Discursos 1997 126


MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LA ORDEN DE LOS FRAILES MENORES

CON OCASIÓN DE SU CAPÍTULO GENERAL




Al reverendísimo padre Hermann Schalück
ministro general de los Frailes Menores

1. Con ocasión del capítulo general ordinario, que se celebra en el santuario de la Porciúncula, lugar tan querido para el Poverello de Asís, me alegra enviar a la orden de los Frailes Menores mis cordiales saludos y mis mejores deseos. Precisamente allí Francisco comenzó su vida evangélica (cf. 1 Cel 22, FF 356), y allí concluyó su existencia terrena (cf. 1 Cel 110, FF 512), deseoso de «entregar su alma a Dios donde, por primera vez, había conocido claramente el camino de la verdad» (1 Cel 108, FF 507).

127 Al dirigirme a usted, reverendísimo padre, quiero enviar mi ferviente saludo a los capitulares y a todos los hermanos que trabajan en las diversas áreas del mundo, deseando a cada uno, como san Francisco, «verdadera paz del cielo y sincera caridad en el Señor» (EpFid II, 1, FF 179).

2. «La tarea de la evangelización de todos los hombres constituye la misión esencial de la Iglesia; una tarea y misión que los cambios amplios y profundos de la sociedad actual hacen cada vez más urgentes» (Evangelii nuntiandi
EN 14). Vuestra orden ha comprendido bien esta urgencia, considerándola uno de los temas prioritarios de la asamblea capitular. En ella se quiere reafirmar con vigor el compromiso de los Frailes Menores de seguir a Cristo pobre, casto y obediente, para poder así anunciar mejor a todos las sublimes verdades de la buena nueva, permaneciendo «firmes en la fe católica» (RB XII, FF 109) y fervorosos en la comunión con la santa madre Iglesia (cf. Test. Sen., FF 135).

En efecto, la obra apostólica y misionera es fructuosa si se realiza en sintonía con los pastores legítimos, a quienes Cristo ha confiado la responsabilidad de su grey. Por eso, la orden deberá impulsar a sus miembros a colaborar cada vez más eficazmente con las Iglesias particulares a las que brindan su apreciado servicio (cf. Flp Ph 1,5).

3. Siguiendo las huellas de otros venerados predecesores míos y, en particular, del Papa Pablo VI, que con la carta apostólica Quoniam proxime (AAS 65 [1973], 353-357) se había dirigido al capítulo general de Madrid, también yo quiero estar cercano espiritualmente a los trabajos capitulares, que proponen de nuevo el tema: «Vocación de la orden hoy», deseando profundizarlo desde la perspectiva de la memoria y la profecía.

Los franciscanos, al considerar su glorioso pasado, rico en historia, santidad, cultura y esfuerzo apostólico, no pueden menos de sentir el compromiso de estar a su altura, esmerándose por escribir páginas nuevas y significativas de su historia (cf. Vita consecrata VC 110). Ya en el umbral del tercer milenio, ¿cómo no destacar la vocación y la misión evangelizadora de la orden, que son, por decirlo así, el núcleo de su misma identidad?

El recuerdo de los orígenes y de las etapas más importantes de la historia de la orden debe servir de modelo para el compromiso actual de la fraternidad, llamada a vivir hoy la misión que Dios, a través de la Iglesia, le ha confiado mediante la profesión de la Regla de san Francisco.

La «memoria» del don que Dios ha dado a la Iglesia y al mundo en la persona del Poverello os ayuda a comprender las situaciones contemporáneas de modo renovado y a abriros, en una línea de continuidad dinámica, a las expectativas y a los desafíos actuales, para preparar con empeño constructivo el futuro.

4. La unidad vital entre el ayer, el hoy y el mañana resulta necesaria para que la «memoria» se transforme en «profecía». En efecto, «la verdadera profecía nace de Dios, de la amistad con él, de la escucha atenta de su Palabra en las diversas circunstancias de la historia » (Vita consecrata VC 84).

