B. Juan Pablo II Homilías 412


PRIMERA AUDIENCIA GENERAL

DEL AÑO SANTO EXTRAORDINARIO DE LA REDENCIÓN



DURANTE LA LITURGIA DE LA PALABRA


Miércoles 30 de marzo de 1983

(Lectura:
413 Isaías 50, 5-9; Salmo 68;
evangelio de san Mateo, capítulo 26, versículos 47-50)



1. Año Santo, Puerta Santa, Lugares Santos, Semana Santa...: esta atribución tradicional de la "santidad" a realidades del espacio y del tiempo atestigua que en ellas el alma popular, o incluso la Iglesia, descubren y reconocen un vínculo especial con Dios y, por lo tanto, un título de "consagración".

A nosotros, cristianos, el valor sacro de estos días santos nos viene de la memoria de la pasión y muerte de Cristo, que en ellos celebramos, con una fe más viva, con una piedad más tierna y, a la vez, austera y consciente, con la propia identificación litúrgica y espiritual en ese misterio de la redención expresado en el Credo de cada día: Crucifixus etian pro nobis..., passus et sepultus est.

Estos son, pues, los días de la cruz, los días en que sube espontáneamente a los labios de los cristianos el antiguo himno litúrgico, transmitido de generación en generación, y repetido por millones de creyentes en todos los tiempos, incluida la época del primer Año Santo, convocado por el Papa Bonifacio VIII el año 1300: Vexilla Regis prodeunt / fulget Crucis mysterium...

La cruz es la enseña de Cristo a la que nosotros veneramos y cantamos. Más aún, por su función de instrumento de nuestra redención estrechamente unido, según el designio del Padre, con el que fue suspendido en ella como en un patíbulo, nosotros la adoramos como por una extensión del culto que reservamos al Hombre-Dios. En realidad adorar la cruz (como, haremos litúrgicamente el Viernes Santo) es adorar a Cristo mismo: Adoramus Te, Christe, et benedicimus Tibi, quia per sanctam Crucem tuam redemisti mundum!

2. En realidad la cruz pertenece a nuestra condición existencial, como nos demuestra la experiencia de cada día. Más aún, se diría que tiene sus raíces en la misma esencia de las cosas creadas.

El hombre es consciente de los valores, pero también de los límites. De aquí el problema del mal que, en determinadas condiciones de desconcierto físico, psicológico, espiritual, es dolor, sufrimiento, o incluso pecado. ¿Por qué el mal, por qué el dolor, por qué esta cruz humana que parece coesencial con nuestra naturaleza, y sin embargo, en muchos casos, tan absurda?

Se trata de preguntas que atormentan desde siempre la mente y el corazón del hombre, y a las cuales, quizá, se pueden dar respuestas parciales de orden teórico, pero que continúan planteándose de nuevo en la realidad de la vida, a veces de modo dramático, sobre todo cuando se trata del dolor de los inocentes, de los niños, incluso de grupos humanos y de pueblos enteros subyugados por fuerzas prepotentes que parecen señalar en el mundo el triunfo de la maldad. ¿Quién de nosotros no siente una herida en el corazón ante tantos hechos dolorosos, ante tantas cruces?

Es verdad que la experiencia universal enseña también los benéficos efectos que en muchos hombres produce el dolor, como generador de madurez, de sabiduría, de bondad. de comprensión, de solidaridad, de tal manera que se ha podido hablar de la fecundidad del dolor. Pero esta constatación deja sin resolver el problema de fondo y no elimina la tentación de Job, que se asoma también al espíritu del cristiano, cuando se siente impulsado a preguntar a Dios: ¿Por qué? Más aún, para muchos el problema del mal y del dolor es una objeción contra la Providencia de Dios, e incluso a veces contra su existencia. La realidad de la cruz se convierte entonces en un escándalo, porque se trata de una cruz sin Cristo: ¡La más pesada e insoportable, a veces terrible hasta la tragedia!

3. La cruz con Cristo es la gran revelación del significado del dolor y del valor que tiene en la vida y en la historia. Él que comprende la cruz, el que la abraza, comienza un camino muy distinto del camino del proceso y de la contestación a Dios: encuentra, más bien, en la cruz el motivo de una nueva ascensión a Él por la senda de Cristo, que es precisamente el Vía Crucis, el camino de la cruz.

414 La cruz es la prueba de un amor infinito que, precisamente en esa hostia de expiación y pacificación ha colocado el principio de la restauración universal y sobre todo de la redención humana: redención del pecado y, al menos en raíz, del mal, del dolor y de la muerte.

Pero la cruz nos invita a responder al amor con el amor. A Dios, que nos amó primero, nosotros podemos darle, a nuestra vez, el signo de nuestra íntima participación en su designio de salvación. No siempre logramos descubrir en este designio el porqué de los dolores que marcan el camino de nuestra vida. Sin embargo, sostenidos por la fe, podemos llegar a la certeza de que se trata de un designio de amor, en el cual toda la inmensa gama de las cruces, grandes y pequeñas, tiende a fundirse en la única cruz.

