Discursos 1999 20

ENCUENTRO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II CON TODAS LAS GENERACIONES DEL SIGLO

25 de enero de 1999

(1ª parte)

Fin de siglo y de milenio a la luz del Concilio Vaticano II

Amados hermanos y hermanas:

21 1. Dentro de poco se concluirán un siglo y un milenio trascendentales para la historia de la Iglesia y de la humanidad. En esta hora significativa, Ustedes están llamados a tomar renovada conciencia de ser los depositarios de una rica tradición humana y religiosa. Es tarea suya transmitir a las nuevas generaciones ese patrimonio de valores para alimentar su vitalidad y su esperanza, haciéndoles partícipes de la fe cristiana, que ha forjado su pasado y ha de caracterizar su futuro.

Hace ahora mil años, en el 999 de nuestra era, el furor de quienes adoraban a un dios violento, diciéndose sus representantes, hizo desaparecer a Quetzalcóalt, el rey-profeta de los toltecas, pues se oponía al uso de la fuerza para resolver los conflictos humanos. Al aproximarse a la muerte, llevaba en sus manos una cruz que para él y sus discípulos simbolizaba la coincidencia entre todas las ideas en búsqueda de la armonía. Había transmitido a su pueblo altas enseñanzas: “El bien se impondrá siempre sobre el mal”. “El hombre es el centro de todo lo creado”. “Las armas nunca serán compañeras de la palabra; es ésta la que despeja las nubes de la tormenta para que nos llene la claridad divina” (cf. Raúl Horta, El Humanismo en el Nuevo Mundo, cap. II). En estas y otras enseñanzas de Quetzalcóalt podemos ver “como una preparación al Evangelio” (cf. Lumen gentium
LG 16), que los antepasados de muchos de Ustedes tendrían el gozo de acoger quinientos años más tarde.

2. Este milenio ha conocido el encuentro entre dos mundos, marcando un rumbo inédito en la historia de la humanidad. Para Ustedes es el milenio del encuentro con Cristo, de las apariciones de Santa María de Guadalupe en el Tepeyac, de la primera evangelización y consiguiente implantación de la Iglesia en América.

Los últimos cinco siglos han dejado una huella decisiva en la identidad y el destino del Continente. Son quinientos años de historia común, tejida entre los pueblos autóctonos y las gentes venidas de Europa, a las que se añadieron sucesivamente las provenientes de Africa y Asia. Con el fenómeno característico del mestizaje se ha puesto de relieve que todas las razas son iguales en dignidad y con derecho a su cultura. En toda esta amplia y compleja andadura, Cristo ha estado incesantemente presente en el caminar de los pueblos americanos, dándoles también como Madre a la suya, la Virgen María, a la que Ustedes tanto aman.

3. Como sugiere el lema con que México ha querido recibir por cuarta vez al Papa, -"Nace un milenio. Reafirmamos la fe"-, la nueva época que se aproxima debe llevar a consolidar la fe de América en Jesucristo. Esta fe, vivida cotidianamente por numerosos creyentes, será la que anime e inspire las pautas necesarias para superar las deficiencias en el progreso social de las comunidades, especialmente de las campesinas e indígenas; para sobreponerse a la corrupción que empaña tantas instituciones y ciudadanos; para desterrar el narcotráfico, basado en la carencia de valores, en el ansia de dinero fácil y en la inexperiencia juvenil; para poner fin a la violencia que enfrenta de manera sangrienta a hermanos y clases sociales. Sólo la fe en Cristo da origen a una cultura opuesta al egoísmo y a la muerte.

Padres y abuelos aquí presentes: a Ustedes les corresponde transmitir a las nuevas generaciones arraigadas convicciones de fe, prácticas cristianas y sanas costumbres morales. En ello, les serán de ayuda las enseñanzas del último Concilio.

4. El Concilio Vaticano II, como respuesta evangélica a la reciente evolución del mundo y comienzo de una nueva primavera cristiana (cf. Tertio millennio adveniente TMA 18), ha sido providencial para el siglo XX. Este siglo ha visto dos guerras mundiales, el horror de los campos de concentración, persecuciones y matanzas, pero ha sido testigo también de progresos esperanzadores para el futuro, como el nacimiento de las Naciones Unidas y la Declaración Universal de los Derechos Humanos.

