Discursos 1998 - Domingo 13 de septiembre de 1998


A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE LA REPÚBLICA CHECA


EN VISITA «AD LIMINA»



Lunes 14 de septiembre de 1998




Venerados hermanos en el episcopado:

1. ¡Bienvenidos a la casa de Pedro! Quisiera repetiros las palabras que el Señor Jesús dirigía a los Doce cuando los reunía a su alrededor, después de un tiempo de misión: «Venid también vosotros aparte, a un lugar solitario, para descansar un poco» (Mc 6,31).

Este encuentro de hoy prolonga la serie, breve pero muy significativa, de mis encuentros con los pastores de la Iglesia que está en la República Checa, tras los cambios políticos de 1989. Sigue siendo inolvidable el viaje de 1990, así como la histórica visita ad limina que dos años más tarde realizaron todos los obispos de las Conferencias episcopales checa y eslovaca, que aún estaban unidas. Después de la división de Checoslovaquia, he ido dos veces a vuestro país.

Impresiones indelebles ha dejado en mi corazón la visita de 1995, durante la cual tuve la alegría de incluir en el catálogo de los santos a Jan Sarkander y a Zdislava de Lemberk, dos insignes figuras que honran la historia secular de vuestra Iglesia y que se han añadido a la gran multitud de almas elegidas que han florecido a lo largo de los siglos en las tierras de Bohemia, Moravia y Silesia.

Estas observaciones e indicaciones siguen la línea de las más globales y articuladas que propuse a vuestra Conferencia episcopal durante la visita que realicé el año pasado, con ocasión del milenario de san Adalberto.

2. Me agrada ver la actual visita ad limina bajo la particular luz que irradia de estos intrépidos testigos del Evangelio. Los santos Adalberto y Jan Sarkander indican el camino de la fe profesada y testimoniada hasta el derramamiento de la sangre, como respuesta a las diversas pruebas que la comunidad eclesial está llamada a afrontar al cambiar las situaciones. Y santa Zdislava muestra que la familia es el camino privilegiado de la Iglesia para renovar a los hombres y la sociedad con la levadura del Evangelio.

En efecto, el compromiso en favor de la fe y la pastoral de la familia constituyen dos directrices fundamentales de la acción de la Iglesia: la fe remite, por decirlo así, al eje vertical, a la tarea prioritaria de anunciar a Dios y guiar a los hombres hacia él; la familia representa, más bien, la dimensión horizontal, el entramado social que hay que animar con los valores cristianos.

En cada continente y en cada país, éste es el doble compromiso que la acción pastoral tiene que poner en práctica. En particular, en una realidad como la vuestra, caracterizada por la rica tradición espiritual de la región y por las heridas de la descristianización y los retos de la nueva fase sociocultural, los objetivos de la fe y de la familia sobresalen con gran urgencia.

Me voy a permitir centrar vuestra atención en dos fenómenos, que desde hace tiempo son objeto de especial solicitud por parte de los pastores de la Iglesia en todo el mundo y que, como bien sé, también os comprometen directamente a vosotros: me refiero a la nueva evangelización, contrastada hoy por la difusión de las sectas, y a los problemas relacionados con la moral familiar y con el respeto a la vida. Bien sabéis que esos fenómenos exigen estudios específicos y respuestas adecuadas: no pueden afrontarse con soluciones superficiales. Se requieren intervenciones específicas, insertadas en un plan pastoral de conjunto, encaminado a consolidar las convicciones de fondo en que se basa la conducta privada y pública de los fieles.

3. En el ámbito de la fe, es necesario ante todo un serio trabajo de consolidación de las bases de la vida cristiana, para el cual vuestras diócesis están dotadas de estructuras en general bastante adecuadas, de las que legítimamente se sienten orgullosas. Sin embargo, ese patrimonio de personas y de medios requiere un mantenimiento y una actualización constantes, para que conserve su eficacia en la transmisión del mensaje a los hombres de nuestro tiempo. Con este espíritu habéis vivido el decenio de preparación para el milenario del martirio de san Adalberto: un tiempo de renovación espiritual, promovido por el recordado y venerado cardenal František Tomášek, que sin duda producirá frutos más allá del umbral del tercer milenio.

Desde este punto de vista, os animo a proseguir, ante todo, la pastoral litúrgica y catequística, bien enraizada y desarrollada en vuestras parroquias, así como la multiforme pastoral de la caridad, que da frutos valiosos de testimonio en las situaciones normales de la vida, y que se pone en práctica con una creatividad continua durante las emergencias, como aconteció con las inundaciones del año pasado, y también recientemente. A este propósito, quisiera expresar mi felicitación a los fieles de vuestras diócesis, a las parroquias, a las asociaciones y, en particular, a la Cáritas de toda la República, organizadas en una amplia red de conexiones, con proyectos generales y con intervenciones concretas, por todo lo que hicieron en Moravia y están haciendo, durante este año, en el este de Bohemia. No se han desalentado ante los inmensos problemas suscitados por la furia destructora de las aguas, y han dado admirables testimonios de solidaridad concreta. Llevad el saludo y la felicitación del Papa a vuestros solícitos colaboradores que, sin pedir ninguna compensación y con admirable altruismo, han prestado su ayuda con tanta eficacia y con igual modestia.

4. La Iglesia debe afrontar hoy el desafío del secularismo, que exige un renovado impulso tanto en la dirección de la profundización espiritual como en la del compromiso misionero. Se trata de la urgencia de la nueva evangelización, que implica a toda la comunidad cristiana.

