Discursos 1999 55

55 4. El Consejo pontificio para los laicos, con sus iniciativas, ha desempeñado durante los últimos años un papel importante en el crecimiento de los fieles laicos. Entre sus iniciativas recientes, me complace recordar el Encuentro mundial de los jóvenes en París, en agosto de 1997, el Encuentro con los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades, el 30 de mayo de 1998 en la plaza de San Pedro, y el documento sobre «La dignidad del anciano y su misión en la Iglesia y en el mundo», publicado con ocasión del Año internacional del anciano, proclamado por las Naciones Unidas para 1999, y principio de orientación con vistas a la preparación del jubileo de los ancianos. Sé que vuestro dicasterio ya está trabajando en la preparación de la Jornada mundial de la juventud del año 2000 y que, en colaboración con otros dicasterios de la Curia romana, está organizando para el mes de junio de este año un seminario sobre el tema: «Los movimientos eclesiales y las nuevas comunidades en la solicitud pastoral de los obispos».

5. En la línea de las enseñanzas del concilio Vaticano II y de la exhortación apostólica Christifideles laici, otras iniciativas del Consejo pontificio para los laicos, relativas al vasto y fecundo campo del laicado católico, se realizarán durante el año jubilar. Quiero referirme ahora a una de ellas, de gran importancia: el Congreso mundial del apostolado de los laicos, que tendrá lugar en Roma durante el mes de noviembre del año 2000. Ese congreso, que para sus participantes será ante todo un acontecimiento jubilar, podrá servir para recapitular el camino del laicado desde el concilio Vaticano II hasta el gran jubileo de la Encarnación. Considerando ese congreso como la continuación de encuentros similares que se han celebrado en el pasado, se deberá profundizar en su perfil y sus finalidades particulares. Dado que se celebrará hacia fines del año 2000, se enriquecerá con todo lo que se viva durante ese año de gracia del Señor, e indicará a los laicos las tareas que les corresponden en los diversos campos de la misión y del servicio al hombre al comienzo del tercer milenio.

6. Queridos hermanos y hermanas, concluyo estas reflexiones deseándoos que los trabajos de vuestra asamblea plenaria den mucho fruto en la vida de la Iglesia. Acompaño con mis oraciones las iniciativas de vuestro dicasterio con vistas al gran jubileo, y encomiendo sus resultados a la intercesión de la Virgen María, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. A todos los presentes, a vuestras familias y a vuestros seres queridos, os deseo abundantes gracias para el año jubilar, y os imparto de corazón la bendición apostólica.






A LOS SEMINARISTAS DE CLEVELAND



1 de marzo de 1999


Queridos hermanos en Cristo:

Me complace dar la bienvenida al grupo de peregrinos del Seminario de Santa María, de Cleveland, con ocasión del 150° aniversario de su fundación. Habéis venido a Roma para visitar los lugares santificados por los apóstoles Pedro y Pablo y por los mártires y santos de todas las épocas que aquí dieron testimonio del evangelio de Jesucristo.

Espero que la oración y la meditación que acompañan vuestra peregrinación os acerquen cada vez más al Señor y fortalezcan vuestro deseo de ser dignos sacerdotes y servidores generosos de los misterios de salvación encomendados a su Iglesia. Ojalá que este encuentro con el Sucesor de Pedro os ayude a apreciar aún más la universalidad de la Iglesia y su unidad católica. Con afecto encomiendo a toda la comunidad del Seminario de Santa María a la intercesión amorosa de la santísima Madre de Dios, y le imparto cordialmente mi bendición apostólica como prenda de alegría y paz en Jesucristo, su Hijo.










A LA ASAMBLEA PLENARIA DEL CONSEJO


PONTIFICIO PARA LAS COMUNICACIONES SOCIALES


Jueves 4 de marzo de 1999



Eminencias;
excelencias;
queridos hermanos y hermanas en Cristo:

56 Me alegra acogeros a vosotros, miembros, consultores, expertos y personal del Consejo pontificio para las comunicaciones sociales con ocasión de vuestra asamblea plenaria.