Por eso, me complazco en constatar los beneficios aportados por la acogida de las orientaciones conciliares, como son el hondo sentido de comunión y fraternidad entre los Obispos de América que, en estrecha unión con el Papa, se ha puesto de manifiesto en la celebración del Sínodo que ayer clausuré solemnemente; el creciente compromiso de los laicos en la edificación de la Iglesia; el desarrollo de movimientos que impulsan la santidad de vida y el apostolado de sus miembros; el aumento de vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada que se detecta en diversos lugares, entre ellos México.

Aquí están presentes cuatro generaciones, y les pregunto: ¿Es verdad que el mundo en el que vivimos es al mismo tiempo grande y frágil, excelso pero a veces desorientado? ¿Se trata de un mundo avanzado en unos aspectos pero retrógrado en tantos otros? Y sin embargo, este mundo -nuestro mundo- tiene necesidad de Cristo, Señor de la historia, que ilumina el misterio del hombre y con su Evangelio lo guía en la búsqueda de soluciones a los principales problemas de nuestro tiempo (cf. Gaudium et spes GS 10).

Porque algunos poderosos volvieron sus espaldas a Cristo, este siglo que concluye asiste impotente a la muerte por hambre de millones de seres humanos, aunque paradójicamente aumenta la producción agrícola e industrial; renuncia a promover los valores morales, corroídos progresivamente por fenómenos como la droga, la corrupción, el consumismo desenfrenado o el difundido hedonismo; contempla inerme el creciente abismo entre países pobres y endeudados y otros fuertes y opulentos; sigue ignorando la perversión intrínseca y las terribles consecuencias de la “cultura de la muerte”; promueve la ecología, pero ignora que las raíces profundas de todo atentado a la naturaleza son el desorden moral y el desprecio del hombre por el hombre.

5. ¡América, tierra de Cristo y de María! tú tienes un papel importante en la construcción del mundo nuevo que el Concilio Vaticano II quiso promover. Debes comprometerte para que la verdad prevalezca sobre tantas formas de mentira; para que el bien se sobreponga al mal, la justicia a la injusticia, la honestidad a la corrupción. Acoge sin reservas la visión conciliar del hombre, creado por Dios y redimido por Jesucristo. Así alcanzarás la plena verdad de los valores morales, frente al espejismo de certezas momentáneas, sólo precarias y subjetivas.

22 Quienes formamos la Iglesia -Obispos, sacerdotes, consagrados y laicos- nos sentimos comprometidos con el anuncio salvador de Cristo. Siguiendo su ejemplo, no queremos imponer su mensaje, sino proponerlo en plena libertad, recordando que sólo Él tiene palabras de vida eterna y confiando plenamente en la fuerza y la acción del Espíritu Santo en lo más íntimo del corazón humano.

¡Que Ustedes, católicos de todas las generaciones del siglo XX, sean portadores y testigos de la gran esperanza de la Iglesia en todos los ambientes donde Dios los ha enviado como semillas de fe, de esperanza y de un amor sin fronteras para todos sus hermanos!

(2ª parte)

El Siglo XXI, siglo de la nueva evangelización y del gran reto de los jóvenes cristianos.

6. El año próximo celebraremos dos milenios desde que “la Palabra se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros” (
Jn 1,14). El Hijo de Dios hecho hombre enseñó a todos a ser hombres y mujeres auténticos, compadeciéndose de las muchedumbres que encontraba como ovejas sin pastor y dando su vida por nuestra salvación. Su presencia y acción continúan en la tierra a través de su Iglesia, su Cuerpo Místico. Por eso, cada cristiano está llamado a anunciar, testimoniar y hacer presente a Cristo en todos los ambientes, en las diferentes culturas y épocas de la historia.

7. La evangelización, tarea primordial, misión y vocación propia de la Iglesia (cf. Evangelii nuntiandi EN 14), nace precisamente de la fe en la Palabra, que es la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo (cf. Jn Jn 1,9). A cuantos hoy se encuentran unidos al Papa, aquí o a través de los medios de comunicación, les digo: ¡Siéntanse responsables de difundir esta luz que han recibido!

Pronto terminarán un siglo y un milenio, en los cuales a pesar de tantos conflictos, se ha promovido el valor de la persona por encima de las estructuras sociales, políticas y económicas. A este respecto, la nueva evangelización lleva también consigo la respuesta de la Iglesia a este importante cambio de perspectiva histórica. Cada uno de Ustedes, con su modo de vivir y su compromiso cristiano, ha de testimoniar, a lo largo y ancho de América y del mundo, que Cristo es el verdadero promotor de la dignidad humana y de su libertad.

