B. Juan Pablo II Homilías 124


PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA DE CLAUSURA

DEL SÍNODO ARCHIDIOCESANO DE CRACOVIA




Catedral de Cracovia

Viernes 8 de junio de 1979



Amadísimos metropolitanos de Kraków (Cracovia),
venerables obispos,
queridísimos hermanos y hermanas:

125 1. Se realiza hoy un ardiente deseo de mi corazón. El Señor Jesús, que me llamó estando yo en esta sede de San Estanislao, en vísperas de su IX centenario, me permite participar en la clausura del Sínodo de la archidiócesis de Kraków, Sínodo que siempre estuvo ligado, en mi mente, a este gran jubileo de nuestra Iglesia. Todos vosotros lo sabéis muy bien, porque he hablado varias veces de este tema y, por tanto, no es necesario que lo repita hoy. Quizá ni siquiera sería capaz de decir todo lo que, en relación con este Sínodo, ha pasado por mi mente y por mi corazón; las muchas esperanzas y proyectos que he tenido en torno a él durante este período decisivo de la historia de la Iglesia y de la patria.

El Sínodo había sido unido, por mí y por todos vosotros, a la conmemoración del IX centenario del ministerio de San Estanislao, que durante siete años fue obispo de Kraków. El programa de trabajo preveía así un período que iba desde el 8 de mayo de 1972 al 8 de mayo de 1979. Hemos deseado honrar, durante todo este tiempo, al obispo y pastor (de hace ahora nueve siglos) de la Iglesia de Kraków, tratando de expresar —de acuerdo con nuestro tiempo y sus necesidades— nuestra solicitud por la obra salvadora de Cristo en las almas de los contemporáneos. Como San Estanislao de Sczcepanów lo hacía hace nueve siglos, así también lo hemos querido hacer nosotros nueve siglos después. Estoy convencido de que este modo de honrar la memoria del gran Patrono de Polonia es el más adecuado. Corresponde tanto a la misión histórica de San Estanislao, cuanto a las grandes obligaciones ante las cuales se encuentran hoy la Iglesia y el cristianismo contemporáneo después del Concilio Vaticano II. El iniciador del Concilio, el Siervo de Dios Juan XXIII, especificó esa tarea con la palabra aggiornamento (puesta al día). La finalidad del trabajo de siete años del Sínodo de Kraków —en respuesta a los esenciales intentos del Vaticano II— debía ser el "aggiornamento" de la Iglesia de Kraków, la renovación de la conciencia de su misión salvadora, como también el programa preciso para su realización.

2. El camino que ha conducido a esta meta había sido trazado por la tradición de los Sínodos particulares de la Iglesia; baste recordar los dos Sínodos precedentes en tiempos del ministerio del cardenal Adam Stefan Sapieha. Las normas para llevar a cabo los trabajos sinodales estaban trazadas por el código de derecho canónico. Sin embargo, hemos considerado que la doctrina del Concilio Vaticano II abre en este campo nuevas perspectivas y crea, me atrevería a decir, nuevas obligaciones. Si el Sínodo debía servir para la realización de la doctrina del Vaticano II, debía hacerlo ante todo con la misma concepción y el mismo sistema de trabajo. Esto explica todo el proyecto del Sínodo pastoral y su consiguiente actuación. Puede decirse que, para la elaboración de las resoluciones y documentos, hemos recorrido un camino más largo, pero también más completo. Ese camino pasaba a través de la actividad de centenares de grupos de estudio sinodales, en los que pudo intervenir un amplio número de fieles de la Iglesia de Kraków. Estos grupos, como se sabe, estaban formados en su mayor parte por católicos laicos, los cuales encontraron así, por una parte, la posibilidad de penetrar en la doctrina del Concilio y, por otra, de expresar, a tal respecto, sus propias experiencias y propuestas, que manifestaban su amor hacia la Iglesia, su sentido de responsabilidad por el conjunto de la vida en la archidiócesis de Kraków.

Durante la etapa de preparación de los documentos finales del Sínodo, los grupos de estudio llegaron a ser centro de amplias consultas; a ellos en efecto se dirigía la comisión general, que coordinaba la actividad de todas las comisiones de expertos que habían sido convocadas desde el comienzo. De ese modo, maduraba el contenido que el Sínodo, enlazando con la doctrina del Concilio, quería trasladar a la vida de la Iglesia en Kraków. Deseaba formar, conforme a tal contenido, el futuro de su Iglesia.