Saludo en particular al cardenal Andrzej María Deskur, presidente emérito del Consejo, y al arzobispo John Foley, su sucesor como presidente. Doy las gracias por su presencia también al cardenal Eugênio de Araújo Sales y al cardenal Hyacinthe Thiandoum, que han contribuido tanto a la labor del Consejo desde sus inicios.

Este año se celebra el XXXV aniversario del documento In fructibus multis, que respondía a la petición de los padres del concilio Vaticano II de que la Santa Sede creara una comisión especial para las comunicaciones sociales. Se trata, por tanto, de un documento fundamental para vuestro Consejo pontificio. Los padres comprendieron claramente que para entablar un auténtico diálogo de salvación, colloquium salutis, entre la Iglesia y el mundo, era preciso dar prioridad al uso de los medios de comunicación social, que en tiempos del Concilio estaban progresando cada vez más, y que hoy resultan aún más influyentes.

Este año se celebra también el XXV aniversario de una de las iniciativas más conocidas de vuestro Consejo, la transmisión televisiva de la misa de Navidad desde la basílica de San Pedro, uno de los programas religiosos más vistos en el mundo entero. Doy las gracias sinceramente a todos los que contribuyen a este y a otros programas, que son un servicio admirable al anuncio de la palabra de Dios y una ayuda especial para el Sucesor de Pedro en su ministerio universal de verdad y unidad.

Estos aniversarios ponen de relieve el valor de la cooperación íntima y positiva entre la Iglesia y los medios de comunicación social (cf. Mensaje con ocasión de la XXXIII Jornada mundial de las comunicaciones sociales, 3). Esta colaboración sin duda dará un paso significativo en el año 2000, cuando la gracia del gran jubileo se difunda en todo el mundo. El bimilenario del nacimiento de nuestro Señor se celebrará de manera particular en Roma y Tierra Santa, pero su significado espiritual se extiende a todos los pueblos y lugares (cf. Incarnationis mysterium, 2). Aprecio mucho todo lo que el Consejo pontificio está haciendo para que los medios de comunicación social sean cada vez más conscientes de la auténtica índole del jubileo como «año de gracia del Señor» y para garantizar que las celebraciones vinculadas a él se transmitan lo más amplia y eficazmente posible, a fin de comunicar el mensaje jubilar de conversión, esperanza y alegría.

Un aspecto vital de la cooperación entre la Iglesia y los medios de comunicación social es la reflexión ética que la Iglesia propone, sin la cual el mundo de las comunicaciones sociales, potencialmente tan creativo, puede acabar por acoger y difundir antivalores destructores. Es alentador saber que, desde la publicación del documento Ética en la publicidad, personas que trabajan en el sector de los medios de comunicación social han sugerido la redacción de un documento similar que brinde directrices éticas para otras áreas de las comunicaciones. En un sector donde las presiones culturales y económicas pueden ofuscar a veces la visión moral que debería orientar todas las realidades y relaciones humanas, esta tarea representa un desafío para el Consejo pontificio, pero está en sintonía profunda con la misión esencial de la Iglesia de difundir la buena nueva del reino de Dios.

La doctrina moral de la Iglesia es fruto de una larga tradición de sabiduría ética, que se remonta hasta el Señor Jesús y, a través de él, hasta el monte Sinaí y el misterio de la autorrevelación de Dios en la historia humana. Sin esta visión y esta obediencia a sus mandatos no existirán ni la comprensión ni la alegría que representan la plenitud de las bendiciones de Dios a sus criaturas. Por eso, os aliento a seguir estudiando la dimensión ética de la cultura de los medios de comunicación social y su influjo sobre la vida de las personas y sobre la sociedad en general. Os insto a seguir promoviendo una formación eficaz de los católicos implicados en el sector de los medios de comunicación social en todos los continentes, de forma que su labor no sólo sea profesionalmente válida, sino también un compromiso apostólico. Vuestra constante cooperación con las diversas organizaciones católicas internacionales del área de los medios de comunicación social tiene un significado particular en el vasto campo de la misión evangelizadora de la Iglesia.