8. Los discípulos de Cristo deseamos que en el próximo siglo prevalezca la unidad y no las divisiones; la fraternidad y no los antagonismos; la paz y no las guerras. Esto es también un objetivo esencial de la nueva evangelización. Ustedes, como hijos de la Iglesia, deben trabajar para que la sociedad global que se acerca no sea espiritualmente indigente ni herede los errores del siglo que concluye.

Para ello es necesario decir sí a Dios y comprometerse con Él en la construcción de una nueva sociedad donde la familia sea un ámbito de generosidad y amor; la razón dialogue serenamente con la fe; la libertad favorezca una convivencia caracterizada por la solidaridad y la participación. En efecto, quien tiene al Evangelio como guía y norma de vida no puede permanecer en una actitud pasiva, sino que ha de compartir y difundir la luz de Cristo, incluso con el propio sacrificio.

9. La nueva evangelización será semilla de esperanza para el nuevo milenio si Ustedes, católicos de hoy, se esfuerzan en transmitir a las generaciones venideras la preciosa herencia de valores humanos y cristianos que han dado sentido a su vida. Ustedes, hombres y mujeres que con el paso de los años han acumulado preciosas enseñanzas de la vida; Ustedes tienen la misión de procurar que las nuevas generaciones reciban una sólida formación cristiana durante su preparación intelectual y cultural, para evitar que el pujante progreso les cierre a lo trascendente. En fin, preséntense siempre como infatigables promotores de diálogo y concordia frente al predominio de la fuerza sobre el derecho y a la indiferencia ante los dramas del hambre y la enfermedad que acucian a grandes masas de la población.

10. Por su parte, Ustedes, jóvenes y muchachos que miran hacia el mañana con el corazón lleno de esperanza, están llamados a ser los artífices de la historia y de la evangelización ya en el presente y luego en el futuro. Una prueba de que no han recibido en vano tan rico legado cristiano y humano será su decidida aspiración a la santidad, tanto en la vida de familia que muchos formarán dentro de unos años, como entregándose a Dios en el sacerdocio o la vida consagrada si son llamados a ello.

23 El Concilio Vaticano II nos ha recordado que todos los bautizados, y no sólo algunos privilegiados, están llamados a encarnar en su existencia la vida de Cristo, a tener sus mismos sentimientos y a confiar plenamente en la voluntad del Padre, entregándose sin reservas a su plan salvífico, iluminados por el Espíritu Santo, llenos de generosidad y de amor incansable por los hermanos, especialmente los más desfavorecidos. El ideal que Jesucristo les propone y enseña con su vida es ciertamente muy alto, pero es el único que puede dar sentido pleno a la vida. Por eso, desconfíen de los falsos profetas que proponen otras metas, más confortables tal vez, pero siempre engañosas. ¡No se conformen con menos!

11. Los cristianos del siglo XXI tienen también una fuente inagotable de inspiración en las comunidades eclesiales de los primeros siglos. Quienes habían convivido con Jesús, o escuchado directamente el testimonio de los Apóstoles, sintieron sus vidas como transformadas e inundadas de una nueva luz. Pero debieron vivir su fe en un mundo indiferente e incluso hostil. Hacer penetrar la verdad del Evangelio, trastocar muchas convicciones y costumbres que denigraban la dignidad humana, supuso grandes sacrificios, firme constancia y una gran creatividad. Sólo con la fe inquebrantable en Cristo, alimentada constantemente por la oración, la escucha de la Palabra y la participación asidua en la Eucaristía, las primeras generaciones cristianas pudieron superar aquellas dificultades y consiguieron fecundar la historia humana con la novedad del Evangelio, derramando, tantas veces, la propia sangre.

En la nueva era que despunta, era de la informática y de los poderosos medios de comunicación, abocada a una globalización cada vez más fluida de las relaciones económicas y sociales, Ustedes, queridísimos jóvenes, y sus coetáneos tienen ante sí el reto de abrir la mente y el corazón de la humanidad a la novedad de Cristo y a la gratuidad de Dios. Sólo de este modo se alejará el riesgo de un mundo y una historia sin alma, engreída de sus conquistas técnicas pero carente de esperanza y de sentido profundo.

