Discursos 1998 - Sábado 13 de junio

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II


A LOS OBISPOS Y FIELES DE ALEMANIA


CON OCASIÓN DEL 93 KATHOLIKENTAG




A mi venerado hermano

KARL LEHMANN

obispo de Maguncia y presidente de la Conferencia episcopal alemana

Venerados hermanos en el episcopado; queridas hermanas y queridos hermanos:

1. «¡Dad razón de vuestra esperanza!». Con este lema habéis inaugurado la 93ª edición del Katholikentag alemán en Maguncia. Saludo desde Roma a cuantos se han reunido para celebrar el oficio divino en el Volkspark de Maguncia y también a cuantos han participado en esa solemnidad a través de la radio y la televisión. Le envío un saludo particular a usted, querido mons. Lehmann; este encuentro se celebra en su diócesis. Además de sus tareas como presidente de la Conferencia episcopal alemana y colaborador al servicio de la Iglesia en el mundo, ha trabajado con generosa solicitud apostólica por el éxito de este Katholikentag.Por medio de usted, saludo también a todos los obispos de Alemania y de todos los países que han ido a Maguncia en estos días.

2. El recuerdo, lleno de gratitud, es una importante fuente de esperanza. En la memoria de la Iglesia en Alemania, Maguncia ocupa un puesto de honor, ya que precisamente en el siglo II los cristianos pusieron en la zona central del Rhin los fundamentos de una historia luminosa, de la que Maguncia, ciudad episcopal y diócesis, con razón debe sentirse orgullosa. Pastores excepcionales como Bonifacio, Willibrordo y Rabano Mauro guiaron la entonces metrópoli de Alemania.

Yo mismo tengo una relación particular con esa diócesis. En efecto, conservo en mi corazón numerosos recuerdos personales de Maguncia y del mensaje del obispo Ketteler, cuya tumba visité cuando era estudiante. Tengo grabado de modo especial el recuerdo de mi estancia en esa ciudad, hace aproximadamente veinte años, cuando el obispo de entonces, cardenal Hermann Volk, a quien me unían lazos de amistad, me acogió.

3. Hace ciento cincuenta años, se escribieron ahí, en Maguncia, las primeras páginas de los Katholikentag.La primera asamblea de este tipo fue el fruto de una renovación eclesial, que había reforzado hasta tal punto la autoconciencia de los católicos, que les permitió encontrar la valentía para oponerse activamente al mundo secular y a un Estado a menudo hostil.

Este año, mediante diversas conmemoraciones, se recuerdan esos problemas candentes: así, la reunión nacional que se celebró en 1848 en la iglesia de San Pablo, en Frankfurt, sostuvo la búsqueda de unidad y libertad en la sociedad alemana, pero también el propósito de hacer valer los derechos del hombre y resolver los problemas sociales. Los católicos cobraron nueva conciencia de su misión de intervenir en la vida social y, de ese modo, ser la sal de la tierra y la luz del mundo (cf. Mt Mt 5,13-16). Muchos se reunieron en asociaciones. Durante ese mismo año, cuando apareció el Manifiesto comunista de Marx y Engels, y Europa experimentó una serie de revoluciones, también la fe católica se manifestó públicamente mediante otro movimiento. En 1848 el primer Katholikentag en Maguncia, y también el sexto centenario de la catedral de Colonia, fueron testimonios evidentes y eficaces de un catolicismo que se reforzaba cada vez más.

Cien años más tarde, Maguncia fue de nuevo el escenario en el que el primer Katholikentag del período posbélico dio a muchas personas, que se encontraban entre los escombros, preciosas piedras para construir un futuro social, económico y eclesial. El tema «Cristo en la necesidad del tiempo» interpeló a vuestros compatriotas en lo profundo de su corazón, y permitió que encontraran nuevo arrojo y nueva esperanza para seguir avanzando. De ese Katholikentag surgieron algunas vocaciones al sacerdocio y a la vida religiosa. Ahora estáis reunidos de nuevo en Maguncia para analizar los desafíos que los cristianos deben afrontar después de casi dos milenios de historia, si desean conservar la herencia de la fe en el próximo milenio y, sobre todo, dar testimonio de ella con fuerza y vitalidad a las generaciones futuras. Deseo recordaros las palabras del padre jesuita Ivo Zaiger en su discurso de apertura del Katholikentag de 1948: «Alemania se ha convertido en tierra de misión». Millones de personas ya no cuentan con Dios en su vida, «ni siquiera se oponen a él; simplemente no les interesa».

4. Cincuenta años separan ese análisis de los tiempos del jubileo del Katholikentag, cuyo lema, dirigiéndose a la actual «Alemania misionera», reza así: «¡Dad razón de vuestra esperanza!». Está tomado de una exhortación de la primera carta de Pedro, que el Apóstol formuló como sigue: «Dad culto al Señor, Cristo, en vuestros corazones, siempre dispuestos a dar respuesta a todo el que os pida razón de vuestra esperanza» (1 P 3, 15).

No sólo en el período de la reconstrucción, sino también en nuestros días, la esperanza se refiere a bienes que no se pueden comprar con dinero. En efecto, ¿de qué nos sirve tener mucho, si no sabemos quiénes somos y para qué vivimos? Los pensamientos y los sentimientos del hombre están condicionados por muchas preocupaciones, inseguridades, miedos y oscuras previsiones. La confianza ciega en el progreso cede el paso a la desilusión. El desarrollo social, tras el cual están los destinos personales, así como la elevada tasa de desempleo y la hostilidad hacia los extranjeros, suscitan mucha incertidumbre en los corazones. Se plantean preguntas alarmantes: el progreso alcanzado por la ciencia y la técnica ¿corresponde también al progreso moral y espiritual? ¿Crecen entre los hombres el amor al prójimo y el respeto a los derechos de los demás? ¿O triunfan los egoísmos, tanto a nivel local como internacional?