Espero que la esmerada labor de vuestro Consejo pontificio siga alentando y guiando a los católicos comprometidos en el sector de las comunicaciones sociales, y, sobre todo en relación con la celebración del gran jubileo, haga llegar este importante evento eclesial al mayor número de personas posible. Os encomiendo a la intercesión amorosa de María, Sede de la Sabiduría y Madre de todas nuestras alegrías. Ella, que dio el Verbo al mundo, nos enseñe a servir con humildad y a proclamar con confianza el mensaje salvífico de su Hijo. Como prenda de fortaleza y paz en Jesucristo, el Verbo encarnado para que tengamos vida, os imparto de corazón mi bendición apostólica.










A LOS MIEMBROS DEL COMITÉ DE INFORMACIONES


E INICIATIVAS EN FAVOR DE LA PAZ



Viernes 5 de marzo de 1999




Señoras y señores:

1. Bienvenidos a este encuentro que tanto habéis deseado. Gracias por vuestra visita, con la que queréis manifestar vuestra estima y devoción al Sucesor de Pedro y a su magisterio.

Deseo expresar mis sentimientos de particular gratitud al presidente, profesor Giovanni Conso, por las amables palabras que ha querido dirigirme en nombre de los miembros de vuestro Comité y de todos los presentes. De ellas se deduce el laudable empeño que mueve a vuestra organización y el entusiasmo con que cada uno de vosotros pone sus propias competencias al servicio de la causa de la paz y de la búsqueda de los caminos más adecuados para lograr la justa cooperación entre los hombres y entre los pueblos.

57 Para promover concretamente el precioso bien de la paz y salvaguardarlo cuando está en peligro, habéis elegido estar presentes, a través de los oportunos canales diplomáticos, en los ambientes con más riesgos, ofreciendo a los responsables de las naciones en conflicto informaciones y contribuciones científicas y morales útiles para una justa solución de los problemas.

2. En nuestro tiempo, el progreso científico, las conquistas espaciales, la facilidad y la rapidez de las comunicaciones, el mayor conocimiento entre los pueblos, el ocaso de las ideologías que han dominado el siglo XX, y las informaciones cada vez más completas sobre las tragedias causadas por ellas, han aumentado en amplísimos sectores de la población mundial el horror por la guerra y un profundo deseo de paz. A la vez, los conflictos que, desgraciadamente, ensangrientan aún diversas regiones del planeta, se viven como una ofensa a la dignidad de la persona y una profunda herida a las legítimas aspiraciones de los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.

Se trata de un sentimiento que es preciso cultivar y alentar constantemente, puesto que sólo el rechazo de toda forma de violencia y la búsqueda sincera de una convivencia en la que las relaciones de fuerza cedan el lugar al esfuerzo de la colaboración, pueden crear los presupuestos indispensables para la construcción de un mundo civil y solidario.

Esta aspiración convencida a la paz está unida estrechamente a la realización de algunas condiciones esenciales para su crecimiento y consolidación, que se identifican fundamentalmente con la defensa de los derechos humanos, sin los cuales se multiplican inevitablemente los gérmenes de la inestabilidad, de la rebelión y de la violencia. Estos derechos, que son civiles y políticos, pero también económicos, sociales y culturales, abarcan todas las fases de la vida humana y hay que respetarlos en todos los ambientes. Forman un conjunto unitario, orientado decididamente a la promoción de todos los aspectos del bien de la persona y de la sociedad, y deben fomentarse de modo orgánico e integral. En efecto, sólo la defensa de su universalidad e indivisibilidad es capaz de favorecer la construcción de una sociedad pacífica y el desarrollo integral de las naciones.

3. El respeto a los derechos humanos está unido estrechamente al de los derechos de Dios. No hay futuro de paz para una sociedad que no respeta a Dios. Las terribles experiencias vividas por la humanidad durante el siglo que está a punto de terminar lo demuestran con dramática evidencia. Donde el ateísmo se ha propagado e impuesto con la fuerza, la pretensión de eliminar a Dios ha ido acompañada muy a menudo por el desprecio a la dignidad del hombre.