11. Ustedes, jóvenes de México y de América, han de procurar que el mundo que un día se les confiará esté orientado hacia Dios, y que las instituciones políticas o científicas, financieras o culturales se pongan al servicio auténtico del hombre, sin distinción de razas ni clases sociales. La sociedad del mañana ha de saber gracias a Ustedes, por la alegría que dimana de su fe cristiana vivida en plenitud, que el corazón humano encuentra la paz y la plena felicidad sólo en Dios. Como buenos cristianos, han de ser también ciudadanos ejemplares, capaces de trabajar junto con los hombres de buena voluntad para transformar pueblos y regiones, con la fuerza de la verdad de Jesús y de una esperanza que no decae ante las dificultades. Traten de poner en práctica el consejo de San Pablo: “No te dejes vencer por el mal; antes bien, vence al mal con el bien” (
Rm 12,21).

12. Les dejo como recuerdo y como prenda las palabras de despedida de Jesús, que iluminan el futuro y alientan nuestra esperanza: “Yo estoy con Ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).

En nombre del Señor, vayan Ustedes decididamente a evangelizar el propio ambiente para que sea más humano, fraterno y solidario; más respetuoso de la naturaleza que se nos ha encomendado. Contagien la fe y los ideales de vida a todas las gentes del Continente, no con confrontaciones inútiles, sino con el testimonio de la propia vida. Revelen que Cristo tiene palabras de vida eterna, capaces de salvar a los hombres de ayer, de hoy y de mañana. Revelen a sus hermanos el rostro divino y humano de Jesucristo, Alfa y Omega, Principio y Fin, el Primero y el Ultimo de toda la creación y de toda la historia, también de la que Ustedes están escribiendo con sus vidas.






EN LA CEREMONIA DE DESPEDIDA

26 de enero de 1999



Señor Presidente,
Señores Cardenales y Hermanos en el Episcopado,
Excelentísimas Autoridades,
Amadísimos hermanos y hermanas de México:

24 1. Las densas y emotivas jornadas con el Pueblo de Dios que peregrina en tierras mexicanas han dejado en mí profunda huella. Me llevo grabados los rostros de tantas personas encontradas durante estos días. Estoy muy agradecido a todos por su cordial hospitalidad, expresión genuina del alma mexicana, y sobre todo por haber podido compartir intensos momentos de oración y reflexión en las celebraciones de la Santa Misa en la Basílica de Guadalupe y en el Autódromo "Hermanos Rodríguez"; en la visita al Hospital "Licenciado Adolfo López Mateos" y el memorable encuentro con las cuatro generaciones en el Estadio Azteca.

2. Pido a Dios que bendiga y recompense a todos los que han cooperado en la realización de esta Visita. Le estoy muy reconocido, Señor Presidente, por sus amables palabras a mi llegada, por haberme recibido en su Residencia Presidencial, por todas las atenciones que ha tenido hacia mi persona, así como por la colaboración prestada por las Autoridades.

Mi gratitud se extiende también al Señor Cardenal Norberto Rivera Carrera, Arzobispo Primado de México, así como a los demás Obispos mexicanos y a los venidos de todo el Continente, que han colaborado para que esta Visita se viviera con tanta intensidad. Mi agradecimiento se hace oración invocando del Cielo las mejores bendiciones para este pueblo que en tantas ocasiones ha demostrado su fidelidad a Dios, a la Iglesia y al Sucesor de san Pedro. Por eso, desde aquí elevo mi voz hacia lo alto: ¡Dios te bendiga, México!, por los ejemplos de humanidad y de fe de tus gentes, por los esfuerzos en defender la familia y la vida.

¡Dios te bendiga, México!, por la fidelidad y amor de tus hijos a la Iglesia. Los hombres y mujeres que componen el rico mosaico de tus diversas y fecundas culturas encuentran en Cristo la fuerza para superar antiguos o recientes antagonismos y sentirse hijos de un mismo Padre.

¡Dios te bendiga, México!, que cuentas con numerosos pueblos indígenas, cuyo progreso y respeto quieres promover. Ellos conservan ricos valores humanos y religiosos y quieren trabajar juntos para construir un futuro mejor.

¡Dios te bendiga, México!, que te esfuerzas en desterrar para siempre las luchas que dividieron a tus hijos mediante un diálogo fecundo y constructivo. Un diálogo en el que nadie quede excluido y acumune aún más a todos tus habitantes, a los creyentes fieles a su fe en Cristo y a los que están alejados de Él. Sólo el diálogo fraterno entre todos dará vigor a los proyectos de futuras reformas, auspiciadas por los ciudadanos de buena voluntad, pertenecientes a todos los credos religiosos y a los diversos sectores políticos y culturales.