La cruz es, pues, para nosotros una garantía de vida, de resurrección y de salvación, porque contiene en sí y comunica a los creyentes la fuerza renovadora de la redención de Cristo. Según San Pablo, en ella es una realidad ya adquirida incluso la futura resurrección y glorificación celeste, que será en la eternidad la manifestación gloriosa de la victoria que Cristo nos ha traído con su pasión y su muerte. Y nosotros, con la experiencia de nuestro dolor cotidiano, estamos llamados a participar en este misterio que es ciertamente de pasión, pero también de gloria.

4. En estos días de Semana Santa y del Año Santo estamos invitados a mirar a Cristo que nos ha amado hasta morir en la cruz por nosotros. Estamos invitados a unirnos a la Iglesia, la cual, especialmente con la celebración de los misterios conclusivos de la vida terrena de Cristo, quiere infundirnos una conciencia más viva del misterio de la redención; y ésta es la razón fundamental del Jubileo.

Saludamos en la cruz, signo e instrumento de Cristo Redentor, al fundamento de nuestra esperanza, porque reconocemos en ella la prueba experimental del amor omnipotente y misericordioso que Dios tiene por el hombre.

Nos dirigimos a la cruz y a Cristo crucificado en este "tiempo de pasión": tiempo no sólo litúrgico, sino histórico, social y espiritual, en el que vemos agolparse sobre el mundo tantos dolores, tantas "pasiones" y, por desgracia ¡tantas cruces sin Cristo!

Pidamos al Redentor, en nombre de su cruz, que conceda a su Iglesia y a toda la humanidad la gracia del Año Santo, los dones de conversión y de santidad que tanto necesitamos.

Esto quiere el Año Santo, esto nos pide Jesús desde la cruz: una apertura mayor a su redención con el arrepentimiento de los pecados y la aspiración a la santidad.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

En esta primera Audiencia general del Ano Santo, saludo con afecto a todos los presentes de lengua española.

415 Mi saludo va en primer lugar a las religiosas Siervas de Jesús de la Caridad, a los miembros de las varias parroquias, y sobre todo a los estudiantes de diversos colegios de España que son los más numerosos, así como a los grupos procedentes de América Latina.

El principio del Ano Santo y la celebración de la Semana Santa que conmemora los misterios centrales de la Redención, son para nosotros una fuerte llamada a buscar la gracia que nos salva, a unirnos con espíritu de fe al dolor redentor de Cristo que es también esperanza de resurrección, a purificarnos de nuestros pecados y vivir cada día más intensamente el misterio de salvación en Cristo. Esta es la finalidad del Ano Jubilar.

A todos os aliento a seguir con valentía y perseverancia ese camino, y a todos os doy mi Bendición.





MISA CRISMAL



Jueves Santo 31 de marzo de 1983



1. Esta tarde iremos con Cristo al Cenáculo a través de la liturgia in Cena Domini.

En cambio esta mañana, el Evangelio según Lucas nos lleva a Nazaret donde Jesús "se había criado" (Lc 4,16). Nos recuerda el día en que Jesús se presentó por vez primera ante los de su tierra cuando estaban reunidos en la sinagoga y les leyó el texto mesiánico del libro del Profeta Isaías. Conocemos bien este texto. Después de leerlo, Jesús se sentó y comenzó a hablar a los allí presentes que tenían la vista fija en El. Entonces les dijo: "Hoy se cumple esta Escritura que acabáis de oír" (Lc 4,21).

2. Amados y venerados hermanos: Quizá sea necesario que vayamos cada uno con el pensamiento al lugar en que hace. Tiempo se cumplió en nosotros la palabra dé la llamada de Dios. Acaso convenga que volvamos a la catedral o iglesia en que años atrás el obispo nos impuso las manos y. nos transmitió la dignidad y poder vinculados al sacramento del presbiterado. Y tal, vez sea preciso que volvamos a nuestra parroquia natal en la que celebramos solemnemente, por vez primera después de la ordenación, el Santo Sacrificio. Esta fue nuestra "Nazaret" donde se manifestó ante los hombres —los vecinos y los paisanos—, un nuevo, sacerdote elegido de entre los’ hombres y constituido para los hombres (cf. Heb He 5,1). Y cada uno de’ nosotros se puso a hablar delante: de aquellos hombres —vecinos y paisanos nuestros— con un lenguaje que antes no poseía: el lenguaje del siervo y del ministro de la Eucaristía.

3. Es necesario, queridos y venerados hermanos, que volvamos con el pensamiento y el corazón a aquellos lugares y aquellos días. Se aúnan todos en este único "Hoy" litúrgico: el Jueves Santo es el día de nuestro nuevo nacimiento en Cristo por el sacramento del orden. "Encontré a David, mi siervo, / y lo he ungido con óleo sagrado; / pava que mi mano esté siempre con el / y mi brazo lo haga valeroso" (Ps 88 [89], 21-22). Es preciso que confrontemos todos los días, meses y años de nuestra vida sacerdotal con este único "Hoy" litúrgico del Jueves Santo. Es necesario que proclamemos con el Salmista: "Cantaré eternamente las misericordias del Señor" (Ps 88 [89], 2a). He aquí, pues, que a toda nuestra existencia junto con el sacramento del presbiterado se da una dimensión particular ¡que es la dimensión de la eternidad!