La auténtica «profecía» requiere, además, que la Christi vivendi forma, que compartieron los Apóstoles (cf. ib., 14 y 16) y que san Francisco de Asís y sus compañeros hicieron suya (cf. 1 Cel 22. 24, FF 356.360-361), llegue a ser norma para los Frailes Menores de esta última etapa del siglo, de modo que entreguen intacta a las generaciones del tercer milenio la herencia espiritual que han recibido, a través de la mediación de tantos frailes conocidos y desconocidos, de las mismas manos del Padre seráfico.

La referencia a la experiencia originaria, que suscitó el Espíritu de Cristo resucitado, hará seguramente que vuestra familia se abra a un futuro rico en esperanza, ayudándoos a descubrir en los acontecimientos diarios la presencia de Dios que actúa en el mundo, y a promover el sabio diálogo entre fe y cultura, hoy particularmente necesario.

En efecto, nunca hay que olvidar que la vida consagrada, puesta al servicio de Dios y del hombre, «tiene la misión profética de recordar y servir al designio de Dios sobre los hombres, tal como ha sido anunciado por las Escrituras y como se desprende de una atenta lectura de los signos de la acción providencial de Dios en la historia» (Vita consecrata VC 73).

128 En esta perspectiva es indispensable, también para vuestra orden, un atento discernimiento, que os lleve a preguntaros sobre el significado de vuestro munus en la Iglesia y sobre la vocación de la fraternidad franciscana en la actualidad.

5. San Francisco indicó el munus específico de los Frailes Menores cuando, en su carta a toda la orden, escribió: alabad a Dios, «puesto que es bueno, y exaltadlo con vuestras obras, dado que os envió al mundo entero para que testimoniéis su voz con la palabra y con las obras, y deis a conocer a todos que él es el único omnipotente» (FF 216).

Asimismo, han ilustrado ese munus los numerosos documentos de la Iglesia relativos al mandato de predicar la penitencia conferido a la orden por el Papa Inocencio III (1 Cel 33, FF 375) y confirmado a lo largo de los siglos por mis venerados predecesores.

Toda la historia de los Frailes Menores confirma que el anuncio del Evangelio es la vocación, la misión y la razón de ser de esta fraternidad. La misma Regla, al ilustrar la vocación de la orden en la Iglesia, recuerda que los frailes están llamados a estar con Cristo y que son enviados a predicar, curando a los enfermos (cf. Mc
Mc 3,13-15 Mc 1 Cel Mc 24,104 Vita consecrata VC 41). Estas claras orientaciones del fundador exigen la unidad y la complementariedad entre el anuncio del Evangelio y el testimonio de la caridad. Se trata de una tarea apostólica y misionera que implica a todos: frailes, clérigos y laicos. La Leyenda de los tres compañeros recuerda que, «terminado el capítulo, (Francisco) concedía la misión de predicar a los clérigos y laicos que tenían el Espíritu de Dios y la capacidad requerida» (Trium Soc 59, FF 1.471), mientras los demás frailes colaboraban mediante la oración y la caridad.

6. Por tanto, esta unidad indispensable de la apostolica vivendi forma exige que todos los frailes, cada uno según su condición y sus capacidades específicas, se inserten plenamente en la única vocación evangelizadora de la orden. Esto requiere un esfuerzo constante en el ámbito de la formación, que preceda y acompañe el compromiso de los obreros de la viña del Señor (cf. Evangelii nuntiandi EN 15). Por eso, preocupaos por garantizar a todos, clérigos y laicos, una formación apropiada, para que cada fraile pueda insertarse con espíritu apostólico y adecuada profesionalidad en el amplio campo de la evangelización y de las obras caritativas (cf. Mt Mt 10,7-8).

