Discursos 1997 224


DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS MIEMBROS DEL «CENTRO VOLUNTARIOS DEL SUFRIMIENTO»

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Sábado 6 de septiembre de 1997




Amadísimos hermanos y hermanas;
hermanos en el episcopado:

1. Me alegra particularmente este encuentro y os doy a cada uno mi más cordial saludo, con especial afecto a los que, afrontando las molestias del viaje, no han querido faltar a esta cita, a pesar de venir de muy lejos.

Recordáis este año el 50 aniversario de vuestra benemérita asociación, que nació en Roma por obra del siervo de Dios monseñor Luigi Novarese, con la ayuda de la señorita Elvira Myriam Psorulla, a quien agradezco las palabras con que se ha hecho intérprete de los sentimientos de todos los presentes. Ella ha querido reafirmar el propósito de toda la asociación de servir a Cristo en los que sufren, mediante una singular obra de evangelización y catequesis, en la que destaca la acción personal y directa de los mismos minusválidos.

Está presente espiritualmente entre nosotros monseñor Novarese, quien seguramente sigue acompañando desde el cielo esta obra, que brotó de su corazón sacerdotal. Juntamente con él están espiritualmente cercanos todos los «voluntarios del sufrimiento» que, a lo largo de este medio siglo, han abandonado este mundo, llevando consigo el viático de la participación en el misterio de la cruz de Cristo.

2. Vuestra asociación tuvo como primer núcleo la Liga sacerdotal mariana, fundada en el año 1943. Con esa iniciativa monseñor Novarese quería corresponder a lo que la Virgen había pedido en las apariciones de Lourdes y Fátima. Asimismo, deseaba seguir la invitación de mi venerado predecesor Pío XII sobre la consagración del mundo al Corazón inmaculado de María.

Era consciente de que María misma, unida a su Hijo divino al pie de la cruz, nos enseña a vivir el sufrimiento con Cristo y en Cristo, con el poder de amor del Espíritu Santo. María es la primera y perfecta «voluntaria del sufrimiento», que une su propio dolor al sacrificio de su Hijo, para que adquiera un sentido de redención.

De esta matriz mariana habéis nacido vosotros, queridos «voluntarios del sufrimiento », que realizáis un apostolado muy valioso en la comunidad cristiana. Os insertáis en el gran movimiento de renovación eclesial que, fiel al concilio Vaticano II y atento a los signos de los tiempos, encontró nuevas energías para trabajar con valentía en el campo de la evangelización en un ámbito —el del sufrimiento— ciertamente no fácil y lleno de interrogantes.

Esta vuestra orientación pastoral encontró una confirmación en la exhortación apostólica Christifideles laici, la cual, a propósito de la «acción pastoral para y con los enfermos y los que sufren », afirma: «Al enfermo, al minusválido, al que sufre, no (se le ha de considerar) simplemente como término del amor y del servicio de la Iglesia, sino más bien como sujeto activo y responsable de la obra de evangelización y de salvación» (n. 54).

Con ocasión del Año santo de la Redención, yo mismo quise ofrecer a la Iglesia, con la carta apostólica Salvifici doloris, una meditación sobre el valor salvífico del dolor humano (cf. AAS 76, 1984; L’Osservatore Romano, edición en lengua española, 19 de febrero de 1984, pp. 9-16) y os doy las gracias porque habéis contribuido a difundir este mensaje, no sólo con palabras, sino también con el silencioso testimonio de vuestra vida.

226 3. Amadísimos hermanos y hermanas, vuestra responsable, interpretando la actitud que tomaría hoy el fundador, ha expresado la promesa de colaborar intensamente con la oración y el sacrificio en la preparación del gran jubileo del Año 2000. Gracias por esta contribución, tan útil y valiosa.

La palabra jubileo sugiere la idea de alegría, de júbilo y, por tanto, a primera vista, podría parecer en contraste con la condición de quien sufre. En realidad sería así si se limitara a una consideración puramente humana. Pero, en la perspectiva de la fe, se comprende que no hay resurrección sin cruz. Así se entiende que el sufrimiento puede ir unido a la alegría, y, más aún, que sólo con el signo de la cruz se puede llegar a la verdadera y consoladora alegría cristiana. No puede existir auténtica preparación para el jubileo si no se asume en el itinerario espiritual también la experiencia del sufrimiento, en sus diferentes formas.