3. Hoy, todo este trabajo, este recorrido de siete años, queda ya atrás. Jamás habría yo pensado que iba a participar, como huésped venido de Roma, a la clausura de las tareas del Sínodo de Kraków. Pero si ha sido ésa la voluntad de Cristo, permítaseme, en este momento, asumir una vez más el papel de aquel metropolitano de Kraków que, a través del Sínodo, había deseado cumplir la gran deuda contraída con el Concilio, con la Iglesia universal, con el Espíritu Santo. Permítaseme también en esta función —como he dicho— dar las gracias a todos cuantos han construido este Sínodo, año tras año, mes tras mes, con su trabajo, con su consejo, con su creativa aportación, con su celo. Mi agradecimiento se dirige, en cierto modo, a toda la comunidad del Pueblo de Dios de la archidiócesis de Kraków, a los eclesiásticos y a los laicos: a los sacerdotes, a los religiosos y a las religiosas. Especialmente a todos los presentes: a los obispos, con mi venerado sucesor el metropolitano de Kraków, a la cabeza; en modo especial, al obispo Stanislaw Smolenski, que ha dirigido, como presidente de la comisión general, los trabajos del Sínodo. A todos los miembros de esta comisión y una vez más a la comisión preparatoria que, bajo la dirección del profesor mons. E. Florkowski, preparó, en 1971 y 1972, el estatuto. reglamento y programa del Sínodo. A las comisiones de trabajo, a las comisiones de expertos, al incansable secretario, a los grupos de redacción y, en fin, a todos los grupos de estudio.

Quizá hubiera debido, en esta circunstancia, hablar de otro modo, pero no me es posible. He estado ligado demasiado personalmente a este trabajo.

Deseo, por tanto, en nombre de todos vosotros. depositar esta obra terminada, sobre el sarcófago de San Estanislao, en el centro de la catedral de Wawel; no en balde fue comenzada en vista de su jubileo.

Y junto a todos vosotros pido a la Santísima Trinidad que dicha obra produzca frutos centuplicados. Amén.

PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

SANTA MISA PARA LOS OBREROS DE NOWA HUTA




Santuario de la Santa Cruz de Mogila

Sábado 8 de junio de 1979



1. De nuevo estoy aquí, ante esta cruz, junto a la cual he estado tantas veces como peregrino; ante la cruz que sigue siendo para todos nosotros como la más preciada reliquia de nuestro Redentor.

126 Cuando, en los alrededores de Kraków (Cracovia), surgía Nowa Huta —enorme complejo industrial y una nueva gran ciudad: nueva Kraków—, tal vez nadie se daba cuenta de que estaba surgiendo de hecho al lado de esta cruz, el lado de esta reliquia que, junto a la antiquísima abadía de los cistercienses, hemos heredado desde la época de los Piast. Corría el año 1222, la época del Príncipe Leszek Bialy, la época del obispo Ivo Odrowaz, en el período antecedente a la canonización de San Estanislao. En aquel tiempo, en el 111 centenario de nuestro bautismo, fue fundada aquí la abadía de los cistercienses, y después fue traída la reliquia de la santa cruz, que desde hace siglos se ha convertido en meta de peregrinaciones de la región de Kraków: del Norte. de la parte de Kielce; del Este, de la parte de Tarnów, y del Oeste, de Slesia. Todo ello ha tenido lugar en un territorio sobre el cual, según la tradición, se levantaba antaño Stara Huta, casi la antigua madre histórica de la actual Nowa Huta.'

Deseo hoy saludar aquí, una vez más, a los peregrinos de Kraków, a los de Slesia y a los de la diócesis de Kielce-

Caminemos juntos, peregrinos, hacia la cruz del Señor, pues con ella comienza una nueva era en la historia del hombre. Este es tiempo de gracia, tiempo de salvación. A través de la cruz el hombre ha podido comprender el sentido de su propia suerte, de su propia existencia sobre la tierra. Ha descubierto cuánto le ha amado Dios. Ha descubierto, y descubre continuamente, a la luz de la fe, cuán grande sea el propio valor. Ha aprendido a medir la propia dignidad con el metro de aquel sacrificio que Dios ha ofrecido en su Hijo para la salvación del hombre: "Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna" (
Jn 3,16).

Aunque cambian los tiempos, aunque en lugar de los campos de antaño, en las cercanías de Kraków ha surgido un enorme complejo industrial, aunque vivimos en una época de vertiginoso progreso de las ciencias naturales y de un progreso tan sorprendente de la técnica, sin embargo la verdad de la vida del espíritu humano —que se expresa a través de la cruz— no decae, es siempre actual, no envejece nunca. La historia de Nowa Huta está escrita también por medio de la cruz; primero, a través de aquella antigua de Mogila, heredada desde siglos, después por medio de otra, nueva... que se ha levantado no lejos de aquí.

Donde surge la cruz, se ve la señal de que ha llegado la Buena Noticia de la salvación del hombre mediante el amor. Donde se levanta la cruz, está la señal de que ha iniciado la evangelización. Tiempos atrás, nuestros padres levantaban, en diversos lugares del territorio polaco, la cruz como signo de que ya había llegado el Evangelio, de que va se había iniciado la evangelización, la cual debía continuarse ininterrumpidamente hasta hoy. Con este pensamiento se levantó también la primera cruz en Mogila, en los alrededores de Kraków, en las cercanías de Stara Huta.