Es necesario, asimismo, que la acción apostólica y la obra de promoción humana estén animadas por un constante espíritu de oración, pues el compromiso de «llenar el mundo con el Evangelio» brota de la experiencia de Cristo. Este es el significado profundo del conocimiento personal e interior de Cristo que la orden, en comunión con toda la Iglesia, está llamada a promover hoy en el pueblo de Dios. Como es sabido, la unidad entre evangelización y contemplación es parte de la Regla de los Frailes Menores, que invita a «no apagar el espíritu de la santa oración y devoción» (RB V, FF 88). San Francisco recuerda que «el predicador, en primer lugar, debe hallar en el secreto de la oración lo que después transmitirá en sus discursos. Antes que nada, debe calentarse interiormente, para no proferir palabras frías» (2 Cel 163, FF 747).

La vida apostólica y caritativa encontrará contenido, coherencia y dinamismo en la comunión con Cristo. La experiencia de su presencia vivificadora también dará a los Frailes Menores la fuerza y la convicción del anuncio, que crea comunión con Dios y con la Iglesia, como recuerda el apóstol Juan: «Lo que hemos visto y oído os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo» (1Jn 1,3).

7. Reverendísimo padre, a la vez que aliento a esta Fraternidad a afrontar los trabajos del capítulo con el estilo evangélico que animó a san Francisco, pido al Señor que infunda con abundancia su Espíritu Santo en cada uno de los capitulares. Encomiendo la reflexión de estos días a María Inmaculada, para que, como Madre y Reina de los Frailes Menores, ayude a cada fraile a proclamar las maravillas que el Señor realiza en el mundo, e impulse a toda vuestra orden a responder con renovada entrega a la llamada de Cristo.

Acompaño estos sentimientos con una especial bendición apostólica, que le imparto de corazón a usted, a los padres capitulares y a todos los Frailes Menores esparcidos por el mundo.

Vaticano, 5 de mayo de 1997

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS TREINTA MIL JÓVENES DE LA ACCIÓN CATÓLICA

QUE SE REUNIERON EN EL ESTADIO OLÍMPICO DE ROMA




Amadísimos jóvenes de Acción católica:

129 Con gran alegría hubiera querido estar entre vosotros con ocasión de vuestro extraordinario encuentro y, sobre todo, para compartir ese momento de fraternidad universal en el estadio Olímpico. Sin embargo, mi misión me llama a visitar a los hermanos del Líbano para la conclusión de su Sínodo especial y, por eso, me dirijo a vosotros con este mensaje. Cuando lo escuchéis, estaré espiritualmente presente entre vosotros, y vosotros estaréis unidos a mí en la oración: así se establecerá un puente entre Roma, Beirut y todo el Líbano. Gracias, de corazón, por vuestra participación en el ministerio petrino universal del Papa. Sabéis lo mucho que cuento con los jóvenes. El Papa ama a los jóvenes, esperanza de la Iglesia y de la humanidad. El Papa os quiere mucho, amados chicos y chicas de la Acción católica italiana.

Es muy sugestiva la imagen del puente que, junto con la del arco iris, ha marcado este año el camino de vuestros grupos. Son dos imágenes simbólicas que hacen pensar en Cristo: él es el verdadero y único puente entre Dios y los hombres; él es también el verdadero y único arco iris, signo de alianza y paz para el género humano y para todo el cosmos. Por eso, construir puentes y arco iris significa seguir a Cristo, acogerlo en la propia vida y anunciarlo a los demás.

Amadísimos jóvenes de la Acción católica italiana, Jesús nos llama a todos a convertirnos en puentes y arco iris. A vosotros, jóvenes de Acción católica, os confía la misión de ser jóvenes apóstoles entre los jóvenes, entre vuestros coetáneos. Jóvenes testigos con el estilo del diálogo. También aquí, Cristo es el modelo: su encarnación es el supremo cumplimiento del diálogo de Dios con el hombre. Su Pascua ha constituido un puente de vida sobrenatural que colma el abismo del pecado y de la muerte. Para el cristiano, el diálogo no es una táctica, sino un estilo de vida: significa escuchar, acoger, compartir, hacerse prójimo. Significa también orar, interceder. Significa proponer a Cristo, porque sólo él es el Salvador, la esperanza para todo hombre.

