1997



Señor Reis-ul-Ulema;
ilustres señores:

1. Os dirijo mi cordial saludo y os agradezco este encuentro tan importante para mí y que me permite saludarlo a usted, señor Reis-ul-Ulema Mustafá efendija Ceria, a sus más estrechos colaboradores y a todos los musulmanes de Bosnia-Herzegovina.

Como ya sabe usted, la Iglesia mira con estima a los musulmanes que, tal como recuerda el concilio Vaticano II, «adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente, creador del cielo y de la tierra, que habló a los hombres» (Nostra aetate NAE 3).

A esta fe en Dios, que acerca a los musulmanes a los creyentes de las religiones monoteístas, se añade la consideración de que la tradición islámica siente un gran respeto por la memoria de Jesús, al que considera un gran profeta, y por María, su Madre virgen.

¡Ojalá que esta cercanía permita cada vez más un entendimiento recíproco a nivel humano y espiritual! ¡Ojalá que impulse un entendimiento fraterno y constructivo también entre las comunidades de diferentes creencias que viven en Bosnia-Herzegovina!

98 2. Dios es único y, en su justicia, nos pide que vivamos de un modo conforme con su voluntad santa, que nos sintamos hermanos unos de otros y nos comprometamos a trabajar para garantizar la paz en las relaciones humanas, en todos los niveles. Dios ha puesto a todos los seres humanos en la tierra para que realicen una peregrinación de paz, cada uno a partir de la situación en que se encuentra y de su cultura.

También la comunidad islámica de Bosnia-Herzegovina conoce este «destino» querido por Dios, pero, a la vez, conoce el esfuerzo que se requiere para realizarlo, y siente hoy las consecuencias de una guerra que ha producido a todos sufrimiento y dolor.

Ha llegado la hora de reanudar un diálogo sincero de fraternidad, acogiendo y perdonando; ha llegado la hora de superar los odios y las venganzas que aún frenan el restablecimiento de una paz auténtica en Bosnia-Herzegovina.

Dios es misericordioso: todos los creyentes del islam aman y comparten esta afirmación. Precisamente porque Dios es así y quiere la misericordia, cada uno tiene el deber de situarse en la lógica del amor, para alcanzar la meta del verdadero perdón recíproco.

Por eso, Dios pide y ordena a nuestras conciencias la paz, don que nos ofrece por su bondad. Quiere la paz entre las personas y entre las naciones. Esto es lo que Dios pide, porque él mismo manifiesta a cada hombre y a cada mujer su amor juntamente con su perdón que salva.

3. Formulo votos para que las comunidades del islam, religión de la oración, se unan a la invocación que todos los hombres de buena voluntad elevan a Dios omnipotente para implorar, con el mismo anhelo, la paz activa, que permite vivir y colaborar eficazmente en busca del bien común.

Que el Altísimo proteja a cuantos, con sinceridad y comprensión mutua, unen sus fuerzas con generosa dedicación y disponibilidad, para reconstruir los valores morales, comunes a todos los hombres que creen en Dios y aman su voluntad.

Invoco la bendición de Dios omnipotente sobre estas personas buenas, así como sobre todos vosotros aquí presentes.





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO



DURANTE LA CEREM0NIA DE ENTREGA DEL


«PREMIO INTERNACIONAL DE LA PAZ JUAN XXIII»



Domingo 13 de abril de 1997




Ilustres señores y señoras:

1. Me alegra saludaros cordialmente. «Bienaventurados los que trabajan por la paz» (Mt 5,9). He aceptado de buen grado la propuesta de conceder el «Premio internacional de la paz Juan XXIII» a cuatro organizaciones humanitarias, que se han distinguido de modo particular por su activa labor de ayuda humanitaria y asistencia durante los difíciles años de la guerra en Bosnia-Herzegovina y en la República de Croacia. En un ambiente caracterizado frecuentemente por graves tensiones y dificultades, con su presencia y su obra generosa y valiente han dado signos concretos de esperanza, contribuyendo a poner en marcha la construcción de un futuro de reconciliación y solidaridad auténtica entre pueblos y culturas diversas en esta amada región.