Por eso, os exhorto a cada uno de vosotros a cultivar siempre una estrecha y cordial unidad con vuestro respectivo presbiterio diocesano, para que las líneas de acción trazadas por el obispo se compartan ideal y prácticamente, y el dinamismo pastoral desarrolle toda su eficacia.

Al mismo tiempo, y precisamente con el trabajo formativo guiado por los sacerdotes, es preciso hacer que el laicado crezca en la espiritualidad y en la corresponsabilidad, según las orientaciones del concilio Vaticano II. Para alcanzar este objetivo, es muy valiosa la obra de las asociaciones y de los movimientos, con tal de que trabajen en constante sintonía con los pastores y no se encierren en sí mismos, para que los diversos carismas contribuyan efectivamente a la edificación de toda la comunidad eclesial.

Con este fin, es indispensable una eficaz pastoral de la cultura y de las comunicaciones sociales: me complace la gran actividad que vuestras diócesis llevan a cabo también en este sector. A vosotros, sobre todo, os corresponde la labor de promover esta atención y velar por la calidad de los contenidos. En este campo abierto a la creatividad, serán particularmente interesantes y útiles la confrontación y el intercambio de experiencias con los demás países europeos, mediante un diálogo constructivo, que sin duda será beneficioso para todos.

5. Otra gran línea de acción es la pastoral familiar: debe reafirmarse como una exigencia prioritaria, que ha de ocupar el centro de vuestra atención. En la actual situación cultural, sin un trabajo serio y orgánico con las familias, también la pastoral vocacional y la juvenil en sentido amplio se debilitan inevitablemente. Como habéis experimentado, las familias creyentes han sido el baluarte de la fe en los tiempos oscuros de la persecución, y las vocaciones han surgido naturalmente en estos ambientes de fe vivida y probada como el oro en el crisol. Por eso, expreso mi aprecio por las múltiples iniciativas en favor de las familias, de las que depende precisamente la preparación del terreno favorable para la educación de los jóvenes y para las vocaciones. Una buena red formativa al servicio de las familias, que arranque de la parroquia y que, con la ayuda de los movimientos y de las asociaciones, trate de implicar a las familias mismas mediante una presencia discreta pero efectiva allí donde la gente vive y sufre, es también la respuesta más eficaz al proselitismo de las sectas y a la mentalidad hedonista y permisiva, que mina en su raíz la fecundidad de la vida cristiana.

Como servicio indispensable a las familias hay que considerar asimismo el esfuerzo por la institución, la defensa y el desarrollo de las escuelas católicas, que, entre otras cosas, dan una valiosa contribución a la misma cultura de la nación, como la experiencia confirma ampliamente. Por tanto, os exhorto a sostenerlas, promoviendo a la vez la enseñanza de la religión en las escuelas estatales, porque esto corresponde a un derecho fundamental de los adolescentes y de sus padres.

A este propósito, expreso mi estima también por el empeño que ponéis para que las relaciones con las autoridades civiles se caractericen siempre por la lealtad y la colaboración. Esto permitirá afrontar del modo más provechoso las diferentes cuestiones que quedan por resolver y que tanto la Iglesia como el Estado tienen interés en solucionar de modo conveniente.

6. Amadísimos hermanos, quisiera ahora dirigirme más en particular a vosotros con unas palabras personales de agradecimiento y estima por vuestro generoso trabajo pastoral y, sobre todo, para deciros: ¡Ánimo, el Señor está con vosotros! Cuanto más cansancio sintáis y cuanto mayores sean las dificultades personales o ambientales, tanto más podéis contar con una especial presencia de Cristo, buen Pastor, que os llama a una conformación más íntima a él en la fe y en la gracia de vuestro estado.

Estad cerca de los sacerdotes que la Providencia sigue suscitando en medio de vuestro pueblo. Escuchadlos, sostenedlos, valoradlos, orientadlos y amonestadlos cuando sea necesario, pero siempre con sabiduría y, sobre todo, con caridad paterna. Sed para ellos maestros de discernimiento, para que ellos, a su vez, sepan enseñar a las comunidades que les han sido encomendadas a discernir y cumplir lo que el Espíritu les sugiere para alimentar la fe y mantener alto el temple espiritual, que ha distinguido a las familias checas, de manera especial en los tiempos de la opresión atea.

Ojalá la Iglesia, que testimonia su fe en Cristo en vuestra tierra, conozca un florecimiento de carismas y de iniciativas que, gracias a vuestro ministerio de pastores, den frutos abundantes de vida cristiana en el umbral del nuevo milenio.

Con estos deseos, os encomiendo a María santísima, a quien vuestro pueblo venera con tanta devoción en los innumerables santuarios esparcidos por toda la República. Que ella os obtenga las gracias que más anheláis y os sostenga siempre en el servicio eclesial. Os acompañe también mi bendición, que os imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestras comunidades diocesanas.








A SU EXCELENCIA LUVY SALERNI NAVAS,


NUEVA EMBAJADORA DE NICARAGUA ANTE LA SANTA SEDE


Lunes 14 de septiembre de 1998



Excelencia:

1. Me complace darle mi cordial bienvenida a este acto en el que me presenta las cartas credenciales que le acreditan como embajadora extraordinaria y plenipotenciaria de Nicaragua ante esta Sede apostólica. En esta circunstancia quiero también expresarle mi gratitud por las amables palabras que me ha dirigido, las cuales atestiguan los nobles sentimientos de cercanía y adhesión a la Cátedra de Pedro, presentes en el corazón de tantos ciudadanos nicaragüenses.

Le agradezco asimismo, de modo particular, el deferente saludo que me ha transmitido de parte del doctor Arnaldo Alemán Lacayo, presidente de la República, al que correspondo con mis mejores deseos y la seguridad de mis oraciones por el progreso y el bien espiritual de todos los hijos de esa amada nación.