Amadísimos jóvenes, os expreso un deseo, que es también un compromiso: transformad el eslogan elegido para un año en la opción de toda una vida; haced de vuestra existencia un puente hacia Dios y hacia los hermanos. Por esto pido al Señor y, unido espiritualmente a todos vosotros, envío de corazón a cada uno, a los responsables nacionales y a los animadores, a los asistentes espirituales y a cada chico y chica, una bendición especial.

Vaticano, 8 de mayo de 1997

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

AL CONGRESO EUROPEO SOBRE LAS VOCACIONES SACERDOTALES Y RELIGIOSAS

Viernes 9 de mayo de 1997



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
amadísimos hermanos y hermanas:

1. Me alegra daros mi cordial bienvenida a todos vosotros que participáis en el Congreso europeo sobre las vocaciones al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada, que se está llevando a cabo estos días en Roma. Saludo al cardenal Pio Laghi, prefecto de la Congregación para la educación católica, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido en nombre de los presentes. Asimismo, saludo a los señores cardenales y a los venerados hermanos en el episcopado aquí reunidos.

Saludo en particular a los sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos que han trabajado para promover en las comunidades eclesiales una pastoral atenta a las vocaciones sacerdotales y de especial consagración. Les expreso mi complacencia al igual que mi más vivo apoyo.

130 Las intensas jornadas de vuestro congreso han puesto de manifiesto que la Iglesia, peregrina en el continente europeo, está llamada a reavivar, sobre todo en los jóvenes, una profunda nostalgia de Dios, creando así el marco adecuado para que broten vocaciones como respuesta generosa. Para ello es necesario que cada uno se ponga nuevamente a la escucha atenta del Espíritu, pues él es quien guía de forma segura hacia el pleno conocimiento de Jesucristo y hacia el compromiso de seguirlo sin reservas.

2. La Iglesia, enviada al mundo para proseguir la misión del Salvador, está en continuo estado de vocación y se enriquece a diario con múltiples carismas del Espíritu. En la íntima unión de amor y fe con el Padre, con el Hijo y con el Espíritu Santo encuentra la garantía de un nuevo florecimiento de vocaciones sacerdotales y de especial consagración.

En efecto, este florecimiento no es fruto de generación espontánea ni de un activismo que cuente sólo con medios humanos. Jesús lo da a entender claramente en el Evangelio. Al llamar a los discípulos para enviarlos por el mundo, los impulsa ante todo a mirar a las alturas: «Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies» (
Mt 9,38). La pedagogía vocacional que utiliza el Señor muestra que una pastoral desequilibrada sobre la acción y las iniciativas promocionales corre el peligro de resultar ineficaz y sin perspectivas, porque toda vocación es, ante todo, don de Dios.

Así pues, es urgente que en las comunidades eclesiales del continente europeo se produzca un gran movimiento de oración, contrarrestando el viento del secularismo que impulsa a privilegiar los medios humanos, el eficientismo y el planteamiento pragmático de la vida. Las parroquias, las comunidades monásticas y religiosas, al igual que las familias cristianas y las personas que sufren, deben elevar incesantemente a Dios una oración fervorosa. Es preciso ayudar especialmente a los niños y a los jóvenes a abrir su corazón al Señor para que estén dispuestos a escuchar su voz. En esta atmósfera de fe y de escucha de la palabra de Dios las comunidades cristianas podrán acoger, acompañar y formar las vocaciones que el Espíritu suscita en su interior.

3. Es necesario, además, promover un salto de calidad en la pastoral vocacional de las Iglesias europeas. A menudo se ha considerado que esta tarea fundamental de la comunidad cristiana se podía delegar a algunas personas dispuestas a realizarla. No cabe duda de que estos encargados desempeñan, en las diversas realidades eclesiales, un trabajo valioso, a menudo oculto, al servicio de la llamada divina. Con todo, la actual situación histórica y cultural, que ha cambiado bastante, exige que la pastoral de las vocaciones sea considerada uno de los objetivos primarios de toda la comunidad cristiana.