4. Y por esto hoy precisamente en este "Hoy" litúrgico del Jueves Santo, deseamos renovar en nosotros la gracia del sacramento del orden. Y queremos también renovar las promesas con que nos vinculamos a Cristo el día de nuestra ordenación mediante éste sacramento. Deseamos repetírselas a El solo: a Cristo, Sacerdote de la Alianza Nueva y Eterna: "Aquel que nos amó, nos ha librado de nuestros pecados por su sangre, nos ha convertido en un reino, y hecho sacerdotes de Dios, su Padre. A El la gloria y el poder por los siglos de los siglos" (Ap 1,5-6).



VISITA AL COLEGIO ESPAÑOL DE SAN JOSÉ


Sábado 29 de octubre de 1983



Queridos hermanos obispos y sacerdotes:

416 1. Al entrar en este colegio, hogar romano de la Iglesia que está en España, ha venido espontáneo a mi mente el recuerdo gratísimo de mi peregrinación pastoral por las rutas de Santa María y de Santiago; de Santa Teresa y de San Juan de la Cruz: el viaje apostólico que realicé a vuestra querida patria hace ahora precisamente un año, “sembrando a manos llenas la palabra del Evangelio, la fe y la esperanza” (IOANNIS PAULI PP. II, Homilia in aëronavium portu civitatis Compostela habita, 1, 9 novembre 1982: Insegnamenti di Giovanni Paolo II, V/3 [1982] 1246). .

Os saludo cordialmente, en la paz de Cristo Redentor, y en vosotros saludo a todos los obispos y presbíteros, así como a todos los hijos fieles, de la queridísima España.

2. El venerable sacerdote de la diócesis de Tortosa Manuel Domingo y Sol, avezado en su interior al coloquio divino, con amor de hijo, tuvo la inspiración de fundar este colegio, hace 90 años, aquí en Roma, junto a la Sede de San Pedro.

Mi predecesor León XIII alentó y apoyó tan plausible iniciativa, “para la renovación –decía– científica y aun disciplinar del clero español”, hasta el punto de afirmar que él mismo se consideraba fundador del Colegio. Le proporcionó una sede adecuada en el antiguo Palazzo Altemps, por donde, a lo largo de más de 70 años, pasaron hornadas enteras de jóvenes españoles que, en esta Ciudad Eterna, recibieron su formación sacerdotal o completaron los estudios. Muchos de ellos fueron ordenados presbíteros en la preciosa capilla del citado palacio, bajo la mirada de la Virgen de la Clemencia –Mater Clementissima, Patrona del Colegio– y junto a la tumba de San Aniceto, Papa y mártir. Otros se ordenaron en la basílica de San Pedro o en la de San Juan de Letrán o tal vez en otros templos de la Urbe. Algunos vinieron a Roma siendo ya sacerdotes. No pocos han llegado después al Episcopado. Varios dieron testimonio de su fe y de su sacerdocio con la propia vida. Todos, en las Iglesias locales esparcidas por la geografía de España, de América Latina y de otras naciones del mundo, han sido heraldos del Evangelio, trabajando en los diversos campos del apostolado e influyendo de forma decisiva en la vida religiosa y eclesial de nuestro siglo.

3. Desde hace 22 años el Colegio Español cuenta con esta nueva y moderna sede. Pío XII bendijo la primera piedra del edificio y Pablo VI lo inauguró oficialmente el 13 de noviembre de 1965, durante la IV sesión del Concilio.

Empezó así una nueva etapa de la espléndida historia de este centro, una etapa llamada a ser no menos fecunda que la anterior en el campo de la formación sacerdotal, según las orientaciones del Vaticano II y las exigencias de nuestro tiempo, pero sin separarse nunca de la finalidad propia de la institución y de la línea trazada por su fundador y por mis predecesores en sus documentos y alocuciones dedicadas al Colegio.

4. Ya en las cercanías del I centenario de la fundación de este centro de formación para seminaristas y sacerdotes, en vísperas del V centenario del comienzo de la evangelización de América, iniciada y llevada a cabo en gran parte por misioneros españoles, y en la perspectiva del III milenio del cristianismo, hay que pensar en la acción pastoral que vosotros, jóvenes sacerdotes, estáis llamados a proyectar con renovado entusiasmo y plena generosidad sobre los nuevos tiempos que se avecinan.

Hay que mirar con esperanza y hay que preparar con clarividencia y apertura el futuro de la Iglesia; pero manteniéndose en continuidad con el pasado para no perder su rica y aleccionadora herencia.

La labor realizada en su ya casi un siglo de existencia por el Colegio Español es una magnífica y consoladora realidad, que merece el reconocimiento y la gratitud de la Santa Sede y de todo el Pueblo de Dios. Y este reconocimiento va en primer lugar a la Hermandad de Sacerdotes Operarios Diocesanos del Corazón de Jesús, fundada también por el mismo Don Manuel Domingo y Sol, la cual tiene confiada por la Santa Sede la dirección de este cenáculo sacerdotal, bajo la supervisión de la Sagrada Congregación para la Educación Católica y de los Patronos del Colegio, el Primado de España, Emmo. Señor Cardenal Marcelo González Martín, arzobispo de Toledo, y el Excmo. Monseñor Carlos Amigo Vallejo, arzobispo de Sevilla, ambos aquí presentes, que en esta responsabilidad y delicada función de ayudar y orientar la vida del Colegio representan a todo el Episcopado Español.