La nueva cruz de madera ha surgido no lejos de aquí, exactamente durante las celebraciones del milenario. Con ella hemos recibido una señal: que en el umbral del nuevo milenio —en esta nueva época, en las nuevas condiciones de vida—, vuelve a ser anunciado el Evangelio. Se ha dado comienzo a una nueva evangelización, como si se tratara de un segundo anuncio, aunque en realidad es siempre el mismo. La cruz está elevada sobre el mundo que avanza.

Agradecemos hoy, ante la cruz de Mogila, ante la cruz de Nowa Huta, este nuevo comienzo de evangelización, que aquí se ha efectuado. Pidamos todos que fructifique, al igual que la primera —o si se quiere, todavía más—.

2. La nueva cruz, que ha surgido no lejos de la antiquísima reliquia de la Santa Cruz en la abadía de los cistercienses, ha anunciado el nacimiento de la nueva iglesia. Este nacimiento se ha grabado profundamente en mi corazón, y yo, dejando la sede de San Estanislao por la de San Pedro, la he llevado conmigo como una nueva reliquia, como una reliquia preciosa de nuestros días.

La nueva cruz ha aparecido, cuando sobre el terreno de la antigua campiña de los alrededores de Kraków, que es ahora terreno de Nowa Huta, han llegado hombres nuevos para comenzar un nuevo trabajo. Antes se trabajaba aquí duramente, se trabajaba en los campos y la tierra era fértil, se trabajaba pues con agrado. Desde hace unos decenios se ha implantado la industria; la gran industria, la industria pesada. Han llegado aquí hombres procedentes de diversas partes, han venido para gastar sus energías como trabajadores siderúrgicos.

Precisamente ellos han traído consigo esta nueva cruz. Han sido ellos mismos quienes la han levantado como signo de la voluntad de construir una nueva iglesia. Precisamente esta cruz, ante la que nos encontramos en estos momentos. He tenido la gran suerte, como arzobispo vuestro y cardenal, de bendecir y consagrar, el año 1977, esta iglesia surgida a la sombra de una nueva cruz.

Esta iglesia es fruto del trabajo nuevo. Osaría afirmar que ha nacido de Nowa Huta. Todos, en efecto, sabemos que en el trabajo del hombre está profundamente grabado el misterio de la cruz, la ley de la cruz. ¿No se verifican tal vez en ella las palabras del Creador pronunciadas después de la caída del hombre: "Con el sudor de tu rostro comerás el pan" (Gn 3,19)? Tanto el antiguo trabajo en el campo que hace nacer el trigo, pero también espinas y cardos, como el nuevo trabajo en los altos hornos y en las nuevas fundiciones, siempre se efectúa "con el sudor de la frente".La ley de la cruz está inscrita en el trabajo humano. Con el sudor de la frente ha trabajado el labrador. Con el sudor de la frente trabaja el obrero de la industria. Y con el sudor de la frente (con el tremendo sudor de la muerte) agoniza Cristo en la cruz.

127 No se puede disociar la cruz del trabajo humano. No se puede separar a Cristo del trabajo humano. Y esto se confirma aquí en Nowa Huta. Este ha sido el principio de la nueva evangelización, en los albores del nuevo milenio del cristianismo en Polonia. Este nuevo comienzo lo hemos vivido juntos y lo he llevado conmigo, desde Kraków a Roma, como una reliquia.

El cristianismo y la Iglesia no tienen miedo del mundo del trabajo. No tienen miedo del sistema basado sobre el trabajo. El Papa no tiene miedo a los hombres del trabajo. Los ha sentido siempre muy cerca de él. Ha salido de su ambiente. Ha salido de las canteras de piedra de Zakrowek, de las calderas de Solvay en Borek Falecki, después de Nowa Huta. A través de todos estos ambientes, a través de las experiencias personales de trabajo —me permito decir—, el Papa ha aprendido nuevamente el Evangelio. Se ha dado cuenta y se ha convencido de cuán profundamente está grabada en el Evangelio la problemática contemporánea del trabajo humano. De cómo sea imposible resolverla a fondo sin el Evangelio.

De hecho, la problemática contemporánea del trabajo humano (¿sólo la contemporánea, realmente?), en última instancia, no se reduce —me perdonen todos los especialista,— ni a la técnica ni tanto menos a la economía, sino a una categoría fundamental, a saber, a la categoría de la dignidad del trabajo, o sea, de la dignidad del hombre. La economía, la técnica y tantas otras especialidades y disciplinas, tienen su razón de ser en esa única categoría esencial. Si no se inspiran en ella y se forman fuera de la dignidad del trabajo humano, están en error, son nocivas y van contra el hombre.