Los que trabajan en la pastoral vocacional cumplirán su misión con tanta mayor eficacia cuanto más ayuden a los diversos miembros de la comunidad a sentir como propio el compromiso de formar un número de sacerdotes y consagrados adecuado a las exigencias del pueblo de Dios.

Es evidente, sin embargo, que los primeros que deben sentirse implicados en la pastoral vocacional son los mismos llamados al sacerdocio ministerial y a la vida consagrada: con la alegría de una existencia completamente entregada al Señor, harán concreta y estimulante la propuesta del seguimiento radical de Jesús, manifestando su sorprendente sentido.

Cristo no se limitó a pedir oración para que Dios mande obreros a su mies, sino que les dirigió personalmente su invitación a seguirlo con las palabras: «Ven y sígueme» (Mt 19,21). Venerados hermanos en el episcopado; amadísimos sacerdotes y religiosos, no tengáis miedo de transmitir a los jóvenes con quienes entréis en contacto en vuestro ministerio diario la invitación del Señor. Esforzaos por salirles al encuentro para proponerles las misteriosas y sorprendentes palabras que han marcado también vuestra vida: «Ven y sígueme».

4. La constante y paciente atención de la comunidad cristiana al misterio de la llamada divina promoverá, así, una nueva cultura vocacional en los jóvenes y en las familias. La crisis que atraviesa el mundo juvenil revela, incluso en las nuevas generaciones, apremiantes interrogantes sobre el sentido de la vida, confirmando el hecho de que nada ni nadie puede ahogar en el hombre la búsqueda de sentido y el deseo de encontrar la verdad. Para muchos éste es el campo en el que se plantea la búsqueda de la vocación.

Es preciso ayudar a los jóvenes a que no se resignen a la mediocridad, proponiéndoles grandes ideales, para que también ellos pregunten al Señor: «Maestro, ¿dónde vives?» (Jn 1,38), «Maestro bueno, ¿qué he de hacer para alcanzar la vida eterna?» (Mc 10,17), y abran su corazón al seguimiento generoso de Cristo.

Esta ha sido la experiencia de innumerables hombres y mujeres, que han sabido ser testigos fieles de Cristo, apóstoles del Evangelio en nuestro continente. Compartiendo las fatigas y las dificultades de los hombres de su tiempo, han creído en la vocación universal a la santidad y han escalado su cumbre por el sendero particular que el Espíritu les ha asignado. Sus opciones y sus carismas han producido grandes frutos, que es preciso multiplicar, para que las Iglesias europeas sigan cumpliendo su misión de evangelización, santificación y promoción humana también en el próximo milenio.

131 La Virgen María, Madre de las vocaciones, acompañe este generoso esfuerzo, obteniendo del Señor nuevas y abundantes vocaciones al servicio del anuncio del Evangelio en todas las naciones de Europa.

Con estos deseos, imparto a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades una bendición apostólica especial.

VIAJE APOSTÓLICO A BEIRUT

CEREMONIA DE BIENVENIDA


Aeropuerto internacional de Beirut

Sábado 10 de mayo de 1997



Señor presidente;
señor cardenal;
beatitudes, excelencias;
señoras y señores:

1. Agradezco, ante todo, al señor presidente de la República las cordiales palabras de bienvenida que me ha dirigido en nombre de todos los libaneses y, particularmente, la acogida que me ha dispensado en esta memorable circunstancia.

Asimismo, expreso mi gratitud a las máximas autoridades del Estado, y en particular al señor presidente del Parlamento y al señor presidente del Consejo de ministros. Doy las gracias por su calurosa acogida a los patriarcas y a los obispos católicos, así como a los demás líderes religiosos cristianos, musulmanes y drusos, a las autoridades civiles y militares, y a todos los amigos libaneses. Saludo a los hijos e hijas de esta tierra que han querido participar en esta ceremonia a través de la radio y la televisión. ¡Que Dios os bendiga!