2. Señora embajadora, sus palabras ponen bien de relieve el respeto y reconocimiento de la misión específica de la Iglesia en esa nación que, en medio de numerosos y complejos desafíos, enseña y trabaja, bajo la guía sabia y prudente de sus obispos, para que los valores morales y la concepción cristiana de la vida sean los elementos que inspiren a cuantos de una u otra forma se afanan por defender la dignidad y la causa del hombre, que es «el camino de la Iglesia» (Redemptor hominis RH 14). Por eso, la preocupación por lo social «forma parte de la misión evangelizadora de la Iglesia» (Sollicitudo rei socialis SRS 41), en la cual ocupa un lugar preeminente la promoción humana, porque la evangelización tiende a la liberación integral de la persona (cf. Discurso a la IV Conferencia general del Episcopado latinoamericano, 12 de octubre de 1992, n. 13).

Usted se ha referido también a mi segunda visita pastoral a su amado país. A este respecto, es motivo de profunda satisfacción saber que se están dando pasos decididos en la obra de reconciliación, así como también en la evolución sociopolítica de las instituciones y de la sociedad misma, combatiendo situaciones de pobreza. Para ello son ineludibles unas medidas encaminadas a la instauración de una sociedad más justa, donde todo ciudadano vea reconocidos sus derechos, pero que al mismo tiempo tome conciencia de su deber y responsabilidad ante los demás.

3. Desde hace casi cinco siglos la Iglesia está presente en Nicaragua acompañando la vida de sus gentes en su caminar hacia Dios. Atenta a las necesidades más profundas de los hombres, desarrolla su labor pastoral iluminando con la doctrina y los principios espirituales y morales los diversos ámbitos de la sociedad. Ella, desde su propia misión, está dispuesta a seguir colaborando con las diversas instancias públicas para que los nicaragüenses encuentren respuestas adecuadas a los problemas de la hora presente.

Elementos indispensables para progresar en el camino emprendido son un plan de educación que favorezca el respeto de la vida y la dignidad de la persona humana, así como unas directrices políticas que garanticen la convivencia social, el derecho al trabajo y, sobre todo, promuevan la justicia y la paz. De esta manera se podrá pedir a los ciudadanos que se comprometan en la defensa de los valores indiscutibles, como son la verdad, la libertad, la mutua comprensión y la solidaridad.

4. En muchas partes del mundo se observa una crisis de valores que afecta a instituciones, como la familia, y a amplios sectores de la población, como la juventud y el complejo mundo del trabajo. Ante ello es urgente que los nicaragüenses tomen mayor conciencia de sus propias responsabilidades y, de cara a Dios y a los deberes ciudadanos, se esfuercen en seguir construyendo una sociedad más fraterna y acogedora. Para ello, la concepción cristiana de la vida y las enseñanzas morales de la Iglesia ofrecen unos valores que deben ser tomados en consideración por quienes trabajan al servicio de la nación.

Ante todo se ha de recordar que el ser humano es el primer destinatario del desarrollo. Aunque en el pasado este concepto pudo ser pensado prioritariamente en términos económicos, hoy es obvio que el desarrollo de las personas y de los pueblos debe ser integral. Es decir, el desarrollo social ha de tener en cuenta los aspectos políticos, económicos, éticos y espirituales.

5. Un problema crucial actual, y que se manifiesta de modo muy concreto en América Latina, es el de las grandes desigualdades sociales entre ricos y pobres. A este respecto, son motivo de grave preocupación los datos sobre el número de grupos humanos que se encuentran en situación de extrema pobreza, no obstante la gran riqueza de recursos naturales de tantas de sus tierras. No cabe duda de que estas desigualdades económicas dañan seriamente las relaciones interpersonales y la misma convivencia ciudadana, y conducen al deterioro de los valores morales. Sus consecuencias son la disgregación de muchos núcleos familiares, la relajación en las costumbres y un escaso respeto por la vida.

Esta situación apremiante requiere emprender unas opciones preferenciales que ayuden a recuperar estos valores, con programas y acciones de conjunto que permitan a los ciudadanos acceder a puestos de trabajo dignos y estables, con lo cual se pueda afrontar la pobreza material en que viven muchos de ellos. Asimismo, urge proteger la institución familiar y procurar que todos reciban al menos la instrucción básica, venciendo así algunas situaciones de analfabetismo tan denigrantes de la dignidad humana. Por lo cual, las diversas instancias públicas tienen la responsabilidad de intervenir en bien de la familia, trabajando por su consolidación, procurando preservar y defender sus derechos, las capacidades y las obligaciones de sus miembros. Por tanto, se debe prestar una atención particular a los grupos más vulnerables de la sociedad por las peculiares necesidades que experimentan o la discriminación que sufren, como son las mujeres, los ancianos y los niños. Ante ello, las instituciones de la Iglesia católica ofrecen una aportación significativa en el esfuerzo común por fomentar una sociedad más atenta a las necesidades de sus miembros más débiles.

6. En el momento en que usted se dispone a iniciar la alta función para la que ha sido designada, deseo formularle mis más cordiales votos por el feliz y fructuoso desempeño de su misión ante esta Sede apostólica, siempre deseosa de que se mantengan y consoliden cada vez más las buenas relaciones con Nicaragua. Al pedirle que tenga a bien transmitir mis sentimientos y esperanzas al señor presidente de la República, a su Gobierno, a las autoridades y al querido pueblo nicaragüense, le aseguro mi plegaria al Todopoderoso para que, por intercesión de la Virgen María, asista siempre con sus dones a usted y a su distinguida familia, a sus colaboradores, a los gobernantes y ciudadanos de su noble país, al que recuerdo siempre con particular afecto.