Esta categoría fundamental es humanista. Me permito decir que esta categoría fundamental: categoría del trabajo como medida de la dignidad del hombre, es cristiana. La encontramos, en su más alto grado de intensidad, en Cristo.

Baste esto, amadísimos hermanos. Más de una vez me he encontrado aquí con vosotros, como obispo, y he tratado más ampliamente todos estos temas. Hoy, como huésped vuestro, debo hablar de manera más concisa. Pero recordad esta antigua cosa: Cristo no aprobará jamás que el hombre sea considerado —o que se considere a sí mismo— únicamente como instrumento de producción, que sea apreciado, estimado y valorado según este principio. ¡Cristo no lo aprobará jamás! Por esto se dejó clavar en la cruz, como sobre el gran umbral de la historia espiritual del hombre, para oponerse a cualquier degradación del hombre, incluso la degradación mediante el trabajo. Cristo permanece ante nuestros ojos en su cruz, para que todo hombre sea consciente de la fuerza que él le ha dado: "Dioles poder de venir a ser hijos de Dios" (
Jn 1,12).

De esto debe acordarse tanto el trabajador como el patrón, el sistema del trabajo y el de la retribución; lo deben recordar el Estado, la nación y la Iglesia.

Cuando estaba entre vosotros, trataba de dar testimonio de esto. Orad a fin de que siga dando este testimonio en adelante, tanto más ahora que estoy en Roma; que siga dándolo ante toda la Iglesia y ante el mundo contemporáneo.

3. Pienso con alegría en la bendición del magnífico templo de Mistrzejowice, cuya construcción va muy avanzada. Ya sabéis todos que recuerdo los comienzos de esta obra: los primerísimos comienzos. Y todas las etapas sucesivas de la construcción. En unión con vosotros, vuelvo con la oración y el corazón a la tumba del sacerdote José, de santa memoria, que comenzó esta obra, poniendo en ella todas sus fuerzas e inmolando sobre su altar toda su joven vida. Doy gracias a todos los que continúan esta obra con tanto amor y perseverancia.

En estos momentos, mí pensamiento se dirige también a las colinas de Krzeslowice. Los esfuerzos de tantos años van dando poco a poco sus frutos. Bendigo de corazón esta obra y todas las demás iglesias que se están construyendo o se construirán en esta región o en sus barrios cada vez más poblados.

De la cruz en Nowa Huta ha comenzado la nueva evangelización: la evangelización del segundo milenio. Esta iglesia lo testimonia y lo confirma. Ella ha nacido de una viva y consciente fe, y es necesario que continúe sirviendo a esta fe.

La evangelización del nuevo milenio debe fundarse en la doctrina del Concilio Vaticano II. Debe ser, como enseña el mismo Concilio, tarea común de los obispos, de los sacerdotes, de los religiosos y de los seglares, obra de los padres y de los jóvenes. La parroquia no es únicamente un lugar donde se enseña el catecismo, es además el ambiente vivo que debe actuarlo.

128 La iglesia, cuya construcción estáis terminando con tanto esfuerzo, pero también con tanto entusiasmo, se levanta para que por medio de ella el Evangelio de Cristo penetre en toda vuestra vida. Habéis construido la iglesia; edificad vuestra vida según el Evangelio.

María, Reina de Polonia, y el Beato Maximiliano Kolbe os ayuden en esta tarea continuamente.



PEREGRINACIÓN APOSTÓLICA A POLONIA

MISA DE CLAUSURA DEL JUBILEO DE SAN ESTANISLAO




Domingo 10 de junio de 1979



¡Alabado sea Jesucristo!

1. Todos nosotros, reunidos hoy aquí, nos encontramos frente a un gran misterio de la historia del hombre: Cristo, después de su resurrección, se encuentra con los Apóstoles en Galilea y les dirige las palabras que hemos escuchado hace unos momentos por boca del diácono que ha anunciado el Evangelio: "Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra; id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo, enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado. Yo estaré con vosotros siempre hasta la consumación del mundo" (Mt 28,18-20).

En estas palabras se encierra el gran misterio de la historia de la humanidad y de la historia del hombre.

En efecto, todo hombre está en marcha. Camina hacia el futuro. También las naciones están en marcha. Y la humanidad entera. Caminar significa no sólo soportar las exigencias del tiempo, dejando continuamente detrás de sí el pasado: el día de ayer, los años, los siglos... Caminar quiere decir ser además conscientes de la meta.

¿Es que acaso el hombre y la humanidad en su andadura por esta tierra pasan solamente o desaparecen? ¿Para el hombre todo consiste acaso en lo que él, sobre esta tierra, construye, conquista y de lo cual goza? Independientemente de todas las conquistas, de todo el conjunto de la vida (cultura, civilización y técnica), ¿no le espera nada más? "Pasa la figura de este mundo". ¿Y el hombre pasa totalmente junto con ella?