5. He hablado de “cenáculo”.

En el cenáculo pronunció Jesús su oración sacerdotal, que acabamos de escuchar en la lectura evangélica. Cenáculo es la mejor definición que se puede dar a un centro eclesiástico como éste donde sus moradores, vosotros, por ser sacerdotes –comensales en la cena del Señor– estáis llamados a hacer propia la misma experiencia de Cristo que se inmola al Padre, como víctima de reconciliación y de unión entre los hombres, para que todos “sean santificados en la verdad”.

417 En este Año Santo de la Redención yo quiero lanzar, también aquí, mi grito evangélico, dirigido a este cenáculo, a todos los sacerdotes y seminaristas que en él moráis: “Abrid las puertas a Cristo Redentor”:

Abrid las puertas a su Persona, en la cual, por su obediencia hasta la muerte, tenemos de nuevo acceso al Padre. La apertura al Redentor exige compenetración, asimilación a él, en unión íntima de sentimientos, de mentes y voluntades. Así lo pide el mismo Cristo en la oración por sus elegidos: “Para que sean uno como nosotros”. No rehuyáis pues, al contrario, intensificad el trato personal con Cristo, mediante la plegaria individual y la oración comunitaria, y sobre todo durante la Santa Misa cotidiana, “para que –como rezamos en la plegaria eucarística– fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos del Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu”.

a la Palabra del Señor, que ha de penetrar en vuestras almas a través de la meditación, del estudio, de las lecturas, creando en vosotros una mentalidad en perfecta sintonía con la doctrina evangélica y con el magisterio de la Iglesia, Madre y Maestra.

a la Cruz, que es la fuente de la redención y de la vida, el preludio de la resurrección y la base de toda auténtica renovación: os preparáis –como dice San Pablo– a predicar a Cristo Crucificado (cfr.
1Co 1,23); para ello hay que renunciar a los propios criterios, a los criterios del mundo, abrazando con decisión y amor los criterios del Evangelio, aunque a veces comporten sufrimiento, sacrificio y abnegación.

– abrid, finalmente, las puertas de vuestro corazón a la Iglesia de Jesús, a sus enseñanzas, a sus orientaciones pastorales y a sus normas disciplinares: los sacerdotes formados en Roma, junto a la Sede de Pedro, tienen un motivo especial de amor y fidelidad a la Iglesia, en orden a dar testimonio de su vitalidad santificadora y de su presencia visible en el mundo, sin disimular la propia identidad en todo aquello que puede ayudar a hacer transparente ante los hombres el Evangelio y la Persona de Jesús.

6. Queridos hermanos obispos, superiores y alumnos del Colegio: Soy feliz de encontrarme esta tarde aquí para orar juntos y vivir una hora de gozosa hermandad, con vosotros y también con las religiosas y los seglares que trabajan en esta casa a quienes saludo con afecto y deseo expresar gratitud en nombre de todos por su generoso servicio a esta Casa sacerdotal.

A todos imparto cordialmente mi bendición apostólica.

SOLEMNE CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA EN HONOR

DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN DE LA VIRGEN MARÍA


Basílica de Santa María la Mayor

Jueves 8 de diciembre de 1983



1. "Dios te salve, llena de gracia..." (Lc 1,28).

Toda la Iglesia pronuncia hoy el saludo del ángel, y lo hace subir desde una particular profundidad de su fe. Esta profundidad se manifiesta en el misterio de la Inmaculada Concepción. "Llena de gracia" quiere decir también "concebida sin pecado original": Inmaculada. Al profesar la verdad de la Inmaculada Concepción de María, nos arraigamos, al mismo tiempo, en la profundidad de la realidad de la redención. Efectivamente, he aquí que la Mujer, el Ser humano elegido para convertirse en Madre del Redentor, goza de modo especial de los frutos de la redención, como preservación del pecado. La redención la abraza con la fuerza salvadora de la gracia santificante desde el primer momento de la concepción. Ella es, pues, la primera entre los redimidos, a fin de que pueda responder dignamente a la vocación de ser Madre del que redimió a todos los hombres.

418 La solemnidad de la Inmaculada Concepción está totalmente arraigada en el misterio de la redención del mundo, por esto adquiere una elocuencia particular en este año jubilar que la Iglesia vive como el Año de la Redención.

2. "Dios te salve, llena de gracia...".

Con este saludo acudimos a María, que precisamente aquí, en la antigua basílica romana, recibe especial veneración como "Salus Populi Romani". Aquí, desde hace muchos siglos, se encuentra la Inmaculada Concepción en medio de la comunidad de la Iglesia que está en Roma, y, desde hace muchos siglos, vela maternalmente por la obra de la salvación, que su Hijo confió a la Iglesia, mediante el servicio de los Obispos de Roma. Por esto, cada uno de ellos ha tenido y tiene un amor especial a este lugar.

La solemnidad de la Inmaculada Concepción es el día en que se manifiesta este amor de manera especial. Y el Año de la Redención hace que este amor lata aún con más fuerza juntamente con la viva profundidad de la fe de la Iglesia.