A LAS COMUNIDADES DE LOS SEMINARIOS


MAYOR Y MENOR DE LA DIÓCESIS ITALIANA DE TREVISO


Martes 15 de septiembre de 1998



Venerado hermano;
amadísimos sacerdotes y seminaristas:

1. Me alegra mucho encontrarme con vosotros, que formáis las comunidades de los seminarios mayor y menor de la diócesis de Treviso.

Saludo cordialmente a vuestro obispo, monseñor Paolo Magnani, y le agradezco las amables palabras que me ha dirigido, en las que he sentido vibrar la expresión del profundo vínculo de fe y de afecto que la Iglesia de Treviso alberga hacia el Sucesor de Pedro.

Amadísimos seminaristas, con gran alegría os acojo, junto con vuestros educadores, y os agradezco esta visita, que renueva en mí el sugestivo recuerdo de los días transcurridos en la casa que, desde hace varios años, vuestra diócesis me pone a disposición en Lorenzago de Cadore. En particular, pienso en el encuentro que tuve allí durante el pasado mes de julio con una numerosa representación de vuestra comunidad diocesana. Dentro de la Iglesia particular constituís un grupo importantísimo, por los valores que poseéis y por las esperanzas que sois capaces de cultivar: representáis, en cierto sentido, el futuro de la diócesis.

Amadísimos muchachos, que empezáis a abrir la mente y el corazón a los grandes interrogantes de la vida, y vosotros, queridos jóvenes, que ya afrontáis esos interrogantes a la luz de la investigación científica, filosófica y teológica, a vosotros os expreso mis mejores deseos de un sereno y provecho camino de crecimiento humano y espiritual.

2. La Iglesia, que os ha engendrado en la fe y que os está acompañando en el itinerario vocacional, mira con confianza vuestra experiencia formativa y os propone los mejores caminos, para que ese itinerario llegue a su meta. Conoce estos caminos no sólo en virtud de una sabiduría pedagógica humana, sabiduría que, sin embargo, no rechaza interpelar, sino sobre todo en virtud de la «plenitud de gracia y de verdad» (cf. Jn Jn 1,14 Jn Jn 1,17) que todos los días contempla en el misterio de Cristo.

Jesús es el camino (cf. Jn Jn 14,8). Con él y por él podemos llegar a la verdad plena sobre Dios y sobre nosotros, sobre el mundo y sobre la historia, sobre el bien y sobre el mal; gracias a él podemos obtener vida y libertad.

Así pues, que Jesús sea siempre el punto de referencia de vuestro camino diario. Que la experiencia formativa del seminario tenga ante todo y sobre todo esta finalidad: aprender a «estar con Jesús» (cf. Pastores dabo vobis PDV 42).

3. Naturalmente, no se trata de la mera permanencia física en un lugar ni del conocimiento sólo teórico e intelectual de una persona: también Judas «estuvo » con Jesús, pero no compartió su amor y su proyecto, no permitió que Cristo lo formara y lo transformara.

Para poder «estar con él», es necesario estar dispuesto a realizar en uno mismo el dinamismo ínsito en el triple momento de la vocación, la conversión y la comunión.

Vocación es concebir toda la vida como una respuesta. En cada momento el Señor, con su palabra, a través de las orientaciones formativas, las indicaciones de los superiores y las mismas circunstancias concretas, llama a cada uno a la perfección y a la santidad (cf. ib., 20), y espera una correspondencia generosa.

Conversión es realizar, con la gracia del Espíritu Santo, una configuración progresiva a Jesucristo (cf. ib., 21), tratando de eliminar en este camino, más aún, en esta «carrera» hacia él, «todo lastre y el pecado que nos asedia» (He 12,1).

Comunión es vivir en Cristo y hacer que Cristo viva en mí, como se expresa eficazmente el apóstol san Pablo (cf. Rm Rm 6,10 Ga 2,20), para llegar a ser, como él y en él, instrumentos eficaces del designio de amor de la santísima Trinidad, que quiere hacer de todos los hombres, mediante la Iglesia, una sola familia (cf. Pastores dabo vobis PDV 12).

4. Este camino, en sus exigencias fundamentales, es propio de cada cristiano y de toda la comunidad eclesial. Se precisa y se articula, dentro del gran organismo de €la Iglesia, vivificado por el Espíritu, en múltiples formas concretas de «llamada y respuesta», entre las cuales, de modo eminente, destaca la orientación al ministerio ordenado y al sacerdocio.

En este camino encontrará su más auténtico desarrollo la personalidad de cada uno de vosotros, con sus exigencias y sus potencialidades: la búsqueda de madurez humana (cf. ib., 43) y la madurez afectiva (cf. ib., 44), el impulso intelectual (cf. ib., 51-56) y el deseo de comprometerse en la construcción de un mundo más humano y más cristiano (cf. ib., 57-59).

Hoy, vivís una etapa particularmente significativa de vuestra existencia: el período del discernimiento vocacional y de la formación orientada a la vida sacerdotal. Es un período en el que tenéis la gracia y la oportunidad de compartir con otros coetáneos vuestros el mismo itinerario de búsqueda desde la perspectiva de los mismos ideales. Un período en el que, casi físicamente, experimentáis esa «comunidad apostólica formada en torno a Jesús, en la escucha de su palabra, en camino hacia la experiencia de la Pascua, a la espera del don del Espíritu para la misión» (ib., 60). Sed dignos de este singular momento de gracia. Acoged con constante atención la propuesta educativa que se os hace diariamente, reproduciendo en vosotros el «icono» de Jesús adolescente, quien, en el diálogo amoroso con el Padre y en la docilidad a María y José, sus educadores humanos, «progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres» (Lc 2,52).