4. Los grandes objetivos que la Iglesia nos propone en estos tres años de camino hacia el gran acontecimiento jubilar no se pueden alcanzar sin el sacrificio personal y comunitario de los cristianos, en unión con el único sacrificio redentor de Cristo. A este respecto, vuestra asociación puede dar una aportación específica, ayudando a los fieles que atraviesan pruebas a no sentirse excluidos de la peregrinación espiritual hacia el Año 2000, sino, al contrario, a caminar en primera fila, llevando la cruz gloriosa de Cristo, única esperanza de vida para la humanidad de todo tiempo.

Ejemplo extraordinario de esta silenciosa misión de caridad, que nace de la constante contemplación de Jesús en la cruz, es la madre Teresa de Calcuta, que precisamente ayer volvió a la casa del Padre. Esta mañana celebré con íntima conmoción la santa misa por ella, inolvidable testigo de un amor hecho servicio concreto e incesante a los hermanos más pobres y marginados. En el rostro de los miserables reconoció el de Jesús, que desde la altura de la cruz imploró: «Tengo sed». Y, con generosa entrega, escuchó ese grito de los labios y del corazón de los moribundos, de los niños abandonados, de los hombres y mujeres abrumados por el peso del sufrimiento y de la soledad.

Recorriendo de forma incansable los caminos del mundo entero, la madre Teresa ha marcado la historia de nuestro siglo: ha defendido con denuedo la vida; ha servido a todo ser humano, promoviendo siempre su dignidad y su respeto; a los «derrotados de la vida» les ha hecho sentir la ternura de Dios, Padre amoroso de cada una de sus criaturas. Ha dado testimonio del evangelio de la caridad, que se alimenta con el don gratuito de sí mismo hasta la muerte. Así la recordamos, invocando para ella el premio reservado a todo fiel servidor del reino de Dios. ¡Ojalá que su luminoso ejemplo de caridad sirva de consuelo y de estímulo a su familia espiritual, a la Iglesia y a la humanidad entera!

Amadísimos hermanos y hermanas, os agradezco una vez más este encuentro de fiesta y espero que la actividad de vuestra asociación se beneficie de este 50 aniversario. Implorando la maternal protección de la Virgen María, de corazón os imparto una bendición apostólica especial a los presentes y a todos los voluntarios del sufrimiento, así como a los Obreros silenciosos de la cruz y a los miembros de la Liga sacerdotal mariana.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

DURANTE LA CEREMONIA DE PRESENTACIÓN

DE LA EDICIÓN TÍPICA LATINA


DEL CATECISMO DE LA IGLESIA CATÓLICA


Sala del Consistorio del palacio apostólico de Castelgandolfo

Fiesta de la Natividad de la Virgen María

Lunes 8 de septiembre de 1997



Señores cardenales;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
227 amadísimos hermanos y hermanas:

1. Con esta solemne ceremonia, deseo presentar hoy oficialmente a la Iglesia y al mundo la edición típica latina del Catecismo de la Iglesia católica, que el 15 de agosto pasado, solemnidad de la Asunción de la Virgen María, he aprobado y promulgado con la carta apostólica Laetamur magnopere.

Expreso, ante todo, un profundo sentimiento de gratitud a Dios omnipotente, quien, con la asistencia iluminadora y confirmadora de su Espíritu, ha guiado y sostenido el camino de elaboración del Catecismo, que comenzó hace más de diez años y que ahora, finalmente, ha llegado a su cumplimiento.

Doy las gracias profundamente a los señores cardenales, a los arzobispos y a los obispos miembros de las diversas comisiones que han trabajado en esta empresa, y que hoy, junto conmigo, recogen los frutos de este intenso y provechoso trabajo. Doy las gracias de modo particular al queridísimo señor cardenal Joseph Ratzinger, que acaba de interpretar los sentimientos de todos los presentes y que, durante estos años, ha presidido los trabajos, guiándolos y coordinándolos con sabiduría encomiable hasta su feliz conclusión.