3. Se acerca el fin del segundo milenio después de Cristo. En relación con este hecho, muchos manifiestan el deseo de que se venere con un júbilo especial el nacimiento de la Madre del Señor. No sabemos exactamente cuántos años hayan precedido el nacimiento de la Madre al del Hijo. Por tanto, nos limitamos a relacionar el presente Jubileo del Año de la Redención, de manera especial, con María, con su venida al mundo y con su vocación a ser la Madre del Redentor. Y así ponemos de relieve el carácter de adviento de este Año Jubilar de la Redención. El Adviento es, de modo especial, el tiempo de María. Efectivamente, por medio de María, el Hijo de Dios entró en la espera de toda la humanidad. En Ella está pues, de algún modo, el ápice y la síntesis del Adviento. La solemnidad de la Inmaculada Concepción, que celebramos litúrgicamente en el período de Adviento, da testimonio de ello de manera muy elocuente.

Y aunque el 8 de septiembre de cada año, la Iglesia venere, con una fiesta especial, el nacimiento de María, sin embargo, la solemnidad de hoy, al comienzo del Adviento, nos introduce aún más profundamente en el sagrado misterio de su nacimiento. Antes de venir al mundo, fue concebida en el seno de su madre y en ese momento nació de Dios mismo que realizó el misterio de la Inmaculada Concepción: Llena de gracia.

4. Y por esto repetimos hoy con el Apóstol de las Gentes: "Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido en la Persona de Cristo, con toda clase de bienes espirituales" (
Ep 1,3). Y Ella, María, fue bendecida de manera totalmente particular: única e irrepetible. Efectivamente, en Él, en Cristo, Dios la eligió antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia (cf. Ef Ep 1,4).

Sí. El Padre Eterno eligió a María en Cristo; la eligió antes para Cristo. La hizo santa, más aún, santísima. Y el primer fruto de esta elección y vocación divina fue la Inmaculada Concepción.

Este es su "origen" en el pensamiento eterno de Dios en el Verbo Eterno: y éste es, a la vez, su origen en la tierra. Su nacimiento. El nacimiento en el esplendor de la Inmaculada Concepción.

Y precisamente por este nacimiento de María en el resplandor de la Inmaculada Concepción, adoramos hoy a la Santísima Trinidad: al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. La adoramos y expresamos nuestra gratitud: Gratias agamus Domino Deo nostro!

5. El Año de la Redención, pues, nos permite meditar y vivir de modo especial sobre lo que escribe también el Apóstol:

419 "Nos ha destinado en la Persona de Cristo ?por pura iniciativa suya? a ser sus hijos, para que la gloria de su gracia, que tan generosamente nos ha concedido en su querido Hijo, redunde en alabanza suya" (Ep 1,5-6).

Ella, María, en cuanto Inmaculada Concepción, lleva en sí, más que cualquier otro entre los hombres, el misterio de los eternos designios divinos, con los que el hombre ha sido abrazado en el Hijo querido de Dios,

? el destino a la gracia y a la santidad de la filiación divina,

? el destino a la gloria en el Dios de majestad infinita.

Y por esto, Ella, María, nos precede a todos en el gran cortejo de fe, de esperanza y de caridad. Efectivamente, como ha dicho bien el Concilio Vaticano II, "en el misterio de la Iglesia, que con razón es llamada también madre y virgen, la Santísima Virgen precedió, presentándose de forma eminente y singular como modelo, tanto de la virgen como de la madre" (Lumen gentium LG 63). Ella ilumina al Pueblo de Dios con la luz divina, que refleja más plenamente la luz del Verbo Eterno. "La Madre de Jesús ?lo pone de relieve también el Concilio? precede en la tierra con su luz al peregrinante Pueblo de Dios como signo de esperanza cierta y de consuelo" (Lumen gentium LG 68).

Cuando comenzó a brillar esta luz, por medio de María, en el horizonte de la historia de la humanidad ?cuando, con el nacimiento de María, apareció en el mundo la que era la Inmaculada Concepción? entonces comenzó, en la historia de la salvación, la aurora del Adviento del Hijo de Dios. Y entonces la obra de la redención adquirió su forma designada eternamente.

6. Mientras nos estrechamos hoy en su santuario mariano de Roma, alrededor de la que las generaciones han venerado como "Salus Populi Romani",

?al mismo tiempo

?mediante el misterio de su Inmaculada Concepción,

?también nosotros,

?"nosotros, los que ya esperábamos en Cristo" (Ep 1,12)

?profesamos

420 ?que en Él hemos sido constituidos también herederos... para que fuésemos alabanza de la gloria del que hace todo eficazmente según su voluntad (cf. Ef Ep 1,11-12).

?¡También nosotros!

La Inmaculada Concepción de María en el Año de la Redención proyecta luz sobrenatural sobre nuestra vida humana y despierta en nosotros la esperanza del cumplimiento de los designios divinos

1984


SOLEMNE CONCELEBRACIÓN AL FINAL DEL JUBILEO DEL CLERO



Jueves 23 de febrero de 1984


“El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados. Para publicar el año de gracia de Yavé” (Is 61,12).

Amadísimos Hermanos en la gracia del Sacerdocio:

Hace un año me dirigía a vosotros mediante la carta para el Jueves Santo de 1983, pidiéndoles anunciar, junto conmigo y con todos los Obispos de la Iglesia, el Año de la Redención: el Jubileo extraordinario, el Año de gracia del Señor.