5. En la memoria litúrgica de la Virgen de los Dolores, que celebramos hoy, quiero encomendar a cada uno de vosotros a su maternal solicitud. Que ella os ayude a seguir a Jesús con generosa disponibilidad, a «estar con él» siempre, también y sobre todo en la hora de la cruz, porque precisamente en la entrega total de sí se experimenta el amor de Dios y se reciben la luz y la fuerza del Espíritu Santo.

Con estos sentimientos, queridos hermanos, os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo complacido a vuestros familiares y a cuantos acompañan vuestro camino vocacional.








A LOS ORGANIZADORES DEL ÚLTIMO VIAJE DEL PAPA A BRASIL


Jueves 17 de septiembre de 1998



Señor cardenal;
señor embajador de Brasil ante la Santa Sede;
amadísimos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
señoras y señores:

1. Os agradezco mucho vuestra presencia aquí en Roma, porque, con este delicado gesto de caridad cristiana, habéis querido devolver la visita que tuve la alegría de realizar a Brasil el año pasado, con ocasión del II Encuentro mundial del Papa con las familias. Deseo elevar mi acción de gracias al Dios de la misericordia, invocando para todos «la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo».

Habéis venido a la ciudad eterna para estar con el Sucesor del Pedro, en representación de todos los sectores de la sociedad y de los que contribuyeron al éxito de ese gran encuentro. Me alegra la iniciativa del señor cardenal Eugênio de Araújo Sales, porque me permite recordar todas las diversas fases de esos inolvidables días de octubre del Congreso teológico-pastoral sobre la familia, que culminaron con la santa misa en la explanada de Flamengo. Fue grande mi consuelo al poder constatar los grandes frutos que maduraron en esa ocasión, y pido al Señor, dador de todo bien, que se multipliquen en el corazón de cada brasileño, de norte a sur y de este a oeste, a fin de que la familia sea siempre, como la definió el Congreso, «don y compromiso, esperanza de la humanidad».

2. Que estos deseos, que elevo en mis oraciones a Dios todopoderoso, sirvan también de aliciente para todos los líderes de vuestro país, a fin de que sigan promoviendo el bien común entre todos los brasileños, en un clima de sana colaboración y de mutuo respeto, pensando siempre en los intereses de cada ciudadano, y como promotores de justicia y solidaridad, especialmente entre los más necesitados. A grandes pasos, con la gracia de Dios, nos vamos aproximando al jubileo del año 2000; por eso, con vistas a ese importante acontecimiento, deseo renovar mi invitación a «un esfuerzo cotidiano en la transformación de la realidad para hacerla conforme al proyecto de Dios» (Tertio millennio adveniente TMA 46), en un clima de armonía y de serena cooperación.

La presencia hoy aquí de altas personalidades del Gobierno, nacionales, estatales y locales, confirma mi firme convicción de que estas palabras encontrarán el debido eco en todas las iniciativas encaminadas a fomentar ese mismo bien común que, inspirándose en los valores evangélicos, redundará en beneficio de todo el pueblo de la amada nación brasileña.

Por eso, deseo deciros a todos que os llevo en mi corazón, y os pido que volváis a Brasil con la certeza de que el Papa no sólo fue a Río de Janeiro, sino que estuvo y seguirá estando en cada hogar, en las calles, en los campos, en los hospitales, en las cárceles, en las colinas y en las playas de esa inmensa nación, a la que expreso mis mejores deseos de paz y de prosperidad.

3. Por intercesión de nuestra Señora Aparecida, pidamos a Dios para Brasil, para su gente, para las familias, para los jóvenes y los ancianos, y para los enfermos, el bienestar material y espiritual de cada uno, en el marco de una solidaridad ordenada y sincera. Dando las gracias de nuevo a quienes colaboraron en la realización del Encuentro con las familias, imparto a todos la bendición de Dios todopoderoso, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.










A LA CONFERENCIA EPISCOPAL DE RUANDA


EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 17 de septiembre



Queridos hermanos en el episcopado:

1. Durante estos días, en que realizáis vuestra peregrinación a las tumbas de los Apóstoles, me alegra acogeros en esta sede a vosotros, pastores de la Iglesia en Ruanda. Habéis venido a compartir con el Sucesor de Pedro las alegrías y las preocupaciones de vuestro ministerio episcopal, las pruebas y los anhelos del pueblo confiado a vuestro cuidado pastoral. Deseo que vuestros encuentros en la Sede apostólica os reconforten y os animen, para que podáis proseguir cada vez con mayor seguridad vuestra misión de perpetuar la obra de amor de Cristo para todos los hombres, en unión con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad (cf. Christus Dominus CD 2). Conocéis también la solicitud que la Santa Sede os manifiesta permanentemente, gracias a la escucha atenta y al apoyo que siempre podéis encontrar en el nuncio apostólico y en sus colaboradores.

Agradezco cordialmente al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Thaddée Ntihinyurwa, arzobispo de Kigali, sus clarividentes palabras, que traducen con precisión las preocupaciones, pero también las esperanzas de la Iglesia en Ruanda.

A través de vosotros, quisiera saludar con afecto a los sacerdotes, los religiosos, las religiosas, los catequistas y los fieles de vuestras diócesis, así como a todo el pueblo ruandés, al que me siento muy cercano en los sufrimientos que lo han afectado trágicamente y del que me consta que desea encontrar una vida común fundada en la fraternidad y en el entendimiento mutuo. ¡Que Dios sane los corazones que han sido heridos tan dolorosamente y bendiga los esfuerzos de todos los artífices de paz!