Encomiendo ahora este texto definitivo y normativo a toda la Iglesia, en particular, a los pastores de las diversas diócesis esparcidas por el mundo: en efecto, ellos son los principales destinatarios de este Catecismo. En cierto sentido, se podría aplicar con razón a esta circunstancia la expresión paulina: «Recibí del Señor lo que os he transmitido» (
1Co 11,23). Efectivamente, esta ceremonia constituye un punto de llegada, pero, al mismo tiempo, marca un nuevo «punto de partida», ya que el Catecismo ahora ultimado, debe ser conocido mejor y más ampliamente, acogido, difundido y, sobre todo, convertido en valioso instrumento de trabajo diario en la pastoral y la evangelización.

2. Múltiple y complementario es el uso que puede y debe hacerse de este texto, a fin de que se convierta cada vez más en «punto de referencia» para toda la acción profética de la Iglesia, sobre todo en este tiempo en el que se advierte, de manera fuerte y urgente, la necesidad de un nuevo impulso misionero y de una reactivación de la catequesis.

En efecto, el Catecismo ayuda a «profundizar el conocimiento de la fe (...), está orientado a la maduración de esta fe, su enraizamiento en la vida y su irradiación en el testimonio» (Catecismo de la Iglesia católica CEC 23) de todos los miembros de la Iglesia. Representa un instrumento valioso y seguro para los presbíteros en su formación permanente y en la predicación; para los catequistas, en su preparación remota y próxima al servicio de la Palabra; para las familias, en su camino de crecimiento hacia la explicación plena de las potencialidades insitas en el sacramento del matrimonio.

Los teólogos podrán encontrar en el Catecismo una referencia doctrinal autorizada para su incansable investigación. Están llamados a prestarle un valioso servicio, profundizando el conocimiento de los contenidos expuestos en él de modo esencial y sintético, explicitando aún más las motivaciones encerradas en las afirmaciones doctrinales, y mostrando los profundos nexos que unen entre sí las diferentes verdades, para destacar cada vez más «la admirable unidad del misterio de Dios y de su voluntad salvífica, así como el puesto central que ocupa Jesucristo, Hijo unigénito de Dios, enviado por el Padre, hecho hombre en el seno de la bienaventurada Virgen María por obra del Espíritu Santo, para ser nuestro Salvador» (Fidei depositum, 3).

El Catecismo se presenta, además, como valiosa ayuda para la actualización sistemática de quienes trabajan en los múltiples campos de la acción eclesial. Más en general, será muy útil para la formación permanente de todo cristiano que, consultándolo continua o esporádicamente, podrá redescubrir la profundidad y la belleza de la fe cristiana, y se sentirá impulsado a exclamar con las palabras de la liturgia bautismal: «Esta es nuestra fe. Esta es la fe de la Iglesia, que nos gloriamos de profesar en Cristo Jesús, Señor nuestro» (Rito de la celebración del bautismo).

Por otra parte, muchos son los que ya han encontrado en este Catecismo también un valioso instrumento para la oración personal y comunitaria, a fin de promover y cualificar los diversos itinerarios complementarios de espiritualidad, y reavivar su vida de fe. Además, no hay que olvidar el valor ecuménico del Catecismo. Como ya confirman numerosos testimonios positivos de Iglesias y comunidades eclesiales, puede «proporcionar una ayuda a los trabajos ecuménicos animados por el santo deseo de promover la unidad de todos los cristianos, mostrando con esmero el contenido y la coherencia admirable de la fe católica» (Fidei depositum, 4). Pero también a quienes se cuestionan y tienen dificultades en su fe, o a cuantos no creen en absoluto o ya no creen, el Catecismo es capaz de ofrecerles una valiosa ayuda, ilustrando lo que la Iglesia católica cree y procura vivir, y proporcionándoles estímulos iluminadores en la búsqueda de la verdad.