2. ¡Cómo no recordar, ante todo, la escala que hizo el Papa Pablo VI en Beirut, el 2 de diciembre de 1964, mientras se dirigía a Bombay! De ese modo manifestaba su particular solicitud hacia el Líbano, mostrando que la Santa Sede estima y ama esta tierra y a sus habitantes. Hoy, con gran emoción, beso la tierra libanesa en señal de amistad y respeto. Vengo a vuestra casa, queridos libaneses, como un amigo que acude a visitar a un pueblo al que quiere sostener en su camino diario. Como amigo del Líbano, vengo a alentar a los hijos e hijas de esta tierra de acogida, de este país de antigua tradición espiritual y cultural, deseoso de independencia y libertad. En el umbral del tercer milenio, el Líbano, aun conservando sus riquezas específicas y su propia identidad, debe estar dispuesto a abrirse a las nuevas realidades de la sociedad moderna y a ocupar el lugar que le corresponde en el concierto de las naciones.

132 3. Durante los años de la guerra, juntamente con toda la Iglesia, seguí atentamente los momentos difíciles que atravesó el pueblo libanés y me uní con la oración a los sufrimientos que soportaba. En numerosas ocasiones, desde el inicio de mi pontificado, invité a la comunidad internacional a ayudar a los libaneses a recuperar la paz, dentro de un territorio nacional reconocido y respetado por todos, y a favorecer la reconstrucción de una sociedad de justicia y fraternidad. Juzgando desde una perspectiva humana, numerosas personas murieron en vano a causa del conflicto. Algunas familias quedaron separadas. Algunos libaneses tuvieron que salir al destierro, lejos de su patria. Personas de cultura y de religión diferentes, que mantenían con sus vecinos muy buenas relaciones, se encontraron separadas e incluso duramente enfrentadas.

Ese período, que felizmente ha pasado, sigue presente en el recuerdo de todos y deja numerosas heridas en los corazones. A pesar de ello, el Líbano está llamado a mirar resueltamente hacia el porvenir, libremente determinado por la opción de sus habitantes. Con este espíritu, quisiera rendir homenaje a los hijos e hijas de esta tierra que, en los períodos difíciles a los que acabo de aludir, han dado ejemplo de solidaridad, fraternidad, perdón y caridad, incluso arriesgando su vida. Rindo homenaje, en particular, a la actitud de numerosas mujeres, entre ellas muchas madres de familia, que han sido promotoras de unidad, educadoras en la paz y en la convivencia, defensoras incansables del diálogo entre los grupos humanos y entre las generaciones.

4. Desde este momento, cada uno está invitado a comprometerse en favor de la paz, la reconciliación y la vida fraterna, realizando por su parte gestos de perdón y trabajando al servicio de la comunidad nacional, para que nunca más la violencia prevalezca sobre el diálogo, el miedo y el desaliento sobre la confianza, y el rencor sobre el amor fraterno.

En este nuevo Líbano, que poco a poco estáis reconstruyendo, es preciso dar un lugar a cada ciudadano, en particular a los que, animados por un legítimo sentimiento patriótico, desean comprometerse en la acción política o en la vida económica. Desde este punto de vista, una condición previa a toda acción efectivamente democrática consiste en el justo equilibrio entre las fuerzas vivas de la nación, según el principio de subsidiariedad, que exige la participación y la responsabilidad de cada uno en las decisiones. Por lo demás, la gestión de la «res publica» se basa en el diálogo y en el entendimiento, no para hacer que prevalezcan intereses particulares o para mantener privilegios, sino para que toda acción sea un servicio a los hermanos, independientemente de las diferencias culturales y religiosas.