Sobre estos interrogantes la Iglesia debe mantener un diálogo con todos los hombres de buena voluntad. Los Katholikentag constituyen un foro adecuado a este propósito. Precisamente los laicos participan de modo particular en esta tarea. Agradezco a los promotores de los Katholikentag los esfuerzos realizados. Pido sobre todo al comité central de los católicos alemanes y a los obispos, a los sacerdotes y a los laicos, que hablen y actúen de modo unánime en este importante testimonio, y aseguren también la unión profunda con el Sucesor de Pedro y con toda la Iglesia universal, que está reunida con vosotros de una forma tan expresiva. ¡Dad razón de vuestra esperanza!

Dado que la esperanza en muchos lugares ya no es un árbol robusto, sino a menudo sólo una planta frágil, que puede pisarse velozmente en la confusión de un mundo febril, os pido que propongáis el evangelio de la esperanza a vuestro prójimo en los diversos sectores de la vida, de modo que la planta pueda fortalecerse o brotar y florecer de nuevo. No conozco ningún lugar que no pueda convertirse en centro promotor de la esperanza, con la ayuda de Dios y gracias a la solicitud del hombre. En efecto, siempre hay espacio para la esperanza: en la familia y en las amistades, en los barrios urbanos y en las aldeas, en las escuelas y en las oficinas, en las fábricas y en los hospitales. Os recuerdo que la primera forma de testimonio es la vida, puesto que «el hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros; cree más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y los hechos que en las teorías» (Redemptoris missio RMi 42).

5. Si cada vez más hombres y mujeres testimonian fielmente el Evangelio, entonces prestaremos un servicio a toda la sociedad, que no sólo tiene hambre y sed de justicia, sino que también anhela una esperanza que vaya más allá de lo temporal y de lo visible. En el ambiente social contemporáneo, que se caracteriza por una lucha dramática entre la «cultura de la vida» y la «cultura de la muerte», os exhorto a uniros a mí para contribuir a edificar también en vuestra gloriosa tierra una nueva cultura de la vida (cf. Evangelium vitae EV 95). Sólo quienes son conscientes de la dignidad inalienable de toda persona y la respetan de la manera más absoluta pueden servir a la vida en todas sus fases. En efecto, ninguna persona es un caso sin esperanza.

6. La edificación de una cultura de la vida empieza en nuestra casa, en la Iglesia. Debemos preguntarnos, con valentía y honradez, qué cultura de la vida se promueve entre nosotros, entre los cristianos, en las familias, en los grupos, en los movimientos espirituales, en las parroquias y en las diócesis. Las decisiones concretas en la esfera personal, familiar o social deben tener como criterio la prioridad del ser sobre el tener, de la persona sobre las cosas y de la solidaridad sobre el egoísmo; para ello se requiere a menudo la valentía de un nuevo estilo de vida.

Esto influye también en un diálogo sincero, basado en la verdad y en el amor. Cuando hablamos de la Iglesia como comunión, refiriéndonos al concilio Vaticano II, no debemos limitarnos sólo a la comunión sacramental; debemos comprometernos en favor de una comunicación digna de cuantos están en la comunidad de Dios uno y trino.

7. Expreso mi gratitud en particular a las numerosas mujeres y a los muchos hombres que, en las Iglesias particulares de vuestro país, han descubierto ya desde hace mucho tiempo, y viven de manera creíble, su dignidad y su misión de laicos, multiplicando los talentos que Dios les ha dado. Son las mejores cartas de Cristo (cf. 2Co 3,3) para un mundo que anhela una esperanza cierta. Los laicos están llamados a dedicarse, en particular, a ser testigos en la sociedad, y «a contribuir, desde dentro, como la levadura, a la santificación del mundo» (Lumen gentium LG 31).

Exhorto a los obispos, a los sacerdotes, a los diáconos, a los religiosos y a los laicos a crear, con estima recíproca, benevolencia y disponibilidad a la colaboración, una red que nos una a todos en la esperanza que es Jesucristo. ¡Qué imagen tan convincente y persuasiva daría la Iglesia si se convirtiera cada vez más en una red de esperanza capaz de recoger también a quien ha caído en las asechanzas del mundo!

8. Durante los Katholikentag, numerosos jóvenes han contribuido a crear esta red de esperanza. A ellos dirijo un saludo particularmente afectuoso. Con vuestra presencia manifestáis vuestra esperanza en Cristo. Confío en vosotros y os exhorto: ¡sed la esperanza de la Iglesia! ¡Ojalá que deis a la Iglesia del tercer milenio un rostro nuevo!

La Iglesia os mira con simpatía y comprensión. Espera mucho de vosotros. No sólo la Iglesia tiene mucho que deciros a vosotros, los jóvenes; también vosotros, queridos jóvenes, tenéis mucho que decir a la Iglesia (cf. Christifideles laici CL 46). Sé que vuestro corazón está abierto a la amistad, a la fraternidad y a la solidaridad. Os comprometéis por las causas de la justicia y la paz, la calidad de la vida y la tutela del ambiente. Sin embargo, tenéis experiencias dolorosas como la desilusión, la miseria, el miedo y el intento de saciar la sed interior y más profunda con placeres superficiales.

Os doy un consejo: escuchad en vuestro interior y oíd lo que Dios quiere deciros con sus palabras y con la voz de la conciencia. Compartid vuestras experiencias de esperanza. Dado que estáis a punto de cruzar el umbral del tercer milenio, examinad en vuestro corazón qué proyecto tiene el Señor para vosotros y de qué modo podéis realizarlo con determinación.

9. Poco tiempo nos separa de esa fecha. El tramo de camino que hemos recorrido en el ecumenismo después del concilio Vaticano II no es corto. Los pasos que aún tenemos que dar requieren oración ferviente, voluntad decidida a cambiar, trabajo teológico esmerado y perseverancia espiritual, así como adecuadas iniciativas ecuménicas.

De este modo podremos llegar al gran jubileo, si no del todo unidos, al menos con la certeza de estar mucho más cerca de superar las divisiones del segundo milenio (cf. Tertio millennio adveniente TMA 34). El próximo Año santo debería impulsarnos a todos a dar un testimonio común más sólido de la verdad central de nuestra fe, «para que el mundo crea» (Jn 17,21).