3. El Catecismo de la Iglesia católica, en particular, debe constituir un texto de referencia seguro y de guía autorizada para la elaboración de los diversos catecismos locales (cf. ib., 4). A este respecto, ha sido plausible el esfuerzo de los obispos y de enteras Conferencias episcopales por elaborar catecismos locales, teniendo como «punto de referencia» el Catecismo de la Iglesia católica. Es necesario proseguir por este camino con atención vigilante e incansable perseverancia.

228 Como he hecho en otras circunstancias, renuevo aquí un ferviente aliento a las Conferencias episcopales para que emprendan, con prudente paciencia pero también con decisión valiente, este imponente trabajo, que hay que realizar de común acuerdo con la Sede apostólica. Se trata de redactar catecismos fieles a los contenidos esenciales de la Revelación y actualizados en la metodología, capaces de educar en una fe sólida a las generaciones cristianas de los tiempos nuevos.

Aunque en algunos casos particulares el Catecismo de la Iglesia católica puede utilizarse como texto catequístico nacional y local, sin embargo es necesario, donde aún no se haya hecho, proceder a la elaboración de catecismos nuevos que, al mismo tiempo que presentan fiel e integralmente el contenido doctrinal del Catecismo de la Iglesia católica, privilegien itinerarios educativos diferenciados y articulados, de acuerdo con las expectativas de los destinatarios. Estos catecismos, sirviéndose también de las valiosas indicaciones proporcionadas por el nuevo Directorio general para la catequesis, de próxima publicación, están llamados a dar «una respuesta adaptada, tanto en el contenido cuanto en el método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de edades, de la vida espiritual, de situaciones sociales y eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis» (Catecismo de la Iglesia católica
CEC 24). Se repetirá así, en cierto modo, la estupenda experiencia del tiempo apostólico, cuando cada creyente oía anunciar en su propia lengua las maravillas de Dios (cf. Hch Ac 2,11) y, al mismo tiempo, será más tangible aún la catolicidad de la Iglesia, a través del anuncio de la Palabra en las múltiples lenguas del mundo, formando «como un coro armonioso que, sostenido por las voces de inmensas multitudes de hombres, se eleva según innumerables modulaciones, timbres y acordes para la alabanza de Dios, desde cualquier punto de nuestro globo, en cada momento de la historia» (Slavorum Apostoli, 17). Por eso, lejos de desalentar o, incluso, sustituir los catecismos locales, el Catecismo de la Iglesia católica requiere, promueve y guía su elaboración.

4. Invito al clero y a los fieles a un contacto frecuente e intenso con este Catecismo, que encomiendo de modo especial a María santísima, cuya fiesta de la Natividad celebramos hoy. Y ruego para que, así como el nacimiento de la Virgen al comienzo de la nueva era constituyó un momento fundamental en el plan predispuesto por Dios para la encarnación de su Hijo, así también este Catecismo, preparado en el umbral del tercer milenio, se convierta en un instrumento útil para introducir a la Iglesia y a cada uno de los fieles en la contemplación cada vez más profunda del misterio del Verbo de Dios hecho hombre.

Con estos sentimientos, dando las gracias a cuantos han participado en la redacción y la traducción del Catecismo de la Iglesia católica, os imparto una especial bendición apostólica a cada uno de vosotros y a todos aquellos a quienes está destinado este texto.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A LOS OBISPOS DE ETIOPÍA Y ERITREA

EN VISITA «AD LIMINA»


Viernes 12 de septiembre de 1997



Señor cardenal;
queridos hermanos obispos:

1. Es para mí motivo de gran alegría daros la bienvenida a vosotros, obispos de la Iglesia de Etiopía y Eritrea, con ocasión de vuestra visita ad limina Apostolorum: «A vosotros gracia y paz, de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo» (Rm 1,7). La antigua práctica de «venir a consultar a Cefas» es una reminiscencia de la visita que el apóstol Pablo hizo a Jerusalén, para pasar allí un tiempo con Pedro (cf. Ga Ga 1,18), a quien el Señor había constituido en «roca» sobre la que se tenía que construir su Iglesia. En el abrazo fraterno de Pedro y Pablo la primera comunidad cristiana leyó el deber de tratar a los paganos convertidos por Pablo como verdaderos hermanos y hermanas en la fe. Al mismo tiempo, en el relato de Pablo sobre la abundante efusión de gracia sobre esos nuevos hermanos, toda la comunidad encontró razones cada vez más claras para alabar la infinita misericordia de Dios (cf. Hch Ac 15,16 ss). De modo análogo, nuestro encuentro de hoy reafirma la comunión de vuestras Iglesias particulares con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Así, reunidos en íntima comunión de corazón, podemos unir nuestras voces al canto del salmista: «Los magnates acudan desde Egipto, tienda hacia Dios sus manos Etiopía. ¡Cantad a Dios, reinos de la tierra, salmodiad para el Señor!» (Ps 68,32-33).

2. Queridos hermanos en el episcopado, vuestros dos países en estos últimos tiempos han experimentado amplios cambios políticos y culturales. Entre los más significativos, quiero recordar el desarrollo de formas democráticas de gobierno y el compromiso de favorecer el crecimiento económico y el progreso tecnológico en vuestras sociedades tradicionales. Comparto vuestra preocupación pastoral por el desarrollo pacífico de vuestros pueblos, no sólo en términos de progreso material, sino también y sobre todo en relación con la genuina libertad política, la armonía étnica y el respeto a los derechos de todos los ciudadanos, con particular atención a las situaciones de las minorías y a las necesidades de los pobres. La cuestión que debéis afrontar en este momento, a la luz de la situación que consideráis en vuestra carta pastoral Thy Kingdom come, publicada a comienzos de este año, puede formularse así: ¿cómo puede encarnarse el Evangelio en las circunstancias actuales? ¿Cómo pueden afrontar mejor la Iglesia y cada cristiano los decisivos problemas que encuentran, si quieren construir un futuro mejor para ellos?

Puede encontrarse una respuesta a esta pregunta en los mismos objetivos que, como pastores de las Iglesias locales de Etiopía y Eritrea, os habéis propuesto: transformar la humanidad desde dentro, renovar la inocencia del corazón del hombre y, como recomendó la Asamblea especial para África del Sínodo de los obispos, construir la Iglesia como familia (cf. carta pastoral de los obispos católicos de Etiopía y Eritrea, Thy Kingdom come, 6). Precisamente este último compromiso ofrece una clave importante para la realización de los dos primeros, pues, como los padres sinodales reconocen, la Iglesia como familia de Dios es «una expresión de la naturaleza de la Iglesia particularmente apropiada para África. En efecto, la imagen pone el acento en la solicitud por el otro, la solidaridad, el calor de las relaciones, la acogida, el diálogo y la confianza» (Ecclesia in Africa ). Cuando la evangelización logra construir la Iglesia como familia, es posible una auténtica armonía entre los diferentes grupos étnicos, se evita el etnocentris mo, se alienta la reconciliación y se pone en práctica una mayor solidaridad y la comunión de los recursos entre el pueblo y entre las Iglesias particulares.

3. La exhortación apostólica postsinodal Ecclesia in Africa, que constituye una especie de plan pastoral general para vuestro continente, subraya la importancia de implicar efectivamente a los laicos en la vida de la parroquia y de la diócesis, en la pastoral y en las estructuras administrativas (cf. n. 90). En efecto, los laicos, «en virtud de su condición bautismal y de su específica vocación, participan en el oficio sacerdotal, profético y real de Jesucristo» (Christifideles laici CL 23). Por tanto, es necesario asegurar a los laicos una formación adecuada, que les permita responder eficazmente a los enormes desafíos que tienen que afrontar como seguidores de Cristo y como ciudadanos de países que luchan por el desarrollo.