¡Dios te bendiga, México!, que sigues extrañando a tus hijos emigrantes en busca de pan y trabajo. Ellos han contribuido también a propagar la fe católica en sus nuevos ambientes y a construir una América que, como manifestaron los Obispos en el Sínodo, quiere ser solidaria y fraterna.

¡Dios te bendiga, México!, por la libertad religiosa que vas reconociendo para quienes lo adoran dentro de tus fronteras. Esta libertad, garantía de estabilidad, da pleno sentido a las demás libertades y derechos fundamentales.

¡Dios te bendiga México!, por la Iglesia que está presente en tu suelo. Los Obispos, junto con los sacerdotes, consagrados, consagradas y laicos, comprometidos en la nueva evangelización, fieles a Cristo y a su Evangelio, anuncian en tu tierra, desde hace casi cinco siglos, el Reino de Dios.

3. México es un gran País, que hunde sus raíces en un pasado rico por su fe cristiana y abierto hacia el futuro en su clara vocación americana y mundial. Recorriendo las calles del Distrito Federal, teniendo presente en el corazón a los Estados que integran a la Nación, he sentido nuevamente el latir de este noble pueblo, que con tanto afecto me recibió en mi primer viaje apostólico fuera de Roma, al inicio de mi ministerio petrino. En su acogida veo el fiel reflejo de una realidad que se abre camino en la vida mexicana: la de un nuevo clima en las relaciones respetuosas, sólidas y constructivas entre el Estado y la Iglesia, superando otros tiempos, que, con sus luces y sombras, son ya historia. Este nuevo clima favorecerá cada vez más la colaboración en favor del pueblo mexicano.

4. Al concluir esta visita pastoral, quiero reafirmar mi plena confianza en el porvenir de este pueblo. Un futuro en el que México, cada vez más evangelizado y más cristiano, sea un país de referencia en América y en el mundo; un país donde la democracia, cada día más arraigada y firme, más trasparente y efectiva, junto con la gozosa y pacífica convivencia entre sus gentes, sea siempre una realidad bajo la tierna mirada de su Reina y Madre, la Virgen de Guadalupe.

25 Para Ella mi última mirada y mi último saludo antes de dejar por cuarta vez esta bendita tierra mexicana. A Ella confío a todos y cada uno de sus hijos mexicanos, cuyo recuerdo llevo en mi corazón. ¡Virgen de Guadalupe, vela sobre México! ¡vela sobre todo el querido Continente americano!





DURANTE LA CEREMONIA DE BIENVENIDA

Martes 26 de enero de 1999



Señor presidente;
querido pueblo de San Luis;
querido pueblo de los Estados Unidos:

1. Es una gran alegría para mí volver a Estados Unidos y experimentar una vez más vuestra cordial hospitalidad.

Como sabéis, acabo de estar en México para celebrar el acto conclusivo de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. El propósito de ese importante encuentro era preparar a la Iglesia para entrar en el nuevo milenio y suscitar un nuevo sentido de solidaridad entre los pueblos del continente. Ahora me alegra traer este mensaje al centro de los Estados Unidos, a orillas del Misisipí, a la histórica ciudad de San Luis, puerta del occidente.

Le agradezco, señor presidente, la cortesía de haberme recibido a mi llegada. Saludo también al gobernador y a las autoridades del Estado de Misuri, así como al alcalde de San Luis y a los demás funcionarios de la ciudad y de las áreas periféricas. Muchas personas han prestado su generosa colaboración para preparar esta visita, y a todas se lo agradezco. Rica herencia espiritual

2. Como pastor de la Iglesia univer sal, me alegra particularmente saludar a la comunidad católica de la archidiócesis de San Luis, con su rica herencia espiritual y sus dinámicas tradiciones de servicio a los necesitados. Deseo dirigir especiales palabras de aprecio al arzobispo Justin Rigali, que ha colaborado conmigo desde mi elección al pontificado, hace veinte años. Espero con ilusión encontrarme con los sacerdotes, diáconos, religiosos y laicos de esta Iglesia particular, que ha ejercido una gran influencia en la historia de la región centro-occidental.

Saludo y doy las gracias a los cardenales y obispos. Su presencia me brinda la oportunidad de expresar mis mejores deseos a toda la provincia de San Luis, a su región eclesiástica y a todas las diócesis de este país. Aunque San Luis es el único lugar que puedo visitar ahora, me siento cercano a todos los católicos de Estados Unidos.