10. Queridos hermanos y hermanas, para describir mejor el testimonio de la Iglesia, los Padres de la Iglesia recurren a menudo a una imagen eficaz. Así como la luna recibe la luz del sol durante el día y resplandece en la oscuridad de la noche, de la misma forma la Iglesia debe recibir e irradiar la luz de Cristo en la oscuridad del mundo. Sin embargo, la luna sólo puede obtener la fuerza de resplandecer si nace y muere continuamente, según el ritmo de los tiempos, es decir, si de luna llena pasa a la oscuridad, para volver a ser después llena y resplandeciente. En esta imagen Jesucristo es el sol; y la Iglesia, la luna. También ella ha vivido, en el decurso del tiempo, la experiencia de tener que «menguar» constantemente, para poder resplandecer de nuevo. El Espíritu Santo tiene que purificar algo de su aspecto histórico, de modo que pueda irradiar la luz de Cristo. Sólo su disponibilidad a entrar en la oscuridad de la historia .quizá algo de su aspecto exterior deba morir., le permitirá superar la oscuridad y las sombras, las derrotas y los fracasos, con la ayuda de Dios. A este propósito, pienso en la luz del cirio pascual: una pequeña y débil llama disipa las tinieblas. Vence a la noche.

«El Dios de la esperanza os colme de todo gozo y paz en vuestra fe, hasta rebosar de esperanza por la fuerza del Espíritu Santo» (Rm 15,13). Con este deseo sincero, que Pablo, el Apóstol de los gentiles, dirigió a los Romanos, os imparto de corazón mi bendición apostólica.

Vaticano, 14 de junio de 1998






A LOS PARTICIPANTES EN LA 59 ASAMBLEA SEMESTRAL


DE LA ROACO



Martes 16 de junio de 1998




Señor cardenal;
venerados hermanos en el episcopado y el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:

1. Os doy a todos mi cordial bienvenida, con ocasión de vuestra visita durante la segunda asamblea anual de la ROACO. Saludo, ante todo, al señor cardenal Achille Silvestrini, y le agradezco las cordiales palabras con las que ha querido expresar vuestros sentimientos, aludiendo al mismo tiempo a las múltiples actividades que estáis realizando.

Saludo, asimismo, al secretario de la Congregación para las Iglesias orientales, arzobispo Miroslav Stefan Marusyn, a quien renuevo mi cordial felicitación por sus bodas de oro sacerdotales. Mi saludo se extiende también al subsecretario, monseñor Claudio Gugerotti, a todos los oficiales y al personal del Dicasterio, así como a los miembros y amigos de la ROACO.

Al dirigir mi mirada a los territorios a los que se orienta vuestra solicitud, no puedo menos de reafirmar el deseo de una solución justa y pacífica de las tensiones que surgieron durante las semanas pasadas entre Etiopía y Eritrea. Que el Señor ilumine a los responsables de las dos naciones hermanas y a todos los que promueven generosamente un acuerdo negociado sobre sus respectivas exigencias.

2. Hemos celebrado recientemente, con gran alegría de toda la Iglesia, la proclamación de dos nuevos beatos vinculados a las Iglesias orientales, que testimoniaron con amor y valentía su plena fidelidad a Cristo y a la Iglesia católica.

Se trata, ante todo, del mártir Vicente Eugenio Bossilkov, obispo y religioso pasionista, beatificado el pasado 15 de marzo. Mensajero intrépido de la cruz de Cristo, fue una de las muchas víctimas que el régimen comunista ateo sacrificó, en Bulgaria y en otros países, con el propósito de aniquilar la Iglesia. Hoy se propone a nosotros y a los hijos de las Iglesias de Oriente como figura ejemplar y luminosa, no sólo por su vasta cultura, sino sobre todo por su constante anhelo ecuménico y su heroica entrega en defensa de su grey por fidelidad a la Sede de Pedro.

En el monje Nimatullah Kassab Al- Hardini, de la orden maronita libanesa, elevado al honor de los altares el pasado 10 de mayo, quise recordar a todos el valor de la vida monástica. Como dije en esa feliz circunstancia, el nuevo beato es un signo de esperanza para todos los cristianos del Líbano, pero también es una invitación para que esa nación, que tuve la alegría de visitar hace precisamente un año, pueda seguir siendo rica en testigos y en santos, presentándose, gracias a la generosa inculturación de la fe, como tierra en la que florecen la justicia, la paz y la convivencia. El beato Hardini es un testigo ilustre del monaquismo, entendido como una vida bautismal ejemplar. Espero que sea para los jóvenes de las Iglesias católicas orientales un aliento a recuperar su identidad, a vivir plenamente la riqueza de sus tradiciones y a hallar, con sabiduría, en la divina liturgia y en la contemplación la fuerza del misterio que salva.

3. En la Orientale lumen escribí: «Cuando Dios llama de modo total, como en la vida monástica, la persona puede alcanzar el punto más alto de cuanto la sensibilidad, la cultura y la espiritualidad son capaces de expresar. (...) Para las Iglesias orientales el monaquismo constituyó una experiencia esencial y que aún hoy sigue floreciendo en ellas, en cuanto cesa la persecución y los corazones pueden elevarse con libertad hacia el cielo» (n. 9).

Espero que este ejemplo constituya una referencia valiosa para todos los seminaristas, los sacerdotes, los religiosos y las religiosas que también en Roma están preparándose, en el discernimiento vocacional, para sus tareas eclesiales, y por quienes la Congregación para las Iglesias orientales muestra tan gran solicitud.

Forma parte de este compromiso del dicasterio la institución del colegio San Benito, en el que sacerdotes de ritos diferentes, pero de lengua árabe, encuentran un lugar adecuado para los estudios, la oración y la oportuna confrontación con nuevas experiencias pastorales. La reestructuración del anterior Pontificio seminario menor ucranio de vía Boccea, junto con la creación del Pontificio instituto ucranio Santa María del Patrocinio, permitirá volver a acoger próximamente a los candidatos al sacerdocio que están completando sus estudios en las disciplinas eclesiásticas. También los centros que están surgiendo para la formación teológica y la preparación pastoral de las religiosas orientales, a quienes se envía a Roma con esta finalidad, contribuirán a responder a una urgencia ya ineludible.