229 El Catecismo de la Iglesia católica es un instrumento muy valioso para esta formación y evangelización en general. Ahora que disponéis de la traducción al amárico, y mientras estáis trabajando en la traducción al tigrino, os aliento a esforzaros para que el texto pueda llegar al mayor número posible de personas; es preciso favorecer una disponibilidad suficiente de ejemplares, especialmente para las pequeñas comunidades cristianas, que tanto contribuyen al fortalecimiento de la vida eclesial. Los padres sinodales han reconocido que «la Iglesia como familia sólo puede dar su medida de Iglesia ramificándose en comunidades suficientemente pequeñas que permitan estrechas relaciones humanas» (Ecclesia in Africa ). En la tradición etiópica, las asociaciones «Mehaber» son una expresión muy valiosa de estas comunidades y, como vosotros mismos reconocéis en vuestra carta pastoral, el valor y el dinamismo de estos grupos «pueden tener una influencia muy positiva en la evangelización (...) de familias, aldeas y comunidades parroquiales» (Thy Kingdom come, 32).

4. En el ámbito de una apertura a los desafíos del futuro, la atención a los jóvenes sigue siendo de primaria importancia y debe continuar ocupando un lugar preeminente en vuestro ministerio pastoral. «El futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las jóvenes generaciones (...). Cristo espera grandes cosas de los jóvenes» (Tertio millennio adveniente
TMA 58). La reciente celebración de la XII Jornada mundial de la juventud en París fue una clara confirmación tanto de la capacidad de los jóvenes de poner a disposición sus energías y su entusiasmo en función de las exigencias de la solidaridad con los demás, como de la búsqueda de una auténtica santidad cristiana. Toda la comunidad católica debe esmerarse para asegurar que las jóvenes generaciones se formen eficazmente y se preparen adecuadamente, a fin de cumplir las responsabilidades que un día deberán asumir y que, en cierta medida, ya desde ahora les corresponden. Estáis haciendo todo esto a través de un fuerte compromiso en favor de la formación de los jóvenes, en particular mediante el notable esfuerzo que realizáis en vuestras escuelas católicas, y en otras formas de servicio social y de asistencia sanitaria. Sé que el apoyo a las escuelas requiere un gran sacrificio por vuestra parte. Pero es una tarea esencial para la vida de la Iglesia y asegura una ventaja capital, tanto para las familias como para la sociedad misma. También es importante seguir buscando modos adecuados para beneficiar con una sana moral y la enseñanza religiosa a las escuelas públicas, como ya se hace en Eritrea, promoviendo en la opinión pública el consentimiento sobre la importancia de dicha formación. Este servicio, que puede surgir de una más estrecha cooperación con vuestros respectivos Gobiernos, es una forma significativa de activa participación católica en la vida social de vuestros países, especialmente porque se ofrece sin discriminación religiosa o étnica y en el respeto a los derechos de todos.

En efecto, la universalidad, que es una nota esencial de la Iglesia (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 881 y 830 ss) y que impulsa hacia una comunión de bienes, tanto materiales como espirituales, es también una condición de eficacia de vuestro ministerio. La universalidad y la comunión se manifiestan muy claramente en el intercambio de personal religioso: sacerdotes y religiosos etíopes y eritreos que prestan servicio pastoral a sus hermanos y hermanas en tierras extranjeras, y sacerdotes y religiosos de países extranjeros que ofrecen sus talentos y su solidaridad a Etiopía y a Eritrea, sintonizándose con una Iglesia que se siente, con razón, orgullosa de sus antiguas tradiciones y de su cultura. Las Constituciones de ambos países reconocen el derecho fundamental a la libertad de religión y a la práctica religiosa. Confío en que un ulterior diálogo con las autoridades civiles, para aclarar las bases jurídicas de la presencia y la actividad de la Iglesia, beneficie en gran medida a cada uno, y me atrevo a esperar que así se facilite la cooperación de los misioneros, que contribuyen tan eficazmente al bienestar y al progreso de vuestros pueblos.