Expreso mi amistad y estima a los demás hermanos cristianos, a la comunidad judía de Estados Unidos, y a nuestros hermanos y hermanas musulmanes.Expreso mi respeto cordial a los fieles de todas las religiones y a todas las personas de buena voluntad.

26 3. Como narra la historia, el nombre de San Luis estará asociado siempre al primer vuelo transatlántico, y al gran esfuerzo y a la audacia humana que denota su nombre: el «Espíritu de San Luis».

Os estáis preparando para celebrar el bicentenario de la compra de Luisiana, en 1804, por obra del presidente Thomas Jefferson.Este aniversario representa un desafío de renovación religiosa y civil para toda la comunidad. Será una oportunidad para reafirmar el «Espíritu de San Luis» y las verdades y los valores auténticos de la experiencia norteamericana.

Hay períodos de prueba, pruebas de carácter nacional, en la historia de cada país. Estados Unidos no se ha visto privado de ellas. Uno de esos períodos está relacionado estrechamente con San Luis. Aquí se celebró el famoso proceso de Dred Scott, como resultado del cual el Tribunal supremo de Estados Unidos excluyó a una clase entera de seres humanos, descendientes de africanos, de la comunidad nacional y de la protección de la Constitución.

Después de indecibles sufrimientos y con enormes esfuerzos, esta situación se ha modificado, al menos en parte.

Hoy, Estados Unidos afronta uno de esos períodos de prueba. Hoy existe un conflicto entre una cultura que afirma, protege y celebra el don de la vida, y otra cultura que pretende excluir de la protección legal a grupos enteros de seres humanos, los hijos por nacer, los enfermos terminales, los discapacitados, y otros considerados «inútiles». A causa de la gravedad que revisten estas cuestiones y de la gran influencia que ejerce Estados Unidos en todo el mundo, el resultado de este nuevo tiempo de prueba tendrá profundas consecuencias para el siglo cuyo umbral estamos a punto de cruzar. Oro fervientemente para que, mediante la gracia de Dios que actúa en la vida de los norteamericanos de todas las razas, grupos étnicos, condiciones económicas y confesiones religiosas, Estados Unidos resista a la cultura de la muerte y elija estar decididamente en favor de la vida. Elegir la vida, como escribí en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año, implica rechazar toda forma de violencia: la violencia de la pobreza y del hambre, que oprime a tantos seres humanos; la violencia de los conflictos armados, que no resuelven, sino que incrementan las divisiones y las tensiones; la violencia de las armas particularmente terribles, como las minas antipersonales; la violencia del tráfico de drogas; la violencia del racismo; y la violencia del daño irracional causado al medio ambiente.

Sólo una visión moral más elevada puede motivar la opción en favor de la vida. Y los valores que constituyen el fundamento de esta visión dependerán en gran medida de que la nación siga honrando y venerando a la familia como la célula básica de la sociedad: la familia, maestra de amor, de servicio, de comprensión y de perdón; la familia, abierta y generosa con las necesidades de los demás; la familia, gran manantial de felicidad humana.

4. Señor presidente, queridos amigos, me agrada tener una nueva oportunidad de agradecer al pueblo norteamericano las innumerables obras de bondad y solidaridad humanas que, desde el comienzo, han representado una parte de la historia de vuestro país. Al mismo tiempo, sé que acogeréis mi exhortación a abrir de par en par vuestro corazón a las situaciones difíciles y a las necesidades cada vez más numerosas y urgentes de nuestros hermanos y hermanas menos favorecidos en todo el mundo.

También este espíritu de compasión, solicitud y participación generosa, debe formar parte del «Espíritu de San Luis». Más aún, debe ser el espíritu renovado de esta «única nación, bajo la protección de Dios, con libertad y justicia para todos». Dios os bendiga a todos. Dios bendiga a Estados Unidos.






DURANTE EL ENCUENTRO CON LOS JÓVENES EN EL «KIEL CENTER»


Martes 26 de enero de 1999



PARTE I

Queridos jóvenes de San Luis;
queridos jóvenes de los Estados Unidos.
27 ¡Alabado sea Jesucristo!