Hoy deseo agradecerles cuanto habéis hecho para que este Año, que nos recuerda el 1950 aniversario de la Redención, se convirtiera verdaderamente en «el año de gracia del Señor», el Año Santo. Y a la vez, al encontrarme con vosotros en esta concelebración, en la que culmina vuestra peregrinación a Roma con ocasión del Jubileo, deseo renovar y profundizar en unión con vosotros la conciencia del misterio de la Redención, que es el manantial vivo y vivificador del sacerdocio sacramental, del que cada uno de nosotros participa.

En vosotros, aquí llegados no sólo de Italia, sino también de otros Países y Continentes, veo a todos los sacerdotes: a todo el Presbiterio de la Iglesia universal. Y a todos me dirijo con el aliento y la exhortación de la Carta a los Efesios: “ . . . os exhorto yo . . . a andar de una manera digna de la vocación con que fuisteis llamados” (Ep 4, l).

Es necesario que nosotros también - llamados a servir a los demás en la renovación Espiritual del Año de la Redención - nos renovemos, mediante la gracia de este Año, en nuestra hermosa vocación.

421 2. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Este versículo del salmo responsorial (
Ps 89,2) de la liturgia de hoy nos recuerda que somos de modo especial “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (1Co 4, l), que somos hombres de la divina economía de salvación, que somos un “ instrumento” consciente de la gracia, o sea de la acción del Espíritu Santo con el poder de la Cruz y Resurrección de Cristo.

¿Qué es esta economía divina? ¿Qué es la gracia de Nuestro Señor Jesucristo, gracia que El ha querido unir sacramentalmente a nuestra vida sacerdotal y a nuestro servicio sacerdotal, aunque sea ofrecida por hombres tan pobres e indignos?. La gracia, como proclama el Salmo de la liturgia de hoy, es un testimonio de la fidelidad de Dios mismo a aquel Amor eterno con el que El ha amado la creación, y particularmente al hombre, en su Hijo eterno.

Dice el Salmo: “Porque dijiste: La piedad es eterna. Cimentaste en los cielos tu fidelidad” (Ps 89,3).

Esta fidelidad de su Amor - del Amor misericordioso - es la fidelidad a la Alianza que Dios ha realizado, desde el comienzo, con el hombre y que ha renovado muchas veces, a pesar de que el hombre con frecuencia no haya sido fiel a ella.

La gracia es por consiguiente un puro don del Amor, que sólo en el mismo Amor, y no en otra cosa, encuentra su razón y motivo.

El Salmo exalta la Alianza que Dios ha estrechado con David y al mismo tiempo, a través de su contenido mesiánico, revela cómo aquella Alianza histórica es solamente una etapa y un anuncio previo a la Alianza perfecta en Jesucristo: “El me invocará, diciendo: Tú eres mi padre, mi Dios y la Roca de mi salvación” (Ivi 27).

La gracia, como don, es el fundamento de la elevación del hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios en Cristo, Hijo Unigénito. “Serán con él mi fidelidad y mi piedad, y en mi nombre se alzará su poder” (Ivi 25). Precisamente este poder que nos hace hijos de Dios, del que habla el prólogo del Evangelio de San Juan todo el poder salvífico ha sido otorgado a la humanidad en Cristo, mediante la Redención, la Cruz y la Resurrección.

Y nosotros - siervos de Cristo - somos sus administradores. El sacerdote es el hombre de la economía salvífica. El sacerdote es el hombre plasmado por la gracia.El sacerdote es el administrador de la gracia.

3. “Cantaré siempre las piedades de Yavé”.

Precisamente ésta es nuestra vocación. En esto consiste la peculiaridad y la originalidad de la vocación sacerdotal. Está arraigada de manera especial en la misión de Cristo mismo, de Cristo Mesías.

422 “El Espíritu del Señor, Yavé, está sobre mí, pues Yavé me ha ungido, me ha enviado para predicar la buena nueva a los abatidos y sanar a los de quebrantado corazón, para anunciar la libertad de los cautivos y la liberación de los encarcelados . . . para consolar a todos los tristes” (Is 61,12).

Precisamente en lo íntimo de esta misión mesiánica de Cristo Sacerdote está arraigada también nuestra vocación y misión: vocación y misión de sacerdotes de la Nueva y Eterna Alianza. Es la vocación y la misión de los mensajeros de la Buena Nueva; de los que tienen que curar las heridas de los corazones humanos; de los que tienen que proclamar la liberación en medio de múltiples aflicciones, en medio del mal que de tantas maneras “tiene” esclavizado al hombre; de los que tienen que consolar.

Esta es nuestra vocación y misión de servidores. Nuestra vocación, queridos hermanos, encierra en sí un gran y fundamental servicio respecto de cada hombre. Ninguno puede prestar este servicio en lugar nuestro. Ninguno puede sustituirnos. Debemos alcanzar con el Sacramento de la Nueva y Eterna Alianza las raíces mismas de la existencia humana sobre la tierra.

Debemos, día tras día, introducir en ella la dimensión de la Redención y de la Eucaristía.

Debemos reforzar la conciencia de la filiación divina mediante la gracia. ¿Qué perspectiva más alta y qué destino más excelso podría tener el hombre?.

Debemos finalmente administrar la realidad sacramental de la reconciliación con Dios y de la sagrada Comunión, en la que se sale al encuentro de la más profunda aspiración del «insaciable» corazón humano. Verdaderamente nuestra unción sacerdotal está enraizada profundamente en la misma unción mesiánica de Cristo.