5. Las comunidades católicas, de las que sois pastores, conviven y están en estrecha relación con los hermanos y hermanas, que son mayoría, de la comunidad ortodoxa etiópica.Ambas comunidades comparten raíces comunes y una espiritualidad común, que deriva de la antiquísima y rica tradición cristiana presente en vuestras tierras. La perspectiva del aniversario del segundo milenio del nacimiento del Salvador debe constituir una invitación para todos a hacer de la reflexión sobre ese patrimonio cristiano común, que es de suyo fuente de respeto y comprensión recíproca, la ocasión de un diálogo más extendido y de una colaboración más amplia. Como hermanos y hermanas que se adhieren a un único Señor, debéis tratar constantemente de construir entre vosotros la comunión, para dar un testimonio concorde del misterio de Cristo y de su Iglesia. A una inculturación sabia y ordenada de la liturgia «se debe tender (...), de modo que el pueblo fiel pueda comprender y vivir mejor las celebraciones litúrgicas» (Ecclesia in Africa ). Además, deberán continuar los esfuerzos para adquirir una comprensión más profunda de la historia y del desarrollo del rito alejandrino, a fin de que la tradición cristiana común de la región pueda contribuir al camino hacia la unidad, tanto dentro de la comunidad católica como con las demás Iglesias.

Al mismo tiempo, la dimensión misionera de la Iglesia, que no es una cuestión de rito, sino que está enraizada directamente en el Evangelio, deberá renovarse bajo el impulso que proviene del deseo de anunciar a Cristo a quienes aún no creen en él. El deber de evangelizar es parte integrante de la identidad católica, y no debe comprometerse a causa de una comprensión incompleta de la inculturación o del ecumenismo. El Sínodo reconoce la urgencia de llevar la buena nueva a millones de africanos que aún no han sido evangelizados. Ciertamente, la Iglesia respeta y estima las religiones no cristianas profesadas por muchos africanos, pero, de acuerdo con lo que decía mi predecesor, el Papa Pablo VI, «la Iglesia piensa que estas multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo (cf. Ef Ep 3,8), dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad» (Evangelii nuntiandi EN 53).

6. Puesto que vuestras Iglesias locales tratan de cumplir el mandato misionero que les dio el Señor mismo (cf. Mt Mt 28,19), no podemos menos de agradecer las numerosas vocaciones con las que se os bendice. Os exhorto a asegurar que vuestros programas vocacionales promuevan y protejan con solicitud este don de Dios. Los jóvenes candidatos deberán recibir una formación espiritual y teológica apropiada, que les permita arraigarse firmemente en la tradición espiritual etiópica y los prepare para afrontar los complejos problemas pastorales, sociales y éticos, que presenta la modernización de la sociedad. Os animo a continuar vuestro esfuerzo para asegurar personal cualificado al grupo de los educadores de los tres seminarios mayores. De ese modo, estos llegarán a ser centros de estudio y de investigación teológica, capaces de iluminar la misión pastoral y evangelizadora de la Iglesia en ambos países. También las comunidades de religiosos y religiosas en vuestra tierra han organizado cursos sistemáticos de formación. Ellos se dirigen a vosotros, pastores de la grey que Cristo os ha confiado, para contar con vuestro apoyo y vuestra guía, porque también los religiosos son objeto de vuestro celo y vuestra preocupación pastoral (cf. Lumen gentium LG 45 Christus Dominus CD 15 y CD 35).

Sabéis bien que entre los muchos deberes del ministerio episcopal, la formación permanente —humana, espiritual e intelectual— de los sacerdotes es una de vuestras tareas principales. Para realizar su sublime misión de maestros y doctores del alma humana, vuestros sacerdotes tienen necesidad de vuestro apoyo paterno y fraterno (cf. Christus Dominus CD 16); tienen necesidad de contar con vuestra amistad y con la de sus hermanos sacerdotes (cf. Lumen gentium LG 28). Cuanto más aprecien el privilegio único de actuar in persona Christi, tanto más se dedicarán completamente al ministerio en castidad y sencillez de vida, y el trabajo pastoral será para ellos una fuente inagotable de gozo y paz.