Queridos amigos de la ROACO, os exhorto a compartir cada vez más, con vuestra participación, esta actividad fundamental de formación, dedicada a quienes van a ser los guías de las comunidades católicas de Oriente.

4. Ya se acerca el gran jubileo del año 2000, y el año próximo, 1999, estará dedicado a la reflexión sobre el Padre celestial. Así, concluirá esta preparación inmediata del acontecimiento jubilar, que nos invita a encontrarnos con renovada fidelidad y profunda conversión a orillas del «río» de la Revelación, del cristianismo y de la Iglesia, que corre a lo largo de la historia de la humanidad, comenzando por lo que sucedió en Nazaret y luego en Belén, hace dos mil años. Se trata verdaderamente del «río» que, con sus acequias, según la expresión del Salmo, «recrea la ciudad de Dios» (Ps 46,5).

La actitud de los cristianos con respecto a Tierra santa se ha desarrollado de modo análogo al de la historia de la oración litúrgica de la Iglesia: así como el año litúrgico ha distribuido lentamente en días diversos cuanto ya estaba contenido en el domingo, Pascua de la semana, así también los lugares donde vivió y actuó nuestro Salvador se convirtieron en etapas de un itinerario espiritual único, que ayuda a recorrer los pasos de Dios hecho hombre y víctima de amor por la salvación del mundo.

La ayuda y el apoyo a Tierra santa no se prestan sólo en función del recuerdo de los lugares y de los tiempos en que vivió el Señor Jesús: quieren, sobre todo, alimentar en los fieles una actitud espiritual que, para quien la vive con intensidad interior, se traduce en un camino de fe hacia la cumbre de toda experiencia cristiana, que el Apóstol de los gentiles expresa con estas palabras: «Mihi vivere Christus est».

5. Sé que, mediante las competencias de cada organismo, la Congregación para las Iglesias orientales, junto con la Custodia de Tierra santa, realiza una actividad de síntesis y coordinación de la caridad de todos. A vosotros se os ha confiado la tarea de estar presentes, en nombre de la cristiandad, para sostener la vida eclesial y salir al paso de las necesidades socioculturales de esos lugares, tan queridos por cuantos creen en el Verbo de Dios encarnado. Os renuevo a vosotros y, por medio de vosotros, a toda la Iglesia esparcida por el mundo, la invitación a seguir manteniendo el compromiso al servicio de la tierra de nuestro Salvador.

Que os acompañe en vuestro trabajo la constante asistencia divina y la protección materna de la Virgen de Nazaret. También yo estoy cercano a vosotros, y de corazón os imparto mi bendición, que de buen grado extiendo a las Obras que representáis aquí y a todos los destinatarios de vuestra actividad.





DISCURSO DO SANTO PADRE

AOS PEREGRINOS DA DIOCESE DE PRZEMYSL

(POLÓNIA)


18 de Junho de 1998





1. Apresento cordiais boas-vindas a vós reunidos na Sala Paulo VI em tão grande número. De modo particular saúdo o Arcebispo D. Józef, vosso Pastor, e agradeço-lhe as palavras que me dirigiu no início deste encontro. Saúdo também o Bispo Auxiliar, D. Stefan, que está aqui connosco, assim como os representantes do clero, das Ordens religiosas, dos alunos do Seminário Maior e de todos os fiéis da Igreja de Przemysl e da terra de Podkarpacie, por mim bem conhecida e tão querida ao meu coração. Em espírito uno-me também aos Bispos Eméritos, D. Ignacy e D. Boleslaw, e deste lugar quero enviar-lhes hoje a minha saudação e a certeza da oração. Dirijo as minhas boas-vindas também aos representantes das Autoridades provinciais e das cidades de Przemysl e de Krosno.

Viestes a Roma, aos Túmulos dos Santos Apóstolos, como peregrinos, para consolidar a vossa fé e aprender a dar testemunho de Cristo. Seguis as pegadas dos primeiros cristãos que, com o martírio, selaram a sua fidelidade ao Evangelho precisamente nesta Cidade. O encontro hodierno traz-me à mente os dois dias da minha permanência em Dukla e em Krosno, por ocasião da minha visita do ano passado à vossa arquidiocese. Foi comovente o retorno, após tantos anos, aos homens e aos lugares que conheço tão bem, tendo-os antes frequentado numerosas vezes. A terra de Bieszczady encantava-me sempre com a sua extraordinária beleza que, no âmbito natural, é o reflexo da proximidade de Deus. Conservo no profundo do meu coração os momentos da nossa comum oração. Hoje trazeis-me convosco, num certo sentido, uma pequena parte da nossa Pátria, e antes de tudo a recordação de João de Dukla, «este grande tesouro da vossa terra», que a Providência me concedeu proclamar Santo da Igreja universal, precisamente em Krosno.

2. «Alegrai-vos, justos, no Senhor» (Sl 97[96], 12).

Na Liturgia da palavra prevista para hoje, o Salmista exorta-nos à alegria. Temos esta alegria, porque connosco est á Cristo ressuscitado e o seu poder salvífico. Alegramo-nos porque está connosco o Espírito Santo, que desceu sobre os Apóstolos no dia do Pentecostes (cf. Act Ac 2,1-13). É Ele que anima a Igreja, que abre os corações e as mentes dos homens à verdade divina. Essa alegria tem a sua fonte na nossa fé, na consciência de sermos filhos de Deus, remidos com o Sangue de Cristo. Contudo, devemos sempre recordar que a fé é um dom de Deus e por ele somos responsáveis.