2. El premio que tengo la alegría de entregaros hoy a vosotros, ilustres representantes de asociaciones humanitarias, relacionadas respectivamente con las comunidades católica, serbo-ortodoxa, musulmana y judía, se inspira en el deseo de paz que mi predecesor, el Papa Juan XXIII, expresó con fuerza al mundo entero. En su encíclica Pacem in terris, recordó que «entre las tareas más graves de los hombres de espíritu generoso hay que incluir, sobre todo, la de establecer un nuevo sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de la verdad, la justicia, la caridad y la libertad», especificando que se trata de una «tarea gloriosa, porque con ella podrá consolidarse la paz verdadera, según el orden establecido por Dios» (n. 163).

99 La labor de asistencia y promoción humana que habéis realizado, especialmente en favor de los más débiles e indefensos, se inspira en el principio universal de la dignidad de toda persona y de la solidaridad entre los hombres. Por este motivo, me alegra entregar hoy el «Premio internacional de la paz Juan XXIII» a la Cáritas de la Conferencia episcopal de Bosnia-Herzegovina, a la Dobrotvor de Sarajevo, a la Merhamet de Sarajevo y a La Benevolencija de Sarajevo.

La concesión de este premio no quiere ser sólo un reconocimiento de la labor altamente humanitaria que habéis llevado a cabo vosotros y vuestros colaboradores en el pasado reciente, sino también un estímulo para proseguir con generosidad y clarividencia la actual fase de reconstrucción, trabajando por lograr una convivencia pacífica en Sarajevo, en Bosnia-Herzegovina y en toda la región. Además, quiere expresar el anhelo de que el ejemplo que han dado vuestras organizaciones y las personas e instituciones que os han hecho llegar las ayudas que habéis distribuido, sea imitado, también en otros lugares, por quienes deseen servir a la causa de la paz y la reconciliación entre los pueblos.

3. Como subrayó Juan XXIII en la mencionada encíclica, la construcción de la paz «es una empresa tan grande y sublime, que su realización no puede en modo alguno obtenerse por las solas fuerzas naturales del hombre, aunque esté movido por una buena y loable voluntad. Para que la sociedad humana constituya un reflejo lo más perfecto posible del reino de Dios, es de todo punto necesario el auxilio sobrenatural del cielo» (n. 168).

En esta significativa circunstancia, os invito a dirigir conmigo la mente y el corazón hacia el cielo, para que el Señor otorgue la ayuda indispensable a cuantos, a menudo en condiciones difíciles y peligrosas incluso para su incolumidad, acompañan cada día al hombre que sufre, con el propósito de contribuir eficazmente a la construcción de una sociedad donde reinen la justicia y la paz.

Que Dios conceda el don de consolidar el clima de una paz justa y estable en Sarajevo y en toda la región, y proteja a los habitantes de los Balcanes. Que la paz triunfe pronto en toda la tierra. Que la paz de Dios acompañe siempre a vuestras personas y todas las actividades humanitarias devuestras organizaciones.





VIAJE APOSTÓLICO A SARAJEVO

CEREMONIA DE DESPEDIDA EN EL AEROPUERTO


Domingo 13 de abril de 1997



Señor presidente;
venerados hermanos en el episcopado;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Antes de llegar a Sarajevo a fin de realizar esta peregrinación tan significativa para mí, he seguido constantemente con mi pensamiento y mi oración el desarrollo de los acontecimientos en esta atormentada región. Los innumerables sufrimientos y tragedias que ha vivido durante los últimos años han suscitado siempre un eco profundo y doloroso en mi corazón. Muchas veces he llamado la atención de las personas de buena voluntad y de las organizaciones internacionales sobre vuestra situación, para que se pusiera fin al conflicto que estaba destruyendo estas tierras. He hecho todo lo que estaba a mi alcance para que los responsables trabajaran por lograr una paz justa y duradera.

Ahora, al concluir mi visita tan deseada, puedo decir que he conocido directamente y de cerca a hombres y mujeres valientes y orgullosos de sí mismos, y doy testimonio de una sociedad que quiere renacer, a pesar de las dificultades aún existentes, y construir su futuro avanzando por caminos de paz, justicia y colaboración.


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