1. Me alegra vuestra afectuosa y entusiasta bienvenida. Me dice que esta tarde el Papa os pertenece. Acabo de estar en la ciudad de México, para celebrar el acto conclusivo de la Asamblea especial para América del Sínodo de los obispos. Allí tuve la alegría de estar con miles de jóvenes. Y ahora mi alegría continúa aquí, con vosotros; ayer con los jóvenes de México, hoy con los jóvenes de San Luis y Misuri, y de todo Estados Unidos.

2. Estamos reunidos aquí esta tarde para escuchar a Jesús, que nos habla a través de su palabra y con la fuerza del Espíritu Santo.

Acabamos de oír lo que el apóstol san Pablo dice a Timoteo, su joven compañero de evangelización: «Ejercítate en la piedad» (
1Tm 4,7). Estas palabras son importantes para todo cristiano, para todos los que desean verdaderamente seguir al Señor y poner en práctica sus palabras. Son especialmente importantes para vosotros, los jóvenes de la Iglesia. Y por eso tenéis que preguntaros: ¿qué ejercicio estoy haciendo para vivir una vida auténticamente cristiana?

Todos conocéis la palabra «ejercicio», y lo que significa. De hecho, estamos aquí, en el Kiel Center, donde numerosas personas realizan ejercicios largos y difíciles para competir en diferentes deportes. Hoy, este grandioso estadio se ha transformado en un terreno de juego donde se hace un tipo de ejercicio, no para jugar al hockey, al fútbol, al béisbol o al baloncesto; no os voy a hablar de fútbol, sino de algo que os ayudará a vivir con mayor empeño vuestra fe en Jesús. Éste es el «ejercicio en la piedad» al que se refiere san Pablo, el ejercicio que os permite entregaros sin reserva al Señor y al trabajo que os llama a realizar.

3. Me han dicho que hubo mucha expectación en San Luis durante la reciente temporada de béisbol, en la que dos grandes jugadores (Mark McGwire y Sammy Sosa) compitieron para conseguir la plusmarca en carreras completas. Vosotros podéis sentir el mismo entusiasmo al ejercitaros con un objetivo diferente: el de seguir a Cristo y llevar su mensaje al mundo.

Cada uno de vosotros pertenece a Cristo, y Cristo os pertenece a vosotros. En el bautismo habéis sido injertados en Cristo por el signo de la cruz; habéis recibido la fe católica como un tesoro que debéis compartir con los demás. En la confirmación habéis sido sellados con los dones del Espíritu Santo y fortalecidos para vuestra misión y vocación cristianas. En la Eucaristía recibís el alimento que os robustece para afrontar los desafíos espirituales de cada día.

Me agrada especialmente que muchos de vosotros tengáis hoy la oportunidad de recibir el sacramento de la penitencia, el sacramento de la reconciliación. En este sacramento, experimentáis de un modo muy personal la ternura, la misericordia y el amor del Salvador, al ser liberados del pecado y de su triste compañera, la vergüenza. Vuestra carga se vuelve ligera, y experimentáis la alegría de la nueva vida en Cristo.

Vuestra pertenencia a la Iglesia no puede hallar mejor expresión o apoyo que en la participación en la Eucaristía cada domingo en vuestras parroquias. Cristo nos brinda el don de su cuerpo y su sangre para hacer de nosotros un solo cuerpo y un solo espíritu en él, y para llevarnos a una comunión más profunda con él y con todos los miembros de su Cuerpo, que es la Iglesia. Haced que la celebración dominical en vuestras parroquias sea un auténtico encuentro con Jesús en la comunidad de sus seguidores: ésta es una parte esencial de vuestro «ejercicio en la piedad» para el Señor.

4. Queridos jóvenes amigos, en la lectura que acabamos de escuchar, el apóstol san Pablo dice•a Timoteo: «Que nadie menosprecie tu juventud» (1Tm 4,12). Lo dice porque la juventud es un don maravilloso de Dios. Es un tiempo de energías, oportunidades y responsabilidades especiales. Cristo y la Iglesia tienen necesidad de vuestros talentos particulares. Usad bien los dones que el Señor os ha dado.

Éste es el tiempo de vuestro «ejercicio», de vuestro desarrollo físico, intelectual, emotivo y espiritual. Pero esto no significa que podáis aplazar vuestro encuentro con Cristo y vuestra participación en la misión de la Iglesia. Aunque sois jóvenes, tenéis que actuar ya. Jesús no «menosprecia vuestra juventud». No os guarda para más adelante, cuando seáis mayores y vuestro entrenamiento haya concluido. Vuestro ejercicio no terminará nunca. Los cristianos se ejercitan siempre.Estáis preparados para lo que Cristo os pide ahora. Os pide a vosotros, a todos vosotros, que seáis la luz del mundo, como sólo los jóvenes pueden serlo. Es tiempo de que vuestra luz brille.