Hoje, numa época de grandes transformações, a Polónia tem necessidade de homens de fé viva, com o olhar fixo em Deus, verdadeiros apóstolos do bem, da verdade e do amor, que preparam as vias da nova evangelização na Nação inteira. A exemplo dos vossos Padroeiros: S. João de Dukla e o Beato Józef Sebastian Pelczar, ligados à terra de Bieszczady, segui com coragem Cristo pelos caminhos que Ele mesmo vos indica. Edificai, portanto, o futuro feliz da Pátria em espírito de respeito pela tradição e fiéis às suas raízes cristãs. Sede dignas testemunhas da sua história ultramilenária. A fidelidade a Deus é sempre criativa. Desce ao profundo e, ao mesmo tempo, abre-se aos novos desafios e aos novos sinais do tempo.

3. Numerosas e diversificadas são as vias da nova evangelização. Ao longo destas vias guia-nos o Espírito Santo, acompanhando-nos com a Sua luz e com a Sua força. Com alegria tenho conhecimento de que na vossa Arquidiocese se está a animar o apostolado dos leigos. Este encontra a sua expressão num grande empenho nos trabalhos do Sínodo Diocesano, através do qual desejais enriquecer a fé e conhecer a doutrina da Igreja, no concreto das condições actuais e locais. Soube que nas paróquias trabalham os grupos sinodais, que aprofundam os importantes problemas religiosos. Sabemos, com efeito, como é grande o papel que desenvolve a catequese na consolidação da fé e em torná-la amadurecida. A fé é um valor estritamente pessoal, a ser procurado e vivido. Quanto, porém, depende isto também da família, da escola e do ambiente social! Por isso uma inserção activa nos trabalhos do Sínodo ajudar-vos-á a compreender melhor, a viver e a enriquecer na comunidade da Igreja a vossa fé.

Alegro-me porque se está a desenvolver o movimento da oração mariana nos grupos do Rosário Vivo. Encorajo todos a essa oração: as crianças, os jovens, as pessoas idosas e os doentes. O Rosário é uma oração da qual a Igreja tem necessidade constante e também cada um de vós. Dir-vos-ei?que esta é uma oração que amo tanto e peço que vos recordeis de mim quando a recitardes.

A Igreja na Polónia deposita grandes esperanças na Acção Católica, que se está a desenvolver também na vossa Arquidiocese. A sua tarefa principal é assumir e incentivar várias iniciativas apostólicas. Hoje há uma grande necessidade de aprofundar o conhecimento da doutrina social da Igreja, mas também de aprofundar a espiritualidade cristã, que leva de modo natural a um ligame mais estreito com Deus e com a Igreja. Convém que as iniciativas concretas sejam precedidas pela oração e reflexão. Durante os encontros formativos que organizais, pedi ao Espírito Santo que vos assista no discernimento das vias para actuar o Evangelho nos ambientes de trabalho, nas famílias e nas comunidades paroquiais. O mundo de hoje espera corajosas testemunhas da fé, que com a sua vida mostrem a santidade e ajudem os outros atender para ela.

4. Meus caros, mais uma vez quero repetir as palavras pronunciadas em Krosno durante a canonização do Beato João de Dukla: «Esta terra (de Bieszczady), com efeito, deu muitas testemunhas autênticas de Jesus Cristo, pessoas que depositaram plenamente a sua confiança em Deus e dedicaram a própria vida ao anúncio do Evangelho. Segui as suas pegadas! (...) "para que o mundo inteiro veja as vossas boas obras e dê glória a Deus que está nos céus" (cf. Mt Mt 5,16). A fé semeada por São João nos corações dos vossos antepassados cresça como uma árvore de santidade e "produza muito fruto e este permaneça" (cf. Jo 15, 5)» (10/6/1997). Este é o meu ardente desejo, que também hoje, junto do Túmulo de S. Pedro, dirijo a todos vós aqui presentes e àqueles que não puderam vir em peregrinação a Roma. Transmiti-o aos vossos entes queridos, às famílias, às paróquias, e de modo especial aos doentes, aos que sofrem e às pessoas idosas.

Deus abençoe toda a comunidade do Povo de Deus da Arquidiocese de Przemysl, e a vossa bonita terra de Bieszczady!






A LOS OBISPOS DE LOS PAÍSES BAJOS EN VISITA «AD LIMINA»


Jueves 18 de junio de 1998



Señor cardenal;
queridos hermanos en el episcopado:

1. Me alegra acogeros en esta casa a vosotros, pastores de la Iglesia de Cristo en los Países Bajos, con ocasión de vuestra visita ad limina, que realizáis al Sucesor de Pedro, «principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» (Lumen gentium LG 23). Este tiempo en Roma es también para vosotros un tiempo de gracia. Así, tenéis la posibilidad de vivir relaciones recíprocas más intensas. Pido al Señor que os acompañe, a fin de que vuestros encuentros con mis colaboradores de los diversos dicasterios de la Curia romana, y entre vosotros, sean ocasiones para profundizar y afianzar el affectus collegialis.Que os ayuden a proseguir vuestro ministerio apostólico, con una colaboración cada vez más cordial en el seno de vuestra Conferencia episcopal, en torno al que habéis elegido como presidente, sosteniéndoos en vuestras tareas diocesanas particulares y participando en la «responsabilidad de los obispos hacia la Iglesia universal y su misión, en comunión afectiva y efectiva con Pedro» (Discurso de clausura de la VIII Asamblea general ordinaria del Sí- nodo de los obispos, 27 de octubre de 1990, n. 1: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 2 de noviembre de 1990, p. 11).

Venís en peregrinación a las tumbas de los apóstoles Pedro y Pablo, columnas de la Iglesia, para renovar vuestra esperanza y vuestro dinamismo apostólico, a fin de enseñar y anunciar cada vez con mayor intensidad la buena nueva al pueblo de Dios encomendado a vuestra solicitud pastoral. Pido al Espíritu Santo que os mantenga firmes en la fe para que, en el difícil período que atraviesa la Iglesia en vuestro país, podáis ejercer con celo y confianza el ministerio episcopal y la autoridad como un servicio a la unidad y a la comunión. Agradezco al señor cardenal Adrianus Johannes Simonis, vuestro presidente, sus palabras, con las que ha puesto de relieve algunos aspectos importantes de la vida social y eclesial de los Países Bajos.