Por esta razón, toda comunidad humana que aspira a la paz no puede menos de poner como base de su convivencia el reconocimiento del primado de Dios y el respeto de la libertad religiosa. La religión responde a las aspiraciones más profundas de la persona, determina su visión del mundo, guía su relación con los demás y da la respuesta a la cuestión del verdadero significado de la existencia en el ámbito personal y social. En consecuencia, la libertad religiosa constituye el corazón de los derechos humanos y exige la máxima consideración por parte de las personas y los Estados.

4. Señoras y señores, la paz es un ideal que hay que cultivar en el corazón de la humanidad. El esfuerzo por superar las causas de los conflictos tiene que ir acompañado por una constante acción de los creyentes y los hombres de buena voluntad, para que crezca la cultura de la paz sobre todo en las nuevas generaciones. A este respecto, conozco bien las múltiples y valientes iniciativas con que, sin intereses personales, trabajáis para suscitar en los gobernantes y en los simples ciudadanos una adhesión convencida a los proyectos de reconciliación y solidaridad fraterna.

Os exhorto a continuar por este camino, multiplicando las ocasiones de diálogo y educación para la paz en los ambientes más diversos, y no desanimándoos a causa de los inevitables obstáculos. Os sostengan las palabras de Jesús que, al llamar bienaventurados a los que trabajan por la paz, les prometió una relación nueva con Dios y la alegría de sentirse parte de una humanidad reconciliada y unida en el amor del Padre (cf. Mt
Mt 5,9).

Con estos sentimientos, encomendando a cada uno de vosotros, vuestras familias y vuestro compromiso a quien el pueblo cristiano invoca como Reina de la paz, os imparto de corazón la bendición apostólica.








A LA ASAMBLEA PLENARIA DE LA ACADEMIA PONTIFICIA


DE CIENCIAS SOCIALES


Sábado 6 de marzo de 1999



Señor presidente;
58 señoras y señores académicos;
señoras y señores:

1. Me alegra acogeros con ocasión de la quinta asamblea general de la Academia pontificia de ciencias sociales. Agradezco profundamente al señor Edmond Malinvaud, vuestro presidente, el saludo que acaba de dirigirme en nombre de todos vosotros. Mi gratitud va también a monseñor Marcelo Sánchez Sorondo y a todas las personas que, a lo largo del año, se dedican a coordinar vuestros trabajos.

Por tercer año consecutivo, proseguís vuestras reflexiones sobre el tema del trabajo, mostrando así la importancia que conviene atribuir a esta cuestión, no sólo en el plano económico, sino también en el campo social y para el desarrollo y el crecimiento de las personas y los pueblos. El hombre debe estar en el centro de la cuestión del trabajo.

2. La sociedad está sometida a múltiples transformaciones, en función de los avances científicos y tecnológicos, así como de la globalización de los mercados; se trata de elementos que pueden ser positivos para los trabajadores, ya que son fuente de desarrollo y progreso; pero también pueden implicar numerosos riesgos a las personas, poniéndolas al servicio de los engranajes de la economía y de la búsqueda desenfrenada de productividad.

El desempleo es una fuente de angustia y «puede convertirse en una verdadera calamidad social» (Laborem exercens
LE 18); debilita a los hombres y a familias enteras, dándoles la impresión de ser marginados, puesto que tienen dificultad para proveer a sus necesidades esenciales y no se sienten reconocidos ni útiles para la sociedad; de aquí nace la espiral del endeudamiento, de la que es difícil salir, y que presupone, sin embargo, comprensión por parte de las instituciones públicas y sociales, y apoyo y solidaridad por parte de la comunidad nacional. Os doy las gracias por buscar nuevos caminos para la reducción del desempleo; las soluciones concretas son ciertamente difíciles, dado que los resortes de la economía son muy complejos y, además, muy a menudo son de orden político y financiero. Muchas cosas dependen también de normas en vigor en el campo fiscal y sindical.