Nuestro sacerdocio es ministerial. Sí, debemos servir. Y “servir” significa llevar al hombre a los fundamentos mismos de su humanidad, al meollo más profundo de su dignidad. Precisamente allí debe resonar - mediante nuestro servicio - el “canto de alabanza en vez de un espíritu abatido para usar una vez más las palabras del texto de Isaías (Is 61,3).

4. Amadísimos hermanos: Redescubramos, día a día y año tras año el contenido y la esencia, verdaderamente inefables, de nuestro sacerdocio en las profundidades del misterio de la Redención. Yo deseo que a esto ayude de modo particular el Año en curso del Jubileo extraordinario.

- Abramos cada vez más ampliamente los ojos - la mirada del alma - para comprender mejor lo que quiere decir celebrar la Eucaristía, el Sacrificio de Cristo mismo, confiado a nuestros labios y a nuestras manos de sacerdotes en la comunidad de la Iglesia.

- Abramos cada vez más ampliamente los ojos la - mirada del alma - para comprender mejor lo que significa perdonar los pecados y reconciliar las conciencias humanas con Dios Infinitamente Santo, con el Dios de la Verdad y del Amor.

- Abramos cada vez más ampliamente los ojos - la mirada del alma - para comprender mejor lo que quiere decir actuar “in persona Christi, en nombre de Cristo: actuar con su poder, con el poder que, en definitiva, se arraiga en la realidad salvífica de la Redención.

423 - Abramos cada vez más ampliamente los ojos - la mirada del alma - para comprender mejor lo que es el misterio de la Iglesia. ¡Somos hombres de Iglesia!

“Un solo cuerpo y un solo Espíritu, como una sola es la meta de la esperanza en la vocación a la que habéis sido convocados. Un Señor, una fe, un bautismo. Un Dios, Padre de todos, que lo trasciende todo, y lo penetra todo, y lo invade todo” (
Ep 4,46).

Por tanto: esforzarse “en mantener la unidad del Espíritu, con el vínculo de la paz” (Ep 4,3). Sí. Precisamente esto depende, de manera particular, de vosotros: “mantener la unidad del Espíritu”.

En una época de grandes tensiones, que sacuden el cuerpo terreno de la humanidad, el servicio más importante de la Iglesia nace de la “unidad del Espíritu”, a fin de que no sólo no sufra ella misma una división desde fuera, sino que además reconcilie y una a los hombres en medio de las contrariedades que se acumulan en torno a ellos mismos en el mundo actual.

Hermanos míos: A cada uno de vosotros “ha sido dada la gracia en la medida del don de Cristo . . . para la edificación del cuerpo de Cristo” (Ep 4,7 Ep 4,12). ¡Seamos fieles a esta gracia! ¡Seamos heroicamente fieles a ella!

Hermanos míos: El don de Dios ha sido grande para con nosotros, para cada uno de nosotros. Tan grande que todo sacerdote puede descubrir dentro de sí los signos de una predilección divina. Cada uno conserve fundamentalmente su don con toda la riqueza de sus expresiones; también el don magnífico del celibato voluntariamente consagrado al Señor - y de El recibido - para nuestra santificación y para la edificación de la Iglesia.

5. Jesucristo está en medio de nosotros y nos dice: “Yo soy el buen pastor ” (Jn 10,11 Jn 10,14).

Es precisamente El quien nos ha “constituido ” pastores también a nosotros. Y es El quien recorre todas las ciudades y pueblos (cfr. Mt Mt 9,35), a donde somos enviados para desarrollar nuestro servicio sacerdotal y pastoral.

Es El, Jesucristo, quien enseña, predica el evangelio del Reino y cura toda enfermedad (cfr. Ivi)del hombre, a donde somos enviados para el servicio del Evangelio y la administración de los Sacramentos.

Es precisamente Él, Jesucristo, quien siente continuamente compasión de las multitudes y de cada hombre cansado y rendido, como “ovejas sin pastor” (Cfr. Mt Mt 9,36).

Queridos hermanos: En esta asamblea litúrgica pidamos a Cristo una sola cosa: que cada uno de nosotros sepa servir mejor, más límpida y eficazmente, su presencia de Pastor en medio de los hombres en el mundo actual. Esto es también muy importante para nosotros, a fin de que no nos entre la tentación de la “inutilidad”, es decir, la de sentirnos no necesarios. Porque no es verdad. Somos más necesarios que nunca, porque Cristo es más necesario que nunca. El Buen Pastor es necesario más que nunca. Nosotros tenemos en la mano - precisamente en nuestras «manos vacías» - la fuerza de los medios de acción que nos ha dado el Señor.

424 Pensar en la Palabra de Dios, más tajante que una espada de doble filo (cfr. Heb He 4,12); pensar en la oración litúrgica, particularmente en la de las Horas, en la que Cristo mismo pide con nosotros y por nosotros; y pensar en los Sacramentos, en particular en el de la Penitencia, verdadera tabla de salvación para tantas conciencias, meta hacia la que tienden tantos hombres de nuestro tiempo. Conviene que los sacerdotes den nuevamente gran importancia a este Sacramento, para la propia vida Espiritual y para la de los fieles.