Las palabras pronunciadas por Cristo en el momento de despedirse de los Apóstoles expresan el misterio de la historia del hombre, de cada uno en particular y de todos en general, el misterio de la historia de la humanidad.

El bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo es una inmersión en el Dios vivo, "en el que Es", como afirma el libro del Génesis, en Aquel "que es, que era y que viene", como dice el Apocalipsis (1, 4). El bautismo es el comienzo del encuentro, de la unidad, de la comunión, para el que toda la vida terrena es solamente un prólogo y una introducción; el cumplimiento y la plenitud pertenecen a la eternidad. "Pasa la figura de este mundo". Debemos, por consiguiente, encontrarnos "en el mundo de Dios", para alcanzar el fin, para llegar a la plenitud de la vida y de la vocación del hombre.

Cristo nos ha mostrado el camino y, al despedirse de los Apóstoles, lo ha confirmado una vez más, les encomendó que ellos y toda la Iglesia enseñaran a observar todo lo que El les había ordenado: "Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo".

129 2. Escuchamos siempre con la máxima emoción estas palabras, con las que el Redentor resucitado delinea la historia de la humanidad y, a la vez, la historia de cada hombre. Cuando dice "enseñad a todos los pueblos", aparece ante los ojos de nuestra alma el momento en que el Evangelio ha llegado a nuestra nación, en los comienzos mismos de su historia, y cuando los primeros polacos recibieron el bautismo en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. El perfil espiritual de la historia de la patria ha sido trazado por las mismas palabras de Cristo, dichas a los Apóstoles. El perfil de la historia espiritual de cada uno de nosotros ha sido también trazado más o menos de la misma manera.

El hombre es, en efecto, un ser racional y libre, es un sujeto consciente y responsable. El puede y debe, con el esfuerzo personal del pensamiento, llegar a la verdad. Puede y debe elegir y decidir. El bautismo, recibido en los albores de la historia de Polonia, nos ha hecho aún más conscientes de la auténtica grandeza del hombre, "la inmersión en el agua" es signo de la llamada a participar en la vida de la Santísima Trinidad, y es, al mismo tiempo, una comprobación insustituible de la dignidad de todo hombre. Ya la misma llamada testimonia en su favor: el hombre debe tener una dignidad extraordinaria, si ha sido llamado a tal participación, a la participación de Dios mismo.

Asimismo, todo el proceso histórico de la conciencia y de las decisiones del hombre está íntimamente unido a la viva tradición de la propia nación en la que, a través de todas las generaciones resuenan con eco vivo las palabras de Cristo, el testimonio del Evangelio, la cultura cristiana, las costumbres nacidas de la fe, de la esperanza y de la caridad. El hombre elige responsablemente, con libertad interior. Aquí la tradición no es limitación: es tesoro, es riqueza espiritual, es un gran bien común que se confirma con cada elección, con cada acto noble, con toda vida auténticamente vivida como cristiano.

¿Se puede rechazar todo esto? ¿Se puede decir "no"? ¿Se puede rechazar a Cristo y todo lo que El he traído a la historia del hombre?

Ciertamente se puede. El hombre es libre. El hombre puede decir a Dios: no. El hombre puede decir a Cristo: no. Pero permanece la pregunta fundamental: ¿Es lícito hacerlo? ¿Y en nombre de qué es lícito? ¿Qué argumento racional, qué valor de la voluntad y del corazón puedes tú poner delante de ti mismo, del prójimo, de los connacionales y de la nación, para rechazar, para decir "no" a aquello de lo que todos hemos vivido durante mil años? ¿Se puede decir "no" a todo lo que ha creado y ha constituido siempre las bases de nuestra identidad?

En cierta ocasión Cristo preguntó a los Apóstoles (esto tuvo lugar después de la promesa de la institución de la Eucaristía y muchos se alejaron de El): "¿Queréis iros vosotros también" (
Jn 6,67). Permitid que el Sucesor de Pedro, ante todos vosotros aquí reunidos, y ante toda nuestra historia, y la sociedad contemporánea, repita hoy las palabras de Pedro, que fueron entonces su respuesta a la pregunta de Cristo: "¿A quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68).

3. San Estanislao fue obispo de Kraków (Cracovia) durante siete años, como lo atestiguan las fuentes históricas- Este obispo-connacional, oriundo de la no lejana Szczepanów, llega a la sede de Kraków en el año 1072, para dejarla en 1079, sufriendo la muerte a manos del Rey Boleslao el Audaz. El día de la muerte, según las fuentes, era el 11 de abril y es precisamente en esta fecha en la que el calendario litúrgico de la Iglesia universal conmemora a San Estanislao. En Polonia la solemnidad del obispo mártir se celebra desde hace siglos el 8 de mayo, y sigue celebrándose todavía hoy.