3. El empleo es, sin duda alguna, un desafío muy importante para la vida internacional. Supone una sana repartición del trabajo y la solidaridad entre todas las personas en edad de trabajar e idóneas para hacerlo. Con este espíritu, no es normal que algunas categorías profesionales se preocupen ante todo por conservar los beneficios adquiridos, lo que no puede dejar de tener repercusiones nefastas para el empleo en el seno de una nación. Además, la organización paralela del trabajo «negro» perjudica gravemente la economía de un país, ya que constituye un rechazo a participar en la vida nacional mediante las contribuciones sociales y los impuestos; del mismo modo, pone a los trabajadores, en particular a las mujeres y a los niños, en una situación incontrolable e inaceptable de sumisión y servilismo, no sólo en los países pobres, sino también en los industrializados. Es deber de las autoridades hacer que, respecto al empleo y al código del trabajo, todos tengan las mismas posibilidades.

4. Para toda persona, el trabajo es un elemento esencial. Contribuye a la formación de su ser, puesto que es parte integral de su vida diaria. La ociosidad no infunde energía interior y no permite afrontar el futuro; no sólo ocasiona «bajeza y extrema penuria» (Tb 4,13), sino que también es enemiga de la recta vida moral (cf. Si Si 33,29). Asimismo, el trabajo brinda a toda persona un lugar en la sociedad, mediante el justo sentimiento de sentirse útil a la comunidad humana y mediante el desarrollo de relaciones fraternas; le permite incluso participar de manera responsable en la vida de la nación y contribuir a la obra de la creación.

5. Entre las personas dolorosamente afectadas por el desempleo, se encuentra un número importante de jóvenes. En el momento en que se presentan al mercado del trabajo, suelen tener la impresión de que les será difícil encontrar un lugar en la sociedad y que les reconozcan su justo valor. En este campo, todos los protagonistas de la vida política, económica y social están llamados a redoblar sus esfuerzos en favor de la juventud, que debe considerarse como uno de los bienes más valiosos de una nación, y a ponerse de acuerdo para ofrecer formación profesional cada vez más adecuada a la situación económica actual y una política orientada con mayor vigor al empleo para todos. De este modo, se dará una confianza y una esperanza renovadas a los jóvenes, que a veces pueden tener la impresión de que la sociedad no los necesita verdaderamente; esto reducirá notablemente la disparidad entre las clases sociales, así como los fenómenos de violencia, prostitución, droga y delincuencia, que siguen multiplicándose en la actualidad. Aliento a todos los que tienen un papel en la formación intelectual y profesional de los jóvenes a acompañarlos, sostenerlos y animarlos, para que puedan insertarse en el mundo del trabajo. Un empleo será para ellos el reconocimiento de sus capacidades y esfuerzos, y les abrirá un futuro personal, familiar y social. De igual manera, con una educación apropiada y las subvenciones sociales necesarias, es conveniente ayudar a las familias que tienen dificultades por razones profesionales, y enseñar a las personas y a las familias con bajos ingresos a saber administrar su presupuesto y no dejarse atraer por los bienes ilusorios que propone la sociedad de consumo. El endeudamiento excesivo es una situación de la que frecuentemente es difícil salir.

6. Al no poder aumentar el empleo indefinidamente, es importante afrontar, en virtud de la solidaridad humana, una reorganización y una mejor repartición del trabajo, sin olvidar la distribución necesaria de los recursos entre quienes no tienen empleo. La solidaridad efectiva entre todos es más necesaria que nunca, en particular para los que están desempleados desde hace mucho tiempo y para sus familias, que no pueden seguir viviendo en la pobreza y la indigencia sin que la comunidad nacional se movilice activamente; nadie debe resignarse a que algunos no tengan trabajo.