5. El 12 de junio de 1991 anuncié la convocación de la Asamblea especial para el Líbano del Sínodo de los obispos. Después de numerosas etapas de reflexión y participación dentro de la Iglesia católica en el Líbano, se reunió en noviembre y diciembre de 1995. Hoy he venido a vosotros para celebrar solemnemente la fase conclusiva de la Asamblea sinodal. Traigo a los católicos, a los cristianos de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, y a todos los hombres de buena voluntad, el fruto de los trabajos de los obispos, enriquecido por el diálogo cordial con los delegados fraternos: la exhortación apostólica postsinodal «Una esperanza nueva para el Líbano». Este documento, que firmaré esta tarde ante los jóvenes, no es una conclusión ni una meta del camino emprendido. Al contrario, es una invitación a todos los libaneses a abrir con confianza una página nueva de su historia. Es la contribución de la Iglesia universal a una mayor unidad en la Iglesia católica en el Líbano, a la superación de las divisiones entre las diferentes Iglesias y al desarrollo del país, en el que están llamados a participar todos los libaneses.

6. Al llegar por primera vez a tierra de Líbano, deseo renovarle, señor presidente de la República, mi agradecimiento por su acogida. Formulo fervientes votos para su persona y su misión entre sus compatriotas. A través de usted, dirijo mi saludo cordial a todos los ciudadanos libaneses. Junto con ellos pido por el Líbano, para que sea como lo quiere el Altísimo.

¡Que Dios os bendiga!

VIAJE APOSTÓLICO A BEIRUT

CEREMONIA DE DESPEDIDA


Domingo 11 de mayo de 1997



Señor presidente de la República:

1. Al concluir mi visita pastoral a su país, ha querido venir a despedirme con la delicadeza y el sentido de acogida que forman parte de la tradición libanesa. Deseo manifestarle, una vez más, mi gratitud por la acogida que me ha dispensado y por las medidas tomadas, que han favorecido el desarrollo de los diversos encuentros que he celebrado. Mi agradecimiento se extiende a las autoridades civiles y militares, a los responsables de las diversas Iglesias y comunidades eclesiales, por sus atenciones durante los dos días que he pasado en este hermoso país, tan cercano a mi corazón. Expreso, asimismo, mi viva gratitud y mi reconocimiento a los miembros de los servicios de seguridad, y a todos los voluntarios que, con generosidad, eficacia y discreción, han contribuido al éxito de mi visita.

2. A lo largo de las celebraciones y los diversos encuentros que he tenido, he constatado el profundo amor que los católicos libaneses y todos sus compatriotas sienten hacia su patria, así como su apego a su cultura y tradiciones. Se han mantenido fieles a su tierra y a su patrimonio en numerosas circunstancias, y siguen manifestando hoy esa misma fidelidad. Los exhorto a proseguir por ese camino, dando en esta región y en el mundo un ejemplo de convivencia entre las culturas y entre las religiones, en una sociedad donde todas las personas y las diferentes comunidades cuentan con igual consideración.

133 3. Antes de dejar vuestra tierra, renuevo mi llamamiento a las autoridades y a todo el pueblo libanés, para que se desarrolle un nuevo orden social, fundado en los valores morales esenciales, con el propósito de garantizar la prioridad de la persona y de los grupos humanos en la vida nacional y en las decisiones comunitarias; esa atención al hombre, que pertenece por naturaleza al alma libanesa, dará frutos de paz en el país y en la región. Exhorto a los dirigentes de las naciones a respetar el derecho internacional, particularmente en Oriente Medio, para que se garanticen la soberanía, la autonomía legítima y la seguridad de los Estados, y se respeten el derecho y las comprensibles aspiraciones de los pueblos.

A la vez que manifiesto mi aprecio por los esfuerzos de la comunidad internacional en la región, expreso mi deseo de que el proceso para buscar una paz justa y duradera siga siendo sostenido con decisión, valentía y coherencia. Asimismo, hago votos para que esos esfuerzos prosigan y se intensifiquen, a fin de sostener el crecimiento del país y el camino de los libaneses hacia una sociedad cada vez más democrática, en una plena independencia de sus instituciones y en el reconocimiento de sus fronteras, condiciones indispensables para garantizar su integridad. Pero nada se podrá lograr si no se comprometen todos los ciudadanos del país, cada uno realizando la parte que le corresponda, por el camino de la justicia, la equidad y la paz en la vida política, económica y social, así como en la participación en las responsabilidades dentro de la vida social.