Cuando, como metropolitano de Kraków inicié con vosotros los preparativos del IX centenario de la muerte de San Estanislao, que se celebra este año, estábamos todos aún bajo la impresión del milenio del bautismo de Polonia, celebrado en el año del Señor 1966. A la luz de este acontecimiento y en comparación con la figura de San Adalberto, también él obispo y mártir, cuya vida está unida a nuestra historia desde la época del bautismo, la figura de San Estanislao parece indicar (por analogía) otro sacramento, que forma parte de la iniciación del cristiano a la fe y a la vida de la Iglesia. Este sacramento, como es sabido, es el de la confirmación. Toda la relectura "jubilar" de la misión de San Estanislao en la historia de nuestro milenario cristiano, y además toda la preparación espiritual a las celebraciones de este año se refería precisamente a este sacramento do la confirmación.

La analogía tiene muchos aspectos. Pero, especialmente, la hemos buscado en el desarrollo normal de la vida cristiana. Como un hombre bautizado llega a ser cristiano maduro mediante el sacramento de la confirmación, así también la Providencia Divina ha dado a nuestra nación, a su debido tiempo, después del bautismo, el momento histórico de la confirmación. San Estanislao, que dista casi un siglo de la época del bautismo, simboliza este momento de modo peculiar, por el hecho de haber dado testimonio de Cristo, derramando la propia sangre. El sacramento de la confirmación en la vida de cada cristiano, frecuentemente joven, dado que la juventud es la que recibe este sacramento —también Polonia era entonces una nación y país joven— debe hacer que también él sea "testigo de Cristo" en la medida de la propia vida y de la propia vocación. Este es un sacramento que de modo particular nos asocia a la misión de los Apóstoles, en cuanto introduce a cada bautizado en el apostolado de la Iglesia (especialmente en el apostolado llamado de los laicos).

Es el sacramento que debe hacer nacer en nosotros un profundo sentido de responsabilidad por la Iglesia, por el Evangelio, por la causa de Cristo en las almas de los hombres, por la salvación del mundo.

El sacramento de la confirmación lo recibimos sólo una vez durante la vida (como ocurre con el bautismo), y la vida entera, que se abre en la perspectiva de este sacramento, adquiere el aspecto de una gran y fundamental prueba: prueba de fe y de carácter. San Estanislao ha llegado a ser, en la historia espiritual de los polacos, patrono de aquella gran y fundamental prueba de fe y de carácter. Lo veneramos además como patrono del orden moral cristiano. En definitiva, el orden moral se constituye de hecho a través de los hombres. Este orden se compone de un gran número de pruebas, cada una de las cuales es prueba de fe y de carácter. En definitiva el orden moral deriva de toda prueba victoriosa, mientras que toda prueba malograda trae desorden.

130 Sabemos también muy bien, por toda nuestra historia, que no podemos absolutamente, a ningún coste, permitirnos este desorden, que ya hemos pagado amargamente en otras ocasiones.

Por consiguiente, nuestra meditación de estos siete últimos años sobre la figura de San Estanislao, nuestra referencia a su ministerio pastoral en la sede de Kraków, el nuevo examen de sus reliquias, o sea, del cráneo del Santo, que tiene impresas las huellas de los golpes mortales, todo ello conduce hoy a una asidua y fervorosa oración por la victoria del orden moral en esta difícil época de nuestra historia.

Esta es la conclusión esencial de todo el tenaz trabajo de estos siete años, la condición principal y, a la vez, la finalidad de la renovación conciliar, por la que ha trabajado tan pacientemente el Sínodo de la archidiócesis de Kraków; y también el principal inspirador de la pastoral y de toda la actividad de la Iglesia, y de todos los trabajos, de todos los deberes y programas que han sido y que serán emprendidos en el territorio polaco.

Que este año de San Estanislao sea el año de una particular madurez histórica de la nación y de la Iglesia polaca, el año de una nueva consciente responsabilidad para el futuro de la nación y de la Iglesia en Polonia: éste es el voto que hoy, aquí con vosotros, venerables y queridos hermanos y hermanas, deseo, como primer Papa de estire polaca, ofrecer al Rey inmortal de los siglos, al eterno Pastor de nuestras almas y de nuestra historia, al Buen Pastor.