2. En vuestros informes quinquenales me habéis hecho partícipe de vuestras principales preocupaciones relativas al ministerio sacerdotal, que atraviesa aún en vuestro país una profunda crisis de identidad. Sé que los sacerdotes diocesanos ocupan un lugar especial en vuestro corazón, puesto que, «para apacentar una parte de la grey del Señor (...), forman un único presbiterio y una única familia, cuyo padre es el obispo» (Christus Dominus CD 28). Ante todo, os pido que transmitáis a los sacerdotes de vuestras diócesis la seguridad de mi cordial afecto y mi aliento para el ministerio que desempeñan con solicitud. Les felicito por su incansable empeño y los esfuerzos que realizan en situaciones a menudo difíciles. A pesar de que son pocos y sus tareas resultan cada vez más agotadoras, aceptan llevar el peso de cada día y desempeñar con celo el ministerio que Cristo y su Iglesia les confían.

Para renovar continuamente y conservar la alegría de la misión, es importante ante todo que los ministros del Señor refuercen su vida espiritual, en particular a través de la oración diaria, «remedio de la salvación» (san Paulino de Nola, Cartas 34, 10) y del encuentro íntimo con el Señor en la Eucaristía, que ocupan el centro de la jornada sacerdotal (cf. Principios y normas de la Liturgia de las Horas, n. 1). Del mismo modo, la recepción frecuente del sacramento de la reconciliación, que devuelve al pecador la gracia y la amistad con Dios, ayuda al sacerdote a transmitir el perdón a sus hermanos. Estos alimentos son indispensables para los discípulos de Cristo y, más aún, para cuantos reciben la tarea de guiar y santificar al pueblo cristiano. Deseo insistir también en la necesidad de celebrar dignamente la Liturgia de las Horas, que contribuye, «por una misteriosa fecundidad apostólica, a acrecentar al pueblo de Dios» (Presentación general de la Liturgia de las Horas, n. 18), y en el tiempo de la oración diaria. Por ellas, el sacerdote reaviva en él el don de Dios, se prepara para la misión, modela su identidad sacerdotal y edifica la Iglesia. En efecto, el sacerdote toma conciencia ante Dios de la llamada que recibió, y renueva su disponibilidad a la misión particular que el obispo le confió en nombre del Señor, manifestando así su disponibilidad a la obra del Espíritu Santo, que es quien da el crecimiento (cf. 1Co 3,7).

Los sacerdotes están llamados a ser testigos alegres de Cristo, con su enseñanza y su testimonio de una vida santa, en sintonía con el compromiso asumido el día de su ordenación. Son para vosotros «hijos y amigos» (Christus Dominus CD 16 cf. Jn Jn 15,15). Debéis estar atentos a sus necesidades espirituales e intelectuales, recordándoles que, aunque viven en medio de los hombres y teniendo en cuenta la modernidad, como todos los fieles, no deben tomar como modelo el mundo presente, sino que han de adecuar su vida a la Palabra que anuncian y a los sacramentos que celebran (cf. Rm Rm 12,2 Presbyterorum ordinis PO 3); así manifestarán «el misterio de Cristo y la naturaleza genuina de la verdadera Iglesia» (Sacrosanctum Concilium SC 2). Animadlos a orar personalmente y a sostenerse recíprocamente en este ámbito. Invitadlos también a profundizar incesantemente sus conocimientos teológicos, necesarios para la vida espiritual y pastoral. En efecto, ¿cómo podrán anunciar el Evangelio y «ser administradores de una vida diferente de la de esta tierra» (cf. Presbyterorum ordinis PO 3), si no permanecen cerca del corazón de Cristo, como el Apóstol a quien él amaba, y si no se dedican, mediante la formación permanente, a una verdadera comprensión de la fe?

3. Animo a los sacerdotes a reforzar su fraternidad sacerdotal, especialmente entre las generaciones, ante todo con la oración común, que modifica las relaciones recíprocas y permite sostenerse en la misión, y con el diálogo, la amistad y la participación en las tareas pastorales. Esta riqueza del sacerdocio es incomparable. Por vuestra parte, os esforzáis por favorecer la colaboración armoniosa de todos, que no puede menos de contribuir a fortalecer el dinamismo de la Iglesia. Es necesario que todos, sacerdotes y laicos, presten particular atención a los sacerdotes jóvenes, para ayudarles en sus primeras funciones ministeriales, aun cuando su modo de considerar el sacerdocio no coincida exactamente con el que vivieron sus predecesores. La realidad del presbiterio y de la Iglesia va más allá de los métodos y de las prácticas pastorales particulares.

Mi pensamiento se dirige también a los sacerdotes ancianos. Junto con ellos, doy gracias a Dios por lo que han hecho con fidelidad. Ojalá acepten proseguir, hasta que sus fuerzas se lo permitan, un ministerio complementario, acompañando con sus consejos fraternos y la sabiduría derivada de su experiencia a quienes, siendo más jóvenes, reciben justamente arduas responsabilidades eclesiales. El servicio a Cristo no puede compararse en absoluto con un trabajo profesional, ni ejercerse en las mismas condiciones.