4. Deseo expresar, una vez más, mi viva gratitud a los patriarcas, a los obispos libaneses, a los sacerdotes, a los religiosos y las religiosas, así como a los laicos de la Iglesia católica, que han preparado con intensidad mi visita. A todos les he entregado la exhortación apostólica postsinodal, para que les sirva de guía y apoyo en su camino espiritual y en sus compromisos al lado de sus hermanos. Agradeciendo la acogida de los católicos libaneses, cuya vitalidad pastoral he podido apreciar, quisiera asegurarles mi afecto y mi profunda comunión espiritual, invitándolos a ser testigos misericordiosos del amor de Dios y mensajeros de paz y fraternidad.

Mi respetuoso saludo se dirige también a los líderes de las demás Iglesias y comunidades eclesiales, a todos los cristianos de las demás confesiones y a los creyentes del islam, deseando que todos prosigan el diálogo religioso y la colaboración, para manifestar que las convicciones religiosas son fuente de fraternidad y para testimoniar que es posible una vida de convivencia, por amor a Dios, a sus hermanos y a su patria.

A través de usted, señor presidente, saludo y doy las gracias a todos los libaneses, formulándoles mis mejores deseos de paz y prosperidad. Que su nación, cuyos montes son como un faro en la costa, dé a los países de la región un testimonio de cohesión social y de buen entendimiento entre todos sus componentes culturales y religiosos.

Renovándole mi gratitud, invoco sobre todos sus compatriotas la abundancia de las bendiciones divinas.

MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

EN EL 80º ANIVERSARIO DE LA PRIMERA APARICIÓN

DE LA VIRGEN EN FÁTIMA




«Una gran señal apareció en el cielo: una mujer, vestida del sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza» (Ap 12,1).

Me vienen a la memoria estas palabras del Apocalipsis al cumplirse ochenta años de la primera aparición de la Virgen María a los tres pastorcitos en Cova da Iria. El mensaje que la Virgen santísima dirigió a la humanidad en esa ocasión sigue resonando con toda su fuerza profética, invitando a todos a la oración constante, a la conversión interior y a un generoso compromiso de reparación por los propios pecados y por los de todo el mundo.

Pensando en los numerosos peregrinos que, con este motivo, se dirigen al santuario de Fátima para expresar a María su devoción y su firme decisión de corresponder a su solicitud materna, deseo unirme a las oraciones de todos, a fin de implorar la intercesión de la Virgen, que dio al mundo el Verbo encarnado y participó en su obra redentora. María, que «avanzó en la peregrinación de la fe, mantuvo fielmente la unión con su Hijo hasta la cruz (...) y sufrió intensamente con su Hijo y se unió a su sacrificio» (Lumen gentium LG 58), permanezca al lado de sus hijos en este final de milenio, para mantener el camino en dirección a la meta histórica del gran jubileo.

A ella nos dirigimos con confianza en medio de las dificultades de la hora actual, pidiéndole que guíe nuestros pasos para seguir las huellas de Cristo. Que María, Madre del Redentor, siga manifestándose Madre de todos. «La humilde joven de Nazaret, que hace dos mil años ofreció al mundo el Verbo encarnado, oriente hoy a la humanidad hacia aquel que es "la luz verdadera, que ilumina a todo hombre" (Jn 1,9)» (Tertio millennio adveniente TMA 59).

Con este deseo, le dirijo a usted, venerado hermano, mi afectuoso saludo, pidiéndole que lo transmita a quienes se dirijan devotamente en peregrinación al santuario de Fátima y, especialmente, a todos los que sufren en el cuerpo y en el espíritu. Encomendando a la intercesión de la Virgen santísima las necesidades de la Iglesia en esta tierra bendita y en el mundo entero, os envío a todos, como prenda de abundantes dones celestes, una propiciadora bendición apostólica.


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