28 En todos mis viajes hablo al mundo de vuestras energías juveniles, de vuestros dones y de vuestra disponibilidad a amar y servir. Y en todos los lugares a donde voy, desafío a los jóvenes, como un amigo, a vivir en la luz y la verdad de Jesucristo.

Os exhorto a dejar que su palabra entre en vuestro corazón y a decirle, desde lo más íntimo de vuestro ser: «Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad!» (
He 10,7).


PARTE II

«Vosotros sois la luz del mundo. (...) Brille así vuestra luz delante de los hombres» (Mt 5,14 Mt 5,16).

Queridos jóvenes:

1. Preguntaos: ¿creo en estas palabras de Jesús que recoge el evangelio? Jesús os llama la luz del mundo.Os pide que vuestra luz brille delante de los demás. Sé que en vuestro corazón queréis decirle: «Aquí estoy, Señor. Aquí estoy. Vengo a hacer tu voluntad» (Salmo responsorial; cf. Hb He 10,7). Pero sólo podréis compartir su luz y ser la luz del mundo si sois uno con Jesús.

¿Estáis preparados para ello?

Desgraciadamente, hoy mucha gente vive alejada de la luz, en un mundo de apariencias, un mundo de sombras fugaces y promesas incumplidas. Si contempláis a Jesús, si vivís la Verdad que es Jesús, tendréis en vosotros la luz que revela las verdades y los valores sobre los que podréis construir vuestra felicidad, construyendo al mismo tiempo un mundo de justicia, paz y solidaridad. Recordad lo que dijo Jesús: «Yo soy la luz del mundo; el que me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8,12).

Dado que Jesús es la luz, también nosotros nos convertimos en luz cuando lo anunciamos. Éste es el centro de la misión cristiana, a la que cada uno de vosotros ha sido llamado por el bautismo y la confirmación. Estáis llamados a hacer que brille la luz de Cristo en el mundo.

2. Cuando erais niños, ¿no teníais a veces miedo de la oscuridad? Hoy ya no sois niños que tienen miedo de la oscuridad. Sois adolescentes y jóvenes adultos. Pero sois conscientes de que hay otro tipo de oscuridad en el mundo: la oscuridad de la duda y la incertidumbre. Podéis sentir la oscuridad de la soledad y el aislamiento. Vuestras angustias pueden derivar de cuestiones relacionadas con vuestro futuro o con remordimientos por vuestras opciones pasadas.

A veces el mundo mismo nos parece envuelto en la oscuridad: la oscuridad de los niños que tienen hambre y que incluso mueren; la oscuridad de las personas sin hogar, que carecen de trabajo y adecuada asistencia sanitaria; la oscuridad de la violencia: violencia contra los hijos por nacer, violencia en las familias, violencia de los grupos criminales, violencia de los abusos sexuales, y violencia de las drogas que destruyen el cuerpo, la mente y el corazón. Hay algo terriblemente equivocado cuando tantos jóvenes se ven arrastrados hacia la desesperación hasta el punto de quitarse la vida. En algunos Estados de esta nación ya se han aprobado leyes que permiten a los médicos poner fin a la vida de personas a las que, por el contrario, juraron ayudar. Se está rechazando el don de la vida, que Dios ha hecho. Se prefiere la muerte a la vida, y esto trae consigo la oscuridad de la desesperación.

3. Sin embargo, vosotros creéis en la luz (cf. Jn Jn 12,36). No escuchéis a los que os invitan a mentir, a incumplir vuestras responsabilidades, a pensar ante todo en vosotros mismos. No escuchéis a los que os dicen que la castidad es cosa del pasado. En vuestro corazón sabéis que el verdadero amor es un don de Dios y respeta su plan para la unión del hombre y la mujer en el matrimonio. No os dejéis arrastrar por falsos valores y eslóganes engañosos, especialmente sobre vuestra libertad. La verdadera libertad es un don maravilloso de Dios, y ha sido una parte valiosa de la historia de vuestro país. Pero cuando la libertad se separa de la verdad, las personas pierden su orientación moral y el entramado mismo de la sociedad empieza a rasgarse.


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