2. En el decurso de los últimos meses, se ha podido reconstituir el Episcopado ruandés. Encomendando a la misericordia del Padre a los obispos fallecidos durante la tragedia que ha sufrido vuestro país, animo a los nuevos obispos a ser pastores según el corazón de Cristo para guiar al pueblo de Dios en esta difícil etapa de su existencia. La misión que habéis recibido de enseñar, santificar y gobernar os compromete a desarrollar cada vez más entre vosotros los vínculos de la unidad en la caridad. En efecto, como escribí en el «motu proprio» Apostolos suos, «la unidad del Episcopado es uno de los elementos constitutivos de la unidad de la Iglesia» (n. 8) y de su crecimiento. Una colaboración activa y fraterna os permitirá cumplir con provecho vuestra misión, y, en las circunstancias actuales, manifestar así la comunión eclesial y vuestra solicitud común por todo el pueblo. «Cuando los obispos de un territorio ejercen conjuntamente algunas funciones pastorales para el bien de sus fieles, este ejercicio conjunto del ministerio episcopal aplica concretamente el espíritu colegial (affectus collegialis), que es el alma de la colaboración entre los obispos, tanto en el campo regional, como en el nacional o internacional» (ib., 12).

La tragedia que ha vivido vuestro pueblo durante los últimos años ha destruido numerosas estructuras, que debéis reconstruir para permitir a la Iglesia proseguir sus actividades al servicio de sus miembros y de toda la población. Pero esas desgracias han herido principalmente los corazones. Para ayudar a los fieles a curar sus profundas heridas, es necesario suscitar en ellos un auténtico anhelo de santidad, siguiendo el camino de la conversión y de la renovación personal y comunitaria, con espíritu de oración, de caridad y de pobreza interior. Ojalá que las comunidades cristianas manifiesten, con audacia y tenacidad, una actitud profética de reconciliación mutua y se comprometan con decisión por el camino de la concordia, en la fraternidad y la confianza reconquistadas.

3. La celebración del gran jubileo del año 2000 ya está muy cerca. Para la Iglesia en Ruanda, coincidirá con el primer centenario de la evangelización. En efecto, el 8 de febrero de 1900 se creaba la primera parroquia en Save, en la actual diócesis de Butare. Con vosotros y con toda la Iglesia que está en vuestro país, doy gracias a Dios por todo lo que ha vivido durante estos años, por el celo apostólico de los primeros misioneros que llevaron el Evangelio a vuestra tierra, y por la valentía de todos los hombres y mujeres que han testimoniado con fidelidad el Espíritu de Cristo. También quisiera expresar la gratitud de la Iglesia a los misioneros que hoy, con su trabajo incansable y desinteresado, prosiguen la labor de quienes los han precedido. Su presencia al servicio de las comunidades de vuestras diócesis conserva todo su significado. Es el signo de la universalidad del amor de Dios y de la misión de la Iglesia, enviada a todos los hombres sin distinción.

En este período de preparación para las celebraciones jubilares conviene dirigir una mirada de verdad hacia el pasado. No tengáis miedo de afrontar la realidad histórica tal como es. Durante este primer siglo de evangelización, ha habido heroísmos admirables, pero también infidelidades al Evangelio, que exigen un examen de conciencia sobre el modo como se ha vivido la buena nueva en estos cien años. La pertenencia a Cristo no siempre ha sido más fuerte que la pertenencia a comunidades humanas. Al comienzo de la etapa que emprende la Iglesia en su camino en medio de los hombres, es necesario un «despertar espiritual». Es urgente una «nueva evangelización» profunda para que el mensaje evangélico sea anunciado, recibido y vivido por los hombres de nuestro tiempo.

4. Queridos hermanos en el episcopado, es preciso afirmar claramente que los sufrimientos que se pueden sentir ante las sombras del pasado no han de ocultar las luces que han iluminado y siguen iluminando el camino de la Iglesia y de la sociedad en vuestro país. Ha habido notables frutos de fidelidad a Cristo por parte de cristianos que han tenido una actitud heroica en los momentos trágicos de la vida de la nación. En vuestra tierra han sido numerosos los discípulos de Cristo que han aceptado generosamente dar su vida por sus hermanos. Destacad el testimonio de esos mártires del amor, que han manifestado el rostro más auténtico de la Iglesia, para que su sangre sea una semilla evangélica y las generaciones futuras no los olviden. Os ayudarán a no perder la esperanza en el hombre y a mirar valientemente al futuro para realizar la civilización del amor que la humanidad espera.

Os recordarán, asimismo, que «la communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división» (Tertio millennio adveniente TMA 37), pues la Iglesia debe dar al mundo, ante todo, el testimonio de su unidad en Cristo y en torno a sus pastores. El concilio Vaticano II, en la constitución dogmática Lumen gentium, dedica particular atención a la unidad de la Iglesia, cuyos miembros forman un solo cuerpo en Cristo, que es la cabeza. En efecto, es esencial que todos, obispos, sacerdotes, religiosos, religiosas y laicos, sean cada vez más conscientes de su responsabilidad, para que la unidad del cuerpo de Cristo, fundada en la acción del Espíritu y garantizada por el ministerio apostólico, esté sostenida por un amor mutuo auténtico. Por este signo se reconoce a los discípulos del Señor Jesús.