4. Permitid, ahora que, para hacer una síntesis, abrace espiritualmente toda mi peregrinación en Polonia, que, comenzada en la vigilia de Pentecostés en Warszawa (Varsovia), está para terminar hoy en Kraków, en la solemnidad de la Santísima Trinidad. ¡Amadísimos connacionales, deseo daros las gracias por todo! Porque me habéis invitado y me habéis acompañado en todo el recorrido de la peregrinación, desde Warszawa a través de Gniezno de los Primados y de Jasna Góra. Doy las gracias una vez más a las autoridades del Estado por su gentil invitación y acogida. Doy las gracias a las autoridades de los departamentos y especialmente a las autoridades de la ciudad de Warszawa y —en esta última etapa— a las autoridades municipales de la antigua ciudad real de Kraków. Doy gracias a la Iglesia de mi patria: al Episcopado, con el cardenal primado a la cabeza, al metropolitano de Kraków y a mis hermanos obispos: Julian, Jan, Stanislaw y Albin, con quienes he podido colaborar aquí, en Kraków, durante muchos años, en la preparación del jubileo de San Estanislao. Doy las gracias también a los obispos de todas las diócesis sufragáneas de Kraków, Czestochowa, Katowice, Kielce y Tarnów. Tarnów es, a través de Szczepanów, la primera patria de San Estanislao. Doy las gracias a todo el clero. Doy gracias a las Ordenes religiosas masculinas y femeninas. Doy gracias a todos y a cada uno en particular. En verdad es justo y necesario, nuestro deber y salvación, dar gracias.

También yo, ahora, en este último día de mi peregrinación a través de Polonia, deseo abrir totalmente mi corazón y gritar con fuerza, dando gracias con esta hermosa forma de "prefacio". Cuánto deseo que mi agradecimiento llegue a la Divina Majestad, al corazón de la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Connacionales míos: Con cuánto fervor doy gracias una vez más, en unión con vosotros, por el don de haber sido bautizados, hace más de mil años, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; de haber sido sumergidos en el agua que, por la gracia, perfecciona en nosotros la imagen de Dios vivo, en el agua que es una ola de eternidad: "fuente de agua que salta hasta la vida eterna" (
Jn 4,14). Doy gracias porque nosotros los hombres, nosotros los polacos, cada uno de los cuales, en cuanto hombre, nace de la carne y de la sangre (cf. Jn Jn 3,6) de sus padres, hemos sido concebidos y hemos nacido del Espíritu (cf. Jn Jn 3,5). Del Espíritu Santo.

Deseo pues hoy, estando aquí —en estos espaciosos prados de Kraków—, y dirigiendo la mirada hacia Wawel y Skalka donde, hace novecientos años, "sufrió la muerte el célebre obispo Estanislao", cumplir una vez más lo que se efectúa en el sacramento de la confirmación, del que él es símbolo en nuestra historia. Deseo que lo que ha sido concebido y nacido del Espíritu Santo, sea confirmado nuevamente mediante la cruz y la resurrección de Cristo, de la que participó de modo particular nuestro connacional San Estanislao de Szczepanów

Permitidme por tanto que, al igual que el obispo durante la confirmación, también yo repita hoy aquel gesto apostólico de la imposición de las manos sobre todos los que están aquí presentes, sobre todos mis connacionales. En esta imposición de las manos, en efecto, se expresa la aceptación y la transmisión del Espíritu Santo, que los Apóstoles recibieron del mismo Cristo, cuando después de la resurrección se apareció a ellos "estando cerradas las puertas"(Jn 20,19) y dijo: "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22).

Este Espíritu: Espíritu de salvación, de redención, de conversión y de santidad, Espíritu de verdad, Espíritu de amor y Espíritu de fortaleza —heredado como fuerza viva por los Apóstoles— ha sido transmitido tantas veces por las manos de los obispos a generaciones enteras en tierra polaca. Este Espíritu —así como el obispo oriundo de Szczepanów lo transmitía a sus contemporáneos— deseo transmitirlo hoy a vosotros. Deseo hoy transmitiros este Espíritu abrazando cordialmente con profunda humildad la gran "confirmación de la historia" que estáis viviendo.

Repito pues siguiendo al mismo Cristo:

131 "Recibid el Espíritu Santo" (Jn 20,22).

Repito siguiendo al Apóstol:

"No apaguéis el Espíritu" (1Th 5,19).

Repito siguiendo al Apóstol:

"No entristezcáis al Espíritu Santo" (Ep 4,30).

Debéis ser fuertes, queridísimos hermanos y hermanas. Debéis ser fuertes con la fuerza que brota de la fe. Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe. Debéis ser fieles. Hoy más que en cualquier otra época tenéis necesidad de esta fuerza. Debéis ser fuertes con la fuerza de la esperanza que lleva consigo la perfecta alegría de vivir y no permite entristecer al Espíritu Santo.

Debéis ser fuertes con la fuerza del amor, que es más fuerte que la muerte, como han revelado San Estanislao y el Beato Maximiliano Kolbe. Debéis ser fuertes con ese amor que es "paciente, es benigno... que no es envidioso, no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera. La caridad jamás decae" (1Co 13,4-8).