4. Deseo también recordar el papel tan importante que desempeña el sacerdote en la catequesis y la enseñanza de la fe en todas las fases de la vida de los fieles y en su descubrimiento de los sacramentos; debe esforzarse por organizar una pastoral dinámica para los jóvenes. Guiar a los niños y a los jóvenes en su camino hacia el Señor es una misión muy importante, en la que está en juego su futuro de hombres y de cristianos. La comunidad cristiana local se construye sobre la enseñanza de la fe. Por tanto, es conveniente que los sacerdotes, sobre todo los más idóneos para este aspecto esencial de la misión de la Iglesia por su competencia teológica y pastoral, sostengan a los catequistas y colaboren con ellos. A vosotros corresponde proseguir la elaboración de nuevos itinerarios catequéticos serios, con gran solicitud pedagógica y con una atención particular a la cultura específica de vuestro país, a fin de proporcionar a los sacerdotes y a los laicos los subsidios necesarios y los manuales indispensables para una enseñanza fiel a la fe de la Iglesia. En este sentido, el Catecismo de la Iglesia católica proporciona las normas doctrinales de referencia. Así pues, exhorto a los sacerdotes y a los laicos a comprometerse de modo renovado en este servicio a los jóvenes, para ayudarles a encontrar a Cristo. Descubrirán lo que Cristo realiza en el corazón de los niños, sembrando en ellos la semilla de vida eterna que queda presente para toda la existencia. A este propósito, para mantener la convicción de lo esencial que resulta su acción, los educadores deben recordar siempre la frase del cardenal John Henry Newman, que expresaba lo que lo había impresionado durante su infancia: «No percibimos la presencia de Dios en el momento en que está con nosotros, sino sólo después, cuando miramos hacia atrás, hacia lo que sucedió y se resolvió» (Parochial and plain Sermons IV, 17).

5. Para la Iglesia del futuro, los obispos deben estar siempre particularmente atentos a la formación de los seminaristas. Con esta finalidad habéis reorganizado vuestros seminarios. Algunos habéis hecho grandes esfuerzos para erigir nuevos seminarios diocesanos. Seguid atribuyendo gran importancia a la pastoral vocacional, en la que todos los fieles deben participar. ¿Cómo podrán descubrir los jóvenes la llamada de Cristo si la Iglesia no la transmite por medio de los sacerdotes y los laicos y no muestra la felicidad que se experimenta cuando se sirve al Señor? Velad también por el discernimiento de los candidatos y por su progresiva maduración humana: conocéis las dificultades personales y familiares que los jóvenes han atravesado durante los últimos decenios. Por eso, es preciso acompañarlos en su crecimiento espiritual y eclesial, para que puedan comprometerse con la libertad interior y el equilibrio humano que requiere el ministerio sacerdotal.

Por tanto, estad atentos a la calidad de la formación espiritual y de los programas de formación intelectual .filosófica, teológica y moral., a fin de que los futuros sacerdotes sean idóneos para anunciar el Evangelio en un mundo en el que las tendencias subjetivistas y el discurso exclusivamente científico toman con frecuencia el lugar de una sana antropología e, independientemente de la fe en Dios, procuran dar razones de vida. Así podrán responder de modo adecuado a las cuestiones discutidas en la opinión pública y a las afirmaciones que tienden a confundir verdad y sinceridad. Las sabias reglas proporcionadas por la Ratio institutionis sacerdotalis son particularmente útiles para la estructuración de la formación con vistas al ministerio. En una sociedad en la que la vida cristiana y el celibato son considerados a menudo como obstáculos para el desarrollo de la persona, es útil formar a los jóvenes en la ascesis y el dominio propio, fuentes de equilibrio interior. Las familias pueden preocuparse al ver que sus hijos e hijas lo dejan todo para seguir a Cristo; por eso, es necesario explicarles «las motivaciones evangélicas, espirituales y pastorales propias del celibato sacerdotal, de modo que ayuden a los presbíteros con la amistad, la comprensión y la colaboración» (Pastores dabo vobis PDV 50). Ojalá que toda la comunidad eclesial muestre la grandeza y la bondad de la entrega en el celibato, elegido libremente por amor al Señor, «valor profundamente ligado con la sagrada ordenación» (ib.), como vuestra Conferencia episcopal recordó también en una carta pastoral publicada en marzo de 1992. Esto de ningún modo disminuye el valor de la vida laical y del matrimonio.

6. Aunque en la mayor parte de vuestras diócesis no son muy numerosos los fieles laicos comprometidos en la vida pastoral, sí asumen múltiples responsabilidades en unión con los pastores de la Iglesia, los obispos, los sacerdotes y los diáconos, que, en cuanto ministros ordenados, tienen la misión de enseñar y regir al pueblo de Dios en nombre de Cristo cabeza (cf. Código de derecho canónico CIC 1008). Complacido por su profundo sensus Ecclesiae, deseo rendir homenaje al trabajo de los hombres y las mujeres que desempeñan funciones importantes en los diversos sectores de la vida eclesial, sobre todo en la animación litúrgica y el acompañamiento de los grupos de jóvenes. Muchos de vosotros me habéis mostrado vuestra disponibilidad a desarrollar la pastoral conyugal y familiar, para hacer frente a las ideologías que quieren destruir la célula fundamental de la sociedad y a las tendencias subjetivistas y muy liberales en materia sexual que no dejan de difundirse. Animo de buen grado a los cristianos que asumen responsabilidades en la preparación para el matrimonio y en el apoyo a las parejas y familias con dificultades, con plena fidelidad a la enseñanza de la Iglesia. Transmitid a todos los fieles de vuestras diócesis mi afectuoso saludo y mi aliento a seguir comprometidos de forma activa en la misión única de la Iglesia (cf. Christifideles laici CL 25). En este ámbito, las tareas, los carismas, las vocaciones y los servicios son diversos y complementarios. Es esencial que las comunidades cristianas reconozcan el papel de los sacerdotes, en particular, sus funciones litúrgicas y sacramentales, respetando las normas vigentes.

El reconocimiento de la especificidad de cada vocación es el signo de la madurez cristiana y de la conciencia que los fieles poseen de su vocación y de sus funciones propias, «que tienen su fundamento sacramental en el bautismo y en la confirmación, y para muchos de ellos, además en el matrimonio» (ib., 23). En efecto, la acción de los laicos no puede sustituir la misión particular de los ministros ordenados. Por tanto, hay que prestar atención al papel de los laicos en el seno de la comunidad cristiana y en las realidades humanas. A este propósito, podría ser oportuno meditar en lo que afirmó el concilio Vaticano II, en el capítulo IV de la constitución Lumen gentium (nn. 30 y 38), sobre la misión de los laicos en la Iglesia. Su unión con Cristo en el cuerpo eclesial los lleva a realizar sus acciones específicas para el anuncio del Evangelio y el crecimiento del pueblo de Dios, en particular tomando parte activa en la vida de la comunidad cristiana y de la ciudad, y realizando su misión de animación cristiana de las realidades temporales (cf. ib., 31; Apostolicam actuositatem AA 7). En esta perspectiva, es tarea de los pastores proponerles una formación seria con vistas a la realización de sus tareas.