5. Por medio de vosotros, queridos hermanos en el episcopado, quisiera transmitir a vuestros sacerdotes el afecto y el aliento del Sucesor de Pedro, a fin de que encuentren en su ministerio la alegría y la fuerza para seguir siendo fieles servidores de Cristo. Conozco su entrega al pueblo de Dios, que muchos manifiestan hoy, como ya hicieron en el tiempo de la prueba, y también su celo por anunciarle el Evangelio. Que el Señor les dé a todos la gracia de superar en la verdad los desacuerdos que hayan podido surgir a consecuencia de circunstancias dramáticas. Ojalá que se manifieste una comunión cada vez más real entre los sacerdotes diocesanos y los misioneros que han llegado de otras partes. Hoy invito vivamente a cada uno a fortalecer los vínculos de unidad y fraternidad con sus hermanos en el sacerdocio y con los obispos, de los cuales los sacerdotes deben ser colaboradores leales y generosos, mediante un diálogo sincero y confiado, en comunión plena de corazón y de espíritu. Esta unidad expresa la naturaleza misma de su servicio eclesial, que es participación en la misión de Cristo con respecto al pueblo de Dios congregado en la unidad del Espíritu Santo. Que vuestros sacerdotes reconozcan en vosotros al padre del presbiterio, que los considera como hijos y amigos, a imitación de Cristo con sus discípulos. Que «estén unidos a su obispo con amor sincero y obediencia» (Presbyterorum ordinis PO 7). Deben recordar que son, ante todo, pastores que han de velar por su pueblo, sin excepción alguna. Por tanto, es importante que no se comprometan en asociaciones o movimientos políticos o ideológicos, que dificultarían su ministerio de comunión y su vínculo con los obispos y con la Iglesia universal. Invito a todos los sacerdotes ruandeses a conservar su deseo de servir a la Iglesia en su país. Espero, asimismo, que las comunidades acojan a los sacerdotes con alegría y cordialidad, para recobrar su dinamismo evangélico.

Para vivir plenamente su vocación sacerdotal, es necesario que los ministros de Cristo tengan siempre presente el misterio del Señor en el centro de su existencia diaria. Esto exige que, en el ejercicio de su ministerio, otorguen un lugar esencial a la vida espiritual, sobre todo mediante la fidelidad a la liturgia de las Horas, a la celebración regular de la Eucaristía y a la meditación de la Escritura. En la formación permanente, que han de proseguir durante toda su vida, encontrarán una ayuda valiosa para que su ser y su obrar sean siempre acordes con la voluntad del Señor y con la misión que han recibido de él y de su Iglesia.

La formación de los futuros pastores es una de vuestras preocupaciones constantes. El florecimiento de las vocaciones es un signo de la vitalidad de vuestras comunidades. A pesar de los numerosos obstáculos que encontráis, habéis realizado notables esfuerzos para mejorar la asistencia espiritual y la calidad de la formación intelectual y pastoral de vuestros seminaristas. Os animo a proseguirlos con perseverancia y a confiar una tarea tan esencial para el futuro de la Iglesia a sacerdotes experimentados en la vida espiritual, que tengan conocimientos teológicos y filosóficos seguros y se preocupen por favorecer la comunión con toda la Iglesia. Esos sacerdotes podrán asegurar un discernimiento serio de las vocaciones y ayudar a los jóvenes a adquirir una formación sólida para su futuro ministerio.

6. A los religiosos y a las religiosas, que viven su consagración a Cristo con generosidad, les deseo que sean en todas partes auténticos testigos de Cristo, mostrando a todos el rostro paterno de Dios y el rostro materno de la Iglesia. Toda su vida ha de ser un signo del primado de Dios y de los valores del Evangelio en la existencia cristiana. Su vida comunitaria debe ser una expresión auténtica de la comunión eclesial y la manifestación elocuente de que, entre los discípulos de Cristo, «no hay unidad verdadera sin este amor recíproco incondicional, que exige disponibilidad para el servicio sin reservas, prontitud para acoger al otro tal como es sin .juzgarlo . (cf. Mt Mt 7,1-2), capacidad de perdonar hasta .setenta veces siete. (Mt 18,22)» (Vita consecrata VC 42).

7. En vuestras diócesis, los catequistas y los voluntarios de la pastoral son, con frecuencia, auténticos animadores de comunidades, en particular donde, por diversas circunstancias, los sacerdotes no pueden estar presentes regularmente. Su testimonio de vida cristiana es de gran importancia tanto para el anuncio del Evangelio como para el mantenimiento de la vida eclesial en ciertas regiones. Salvando el carácter insustituible del ministerio ordenado para las comunidades, es conveniente que les deis vuestro apoyo en el cumplimiento de la misión que les encomendáis. Es un aliciente para que tomen cada vez mayor conciencia de su responsabilidad en medio de sus hermanos, en comunión con sus pastores. Una formación apropiada, que les ayude a desarrollar las virtudes humanas y espirituales necesarias para su compromiso, les permitirá ser cada vez más maduros, a fin de dar abundantes frutos.

Por otra parte, cada laico debe tener «una viva conciencia de ser un .miembro de la Iglesia., a quien se le ha confiado una tarea original, insustituible e indelegable, que debe llevar a cabo para el bien de todos» (Christifideles laici CL 28). La vitalidad de las comunidades de base, como la de los movimientos de apostolado y de espiritualidad, es un signo de esperanza para la renovación de la Iglesia, sobre todo donde han desaparecido las estructuras eclesiales a causa de la violencia.

8. Por sus obras de caridad, la Iglesia, fiel al Evangelio, realiza una parte importante e inalienable de su misión al servicio del hombre. Vuestras diócesis están comprometidas con gran generosidad en la asistencia a los huérfanos, a las viudas, a los refugiados, a los detenidos y a todas las personas que sufren o que viven en la miseria moral o material. La acción de la Iglesia católica en los campos de la educación y la sanidad es también una forma de participación esencial en la edificación de la sociedad, a fin de infundir esperanza en las jóvenes generaciones y prepararlas para que en el futuro lleguen a ser responsables de la vida nacional. Os aliento vivamente a proseguir esas obras, que manifiestan el amor de Cristo a todas las personas, sin distinción, contribuyendo a devolverles su dignidad.