7. En el seno de una empresa, la riqueza no está constituida únicamente por los medios de producción, el capital y los beneficios; proviene, ante todo, de los hombres que, con su trabajo, producen lo que se convierte después en bienes de consumo o de servicio. Por eso, todos los asalariados, cada uno según su escalafón, deben asumir su parte de responsabilidad, concurriendo al bien común de la empresa y, en definitiva, de toda la sociedad (cf. Sollicitudo rei socialis SRS 38). Es esencial confiar en las personas, desarrollar un sistema que privilegie el sentido de innovación por parte de los individuos y los grupos, la participación y la solidaridad (cf. ib., 45), y que favorezca de manera fundamental el empleo y el crecimiento. La valorización de las competencias de las personas es un elemento motor de la economía. Concebir una empresa únicamente en términos económicos o competitivos comporta riesgos; esto pone en peligro el equilibrio humano.

59 8. Los jefes de empresa y los responsables deben tener conciencia de que es esencial fundar su actividad en el capital humano y en los valores morales (cf. Veritatis splendor VS 99-101), en particular, en el respeto a las personas y en su necesidad inalienable de tener un trabajo y vivir del fruto de su actividad profesional. No hay que olvidar tampoco la calidad de la organización de las empresas y la participación de todos en su buena gestión, así como una atención renovada a las relaciones serenas entre todos los trabajadores. Exhorto a una movilización cada vez más intensa de los diferentes protagonistas de la vida social y de todos los interlocutores sociales, para que se comprometan, en el ámbito que les corresponde, a ser servidores del hombre y de la humanidad, con decisiones en las que la persona humana, en particular la más débil y necesitada, ocupe el lugar central y se le reconozca verdaderamente su responsabilidad específica. La globalización de la economía y del trabajo exige de la misma manera una globalización de las responsabilidades.

9. Los desequilibrios entre los países pobres y los ricos no dejan de aumentar. Los países industrializados tienen un deber de justicia y una grave responsabilidad con los países en vías de desarrollo. Las disparidades son cada vez más evidentes. Paradójicamente, algunos países que tienen riquezas naturales en su suelo o subsuelo, son objeto de una explotación inaceptable por parte de otros países. Por este motivo, poblaciones enteras no pueden beneficiarse de las riquezas de la tierra que les pertenece, ni de su trabajo. Es conveniente ofrecer a estas naciones la posibilidad de desarrollarse con sus propios recursos naturales, asociándolas más estrechamente a los movimientos de la economía mundial.

10. En el punto de partida de una renovación del empleo hay un deber ético y la necesidad de cambios fundamentales de las conciencias. Todo desarrollo económico que no tenga en cuenta el aspecto humano y moral, tenderá a aplastar al hombre. La economía, el trabajo y la empresa están, ante todo, al servicio de las personas. Las opciones estratégicas no pueden hacerse en detrimento de los que trabajan en el seno de las empresas. Es importante ofrecer a todos nuestros contemporáneos un empleo, gracias a una repartición justa y responsable del trabajo. No cabe duda de que también se puede examinar de nuevo el vínculo entre salario y trabajo, para revalorizar los empleos manuales que a menudo son pesados y considerados como subalternos. En efecto, la política salarial supone tener en cuenta no sólo el rendimiento de la empresa, sino también a las personas. Una diferencia demasiado importante entre los salarios es injusta, dado que desprecia algunos empleos indispensables y ahonda las desigualdades sociales perjudiciales para todos.

11. Para asumir los desafíos que la sociedad debe afrontar en el umbral del tercer milenio, exhorto a la comunidad cristiana a comprometerse cada vez más al lado de las personas que luchan en favor del empleo y a avanzar con los hombres por el camino de una economía cada vez más humana (cf. Centesimus annus CA 62).

Con este espíritu, os agradezco el apreciable servicio que prestáis a la Iglesia, al estar particularmente atentos a los fenómenos de la sociedad, que son importantes para el hombre y para el conjunto de la humanidad. Encomendándoos a la intercesión de san José, patrono de los trabajadores, y de la Virgen María, os imparto de buen grado la bendición apostólica a vosotros, a vuestras familias y a todos vuestros seres queridos.