Es cierto, amadísimos hermanos: con el buen uso de estos “medios pobres” (pero divinamente poderosos) veréis florecer en vuestro camino las maravillas de la infinita Misericordia.

¡Incluso el don de nuevas vocaciones!

Con tal conciencia, en esta oración común, escuchemos de nuevo las palabras del Maestro, dirigidas a sus discípulos: “ la mies es mucha, pero los obreros pocos. Rogar, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies” (Mt 9,37-38).

¡Cuánta actualidad tienen estas palabras también en nuestra época!

Roguemos pues. Que pida con nosotros toda la Iglesia. Y que en esta oración se manifieste la conciencia, renovada por el Jubileo, del misterio de la Redención.

Al termine di questo incontro, tanto caro al mio cuore, desidero rinnovare a tutti il mio cordiale saluto nel Signore e il mio sincero ringraziamento.

Saludo muy cordialmente a los sacerdotes de lengua española, presentes en esta concelebración. A los procedentes de los diversos Países de América del Sur o de América Central y de México, con particular mención a la representación de sacerdotes de España, la más numerosa de las venidas desde fuera de Italia. Queridos sacerdotes: Que el encuentro con Cristo, en este Año Jubilar de la Redención, renueve plenamente en vosotros la gracia singular que tenéis por la imposición de las manos. Y que os haga vivir, cada vez más fielmente, la comunión eclesial en torno al Papa y a vuestros Obispos.

Je salue les prêtres de France, de Belgique, de Suisse, du Canada, de Djibouti, du Burundi, et des autres pays de langue française, et tous leurs confrères qu'ils représentent. Chers amis, que le Seigneur continue par votre ministère son oeuvre de Rédemption! Qu'il vous donne chaque jour sa force, sa paix, sa joie! Qu'il suscite autour de vous beaucoup d'autres prêtres! Pour l'accueil de ce don de Dieu dans les nouvelles générations, vous avez aussi une responsabilité! Au nom du Christ qui vous bénit, au nom de son Eglise dont il m'a institué Pasteur universel, je vous envoie, pour être les témoins de son amour et de sa sainteté.

It is a joy to note the presence today of groups of priests from Australia, Canada, Denmark, England, India, Ireland, Japan, Kenya, Korea, Malaysia, Nigeria, the Philippines, Sweden, Taiwan, Thailand and the United States. We are here to celebrate the unity of our priesthood and to ask the full fruits of Redemption for ourselves and our people. As we turn our eyes to Jesus, the High Priest of Salvation, we invoke the mercy of God upon the world. We renew our confidence in the One who sent us and pledge our lives anew for the service of Christ's holy Church.

Liebe Brüder! Bevor wir aus dieser eucharistischen Gemeinschaft wieder auseinandergehen, möchte ich euch noch einmal meine innere Verbundenheit bekunden. Ihr kehrt zurück zu euren Gemeinden und Aufgaben, um mit neuer Liebe und Zuversicht die Heilstaten Gottes zu verkünden und seine Gnadengaben auszuspenden. Dafür begleiten euch und alle eure Mitbrüder in Deutschland, Österreich und in der Schweiz meine herzlichen Segenswünsche und mein Gebet.

425 Queridos Padres de língua portuguesa: ao saudar-vos com afecto - a vós e a quantos representais - como servidores do Povo de Deus numa vasta área da Igreja, quereria repetir quanto disse na vossa língua aos Padres do Brasil e de Portugal, quando os visitei, e adaptá-lo aos dos outros Países: Angola, Cabo Verde, Guiné-Bissau, Moçambique e São Tomé e Príncipe. Mas só posso dizer, ao abençoar-vos de todo o coração: sede homens de Deus, bons, cordatos e magnânimos, ao serviço dos homens, conscientes de continuar no tempo Cristo, Deus e Homem, nosso Redentor!

Slowo serdecznego podziekowania kieruje do Braci Kaplanów, którzy na uroczystosci jubileuszowe Roku Odkupienia u grobu sw. Piotra przybyli z Polski.

Niech nadzwyczajny Jubileusz, który przezywacie na Waszych placówkach duszpasterskich z wiernymi i ta uroczystosc rzymska poglebi w Was i we wszystkich Wspólbraciach w naszej Ojczyznie swiadomosc daru, który Chrystus zlozyl w Waszych sercach.

Stójcie przy Waszych wiernych i prowadzcie ich pewnie po drodze Odkupienia. Badzcie wierni wlasnemu powolaniu i badzcie wierni calemu tysiacletniemu dziedzictwu wypracowanemu przez Kosciól i Naród pod Krzyzem. Broncie tego dziedzictwa i rozwijajcie je na miare naszych trudnych czasów.

Do Waszych parafii i srodowisk zaniescie moje blogoslawienstwo.

Salutando alla fine tutti i sacerdoti italiani voglio trasmettere i miei cordiali auguri a tutti i nostri confratelli viventi in Italia e voglio anche affidare voi carissimi e tutti i sacerdoti qui presenti, come anche tutti i sacerdoti del mondo intero, alla Madre dei sacerdoti, Madre di Cristo, unico e sommo sacerdote, e di tutti noi che al Suo sacerdozio, sacramentalmente, indegnamente, partecipiamo.

Sia lodato Gesú Cristo.



B. Juan Pablo II Homilías 412