Las dificultades relacionadas con el desequilibrio demográfico en la sociedad, como resultado de los recientes acontecimientos y de sus consecuencias, han introducido una condición nueva en las relaciones matrimoniales. Teniendo en cuenta esas situaciones, la pastoral familiar debe ayudar a los fieles a reflexionar en el significado de los compromisos del matrimonio y en los modos de acompañar a las parejas, en particular a las jóvenes. Las personas que deben vivir el celibato también necesitan apoyo.

9. Para hacer efectiva la comunión entre todos los miembros de la Iglesia, es esencial crear un clima de confianza mutua, que se extienda al conjunto de la sociedad. Dondequiera que los antagonismos pongan en peligro la paz y el entendimiento entre los grupos, la Iglesia está llamada a trabajar con vigor para superar las divisiones, principalmente promoviendo y practicando ella misma el diálogo que lleve a la reconciliación. Acoger a su hermano o a su hermana con sus diferencias, para encontrar las riquezas que ofrece Dios, es una exigencia para todo discípulo de Cristo.

La formación de los jóvenes debe integrar este nuevo espíritu, que debería orientar las relaciones entre las personas y entre las comunidades humanas. Una sociedad no puede lograr de forma duradera una comprensión mutua sin una cultura de la verdad, de la justicia y del perdón. El genocidio que ha vivido vuestro pueblo ha causado sufrimientos indecibles, que sólo podrán superarse con la solidaridad, con la unidad de los corazones y con el esfuerzo de todos por crear condiciones de mayor justicia. La paz es inseparable de la justicia y solamente se realizará mediante la defensa de la vida, de toda vida humana, que, a los ojos de Dios, tiene un valor único e inestimable. De hecho, «el efectivo reconocimiento de la dignidad personal de todo ser humano exige el respeto, la defensa y la promoción de los derechos de la persona humana. Se trata de derechos naturales, universales e inviolables. Nadie (...) puede modificarlos y mucho menos eliminarlos, porque tales derechos provienen de Dios mismo» (Christifideles laici CL 38).

10. Queridos hermanos en el episcopado, me habéis informado sobre las dificultades que encuentra la Iglesia para hacer que se comprenda el sentido de su misión en la situación actual. «La Iglesia, como cuerpo organizado dentro de la comunidad y de la nación, tiene el derecho y el deber de participar plenamente en la edificación de una sociedad justa y pacífica con todos los medios a su alcance» (Ecclesia in Africa ). Por tanto, debe desempeñar un papel particular en la vida nacional, profundizando lealmente su colaboración con el Estado, a fin de favorecer las condiciones para establecer una sociedad cada vez más justa y pacífica. Su presencia en la vida pública es clara y su responsabilidad propia no debería interferir con la de las personas que tienen la misión de guiar a la nación en su camino terreno. Mientras la violencia sigue afectando aún a muchas regiones de vuestro país y llevando el luto a numerosas familias, deseo ardientemente que todos los hombres de buena voluntad unan sus esfuerzos para que, finalmente, todos los ruandeses recuperen la seguridad y una vida tranquila. Así podrán buscar juntos los medios para construir, con una solidaridad real, una nación próspera y fraterna en la que cada uno vea reconocida su dignidad de hombre y ciudadano, y pueda participar libremente en la gestión del bien común. Invito a todos los responsables de la nación a no escatimar esfuerzos para que, en un clima de confianza mutua y de reconciliación, llegue por fin una era de justicia y de paz en Ruanda y en la región de los Grandes Lagos. En particular, deseo ardientemente que en la República democrática del Congo se siga buscando incansablemente una solución negociada al conflicto, de manera que se ponga fin a las hostilidades y, en vez de la lucha armada, se produzca un acuerdo duradero y la colaboración entre todos los países de la región, para el bien de sus poblaciones y de todo el continente. ¡Que nunca jamás la violencia y la discordia enfrenten a hermanos contra hermanos!

11. Al concluir nuestro encuentro, os invito a dirigir con plena confianza vuestra mirada al futuro. Mientras se acerca la celebración del gran jubileo y del centenario de la Iglesia en Ruanda, exhorto a vuestros fieles a renovar su adhesión a Cristo, Salvador de todos los hombres, y a testimoniar con audacia que son discípulos del Evangelio. Recuerden todos que el Señor no abandona a nadie y no se olvida de ninguno de sus hijos, cuyos nombres están escritos en las palmas de sus manos (cf. Is Is 49,16). «Sí, en las palmas de las manos de Cristo, ¡traspasadas por los clavos de la crucifixión! El nombre de cada uno de vosotros (africanos) está escrito en esas manos» (Homilía en Jartum, 10 de febrero de 1993, n. 8, citada en Ecclesia in Africa, 143). En vuestros esfuerzos por el renacimiento de vuestras comunidades, podéis contar con el apoyo fraterno y con la oración de la Iglesia universal. Encomiendo a la intercesión de la Virgen María el futuro de vuestras diócesis, así como el de toda la nación. Le pido particularmente que os ayude en vuestro ministerio episcopal, para que encontréis en ella una guía segura que os lleve a su Hijo. Os imparto de todo corazón la bendición apostólica, que extiendo a todos los fieles de vuestras diócesis.







Discursos 1998 - Domingo 13 de septiembre de 1998