DURANTE EL REZO DEL ROSARIO



Sábado 6 de marzo de 1999



Os doy las gracias cordialmente a todos vosotros, que habéis participado en el rezo del santo rosario, en este primer sábado de marzo, mes dedicado a san José, esposo de María santísima y patrono de la Iglesia universal. Saludo a los grupos de fieles procedentes de Tívoli, Castelfranco de Sopra, Foggia y Nápoles; al movimiento por la vida de Cervia, al «Club de Leones» de Andria, a los voluntarios, colaboradores y muchachos del instituto «Casal del Marmo» de Roma, y a los niños de la escuela «Santa Dorotea» de Montecchio Emilia, junto con sus padres y profesores.

Dirijo un saludo particular a los jóvenes universitarios: a los presentes y a cuantos se han unido a nosotros por medio de Radio Vaticano. Amadísimos universitarios, os saludo con afecto. Hemos meditado en el misterio del amor de Dios Padre, cuyo primer testigo es María, y hemos invocado para todos los universitarios del mundo el don de la reconciliación y de la misericordia. Esta tarde he tenido la alegría de compartir con vosotros el comienzo de la peregrinación de la cruz en vuestras universidades. Reconoced en la cruz el signo más elocuente de la misericordia del Señor, capaz de suscitar en todas las comunidades académicas un renovado impulso hacia Aquel que es fundamento y certeza de todo itinerario de investigación intelectual.

Se han unido a nosotros en la oración vuestros compañeros de las universidades de Buenos Aires, Nueva York, Czêstochowa y Santiago de Compostela. Esta iniciativa ya nos proyecta hacia la Jornada mundial de la juventud y el encuentro mundial de los profesores universitarios del año 2000. Preparaos, queridos universitarios de Roma, para acoger a vuestros coetáneos que llegarán de todas las partes del mundo. Con la ayuda de María, sed apóstoles en el mundo universitario.

Saludo con afecto a los universitarios de Buenos Aires. Doy las gracias a monseñor Raúl Rossi y a las autoridades académicas. Queridos jóvenes: vosotros tenéis la misión de animar vuestras comunidades universitarias en vista del gran jubileo, que quiere ser ocasión para una profunda renovación espiritual y cultural. Confío en vuestra colaboración para el buen desarrollo de la Jornada mundial de la juventud del año 2000. Espero que muchos de vosotros podáis vivirla en Roma.

Dirijo un afectuoso saludo a los estudiantes de la «Columbia University» de Nueva York, reunidos en la iglesia de Nuestra Señora con monseñor Anthony Mestice. Me recordáis mi reciente y feliz visita a Estados Unidos. Os renuevo mi confianza y os animo en vuestros esfuerzos por ser buenos cristianos en vuestra cultura. La cercanía del gran jubileo os impulse a ser cada vez más fieles a Cristo, y testigos más activos del Evangelio en el mundo actual.

60 Con particular emoción saludo a los universitarios de Czêstochowa y demás centros, reunidos en oración en el santuario de Jasna Góra, en torno a monseñor Stanislaw Nowak. La voz de vuestra oración ha despertado muchos recuerdos en mi corazón. Aprecio el empeño con que colaboráis en la pastoral universitaria. Esto nos permite confiar en que el crecimiento cultural de nuestra patria esté siempre enraizado en la plurisecular tradición cristiana. Os pido que encomendéis a la Reina de Jasna Góra el camino jubilar de todos los universitarios del mundo y, de modo particular, la Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Roma el próximo año. Dios os bendiga.

Mi saludo se dirige, finalmente, a los universitarios de Santiago de Compostela, reunidos en la catedral guiados por monseñor Julián Barrio. Os agradezco el entusiasmo con el que habéis querido participar en este encuentro, ofreciendo en directo vuestro testimonio en el marco del Año jubilar compostelano. Aseguro mi oración para que éste sea un acontecimiento de gracia para tantos universitarios que participarán el próximo mes de agosto en el encuentro europeo de jóvenes. Confío mucho en vuestro empeño por animar los ambientes universitarios, de modo que puedan prepararse adecuadamente al gran jubileo.

Al término de nuestro encuentro, me alegra impartiros a todos la bendición apostólica.