7. Noto con agrado que vuestra Conferencia episcopal, impulsada por la recomendación de la Asamblea especial del Sínodo de los obispos para África, ha instituido la Comisión «Justicia y paz», a fin de tratar las cuestiones fundamentales que conciernen al desarrollo de vuestras democracias, incluidos los derechos humanos, la honradez en la administración pública y el papel de las mujeres en la sociedad. Ciertamente, la Iglesia tiene una misión especial que desempeñar en este campo, y puede ofrecer una ayuda en el proceso de construcción de una sociedad en la que todos los ciudadanos, independientemente de su pertenencia étnica, cultural y religiosa, puedan sentirse a gusto y tratados justamente. Para ello, la Iglesia en Etiopía y Eritrea está llamada a mostrar valentía y clarividente sabiduría, realizando una gran misión, una misión que brota de su misma naturaleza de sacramento de la unión con Dios y de la unidad entre todos los miembros de la familia humana (cf. Lumen gentium LG 1). También habrá que buscar la paz y la armonía dentro de la Iglesia, en la que las diferencias no se consideren motivo de conflicto o de tensión, sino fuente de fuerza y de unidad en la legítima diversidad. La armonía y la cooperación generosa entre los fieles, especialmente entre los sacerdotes y entre vosotros, los obispos, será un fuerte incentivo para promover la buena voluntad y la solidaridad en la sociedad en su conjunto. «Brille así vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos...» (Mt 5,16).

8. Queridos hermanos, estos son algunos de los pensamientos que vuestra visita a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo me han sugerido. Ruego para que vuestra peregrinación os refuerce en vuestro ministerio, a fin de que nunca os sintáis cansados de predicar la palabra de Dios, celebrar los sacramentos, apacentar la grey encomendada a vuestro cuidado y buscar la oveja perdida. Os invito a dirigir decididamente vuestra mirada hacia el gran jubileo que, a causa del sublime misterio que conmemora, constituye una resonante invitación a la alegría cristiana (cf. Ecclesia in Africa ). Que esta alegría, fruto del fortalecimiento de la fe y de la santidad de vida, llegue a ser realidad para vuestros pueblos. Me uno a vosotros en la oración por la Iglesia en Etiopía y Eritrea, y os encomiendo a vosotros, a vuestro clero, a los religiosos y a los laicos a la protección amorosa de María, Estrella de la evangelización y Reina de África. Como prenda de gracia y comunión con su Hijo divino, os imparto de corazón una especial bendición apostólica.

DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II

A UN GRUPO DE PEREGRINOS DE SENEGAL

Castelgandolfo

Sábado 13 de septiembre de 1997



230 Queridos peregrinos de Senegal:

Os acojo con alegría al concluir vuestra peregrinación nacional. Saludo cordialmente a monseñor Théodore-Adrien Sarr, obispo de Kaolack y presidente de la Conferencia episcopal, que guía vuestro grupo.

Vuestro itinerario os ha llevado a tres lugares importantes. La etapa central de vuestro viaje ha sido la visita a Tierra Santa, que sigue siendo una fuente y una referencia esencial, la tierra del pueblo elegido, la tierra en la que se encarnó el Hijo de Dios y en la que anunció el Evangelio y realizó el acto fundamental de nuestra redención. Espero que, al volver de esta peregrinación siguiendo las huellas de Jesús, os sintáis afianzados en la fe en el único Mediador entre Dios y los hombres, y en el Espíritu de Pentecostés que, desde el cenáculo de Jerusalén, lanzó el gran movimiento de la evangelización.

En Fátima habéis venerado a la Madre del Señor, que estuvo presente en los momentos esenciales de la misión mesiánica de Cristo y que nos acompaña a lo largo de la historia de la Iglesia. En ella se nos ha propuesto el modelo más hermoso de fe y oración. Ojalá que vuestra peregrinación enriquezca vuestra meditación del rosario.

La oración ante las tumbas de san Pedro y san Pablo confiere todo su valor a vuestra venida a Roma. El martirio de los príncipes de los Apóstoles ha hecho de esta ciudad el centro de la Iglesia universal, centro de la unidad de la fe y de la misión. Que la intercesión de san Pedro y san Pablo os ayude a cumplir vuestra misión en la vida de vuestras diócesis, en comunión con toda la Iglesia.

A la vez que os agradezco vuestra visita, me uno a vuestra oración por la Iglesia en Senegal, por vuestras familias y por todo vuestro pueblo, De todo corazón os imparto la bendición apostólica.

Discursos 1997 224