7. No tengáis miedo de recordar a los laicos que su servicio se funda en una vida espiritual seria. Habéis subrayado el interés creciente de los fieles por los tiempos de retiro en los monasterios y por un acompañamiento espiritual. Constatáis también con alegría el aumento del número de los bautismos y las confirmaciones de adultos. Invitad al pueblo cristiano a acudir incesantemente a las fuentes de vida, a través de la participación en la eucaristía dominical, que es el alimento para el camino, al hacer realmente presente a Cristo mediante su Cuerpo y su Sangre (cf. Catecismo de la Iglesia católica CEC 1 CEC 375); presidida por el sacerdote, «personificando a Cristo, cabeza y pastor, y en su nombre» (Pastores dabo vobis PDV 15), la misa edifica la comunidad cristiana. A este propósito, el pueblo cristiano debe tomar incesantemente conciencia de la importancia de la parroquia como centro de la vida eclesial local. Invitad también a los fieles a acercarse de manera más frecuente al sacramento de la penitencia, que les permite descubrir el don de Dios y los hace misericordiosos con sus hermanos. La confesión «ayuda a formar la conciencia, a luchar contra las malas inclinaciones, a dejarse curar por Cristo, a progresar en la vida del Espíritu» (Catecismo de la Iglesia católica CEC 1 CEC 458).

8. En vuestros informes quinquenales, me hacéis partícipe de vuestras serias preocupaciones con respecto al futuro de la enseñanza católica, cuya misión comprende la formación humana, moral y espiritual de los jóvenes. Esto constituye su carácter verdaderamente católico. Es importante hacer todo lo posible para que la Iglesia, con la fuerza de sus tradiciones y su experiencia, pueda proseguir su labor educativa específica. Incumbe a las autoridades legítimas, en un diálogo confiado con los responsables de la comunidad eclesial, ofrecer a los padres la posibilidad de cumplir libremente su tarea educativa, eligiendo las instituciones escolares que según ellos corresponden a sus valores y que desean naturalmente se transmitan a sus hijos.

Quisiera también subrayar el papel destacado de las universidades católicas en los ambientes intelectual, científico y técnico. Los profesores, independientemente de la materia que enseñen, deben esforzarse por comunicar a sus estudiantes los valores antropológicos y morales católicos; en el seno de esas instituciones, los teólogos tienen la tarea de explicar la profundidad de los misterios divinos, enseñando con fidelidad el dogma cristiano y la moral, fundada en la Revelación y el Magisterio, y mediante el diálogo con las demás disciplinas universitarias (cf. Dei Verbum DV 10 Congregación para la doctrina la fe, Instrucción sobre la vocación eclesial del teólogo mayo ). A ellos les corresponde, en particular, recordar a tiempo y a destiempo los principios fundamentales del respeto a la vida humana. Por tanto, se les pide fidelidad total al Magisterio, puesto que «enseñan en nombre de la Iglesia» (Pastores dabo vobis PDV 67). Así pues, la enseñanza teológica no puede limitarse a una simple reflexión personal; está al servicio de la verdad y de la comunión. Un teólogo que, en su enseñanza, no esté en sintonía con el Magisterio, no puede menos de perjudicar a la universidad, desviando a los fieles e hiriendo a la Iglesia.

9. Me habéis expresado vuestras inquietudes por lo que concierne al futuro de la vida religiosa en vuestro país, a causa de la falta de vocaciones y del aumento de la edad de los miembros de los diversos institutos. Os encargo, ante todo, la tarea de decir a los religiosos y a las religiosas que aún hoy la Iglesia, con confianza y esperanza, cuenta de modo particular con ellos, invitándolos a comunicar incansablemente la llamada del Señor; a vivir, con valentía y fidelidad, los consejos evangélicos; y a no abandonar precipitadamente los ámbitos esenciales de la vida pastoral, en particular la educación, que permite transmitir a los jóvenes los valores humanos y cristianos, pero tampoco la sanidad, la asistencia a los ancianos y a los pobres.

Ojalá que los responsables de los institutos religiosos, en unión con los obispos, sigan tomando parte activa en la vida pastoral. Llevad mi afectuoso saludo también a los institutos de vida contemplativa, que desempeñan un papel fundamental, pues «ofrecen así a la comunidad eclesial un singular testimonio del amor de la Iglesia por su Señor y contribuyen (...) al crecimiento del pueblo de Dios» (Vita consecrata VC 8). Sus casas de acogida y de retiro espiritual son muy útiles para los pastores y los fieles, que pueden así encontrar, en la soledad y el silencio, un tiempo de descanso y regeneración interior ante el Señor, para cumplir después de manera renovada su misión. En un período en el que las vocaciones son cada vez más escasas, es importante que toda la Iglesia reconozca mejor el valor de la vida consagrada.

10. En este año dedicado al Espíritu Santo, durante el cual todos estamos invitados a prepararnos para el gran jubileo, la Iglesia renueva incesantemente su súplica a Aquel que el Señor prometió y dio a sus Apóstoles, a fin de guiar y edificar el cuerpo místico de Cristo. Si permanecemos fieles a la misión recibida, podremos estar seguros de que Dios no abandonará jamás a su pueblo y le dará su gracia y los medios para asegurar su misión en el mundo. Con fe en la solicitud divina, os encomiendo a la intercesión de los santos de vuestra tierra y a la de la Virgen María, Madre de Cristo y Madre de la Iglesia, a quien debemos recurrir continuamente como nuestra protectora y guía. Os imparto de corazón mi bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los diáconos y a los seminaristas, a los religiosos, a las religiosas y a los laicos de vuestras diócesis.






Discursos 1998 - Sábado 13 de junio