MENSAJE DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II


A MONSEÑOR VITTORIO BERNARDETTO,


OBISPO DE LA DIÓCESIS DE SUSA (ITALIA)




Al venerado hermano VITTORIO BERNARDETTO
Obispo de Susa (Italia)

1. Me ha alegrado saber que este año la Iglesia que está en Valsusa celebra el primer centenario de la erección de la estatua de la Madre del Señor en el monte Rocciamelone. Al recordar con gratitud la jubilosa acogida que me dispensaron el 14 de julio de 1991, con ocasión de mi visita pastoral a Susa, y el intenso momento de oración que vivimos en la catedral de San Justo ante el tríptico que Bonifacio Rotario, ciudadano de Asti, llevó a esa cima el 1 de septiembre de 1358, deseo unirme espiritualmente a las celebraciones con las que toda la comunidad diocesana quiere subrayar ese significativo aniversario.

Hace cien años, en continuidad con el antiguo gesto de fe que dio comienzo a la devoción mariana en el monte Rocciamelone, el preboste de la catedral, canónigo Antonio Tonda, y el profesor Giovanni Battista Ghirardi, animados por el beato obispo Edoardo Giuseppe Rosaz, decidieron erigir una estatua de la Virgen en la montaña más alta de los Alpes occidentales, que después se realizó con la contribución generosa de 130.000 «niños de Italia». Con esa iniciativa, la Iglesia que está en Valsusa, imitando al discípulo a quien Jesús amaba (cf. Jn Jn 19,27), mostró que quería acoger a María «en su casa», para que repitiera a los hijos e hijas de esa tierra, como un día en Caná de Galilea: «Haced lo que él os diga» (Jn 2,5).

Así, la presencia de María ha convertido el monte Rocciamelone en un centro de evangelización, donde los fieles, acogiendo el mensaje de la salvación como de los labios de la Madre, pueden volver a gustar la alegría y la dignidad de hijos adoptivos de Dios. ¡Cuántas cosas podría contar la imagen de la Virgen! Victorias sobre el egoísmo y sobre el pecado, perdones concedidos y acogidos, y gestos de reconciliación y altruismo, que han transformado la historia del Rocciamelone en una singular «historia de almas», cuyos capítulos conserva celosamente el corazón de la Madre.

2. Al pie de la cruz Jesús pronunció estas palabras, que son como un testamento: «Mujer, ahí tienes a tu hijo» (Jn 19,26). «La Madre de Cristo, encontrándose en el campo directo de este misterio que abarca al hombre -a cada uno y a todos-, es entregada al hombre -a cada uno y a todos- como madre. Este hombre junto a la cruz es Juan, el discípulo que él amaba. Pero no está él solo. Siguiendo la tradición, el Concilio no duda en llamar a María Madre de Cristo, madre de los hombres» (Redemptoris Mater RMA 23).

Desde aquel momento ya nadie será «huérfano» en la tierra. La Iglesia, plenamente consciente de esto, no ha dejado de sacar benéficas consecuencias de la «maternidad» de María. En particular, el concilio ecuménico Vaticano II reconoció que la participación de la Virgen de Nazaret en la obra de la redención la ha convertido en «madre, modelo y miembro muy eminente y del todo singular» del pueblo cristiano (cf. Lumen gentium, LG 53), atribuyendo a su intercesión una dimensión universal en el espacio y en el tiempo: ella es Madre de todos y Madre para siempre. Su misión tiene como objetivo reproducir en los creyentes los rasgos del Hijo primogénito (cf. Pablo VI, Marialis cultus, 57), llevándolos, al mismo tiempo, a recuperar de modo cada vez más nítido la imagen y la semejanza de Dios, con las que han sido creados (cf. Gn Gn 1,26).

Los fieles saben que pueden contar con esta solicitud de la Madre celestial: María no los abandona jamás. Al acogerla en su casa como don supremo del corazón de Cristo crucificado, se aseguran una presencia singularmente eficaz en la tarea de testimoniar ante el mundo, en cualquier circunstancia, la fecundidad del amor y el sentido auténtico de la vida.


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