Debéis ser fuertes con la fuerza de la fe, de la esperanza y de la caridad, consciente y madura, responsable, que nos ayuda a entablar el gran diálogo con el hombre y con el mundo en esta etapa de nuestra historia: diálogo con el hombre y con el mundo, radicado en el diálogo con Dios mismo —con el Padre por medio del Hijo en el Espíritu Santo—, diálogo de la salvación.

Quisiera que se reanudase este diálogo juntamente con todos nuestros hermanos cristianos, si bien hoy todavía separados, pero unidos por una fe única en Cristo. Hablo de esto aquí, en este lugar, para expresar palabras de gratitud por la carta que he recibido de los representantes del Consejo Ecuménico polaco. Pese a que, por causa del programa tan denso, no hemos podido tener un encuentro en Warszawa, recordad, queridos hermanos en Cristo, que llevo en el corazón ese encuentro como un vivo deseo y como expresión de la confianza para el futuro.

Aquel diálogo no cesa de ser vocación a través de todos los "signos de los tiempos". Juan XXIII y Pablo VI, juntamente con el Concilio Vaticano II han acogido esta invitación al diálogo. Juan Pablo II, desde el primer día, confirma esta disponibilidad. ¡Sí! Es necesario trabajar por la paz y la reconciliación entre los hombres y las naciones de todo el mundo. Hay que tratar de acercarnos recíprocamente. Hay que abrir las fronteras. Cuando somos fuertes con el Espíritu de Dios, somos también fuertes en la fe en el hombre, fuertes en la fe, la esperanza y la caridad —que son indisolubles— y estamos dispuestos a dar testimonio por la causa del hombre ante aquél, verdaderamente interesado en esta causa; para el que esta causa es sagrada. Ante aquel que desea servirla con la mejor voluntad. No hay que tener pues miedo. Hay que abrir las fronteras. Recordaos que no existe el imperialismo de la Iglesia, sino solamente el servicio. Existe solamente la muerte de Cristo en el Calvario. Existe la acción del Espíritu Santo, fruto de esta muerte, Espíritu Santo que permanece con todos nosotros, con la humanidad entera, "hasta el fin del mundo" (Mt 28,20).

Con particular gozo saludo aquí a los grupos de nuestros hermanos llegados del sur, del otro lado de los Cárpatos. Dios os recompense por vuestra presencia. ¡Cuánto desearía que pudiesen estar aquí también presentes los demás! ¡Dios os lo pague, hermanos Lusazianos! ¡Cómo habría deseado que hubiesen estado aquí también presentes, durante esta peregrinación del Papa eslavo, los demás hermanos nuestros en la lengua y en los acontecimientos de la historia! Y si no están aquí, si no se hallan presentes en esta explanada, recuerden que por esto están más presentes todavía en nuestro corazón. Recuerden que están más presentes en nuestro corazón y en nuestras oraciones.

132 5. Allá en Warszawa, por lo demás, en la plaza de la Victoria, está la tumba del Soldado Desconocido, desde donde he comenzado mi ministerio de peregrino en tierra polaca; y aquí, en Kraków, junto al Vístula —entre Wawel y Skalka—, la tumba del "Obispo Desconocido", del que ha quedado una maravillosa "reliquia" en el tesoro de nuestra historia.

Por esto, permitid que antes de dejaros, dirija todavía una mirada sobre Kraków, esta Kraków de la cual cada una de las piedras y ladrillos me son queridos.

Y que mire también desde aquí a Polonia... '

Por eso antes de marchar de aquí, os ruego que aceptéis una vez más todo el patrimonio espiritual cuyo nombre es "Polonia", con la fe, con la esperanza y la caridad que Cristo ha injertado en nosotros a través del santo bautismo.

Os ruego:

— que no perdáis jamás la confianza. que no os dejéis abatir, que no os desaniméis;

— que no cortéis por vuestra cuenta las raíces de nuestros orígenes.

Os ruego:

— que tengáis confianza, a pesar de vuestra debilidad, que busquéis siempre la fuerza espiritual de Aquel en quien tantas generaciones de nuestros padres y de nuestras madres la han encontrado.

No os separéis jamás de El.

No perdáis jamás la libertad de espíritu, con la que El "hace libre" al hombre.

133No despreciéis jamás la caridad que es la cosa "más grande" que se ha manifestado a través de la cruz, y sin la cual la vida humana no tiene raíz ni sentido.

Os pido todo esto:

— en recuerdo y por la poderosa intercesión de la Madre de Dios de Jasna Góra y de todos sus santuarios en tierra polaca;

— en recuerdo de San Wojciech, que sufrió la muerte por Cristo cerca del mar Báltico;

— en recuerdo de San Estanislao, muerto por la espada del Rey en Skalka. Os pido todo esto.

Amén.





B. Juan Pablo II Homilías 124